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#lgtbespaña
nono2411 · 1 month
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Yo ❤️
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bishopsgf · 1 year
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it's me, hi 🖤
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Ella es tan especial que aunque esté teniendo un mal día el simple echo de ver su sonrisa me hace sonreír a mi.
Señorita Allan Poe.
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☘️Vive la vida con quien te da la vida.☘️
Frase de: Frida Kahlo.☘️
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moracuevaslaura · 11 months
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myblogart · 2 years
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centeepai · 2 years
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Pansexual Cat and Les-bee-an. Pansexual and Lesbian LGBTQ designs: https://rdbl.co/3HkspuV. Happy Pride Month. Love wins: https://rdbl.co/3HkspuV
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supercarmenworls · 10 months
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PRIDE 2023
Le presento Merlin & Abel 🏳️‍🌈💕🏳️‍⚧️
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bodyboxspain · 10 months
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Love is Love ❤️🧡💛💚💙💜
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alexweapon · 10 months
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sebastiangotie · 2 years
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erikluna622 · 2 years
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#sadness #sadedits⚫️ #💔 #lgtbespaña #lgtbi #🖤 #depre #😓😓😓 https://www.instagram.com/p/Ci-i8HMjAU9/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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🔔 RECORDATORIO 🔔 No somos todos iguales, y ahí está la magia de la diversidad.  🌈
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#orgullo #28dejunio #diadelorgullo #diversidad #lgtbi #psicoabreu #OrgulloLGTBi
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moracuevaslaura · 11 months
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jjturvaroescritor · 2 years
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Algo que no se entiende...
Ya había pasado el control de seguridad. En otros viajes, aquel trámite le suponía un suplicio emocional, un desgaste innecesario pues en verdad resultaba minúsculo el requisito físico para pasar por el arco detector de metales y responder a la sosegada o mecánica petición del vigilante de turno que te obligara, en caso de tener mala suerte, a un control, ulterior a aquel pase por la caprichosa puerta, en absoluto minucioso.
Pero estaba tan centrada, consumida u obsesionada con las vivencias de su última semana con la que concluía el mes de julio que incluso sobrellevaba sin dificultad las pesadas tareas, como había sido la de arrastrar su maleta de veinticinco kilos y de ruedecillas desgastadas desde la puerta de su lujoso hotel hasta el puesto de facturación y discutir con el trabajador de turno para que le dejase, a pesar del sobrepeso, facturar sin costes adicionales.
¿Y qué había pasado esa semana de verano en la bonita isla de Mykonos que tenía tan absorta a nuestra amiga? Dejad que os lo cuente ella misma.
No diré mi nombre, tampoco el suyo, pues me refiere el narrador que para mantener sus historias al acceso de todos aun naciendo estas desde él, prefiere eludir esa responsabilidad. ¿El nombre de quién además del mío? De quien me azoró el corazón como jamás persona alguna ha hecho.
Todo comenzó el veintitrés de julio, por la noche, un mes más tarde a la celebración que en las playas de España hacemos de San Juan y que algunos, como yo misma, aprovechan para empapar sus pies en la templada orilla y pedir un deseo mirando al firmamento oscuro y, con suerte, estrellado. No me acuerdo de mi deseo de entonces o de si en la noche más larga del año podían apreciarse muchas estrellas; seguramente mi anhelo consistiese en algo de que me fuese bien en la universidad y que la carrera que elegí de periodismo me diese una digna salida laboral. Ese mensaje de ser prácticos con lo que se estudia de cara al futuro, de mi padre el cardiólogo, siempre lo he tenido muy presente. En contraposición con el de mi madre, la escritora, que a momentos pasa por baches y a momentos es medio famosa. Pero, lo siento, no he venido a alabar la profesión que puede tener un periodista ni a hablar sobre mí o mi familia, sino sobre la historia que ha provocado que me sienta como si mi alma fuera algo sólido que hiciese reventar mi cuerpo para salir de esa prisión, una sensación que puede parecer horrenda pero que, sinceramente, no describiría yo como tal.
Me cuesta, me cuesta muchísimo, en especial habiendo transcurrido tan poco tiempo, ordenar mis ideas y expresar para mí el significado y la trascendencia que esta semana ha tenido en mí. Por ello, tras darle vueltas mientras venía en el autobús al aeropuerto, he preferido limitar este relato a lo que me ha pasado, y poco más.
Ya lo cuento, sé que puedo ser pesada, pero es que menuda pasada de semana…
Todo comenzó con esa fiesta, serían las once de la noche, o antes o después. Yo había venido con quien era mi novio y sus amigos, que no los míos. Se suponía que iba a ser un viaje de exploración, de conocer nuevos lugares, de estimular nuestra cultura yendo a museos y visitando grutas y playas protagonistas de los mejores paisajes; pero aquella tarde, desde las cuatro, hora a la que llegamos, mi exnovio supongo y los capullos que le admiran se limitaron a holgazanear en el hotel, explicando que estaban muy cansados, y él en concreto también se las urdió para engañarme, diciéndome con traidoras y dulces palabras que por la noche iríamos a cenar y nos acostaríamos pronto.
Pues de una u otra forma, acabamos en unas de las casas de blanquecino color de la característica zona, esas repartidas a lo largo de las pendientes montañosas aledañas a la bahía. Casa y lugar preciosos, sí, pero yo no podía pensar en nada de eso. Solo en lo estúpida que me sentía por no protestar al ser arrastrada a una fiesta que, prejuzgué, nada positivo podría traerme para las aspiraciones que yo traía para con este viaje. Y quizá acerté, pero subestimé el poder de la casualidad o el destino, pues ella apareció en esa fiesta.
¿Ella? Quien cuyo nombre no conocéis como tampoco lo conozco yo. ¿Apareció ahí? Y tanto, me arrojó aposta su bebida, un mojito, a la espalda de la chaquetilla que yo llevaba porque, joder, hacía ahí humedad, se concentraba la brisa y sentía frío a esas horas. La tipa pidió perdón por activa y pasiva, ignorando los huraños o indiferentes semblantes de mi chico y sus colegas, y sin que yo lo consintiera, me agarró del brazo con la excusa de llevarme a un baño. Fue tan adrede su lanzamiento que recuerdo cómo se me coló en el espacio entre la nuca y la rebeca un trozo mal cortado de hierbabuena.
Sujetó con fuerza mi mano y, por alguna razón, no protesté. Me condujo a través de las curvas y alargadas escaleras de aquellos bonitos edificios circulares. No había luz sobre ellas, solo la que la luna proyectaba en una noche sin oscuras nubes. Me acuerdo también de que íbamos rápidas en esa penumbra y pensé que se debía conocer bien el lugar pues me guiaba por sitios pocos frecuentados. Me surgió a la par miedo como curiosidad. Temor por no saber cómo poder volver por mi cuenta e incluso de que pudiera secuestrarme, e interés al suponer que aquella chica de cabello largo y castaño había de ser una local o conocer muy bien la zona.
Aterrizamos en una azotea repleta de gente, el espacio allí era difícil de respetar. ¿Covid? Yo estaba vacunada y ya lo había pasado, y por esa regla de tres cualquier otro sitio podía asimismo ser peligroso. Lo pienso ahora, porque entonces lo que sentía era una teórica rabia, teórica pues debía enfadarme por el ataque gratuito a mi ropa y la conducción no solicitada hacia ese lugar atestado de personas que no conocía. Pero es que nada de ira sentía, y cada vez el miedo se hacía más pequeñito e invisible. Y es que es falso que más vale malo conocido que bueno por conocer.
Porque la chica, en un español infinitamente mejor a mi inglés y qué decir de mi griego, me dijo que estaría más guapa con una pashmina. Me explicaba, mientras me la colocaba alrededor del cuello con una confianza que pocas amigas mías han tenido o tienen conmigo, que el color de la prenda era el ideal, pues suponía un tono intermedio entre el azul de ese cielo que sobre nosotras reinaba entonces con el del mar que se extendía hasta fundirse con el celeste firmamento matutino. Ahí fue la primera vez que me fijé en sus verdosos ojos, iluminado su rostro como por arte de magia por los haces del satélite que, constituyendo toda luz junto a varios faroles cuya potencia no nos alcanzaba, resplandecía con un blanco regio sobre nosotras. Tenía una ligera cicatriz bajo uno de esos mismos ojos, no recuerdo si el derecho o el izquierdo, unos labios finos pero largos, y una cara delgada, cubriendo sus orejas el mismo cabello que parecía una extensión de su tez morena.
Quise protestar, decirle que me esperaban sin ser verdad, al menos explicar que improvisar de esa forma me hacía sentir sola y vulnerable, pero no me lo permitió. Era una charlatana, lo supe al poco tiempo y lo confirmé con el trato en los siguientes días, y lo que hizo justo tras ajustarme el pañuelo y acariciar mi rubio flequillo fue pedir disculpas. Dijo que lo sentía por haberme tirado el mojito, que enseguida me servía uno.
-Pero, ¿por qué lo has hecho?
-Porque no te veía a gusto.
Esperé que añadiese algo más, pero además de habladora era como una espía, una que estuviese interna en esa alma mía antes presa. Y, en silencio, volvió a sujetar mi mano hasta llevarme con unos amigos suyos. Antes de que acabasen las presentaciones, de una gente mucho más jovial y amable que la compañía de mi ex, yo ya tenía un perfecto mojito casero en mi mano.
Y me dejé llevar.
Bailamos, escuchamos música que a mí me gustaba o esa noche encontré más placentera, reímos, aprendí algo de griego, enseñé algo de español, y se quedó ella todo el tiempo conmigo. Aquella noche un mes después de San Juan, contemplé sobre el cielo una estrella fugaz al tiempo que estábamos apoyadas al borde de la piscina natural de aquella terraza y mientras ella me decía de una forma filosófica la banalidad que suponía tratar de ejercer el control sobre cosas como podía ser el propio tiempo.
No regresé al hotel esa noche, nadie de con quien había viajado me escribió un tan solo whatsapp. Me desperté con el amigo de esta chica y ella misma saltando de alegría, serían poco más de las ocho de la mañana. Me dijeron que habían cotilleado entre mis pertenencias y que valiéndose de mi documentación, sin pedírmelo, habían pagado ellos un viaje para que me volviese unos días más tarde. Lo primero que me salió de forma natural fue cabrearme, pero ante su impasibilidad y los planes que me ofrecieron hacer, aquella rabia fue mutando en algo que ni siquiera contemplé posible cuando acepté aquel viaje con quienes fui en primera instancia. Aquella mañana, al calor de esas playas recónditas, en la furgoneta en la que viajé con cuatro griegos a los que desconocía por completo; sentí felicidad. O eso creo…
Y fue una sensación que, como mi móvil en la mochila o en el bolsillo cuando iba con los vaqueros cortos, me acompañó durante lo que duró la semana. Esa noche fuimos a una cercana playa, también vaciada de gente, y con varios robustos troncos encendieron una hoguera. Parte de mí quiso protestar, decir que posiblemente aquello era ilegal, que podría meterme en algún buen lío. No lo hice. Quedé absolutamente engatusada cuando uno de sus amigos, también el mío, tocó la guitarra y cantó algo que sonaba a divertido pero, extrañamente, también a profundo. Siguió interpretando aquella canción mientras nos disponíamos en círculo frente a ese fuego que nos acentuaba y mostraba los encendidos y anaranjados rostros alegres los unos a los otros. Traía uno una nevera portátil y extrajo de la misma un pescado maloliente que procuró poner en brochetas y calentar, pero que solo él se comió. De lo que sí participamos fue de las cervezas que también transportó.
Dijeron que además de las birras había una botella de ginebra al fondo, y que la iban también a abrir. Supuse que lo harían, pues sin darme cuenta me encontré dando un paseo con la muchacha protagonista conmigo de esta historia, las dos en silencio, escuchando únicamente apagadas carcajadas y el distante cantar de la guitarra junto al más próximo de las olas al romper que, tan traviesas como respetuosas, intentaban cazar nuestros desnudos pies. Recuerdo que llevaba la misma pashmina, aún en el aeropuerto la llevo, pero no era tanto por frío como sí por sentir que aquel objeto estaba vinculado a que me pasasen cosas buenas. También me acuerdo bien de las palabras que aletearon con vergüenza hacia fuera de su garganta.
-Eres increíble.
Añadió que encontrarme fue como un deseo cumplido, que estaba harta de escuchar cómo yo le daba las gracias por ser tan atrevida y acogedora cuando ella, desde el minuto uno, sintió que mi compañía le había hecho exprimir aquellos días de verano como pocas otras lo habían logrado. Todo eso, en un español medio decente. Yo le repliqué en mi idioma y sin preocuparme de si ella entendía mis palabras, pues percibía que ya comprendía mi expresión. Le contesté que no me lo creía, que ella solo se había apiadado de una tonta que no sabía disfrutar hasta que se lo enseñaron, como si de una niña que está aprendiendo a colorear me tratase.
Ella se limitó a mirarme, durante unos segundos que se me hicieron tan eternos como fugaces, y con una sonrisa de bobalicona me dio un abrazo veloz antes de tirarme sobre la arena. Dimos unas volteretas, me abracé yo a ella para, no sé bien la verdad, y cuando se levantó, yo a su lado, vi que no pretendió como yo sacudirse, sino que fue directa al encuentro de quienes nos habían estado persiguiendo para ser ella quien cazase al mar. Y así se desprendió, supuse, de la mayor cantidad de arena.
Antes de que pudiera reaccionar y aun estando a casi medio kilómetro de distancia de nosotras, sus amigos e incluido el guitarrista, se despojaron de toda su ropa y marcharon al encuentro del apacible Neptuno. Yo me quedé quieta, observando más con timidez que interés sus desnudos cuerpos corriendo hacia una meta llamada diversión. A mi lado y sin oírla, apagada su silenciosa aproximación por los gritos de júbilo y los chapuzones que a bastantes metros yo veía como hipnotizada, apareció empapada mi mejor amiga. Con esas palabras me referí a ella en mi cognición, mi mejor amiga, porque había algo en ella o en su trato que me hacía sentir más especial de lo que otra persona había logrado hacerme sentir en mucho tiempo. O quizá nunca.
Me agarró con sus dos manos la muñeca pensando que iba yo a oponerme, y cuando me escabullí sin esfuerzo emitió ella una sonora carcajada al ver cómo me arrojaba yo hacia el principio del mar, más de plancha que de cabeza. Bailamos juntas, nos reímos, gritamos a sus amigos lo que supongo era la palabra guarro en griego, γουρουνάκι, después de que yo misma le pidiese que me tradujese esa palabreja.
En fin, nos lo pasamos genial, bomba, increíble, fantásticamente. Apenas bebimos en los siguientes días. Además, no querían saber nada de drogas, pues dos de los padres de los que conformaban este grupillo eran policías. Nos divertimos de la forma más tradicional y real, siendo nosotros mismos y quizá algo traviesos, tratándonos bien y creyéndonos tener una energía que realmente sí sentimos.
Miré mi whatsapp alguna que otra vez. Mi exnovio, primero, me había escrito preocupado para, más tarde, escribirme chantajeándome y poniéndome de vuelta y media, cuando en general se mostraba hermético y me hacía sentir a mí como una mujer excesivamente sensible y preocupada.
-Tranquilo, cariño, estoy bien. Mucho mejor de lo que estaría contigo -dije por audio antes de darle el móvil a ella para que añadiese lo que se le antojara, pues me daba absolutamente igual aquel de quien descubrí que no me había hecho sentir ni la mitad de importante y buena persona que aquellos completos desconocidos que nada me debían.
Digo yo que algo burlón habría dicho mi amiga, pues todos terminaron riéndose después. Yo incluida, aun no entendiendo nada. Es gracioso sentir que aunque no compartas una lengua sí una experiencia, eso me produjo la sensación de que me comprendían mucho mejor aquellos griegos que muchos madrileños.
Los tres días siguientes, ya este capullo en la capital de España, yo seguía igual. Con planes relajados, no vimos un solo museo, pero creo que vi más costa que en ningún anterior viaje de verano. Normalmente, era coger la furgoneta, comprar unos bocadillos, tostarnos al sol de una playa con unas vistas estupendas y jugar o hablar o, sencillamente, descansar sin decirnos nada.
Los dos últimos días, quizá fueron los más mágicos.
Engañada, como la primera vez que me arrastró a través de esas escaleras prometiéndome que me llevaba a un aseo para limpiarme la rebeca, me dijo que íbamos a cambiar la rutina y marchar todos a un hotel. Solo fuimos ella y yo, y no sé hasta qué punto engañada o accedí a su plan fingiendo estarlo.
Por suerte y en su locura, estimó recoger mi maleta en su momento y el tercer día de viaje, poco antes de que mi expareja se marchase, pasaron nuestros amigos y recogieron mis cosas. Ahora nos encontrábamos frente a un majestuoso hotel, las dos solas, y por alguna razón y aunque mi mente me bombardease a preguntas, yo me dejé llevar. Porque esas bombas caían sobre una coraza que interpuso mi cuerpo ante el corazón, y esa coraza se llamaba y llama bienestar. Supongo que era eso, que estaba pletórica, sintiendo en mi fuero interno una enorme dicha y una confianza plena, pues por supuesto que primeramente recelé de las intenciones de una extraña, pero con el tiempo me había demostrado que ella no debía parecérmelo pues, como entendí por también sentirme así, es como si nos conociéramos de siempre.
Aquel descanso que quise negar a quienes me acompañaron en mi trayecto de ida, lo acepté de buena gana junto a ella. Dormimos en la misma cama, separadas a razón del calor que reinaba ese mes, pero no deseaba de ella la distancia.
A la noche me invitó, todo insistió ella en pagarlo bromeando que cuando viniese a Madrid me tocaría a mí, a cenar en la sala de lujo que aquel hotel tenía para, justo después, ir a una pequeña piscina de noche accesible solo con reserva. Era como una gruta abierta a mitad de altura en la montaña donde se ubicaba aquel hotel y desde la que podía contemplarse la extensión del mar y la estructura de la bahía.
Percibí en mis húmedos pies un cosquilleo que, como otras muchas sensaciones que encumbraron mi cuerpo en aquel viaje, no sabía de dónde nacía. Vi el entorno de su atlético cuerpo oscuro subir, valiéndose de la fuerza de sus brazos, hasta alcanzar una apertura que hacía de tope de la piscina. Se tomó su tiempo acomodándose en ella para permitirme contemplar junto al horizonte su bellísima figura.
Hice lo mismo, me coloqué a su lado y toqué con esos inquietos pies los suyos. No rechazó mi gesto, por su notable sonrisa supe que compartía conmigo la sensación de paz, una que no me hacía huir de la realidad, sino que la amoldaba a aquella experimentación.
Me miró, con sus ojos verdosos, brillando en sus iris el resplandor que los haces de la luna reflejaban en la piscina y que a su vez se proyectaban sobre ella. Abrió los labios y me dijo, cuando quería ser sencilla y mística lo conseguía, solo dos palabras en un perfecto castellano.
-Te quiero.
-Σε αγαπώ.
Y yo respondí, en un griego que ni idea de cómo sonaría pero que a nosotras creo que se entonó con perfección.
Unos segundos siguieron a aquella confesión, y del rubor de sus mejillas y de la inclinación de su cuerpo pude suponer, con acierto, que se estaba acobardando. E iba a hacer más complejo aquel sentimiento que entonces ella hubo de creer egoísta cuando, esta vez yo, la interrumpí. Nos besamos y nadamos con parsimonia en aquel baño restaurador, para luego hacer el amor y dormir abrazadas en nuestra habitación.
El día siguiente fue igual. Desafortunadamente, también fue el último.
Y rememorando toda aquella semana, sin saber siquiera su nombre porque sus amigos la llamaban por un mote o lo que podía ser su apellido, γενναίος, valiente en castellano; yo me encontraba con ojos llorosos en el aeropuerto. Estaba a nada de embarcar en el avión y poner rumbo a Madrid, donde me esperaba gente que me querría abrumar con un mundo y una realidad que entonces sentía ajenos a los míos. Pero no estaba preocupada, ni asustada o triste, supongo que solo agradecida. Agradecida por la oportunidad de vivir esta última fantástica semana.
Cuando fui a enseñar mi documentación, antes de pasar a aquel pasillo previo a subir al avión, me detuve indistinta a parar conmigo a toda la cola que había tras de mí. Una nueva notificación de Instagram, con un mensaje privado de la cuenta que me había solicitado acceso para seguirme.
Era ella.
Y no sé si nos volveremos a ver, como ella me pide en ese mensaje al que le respondo con σας ευχαριστώ, véase gracias en nuestro idioma. No sé tan solo si la quiero realmente, o me dejé llevar, o qué diantres me ha pasado que siento como si yo mismamente me hubiera rebelado contra mí y la identidad que yo pensaba una semana atrás que mejor me definía. Con serenidad, confianza y saboreando aún los estertores de placer que restan en mi cuerpo y recuerdo sensibles, solo sé lo afortunada que me siento por haber vivido algo que no se entiende… pero que es bueno.
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🌈Amor 🌈Love El amor existe de muchas maneras, llega cuando menos lo esperas, con un gran vuelco a tu corazón y muchos sentimientos a flor de piel. Los chicos de Maine llegan pisando fuerte y te atrapan con su verdad; con sus amaneceres y atardeceres; de charlas entre amigos, paisajes donde tu mente solamente vuela y sueña. Una amistad que dura en el tiempo, no juzga solo escucha cuando es necesario, te hace reír cuando se necesita y hay amor en todas sus formas y vertientes. Deseando conocer a Levi y Noah con ellos completan a estos ocho amigos que pese a sus diferentes caminos siempre tienen un hueco para juntarse y disfrutar todos juntos. @k.c.wells Love exists in many ways, it comes when you least expect it, with a great turn to your heart and many feelings on the surface. The boys from Maine come stomping in and trap you with their truth; with its sunrises and sunsets; of chats between friends, landscapes where your mind only flies and dreams. A friendship that lasts over time, does not judge, only listens when necessary, makes you laugh when needed and there is love in all its forms and aspects. Looking forward to meeting Levi and Noah with them, they complete these eight friends who, despite their different paths, always have a place to get together and enjoy all together. #kindelunlimited #kindlepaperwhite #loveislove #reseñasdelibros #lgbtq🌈 #lgtbespaña🇪🇸 #hombresdemaine #romancegay #bookinstagrammer #bookstagrammers #leernoshacelibres #leoycomparto #leoyviajo https://www.instagram.com/p/ChRu3gejd9z/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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