Tumgik
#historias cortas
mister-kaplan · 1 year
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Reír y gemir juntos.
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Solo espero que estés donde estés, seas feliz, porque a mí tu partida me dejó vacía.
Gi.
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Hay una historia de amor clandestina entre la noche y yo, llamada insomnio.
— G'
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somos-deseos · 1 year
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Colapso Emocional:
No es más que el desorden y la acumulación de pensamientos frenéticos, estos pensamientos frenéticos nos conducen al cansancio, nos llevan a la ansiedad y la depresión.
Seguen ¸ . ★ ° :. :. . ¸ . ● ¸ ° ¸. * ● ¸ °☆
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jenn0ksblog · 2 months
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Me gusta imaginar que tumblr es un señor que está oculto en el último piso de un edificio y lee todas nuestras publicaciones, a veces sintiéndose identificado. Y con la intriga de saber quienes somos.
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verso-abstracto · 1 year
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Volveré a contarte mis historias más profundas y mis sueños más anhelados.
Regresaré a acariciarte mientras te llevo a un mundo imaginario donde el disfrute no es un pecado. 
Escribiré de nuevo en ti mis cortas historias no contadas que a lo largo de este tiempo se me han atascado en las manos y no han podido encontrar salida para la gran imaginación que a veces siento se me desliza.
Volveré a escribir y a soñar como lo hacía en aquel entonces donde creía en la verdadera felicidad.
Little Moon
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l6sadi · 15 days
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“El Mago Y La Serpiente” de Mike Mignola y Katie Mignola (Traducción al español)
Había una versión más vieja en la que usaba Canted (un asco de fuente).
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sopas1 · 1 year
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Me gusta pensar que estás mejor sin mi. Lo digo porque te quiero y aunque en su momento no lo hice de la mejor manera. Justo ahora te quiero bien.
Es mejor pensar que tú eres más feliz ahora. A qué yo no luché por ti lo suficiente.
Preferible saber que no me piensas. Que estás inmersa en tu bella vida, colmada de cariño, buena comida y risas. Así que no hay tiempo ni lugar para pensar en mi insípido recuerdo.
Me parece viable la idea de que tal vez fui la tormenta antes de tu arcoiris. Que era necesario ese proceso catartico para que pudieras abrazar lo mejor que estaba por venir.
Aún te quiero. Pero me gusta pensar que tú a mí no.
Porque si aún me quieres... entonces se me viene a la mente aquella frase que leí alguna vez: uno siempre cambia el amor de su vida por otro amor o por otra vida.
Es que prefiero sentir que en esta historia yo fui el único que salió perdiendo. Y que tal vez en algún momento yo también logré darle vuelta a la página; no tener estos recurrentes flashbacks de lo nuestro.
Porque si sientes que me has perdido.... entonces tal vez aún estemos a tiempo. Aún me tienes. Entonces se me viene a la mente aquella frase que leí alguna vez: Hay momentos en los que la vida te coloca a la misma distancia de huir o quedarte para siempre.
-Cronicas del Olvido. CR
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eliestrada · 21 days
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Eres mi luz en esta tierra salvaje. Una historia de Khal drogo x personaje masculino.
(La historia fue escrita en parte por mí, salvos unas cuantas situaciones que fueron para complacer una petición externa. Pero las bases principales, la trama y el personaje "Dhaevos" y su historia si son de mi creación).
En las vastas llanuras de Essos, donde el viento lleva consigo el aroma de la hierba y el eco de los cascos de los caballos, se alzaba un pequeño pueblo. Sus chozas de barro y paja se agrupaban alrededor de un pozo central, los animales de pequeños establos se alimentaban tranquilamente, y los habitantes vivían en armonía con la naturaleza.
Un día, como un torbellino de fuego y acero, Khal Drogo, el líder de los Dothraki, descendió sobre el pueblo, con el objeto de la conquista y la toma de recursos. Sus guerreros montados en sus corceles, con trenzas ondeando al viento, arrasaron los campos y saquearon las casas.El aire se llenó de gritos y el olor a sangre. En medio del caos, Dhaevos, un joven muchacho de ojos curiosos y manos hábiles, emergió de su choza. Era el antiguo aprendiz del sanador del pueblo, quien logro el título de su maestro, siendo conocido por sus habilidades para curar heridas y aliviar el dolor. Sus manos eran suaves y cálidas, y su corazón estaba lleno de compasión.
Khal Drogo, con su mirada fiera y su piel curtida por el sol, cabalgaba por el pueblo, a lo lejos vió a al muchacho, notando que no buscaba huir de la masacre, con un sentimiento de curiosidad se acercó y se detuvo ante Dhaevos. El joven sanador no mostró miedo; en cambio, sus ojos se encontraron con los del khal, y algo cambió en ese instante. Khal Drogo vio en Dhaevos algo más que un simple habitante del pueblo. Vio la sabiduría en sus ojos y la valentía en su postura. "¿Quién eres, y porque no peleas o huyes, muchacho?" gruñó Khal Drogo en su lengua gutural." Soy Dhaevos, el sanador", respondió Davos con voz firme. "No deseo luchar, eso sería inútil, y si huyo, no podría llegar muy lejos. Solo quiero ayudar a los heridos de mi gente". Khal Drogo lo estudió durante un largo momento. Luego, asintió. "Tus habilidades son valiosas. No te mataré. Pero debes servirme". Sabiendo que no tenía muchas opciones, Dhaevos aceptó su destino, el khal le permitió atender las heridas de los pocos sobrevivientes de su pueblo hasta que la noche se alzo imponente. Luego de la masacre khal drogo y sus hombres se marcharon, y Dhaevos con ellos.
Pasó los días atendiendo a los heridos dothraki, curando sus heridas de batalla y aliviando su dolor; a pesar de haber sobrevivido, la tristeza por la masacre de su pueblo lo inundaba, pero no se dejaba vencer por ella, si lo hacia entorpecería su labor, y si eso ocurría lo mataran por ser una carga, asi que asimilando totalmente su nueva vida, la acepto.
Khal Drogo lo observaba desde las sombras, sus ojos oscuros siguiendo cada movimiento de Dhaevos. El khal era un guerrero feroz, pero también un hombre de honor, y no veía necesidad alguna de que el chico muriera. No permitiría que nadie dañara al sanador. Notando que no toda su gente podía hablar la lengua del sanador, el khal tomo la decisión de enseñarle su lengua natal, sería un arduo trabajo, pero sabiendo que así el muchacho podria hacer mejor su labor.
Con el tiempo, habiendo asimilado rápidamente a lengua Dothraki, para sorpresa de muchos. Khal Drogo y Dhaevos comenzaron a hablar más allá de las heridas y las enfermedades. Compartieron historias de sus vidas, sus sueños y sus miedos. Khal Drogo admiraba la valentía de Dhaevos y su dedicación a su gente. Dhaevos, a su vez, veía en Khal Drogo algo más que un conquistador implacable. Veía al hombre detrás del título, al corazón que latía bajo la armadura de cuero. Una noche, junto a la hoguera, estando los dos solos, Khal Drogo tomó la mano de Dhaevos. "Eres más que un sanador para mí", dijo en voz baja, "aun no lo entiendo, pero solo contigo muestro esta parte de mi, te haz vuelto en mi debilidades y la fuente de mis fortalezas", guardo silencio un momento y luego continuo, "Eres mi luz en esta tierra salvaje". Dhaevos sintió su corazón latir con fuerza, no esperaba tal confesión del otro hombre, pero guiado por lo que le decia su corazón habló, "Y tú eres mi protector, mi khal, te haz vuelto lo mas valioso de mi vida". Así comenzó una historia de amor improbable entre un guerrero dothraki y un sanador. Sus mundos eran diferentes, pero sus corazones se encontraron en el espacio entre las estrellas. Khal Drogo aprendió a amar la ternura de Dhaevos, y Dhaevos descubrió la pasión ardiente que ardía en el khal.
En las noches silenciosas, cuando la luna brillaba sobre las llanuras, siendo la única testigo del amor de ambos hombres, Khal Drogo y Dhaevos se encontraban en secreto. Sus labios se buscaban, sus cuerpos se entrelazaban, y el mundo exterior desaparecía. No importaba que fueran enemigos en la guerra; en ese momento, solo existían ellos dos.
La gente del pueblo murmuraba sobre el extraño vínculo entre el khal y el sanador. Algunos lo veían como una traición, otros como un milagro. Pero Khal Drogo no se preocupaba por los murmullos, y el joven sanador se hacia de oidos sordos, si a su amado Drogo no le preocupan los murmullos de los demas, entonces a el tampoco. Mientras que a los ojos Khal Drogo, solo sabía que había encontrado algo más valioso que todas las riquezas del mundo: el amor de Dhaevos. Por su parte Dhaevos fue despertando la admiración y el respeto del pueblo Dothraki, la compasión y empatia que el muchacho mostraba a los que ayudaba es algo muy raro estre su gente, logrando que muchos lo comenzaran a ver cómo una bendición del cielo para su pueblo.
Y así, en medio de la sangre y el polvo, en un mundo donde las espadas hablaban más fuerte que las palabras, Khal Drogo y Dhaevos escribieron su propia leyenda. Una historia de amor inesperado para ambos pero que aprecian con ferviente intensidad.
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STILL HUNTING.
La última cinta nos transporta al futuro, año 2025, titulada "STILL HUNTING", es decir, aún cazando.
Dutch narra está última cinta anunciado su cumpleaños, 78 años y aún de cacería.
Cazar y ser cazado, lo único que lo mantiene vivo, conforme recuperan más y más tecnología alienígena, su estudio les permite lograr grandes proesas, así, Dutch ya casi al final de sus días, acepto la experimentación, los nuevos conocimientos tecnológicos hicieron que sus células dejen de envejecer, que casi teniendo 80 años, tenga el físico y resistencia de un hombre de 40 y más aún, ahora es más capaz y más letal que cuando enfrento al primer depredador, en 1987, la "OWLF", fue restituida, más grande y con más recursos que antes, uno de ellos Shaun Kiss, rescatado de la desaparecida "Stargazer", el hijo también científico de "Peter Kiss".
Pero no todo es bueno, la tierra pasa por un periodo de calor sin precedentes, hay conflictos y guerra por todas partes, más y más territorios se hacen ideneos para atraer cazadores del espacio, los ubican y los matan, pero siguen llegando, más y más, el número a aumentado hasta el triple en los últimos 10 años, con toda su campaña, el mensaje que Dutch quería enviar, era una amenaza, que vieran que los humanos no son presas, sino guerreros, pero dados los últimos eventos, el mensaje no tuvo el efecto esperado, más y más son atraídos porque ahora el hombre es un reto. El envío una advertencia, pero ellos lo tomaron como un desafío, quizás lo empeoro todo, pues es seguro que si ellos lo quisieran, podrían quemar por completo la tierra y a toda la humanidad con ella, su esperanza descansa en qué continuen perdiendo el tiempo con juegos de cacería y que eso le de tiempo a la humanidad para unirse y poderles hacer frente.
Hasta entonces seguirá moviendo se, seguirá cazando y con los ojos abiertos.
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mister-kaplan · 1 year
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Tu ponme caliente,que de mal humor me pone cualquiera.
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Lo único que pido es tener a alguien ahí para mí cuando los días se sientan interminables, cuando la tristeza y la desesperación me encierren dentro de un cuarto oscuro.
Lo único que pido es que alguien me recuerde que mi existencia le hace feliz.
Un abrazo cuando me vea, un mensaje de buenos días, un apapacho al final del día.
Pero al parecer es demasiado.
Gi.
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magadeqamar · 1 year
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Hacía tiempo que el silencio reinaba en aquella casa. Las noches eran eternas, oscuras, pesadas. Los días menos largos, enquistados en recuerdos. La tradición decía que había que apartarse de los caminos. Que las ventanas había que cerrarlas. Que los rezos debían durar hasta la primera luz del alba. Que las almas vagantes debían seguir otro camino, lejos de ahí.
Mi abuela me hacía el signo de la cruz en la frente y sobre la boca. Me arropaba y se aseguraba de que la ventana estuviera bien cerrada. Se sentaba a los pies de la cama hasta que me dormía. Luego, la noche y sus misterios reinaban en mi ausencia. [...]
“Las judías” ©ɱağa
Si deseas, puedes visitar la Trastienda: https://latrastiendadelpecado.blogspot.com/2022/10/las-judias.html
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somos-deseos · 11 months
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Una charla más profunda:
Quiero tenerte entre mis labios, susurrarte con mi lengua a roces, no a voces. Acariciarte, poder tranquilizarte, respirar junto a ti, comunicarnos y entendernos de mil formas con ese lenguaje universal.
Quiero que estés a mi lado, encima o debajo, donde prefieras. Que escondas mis temores y resaltes mis los colores. Escucharte recitar, entonar y cantar con los ojos cerrados, para retener mejor cada palabra que suspires. Salvarnos la vida debilitando a la muerte.
Y en los días que llueva por poder estar juntas bailando bajo la lluvia. En resumen: Te quiero a ti.
Por: Sara Levesque.
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BAGDAD 1978
(TEXTO COMPLETO INCLUYENDO LA TERCERA PARTE)
    He pasado tanto tiempo agonizando que no me había percatado de que ya estaba muerto. La muerte es solo un cambio de estado cuyo destino es el olvido de los demás. Al principio te recuerdan, hasta te añoran, pero poco a poco van rehaciendo sus vidas hasta que solo te conviertes en una foto perdida en un álbum. A veces, en fechas señaladas, hablan de ti y comentan aquel episodio ocurrido hace tanto tiempo, en el que aun se sentían cosas, tristes o alegres. Estoy muerto. No me ha dado tiempo a asumirlo y sin embargo empiezo a sentir un gran alivio.
     Todo empezó en Bagdad. Me ganaba la vida como reportero free lance y mis conocimientos de la lengua árabe me dieron una gran ventaja en esta profesión. En la España de 1978  ya era raro encontrar periodistas que pudieran defenderse en un inglés correcto. Que además hablaran árabe era prácticamente imposible. Y si había un asunto internacional que levantara pasiones, ese era el del conflicto entre el mundo árabe e Israel. El dos de noviembre de 1978 no podía estar en mejor lugar que en Bagdad.
     La Liga Árabe celebraba una cumbre para oponerse a los planes de Sadat, que buscaba lograr la paz con Israel por separado. Desde la revolución  de 1952, que llevó al poder a Nasser,  Egipto lideró la lucha política y militar de los árabes contra el estado de Israel, fracasando en todas ellas. Incluso Sadat, el ahora maldito, planificó y llevó a cabo la única de las guerras contra Israel en la que, aunque perdieron, los árabes ganaron. Fue la guerra del Yom Kippur, la fiesta de la expiación judía, en la que los ejércitos egipcios y sirios consiguieron sorprender a los israelíes y adentrarse en su territorio por primera vez. Era el seis de octubre de 1973 y los árabes consiguieron recuperar el orgullo perdido en 25 años de derrotas. Al menos ahora Israel tenía que tomarles en serio. La necesidad de paz que tenían un Egipto exhausto y un Israel rodeado de enemigos, animaron a ambos a aceptar en Camp David unos acuerdos que podrían llevar a la firma de la paz. Pero Sadat tuvo que pagar con el desprecio de sus antiguos aliados.
     Acababa de hablar por teléfono con Joaquín Perea, el redactor jefe de internacional de El Pais, con quien había cerrado un acuerdo poco antes de salir hacia Bagdad. La noticia que le trascribí no era muy larga. Apenas daba para una columna, pero era más que suficiente. Me quedaban unas pocas horas antes de tomar el vuelo hacia El Cairo, en donde al día siguiente iba a entrevistar al general Abdel Gamassi, que había sido cesado hacía apenas unas semanas como ministro de defensa. Gamassi era un obstáculo para el rais en su camino a la paz con Israel y decidió quitárselo de en medio. No había entrevistado a nadie tan importante en toda mi vida y estaba muy excitado. Podía ser algo muy jugoso si lo hacía bien, así que decidí aprovechar ese tiempo para pasear por el centro de Bagdad y tomarme un té en alguna de las terrazas de la calle Al-Mansur.
     Cualquiera que haya pasado apenas unas horas en alguna ciudad árabe sabrá que sus habitantes viven el tiempo de otra manera. No es que la vida sea más tranquila, no. La ciudad árabe es el ejemplo más evidente de entropía que se pueda encontrar en el planeta Tierra. El orden establecido es el caos. Las callejuelas de la medina son un laberinto indescifrable solo accesible a los iniciados. Sus habitantes van de un lado a otro en un aparente desorden, solo interrumpido por la llamada del muecín a una de las cinco oraciones diarias. Y sin embargo, este caos ficticio esconde un ritmo lento,  pausado. Todo lleva su tiempo y sus rituales. Desde la comida, muy elaborada,  hasta el comercio, donde el arte del regateo es algo obligado. Aquí no hay necesidad de llenar el tiempo. Uno puede estar horas sentado en un café sin hacer nada y sin sentir que está procrastinando.  Y eso es lo que me disponía a hacer en esas horas que me quedaban de estancia en Bagdad. Tan solo estar. Y ver pasar a la gente. Y hacer balance de mi vida.
     Al igual que una ciudad árabe yo también había llevado una existencia caótica, aunque no me arrepentía de ello.  En cierto modo yo la había elegido y también la había disfrutado. Pero había llegado el momento de echar el ancla al abrigo de un  puerto seguro, al menos si no quería perder definitivamente a mi esposa y, con ella, a mis dos hijos. Candela era una mujer extraordinaria, con unas enormes ganas de disfrutar de la vida. Era puro hedonismo. Yo también lo era, hasta el extremo de no querer asumir mi parte de responsabilidad cuando quedó embarazada. Sí, nos casamos, y como Dios manda. Pero desde entonces buscaba cualquier excusa para alejarme de ellos; era reportero y tenía que ganar dinero para pagar la casa, la comida y tantas cosas. Bien sabía yo que podía ganarme la vida de cualquier otra manera, pues no me faltaban recursos. Tenía pánico de esa vida, la que había amargado la existencia a mi padre, llena de sueños frustrados. Sin embargo, era consciente de que mi egoísmo había hundido los sueños de Candela. Su luz, su fuego, se estaban apagando por mi culpa y no era justo. Había tomado una decisión. No quería perderla, iba a estar a su lado.
     Había conocido a José Oneto dos años atrás, en una de esas reuniones festivas en las que políticos y periodistas buscan contemporizar, y desde hacía algunos meses me animaba a entrar en Cambio 16, en un puesto atractivo y mucho más tranquilo que todo lo que había conocido yo antes. Hasta entonces lo había rechazado,
-Gracias, Pepe. Ya sabes que yo soy poco de redacción. Se me caería el techo encima
A lo que él siempre contestaba,  -Sé que en algún momento dirás que sí. La aventura también cansa.
     No, la aventura no me había cansado, pero ahora tenía otras prioridades y había llegado el momento de decir sí. Además, la entrevista a Gamassi podía darme muchos puntos y quién sabe, podría ser el inicio de la carrera hacia la élite del periodismo. ¡Gamassi!. Se me había pasado el tiempo volando. Debía encaminarme ya hacia el aeropuerto si no quería perder el vuelo.
     Guardaba yo un mal recuerdo del aeropuerto de Bagdad. Hacía apenas unos meses cubría el viaje oficial que los reyes de España hacían a Iraq, para entrevistarse con el presidente de la república Ahmad Hassan Al-Bakr. El avión que trasladaba a la prensa llegó dos horas antes que el de los reyes y sin embargo no pudimos cubrir la recepción por el bloqueo y los malos tratos recibidos por el personal del aeropuerto, supongo que nada casual. Las dictaduras y la libertad de información nunca han sido buenas compañeras. En España eso lo sabíamos bien. Era un aeropuerto pequeño, viejo e incómodo, recuerdo del dominio británico desde el final de la primera guerra mundial. Pero Inglaterra había dejado un mal recuerdo entre los iraquíes y ahora era Francia la amiga fiel. Y francés era el capital que estaba construyendo el nuevo aeropuerto internacional y para cuya inauguración aún faltaban meses de trabajo. Así que me tuve que conformar con el viejo aeropuerto.
     Afortunadamente no tuve que esperar mucho tiempo para subir al avión. Tampoco era un último modelo. Se trataba de un boing 707 de comienzos de los 60 con los que el gobierno de Nasser había modernizado la flota. Era un modelo fiable, pero no me quitaba el pánico que tenía a volar. Alguien me dijo que eso era síntoma de inteligencia, pero en esos momentos hubiera preferido ser un idiota. O en realidad sí lo era ¡Hacerme reportero con esos miedos!  En otras ocasiones solía engañar al miedo con unos cuantos tragos de whiskie, pero estaba tan absorto con la entrevista a Gamassi que se me olvidó emborracharme. Había dos filas de asientos a cada lado del pasillo y a mí me tocó el último de la última fila. El de la ventanilla. Tuve que sortear las piernas de un tipo extraordinariamente alto y ancho. No mediría menos de dos metros diez y le calculo un peso de 130 kilos. Iba a ser un vuelo inolvidable. A mi lado, que apenas llego al metro sesenta, parecía Gulliver en Lilliput.
     El avión iba lleno y no tuve ocasión de cambiarme de sitio. Me entretuve en observar a los viajeros. Casi todos eran árabes. Sirios, iraquíes, egipcios, libaneses y algún que otro palestino. Había también algunos occidentales, casi todos europeos. Y tres individuos a medio camino entre oriente y occidente que llevaban en la cara el sello del Mossad. No habíamos despegado aún y ya estaba deseando aterrizar. El avión comenzó a moverse lentamente hacia atrás. Miré al techo, quizás para encontrar algo en lo qué fijar mi atención, pero no hallé nada de interés. Por el pasillo cruzó una azafata que me sonrió al toparse con mi mirada. Tenía unos bellos ojos oscuros que contrastaban con su elegante uniforme azul. Uno de los chicos de Sión volvió la cabeza, quizás para comprobar que la azafata tenía todo en su sitio. Era una cara difícil de olvidar. Tenía porte de galán francés, a lo Belmondo, y una mirada que helaba. Nada bueno podía pasar con ese personaje a bordo. Se trataba de Michael Harari, uno de los agentes más eficaces del Mossad. Hacía apenas dos años que había saltado a las portadas de la prensa con el asunto de Entebbe. Pero no todas las intervenciones de Harari habían salido bien. En 1973 intervino en el asesinato de un camarero marroquí en Noruega, al confundirle con uno de los terroristas que organizó la matanza de Munich en los juegos olímpicos del 72. No sé qué podía hacer ese individuo en el mismo avión en el que viajaba yo. Quizás fuese un regalo de Begin a Sadat. Un regalo envenenado.
     Mientras tanto el avión se encaminaba lentamente hacia la pista de despegue. Por la ventanilla podía ver cómo el coche guía dirigía al boeing por el camino correcto. Unos mecánicos comprobaban el estado del tren de aterrizaje de un avión de la Lufthansa. El sol comenzaba ya a ocultarse por el horizonte. La azafata volvió a pasar y debió verme una cara un tanto desencajada porque me preguntó, en un inglés de Harvard, si me encontraba bien. Con la mirada le decía que me sacara de allí, pero farfullé algo en algún idioma y se fue, dejándome otra sonrisa.  Los diez minutos que tardó el avión en llegar a la pista de despegue fueron interminables, a pesar de las coquetas miradas que me regalaba la azafata de ojos oscuros y uniforme azul, mientras nos explicaba qué debíamos hacer en caso de accidente. ¿Realmente alguien cree que se puede hacer algo en caso de accidente a diez mil metros de altura? Quizás sea por ese empeño religioso en asegurar la salvación de todos. A mí que me dejen en paz con la salvación. Yo lo que quiero es salir de aquí.
     El avión se pone en posición en la cabecera de pista. El mando de gases empieza a accionarse lentamente hasta alcanzar la máxima potencia, la misma que alcanza mi presión arterial. El ruido de los motores se me clava en la nuca. Estoy apretando con fuerza el brazo del gigantón que hay a mi lado, pero no me dice nada. Seguramente ni se ha dado cuenta. Comienza la carrera del despegue, el avión acelerando hasta que el morro comienza a levantarse. Cierro los ojos y sin darme cuenta rezo. ¡Pero si yo no creo¡ ¿Por qué esta vez el pánico ha inundado mi mente? ¿Por qué me da tanto miedo perder a Candela? ¿Por qué deseo estar más que nunca con mis hijos? ¿Por qué tengo tanto miedo a perder la vida?
     Por fin el avión alcanza la altura necesaria y pone rumbo a El Cairo. Se encienden las señales que indican que uno ya puede desabrocharse el cinturón de seguridad y fumar. El gigantón saca un paquete de Camel y me ofrece un pitillo. Yo no suelo fumar y me molesta que se haga en sitios cerrados, pero esta vez agradezco el gesto. Noto que la tensión se va disipando. Y sonrío. No sé cómo he podido perder los nervios de esa manera tan irracional. Pero ya pasó. Ahora puedo mirar por la ventanilla sin miedo y disfrutar de la altura. ¡Qué pequeño e insignificante se ve todo cuando estás en lo más alto¡ Así deben vernos los que manejan los hilos del teatro de marionetas. Con qué facilidad disponen de la vida de los demás. No es de extrañar que algunos se rebelen violentamente. Y no digo que lo apruebe, simplemente que no me sorprende. Recuerdo…
     Mi mente estalló en mil pensamientos. Por mi cabeza pasó una infinidad de imágenes, datos, informaciones a una velocidad muy superior a la que llevaba el avión. Ella se dirigía por el pasillo hacia el servicio situado justo detrás de mí. Al principio su cara me resultaba familiar, pero tardé un par de segundos en reconocerla. Hacía apenas unos meses un comando formado por palestinos y libaneses secuestró dos autobuses y un taxi en la carretera costera de Tel Aviv. Su objetivo era tomar la Kneset en la capital israelí y protestar por el acercamiento de Egipto a Israel. Pero el resultado fue una masacre con decenas de víctimas. Entre ellos una de las líderes del comando, Dalal Mughrabi, una atractiva palestina, de apenas 20 años, nacida y criada en el campo de Sabra. Pocos días después se organizó un homenaje a la ya mártir y heroína en Gaza, al que yo asistí como corresponsal. El acto culminó con el comunicado leído por Rashida Mughrabi, hermana mayor de Dalal, que juró vengarse de sionistas y traidores. Y Rashida estaba allí, en el avión, pasando a mi lado.
     Mi pánico se había desvanecido. Salió toda la fuerza del reportero que llevaba dentro, porque era plenamente consciente de que me encontraba en el epicentro de la noticia. No sabía si saldría con vida de allí. Pero, en ese momento, eso había pasado a ser una preocupación menor. En mi mente empecé a ordenar todo: Camp David, Michael Harari, Rashida Mughrabi. Intenté no perder detalle de los movimientos de todos los pasajeros porque sabía que, en breve, algo iba a pasar.
     Llevábamos ya una hora y veinte minutos de vuelo y apenas nos quedaban treinta para llegar a El Cairo. Algo me decía que esa noche no dormiría allí. Dos hombres corpulentos, de aspecto palestino, se levantaron llevando cada uno una pistola y una granada. Uno se dirigió hacia la cabina de tripulación, mientras que el segundo nos ordenaba a todos, en árabe y en un pulido inglés, que nos quedáramos quietos en nuestros asientos, asegurándonos que nada nos iba a ocurrir. También ellos se empeñaban en tranquilizarnos con la salvación, aunque dadas las circunstancias era más una burla que otra cosa. Y a mi lado, con la única separación del gigante, estaba ella, Rashida, empuñando un revolver, pequeño pero letal. La tenía tan cerca que podía oler su miedo y su odio. Y era este último el que dominaba. En sus ojos se leía la determinación de acabar con todos, incluso si hacía falta consigo misma. Ella también quería ser una mártir, como Dalal y se llevaría por delante a todos esos sionistas y traidores. En aquel momento el 707 se había convertido en un enorme féretro.
     El avión dio un giro hacia la izquierda. Poníamos rumbo sur, hacia el interior de África. No sabía cuál podía ser nuestro destino, pero estaba claro que no era El Cairo. Noté sobre mi brazo un peso enorme, algo comenzó a presionarme con fuerza, con mucha fuerza. Era la mano del gigantón. Levanté la vista hasta cruzarme con su mirada. Sus ojos estaban acuosos y me pedían un gesto de afecto, algo que le hiciera salir de ese agujero. Le sonreí mientras le daba unos golpecitos en la mano, para engañarle diciendo que todo iba a salir bien. Respiró profundamente aliviado y cerró los ojos. Rashida volvió la vista hacia nosotros para asegurarse de que no fuéramos a cometer ninguna tontería y al mirarme se quedó pensativa durante unas décimas de segundo, como diciéndome: “yo a ti te conozco, te he visto en algún sitio”.  A alguien le entró un ataque de pánico y se crearon  unos momentos de mucha tensión. Los dos secuestradores del pasillo se pusieron muy nerviosos, gritando a todos que se callaran y en un momento temí que a alguien se le escapara un disparo. No solo a los palestinos. Me fijé en la facción Mossad. Parecía que iban a tomar parte en el juego, pero luego decidieron que no era el momento. Salió el tercer terrorista y puso orden. Sin  duda era el jefe del comando, el que tenía más experiencia.
     Durante unos cuarenta y cinco minutos todo estuvo en calma. No habíamos variado  el rumbo y suponía que debíamos de estar entre Libia, Chad y Sudán, en pleno desierto. No podía ver nada a través de la ventana porque era de noche. Hacía tiempo que había dejado de ver luces de poblaciones. Por dónde íbamos no había mucha civilización. Y entonces ocurrió todo de repente. Los tres supuestos miembros del Mossad saltaron hacia los terroristas, sin duda con la intención de reducirlos. Al verse sorprendidos ambos levantaron el arma que llevaban con la intención de disparar. Al del fondo no le dio tiempo, ya que el agente israelí se tiró, con todo su peso, sobre él. Pero Rashida sí disparó. Dos veces. La primera bala alcanzó a Harari antes de que este pudiera conseguir su objetivo. La segunda impactó en una ventanilla, haciéndola añicos. El avión se descontroló y un gran número de objetos comenzó a dirigirse violentamente hacia la ventana, como si se tratara de una aspiradora gigante. Incluso el pasajero más cercano a la ventana fue succionado por ella en cuestión de segundos, sin que nadie pudiera hacer nada. El avión se despresurizó bruscamente, las mascarillas de oxígeno se soltaron y el pánico se adueñó del avión. El jefe del comando volvió a salir de la cabina. Ahora había cuatro pistolas dispuestas a ser disparadas. Y había cinco personas que empezaban a sentir los síntomas de la apnea, por la falta de oxígeno en el avión. La vista comenzaba a nublarse. Pero antes de perder el conocimiento Rashida decidió cumplir con su objetivo. Una lluvia de balas barrió el avión en toda su longitud, hasta que estalló y se partió en dos. Mi mitad caía libremente por el espacio, mientras yo, sin soltar la mascarilla de oxígeno, me acurruqué junto al gigantón a esperar el final.
David Balfour
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Mi amor de invierno.
Adorable criatura gélida,
naces del café y escarcha,
de abrazos y besos esquimales.
Mi animalito de cristal,
buscas llevar tibieza
a esos corazones
que pertenecen al polo norte.
Acostumbras a dormir siestas
y aprietas fuerte al abrazar.
-Hijadelsol
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