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Les jeunes amants
(Carine Tardieu, 2021) 
Esta película tierna y delicada firmada por Carine Tardieu hace reflexionar sobre varios temas. Como por ejemplo que cada vez que buceamos en una historia de amor nos exponemos a riesgos y daños colaterales, es inevitable, y tenemos que ser conscientes de ello. Este amour fou es audaz y ciego, como todas las historias de amor. Que el amor no tiene edad, ni la tiene el aspecto físico en si, ya que la conexión entre personas es algo invisible, intangible, a veces hasta inexplicable. Que esta relación sentimental no convencional nos habla de empoderamiento de la mujer en edad madura, ya que al día de hoy sigue estando bien visto que el hombre sea mucho más mayor que la mujer en la pareja, pero no al revés, de hecho se siguen estigmatizando las relaciones donde la mujer es la persona mayor. Que existe una crisis del hombre de mediana edad con sus miedos y sus vacíos. La comunicación siempre es la clave. Que la tercera edad nos puede deparar sorpresas, si solo mantenemos la salud y un espíritu abierto, pero que también es dura y hay que estar preparados para todo. Que las apariencias no importan una mierda, ni lo que piensan los demás, mientras nos quede aire por respirar, y precisamente porque no sabemos cuánto aire nos queda por respirar, hay que llenarse bien los pulmones y amar hasta la saciedad.
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© Text and photos by Elena Panzetta 
Viajes
(Olympus Pen EES2 + Kodak Ektar 100)
Me encanta viajar sola. Cada vez que cuento de mis viajes en solitario hay personas que me miran con cara de pena (como si pensaran “pobrecita, no tiene amigos”) o con cara de temor, acompañada de exclamaciones tipo “¡que valiente!” (como si la soledad en sí fuera un peligro de muerte). Cuando añado que se trata de una elección consciente y disfrutada, entonces la expresión se transforma en incomprensión, casi desconcierto.
Lo que muchos/as desconocen es que, una vez superado el umbral del miedo a la soledad, al silencio y a la introspección, hay pocas compañías tan gratas como la de una/o misma/o. A menudo conmigo me divierto : observo, medito, leo, escribo, hago fotos, canto, me río de las cosas, pero sobre todo me proporciono esa libertad absoluta que solo yo sé darme. Doy rienda suelta a mi lado infantil, curioso, explorador.  Además estoy más receptiva, con todos los sentidos despiertos y más abierta a conocer otras personas, a las cuales, probablemente, si estuviera acompañada, no dedicaría tiempo y atención. Y así sucede la magia: se producen encuentros especiales y conexiones inesperadas. Como el de estas dos fotos: os presento a Yasmin, conocida en mi último viaje a Copenhague. Ella también viajaba sola.
Yas y yo nos conocimos en la calle, en un free tour, y luego, juntas, recorrimos las calles de la ciudad día y noche hasta llenarnos los pies de ampollas, comimos Snørrebrot, bebimos cerveza, visitamos calles burguesas y comunas hippies, torres, iglesias, plazas, barcos, bares, playas. Hablamos de nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestras ilusiones de futuro, de amor, amistad, familia. Creo que una de las mayores mentiras del cine romántico sea la existencia de una alma gemela. No existe una sola, sino muchas almas afines, esparcidas por el mundo, y no tienen que ver con el amor romántico, ni con el género, ni con la edad, ni tampoco con la procedencia, sino más bien con el espíritu y el momento vital en el que te encuentras. Tendremos la suerte de reconocerlas, cuando las crucemos, solo si mantendremos los ojos y el alma suficientemente abiertos.
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Sundown
(Michel Franco, 2022) 
Rompecabezas pausado e incómodo con una constante y latente sensación de desasosiego, hecho para espectadores agudos y activos, ya que deja intuir pero no da nada masticado.
La distancia emocional no siempre significa indiferencia, a veces es una forma de protegerse y oculta una lucha interior. Y quién mejor que Tim Roth podía interpretar un semejante y complejo personaje.
El telón de fondo es un México peligroso y violento, y el paraíso luminoso de Acapulco que nos enseña Franco es también un infierno.
La cámara se mueve con el sujeto, sigue su rostro anodino, alternando primeros planos a planos panorámicos. Filme lleno de metáforas y simbolismos, qué placer inmenso reconocerlos e ir atando hilos.
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© Text and photo by Elena Panzetta 
PAS
(Self-portrait, Barcelona, 2021)
Tener alta sensibilidad es un poco como tener el cuerpo en carne viva y el corazón expuesto a la intemperie. Sientes más, de todo. No es fácil.
El otro día, en un momento de desánimo, mi madre, que normalmente es la pesimista de la familia, me sorprendió y alentó con la siguiente afirmación: “Elena, nosotras sufrimos más por todo, pero vibramos también más por todo. Captamos matices que no todo el mundo ve. Nos emocionamos hasta lo más profundo de nuestro ser. Una música, un libro, una caricia, un insecto que vuela. Somos incansables detectoras de belleza. Y aunque el precio a pagar sea a veces muy alto en términos de emociones negativas, yo no cambio por nada al mundo mi sensibilidad con la indiferencia y superficialidad de muchos.” 
Pues sí, mamá, si al fin y al cabo estoy de acuerdo contigo, lo admito a regañadientes, porque es mi eterna lucha interior, pero en el fondo sé que hasta uno solo de esos escalofríos, tan solo uno de esos, que me recorren entera como una descarga eléctrica, vale todo un camino de oscuridad. 
“Even when I feel nothing, I feel it completely” (Sylvia Plath)
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Dalva
(Emmanuelle Nicot, 2022)
Aborda un tema de lo más oscuro y escalofriante lejos de adoctrinamientos y moralismos fáciles. Nos enseña con cuidadosos y lentos close ups y semi close ups, demorándose en los detalles de su aspecto, una niña que ha sido transformada prematuramente en una mujer, o quizá una muñeca complaciente. La seguimos en su deconstrucción y su trayectoria de reconstrucción.
Dalva redescubre poco a poco la libertad de ser y sentir como una niña de su edad, y su propia identidad fuera de los esquemas atroces del control y la explotación.
Película delicada y cariñosa, muy realista pero sin volverse nunca melodramática. La infancia robada no volverá, pero habrá una rendija de luz, como la que ilumina el rostro de Dalva dormida en el armario. Preciosa.
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Arenas movedizas
(Canonet + Rollei RPX 100)
Nos movemos en un terreno resbaladizo, en tiempos sin certezas, surfeamos las olas de una sociedad líquida que lo tritura y lo licua todo, todo es cambio, todo es transitorio, todo es superficial. Aprendemos a soltar y correr antes que aprender a caminar. El desapego: uno de los aprendizajes más difíciles y que dura toda la vida. 
Somos la generación libre, la que no tiene vínculos, que quiere a medias. La de la identidad fragmentada, del delirio consumista, del pecho y la mente llenos de miedos, de los sentimientos aguados. Amamos mal porque lo hacemos con el alma anestesiada.
¿Y si quisiera sentir sin anestesias?
Subí muy, muy alto, hasta la cima, y nunca me paré a mirar atrás ni a pensar en una posible caída….solo pensé en las vistas que desde arriba serían muy bonitas. Y lo eran. Subir tan alto y mirar abajo desde la cima es de valientes y al fin y al cabo yo nunca he tenido vértigo.
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Suro
(Mikel Gurrea, 2022) 
No es un mundo para idealistas, es muy fácil caer en contradicciones. El reto de nuestra época volátil es conseguir transformar las intenciones en hechos. A menudo nos consideramos mejores personas de las que realmente somos y la línea que nos separa de convertirnos en aquello que aborrecemos es más sutíl de lo que creemos. 
Además la vida rural no es tan idílica como la pintan (muchos habitantes de ciudad hemos soñado con ella durante la pandemia), ya que es dura y puede recrudecer tensiones latentes. Y por último, ojo con la tramuntana, que, según la creencia popular, enloquece a la gente. Una pareja urbanita empieza con entusiasmo una nueva vida en un enclave rural, pero no tardan en aflorar las diferencias y los conflictos entre ambos (y probablemente su verdadero yo, hasta entonces escondido bajo capas de buenismo) y pronto se demuestra la imposibilidad de escaparse de los males de nuestra sociedad capitalista: clasismo, racismo, explotación, relaciones de poder. Excelente debut de Mikel Gurrea. Film incómodo y duro como la corteza de los alcornoques pelados que nos enseña con detenimiento. De ritmo ágil y suspense creciente. Nos regala algunos planos maravillosos, que subrayan la distancia emocional progresiva de la pareja. La interpretación de los protagonistas es sólida, en particular la de Vicky Luengo, extraordinaria.
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Identidades
Todos tenemos, al menos, dos identidades. Una personal, y una o varias, sociales.
La personal es un conjunto de rasgos propios que nos definen y nos diferencian de todos los demás. Por otro lado, las identidades sociales, se definen en términos de grupos de pertenencia. Por ejemplo, familia, amigos, país, etnía, religión, aficiones, estatus social, etc. Cada una de estas identidades tiene normas, valores y roles.
¿Pero que pasaría si se anularan las identidades sociales de un día para otro y se trasplantara la propia identidad personal a otro entorno, con otros grupos, otras normas y por lo tanto nuevas y diferentes identidades sociales? La literatura y el cine coquetean desde siempre con este tema, imaginando y planteando historias de individuos que suplantan identidades, que fingen su muerte y renacen como otra persona, que huyen del pasado y se construyen una nueva identidad, con un nuevo nombre y una nueva existencia, por las razones más diversas. Estoy segura de que no soy la única a la que esta posibilidad ha cosquilleado más de una vez la curiosidad de saber como mi identidad personal se habría desarrollado en un entorno diferente. En parte he explorado esta posibilidad. De alguna manera ir a vivir a un país extranjero en el que nadie te conoce y por lo tanto en el que no estás definido/a por los vínculos acumulados hasta entonces ni la reputación delimitada por tus vivencias, y en el que adquieres un nuevo estilo de vida, un nuevo idioma, una nueva manera de pensar, unos nuevos hábitos y unas nuevas costumbres…..pues es lo más parecido a morir y volver a nacer o por lo menos a perder tus identidades sociales y volver a crearte a ti mismo/a a partir de la identidad personal. Como una hoja en blanco. Hay pocas experiencias en la vida más incómodas y a la vez más fascinantes que esta. Es muy raro: justamente allá donde no eres nadie para nadie, es donde puedes ser más tu mismo/a. Lejos de toda creencia impuesta, de toda norma, de toda identidad social. Pero dura poco: el ser humano, no prospera y no progresa sin rodearse de otros y sin establecer vínculos que antes o después acaban desembocando en nuevas identidades sociales.
Por lo que me atañe, en cada lugar en el que he vivido, en cada lugar al que he viajado, en cada vínculo con personas cada vez diferentes, en cada mueva sugestión sensorial, ha florecido una parte diferente de mi identidad personal, mezclándose de maneras siempre diferentes con mis muchas y nuevas identidades sociales. Incluso el hecho de hablar siete idiomas me provoca a menudo una sensación de leve disociación de la personalidad, porque una lengua no es solo un medio para la comunicación, sino también el espejo de una manera de pensar y de concebir el mundo que forja con palabras una identidad social.
El otro día vi una película que se llama Miss Osaka, dentro del Festival Atlántida, y hablaba de esto: huir de las identidades sociales para encontrar la propia identidad personal. A menudo nos sentimos confundidos/as y con la sensación de que nuestra identidad personal se desdibuja, aplastada por unas identidades sociales demasiado sofocantes. ¿Dónde está el límite entre identidad social e identidad personal?
La foto que publico aquí forma parte de un proyecto fotográfico personal de autorretrato terapéutico sobre la ansiedad, empezado hace años y aún in progress. Mirarme a través de mi tercer ojo, es decir el objetivo de mi cámara, me ayuda a definir mi identidad personal, tantas veces difuminada por las aplastantes identidades sociales.
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Ondina
(Christian Petzold, 2020)
En la mitología griega, las ondinas eran náyades, ninfas acuáticas de gran belleza que habitaban ríos y lagos. En la mitología alemana, Ondina es la heroína y deidad acuática de una leyenda. En la película de Petzold, fábula extraña y cautivadora, Ondina es una historiadora que trabaja como guía en un museo berlinés y cuyo destino parece estar vinculado al agua.
Una historia de amor y una tragedia con tonos contenidos. Visualmente bella, con algunos planos especialmente inspirados e inspiradores. Realismo mágico rodado con sencillez. No emociona pero deleita.
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© Elena Panzetta
El Bosque
(Olympus Pen EES2 + Agfa APX 100 Caducado) (Varios lugares entre octubre 2021 y enero 2022)
Escribí este texto hace dos semanas, pero se quedó en el tintero. Un pequeño relato en 3 capítulos, 3 días seguidos:
Martes:
Veo un vídeo en Youtube, lo escucho atentamente, me identifico con sus palabras, me llega, me llena. Brigitte Vasallo, en una de sus conversaciones sobre el amor, habla de su libro y entre varios temas analiza el valor de la amistad, de la comunidad, de la importancia de tejer redes que vayan más allá de la familia y la pareja : “Ese es el amor que nos salva y ese es el amor que no vemos, el que consideramos menos amor que otros, al que no damos la importancia que merece y sin el que no podríamos seguir adelante en este mundo de mierda. Ese amor. Ese bosque”. Un bosque, que bonita imagen. Entonces visualizo mi propio bosque, estoy ahí debajo de una red de árboles, cuyas raíces son profundas y cuyas ramas se entrelazan y me protegen del viento y de la lluvia : mis amigos, la familia que he escogido. De repente se me llena el cuerpo de una sensación de gratitud.
Miércoles: 
Por fin el laboratorio fotográfico me envía el tan esperado escaneo de los últimos negativos revelados. Un carrete disparado vete tú a saber cuándo y dónde y encontrado la semana anterior en la caja de los carretes nuevos sin estrenar. 
Un Agfa blanco y negro, caducado en 2015. Recuerdo haberlo comprado durante un viaje, en una pequeña tienda de Solingen en Alemania, pero no recuerdo cuando lo usé. (Sí, soy una fotógrafa sin orden y disciplina, no tengo ningún registro de carretes con todos sus detalles, entre mis objetos reina un caos feliz.) Entonces la emoción de la sorpresa se duplica: “Qué me encontraré?” Clico impaciente en el enlace y descargo mis fotos, entonces me aparecen una serie de rostros familiares: mis amigos, mi bosque, fotografiados en varios momentos diferentes a lo largo de varios meses entre otoño e invierno. Momentos de intimidad, de paseos, de cuidado, de comida, de risas. Al verlas me acuerdo de las palabras oídas el día anterior.
Jueves:
Tengo la comida mensual del departamento. Estamos en una terraza, al sol, comiendo, charlando y disfrutando el calor en la piel en el que parece ser el verdadero primer día de primavera después de un mes de cielo gris y lluvias. Empezamos a hablar de viajes, de cuidado personal y de estilos de vida. Entonces mi jefa nos menciona el libro “Ikigai” de Francesc Miralles, cuyo título indica la “fuente del valor de la vida”. Esta obra habla de un pueblo de nombre Ogimi, en una isla remota en el sur de Japón, Okinawa, ubicado en una de las zonas azules del planeta, o sea las áreas con los habitantes más longevos del mundo. De las 3000 personas que viven en Okinawa, 15 superan los 100 años y 171 superan los 90. Increíble. Entonces nos ponemos a analizar los factores que contribuyen a semejante longevidad: el clima, la alimentación, el estilo de vida saludable, la filosofía de vida , la ausencia de estrés y de hiperconectividad, incluso una predisposición genética. Sin embargo, según estudios llevados a cabo y entrevistas realizadas a esa misma población, esos no son los únicos aspectos determinantes, sino que hay dos que son aún más importantes: el primero es precisamente el ikigai, o sea tener un propósito en la vida, y el segundo es el amor y cuidado comunitario. En Ogimi todo el mundo forma parte de un moai, un grupo de gente con intereses compartidos que se ayuda mutuamente. De hecho, esta ayuda comunitaria puede ser de por sí un ikigai suficientemente potente como para animar a seguir viviendo. Los habitantes de Ogimi cultivan el optimismo y el sentido del humor, y mantienen entonces una red tupida de lazos con sus familiares y con toda la comunidad, donde se cuidan unos a otros tanto en el aspecto emocional como en el financiero y social, y en cuyas actividades participan todos activamente. Forman una comunidad muy unida en la que uno de los valores principales es el yuimaru, que en Japonés significa “el círculo de relaciones". Precisamente, el bosque.
Pienso entonces que cultivar ese tipo de amor, crear comunidad, contra la tendencia mayoritaria de una sociedad que nos quiere individualistas, consumistas, competitivos, desunidos, controlables, sumergidos en redes puramente virtuales y con lazos reales cada vez más frágiles… ESA sí sería la verdadera revolución. Eso es ser anti-sistema. 
Os dejo las fotos reveladas de una parte de mi bosque personal, digo ‘parte’, porque en este carrete faltan muchos de mis árboles, y también porque un yuimaru es una red en constante cambio y evolución. Feliz semana.
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Nine Days
(Edson Oda, 2021)

¿Qué signífica estar vivos? Es un pregunta existencial difícil de contestar sin recorrer a recursos cinematográficos ya utilizados, emociones fáciles y clichés. Pero Edson Oda lo hace a través de una fábula metafísica muy imaginativa, con tonos controlados, pausados y con una estética visual potente. 
Unos maravillosos planos abiertos nos muestran una casita aislada en el medio de un desierto, en una dimensión indefinida, en la que el amarillo de la tierra seca abraza el azul del cielo. El hombre que allí vive, Will, observa la vida de algunas almas a través de una pared llena de pantallas. Cuando una de ellas fallece y otra alma puede coger su sitio, Will entrevista durante nueve días a unos candidatos, unas almas en el limbo, que esperan ser seleccionadas para convertirse en personas en la tierra. Tan solo una de ellas será la elegida y las que no superen el proceso de selección, sencillamente desaparecerán. 
Las emociones del mundo real _les explica_ son mucho más intensas que las del mundo que conocen, y no cualquiera está preparado para ellas. ¿Quien será el/la más adecuado/a para la difícil tarea de vivir? La respuesta no es obvia.

Empieza entonces una sucesión de pruebas, de enigmas morales y de observaciones de las vidas ajenas a través de esas pantallas. Las respuestas de los entrevistados son tan variadas como lo es la humanidad misma. La cámara se acerca a los actores y los planos se cierran entorno a los rostros de los protagonistas, sus emociones, sus anhelos, sus miedos y esperanzas. A partir de aquí la fuerza del filme se concentra en los diálogos, en el guión, en la interpretación actorial. La película se vuelve casi teatral. Empieza a fluir lentamente, pero no pierde impulso, gracias a los muchos elementos de reflexión que plantea. 

El final recuerda visualmente, por diseño de escenario, ángulo de la cámara, movimiento rotatorio de la cámara en mano, y también por la belleza de la fotografía, al universo del último Terrence Malick. Y no solamente: Oda le debe algo también a After Life de Kore-eda (uno de mis directores favoritos) y a la película de animación Soul de Pixar que ya trataron este tema antes. Sin embargo, Nine Days celebra la experiencia de la vida de una manera original, sin inducir al sentimentalismo fácil que suele acompañar este mensaje. Conmueve, pero de manera sutil y con profonda atención a los detalles de cada una de las existencias y los escenarios.

La vida es dura. Para algunos, muy dura. Oda no ahorra en concienciarnos del dolor que la vida conlleva. Y a veces ese dolor es invisible. Nos habla de pérdidas, de depresión, de soledad existencial, de suicidio, con delicadeza. No nos vende tal cual el cuento simplista de que la vida merezca siempre ser vivida. Sin embargo permite el paso a una rendija de luz, un soplo vitalista, a través del personaje de Emma, y deja que la belleza de los pequeños y sencillos momentos de disfrute sensorial o emocional se revele sola, a través de las imágenes. Pisar descalzo la orilla del mar, escuchar música, ir en bicicleta, tomar una cerveza con amigos, ver un niño reír, siguen mereciendo la pena, para la mayoría de los seres humanos. Y el cine, cuando es bueno, también, claro que sí.
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Les amours imaginaires
(Xavier Dolan, 2010)
Me declaro fan incondicional de Xavier Dolan, enfant terrible del cine canadiense, y de su particular visión del mundo. A sus 20 añitos, edad en que la mayoría de nosotros aún estaba pensando en qué hacer con su vida, este chico ya estaba escribiendo, dirigiendo, interpretando, editando, montando su segunda película: esta. Y no es una película cualquiera, al igual que sus otros filmes tiene un estilo muy característico: diálogos subidos de tono, una estética costumbrista, exuberante y colorida, a veces videoclipera, una fotografía y un vestuario cuidadísimos, y una banda sonora ecléctica y descriptiva de las situaciones. Les amours imaginaires habla de amor no correspondido, dolor, amistad, conflicto, identidad sexual. Sin miedo a excesos.
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© Elena Panzetta
Amour
Olympus Pen EE2 + Ilford XP2 (Otoño 2021, Barcelona)
Una foto doble y un texto dedicados a eros: de todos los tipos de amor, el más efímero y fugaz. Una mano que agarra un instante, quizá un recuerdo.
Elle sait que l’amour est juste un état, une zone de passage. Et elle sait que après l’amour ce qui reste c’est juste un nuage de fumée, une trace qui s’étire et se dissipe dans le ciel, comme les avions qui flottent au-dessous de la maison de son enfance. Comme si rien n’avait changé depuis elle était petite qu’elle ésperait les voir tomber dans un nuage de fumée. Elle était prête a oublier le monde, à devenir quelqu’un d’autre. Elle sait qu’ils reviendront toujours à ce moment, à cette rencontre comme on revient toujours à son enfance avant de mourir.
(de la película: “Paris est à nous”, Élisabeth Vogler, 2018)
¿Existe el amor eterno?
La respuesta dependerá de lo que entendamos como “amor”.  El amor eterno puede existir, pero no si entendido como amor romántico o erótico. Los antiguos griegos empleaban 4 diferentes arquetipos para describirlo: eros, storgé, philia y ágape. Cada uno de ellos vibraba en una frecuencia distinta.
El eros es el amor pasional, carnal, el que se deja llevar por el deseo y la atracción; storgé es el amor familiar o fraternal, perdura en el tiempo y surge de forma sosegada; philia es similar a la amistad, también desinteresado, fraternal y libre de pulsiones, y por último, ágape es el amor puro, profundo e incondicional, el que acepta el otro tal y como es.
Ninguna de estas categorías es cerrada y a menudo coexisten en una misma persona o en una misma relación sentimental todas las frecuencias a la vez o en momentos diferentes. Pero cuando se habla de amor eterno, se hace siempre referencia a storgé, philia o ágape, ya que eros es el único que tiende siempre a mutar. 
¿Entonces por qué el tipo de amor al que se han dedicado más obras de arte, el que ha inspirado poetas, cantautores, pintores, dramaturgos, etc. ha sido siempre eros, el menos duradero de todos? Probablemente porque, aunque su energía sea fugaz, llega con fuerza dirompente que remueve e inspira. Y también porque es el más fácil de encontrar, sobre todo en la era moderna en la que todo va muy de prisa, nace y se extingue con extrema rapidez. El amor es consumido con la misma voracidad y rapidez con la que consumimos unas patatas fritas de fast food o una story de Instagram. 
La neurobiología dice que el amor es tan solo un impulso, que tiene una función reproductora, y un proceso bioquímico que desaparece al cabo de dieciocho meses. Por lo tanto, el matrimonio como unión eterna no es nada más que un constructo social. Eso plantea una cuestión fundamental sobre la validez del modelo monogámico de pareja en que hemos creído hasta ahora.
Hay amplia evidencia de que la gente sigue creyendo en la monogamía, pero también hay evidencia cada vez más amplia del carácter efímero y poco duradero de las relaciones, que en su mayoría se convierten antes o después en “un nuage de fumée”. Personalmente, creo cada vez menos en el modelo estandardizado de amor y de pareja.
Encontrar, o mejor dicho construir, un ‘amor eterno’ dadas estas premisas, es entonces difícil, porque cada vez creemos menos en ese modelo estándar de relación y cada vez estamos menos dispuestos a hacer concesiones.  ¿Cuánto esfuerzo es necesario para mantener una pareja feliz y duradera? ¿Es eso una especie de proyecto de ingeniería sentimental?
Quizá la solución sea por un lado aceptar que todo, también una relación de amor, puede tener una vida natural _nacer, crecer, morir_ y por lo tanto vivir las rupturas sin dolor.  Por otro lado quizá la clave para que un amor dure sea rebajar presión y expectativas y favorecer un amor un poco más libre, una mezcla armónica de eros, storgé, philia y ágape, en la que haya más aceptación y quede más espacio para el desarrollo y la transformación del individuo. 
¿Y vosotros/as, que tipo de amor habéis experimentado o estáis experimentando? 
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The Killing of two Lovers
(Robert Machoian, 2020)
Paisajes áridos, fríos y grisáceos de la América rural como metáfora de la desolación que acompaña una crisis de los sentimientos. Amplios planos estáticos donde los personajes parecen actores en un escenario. Rodada casi enteramente con cámara fija y casi siempre muy alejada de los personajes.
Un sonido incesante y molesto de fondo acompaña toda la película: el de una arma amartillada, para que no olvidemos ni por un segundo la ira, la furia que subyace en el alma, como lava a punto de estallar. Incómoda y sórdida, capta la atención del espectador desde el primer fotograma, disfrazándose de thriller sin serlo. Es, en cambio, un grito de dolor. Nos habla de sufrimiento y lo hace desde el punto de vista de un hombre herido e incapaz de aceptar la derrota.  Es fascinante ver como Machoian consigue describir los personajes y dibujar las emociones a través de una precisa composición del plano. Vemos todo desde lejos y eso hace que tengamos en el cuerpo una sensación de permanente nerviosismo.  El final se presta a diferentes interpretaciones, y abre un debate entorno al concepto de familia y a lo que significa un “happy ending”, jugando sutilmente con nuestras creencias.
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© Elena Panzetta 
 Los paisajes del alma
Widepix Panoramic + Ilford XP2 (Verano 2021, Portugal)
Rompo mi largo silencio bloguero con 3 fotos que hice a finales de junio y que considero emblemáticas de un estado de ánimo que me ha acompañado desde antes que empezara la pandemia hasta mediados de este verano.
¿Vemos lo que sentimos o sentimos lo que vemos? Quizá ambas cosas, a menudo la vida es un diálogo bilateral, no una línea unidireccional de causa y efecto. Sin embargo no tengo respuesta a esta pregunta, solo sé que el acto de encuadrar algo con una lente implica siempre una reflexión sobre lo que estás fotografiando. Y si te pones a reflexionar empiezas a ver más allá de la capa perceptible y más superficial de las cosas, más allá de su inmanencia. Mirar algo buscando significados es como ponerse unas gafas 3D: de repente ves formas, detalles y dimensiones que antes no veías.
Disparé estas tres fotos de manera impulsiva, porque sentí que conectaba con el paisaje o quizá que el paisaje conectaba conmigo. El panorama que tenía delante materializaba extrañamente mis sentimientos. 
1. Cementerio de anclas. Praia do Barril, cerca de Tavira. No imaginaba que existiera un lugar como este. Me pareció metafísico y creado por esa parte del cerebro humano donde se fabrican los sueños. En la realidad es un monumento conmemorativo a la ya desaparecida comunidad de pescadores de atún: 203 anclas rinden homenaje a la pesca del atún azul que se realizaba con técnicas tradicionales y que daba trabajo a más de 80 familias.  Pero a mi me pareció una especie de visión: el cementerio de todos mis sueños y proyectos muertos. De todas las veces que eché el ancla aquí o allá y acabé perdiéndola. Y, obvio, al perder el ancla el barco se queda a merced de la marea y del viento. Si existiera una metáfora visual de ese aspecto de mis últimos años, sería este lugar, no tengo duda.
2. Saida. La salida, pero... ¿hacia dónde? ¿Hacia la marisma inundada por un solazo de cuidado? ¿Sabéis esa sensación de cuando sueltan frases hechas de ayuda/autoayuda rollo ‘siempre hay una salida y blabla’ pero miras hacia la salida y ves un terreno impracticable en todas direcciones? Pues eso. Este paisaje me hizo gracia, me pareció un guiño a mi lado hater. No, amigues, a veces hay que quedarse quieta, aguantar y esperar, que sencillamente la salida aún no ha llegado.
3. El renacer. Cerca de la Praia da Marinha en el Algarve hay unas laderas de montañas llenas de arbustos quemados por un incendio pero donde la naturaleza está volviendo poco a poco a apoderarse de la tierra. El paisaje presenta un enorme contraste (que se apreciaría aún más si la foto fuera en color): de entre una vegetación de un verde claro muy encendido aún se yerguen unas ramas grises, desnudas, calcinadas pero medio engullidas por la mezcla alegre de hierbajos, flores y pequeños arbustos. La naturaleza a menudo tiene respuestas, en este caso esperanzadoras. Aunque las llamas lo arrasen todo, mientras haya vida, siempre volverás a brotar. 
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Weekend
(Andrew Haigh, 2011)
En estos días revueltos en los que se están produciendo muchos episodios de homofobia, os quiero hablar de amor y lo quiero hacer con una película que para mi es uno de los más bonitos y auténticos metrajes sobre relaciones homosexuales vistos hasta la fecha. 
Los mecanismos del amor son un misterio inescrutable. A veces bastan 48 horas para conectar con alguien de una manera profunda y trascendente. En tan solo dos días cabe un pequeño mundo de emociones que “Weekend” nos abre, palpitantes, y nos pone delante con la máxima naturalidad. Haigh no transita por clichés ni por caminos empalagosos. Los personajes se vuelven personas. La cámara entra en la relación y se mueve la mayoría del tiempo a mano, dándonos la sensación de estar ahí. Tomas cercanas que recogen las miradas de los protagonistas, y también largas para que los actores luzcan su capacidad de desenvolverse delante de ella. Los diálogos fluyen y es casi un milagro cuando la ilusión del cine es así de perfecta.  El hecho que desde el inicio la relación tenga una fecha de caducidad condensa aún más la pasión y convierte la historia en un cataclismo de emociones contrapuestas y sin embargo amortiguadas por la aparente tranquilidad de lo cotidiano. Esta joya del cine indie no se limita a explorar el tema del romance fugaz y punto. Hace también una reflexión sensible y vibrante sobre la fugacidad de los sueños y la homofobia encubierta y declarada de nuestra sociedad. Habla de sentimientos desde la perspectiva homosexual pero en realidad se trata de una historia de amor efímero e universal, que traspasa edades y géneros. Y, sobre todo, lo hace sin edulcoración. Es cruda, sucia, rebosa autenticidad y sinceridad, es tremendamente realista y por eso creíble, verosímil. Es de esas películas que se te meten adentro de puntillas y siguen resonando en el pecho un buen tiempo después de verlas.  
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After Love
(Aleem Khan, 2020)
Esta fue la última de 10 películas que vi de la edición de este año del festival D'A y posiblemente la mejor. Después de la muerte del marido, Mary descubre que el hombre tenía una doble vida. Sí, es un argumento muy manido (de hecho uno de mis recuerdos cinematográficos más dulces de la adolescencia es el filme italo-turco “Le fate Ignoranti” de Ferzan Ozpetek, sobre el mismísimo argumento), sin embargo la película de Aleem Khan consigue ser única y especial por varias razones. Destaca la soberbia interpretación de Joanna Scanlan, que personifica con tal realismo la contención del dolor, que al espectador se le encoge el pecho en más de una ocasión. La co-protagonista también convence y se aprecia el hecho de que el director evite controversias fáciles, presentando su personaje no como malo, sino simplemente como humano y antagónico. Una antítesis, esta entre las dos mujeres, que se materializa también en la escenificación de los espacios: pulcra y minimalista la casa de Mary, caótica y desorganizada la de Geneviève. Y no obstante, más allá de las apariencias, los mundos interiores de las dos mujeres divididas por el canal de La Mancha, se tocan. Como en la vida misma: a menudo, si somos capaces de quitar las máscaras sociales, estamos más conectados a los demás de lo que pensamos. Me ha deleitado la delicadeza con la cual se ahonda sin sensacionalismos en el tema de la asimilación cultural y la brecha entre culturas y también sobre el luto y la pérdida. Aunque el tema fundamental aquí en realidad es la aceptación incondicional de la verdad, un proceso largo y doloroso, imposible de llevar a cabo sin una buena dosis de fuerza y de valor. Es una película intimista y delicada pero nunca lenta ni aburrida: Khan consigue conferirle un ritmo narrativo dinámico a través del montaje en el que se suceden a menudo planos breves. La simbología diseminada por todo el filme se te queda en la mente por mucho tiempo más que la duración del metraje: por ejemplo una grieta en el techo de un piso que se viene abajo o unos personajes que permanecen erguidos sobre un acantilado que se ha desprendido. Imperdible.
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