Tumgik
#maestro gato
morningditter · 1 year
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☆ Maestro Gato ☆
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jukeboxofjellycat · 2 years
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No es lo mismo pero es igual. 😆
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inufaiya · 5 months
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More drawings of the knight Dedede, this time using his powers (magic) in addition to showing a detail of his cape, he can transform it into a pair of pelican wings and tail.
This is an invention and gift from his master in magic (a rather important Halcandran, he is Ignus's father, who was not going to take advantage of the opportunity to get to know the mysterious pengu better), Marcus (for the same reason as the cat), Solaris and Silver (an almost white puff with white feathered wings who is a good friend of Solaris and father of a certain pearl champion xD) when he entered the order he was given as much freedom as his companions… Although he still prefers more be on land or sea than flying xD
+++++++++++++++++++++
Más dibujos del Dedede caballero, está vez usando sus poderes (magia) además de mostrar un detalle de su capa, lo puede transformar en un par de alas, y cola, de pelícano.
Esta es un invento y regalo de su maestro en magia (un Halcandran bastante importante, es el padre de Ignus, que no iba a aprovechar la oportunidad de conocer mejor al misterioso pengu), Marcus (por la misma razon que el gato), Solaris y Silver (un puff casi blanco con alas emplumada de blancas que es un buen amigo de Solaris y padre de cierto campeon perlado xD) le dieron cuando entró en la orden pueda tener tanta libertad como sus compañeros… Aunque aún y así prefiere más estar en tierra o mar que volando xD
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tweekweek2023 · 9 months
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¡Bienvenidos a todos!
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¡Tweek Week 2023, que se llevará a cabo del 17 al 23 de agosto, es una semana entera donde apreciaremos al personaje! ¡Cada día tiene dos opciones de temática que, con suerte, los inspirará a dibujar, escribir y apreciar a nuestro muchachito favorito!
Las interpretaciones de las indicaciones son libres, sin embargo aquí van algunas aclaraciones:
Día 1
Cumpleaños
Fiesta
Día 2
Primer beso
Fashion: Puede ser cualquier cosa de su guardarropa o simplemente algo en lo que te gustaría verlo.
Día 3
Ship favorito: Tu pareja o amistad con Tweek favorita.
El cosmos
Día 4
Phone Destroyer: Cualquier tarjeta Tweek en el juego “Phone Destroyer”: Diablillo, Wonder Tweek, Forajido, Warboy o Robin.
Tweek alt: ¡Cualquier subcultura! gótico, emo, punk, scene, kawaii, pastel, etc.
Día 5
Género fantástico: The Stick of Truth o cualquier cosa fantasía/mítica (bruja/gato, sirena, magia AU, etc.)
Monstruos: vampiros, hombres lobo, zombies, criaturas, etc.
Día 6
Trabajos: por ejemplo, músico, atleta, barista, artista, mucama, maestro, ajustador de seguros, etc.
Años 60/70: Cualquier cosa de esta época. Algunas subculturas/géneros para inspirarse son: hippies, punks, beatniks, mods, bikers, rockers, glam, disco.
Día 7
Mascotas: ¡cualquiera de las mascotas de Tweek (Stripe, su pájaro) o cualquier otra cosa con animales (por ejemplo, Tweek como gato o conejillo de indias)!
Temática libre: ¡Lo que quieras, diviértete!
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laestoica · 5 months
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"He vivido con muchos maestros zen, todos eran gatos".
Eckhart Tolle
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wingzemonx · 25 days
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 24
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24
Milk logró beber el Agua Ultrasagrada un poco más de tres semanas después de aquel día. Durante todo ese tiempo, su rutina fue más o menos la misma: despertarse temprano, dedicar un par de horas a calentamiento y entrenamiento físico por su cuenta, y luego realizar un poco de limpieza. Esto último no era necesario, pero tras un rato viviendo ahí, se sintió con la necesidad de al menos hacer eso. El resto día se enfocaba en perseguir al Maestro Karin por toda la torre, intentando cada día usar un poco de las cosas que había estado aprendiendo, y sintiéndose un poco más cerca cada vez (aunque no tanto como a ella le gustaría).
Cada tres o cuatro días, en parte para entrenar, y en parte para cambiar un poco la rutina, optaba por bajar por su propia cuenta la torre, al menos hasta cierto punto, para luego volver a subirla con sus propias manos y pies. Y cada vez que lo hacía, le sorprendía lo sencillo que le resultaba, al menos en comparación con la vez anterior. Le había tomado el truco a ese asunto más rápido de lo esperado.
En la última ocasión que bajó la torre, un par de días antes del gran momento, lo hizo hasta llegar a tierra. Upa y Bora la recibieron con emoción, deseando que les contara todo lo que había ocurrido. Ninguno lo dijo, pero Milk supuso que pensaban que había regresado al no poder lidiar con el entrenamiento de Kamisama; es probable que ella misma hubiera pensado lo mismo en su lugar. Pero no tardó en contarles la verdad mientras cenaba con ellos esa noche, sobre cómo el Maestro Karin no le había permitido subir al Templo Sagrado hasta que fuera capaz de beber el Agua Ultrasagrada
 No les había compartido, sin embargo, los detalles de lo que implicaba exactamente beber esa agua, pues aunque al inicio el “engaño” del Maestro Karin le había molestado, entendió con el tiempo que era su forma de incentivar a los que lograban llegar hasta la cima a mejorar, sin darse cuenta. Y si Upa algún día se animaba a hacerlo él mismo como decía, ¿quién era ella para revelarle el secreto? Era mejor que lo descubriera por su cuenta, así como había hecho ella.
No vio a Launch por ningún lado, por lo que supuso que había seguido el consejo de Tenshinhan y había ido con el Maestro Roshi a reunir las Esferas del Dragón. Esperaba en serio que tuvieran éxito.
Pasó la noche en tierra firme en esa ocasión, y la mañana siguiente volvió a subir la torre con las energías totalmente recuperadas, en bastante menos tiempo que la primera vez. Mientras subía, se dijo a sí misma que sería la última vez: obtendría esa agua pronto, a como diera lugar. Y esa resolución tuvo sus frutos días después.
Todo comenzó de una forma bastante normal, como cualquiera de los días anteriores. Tras terminar sus ejercicios y de limpiar un poco la parte de abajo, Milk se colocó su traje de entrenamiento (ya para esos momentos algo desgastado) y subió a la parte superior, en donde el gato ermitaño esperaba paciente. La vasija colgando como siempre de su bastón de madera, aguardando por ella.
—¿Estás lista? —le preguntó el Maestro Karin, impasible.
Milk asintió, y se colocó rápidamente en posición.
—Lo estoy…
Milk se lanzó sin vacilación alguna en contra de él, y como siempre Karin logró esquivarla con aparente facilidad. Pero igual como los días anteriores, Milk no dejó que eso la desanimara y siguió intentándolo una y otra, y otra vez por gran parte del resto del día, sin detenerse más que unos cuantos minutos a recobrar un poco el aliento, y luego seguir.
Karin se movía ágilmente por todo aquel espacio, y Milk corría detrás de él, intentando igualar lo más posible su velocidad. Un juego del gato y el ratón que ambos ya habían repetido demasiadas veces, y que para ese punto debería ya percibirse repetitivo…
Pero ese día era distinto. Para ese punto, los movimientos de la guerrera eran mucho más preciosos, y ya no debía esforzarse demasiado para igualar la velocidad del Maestro Karin. Era una diferencia abismal con el primer día, y ambos lo tenían claro.
 Luego de tantos intentos, y de tanto tiempo enfocada en esa tarea, Milk comenzaba a lograr encauzar sus pensamientos y su espíritu cada vez mejor. Y, como Karin le había dicho, también logró dejar de lado cualquier otra preocupación o problema; Gohan, Piccolo, Goku, y cualquier otra inquietud que no lo ayudaba a lograr lo que requería. Le había resultado difícil, quizás lo más difícil de su vida. Sin embargo, Karin había tenido razón desde el inicio: sólo hasta que entendió que lo único que ocupaba era alcanzar esa vasija, y nada más, fue cuando logró estar en la posición correcta para alcanzar su cometido.
—Muy bien —comentó Karin de pronto, en el momento en el que ambo se separaron, y Milk se tomó un momento para apoyarse en sus rodillas y recobrar el aliento—. Has logrado despejar tu mente al fin. Ahora eres capaz de predecir con mayor precisión mis movimientos, ¿no es así?
—Eso creo —respondió Milk entre jadeos—. Pero aun así no puedo alcanzarlo. Algo me falta, ¿no es cierto? Debo ser más rápida, más…
—Nada de eso —le cortó Karin con tono calmado—. Ya tienes la velocidad, los reflejos y la claridad mental necesarios. Lo único que necesitas en este punto, es encontrar una buena oportunidad.
—¿Oportunidad? —susurró Milk confundida, alzando su mirada hacia él.
—La mayoría no lo aceptará tan fácil, pero lo cierto es que las habilidades físicas y la estrategia son una parte crucial, pero no lo son todo. Muchas veces la diferencia entre ganar o perder un combate no radica en la fuerza o en la velocidad, sino en saber identificar la mejor oportunidad, y sacar jugo de ella. Sin ir más lejos, sólo en esta última ronda tuviste al menos cinco oportunidades perfectas en las que tenías todo en tus manos para quitarme la vasija, pero no supiste aprovecharlas.
—¿Cinco? —masculló Milk, incrédula—. ¿Habla en serio o sólo está jugando conmigo?
—¿Cuándo en todo este tiempo he jugado contigo, niña?
Milk no le respondió. Ciertamente la línea entre jugar y no, era un tanto difusa cuando se trataba de él.
—Anda, inténtalo una vez más —indicó al Karin con cierta severidad—. Y esta vez, en cuanto veas una oportunidad, no la dejes pasar por nada del mundo. Lánzate por ella con todo lo que tienes.
Milk asintió y de nuevo se colocó en posición. Respiró hondo, relajó su cuerpo y su mente, y volvió a cambiar a ese mismo estado al que ya se había estado acostumbrando. Era como sumergirse en un lago de aguas totalmente negras, rodeada de un vacío casi total en dónde sólo existían ella, el Maestro Karin, y esa vasija…
—Ahí voy entonces —exclamó el ermitaño, pero Milk lo escuchó un poco distante, pues todos sus sentidos estaban puestos en su objetivo.
Karin comenzó entonces a moverse con rapidez hacia un lado y hacia el otro alrededor de Milk, tan rápido que casi parecía como si simplemente desapareciera en un punto y apareciera en otro. Pero ese no era el caso, y Milk había aprendido a notarlo. En ese momento podía percibir sus movimientos, no sólo con sus ojos, sino el movimiento del aire rozando su piel, en su olor desplazándose de una posición a otra, en el sonido de sus patas contra el empedrado, e incluso en el movimiento de su ki que había comenzado a notar como líneas de luz dibujándose en el aire.
Tener sus sentidos tan en alerta de su entorno le provocaba una sensación extraña, similar a ver la luz luego de pasar días enteros con los ojos vendados. Era como si todo a su alrededor fuera más brillante y claro para ella por primera vez.
¿Era así como Goku veía el mundo todo el tiempo?
Una vez que tuvo totalmente claro los movimientos del maestro, Milk se lanzó hacia él, intentando predecir en dónde aparecería la siguiente vez, y acertando con una precisión aceptable, más no lo suficiente; al menos no los primeros intentos. Tras un rato de prueba y error, en un punto Milk se lanzó hacia un lado, extendiendo sus manos hacia dicha dirección, y no atrapó al hombre gato por apenas unos centímetros, y únicamente porque éste logró frenar al último instante antes de que lo alcanzara.
Pero fue en ese momento que Milk lo notó: su oportunidad, esa de la que el maestro tanto había hablado hace un momento. Pudo notar en esa escasa fracción de segundo como su movimiento rápido y preciso había tomado desprevenido al ermitaño, y ese último frenón repentino había sido más un movimiento desesperado que uno planeado. Y ese momento de vacilación era justo lo que Milk necesitaba.
Antes de que Karin pudiera recuperarse del todo, la guerrera se apresuró a girar su cuerpo por completo y lanzar una rápida patada circular hacia él. Sin embargo, Karin logró esquivar el ataque inclinando su cuerpo hacia atrás, y su pierna pasó a escasos milímetros de su rostro. Pero eso no la hizo titubear, pues aunque él logró esquivar la primera patada, no sería lo mismo con la segunda; o, más bien, su bastón no la esquivaría.
Tras fallar el primer intento, Milk siguió el mismo movimiento de la patada para girar de nuevo el cuerpo entero, y lanzar otra más con la otra pierna. Su pie en esa ocasión golpeó directamente el bastón de madera, que se escapó por el impacto de las manos del Maestro Karin con todo y la vasija que colgaba de él.
Ambos miraron azorados la vasija en el aire, dando vueltas sobre sus cabezas. Milk saltó con rapidez hacia ella una vez que recobró el equilibrio tras la segunda patada, pero el Maestro Karin se le adelantó, incluso atreviéndose a apoyar una pata en el propio rostro de la guerrera para impulsarse hacia arriba. La garra derecha del maestro estuvo muy cerca de reclamar la vasija, pero Milk alcanzó a tomarlo de su cola, y lo jaló con fuerza hacia abajo. El hombre gato gruñó con fuerza en cuanto sintió su cola aprisionada, y luego de nuevo cuando su cuerpo se estampó con el piso. Y entonces, aún con la marca roja del pie del Maestro Karin en la cara, Milk tuvo la vía libre para lanzarse con todas sus fuerzas hacia la vasija, que se precipitaba en esos momentos al suelo.
Milk atrapó el codiciado trofeo a mitad del aire, apretándole fuertemente con ambos brazos contra su pecho. Su cuerpo siguió de largo por el impulso del salto, y cayó contra el suelo, rodando por éste varios metros con todo y la vasija, hasta que se estampó contra el barandal y éste detuvo su avance.
—¡Ah! —exclamó con dolor al chocar su espalda con el barandal. Una vez que dejó de avanzar, se quedó quieta de espaldas, abrazando la vasija contra su cuerpo, al tiempo que respiraba agitada intentando recobrar el aliento.
Permaneció de esa forma por un largo rato, antes de que su cuerpo lograra reaccionar al fin. Se sentó lentamente, y colocó la vasija en el suelo entre sus piernas. La miró fijamente, casi sin poder creer que fuera la misma vasija que había pasado tantos días intentando conseguir. Recorrió sus dedos por la superficie, intentando cerciorarse de que era real; sí que lo era…
—Lo hice… —pronunció en voz baja, y sólo entonces la realidad de lo ocurrido pareció golpearla. Se puso de pie rápidamente, y alzó la vasija en el aire con ambas manos—. ¡Lo hice! ¡Lo hice! —exclamó llena de júbilo, con una sonrisa tan grande que apenas le cabía en la cara.
—En efecto, lo hiciste —añadió Karin con tono risueño.
Milk bajó la vasija y le echó vistazo al viejo maestro. Éste ya estaba de pie, y la miraba atento desde su posición. No podía ver sus ojos, pero presintió que la miraba con orgullo; o al menos eso quiso pensar.
—Entonces, ¿en verdad sólo contiene agua normal? —preguntó con curiosidad, agitando un poco la vasija de un lado a otro.
—Así es, sólo agua —asintió Karin—. Pero bébela, adelante. Te lo has ganado.
No necesitó que no se lo dijera dos veces. Milk retiró rápidamente el tapón, y pegó la boquilla contra su boca, dando un largo trago de agua fría que le bajó por la garganta. Estuvo unos cuantos segundo enfocada en eso, hasta que estuvo satisfecha y apartó el recipiente de sus labios.
—¿Y qué tal? —preguntó Karin con curiosidad.
Milk lo volteó a ver, y le sonrió satisfecha.
—Es el agua más deliciosa que he bebido en mi vida.
Karin se soltó a reír en ese momento, y Milk no tardó en acompañarlo.
— — — —
Milk se tomó un par de horas para descansar y darse un baño; lo que menos quería era ver a Kamisama sudada y sucia. Lamentablemente, no había mucho que pudiera hacer en lo que respectaba a sus ropas.
En su mente seguía aún repasando no sólo lo ocurrido ese día, sino durante todas esas semanas. Aún no podía creer todo lo que había logrado. Se sentía alguien muy diferente a la mujer herida y derrumbada que había salido de su casa y llegado a esas tierras con sólo una cosa en la mente. Ese tiempo en la Torre Karin le había servido bastante, y no sólo para entrenar sino también para calmar la gran tempestad que abrumaba su corazón y su mente.
Pero no podía dejarse llevar por la satisfacción que aquello le provocaba. Sabía muy bien que eso era apenas el primer paso.
—¿Estará bien que vea a Kamisama vestida así? —preguntó con consternación al tiempo que subía las escaleras hacia la parte superior, donde Karin la aguardaba—. Este atuendo ya era algo viejo, y creo que en estos días lo terminé de acabar.
—No te preocupes —le respondió Karin con tranquilidad—. Estoy seguro que Kamisama te dará con gusto un nuevo atuendo.
—¿Ah sí? Bueno, eso me tranquiliza.
Karin se aproximó con paso pausado, y se paró justo delante de ella.
—Como lo prometí, aquí tienes —dijo con seriedad, extendiendo en ese momento su mano hacia ella, y lo que en ella sostenía: un pequeño cascabel, igual al que le había dado a los otros antes de que se fueran.
Milk contempló aquello con un nudo de emociones en el pecho. Lo tomó con delicadeza en su mano, y lo sostuvo frente a su rostro, contemplándolo maravillada. Era un simple cascabel, sin nada especial. Y aun así, en esos momentos era para ella como el más preciado de los tesoros.
Se amarró el cascabel a su cinturón, disponiéndose a al fin dar el siguiente paso. Pero no sin antes tomarse un momento para girarse hacia el Maestro Karin, juntar sus manos al frente, e inclinarse hacia él con marcado respeto.
—Muchas gracias por todo, maestro. Jamás olvidaré lo que me ha enseñado. Y me disculpo por haber sido una molestia para usted todo este tiempo.
—En lo absoluto —respondió Karin con completa confianza—. La verdad de aquellos que han logrado subir hasta aquí y beber el Agua Ultrasagrada a lo largo de estos siglos, has sido la más prometedora de todos.
—Agradezco sus palabras —murmuró Milk con voz risueña, irguiéndose de nuevo—. Aunque no sé si creerle lo de prometedora, pero quizás si pude haber sido las más “encantadora”, ¿no es cierto?
Karin rio divertido por su comentario, pero no dijo nada para darle la razón o desmentirla.
Milk camino entonces hacia el barandal, se paró frente a éste, y gritó con fuerza al aire:
—¡Nube Voladora!
A su llamado, la nube dorada apareció en el cielo, y se dirigió directo hacia la torre, permaneciendo levitando justo a un lado de ésta, delante de Milk. Ésta la contempló fijamente, un poco vacilante.
—¿Aún dudas que podrás volver a subirte? —le preguntó Karin a sus espaldas.
Milk tardó un poco en poder responderle.
—Sé que me dijo que usted hizo que me soltara aquella vez, y que mi corazón no ha perdido su pureza, pero… aun así…
—Debes confiar más en tu propio corazón —indicó Karin con algo de dureza—. Recuerda lo que te dije: ese corazón será tu mayor arma. Si tú misma dudas de él, entonces no habrá nada que puedas hacer. Confía y salta.
Milk suspiró con pesadez. A pesar de lo que él decía, una parte muy grande de ella en efecto dudaba. Pero si algo había aprendido de su entrenamiento ahí, era que no podía dejar que las dudas y los miedos la paralizaran.
Se subió de un salto al barandal, y luego dio otro más pequeño hacia la nube. Cerró los ojos, preparándose por dentro para lo peor, pero no fue necesario. Su cuerpo cayó en la suave estructura de la nube, y para cuando abrió de nuevo los ojos, se encontraba sentada sobre ella totalmente segura.
Volvió a suspirar, pero esta vez llena de alivio, y con una mano presionaba su propio pecho.
«Aún sigo siendo digna. Muchas gracias, Nube Voladora…»
—¿Lo ves? Todo está bien —comentó el Maestro Karin, aproximándose hacia el barandal—. Antes de que te vayas, sin embargo, necesito decirte algo importante.
Milk se giró con toda y la nube hacia él, observándolo con atención.
—En el tiempo que estuviste aquí, no sólo te has vuelto mucho más fuerte, sino que has desarrollado una nueva habilidad que te será muy útil en los combates que han de venir. No te mentí al decir que eres el más prometedor de los guerreros que he tenido el honor de entrenar.
Hizo una pausa en ese momento, y agachó su cabeza.
—Sin embargo, lamento decirte que pese a la gran fortaleza de tu corazón y tu espíritu, tus habilidades físicas siguen estando muy por debajo de las de Piccolo, o incluso de las de Krilin, Tenshinhan, y los demás. En ese sentido, todos ellos han dedicado muchos años a pulir sus destrezas en el combate, por lo que te costará bastante más que unas cuantas semanas el poder siquiera estar a su nivel. Y la fuerza de los enemigos que vienen de camino a la Tierra en estos momentos, está aún mucho más alejada que la de ellos. ¿Entiendes lo que te digo?
Milk permaneció seria, escuchando toda aquella mortal advertencia que el Maestro Karin le soltaba. Sin embargo, ésta en realidad no tuvo un efecto tan drástico en ella como debía de esperarse pues, en realidad, era algo de lo que ella misma ya se había dado cuenta.
—Lo entiendo —susurró Milk en voz baja, girándose pensativa hacia un lado—. Su entrenamiento me ha hecho darme cuenta también de mis propias limitaciones, así que no aspiraría en estos momentos a pelear al mismo nivel que Goku y los otros, y menos con tan poco tiempo disponible antes de la llegada de esos Saiyajins. Pero tampoco es algo que desee hacer. Mi único fin sigue siendo el de proteger a mi hijo; de Piccolo Daimaku, pero también de ese horrible peligro que se aproxima desde el espacio. Sé que no tengo poder ni control en nada más, pero el proteger a mi hijo será siempre mi misión como madre.
Karin asintió, al parecer satisfecho con su respuesta.
—Entonces espero que el entrenamiento con Kamisama te dé lo que necesitas. Sin embargo, si aún después de ello sientes que no estás lista, hay una última cosa que le puedes pedir a Kamisama que te permita hacer para mejorar tus capacidades rápidamente. Conociéndolo, lo más seguro es que no acceda, pero no pierdes nada con preguntarlo. Después de todo, me di cuenta de que puedes ser muy persuasiva cuando te lo propones.
Milk lo volteó a ver, gravemente confundida por tan enigmáticas propuesta.
—¿Qué cosa? ¿A qué se refiere?
Los labios de Karin se extendieron en lo que parecía ser algo cercano a una astuta sonrisa felina.
—¿Qué dirías si te dijera que en el Templo Sagrado existe un sitio en el que pudieras entrenar lo de un año entero en tan sólo un día?
—¡¿Qué?! —exclamó Milk, atónita—. ¿De qué está hablando? No lo entiendo…
—Es uno de los secretos que Kamisama guarda allá arriba. Me refiero a la Habitación del Tiempo.
Milk lo siguió mirando sin comprender, pero eso no duraría mucho.
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llababosaart · 2 years
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─ Kitten, kitten 🐱💖
CHEQUENSE, HICE UN AU BIEN TONTO DE SPBNR PERO AHORA CON UN KAI GATO AJKSKJAKJSAJKS
Wachense, es una línea de tiempo en la que Kai llega al universo de Movie!Ninjago pero en forma de gato, gato que puede convertirse en un leon de fuego cuando activa sus poderes y de lava cuando está enojado o está usando el lo maximo de su poder
o sEA QUE CHIDO JAJA No es innovador ni nada, pero me dieron ganas de hacer algo XD (si te interesa un poquito puedes darle en "Seguir leyendo"- )
- La primera imagen es evidentemente Cole, la segunda imagen es mandada por Nya
🌻▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄🌻
Fic from - KittyDemon9000
🌻▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄▄🌻
Twitter: ------> @/LLaBabosa_Art Deviantart: --> @/LanksYaker Instagram: ---> @/LLaBabosa12
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Es lo mismo de siempre, Kai no sabe que pasa con su cuerpo hasta que mira un charco de agua y ve su reflejo para darse cuenta que ahora es un gato con un collar algo incómodo con una placa con su nombre pero con varios borrones en el, Se olvida de la situación cuando ve al otro lado de la calle a Green, viendo que se encuentra en una situación de peligro, Casi como si fuera un milagro del FMS se convierte en un Leon de fuego espantando al chico con el cuchillo y llevando a Green como un gatito bebé (agarrando la gorra de sus sudadera) lejos de aquel lugar, cuando siente que es un lugar seguro deja Lloyd en el suelo con cuidado y vuelve a su forma de gato. Aunque Lloyd está agradecido con el gato esta aun en shock y asustado por lo que acababa de suceder, es entonces que se da cuenta que su ropa (justamente el lugar en el que el gato acaba de agarrarlo para huir del callejón) estaba chamuscada gracias al olor a quemado que emanaba, De cierta forma se molesta pero lo deja pasar porque no sabe en que más había terminado la situación si el gato no lo hubiera salvado.
Luego de una platica extraña y mensajes indescifrables que el gato intentaba darle Green y ver lo realmente pequeño que es, quiere quedarse con el gato porque siente una conexión especial con él (ademas de que lo salvó de ser asesinado) pero se da cuenta que no puede quedarselo ya que su madre es alergica a los gatos y porque el edificio de apartamentos en el que vive no permiten mascotas, aun asi a escondidas se quita su sudadera para esconderlo ahí y se lo lleva a su hogar, afortunadamente su madre no le pregunta porque no tiene su sudadera puesta y va directo a su habitación.
Le cuenta a sus amigos la situación y al principio no le creen y piensan que solo quiere dar una excusa de porque su sudadera estaba quemada del gorro (pensando seguramente porque hizo algo tonto) y quiere tener un gato bebé que se encontró en la calle, Pero al dia siguiente salen multiples noticias del avistamento de un leon por las zonas cercanas al callejon en el que lo habian agredido anoche siendo el unico testigo que lo vio aquel chico con el cuchillo, cuando lo lleva al almacén se dan cuenta de algo raro y es que el gato no es un gato bebé si no un “gato herrumbroso” que para nada deberia estar rodeando la zona y mucho menos deberia ser domestico… Sin embargo está ahí, siendo muy manso cuando Lloyd u otro integrante del equipo lo acaricia o se acercan a él, Eso sí, con las orejas muy en alto gracias a su naturaleza de cazador, tambien se dan cuenta de la placa en su collar, solo que no se encuentra ninguna dirección o numero al que asistir unicamente un nombre, del cual solo descifraron una de las dos palabras escritas en el “Smith”.
En ese pequeño rato se encariña con el gato (especialmente por su altura, porque parecia una cria de gato) olvidándose completamente del hecho de que podía convertirse en un león de fuego gigante-. El maestro Wu llega y los regaña porque no estan haciendo su entrenamiento diario pero al instante intentan explicarle la situación, Se niega a tener al gato en el almacén o en el barco, pero al ver lo dispuestos que están sus alumnos en tener al gato acepta con una condición “Únicamente cuando ellos estén en la escuela, en las misiones o cuando Inicie un ataque” Esto les basta al parecer y deciden cuidar al gato entre ellos, dejándolo a cargo de algún integrante del equipo cada 3 días (a excepción de Lloyd por desgracia XD) y de vez en cuando dejándolo con su maestro (quien termina encariñandose con el gato también).
Cuando sucede el primer ataque de la semana el gato (Smith) parece estar muy ansioso e inquieto, Wu hace todo lo posible para no dejarlo salir del almacén pero sus intentos resultan infructuosos por el mismo gato que resulta ser más inteligente de lo que pensaba, trata de perseguirlo ya estando fuera de "su lugar seguro" hasta que se encuentran con un grupo de enemigos. Gracias a que estaba distraído logran atrapar a Wu y cuando estan apunto de llevarselo Kai vuelve a transformarse en aquel león que Green había descrito cuando encontró al gato, logrando asi enfrentarse a su atacantes y llevandose a Wu de vuelta al almacén, para despues de dejarlo irse corriendo en busca de Lloyd.
y no se como desarrollar lo demas la neta-
Nada, no es nada relevante pero hice un dibujo de Kai gatito y quise hacer mas dibujos de Kai gatito pero me encontre con esta imagen
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Y ME IMAGINE TODA LA HISTORIA APARTIR DE AHI JAJAJA
Es facinante como funciona mi cabeza, Aun faltan 4 dibujos pero solo tengo estos dos terminados y ya queria sacar esto-
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monvria · 1 year
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Hermana mía, hermano mío.
Resumen: La fraternidad, bella como es, acopia odas para sí; pero ella es complicada, más aún entre inmortalidad condicionada.
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Llegan a Cartagena y desembarcan rápido. El viaje, dentro de lo que cabe, ha sido ameno o por lo menos no tumultuoso, y han llegado en la hora cronometrada tal como se había planeado. Rodrigo está aquí porque ahora, tal como le han dicho, ha quedado subordinado a Nueva Granada. Le consta al chico que esto ha provocado pleitos en sus ciudades importantes, las autoridades están vaticinando un y mil hechos aún no sucedidos, temen que Nueva Granada no sea tan indulgentes como lo fue Perú y que corten esos grados de autonomía que han tenido a lo largo de los años.
Pero Rodrigo no está acá para resolver esos embrollos, ni siquiera discutirlos ni nada. Esta acá porque, por insistencia, debe ir a conocer a Nueva Granada tal como lo hizo antaño con Perú. Quien está a cargo de él en la pequeña comitiva le comparte un poco de lo que sabe; primero, no irán hasta Santa Fe, sino que el encuentro será en Cartagena; segundo, a quien le deberá pleitesía es a una mujer; tercero, no es más mayor que él.
No es mucho pero es lo suficiente, suficiente para hacerse ciertas ideas en la cabeza y ningunas de ellas logran cuajar en su imaginario. Solo espera que en trato sea igual que Miguel, sino mejor, y si es lo contrario no le queda más que apechugar.
Cuando entran a la vivienda no hay celebración ni ceremonia, no hay nada. Solamente quienes lo han estado acompañando y quienes, supone, viven y sirven en esta vivienda. Ellos rápidamente se presentan, se saludan solemnemente y hablan a mil de diferentes tema, pero rápido unos de los hombres le llama y lo direcciona al fondo del vestíbulo y ahí está, Nueva Granada, con dos personas al lado franqueándola. Lo han estado esperando, sabe.
Rápido se presenta, de forma bastante penosa, pero la chica no le recrimina ni comenta algo al respecto. Entonces se presenta ella, de una forma bastante mejor que él, mucho más, y medio se acompleja de eso.
Pero los encargados quieren que se conozcan como es, más a profundidad, y por eso le dejan a “solas” en una sala de la morada.
Ahí Rodrigo se da cuenta de la formas de la joven frente a él. Tiene modales impecables y por eso le da pavor; está todo tan mínimamente calculado que lo siente antinatural. Por ello es imposible que no venga a colación el recuerdo del trato de Miguel. Miguel también tenía modales impecables, pero cuando no había nadie lograba soltarse un poco de esa exigencia.
Quedan ahí metidos una hora y cuando sale solo sabe que ella se llama Catalina Gómez, pero que sin ningún problema puede referirse por su nombre y no por el apellido, que lo prefiere de hecho, y que le tratará bien, como debe de esperar. No hubo mucho más aparte de eso y presagia él que la relación que tenga con ella, cual sea que tengan, va a ser como mucho frívola, de subordinado a maestro, quizás más distanciada que la que tuvo con Miguel que solo existía por temas económicos, marítimos y portuarios y ya.
Pero esa visita no es la última y la siguiente queda es viviendo una temporada con ella, lejos de las tierras donde él tiene jurisdicción, cosa que se vuelve más cotidiano en él viviendo más en estas tierras que en las suyas, la cual visita apenas tres meses como mucho. El resto del año está bajo el techo de Catalina y así la conoce más.
Los domingos no se trabaja, es lo que dice el padre de la parroquia en el pueblo montañoso donde se han quedado esta temporada. Aprovechando ese día han ido a los potreros que colindan ya casi con la selva porque Catalina quería dar algún paseo por la zona, pero este paseo es de los que se interrumpen a cada tanto el paso, porque la muchacha cada que algo le llama la atención va y lo agarra y lo tantea en la mano; lo mira con una agudeza de gato porque algo que ha aprendido Rodrigo viviendo este tiempo con ella es que su curiosidad es mil veces más fuerte que la de él, por eso, piensa el muchacho, destaca tanto Catalina. Su empirismo la lleva a estar varios pasos por encima de él y no le sorprendería si esa fue una de las razones por la cual Antonio la nombró virreinato.
—¡Apaña!— Dice Catalina y toma casi desprevenido al chico que, por suerte, logra atrapar lo que le tiró. Cuando lo ve, del susto cae de culo porque en sus manos tiene una muda de serpiente. Catalina solo se ríe —¿No lo has roto, sí? No hay culebras en la zona, no se asuste— Pero Rodrigo le quiere replicar que si hay piel hay culebras, pero Catalina, sin voltearlo a ver, porque anda virando rocas a ver qué encuentra debajo de ellas, le dice que es raro que esté la serpiente justo donde ha mudado de piel.
Rodrigo no le puede replicar eso, porque desconoce si es cierto o no y, entonces, prefiere meter la piel en el zurrón que está cargado de todas las cosas que a ambos le han llamado la atención a lo largo del paseo. Si les pillan llevando basura a la casa más de una regañada les darán, pero Catalina es bastante perspicaz y sabe cómo esconderlo, si no, sabe qué decirle a sus cuidadores para salir endeble.
Catalina se para y se limpia las manos con la nagua y prosigue su camino. Está en su ambiente, en total plenitud, gusta más de estar en el campo y selva que del pueblo o ciudades, un contraste con él.
Se adentran en la selva y escuchan sus sonidos, pero lo que más se oye es una corriente de agua al fondo, posiblemente el río o la quebrada cercana al pueblo, donde su gente va y recoge el agua, y el cual llama poderosamente la atención a Catalina que ha salido corriendo hasta allá. Rodrigo grita y pide que le espere, que lleva el zurrón consigo y está bastante pesado, le hace ir más lento que ella a pesar de ella ir en nagua y le toma un par de minutos llegar hasta donde está.
Catalina está sentada en una roca a orillas del río, con las alpargatas fuera y los pies metidos al agua. La ve temblando, el agua está fría y aún no se acostumbra y ha quedado hipnotizada viendo el agua. Siempre hace eso ella, quedar en blanco cuando está en un río o una quebrada, incluso delante de un riachuelo; hay algo que la hace ponerse en ese trance y el cual él nunca ha podido desvelar el porqué, y ella tampoco le dice, porque eso es una maña que ha captado de ella, que resguarda fuertemente ciertas cosas de su forma de ser.
Y sigue aún muy inmiscuida para sus adentro que cuando el otro le alcanza y le posa las manos encima de los hombros hace sobresaltar a la chica, quien entonces contesta con agarrarle por los hombros y tirarlo hacia abajo, quedando bruscamente sentado al lado suyo. Pero quitando ese pequeño percance, al igual que ella, él ha quedado viendo al infinito, no hacia el agua sino allá, hacia la selva.
—Cuéntame algo, Rodri— Dice Catalina. Rodrigo se le queda viendo a lo boboleto.
—¿Qué?
—Me lo debes porque cada noche, cuando no puedes dormir, vas y me buscas solo para que te cuente cuentos.
Sí, tiene razón Catalina, pero Rodrigo no es un buen cuentista, no es su don y por más que piense es incapaz de inventarse todas esas historias que a Catalina le resulta tan sencillas de crear. Sea cual sea el cuento de ese día, es totalmente nuevo y refrescante.
—Si cuentas algo, lo que sea, le contaré algo personal mío— Fue la propuesta expedida de Catalina para con él. Le sorprendió y no quiso descartarlo; en todo lo que llevan viviendo juntos es raro que la muchacha diga algo de sí misma, cuestiones personales, es reacia a contarlo y lo poco que sabe han sido cosas tan banales que a veces le sorprende que se lo haya ocultado.
—¿Es así?. . . — Le dice, viéndola a la cara antes de volver a mirar hacia la selva recordando hechos de dos siglos atrás —Mi nombre. . . fue en honor a ese hombre que exploró mis costas— Pero piensa y después añade— Nuestras costas—
Pero para aquella época Catalina sabe que sus costas no eran suyas y, muy posiblemente, las costas de él tampoco fueran de él.
—Este señor— Prosigue el chico —No recuerdo el nombre pero sí el apellido; Núñez de Balboa es. Bueno, ese señor me dio el nombre, en honor a ese explorador llamado Rodrigo de Bastidas— Antonio poco lo vio en aquel entonces, sino que nada. Rodrigo estuvo más al cuidado de estos señores españoles que del propio España. Aun así recuerda una vez estando en Acla Antonio lo vio y se le acercó, y recuerda vívidamente el «¿Cuál nombre le dieron?» y él contestó «Rodrigo» y le sonrió —Ese fue el nombre, el apellido vino después, un siglo después cuando en Natá de los Caballeros, que es un poblado yendo hacia el oeste de mis tierras, había un cura que me cuidó un tiempo y le agarré tanto cariño que le dije que me diese su apellido—
Es cierto y al mismo tiempo no. En efecto, su apellido «Ayala» es por ese cura, pero él ya poseía un apellido para ese entonces. Su segundo apellido «Dávila» le es sencillo de rastrear, sabe muy bien quien se lo dio fue Pedro Arias Dávila que, que en su rivalidad con su propio yerno y viendo cómo el nombre de Rodrigo se lo dio él, quiso hacer lo mismo, pero como todos ya lo conocían por ese nombre no le quedó de otra que apellidarlo dándole su propio apellido y utilizarlo, en parte, como una burla para con el propio Balboa. Para ese tiempo, por edad, no captaba todo ese hecho rancio. Ahora, estando más grande y pensando en ello no le da más que un gran pesar.
Pero más pesar le dio compartir apellido con él, quien fue parte fundamental del porqué ya no recuerda si tuvo padre o madre, abuelo o abuela. Antes de España, Balboa y compañía no recuerda casi nada, como si el mero hecho de vivir bajo el yugo de Pedrarias fue lo suficiente como para intentar olvidar cualquier cosa antes de ellos. Quizás por eso queda tan anonadado viendo la selva y porque prefiere los pueblos y ciudades a éstas.
—¿Eso es todo? —¿A poco quiere algo más?
Catalina se ríe. Le está vacilando, pilluela que es —No, no. Está bien, ganas por hoy— Vuelve ella a ver al agua, ve su reflejo y las pequeñas ondas que nacen por mover su pie aquí y allá. Hay alguno que otro pececillo nadando por ahí, acercándose cada vez más al pie de la joven que, cada que mueve, asusta al animal y se esparce por ahí —Le podría ser recíproco y contarle sobre mi nombre, pero le diré sobre otra cosa. Me gustan los ríos—
—Como si no se notara.
Pero Catalina rápido le pega a la espalda con la palma abierta, acción que suena, para hacerlo callar o mejor dicho interponer su autoridad a la de él. Le dio la palabra y nunca le interrumpió, exige lo mismo para con ella —Y los lagos, y los riachuelos, las quebradas también. El mar un poco, no mucho— «Me da miedo» quiere agregar, pero prefiere guardarlo —Porque me recuerda a alguien importante—
Su acompañante le mira con interrogación. Catalina en cambio se debate si decirle o no, no se lo ha dicho a nadie más, ni a sus superiores y no tiene por qué decirle al chico al lado suyo. Por mera jerarquía incluso lo puede castigar si se sobrepasa en preguntarle, pero cree ella que quizás sea eso necesario, decirle a alguien sobre ella y su relación.
—Madre, a mi madre me recuerda— Añade Catalina y vuelve a ver al agua, más cerca de lo que ha estado en todo este transcurso —Si miro al agua siento que la puedo ver, ella, su rostro, todo. Ella está ahí, viéndome también— Eso quiere creer, incluso quiere creer que esa mujer que recuerda con tanta efervescencia es su madre. Ve a los niños de diferentes poblados y algunos tienen padre, pero todos tienen una madre y desde siempre se ha preguntado cuál es la suya. Esa doña, quien cuando ve al agua a veces se le aparece, si hace eso significa algo y quiere creer ella que es una conexión entre ambas, y si es eso, una conexión, quiere pensar que es una de madre e hija como ve en los pueblos y sus habitantes.
Rodrigo se acerca más al agua, copiando lo que ha hecho Catalina, a ver si puede visualizar lo que sea que ve dentro de allí pero Catalina, quien por fin ha salido de su trance y ahora le invade el miedo porque ha sobrepasado el dar información más de lo necesario, quiere evitar que el otro indague más y como acción solo se le ocurre meter rápido una mano, agarrar agua y tirárselo a su acompañante para que se le quite cualquier atisbo de pregunta que pueda tener. Y le funciona, porque él se embravece y hace exactamente lo mismo y acaba en una guerra de tirarse agua a las orillas del río. Es un método muy infantil para evitar hacer frente, piensa Catalina, pero a las finales aún sigue siendo muy joven y el otro igual y aquí nadie les ha visto, solo han sido ellos dos y como mucho, espera ella, su madre también.
Cuando terminan su guerra de echarse agua, se piden no volver a contar sobre ello, porque ambos ahora quieren que esa información que se han compartido no sea oída por otros aparte de ellos. Ahora sí, ya jurado lo dicho, han salido huyendo de ahí porque ya es tarde y no quieren meterse en problemas, sobre todo Catalina quien en su posición le pesa más. Pero como si la vida les odiase, justo cuando intentan cruzar la cerca, puesto que en la vivienda donde han quedado es la única en todo el pueblo con el perímetro cercado, se ha molido los dedos de su mano derecha al escalar el portón de cañazas. Ambos quedaron trasquilados. Rodrigo en un acto de caballerosidad se ha querido tirar la culpa pero Catalina no cede y se echa la culpa ella, diciendo que todo ha sido su plan, desde salir de aquí hasta escalar las cañazas y tal para entrar, y que por consiguiente el castigo solo a ella debe ser.
Quedaron igual de castigados, más a la susodicha que al otro, pero terminó con ambos volviéndose más cercanos. Para Rodrigo ya le ha disipado en parte el temor que le socaba ser subordinado a Nueva Granada. Para Catalina es más el hecho que ya no se siente tan sola como antaño.
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Ha quedado un buen tiempo viendo y reviendo la hoja en mano, como si del cielo le fueran a caer las respuestas. Sabe que su emancipación de España será bien recibida por su hermana, pero es consciente cómo le ha llamado durante esos diez años cuando prefirió ir por las sendas realista y no unírsele, denegando las solicitudes de Bogotá y Cartagena, incluso reventándole los barcos cuando mandó a una serie de incursiones para desterrar a cualquier realista del istmo e independizar el área como tal; quizás sea ella quien debería pedirle disculpas después de todos esos problemas.
Pero aquí está, buscando las palabras correctas para redactar la carta. Se ha decidido, claro está, de las tres opciones por la más plausible. Su élite le ha dejado claro que dinero no hay, en las arcas solo hay polvo y que debe de decantarse por una unión ante estos tres: México, Perú o Colombia. Rodrigo no sabe cuántas esperanzas haya tenido los dos delegados mandados por el Imperio Mexicano, pero sabe bien que no les debe de sorprender el no ponderar su solicitud; México le es tan ajeno como le fue su lealtad a España hace nada, poco conoce a los gemelos y lo mismo para aquellos que conformaron la Capitanía General de Guatemala quienes se les ha unido.
Sus autoridades eclesiásticas en cambio pugnan fuerte por Perú. Hablan y hablan maravillas del susodicho. «Recuerde don Rodrigo, que Panamá y Lima están más cerca entre sí que de Santa Fe». Hacen alusión a la historia y los hechos, que lo del siglo diecisiete fue un error y tiene la oportunidad de enmendarlo, si es que debe enmendarse.
Pero el resto, quienes en verdad tienen el poder, la economía y lo militar, insisten por la tercera opción y al muchacho también empieza a aceptarlo; tiene una corazonada y, en parte, están ahí sus hermanos, con quienes ha convivido a lo largo de estos siglos y quienes, quiera o no, lo conocen mejor y viceversa. El proyecto también le resulta convincente. Entonces, a pesar de la división entre opciones, casi no recibe ninguna negativa por decantarse en ésta, mas le han dicho que redacte la carta a ya sabe quién.
La cuestión es que no halla las palabras, porque siente que esto ya es una carta más personal que diplomática.
Tamborilea los dedos en la mesa y cree que se le ha ocurrido el mensaje perfecto. Con pluma en mano escribe y escribe. A veces borra una línea que no le gusta, o no ve menester, y prosigue con su prosa hilando palabras, ideas, hechos. Está tan absorto que se le pasa el tiempo y cuando termina, ya la tarde hace presencia, pero tiene entre sus manos la carta perfecta y vuelve a transcribirla, esto sí, para quedar en una hoja pulcra en totalidad.
El mensaje está redactado de tal forma que no importa a cual hermano le llegue la carta, quien en verdad podrá captar el verdadero mensaje es Catalina.
Entonces no le debe de sorprender que sea ésta quien le responde, ya sea porque fue a la única que le llegó la carta o la única que se tomó la molestia, pero lo que en verdad sí no le debe de sorprender es la brevedad de la respuesta. Es un simple «Me complace» proseguido de un manchón todo extraño en la hoja, como un tachón, tan impropio de ella, de algo que es ahora ilegible. Pero a pesar de lo breve, sabe, todo lo que ha vivido así lo demuestra, que el júbilo que debe tener Catalina por la noticia es inmensurable.
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Los resoplidos que anteceden a las muecas es lo único que han hecho ambos hombres durante unos largos minutos. Llevan así, intentando detenerlo pero les es imposible. Francisco porque lleva desde hace cuatro días sin creer lo que ha hecho, y ver al responsable en la condición en la que está como castigo, no ha hecho más que intentar salir desde los labios una buena carcajada que hasta el momento ha hecho bien en evitar emitir. A Rodrigo no le importa que Francisco esté obteniendo gracia a costa suya, al contrario, están en las mismas que él de intentar no carcajear, más por verle la cara con mueca toda rara que hace su hermano en su dura batalla contra la risa.
Se lleva las manos y ladea la cabeza de un lado a otro para calmarse. Cuando cree que lo ha hecho, alza la mirada y ve a Rodrigo y vuelven a empezar de nuevo las muecas y resoplidos. Rodrigo solo puede sonreír de lado mientras cruza los brazos a la altura del pecho y ve hacia arriba, hacia el techo y sus vigas de madera.
Escucha un respingo, por el moquillo seguro —No lo puedo creer— Dice Francisco, Rodrigo sigue viendo al techo —Usted ha cometido tal salvajada. ¿Creyó que iba a funcionar?— Añade y no le importa esperar una respuesta, tiene todo pero es que todo el tiempo del mundo.
Rodrigo exhala y se toca el mentón, lo rasca, pensando en una respuesta correcta —Si le digo que sí miento— Responde —Pero no me arrepiento— Prosigue y se encoge de hombros.
Lo que no sabe Francisco es que él no ha hecho nada aún. Su pecado fue comentarle a Catalina que esto de Colombia era un fangal, que la ha hecho más mal que bien y que prefería constituirse como un país hanseático en una forma deliberada para corregir su metida de pata porque ahora, se pregunta, si no era mejor irse con Perú cuando sus clérigos se lo comentaron en aquella reunión hace cinco años atrás.
Entonces no le sorprendió que hace tres noches atrás, cuando andaba tirando pata por el monte de por ahí, le hayan retenido porque pensaron que intentaba irse del lugar. Aún con el aliento atorado en la garganta trata de aclarárselo a Catalina y aunque al final ella titubea en una intento de reconocimiento ante el error, termina igualmente por “castigarlo” por sublevación y como muestra de ejemplo, que no perdona a nadie aunque sea hermano suyo. Su castigo es privarlo de libertad durante un tiempo, en un cuchitril de celda, hasta que haya pagado por su insolencia.
Pero Rodrigo no se puede quejar, en parte, porque aún en su intentona de castigo ejemplar es nada comparado a otros. Reconoce que Cundinamarca le ha sido laxa y tiene más comodidades que alguien en su igualdad de condición. Solo se ha cebado en una cosa y cuando salga se lo hará saber, pero mientras tanto es como si estuviera encerrado en su cuarto, solo que mucho pero mucho más pequeño.
Por fin deja de ver al techo y mira a la cara de Francisco quien no le ha quitado mirada desde entonces. Ve también cómo en esa cara serena ahora cambia a preocupación, porque el Istmo se ha levantado de su lugar y se le acerca, se le acerca y sabe que no será para nada bueno. Cuando está en los barrotes le hace señas para que venga.
—Pancho.
—No.
—¿No? No de qué, sino te he dicho nada.
—No, no quiero. Cuando se refiera a mí como “Pancho” es porque algo trama.
Ahora es Rodrigo quien resopla y hace muecas. Tiene razón Pancho en parte. Desde esto de Colombia han dejado de lado referirse por sus motes que tuvieron durante la colonia. Coco, Cata, Pancho, Roro, Rodri no existen en sus vocabularios porque se han inmiscuido en este proyecto y ahora tratan de actuar siempre como adultos pensando que, eliminado ciertos atisbos de su niñez, dígase en este caso los apodos o recortes de nombres, les han conferido más madurez. Cuando son utilizados ahora es porque alguna vivarachez quieren hacer.
—Cómo somos los más desvalijados, los más pequeños y nuestro poder político es basura, digo yo que nos sale mejor separarnos de esta cosa, unirnos usted y yo y conformar un nuevo país. Al menos estaríamos en igualdad de condiciones, creo yo— Le comenta Rodrigo y éste sólo ve como Quito se vuelve a tapar la cara con ambas manos, encorvarse y, por fin, reírse sin impedimento. Rodrigo le acompaña con la sonrisa más ancha que ha lanzado en meses; se estira y vuelve a reclinarse de costado contra los barrotes. Saca un brazo para abanicar a su hermano, no vaya a ser que quede sin aire.
—¿Sabe qué significa cuando dos entidades conforman un país en “igualdad” de condiciones?
Rápidamente el Istmo vuelve a estirar el brazo entre los barrotes, a ver si puede alcanzar a Quito para propinarle un buen cascote por intentar entrever que él no sabe, pero como está lo suficientemente lejos se ha quedado el primero con las ganas —Por supuesto, y no se preocupe, no es necesario que compartamos lecho matrimonial; camas separadas hasta alcobas, que somos muy machos para que dos varones compartan cuarto aunque estén “casados”— Ahora carcajea Francisco y Rodrigo ríe.
—Tentador, tentador— Responde Francisco mientras restriega sus dedos en los ojos enjuagando las lágrimas de la risa e intentado que el moqueo no empeore.
Pero no añade más porque han recobrado rápido la compostura. Han escuchado pasos afuera y en cada segundo este se amplifica. Saben que alguien viene para acá y por ello han tomado sus posiciones originarias, se han quitado el habla y hasta las miradas.
Cuando entra Catalina no les sorprende, ni tampoco cuando no le dirige mirada alguna al Istmo mientras le pregunta a Quito cómo se ha comportado el retenido. Quiere Rodrigo burlarse de ello pero no está aquí para sumar una noche más en la chirola. Al menos Francisco es un buen cómplice y alaba el “buen” comportamiento que ha tenido su hermano todo este tiempo, sin añadir más ni menos información, lo suficientemente aceptable para que Cundinamarca por fin le de libertad bajo amenaza de volver hacer algo similar si vuelve a repetir lo cometido. «Habrá más castigos, peores incluso».
—¿Peores dice? Más me he sentido castigado por usted negarme el derecho a bañarme que por estar encerrado aquí. Huelo a rata muerta.
—Huele peor que rata muerta— Le contesta Catalina, pensando que su hermano le replicará, pero no pensó que su réplica vendría en forma de abrazo para pegarle el olor inmundo que cargaba encima. Para más inri Catalina no puede con la fuerza del otro y le es imposible despegarlo de sí. Está a dos de volverlo a encerrar si no fuera que justo ahí entra María, que entre risas intercede por él e impide que Catalina se vuelva a cebar con él.
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Hay un hecho que Rodrigo siempre dio fe de ello: Catalina no llora. No lo hizo de niña, ni de adolescentes y de adulta nunca lo vio. Máximo fue cuando en ciertas circunstancias poseía los ojos aguados, pero no escapó ninguna lágrima. Los únicos atisbos de vulnerabilidad eran esos, los ojos brillosos y el cambio de tono de voz por intentar que ésta no quiebre.
Para él, Catalina era infranqueable en ese aspecto. Felicidad, esperanza, irá, enojo, euforia, impaciencia, preocupación, culpa, todos eran sentimientos más que aceptables para su hermana ¿Pero tristeza? No, porque es la puerta a la vulnerabilidad, aquella que desde niña, cuando le dieron el Virreinato, ha hecho lo imposible por ocultar. Ha hecho de su propia persona una mitificación, de aquello que buscan y esperan de ella y lo ha cumplido a rajatabla.
Entonces le sorprende que cuando entra a su alcoba la ve hecha una bolita en la cama. Pareciera que no ha captado que hay un intruso en su cuarto porque no lo larga ni emite comentario alguno ni da muestras de reconocimiento a su presencia.
Aún tiene un poco de respeto a la privacidad de su hermana así que cierra la puerta detrás de él y se le acerca a la cama. Se sienta en los bordes de la misma y le toca el hombro pero ella sigue sin reconocerlo. Casi que parece un cadáver, porque no hay movimiento alguno más allá del sube y baja del pecho. Sabe que Catalina está en shock o en fase de duelo, porque no hace mucho se han largado Quito y Venezuela. Ha sucedido lo que los cuatro sabrían que sucedería tarde o temprano, ya desde el atentado contra el Libertador.
Admite que le sorprendió que los primeros días haya estado ella impasible, al menos por fuera, porque la conoce bien y sabe que ira es lo que burbujea desde sus adentros, pero lo ha ocultado lo suficientemente adecuado para que nadie más que él sepa de ello. Pero al parecer todos tienen un punto de quiebre y por fin el de Catalina ha llegado.
La agarra por los hombre y la moviliza de tal forma que la hace parecer casi que un muñeco de trapo. Están casi que de frente en un abrazo, y la mujer sigue sin verle la cara pues lo ha escondido en el pecho de su hermano, pero sus manos se aferran fuerte en donde están posadas. Escucha por primera vez quejidos. Son bajitos, casi que debe pegar su cabeza a la de ella para captarlos, pero ahí están. Ahora sabe que Catalina sí llora. Igual no la detiene por más que esté destrozando la camisilla que lleva puesta entre lágrimas y mocos de la susodicha; no tiene palabras para decirle tampoco porque él no sabe consolar, nadie le ha enseñado eso y si lo hace sabe que lo hará torpemente.
Solo le queda acompañarla que, para su gran sorpresa, ahora él también está en las mismas pero por razones diferentes. Mientras que Catalina llora por el fracaso de este proyecto llamado Colombia y lo que ha implicado, él llora por la destrucción de la imagen mitificada que tenía sobre ella, porque la imagen que ella vendió a sus mayores y jefes él también la compró.
Cundinamarca se aferra con más fuerza a él, tanto que seguro habrá dejado marcas en las áreas de la espalda del otro donde se ha agarrado. Rodrigo intuye que es una petición, que no la deje, que sigan juntos en un nuevo proyecto. Si Cundinamarca hubiera alzado la cabeza en ese instante y le hubiera visto a los ojos, sabría que el Istmo le dio una negativa a su solicitud. Por eso le sorprende que una semana después de aquella noche le hayan compartido la información que él se ha ido y que seguro intentará constituirse república tal como lo han hecho sus hermanos.
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A Rodrigo no le sorprende que cuando se acerca al balcón, allá en el segundo piso, vea abajo a su hermana practicando esgrima con su sable. La casa donde están es relativamente grande, pero no lo suficiente para seguir alargando este juego que es evitarse lo máximo posible el uno del otro.
Catalina, quien es ahora la República de la Nueva Granada, no le hizo gracia el último intento de separación de su hermano. No puede creer en parte que haya aprovechado la guerra civil para irse. Pero ahora, nuevamente, está bajo su techo. A su hermano no le sorprendió nuevamente un castigo por ello, pero vaya que sí el método.
Como antaño se la cortado libertades, pero en vez de recluirlo en un cuartito, lo ha hecho en la vivienda que llevan compartiendo desde hace más de tres décadas. Se podría pensar que es una situación mucho mejor, pero para el hombre no es así, porque al menos en un cuchitril sabe que no tiene libertad pero en la casa, todo libre para él y algo de sus alrededores, no, es un espejismo solamente. Lo sabe bien porque no puede irse más allá de las inmediaciones del mismo, porque cuando lo ha intentado lo ha parado en seco el caporal.
Su hermana quiere que esté siempre al lado suyo, tanto así que ya parece sombra suya. Solo ha salido de aquí cuando ella se va muy lejos del área. Confirmó esto una vez, cuando ella se largó de la casa por un mes entero. Le resultó raro y cuando pidió respuestas le han contado que no está muy lejos, a solo un día a caballo como mucho.  
Recuerda bien que esa vez el aburrimiento fue tan atroz que pensó que cayó en la locura, manifestándose en como él se dejó crecer el vello facial. Algo que comenzó como un arranque de locura (y curiosidad, en parte) lo dejó totalmente perplejo cuando vio que creció uno lo suficientemente satisfactorio, entonces se lo dejó. Por tanto casi se ríe cuando llegó su hermana de aquel viaje y lo vio. A la pobre le cogió un patatús y el hombre hizo bien en aguantarse la risa porque sabe que, al no reírse, hará rabiar más a su hermana; sacará conjeturas que se ha dejado esa pelambrera en la cara para joderla y ya, pero como no lo ha hecho, esto de reírse, ahora no sabe qué pensar la mujer.
La locura le salió bien y fue un buen vacilón y vio como en las comidas Catalina no podía  dejar de verlo, aunque lo intentara disimular. Para salvaguardar la salud de su hermana decidió cortarse la barba, pero se dejó el bigote y ahora es una constante en la mesa.
Una constante en la mesa porque es el único lugar donde se ven seguido. Se han evitado lo máximo posible, tanto que a veces es cómico. Si uno está en la planta principal el otro estará en el segundo piso. Si uno está al norte de la vivienda el otro seguro andará por el sur. En el este, en la biblioteca, al oeste en uno de los tantos cuartos que tiene la casa. Y así con cada recoveco de la morada.
Pero a Rodrigo ya le está pasando factura esto del aburrimiento, entre la libertad de mentiritas y evitar su hermana lo máximo posible, no tiene mucho con qué entretenerse. Ya la biblioteca se la ha pateado de arriba abajo, y debe admitir que tampoco es un hombre de letras, no al grado de su hermana. Solo le queda su queridísimo rabel, que por suerte se lo han podido traer. De sus posesiones es la que más atesora, más aún que lo adquirió por mano propia, antes de independizarse de España, cuando fue a Veraguas y un campesino de las montañas le vendió dicho instrumento. Desde entonces se ha dedicado día y alma a tocarlo, y le ha sorprendido que haya sobrevivido tanto tiempo en sus manos. Entonces se lo ha pasado en todo este cautiverio tocando su rabel, día sí y noche también, diferentes toques que recuerda cuando estaba en sus pueblos, cuando la muchedumbre se ponía a palmear y cantar.
Apoyado en el barandal del balcón ve como Catalina por quinta vez desde que presta atención estoca un tronco de madera. Está cansada la mujer, puede ver, la piel está brillosa del sudor y es bastante notable la respiración de la susodicha aunque él esté a esta altura y un tanto lejos. Cuando ella se voltea cruzan miradas. Ninguno de los dos osa quitarla y han quedado así, viéndose en todo lo que no se han visto durante este tiempo.
Cuando dejan de estar en ese duelo de miradas, su hermana desaparece de su vista; ha entrado a la morada y por algún motivo, por algún gusanillo del interior seguro, él permanece donde está.
Ha demorada bastante pero a las finales llega. Rodrigo supuso que la demora tiene una excusa simple: se fue a bañar. Porque Catalina quizás no sea tan caprichosa de su imagen comparada con María, pero aun así gusta de estar pulcra en todo momento y jamás permitiría estar con él estando toda sudada si el momento no lo amerita. Por tanto llega, bien aseada e incluso puede captar el olor a jabón de ceniza y se siente al lado de él, en este banco de dos plazas de madera.
En su mano lleva el rabel y sorprende a su hermano, quien tiene los ojos abierto de par en par. Catalina se lo cede pero aún no dice del porqué ha traído consigo el instrumento. Está mirando al horizonte, como pensando qué decir, hasta que por fin halla las palabras.
—¿Puedes tocar?— Le solicita y el hombre solo puede alzar la ceja, porque esa no es la respuesta que esperaba. Ve a Catalina mordiéndose el labio, buscando nuevamente en su mente qué decir —Siempre lo he estado escuchando, aunque no nos veamos, aunque esté en otro cuarto, siempre llega a mí lo que tocas. Me gusta. No sé qué música es, pero me gusta—
—¿Le gusta la música en rabo de micho?— Le contesta y la mujer voltea rápido la cabeza, para verle con la cara de incógnita más grande. Ante un «¿Cómo?» y riéndose seguido, el hombre también se ríe con ella —Rabo de micho, como el animal, así se llama el instrumento—
—Micho, micho. . . Así les llamas a los gatos, creo. ¿A dónde ve que esto tenga forma de cola de gato?
—Por la voluta, esto de aquí— Le enseña Rodrigo —Que en conjunto con el mango le da esa imagen de cola de gato. Incluso aquí, ve — Se acerca más, para enseñarle —Si ve, pareciera cuando los gatos caminan y enrollan sus colas, cuando están felices pues. Por eso le dicen rabo de micho—
Pero deja de alargar el tiempo y le concede su petición. Toca una canción, no tiene nombre pero su autor se llamaba Eusebio Gallardo, un indio civilizado de La Mesa, quien le acompañó aquella vez en Veraguas. Si el Señor es misericordioso seguirá vivo el indio. Recuerda bien los acordes, porque todo el día el indio tocaba, y Rodrigo anonadado le pedía que repitiera una y otra y otra vez, hasta que quedó grabado a fuego en su memoria. Es una canción más alegre que triste, y en un sonido agudo. Cuando Rodrigo termina de ejecutar la pieza ve que Catalina tiene la cabeza apoyaba en las palmas de las manos, y que tiene los ojos cerrados, pero sabe que le ha escuchado en todo lo que lleva tocando, su mera sonrisa la delata.
—Bien escondido lo tenías. No me mire con esa cara, sabe a lo que me refiero. Veinte años atrás Rodrigo, veinte años.
Capta lo que quiere decir y casi modula el «¡ah!» de impresión. Por la vergüenza se rasca el bigote —Ahora ya sabe porque apestaba tanto al tocar la guitarra— Ve posado el rabel de forma solemne en su regazo, antes de empezar a girarlo de un lado al otro en su eje, viendo cada una de sus partes —No puedo tocar ningún instrumento de cuerda que posea más de cuatro—
—No guitarras, entonces. Solo eso.
—Usted tiene el requinto, María la bandola, de Francisco no recuerdo qué instrumento; yo tengo el sovacón, pero nunca me lo vieron porque no traje instrumento conmigo, solo éste, y no lo sacaba por miedo a perderlo y por eso tampoco me lo vieron. Así que sí, esto y lo otro, es lo único que puedo tocar. Ya ve porqué lo manco.
Catalina se ríe, es bueno saber la razón piensa —Incluso en eso discernimos, pero ya verá, un día usted y yo tocaremos a dúo una pieza, con el mismo instrumento. Lo sé— Lo dice tan convencida que hasta el hombre le cree. Pero ve entonces que Catalina vuelve a ponerse seria, hasta que cierra los ojos para añadir —¿Puede tocar otra?
Por suerte puede decir que posee un buen repertorio. Le complace y vuelve a tocar, otra canción sin nombre y tono nuevamente alegre. Han quedado hasta la noche, uno tocando y la otra escuchando; se cometan y añaden historias. Pese a todo, la música sigue siendo el puente que los une a ambos.
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Era la primera vez que el Istmo estaba en frente con Alfred F. Jones, personificación de los Estados Unidos de América, quien andaba por sus tierras. Cuenta él que estuvo por la capital colombiana y antes de regresar a su casa ha venido acá a pasar unas semanas. Al Istmo no le convencía del todo el cuento echado por el rubio, pero independiente del qué hará de buen anfitrión, lo mejor posible al menos, porque aunque antes no se han visto las caras Rodrigo conoce bien a su gente y ya años atrás le han sido un problemón y si tuviera las suficientes agallas los catalogaría casi que de ladillas.
Alfred tiene un porte altivo, una postura un tanto peculiar que algunos podrán tachar de falta de educación y una sonrisa constante, tanto así que parece antinatural. Es bastante risueño pilla Rodrigo, y parece no molestarle ensuciar sus lustrosos zapatos mientras camina por las calles de tierra de Ciudad de Panamá. Incluso cuando no es tanto él quien lo hace, sino un chiquillo sin padre que corre por las calles y pisa un changual salpicando al rubio. Dándose la vuelta el chirre ve su error y sabe que el susodicho es gringo y cuando se disculpa no hay más que horror en su cara, pero Alfred no parece molestarse y asiente al niño en reconocimiento aceptando las disculpas, dejando que éste salga corriendo lejos de ahí.
Por eso el Istmo se torna cauto con él. El gringo no se ajusta a la previsión que tenía de él, adquirida de tanto tratar con su gente y de las jugarretas que le ha hecho desde que se firmó ese tratado y las cuestiones del ferrocarril. Hasta parece diferente a las cartas que el rubio le ha mandado, bastante concisas pero amenazantes. Acá en cambio Alfred es bastante amistoso, concede el castaño, tiene un interés en todo lo que ve y no le hace asco incluso indagar en los recovecos de la ciudad viendo a su gente hacer cosas. Parece el tipo que es capaz de hacer oficio de mierdero por un día solo para vivir la experiencia de recoger mierda de las casas y depositarla en el lugar designado para ello.
Al menos no todo es disidía en su ciudad y puede alojar al visitante en el Central Hotel, que parecer ser del gusto de Alfred. Quizás por eso nunca lo veía por acá, porque tiempo atrás le han remitido que él andaba por Colón («Aspinwall le dicen, señor») más nunca le dio por pasar acá, seguro, a sabiendas que esto era más un pueblón que ciudad; no presentaba las comodidades con las cuales se había encaprichado ya hace tiempo. No está a su altura. Pero al menos este hotel es lo suficientemente bueno para él.
Una vez llegado al hotel piensa que por fin podrá despegarse del gringo e irse para su casa, allá en Santa Ana, sino a descansar o bien ver qué nuevo trabajo le han dejado en la mesa. Pero el rubio, cortés él, lo invita y Rodrigo para seguir manteniendo la hidalguía (no vaya a desencadenar otro incidente de machete y plomo) accede siendo la única muestra de que no quiere su rostro cansado.
Jones es el que toma las riendas de la conversación y habla de todo. Toca sus temas favoritos, habla de las ciencias naturales y la paleontología con tal entusiasmo que caracterizaría a la de un niño. Es bastante elocuente y da gusto escucharlo, algo así como da gusto escuchar a su hermana en su faceta de cuentista. Aunque el Istmo no mete mucha cuchara en la charla, sí añade uno que otro comentario e incluso preguntas, las cuales Estados Unidos contesta con toda la alegría del mundo, extendiéndose más allá de lo necesario a la hora de responder, pero al castaño no le molesta.
Tiene carisma, admite, tanto o más que el francés y lo acompaña esa viveza que parece caracterizar a cualquier país de este lado del hemisferio.
Mientras pasa el tiempo también lo hacen los temas de conversación, entonces no le debe de sorprender cuando de un momento a otro tocan temas de política. Con una cara de interrogante deja que el rubio se explaya, y vaya que lo hace, tanto así que ya empieza a tocar temas que le salpican directamente al Istmo pero éste, queriendo saber qué piensa el otro, no lo para y deja que siga.
Habla un poco de esto y un poco de aquello, con bastante soltura puesto que ahora son los únicos en el salón, no hay oídos franceses ni colombianos en la sala. De a poco va a más y llega en un punto que arremeter contra Colombia, su hermana, diciendo que no entiendo cómo carajos no le ha cedido a él la construcción del canal si ya ha hecho el ferrocarril y era implícito que también haría lo otro. Que se ha dejado engatusar por el francés otra vez, solo porque su población babea por él y porque tiene la suficiente cortesía para dejarse invitar a beber chocolate caliente santafereño.
Está a dos de decir cierto adjetivo hacía su hermana, que es justo la línea del cual no debe pasar, que lo ha dejado más que claro cuando el rubio lo ha visto levantarse rápidamente, tanto que ha caído la silla donde estaba por lo brusco del movimiento, y ha dejado el decoro a un lado poniendo dos puños contra la mesa, el cual hace sonar, como soporte al peso del hombre.
—¡Basta!— Dice el Istmo, en tono fuerte pero con calma, en contraposición a la acción que ha hecho hace segundos, pero aún su postura muestra lo contrario.
—¿Es su hermana, cierto?— Contesta en su inglés tan característico, aún con su sonrisa, que poco a poco va borrándose en el rostro —Mis disculpas por la insolencia—
Han vuelto como estaban minutos atrás, ahora con el ambiente tenso. También ha vuelto la sonrisa a la cara de Alfred, menos grande pero ahí está, y le sonríe con complicidad. Parece satisfecho consigo mismo, al menos, es lo que capta Rodrigo. Vuelven los temas inocentes y ahí siguen, solo que ya el castaño no participa y deja el otro decir cualquier cosa, más porque anda pensando en lo que acaba que suceder que en otra cosa.
Ya cuando por fin puede ir a su casa es que se inmiscuye en sopa de techo. Aquello que le ha dicho el gringo es suficientemente serio para contárselo a Catalina, no solo el adjetivo, que es lo de menos, sino la arremetida contra ella. El Istmo no piensa que Estados Unidos haya sido tan imbécil como para contárselo a bocajarro. Entonces capta, él le ha contado todo eso porque sabe que no le dirá a Colombia; le ha testeado y se ha salido con la suya. Así como él dejó que el rubio hablase para saber más de él, lo mismo hizo con él en contarlo todo aquello hasta llegar a la línea. Ha visto la laxitud con la que dejó quejarse y seguro captó las grietas entre la relación de ambos hermanos porque ante una relación consolidada no dejaría que llegase a quejarse hasta donde se quejó.
Lo peor del caso es que ha atinado el gringo porque Rodrigo no piensa contárselo a Catalina. Se lo guarda porque es información valiosa que sabe y seguro le servirá a posteriori.
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El secretario no está convencido pero Rodrigo le insiste que no ha pasado nada, que no debe preocuparse y puede irse de ahí. Si algo necesita, le llamará, mientras tanto no. El secretario de simpático bigote duda, le da una última mirada y termina acatando lo solicitado por él. Cuando ve la puerta cerrar el hombre puede dar un suspiro grande.
«Ay Dios. Señor, señor» piensa para sus adentros. Qué vergonzoso que el pobre señor tuviese que entrar para verificar que todo estuviera bien. No pensó que su risa fuera tan estruendosa como para que alguien se preocupara. Pero no es de menos, sí que le causo gracia la carta que tiene en la mano.
Veintiún años, veintiún largos años que por su propia naturaleza le debió parecer un parpadeo, pero no ha sido así. Entonces a veces pilla que este año ha sido más largo en pasar pero el anterior no y vuelve a emboliarse en esto del tiempo. Pero retoma. Veintiún años ya. Desde que se separó de su hermana y ésta, con rabia y todo, se la ha jurado. Han tenido sus piques incluso, como el del 08, pero a las finales cada quien tienen sus propios dolores de cabeza y se han ignorado la mayor parte del tiempo. Más se ha enfocado en todo el calvario que supone tener a Alfred a dos que tres pasos de su casa y resolver lo de la frontera oeste, que ya lo ha llevado a pelearse con la vecina y tirarle plomo por consiguiente, ya sin inmiscuirse en todo el aquelarre de sus políticos y ver como se destrampan por el rampante personalismo que andan gestando y sus cismas. Así que no ha tenido tiempo de resolver las cosas con Colombia e imagina él que ella tampoco para con él.
Pero entonces le ha llegado una carta, una carta personal y otra diplomática. La primera solamente para él y, en una pequeña nota afuera del sobre que venía con ella, dejaba en claro que solamente él podía leer el contenido de esta carta, sin nadie más a sus espaldas, a solas pidió. Y cumplió.
Se imaginaba él una carta cuyo mensaje era quizás maldiciéndole, quizás siendo más diplomática pero con una que otra jurada en ella. Quería él, en parte, que fuera todo lo contario, no uno con un mensaje de condescendencia, pero al menos sí a partes iguales, que reflejara ya sus condiciones y dejar de lado esas tornas de señor y subordinado que han cargado tantos años atrás, desde el siglo diecisiete. Pero Colombia le sorprende porque su carta ni párrafo lleva, ni línea si quiera, son dos simples palabras: «Le reconozco». Es tan absurdo que ha tenido que reírse porque no lo cree. Le ha hecho la misma jugarreta que hizo el siglo pasado, cuando mandó lo que quedaban de realistas en el istmo a Sevilla y le notificó la independencia.
E igual no le debe de sorprender, debe sentirse tonto también, porque si hay una característica un tanto peculiar que lleva encima su hermana es el hecho que a veces puede ser bastante lacónica. «A veces decir poco es más» fue lo que le dijo una vez dentro de una carpa, siglo atrás, en estas expediciones de guerra de independencia. La recuerda con un manto en los hombros, por el frío, y él también poseía uno que no le ayudaba en nada, cosa que le hizo no escuchar lo que antecedía a esa oración. Pero entonces ella añadió que se estaba comparando con María (¡cuándo no!) y la forma en que daba órdenes a las milicias. María, como siempre, se explaya y explaya y, cuenta Catalina, podía ver los rostros de dudas entre la soldadesca porque no captaban bien lo que quería decir la pelinegra. No sabe si creerle eso a Catalina porque, aunque lo niega, sabe que a veces envidiaba ciertos aspectos de María y, en esos raros momentos que se sentía inferior a ella, solía decir cosas referente a ella degradándola. ¿Qué María era mejor soldado que ella? Pero al menos ella no llegaba toda desvalijada bañada en cortes y sangre ¿Qué María tiene más osadías en desarrollar los planes? Pero de qué le sirve si a las finales lo discute con ella y solo es aceptado si tiene su visto bueno ¿Qué María es, y siempre ha sido, más libre que ella? Pero, bueno, alguien debe ser el que los ponga en la tierra y echarse a los hombros esa responsabilidad, y eso le corresponde a ella.
Vuelve a suspirar y es que le ha entrado la añoranza de épocas pasadas. Le pesa el pecho también. Aprovechando que no hay nadie más que él en el salón se desparrama en la silla, como si estuviera en su casa y vuelve a mirar nuevamente la carta y su mensaje. Lee una, dos, tres, cuatro, varias veces que no puede contabilizar. Y se irgue, porque quiere contestarle aunque no haya mucho qué responder pero, cuando va redactando ya el segundo párrafo se rinde y evacua el plan. Es muy pronto. Han pasado veintiún años pero aún es muy pronto. Siente que, si se han de hablar nuevamente, el primer encuentro después de veintiún años, tiene que ser cara a cara más que en cartas que lo ve un tanto impersonal para el contexto en que los atañe.
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Don Máximo viene de la estirpe de los cimarrones, eso cuenta él, usa todo su ser como muestra de ello; su piel negra, el cabello corto y crespo, la naturalidad con la cruza el monte sin miedo alguno; hasta les ha contado que sabe de toques con los que se solían comunicar su gente en la selva, toques de tambores de cuñas, pequeños, porque la movilidad en la selva era crucial para sobrevivir. Por eso le funge como baquiano, porque se sabe a pie juntillas el camino para llegar a la vieja Yaviza. Lo que no sabe don Máximo es que sus dos protegidos pueden llegar al poblado sin la necesidad de un guía, porque aunque puedan demorar más, tarde o temprano se orientarían a la dirección en la que es porque este terreno se les hace tan familiar que les anula el temor a perderse. Pero matan el ego en el momento y tampoco les negará su buena voluntad, ni las burras que les ha prestado como transporte, porque acá carretera no hay y aún la calle de tierra y piedra es lo normal.
El don está ansioso, dice que falta poco, no menos de media hora y que han llegado en buen día —Tú y tú — los señala a ambos, con dos dedos de la misma mano, en forma de tijeras y con ojos abierto como gato —¿Celebran Reyes? Acá lo celebramos, al Niño Dios también, todas las noches hasta el seis— Ahora ha sembrado la incógnita el cimarrón y parece ser que no quiere compartir más.
Colombia, que ahora y en todo el viaje solo se ha referido como Catalina, le manda una cara de interrogante a su hermano haciendo que éste simplemente se encoja de hombros. —Déjalo ser, no le mates el sentimiento. No seas mala— es lo único que comenta el hombre y como respuesta solo obtiene un pepo de corozo, que lo ha lanzado Coco, porque cómo se atreve a ponerla de mala. Pero no lo ha hecho de forma maliciosa, claro que no, si debe describirlo es más en la naturaleza de cómo hacían de niños cuando nadie veía y querían desquitarse de forma sana.
Tampoco es que se puede quejar, ella fue quien vino hasta acá, sin que el otro le invitara. Vino porque necesitaba un descanso del tumulto negro que se había formado en su casa, que por gracia divina su superior lo ha controlado, incluso le recomendó unas vacaciones y, de todo lo que podía escoger, lo hizo acá. Se lo comentó en una carta cuyo remitente iba a su hermano, no el del sur, el otro, pese que han sido casi ya cincuenta años sin verse. Aún hay cierta animosidad entre los dos, lo siente, pero se revela más en forma de torpeza en cómo tratarse. Sigue dándole vergüenza recordar cuando le recibió en el aeródromo, se saludaron, ahí normal, hasta que quedaron viéndose las caras porque ¿qué es lo que prosigue? Entonces lo “enmendaron”, intentando abrazarse de forma lerda pero no es lo mismo y abortaron la acción. Y volvieron a verse las caras.
Qué mal que aún les quede unos cuantos minutos más de trayecto, porque no quiere recordar más nada de esos momentos hasta que le pidió una solicitud. Pensó que se lo negaría, porque quién es ella para andar solicitando cosas en casa ajena, pero el otro solo asintió una, dos, tres veces y le dijo que está bien. Este plan de venir acá es idea suya, parte de su escapatoria momentánea, y quizás de algo más.
Por fin entran al pueblo y el don ha salido corriendo calle abajo diciendo «¡Mama, mama!». Ambas naciones quedaron estupefactas y se ven los rostros buscando una explicación. Sienten los ojos posados en ellos, los ojos de los habitantes de este pueblo y por ello prosiguen su paso por donde ha ido su guía.
Catalina inspecciona el pequeño pueblo, le parece familiar, similar a unos que tiene a lo largo y ancho del país. Las casas son de madera, de tambo, una que otra de pencas tipo rancho; las primeras a veces como cuartos anexos también tiene estructuras de penca. Son de uno y dos pisos, algunas con balcón y otras no, y las que tienen son diferentes, con balcones largos que dan frente a la calle y otras con un pequeño balcón, de tipo cubículo, hecho quizás solo para dos sillas y poco más. Quienes tienen el privilegio de tener balcón en la vivienda lo aprovechan al máximo, ve, porque donde haya balcón ve vida y la gente, en su mayoría ya ancianos, los niños y mujeres, hacen vida social principalmente ahí.
Algunas de esas personas son amistosas, cuando cruzan miradas saludan y algunos incluso sonríen. Los niños son los más ansiosos y alzan ambas manos hacia arriba saludando enérgicamente. Los más mayores, quienes pueden corretear por ahí sin tener un adulto detrás de la nuca, los persiguen saludando y preguntando por su nombre y ella les contesta porque no hay necesidad de quedarse muda. Uno bastante vivaracho le señala el acento, diciéndole que es raro y de dónde es por eso y ella solo ríe, porque le hizo gracia en parte, y porque era la excusa perfecta para guardarse de información. Por el rabillo del ojo capta que su hermano vio este intercambio y sonrió antes de volver la vista al frente, haciendo un “aquí no ha pasado nada”, pero Catalina no ha querido quedarse con la duda y le va a preguntar, sino fuera que Máximo regresa, disculpándose, pero presentándole a su madre que con sus buenos años encima aún camina a paso rápido y tiene una lucidez envidiable.
Su presentación revela mucho de la señora. Es la partera del pueblo, también la más versada en la cultura de su hogar y quien preside las celebraciones de la vieja Yaviza, sabe sobre plantas y medicinas y es tan ágil con las manos porque de pequeña arreglaba las mallas de pesca de su padre. Tiene seis hijos, Máximo uno de ellos y es el segundo mayor, pero dos están fuera de aquí y del Darién. Hace par de años que ya no le llegan para el Día de Reyes visitantes que no sean de los caserones y pueblos circundantes a éste, y por eso está contenta, porque por fin le ha llegado gente extranjera y si algo le encanta es compartir sobre su cultura que tanto ha amado y protegido.
Son los que le ceden techo también. Un cuarto un tanto pequeño en el segundo piso, tiene una cama de tambo y penca y hay una hamaca auxiliar. Un taburete hace de mesa para poner cualquier cosa encima suyo y arriba de la cama hay un chuzo colgado en horizontal, donde intuyen y ahí suelen colgar una que otra ropa. A ninguno de los dos le molesta esta modestia, al contrario, les hace revivir recuerdos ya no tanto de la niñez, sino de todo lo que han vivido a lo largo de los años donde a veces se dormía en la tierra, otras en bohíos, algunas en ranchos, casi siempre en casas de adobe y, ahora, en una casita de madera franqueada por el río y el Darién al fondo. Mamita Blasina les ha dicho que «mi casa es su casa» y que se sientan cómodos, que no teman caminar por ahí solo que respetando las alcobas personales, por supuesto, y que aprovechen el pequeño balcón de la morada. Dice también que aprovechen lo más costoso de esta casa, habla de las dos sillas de cuero curtido recién adquiridas, tan pulcras que las tachuelas ni óxido tienen, pero les hace el inciso que hoy no, porque ya está anocheciendo y deben ir al centro del pueblo a festejar el penúltimo día de Reyes.
Ninguno de los dos quieren hacer rabiara a los anfitriones, tampoco hay necesidad, y desde que Máximo habló sobre los Reyes y el Niño Dios a ambos les ha picado la curiosidad de saber de qué va esa celebración.
Van caminando solamente ellos dos, no se pueden perder porque el pueblo es chico y hay gente yendo para allá, por tanto llegan en minutos ya cuando el sol está casi por ocultarse y son las lámparas de queroseno las que alumbran el lugar. Pero antes de llegar ahí desde hace dos cuadras atrás ya escuchan toques al fondo, son sonido de tambores de diferentes afinaciones lo que han escuchado. A Catalina se le hacen tonos familiares, que no similar, como si ya lo hubiera escuchado en otra parte.
Se han sentado en uno de los bancos porque no son protagonistas de la festividad, como foráneos prefieren quedarse al margen y ver. Pero no les dura mucho el plan cuando un hombre de la multitud se le acerca, específicamente a Catalina, y le extiende la mano invitándola a participar. Duda pero siente un empujón en la espalda. No le hace falta mirar que es su hermano quien le incita a aceptar. Entonces cede pero en eso que se levanta y va le escucha decir «y no me la devuelva» y ella, sin mirar atrás, le dice al parejo «y no me regrese con él».
Antaño por la insolencia le habría dicho algo, un regaño o similar, una confrontación cara a cara y algo más. Pero mucha agua ha cruzado por debajo del puente y ya no es lo mismo, son otros tiempos; ella tampoco es la misma y para bien, se repite siempre, ha vivido tanto en tan poco tiempo que ha relegado la iracundia; más miedo ha tenido ella contra sí misma que contra España, más cerca ha estado (apuesta ella) de fenecer por su propia mano que por un tercero y eso ha volcado en ir en otra dirección.
La tambora indica el ritmo, las palmadas acompañan al primero. Son dos filas, mujer contra hombre y bailan al son de la música, frente al altar del Niño Dios. Las cantalantes, porque no hay una específicamente designada para ello, sino que toda mujer presente fungen como tal, evocan una canción de muchos temas: viajes, diario vivir, árboles y flores, Cristo y más. Catalina les acompaña en las palmadas en vista que no sabe la letra, y baila también, con su parejo del frente, pero a eso que termina el canto quienes tienen al lado salen de la pista y les dejan solo los dos ahí.
El ritmo, que anteriormente era de cadencia lenta, adquiere rapidez y ahora a la tambora, además de las palmadas, se le añade otros tambores que acompañan en la emisión de sonidos. Es como el sonido de horas atrás, aquél que le evocaba familiaridad. Ve al parejo bailándole en cortejo y ahí ya todo le hace sentido. Baila con la misma soltura que él, cada paso que hace va en sintonía con el hombre y pareciera pues que han practicado para este momento, porque todo movimiento es coherente y ninguno titubea en dar tal o cuál paso. Desde la multitud quienes no participan ni en canto comentan sobre ello. Tiene buen oído Catalina y escucha «qué bonitos pasos», «esa muchacha es de aquí» y alguien, que ella no ve, contesta «de Garachiné,  seguro»; pero un niño dice no, que ya habló con ella y su acento es raro y no es de estas tierras; otro de ahí confronta al chirre y entonces Catalina deja de prestarle atención a lo que dicen.
Más interesante es escuchar lo que dice la gente sentada a su costado, casi de espaldas. Son más comentarios de alabanzas pero hay uno en particular que le llama la atención. «Varios reales hubieran dado por ella, solo para bailar una pista» y uno, sabe muy bien quién, contesta «cotizada está, y mucho, y me halaga haber compartido pista con ella» y a Catalina le invade el orgullo.
Da una vuelta, y otra más, y ahí acabó todo. La ovación (dentro de lo que cabe) es grande y sus protectores, Máximo y su señora madre, se le acercan a felicitarle. Vuelve donde anteriormente estaba, en la banca larga, y por el cansancio e intentar calmar su respiración no ve que Rodrigo no está ahí, sino es hasta que le pone una mano en el hombro, como antaño y, como aquel entonces, se sobresalta pero no se desquita, ya no, más le presta atención lo que le extiende: un vaso con guarapo.
—Para la señora de Garachiné y máxima de reales.
—Y la más cotizada, no lo olvide— Le contesta Catalina y el hombre solo le toca reír.
Cuando Catalina despierta es más del mediodía. Se asusta y sale del cuarto, pero no ve a nadie hasta que se asoma al balcón y ahí está Rodrigo sentado, viendo el paisaje, no más. Cuando capta su presencia solo atina a decir «Eu» como saludo y ésta casi tiene un encuentro con su palma en la cara.
Bien desayunada y almorzada por igual regresa al balcón. Se le une a su hermano que sigue ahí y quedan un rato sin decirse nada, hasta que ésta lo ve de reojo y algo capta su atención. El hombre se asusta porque le viran la cara sin previo anuncio y ahora queda viendo es a su hermana y no, por décima vez, a dos loras cotorreando.
—Antes de irnos allá se afeita, ¿sí?
—Tú. . . ¿con qué autoridad?
—¿Desde cuándo me tuteas?
—Oh, disculpe usted, madame. Mandamás de los Andes, los llanos y los dos mares.
—Y el Darién.
—No. El Darién ya tiene uno, yo, su monsieur.
—Tanto suyo como mío es, no sea ridículo. Pero aféitese, hasta le haré el favor— Porque a Catalina aún no se le ha olvidado aquella vez cuando llegó a la morada y lo vió, con barba y bigote del más feo gusto adornando su cara, que gracias a la divina providencia se lo quitó y dejó el segundo, más aceptable. . . hasta cierto punto.  Y aunque ahora solo tiene los cañones de pelo quiere evitar por todos los medios que crezca más, por su bien, porque da igual cómo sea su relación siempre le hará la salvedad que debe ir bien presentado cuando esté en público.
—Favor, favor— Dice Rodrigo antes de levantarse y tomar rumbo adentro —Quédate aquí, vuelvo—
Cuando vuelve trae consigo un saco, objeto que conoce bien porque en todo este viaje lo ha visto solo que, queriendo dejar el chisme a un lado, no le preguntó el porqué de su presencia o qué traía adentro. Admite también que se olvidó del mismo.
Su hermano mete el brazo dentro del saco y de ahí extrae un acordeón, de botones, y se lo cede.
—¿Un presente? ¿Para mí?
—Sí, bien. Nunca pude serle recíproco. ¿Recuerdas lo último que me regalaste? Allá por el ochenta y ocho, o nueve, por ahí.
Hace memoria e intenta recordar. No recuerda exactamente la ocasión, porqué o qué, pero en ese entonces le regaló un zamarro de piel de jaguar, para cuando cabalgase o fuese a cazar o como mejor lo emplease, pero también recuerda otra cuestión. Que después del regalo y un poco de charla ésta llegó a discusión. Tan arribistas ambos, se sacaron los trapos sucios, hasta que en un punto como contrarréplica Catalina le dijo que para qué quería volver a ser estado federado, si sus gobiernos, bien debe saberlo porque fue prueba de ello, eran tan efímeros y degenerados, como él; que diese gracia a Dios que aún seguía con vida. Encolerizado Rodrigo le alza la mano, para pegarle, pero nunca baja; ha quedado suspendida al aire porque ambos han vuelto en sí, en shock, sin creer hasta dónde han llegado. Catalina con los ojos abiertos de par en par, y él también, pero es ella quien tiene la postura más tensa y quien le recorre un hilillo de sudor por la sien, en una posición más de ataque que de huida, pero sintiéndose más vulnerable a la par.
No hubo golpes, pero tampoco disculpas. El hombre recogió sus cosas, asintió a modo de despedida y se fue. Fue, en parte, la última vez que lo vio, porque desde entonces no se vieron más las caras y la única comunicación que tenían eran por cartas, más por obligación que por placer, y era todo tan lacónico entre ambos, tan impersonal, que todo dentro de la escrito parecía falso, si no es que lo era.
—Sí, ya recordé— Pausa y se irgue buscando mejor posición en la silla de cuero —¿Pero qué le hace pensar que sé tocar acordeón?
—De tus tierras me llega acá música de acordeón. Es increíble la radio, ¿no crees?
—Ajá. Haciendo memoria, mucha memoria, ¿Qué fue lo que me dijo aquella vez? ¿Qué era manco para ciertos instrumentos? Mire, yo también— Dice, mira el acordeón y le asusta; son muchos botones y cuál hace qué cosa —Mi gente del norte le gusta, sí, no significa que sepa.
—Entonces te enseño.
—No me hagas reír.
—Ríase, pero te enseño. Yo sé tocar; mandé al diablo al violín y ahora el acordeón es mi único amor, querida o amante, y te la quiero compartir.
—Eso no es muy cristiano de su parte— Pero ese comentario ha salido con tanta debilidad de su boca que Rodrigo sabe que ya ganó.
Ahí pegan más las sillas, casi a la par, y Rodrigo comienza haciéndole una demostración. Le indica, pues, que lo vea más como una armónica y así le irá mejor. Le enseña los tonos, cuándo o no abrir el acordeón, la posición más amable para tocar y así se van. Catalina lucha, porque tocar un instrumento de buenas a primeras no es fácil, mucho menos si es la primera vez, pero ahí ve que le es natural. No toca como experta y tampoco como para decir que se defiende, pero sale notas más claras de las que puede creer.
En eso que siguen Rodrigo le hace la salvedad que siempre se va por los tonos más graves y ella solo se encoge de hombros. Entonces él le sonríe a mitad y dice que es natural para ella, «es lo que toca tu gente al fin y al cabo». El hombre también ve las manos de su hermana, que ahora que presta atención nota los cortos furtivos aquí y allá. Se muerde la lengua, para no preguntarle sobre ello, tampoco es un enigma, sabe bien de dónde vienen dichos cortes tanto de ahí como el gran qué le adorna la frente. Para cuando se enteró lo que le pasó no hace mucho, ha querido escribirle para saber cómo está, pero por pura cobardía no lo hizo y ahora, teniéndola en frente, lo cobarde de nuevo sale a la palestra.
Aunque buen escenario lo tenso entre ambos aún sigue en el ambiente. Han tenido una cordialidad en todo este transcurso pero aún no es suficiente, no tanto como para hacer preguntas y contestaciones equivalentes de dónde salieron sus nombres o si creen haber tenido familiares antes de Antonio. Quizás, solo quizás, en otro momento será.
No saben cuántas horas llevan en esto, si es que llega a horas, pero a Catalina ya los dedos le piden clemencia y para por hoy. Cuando los toca con los pulgares puyan y, en la punta, está roja. Rodrigo se apresura a agarrarle las manos y sobar la punta de los dedos, aplicando una técnica de acordeonistas que ha conocido y que le han enseñado para aplacar el dolor de tanto tocar.
—Con más práctica verá como tocarás como Dios manda, y si hay suerte, se cumplirá lo que dijiste; usted y yo tocando al unísono una pieza con el mismo instrumento.
Sorprendida abre los ojos Catalina. Se le olvidó aquello y le impresiona que lo haya recordado, pero es cierto que lo prometió. Ve el detalle que le hace Rodrigo a sus manos y cuando éste se retira toca la punta de sus dedos, ya sin dolor. Se repite en su cabeza que así será.
—Pero antes de eso debo ver con mis propios ojos si usted en verdad es merecedor.
—Es al contrario— Rechista sin malicia, y señala el acordeón en su regazo para que se lo ceda y así hace. Pero antes de tocar voltea a verla, añadiendo —Igualmente si quieres escucharme tocar, solo pídelo ¿sí? Bien sabes que jamás te negaré eso, tal como espero que jamás me niegues un baile.
Entonces toca una pieza de ritmo moderado, ni lento ni rápido, con una estructura que a Catalina se le hace familiar, no, más bien sabe qué género es. El hombre toca con soltura, ni los botones debe ver, su mirada está puesta es hacia el frente, al sinfín. No mantiene el cuerpo rígido, sino que lo mueve aquí y allá al son de la música y en cierto punto parece bailar sentado. Se vale, a veces y en el momento concreto, del zapateo o el silbido para agregar un “sonido” más a la ecuación y que así la pieza se oiga completa. La mujer escucha atentamente y cuando termina la canción se ve en la obligación de decirse para sí misma que no pida repetición, por más que le duela, porque sabe que si no para seguirán acá hasta el anochecer.
—No es tan común escuchar un pasillo que lleve acordeón, porque eso que usted ha tocado es un pasillo, sé que atiné. Y los tonos, son agudos— Ahí ríe Catalina, no por gracia— Siempre se dice que los tonos agudos son “felices”, pero acá, mire usted, no me ha dado más que sensación de melancolía sino tragicomedia, pero algo bonito al fin y al cabo. ¿Cómo se llamaba la pieza?
—Panamá y Colombia.
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Nota
Para mejor lectura »aquí«.
Una tesis —unilateral— de la relación entre estos dos.
Esta cosa tiene tantos datos históricos, pero la pereza me gana por tanto no cito y me disculpan. Pero hago la salvedad sobre una cuestión: los cortes/cicatrices que posee Colombia, haciendo alusión a las guerras civiles o confrontaciones armadas, está basado en el headcanon de @animeluci-98thpg o Nikis (desconozco su user acá), o ambas, porque no recuerdo quién era la autora original o si era algo compartido.
Panamá y Colombia - Alberto Galimany (ver. acordeón por Aceves Núñez) 
Aunque la verdadera canción «tragicómica» es el himno La Libertadora. 
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algunloco · 1 year
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Esta tarde en el hospital, el cielo gris, la calle mojada, sentado en la cafetería intentando enfocarme en Tarde de amor. Siempre es difícil tratar de concentrarme en la lectura, sigo leyendo, desentendido, viendo solo imágenes del encuentro de ayer con Sara. En algún punto la lectura pareciera estar narrando un momento de mi vida, es el momento de la situación extraña de dos hombres hablando de mujeres.
—Varias veces he buscado una compañía femenina —dijo el maestro Pardo—. Y sin embargo sigo igual, siempre solo como un gato.
Y vuelve la imagen de las arruguitas alrededor de sus ojos al reírse, sus ojos mirándome, el juguetear de vez en cuando con su cabello. Después viene la pregunta por la distancia y el silencio, la forma en que influye su voz y lo que dice. Por fin pudiendo detallar sus ademanes, sus gestos; la extraña sensación de volver a querer a una mujer. Quizá es mejor no pensar mucho más en ella, me digo, enfocarme en el cuento de Piglia.
—Olvídese de eso, mi amigo —dijo Wagner—. Las mujeres son la perdición, mire lo que nos está pasando.
Otra vez un nombre, otra vez el deseo y la voluptuosidad. Otra vez la esperanza; lo peor es la esperanza.
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hyecngyu · 6 months
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@leohiranc dijo: tan pocas horas en la noche y la mitad de ellas desperdiciadas.
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' ¿por que desperdiciadas?¿no has ido a entrenar con esos maestros? ' consulta, demasiado metido en su propia cabeza y en lo tranquilo que se encontraba como para ser perturbado por la negatividad ajena. ' yo no he desperdiciado tanto, adopte un gato sordo en lo que llegamos '
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neswina · 7 months
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El gato magistral no puede con su vida
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Promt: 08 - “Give me that, before anything happens“ / “Dame eso, antes de que pase algo.”
Fandom: The Masterful Cat Is Depressed Again Today (Anime)
Ship: Saku y Rio.
Audiencia: G
TW: none
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Yukichi terminó claudicando y las clases fueron un horror. Saku no daba una, no había manera de que cogiera nada de lo que él hacía. Cada vez se desesperaba más, quería morder la cabeza de su humana, pero era un gato magistral y eso no sería digno de él. En su lugar le dio una colleja y le volvió a indicar cómo hacía él, una simple tortilla dulce.
No hubo manera. Cinco intentos y muchos huevos murieron en combate. Ante la desesperación, se le ocurrió algo.
—Yukichi, ¿qué haces? —Saku tenía el delantal sucísimo y se estaba limpiando las manos en él—. ¿Qué pretendes?
Yukichi sacó un móvil del bolsillo de su delantal y se lo dio.
—Pero… ¿Desde cuando tienes un móvil? —Siempre acababa sorprendiéndola con algo, exactamente igual que aquella vez que, ella preocupada porque se había dejado la cartera el gato en casa, se enteró de que la dejó en casa, porque se había hecho una tarjeta de débito—. ¿Qué quieres que haga?
El gato puso cara de “tu para qué crees que te he dado un teléfono móvil” y le señaló la pantalla.
—Rio la del súper. —leyó en voz alta—. ¿Quieres que la llame?
El gato magistral asintió y le hizo la señal del pulgar hacia arriba, como confirmación.
—Pero, ¿para qué?
El gato la miró con los ojos entrecerrados, porque era evidente que necesitaba alguien que fuera competente y Rio lo era, y necesitaba que alguien hiciese de maestro intermedio entre él y Saku. Volvió a señalar la pantalla, señaló el desastre de cocina y volvió a señalar el móvil.
—Vale, ¿quieres que venga a ayudarnos con este desastre?
Yukichi volvió a alzar el pulgar en señal afirmativa. Y Saku llamó sin mucha convicción.
—¿Diga? ¿Yukichi? —Sonaba alarmada. —Hola, Rio. Soy Saku, perdona que te moleste. —No pasa nada, nunca molestas. —su voz ahora sonaba más tranquila. —Antes de nada ¿Cómo es que Yukichi tiene un móvil? —Se lo di yo por si pasaba algo, solo tiene mi número. Si pasa cualquier cosa y tú no estás siempre puede llamarme. Por eso me asusté cuando descolgué, pensaba q había pasado algo malo. —Ah, no, no, no… No realmente. Solo que mis lecciones de cocina están siendo un desastre y Yukichi me ha dado el teléfono para que te llame. Creo que considera esto como una emergencia. —Miro al gato y este le volvió a enseñar el pulgar hacia arriba—. Sí, definitivamente cree que estoy es una emergencia. ¿Podrías venir a mi casa a echarme una mano? —Claro, en una hora estoy allí. Yukichi me dio vuestra dirección y sé dónde es. Hasta ahora. —Hasta ahora.
Saku miró con suspicacia a su gato, qué más cosas hará mientras ella no está en casa. Al cabo de una hora, el timbre sonó y Rio estaba en la puerta con dos bolsas de comida.
—Pensé que igual hacían falta más ingredientes.
Yukichi volvió a levantar el pulgar en señal de aprobación.
—¡Ya está bien de tanto pulgar para arriba, hombre! —Saku se estaba cansando ya. —¿Dónde dejo esto? —En la encimera, ven, que te ayudo.
Juntas prepararon los ingredientes mientras el gato magistral las observaba satisfecho, pensando que Rio no sería una mala compañera para Saku, ya que parecía que se manejaba bien en la cocina y en la vida en general.
—Yukichi, ¿qué es lo que quieres que aprendamos? —Rio se puso un delantal y se ató un pañuelo en la cabeza, dispuesta a empezar.
El gato se situó en su lugar, delante de la encimera y empezó a cocinar mientras las otras dos observaban. Saku intentaba tomar notas, pero no era capaz de anotar nada, ya que el gato iba más rápido de lo que ella podía escribir. Mientras Rio observaba en silencio. Cuando el gato magistral terminó, instó a las chicas que hicieran lo mismo que él.
Saku fue un desastre, no pasó del primer paso de la receta, sin embargo, Rio hizo todos los pasos de manera excelente. Sorprendió a Yukichi con lo buena aprendiz que fue. —Wow, Rio, esto está buenísimo. ¿Cómo lo has hecho? Yo no he sido capaz de coger todo lo que ha hecho Yukichi. —Ha sido fácil, solo tienes que seguir los pasos. Mira.
Rio enseñó, más despacio, todos los pasos que había hecho para cocinar el plato y Saku lo sacó a la primera.
—¡Anda, pero si es facilísimo! Yukichi lo hace muy difícil. —Saku protestó amargamente, señalando sus palabras con un cuchillo. —Primero, dame eso, antes de que pase algo y segundo, es lo malo de que no pueda hablar, sino sería muy fácil. Es muy buen maestro.
Yukichi las miró con aprobación, y con un poquito de orgullo a Saku: por fin había cocinado un plato por sí misma.
—Pero con este plato no podré convencerlas de que soy Yukichi. Bueno, no Yukichi, me entiendes… —Sí, te entiendo. —la chica se rio de la pena de Saku—. Se me ha ocurrido que en estos días hasta que toque la clase, practiques tres platos así, sencillos, mucho hasta volverte una experta y es lo que les puedes enseñar. Y así te dejarán en paz una temporada. —¡Que buena idea!
Saku y Rio quedaron, cada vez que podían, en sus ratos libres para practicar hasta el día de la clase. Incluso el día antes de la temida clase, quedaron.
—¡Yukichi! Hoy también se queda a cenar Rio. —Saku estaba muy contenta, le estaban sentando muy bien las vacaciones, y la presencia de Rio también. —Muchas gracias, y perdón por abusar de vuestra confianza. —Nada de perdones, nos hace muy felices que estés con nosotros. A que sí, Yukichi.
El gato asintió enérgicamente mientras terminaba de darle el último toque a la cena.
—Últimamente se nos hace tarde practicando. Pero ya dominas los onigiris, la tortilla y las brochetas de yakitori. —La verdad que el único mérito es vuestro, habéis tenido mucha paciencia conmigo. —La chica puso una mano encima de la de Rio—. Gracias. —No hay de qué. —la chica se puso roja y retiró la mano de prisa.
Yukichi sirvió la cena y las dejó solas, bajó un poco las luces y puso música relajante. Otra cosa no, pero sutil no era.
—Yukichi, ¿Qué haces? —Saku no entendía nada.
Yukichi suspiró exasperado y se fue a la habitación, dejando solas a las chicas, rezando porque Saku se empanase de la situación. —Me gusta mucho cenar contigo. —Rio miraba la comida como si no hubiera otra cosa en el mundo. —A mí también. — Saku sonrió con alegría. —No sé si es el mismo gustar. —Seguía mirando la comida y comiendo muy concentrada y evitando mirar a cualquier otro lado. —Hum… —Saku dejó de comer y reflexionó un momento—. Me gusta cuando vienes a casa, me gusta cuando nos encontramos en el camino… Y no me gusta cuando no te veo o no sé de ti.
Rio se atragantó con el arroz que estaba comiendo y Saku le dio unas palmadas en la espalda para ayudarla y le pasó un vaso de agua.
—¿Qué? —Rio, ¿estás bien? —Sí, sí. Solo que me ha sorprendido lo que has dicho. —¿Por? —Porque a mí me pasa lo mismo. Me gusta venir y me pongo muy contenta cuando te veo en la calle de casualidad… No sé… Me gustas.
Hubo un silencio para asimilar las palabras de cada una.
—¿Te gusto? —Ajá —Rio miró avergonzada al suelo. —A mí también me gustas.
Otro silencio para asimilas las palabras, solo que esta vez se rompió por una risa conjunta de felicidad inesperada.
—Entonces, ¿te quedas a dormir? Tenemos mucho de lo que hablar. —Si quieres, me quedo encantada.
Las chicas se quedaron toda la noche hablando sobre sus vidas, Saku le contó como encontró a Yukichi y Rio sus sueños. Cuando se quisieron dar cuenta ya era hora de desayunar y Yukichi ya se había levantado para hacer sus quehaceres diarios. —Bueno, tendré que irme a casa para cambiarme e ir a casa de mi prima. —De acuerdo, pues nos vemos allí.
Saku la acompañó a la puerta y allí no pudo contenerse más y le dio un dulce beso en los labios.
—Hasta luego.
Rio sonrió y le devolvió el beso.
—Hasta luego.
Al cabo de un par de horas Sabasaki llamó para cancelar las clases porque se había puesto enferma, y lo dejaron para otra ocasión.
Así que Rio y ella pasaron todo el día en casa, con Yukichi, tranquilas y conociéndose más.
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filopoetica · 10 months
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Un maestro
(CONTENIDO QUE PUEDE HERIR LAS SENSIBILIDADES)
Hoy voy a escribir sobre un ser realmente especial, un verdadero maestro que se cruzó conmigo para mostrarme una enseñanza y una lección de vida.
El sábado 15 de julio de 2023 vi en la calle a un gato, este gato parecía no tener morro. Al principio no pude creerlo y tuve que acercarme para ver la terrible realidad: a aquel gato le falta todo el hocico. Era una imagen muy desagradable, algo inimaginable que contrastaba fuertemente con el hecho de que el pobre animal, que debía sentir un gran dolor, continuaba caminando lentamente, buscando agua y comida.
A pesar de encontrarse en aquel estado, este ser llevaba su vida hacia delante con una fuerza y valentía digna de honor.
Los vecinos me comentaron que llevaba así ya tiempo, que desaparecía durante días y luego volvía. Hacía semanas que le dejaban comida en una jaula para atraparlo y sacrificarlo, pero el animal era mayor y también espabilado, así que se escapaba de todas, como si conociese las intenciones de los humanos.
Tratamos de llamar a la policía para que lo atraparan, pero cuando estaban llegando, los vecinos perdieron de vista al animal. Este había vuelto a desaparecer.
Volví a pasar unas cuantas veces para ver si lo encontraba, pero aquel ser ya no estaba por allí.
Durante esos momentos, estuve reflexionando y poniendo en duda si los humanos tenemos poder para decidir sobre la vida de un animal, si es moral o no. Pues, a pesar de que era evidente que aquel animal debía ser sacrificado porque estaba sufriendo, ¿qué potestad tenemos nosotros, cuando este ser estaba luchando con dignidad por seguir hacia delante? Hay animales que pueden llegar a morir por tristeza, como si no desearan seguir viviendo. Pero en cambio, aquel ser portaba con integridad todo ese dolor, a simple vista mucho más insoportable que cualquier tipo de tristeza, y a pesar de ello continuaba buscando agua y comida, luchando por sobrevivir, como si su problema no fuese más importante que la vida, que el hecho de continuar existiendo.
Pienso que no fue casualidad cruzarme con este ser, del que siento mucho respeto. Me ha mostrado la fuerza más grande que existe, la de la determinación para continuar viviendo a pesar de la peor de las dificultades. Una muestra infinita de fortaleza que, con valor y coraje, me inspira a convivir con los obstáculos de la vida. A aceptar la experiencia presente, abrazando todo el sufrimiento como parte misma de la vida, sin rechazarlo ni huir de él, sino integrándolo como una parte más de la existencia. Pues en esta vida somos nosotros quienes convertimos el dolor en sufrimiento. Poder acogerlo entre nuestras vivencias, nos hace vivir plenamente, pues elegimos vivir dando espacio a todo lo que sucede, incluso lo que nos desagrada, y eso, es liberador, crea amplitud entre nosotros y lo que nos sucede.
Cada ser carga con sus sufrimientos, sea grandes o minúsculos, cada uno los vive personalmente y lo que para alguien puede ser muy pequeño, para otra persona puede desbordarle. Esto dice mucho de cómo colocamos todos esos obstáculos, físicos o mentales, reales o imaginarios, en el centro de nuestro propio mundo, otorgándoles mucha atención y protagonismo, para que irrumpan como el centro de nuestras preocupaciones del día a día. Espero que no suene a reproche, pero aquel hermoso ser me ha hecho ver qué bien estoy, y todos los motivos bellos que tengo para alegrarme de mi existencia. También me ha mostrado cómo puedo dejarme llevar por la comodidad del victimismo, de centrarme y prestar más interés a todas las pequeñas cosas que me generan dolor, en vez de situarme en los pequeños detalles del día a día que me hacen sentirme agradecido.
Todos cargamos con lo nuestro, sea mayor o menor, todos tenemos una piedra angular que se interpone entre nosotros mismos y nuestra felicidad, dicha, plenitud o como deseemos llamarlo. Pero al final, y en última instancia, somos nosotros quienes tenemos el poder de elección, para elegir desde dónde deseamos vivir; escoger dónde instalarnos, cerrándonos en el sufrimiento o abriéndonos hacia la vida.
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multyeverything · 2 years
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El ascenso
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Autor: multyeverything
TW: Semi exhibicionismo, groserías e insultos, angustia, sexualidad, sumisión forzada, fing*ring, or*l, s*xo p*n*trativo, comportanmiento infantil, comportamiento vengativo, insolencia por parte de protagonista.
Rating: 18+ (Smut)
Sinopsis: La oportunidad de subir de nivel en un trabajo de pacotilla se presenta, después de tanto trabajo parece que llegarán los deliciosos frutos de éste.
¿El problema? No soy la única que lo desea.
¿Lo peor? Quien he hecho de mis días un infierno es mi mayor competencia para conseguirlo.
Au: Aventura en la oficina / enemies to lovers 
Emparejando: Suh Johnny X lectora femenina
Conteo de palabras: 5k
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- Maldita sea, a este paso jamás seré capaz de salir de casa de mis padres. -Reviso por enésima vez en el día mi sustrato bancario en la aplicación para móvil. Con lo que recibí este mes apenas cubro las deudas que adquirí en mi fallida inversión y la renta de mi habitación, por increíble que sea, que mis padres me han dado por seguir viviendo bajo su techo. Quedando con unos pocos centavos que van al fondo de ahorro.
En un mundo laboral tan competitivo como lo son las finanzas, los buenos puestos con salarios suficientes son tan escasos que habemos quienes nos tenemos que conformar con puestos mediocres, a pesar de haber salido con excelencia académica. Aquí los ascensos aparecen una vez cada siglo y son tan peleados que muchos quedan sólo con la frustración. 
Esa oportunidad ha llegado a mi vida tras 5 años de haber llegado aquí; soy una muy buena aplicante y estoy dispuesta a pasar por encima de quien se atreva a meterse en mi camino, incluído al pesado de mi compañero John, Johnny para los amigos. Ese gigantesco patán se ha convertido en un dolor en el trasero desde que llegué a trabajar a la empresa a este mismo puesto: siempre criticando mi trabajo, ignorándome cuando tengo alguna duda o problema, reportar si llego tarde o me marcho aunque sea 1 minuto antes, no notificandome de las órdenes recibidas, etc. Un cubículo de 2x2 es lo único que nos divide, evitando que nos lancemos a la yugular del otro.
Lo admitiré, he sido una enorme perra con él en varias ocasiones, pero en mi defensa solo lo hice porque él lo inició. Como cuando corrí el rumor que tenía una ETS, que su tesis universitaria había sido plagiada, tiré de  los cables de su ordenador antes de poder guardar su trabajo del día… Una desgraciada hecha y derecha, pero no siento el mínimo de remordimiento.
-Oye t/n, cuando me den el ascenso me aseguraré de llevarte conmigo. - arrastra su silla móvil fuera de su lugar para que pueda verlo, ya tiene bien puesta su máscara de amabilidad
- ¿De qué hablas John? - Una fachada amable es la que ambos presentamos siempre a nuestros demás compañeros, ya que ninguno está dispuesto a tener una llamada de atención que ensucie nuestro currículum. Nadie adivinaría que existe un repudio tan profundo si no hiciera una pequeña investigación a nuestra historia.
- Te haré mi secretaria personal linda. Tu pequeño escritorio estará frente al mío por un tiempo más, ¿No es eso hermoso? -
- Prefiero ser despedida a eso. - No, claramente no puedo ser despedida ahora pero somos como perros y gatos, me es imposible no responder a sus provocaciones.
- Claro, necesitarás cambiar algunos aspectos si quieres serme útil ¿eh? Utiliza un poco más de maquillaje, una falda más ajustada, ah justo como Susan, y me encantaría que todos los días me recibieses con una sonrisa de oreja a oreja con un “Buenos días amo y maestro Suh”. - me saca una risa involuntaria
- Cuando YO obtenga el puesto, me encargaré de que jamás puedas salir de la sala de copias por el resto de tu carrera. Así no tendré que ver tu cara jamás. - aprieto tan fuerte los dientes en una falsa sonrisa que las piezas bucales saldrán volando en cualquier momento
- Y pensar que yo iba a ser bueno contigo, ¡Que idiota fui! Olvida mi propuesta, puedes quedarte aquí si tanto quieres. -
- Tú recuerda mi promesa. - sin más regreso a mi ocupado itinerario
Mis dedos escriben a la velocidad de la luz para terminar el informe que me pidió mi jefe antes de la fecha programada (mañana) y sorprenderlo con mi eficiencia, así verá que las tareas que me asigna quedan cortas ante mis desperdiciadas habilidades, pienso. Esta es una racha que he tratado de mantener desde hace unos meses que se empezaba a rumorear del puesto que se abriría. Cuento los segundos para el momento en que salga de aquí, lo cual se anunciará en la fiesta de aniversario del grupo empresarial del que formamos parte. Un hermosísimo vestido negro espera en mi closet listo para ser usado. Vestido con el que quiero dejar claro que sigo siendo la rompecorazones de la empresa y no la farsante Susan y su escote relleno de papel higiénico. Sueño con esa noche donde también humillaré a John mientras luzco sensual como el infierno. 
Como si fuera una clase de castigo, John y yo somos llamados a los pisos superiores para encontrarnos con nuestro superior poco antes de dar por terminada la jornada. Afortunadamente la asistente del jefe está con nosotros en todo momento, sin saberlo, evitando otro enfrentamiento verbal. Presto nula atención a la conversación que se está desarrollando entre ellos, seguramente está coqueteando con ella como lo hace con cualquier mujer que se cruza en su camino, maldito mujeriego. Unos pisos antes de llegar a la cima, sube al elevador Mark, quien es encargado de publicidad, un chico un poco mayor que yo, amable y muuuy atractivo, con quien algunas veces he coqueteado discretamente. Sus ojos se abren al notar mi presencia.
- Buen día. - dice al acomodarse al fondo junto a mí
- Buen día. - respondemos todos al unísono
- ¿Ocupada? - habla en voz baja 
- Ligeramente, sí. -
- Ya veo, ¿Y después del trabajo también? -
- No lo sé, depende. -
- ¿De qué depende? -
- Si algún valiente me invita a cenar. -
- Conozco a alguien interesado. -
- hmm, ¿Es guapo acaso? -
- Mucho. -
- ¿Gracioso? -
- Dicen por ahí. -
- ¿Interesante? -
- Mucho, honestamente podría pasar horas tan solo escuchándolo. -
- Que triste. -
- ¿Cómo? - no oculta su sorpresa
- Un hombre que podría pasar horas hablando y sólo ser escuchado, no es uno que me interese. -
- Fierecilla. -
- Por algo debo ser conocida ¿no? -
- Y vaya que te das a conocer. - sonrío con los labios coquetamente - ¿A qué hora terminas t/n? -
- Te haré saber, ¿Tienes una tarjeta? - apresurado saca una de su saco - Nos vemos Mark, éste es tu piso. -
- Si si, adiós. - embobado queda esperando que se cierre la puerta sin perder contacto visual. 
La chica cuyo nombre desconozco nos acompaña hasta estar ambos sentados frente al larguísimo escritorio de caoba fina; esta parte del edificio es donde se encuentran los altos cargos, llenos de hombres gordos como leones marinos, pinturas que juraría son originales de reconocidos artistas, muebles tan finos que temo lastimarlos si me acerco demasiado, asistentes tan delgadas que parecen sacadas de catálogos (y apuesto son las actuales amantes de ellos). El panzón esclavista que es dueño de todos nuestros traseros llega inmediatamente para encararnos. 
¿Podría tornarse peor? Claro que sí. Siempre puede. 
El monstruo pide, no no, ordena a ambos nos quedemos a preparar una elaborada presentación sobre la inflación y los mercados actuales para los funcionarios de gobierno que, adivinen, vendrán mañana por la tarde a visitar el recinto para un programa gubernamental que implementarán, en resumen, haremos SU trabajo en un lapso de tiempo imposible para gente que puede desaparecernos de la faz de la tierra si les molestamos.
¿Cómo logró que aceptáramos? Dos razones: Es nuestro jefe y no podemos decirle que no a ninguna orden; y que textualmente dijo “Lo que resulte de vuestro trabajo conjunto definirá el destino de ambos puestos, pongo en sus manos los argumentos para su éxito”. 
Eso nos bastó para callarnos la boca en todo nuestro regreso a nuestro piso aunque volviéramos por nuestra cuenta. Sin mirarnos ni hablarnos, nos limitamos a caminar en piloto automático. Habría que terminar nuestro respectivo trabajo del día para poder comenzar con el asignado. Mando un mensaje a Mark informándole que nuestra cena tendrá que posponerse un día por lo menos, rápido como bólido me responde que no hay ningún problema con esperar.  Que lindo que es, o tiene muchas ganas de meterse en mis pantalones.
Afortunadamente las bases de la presentación y los números que son necesarios ya existen, lo que nos va a ahorrar un poco de tiempo al menos. Pero eso no nos salva de pasar la mayoría de nuestra noche en el lugar en que menos quiero estar y con la persona que menos quiero. 
¿Qué hora es ya? 10:05 pm, ni el guardia de seguridad se encuentra en el edificio. Solo nosotros y la pila de carpetas a reventar.
- Estás muy callada, demasiado. No es divertido así. -
- Estoy estresada, no tengo tiempo para ofenderte. -
- ¿Entonces yo te hago enojar o te estreso? Porque siempre tienes tiempo para hacerlo. -
- Ambas John, es que estoy concentrada en esto. Vuelve a lo que estabas haciendo. -
- Terminé, ahora necesito que me ayudes a organizar las copias que entregaremos mañana. -
- Hazlo solo, es tu tarea. -
- Necesito tu ayuda, si no fuera así no te molestaría. -
- Aún no termino.- se entromete en mi espacio personal para juzgar el contenido de mi computadora
- Por dios, ya terminaste, solo estás puliendo esos cálculos. -
- ¿Se te olvidó para quién va dirigido todo esto? Tiene que estar perfecto. No quiero ni imaginarme lo que has hecho.-
- Detesto lo perfeccionista que eres, no hay más que puedas hacer. Ni ellos o su equipo pueden mejorar esto, entenderlo siquiera. Así que POR FAVOR levanta tu trasero de esa silla. - tiene razón, he hecho el mismo cálculo por unos 30 minutos para verificar que no dejé ni una milésima olvidada, siempre llegando al mismo resultado que la primera vez
- Ok ok, ¿Qué necesitas? -
- Vamos a la sala de copias para organizar ésto y copiarlo. No veo el sentido de estar aquí si se desordenará al transportarlo. Después de ti. - no mirando atrás, me adelanto a él
Todo luce tan tranquilo, solitario… como si de una película se tratase. Estoy tan acostumbrada al ajetreo diario del lugar que no siento que me encuentre en el mismo sitio. Hay poca iluminación también, solo están encendidos los bombillos del pasillo por donde vamos caminando, apagándose segundos después de no percibir movimiento, resaltando un color azúl profundo a nuestras espaldas o al inexplorado frente. Una lucecita verde al fondo del pasillo me indica que en efecto las cámaras de seguridad están grabando, perfecto, si John decidiera lanzarme por una ventana habría evidencia de mi desaparición. 
El cansancio que había en mis hombros desaparece al momento que siento un empujón contra la máquina de copias seguido de un firme apretón en el cuello. Apenas y hemos librado el alcance de grabación de la cámara.
El poco oxígeno que había en mis pulmones es insuficiente para emitir palabra, solo quejidos salen de mi boca.
Duro y seguro de sí mismo, John restriega una creciente erección en mi trasero, lo hace sin vergüenza o timidez alguna. Con la mano libre presiona el cráneo (no muy fuerte) contra la máquina para dejarme a su merced.
- ¿Creías que nunca te haría pagar por tu insolencia pequeña perra? - libera mi garganta para que le responda
- Sueltame John, ¿Qué carajos piensas hacer? - salen en tartamudeo mis palabras
- Te haré pagar por tu insolencia. Eso es lo que haré, ¿Recuerdas "tu promesa" hacerme trabajar el resto de mi carrera aquí? Eso fue la gota que derramó el vaso - intento separarme de la máquina o quitarlo de encima, en vano - Además de tu descarado coqueteo con el insípido de Mark. No sabes lo mucho que me alegró saber que por fin nos quedaríamos solos, siempre tienes la suerte de escabullirte de mi, pero hoy nadie podrá salvarte. Me aseguré de eso, aquí no hay cámaras. -
¿Va a matarme? ¿Esto es real? La cabeza me da vueltas con sus declaraciones. Estoy aterrada la verdad, unas pesadas lágrimas brotan de mis ojos en cuanto termina de hablar. Mis fuerzas se van desvaneciendo al segundo.
- ¿La pequeña perra está llorando? No lograrás chantajearme con eso. Ahora, compórtate y mantén tus manos aquí. - las coloca entrelazadas en mi espalda baja. Después arranca mi falda de mis piernas junto con mi ropa interior. Su lengua no espera para atacar mi entrepierna por detrás. Gemidos involuntarios salen al compás de sus movimientos, rudos pero deliciosos poco a poco detienen mi miedo. Si esta es la manera en que piensa castigarme por mi comportamiento, estoy feliz de haberlo provocado por tanto tiempo.
- ¿Estás celoso? ¿Por eso me castigas? - el valor sale de mis entrañas ahora que no siento la cabeza tan liviana por su estrangulación sino por sus administraciones a mi coño.
- No, aún no puedo estarlo. Hoy solo estoy molesto por tu comportamiento, después de que seas mía pagarás por ofrecerte como puta a Mark. -
- No soy una puta, y si lo fuera, sería la de él, jamás la tuya engreído. - golpea con una fuerza brutal mi trasero, haciendo que grite del dolor, repite esta acción otras cuatro veces. Por doloroso que sea, no retiro mis manos de donde las dejó antes - Puedes arder en el infierno John. -
Como si de una muñeca de trapo se tratase, me levanta con facilidad y deposita en el escritorio repleto de hojas más cercano. El resto de ropa en mi cuerpo es también arrancado, dejando los tacones. Tras desnudarme, baja la cremallera de sus pantalones y mueve su ropa interior, saliendo rebotando una deliciosa verga roja con venas bombeando a máxima fuerza. Una mueca de asombro mezclada con preocupación causa una carcajada suya, sabe que va a disfrutarlo. “¿Dónde carajos va a caber eso?”
- Prepárame, John, vas a lastimarme. -
- No lo mereces. - inserta rápido su miembro en mi interior, robando un quejido
¿Por qué no me quito de encima a esta bestia?
¿Por qué no pido ayuda?
¿Por qué no estoy suplicándole que se detenga?
Porque estoy disfrutando cada maldito segundo de ésto, estoy amando el apenas soportable dolor de ser partida a la mitad por sus violentas caderas. AMO la manera en que está aprovechándose de mi fragilidad, amo cómo me tiene a su merced el hombre que más desprecio en esta vida, más que nada, amo como está utilizando mi cuerpo como un simple objeto sexual para descargar su ira. Está derrumbando el pedestal en que me había colocado, haciéndome lucir como nada. Como si fuese lo más fácil del mundo.
Agh. Lo está haciendo tan bien que un 'te amo' o 'gracias' podría salir de mi boca. Duele tanto y tan bien que tengo que contenerme de no suplicar por un beso. 
Su miembro estira profundidades inexploradas en mi interior y sus musculares piernas hacen que mi culo rebote con cada impacto contra él; para no caerme, me ha asegurado con sus pesados brazos contra la superficie, dejando una marca segura para mañana en mis posaderas. Como leyendo mi mente, ataca mis labios en un sensual beso acompañado con un mordisco a su final.
- Desde el momento en que te vi llegar con esa estúpida actitud de sabelotodo, supe que habría que ponerte en tu lugar. Ha pasado tanto tiempo desde eso, que pensé en ir a buscarte yo mismo a casa para hacerlo de una vez por todas, pero voilá, el destino te puso en bandeja de plata para mí. Para mí, ¿Entiendes eso pequeña y estúpida zorra? - aunque mi mente comprende el significado de sus palabras, no puedo emitir palabra - Pruebas un poco de verga de calidad y pierdes la cabeza. -
Continúa con sus embestidas un buen rato, dando besos y mordidas esporádicamente. Después, me recuesta más o menos delicado en el suelo, no sin antes propinarme un buen jalón de pelo para levantar mi cabeza.
- Voy a hacerte mía ¿Lo escuchaste? Voy a venirme y marcar este lindo culo. Así jamás volverás a coquetear con cualquier idiota que ponga un solo ojo en ti, vas a recordar el calor de mi eyaculación entre tus piernas cada vez que un hombre te dirija la palabra. -
- Si... - implorando a un ser superior algo más de resistencia, logro responder
Pero realmente qué quise decir con eso, me pregunto tras callar. ¿Deseo que me clame cómo de su propiedad? Sí, si eso significa que podré disfrutar de su comportamiento animalista conmigo. ¿Deseo seguir siendo rebajada de esta manera? Si, dios mío, jamás me había sentido tan bien con nadie, no tiene que volver a escupirme para humedecer mi entrepierna, estoy tan mojada que mis jugos escurren y ya han formado un pequeño charco debajo mío. Y eso él lo sabe, puede saborear el olor desde ahí.
- ¿Sí qué? ¿Lo entiendes o lo deseas? - espera mi respuesta en vano, pues ya agoté la poca fuerza que había reunido para aceptar sus órdenes - Como sea, trata de mantenerte quieta. -
Con exquisita lentitud vuelve a introducirse en mi vientre, llegando casi hasta mi estómago en esta posición que explota su tamaño al 100%. No puedo ni deseo controlar mis gemidos ante tanto deleite aunque su volumen sea bajo, así lentamente mis piernas van fallando hasta estar completamente recostada boca abajo en el suelo, dejando que abuse de mí con acceso completo. Me aferró a su mano junto a mi cabeza para soportar todo este viaje, mordiendo su muñeca cada que pierde el control.
- John... yo voy a... - el mundo parece temblar incontrolablemente a mí alrededor en ese momento, además de ponerse en extremo caluroso ¿Es el mundo o soy yo? Ha pasado tiempo desde que tuve un orgasmo tan intenso que me retorcía, apostaría que es el mejor que he tenido en mi frígida existencia y no podría mejorarlo de ninguna forma. Espasmos que llegan hasta las profundidades de mi coño vacían a mi amante a mis espaldas, por llamarlo de alguna manera. En estado de extrema sensibilidad, soy consciente de cómo cada chorro de su semen sale disparado dentro mío, justo como me lo prometió. Después se desploma a un lado para descansar de la sesión que dirigió en su totalidad él solo.
Al no querer ser la primera en romper el silencio, opto por fingir estar desmayada, tal vez de esta forma me abandona acá tirada y escapo a la primera oportunidad. Mañana será otro día y podré seguir fingiendo que lo aborrezco (no será posible tras lo ocurrido) o que no recuerdo nada. Eso es asunto de mi yo del futuro, lo primordial ahora es descansar. 
Pero no, levanta mi flácido cuerpo para sentarlo.
- Hey, ¿Estás consciente t/n? ¿Me escuchas? - pellizca gentilmente mi mejilla algunas veces - Gracias a dios, ¿Estás bien? -
- Sí, sólo estoy agotada. -
- Y qué lo digas, vamos a vestirte para salir de aquí. Afuera hay cámaras y no puedo cargarte desnuda. -
- Dame unos minutos y podré hacerlo sola. - al levantar unos centímetros la pierna, una incómoda sensación de escurrimiento me regresa de golpe al suelo. Por suerte es amortiguada
- No puedes ni mantenerte en pie. Vamos, déjame ayudarte. - cedo ante su insistencia
Mientras pone lo que quedó de cada pieza de mi ropa, noto cierta cosa muy diferente a su conducta normal o lo que esperaría después de haberme tomado como vil yegua. Una consideración nunca antes vista venir de él. Cómo sea, cuando dije que estaba agotada no mentí, conforme pasa el tiempo pierdo la batalla contra la fatiga. Ya no soy consciente de lo que pasa a mi alrededor hasta estar en un vehículo desconocido con Johnny como mi conductor designado.
- Necesito que me digas donde vives. -
- ¿Y mi auto? -
- En el estacionamiento del edificio, no te preocupes, me aseguré que tuviera la llave. Por favor dime dónde vives o ponlo en el GPS. -
- Sí, está bien. - tecleo mi dirección en su teléfono como pide - Pero ¿Cómo iré mañana al trabajo sin mi auto? -
- Pasaré por ti, no te dejaré tomar el transporte si yo te quité tu auto tonta. Además debemos ser puntuales para nuestra presentación. -
Un estruendoso golpeteo en mi puerta perturba mi profundo sueño. Estos no cesan hasta que permito la entrada de Johnny a mi pequeño departamento. Entra como si fuera su propia casa en cuanto abro la puerta.
- Te has quedado dormida. Ni siquiera te quitaste la ropa de anoche. - esto último lo dice en cierto tono para tantear mi respuesta, comprobar si he vuelto a ser la misma pesada de antes o su 'tratamiento' de anoche tuvo su efecto deseado. Pero aunque quisiera, mi respuesta sale en el tono más tranquilo del mundo. Todo rastro de la perra que era ha muerto y fue enterrada metros bajo la tierra.
- Si, yo... He caído en la cama en cuanto me trajiste. - no lo veo al responder, algo que no pasa desapercibido a sus ojos
- Podemos llegar después, diremos que necesitábamos recoger algunas cosas. Si tú no dices nada, yo tampoco. - camina del sofá que había escogido para sentarse hacia mí - ¿Necesitas ayuda para ducharte? - levanta mi mandíbula para que lo observe - Indícame dónde está el baño... Princesa. - tomando algo de iniciativa sin ser demasiado atrevida, lo tomo de la mano y llevo hacia donde me indicó
El cómo me desnuda y mete a la tina es el opuesto más claro de lo que hubiese hecho hace 8 horas; arremanga su camisa para asistir mi limpieza y tallar mi pelo, cuidando que su perfecto traje permanezca de esa manera. Luego permite que por mi cuenta me vista y perfume.
- ¿Lista? - pregunta cuando salgo (tímida) de la habitación, su sonrisa ahora tiene otra connotación. Ya no es sarcasmo y odio lo que me transmite, sino calidez que mantiene cierta dominancia sobre mí.
De camino al trabajo, hubo varias ocasiones en las que su mano abandonó la palanca de velocidades para acariciar mi pierna o pellizcar mi mejilla. Sólo podía pensar en el delicioso aroma que tiene su auto (que anoche no noté) o lo mucho que hubiera deseado que me volviera a tomar esta mañana. Ni siquiera intentó besarme.
- ¿Qué tanto hay en esa cabecita tuya? -
- Nada, sigo cansada y estresada por lo que ocurrirá más tarde. -
- ¿Es sólo eso? ¿O es que estás decepcionada? - vuelvo a verlo confundida - ¿Esperabas una continuación? -
- Sinceramente, sí. - no pienso mucho al responder
- Pequeña nena codiciosa, no puedo estar encima tuyo todo el día. Tenemos una vida que vivir. -
En el trabajo tenemos un mínimo contacto puesto que estamos verdaderamente ocupados. Evito dirigirme a él si no es estrictamente necesario hacerlo, como para informarle que es hora de ir a la sala de conferencias o que no olvide la USB donde se encuentra toda nuestra labor.
Tal como planeábamos, nuestro trabajo es implacable y somos felicitados por quienes asistieron. Sin el mínimo inconveniente sobrevivimos a la tarea y somos libres de tomarnos el resto del día. Es lo menos después de ayer, menos sería un insulto, opino.
- Hey, ¿Cómo salió esa junta? - diablos, es Mark
- Bien, creo. No hay nadie gritando o pidiendo nuestra renuncia. -
- Entonces supongo que sí. Me preguntaba si... Nuestra cena sigue en pie. - rasca nervioso su cuello por detrás de la cabeza
Antes de planear bien mi respuesta, a lo lejos diviso la cabellera café claro de Johnny. Quién no luce feliz en lo absoluto, y aunque sería tentador molestarlo un poco a ver si anoche llegase a tener segunda parte, no me apetece jugar. Soy una especie de loba domesticada que ha perdido el apetito por la caza y se conforma con ser alimentada de una misma mano. Tal vez y sólo tal vez, necesitaba un buen revolcón para apaciguar mis frustraciones. ¿Gracias?
- No lo sé con seguridad Mark, con mi posible ascenso es difícil saber si tendré el tiempo. - rechazo indirecto pero confiable, tratando de parecer tranquilo y no rompiendo su corazón del todo
- Claro claro, tienes a los ejecutivos comiendo de tu mano. Dalo por hecho. -
- Pero seguimos en contacto ¿Ok? Nos vemos por acá. -
Apresurada sigo la figura de mi domador, quien solo ha avanzado unos pasos de donde lo encontré antes. Para llamar su atención, tomo de su brazo.
- Lo rechacé. - apenas y voltea su cuerpo a mi dirección
- ¿Perdón? -
- Que rechacé a Mark. -
- Oh, pensé que aceptarías salir con él solo para molestarme. Alguien aprendió su lección anoche, buena chica. - algo en sus palabras suena como cumplido a mis oídos, una sonrisa se forma en mis labios - Que linda te ves cuando sonríes. -
Tan pronto o tan rápido como pasa el tiempo, me encuentro a tres semanas después de lo ocurrido en la sala de copias. Ya se corren los rumores de noviazgo entre nosotros dos, que no nos molestamos en aclarar a nadie.
Johnny se comporta de la manera más amable en este mundo (dejando de coquetear con toda cosa que tenga vagina) y me hace suya en cada oportunidad que tenemos. Parecemos conejos: En el auto, la oficina, el comedor, su casa, mi casa, la ducha, la cocina, etc. La calidad y cantidad de relaciones sexuales satisfactorias me tiene volando en una nube todo el tiempo. 
No he sentido un gramo de estrés o ganas de ahorcar a nadie. Mi vida parece tan tranquila ahora que la veo con otros colores. Además de mi nueva actividad favorita, la mencionada fiesta de aniversario (y el consecuente nombramiento de puesto) hace todo más emocionante.
Tras la larga espera, ¡Es hoy! ¡Es hoy! ¡Es hoy! Y mi acompañante estrella es nada más y nada menos que mi contrincante más fuerte. Si antes lo habría matado para conseguir mi ascenso, ahora estoy feliz por quién sea que lo logre mientras sea uno de los dos.
Un toque de perfume y polvo en el rostro, y estoy lista. Un auto espera fuera a mi llegada para irnos, el piloto abre la puerta por mi.
- Tu trasero se verá tan hermoso cuando pases al frente. Lástima que no aceptaste cinchar mi nombre en tu vestido. -
- ¡Sería un pecado arruinar un vestido así! -
- ¡Una verdadera lástima! Por eso al rato me aseguraré de quitarlo con cuidado antes de hacerte todo lo que planeo, jefa. -
- Me gusta el apodo. -
- Entre tantos de los que uso contigo ¿Ese es el único que te ha gustado? Ni nena, princesa, mi amor, pequeña zo…-
- No digas más, o ni siquiera llegaremos a la fiesta. -
- Podríamos hacer varias cosas ahora mismo sin tener que desnudarte. - con la mano que no sujeta el volante, baja su cremallera - Trae esa boquita acá. -
Su miembro va adquiriendo grosor y tamaño con cada apretón que le doy, aún sin envolver mi boca. Salivo sobre su longitud para lubricar aún más mis movimientos. Deliciosos gemidos salen de su pecho sin la mínima contención, aunque en los semáforos pueda ser visto o escuchado. La facilidad con que podemos ser atrapados agrega ese toque de adrenalina o "prohibido" al momento.
Una pesada mano toma un puño de cabello en un chongo para hundirse en mi cavidad.
- Sé una niña buena y no juegues. - ocupada en su envergadura me es imposible responder
Aún con la práctica que he adquirido, es difícil abarcar toda su longitud sin ahogarme o tener el reflejo de vómito. Por muy o poco humillante que pueda ser darle placer de esta forma, disfruto del cómo luce su rostro cada vez que voy más profundo en él o la contención que tiene para no abusar de mi boca (a veces como no se contiene en lo absoluto); soy una esclava de su placer que permitirá que haga todo lo inimaginable conmigo y lo recibiré gustosa. Estoy dispuesta a explorar nuestros cuerpos para descubrir qué es lo que nos gusta, o nuestros límites.
Por cómo empuja hacia arriba sus caderas, noto que está desesperado por alcanzar el alivio.
- Comerás todo lo que salga de mí ¿Entiendes? No dejarás ni una marca de semen o saliva en mi pantalón. Sino, te castigaré tan fuerte que ni una pequeña puta como tú lo tolerará. - no le toma mucho para rellenar mis mejillas con su semilla, casi escabulléndose una gota - Muéstrame tu boca, quiero ver que hayas tragado todo. - tan limpio como puede estar - Buena chica. -
Al llegar somos recibidos por un montón de miradas curiosas que de seguro se preguntan "¿Por qué están juntos si compiten por el mismo puesto?" o algo similar.
- Mira esto. - muestra el chat grupal de los hombres en el trabajo, ya repleto de mensajes de felicitaciones por llevarme a la cama, otros hablando de haber conseguido el mejor culo de la oficina. 
- ¿Es algo malo? -
- En lo absoluto. Que sepan que estás fuera de su alcance. Eres mía. - un simple guiño me llena de orgullo
La noche transcurre tranquilamente entre discursos de agradecimiento por parte de la gerencia y demás palabrería que se dice en eventos como éstos. Lo verdaderamente importante viene casi al final de la noche, el momento que varios hemos estado esperando. Tomo la mano de Johnny para detener mis trepidaciones, sabiendo que lo necesitaba, aprieta mi palma.
Los nombres de los candidatos son anunciados, al igual que sus cualidades, currículum y porqué se les considera calificados. Lo mejor se queda para el último, nosotros dos obviamente.
- Felicidades a todos los candidatos mencionados, y gratitud a su arduo trabajo que día con día hace de nuestra empresa una de las mejores. -
Como si de entrega de premios se tratase, un sobre sellado es abierto para revelar a la persona que ha superado a todos.
- Si bien son trabajadores excelentes, existe una persona que ha demostrado estar más calificada para avanzar el siguiente peldaño. Les pido un fuerte aplauso para la señorita T/N. - ambos nos volteamos a ver
Ni todos los aplausos y vítores de mis compañeros podría hacerme más feliz que la sonrisa que John me da al escuchar al jefe. Se alegra por mí desde el fondo de su corazón sin un solo rastro de envidia o egoísmo.
- Tendremos que celebrar jefa. No todos los días se escapa de la sala de tortura - apretuja mi cara con ambas manos - Lo que me recuerda, necesitarás de un asistente personal ¿No seguirás pensando en enviarme a la sala de copias? Porque tengo mucho que hacer al respecto. - me libera de su agarre voraz pero pellizca la mejilla
Descubro que tal vez es un hábito suyo.
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profesor-javaloyes · 1 year
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“O tempora o mores”
Entre los que se fueron, los que están y los que se anuncia que vienen, a este país en poco tiempo no lo reconocerá nadie. Hasta “La meninas” y el gran maestro Velázquez se largarán de aquí y no quedarán más que cuatro gatos.
Y si el viejo Profesor Javaloyes pondera (y ponderando mucho) a lo sumo… cinco.
La política, como la vida, acostumbra a explicarse con metáforas.
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callmeanxietygirl · 9 months
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Mis gatos
ya sé. ya sé.
son limitados, tienen necesidades
y preocupaciones
distintas.
pero los observo y aprendo de ellos.
me gusta lo poco que saben,
que es
tantísimo.
se quejan pero nunca se
preocupan.
caminan con una dignidad sorprendente.
duermen con una simplicidad directa que
los seres humanos sencillamente no podemos
comprender.
sus ojos son más
hermosos que los nuestros.
y pueden dormir 20 horas
al día
sin vacilar ni sentir
remordimientos.
cuando me siento
bajo de ánimos
me basta con
observar a mis gatos
y me
vuelve
la valentía.
estudio a estas
criaturas
son mis
maestros.
*CHARLES BUKOWSKI
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wingzemonx · 8 months
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 21
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21
La mañana del quinto día de Milk en la Torre Karin, el gato ermitaño la despertó abruptamente a media mañana con un contundente grito a escasos centímetros de su oído. La joven guerrera gritó, se estremeció, y se paró alarmada de sus tendidos improvisados. Avanzó en falso hacia el frente, aún presa del súbito despertar, y sus pies terminaron enredándose con su cobertor. Su cuerpo se precipitó al suelo, cayendo con su cara contra éste.
—Deberías estar más alerta —comentó Karin con voz risueña, mientras la joven mujer se revolvía en el suelo, agarrándose su rostro enrojecido y adolorido por el golpe.
—¡¿Más alerta?! —exclamó Milk con enojo, girándose hacia él—. ¡Estaba durmiendo!
—Es en tus momentos de mayor debilidad cuando tu enemigo intentará aplacarte. ¿No lo sabías?
—Si es el caso, entonces debería intentar quitarle la vasija mientras usted duerme —amenazó Milk con voz áspera, a lo que Karin respondió más que nada con otra de sus risillas burlonas.
—Levanta tus tendidos y sube para que comencemos de una vez. No hay tiempo que perder, ¿no es cierto?
Antes de recibir respuesta, Karin se dirigió a las escaleras que llevaban a la parte superior del templo. A sus espaldas, Milk comenzó a doblar de mala gana el cobertor y el futón que el viejo maestro le había dado para que durmiera.
Cinco días habían pasado en un abrir y cerrar de ojo, y en cada uno su rutina había sido exactamente la misma: despertarse, pasar todo el día intentando arrebatarle la vasija con el Agua Ultrasagrada al maestro Karin, sin obtener ningún tipo de resultado hasta ese entonces, para al final del día simplemente irse a dormir. La única excepción había sido al tercer día, donde el maestro le había permitido tomar un baño en su tina, y poco más. Estaba tan hastiada de todo eso, que incluso extrañaba el cocinar o limpiar su casa. Pero gracias al efecto de la semilla que había comido el primer día, ni siquiera había requerido comer hasta ese momento. Y en ese espacio tan pequeño, con tan pocas cosas, apenas y se ensuciaba.
«Hacer cualquier otra cosa sería mejor que esto» pensó con amargura mientras subía las escaleras. En la parte superior, Karin ya la aguardaba, con la vasija bien sujeta a la punta de su bastón.
—¿Ya estás lista para empezar? —le cuestionó con tono moderado.
—¿Tengo otra opción? —respondió Milk con molestia.
—Desde el inicio has tenido la opción de irte a tu casa —señaló Karin con tono áspero, lo que sólo irritó aún más a joven madre. Esto no pasó desapercibido para el viejo ermitaño, aunque ya para ese punto Milk se había dado cuenta que era casi imposible ocultarle cualquier cosa—. El día de hoy pareces más irritada que de costumbre.
—¡¿Y le parece que no tengo motivos para estarlo?! —exclamó Milk en alto, su voz retumbando con fuerza, a pesar de que en ese espacio abierto no debería haber tanto eco—. Llevo cinco días aquí perdiendo mi tiempo, mientras Gohan ha estado todo este tiempo en las garras de Piccolo Daimaku. No puedo dejar de pensar en todo por lo que ha de estar pasando, y todo lo que debe estar sufriendo. ¡Y yo estoy aquí jugando este estúpido juego con usted!
Karin guardó silencio, inmutable al parecer ante los gritos de la mujer.
—¿En verdad crees que has estado perdiendo el tiempo todos estos días? —le preguntó el ermitaño con asombrosa calma.
—¡Pues claro que sí!
—Entonces me temo que con más razón serás incapaz de obtener el Agua Ultrasagrada.
Milk se sobresaltó, extrañada por tan eclíptica afirmación.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Nada —afirmó Karin, negando con la cabeza. Y como si toda esa conversación no hubiera sucedido, extendió entonces su bastón hacia ella, con todo y la vasija, y pronunció—: ¿Comenzamos entonces?
Empujada más por la irritación que por otra cosa, Milk se lanzó en su contra como una fiera al ataque, extendiendo sus manos en dirección a la vasija, pero dejando escapar ésta por apenas unos centímetros.
Por la siguiente hora, todo fue una repetición ininterrumpida de los días anteriores. Milk intentaba alcanzar la vasija, y Karin se movía con notoria agilidad para alejarla de ella. Ambos moviéndose en un baile sin sincronía ni ritmo, en el cuál Milk era la única que en cada movimiento terminaba mal parada.
De pronto, la joven guerrera se detuvo, y sin decir nada se dejó caer de rodillas al suelo. Inclinó su torso hacia adelante, y apoyó sus manos contra el piso. Sus largos mechones negros cayeron frente a su rostro, casi ocultándolo por completo.
—¿Qué pasa? —preguntó Karin con curiosidad—. ¿Te cansaste tan pronto?
—No puedo… —susurró Milk despacio, pero al instante siguiente alzó su mirada colérica hacia el gato ermitaño. Lágrimas de frustración resbalaban por sus mejillas—. ¡No puedo hacerlo! ¡Es simplemente imposible!
—Si piensas que algo es imposible, entonces lo es —suspiró Karin despacio.
—No me salga con sus palabras inteligentes ahora —le respondió Milk secamente—. No las necesito…
Se hizo entonces hacia atrás, dejándose caer de sentón, y luego de espaldas hacia el suelo. Su mirada molesta se fijó en el techo de la cúpula que coronaba la torre.
Karin suspiró, y entonces se permitió acercarse unos pasos hasta colocarse justo delante de Milk. Ésta siguió ahí recostada sin mirarlo siquiera. El maestro la contempló fijamente, y con un tono mucho más sereno y claro del que había usado hasta ese momento, le dijo:
—Nunca lo lograrás si en lugar de enfocarte en lo que está delante de mí, tienes tu mente y tu corazón en otro lado.
—¿Qué? —exclamó Milk, confundida. Alzó un poco su cuerpo, lo suficiente para poder mirarlo de nuevo—. ¿De qué habla?
—Tienes lo que se necesita para obtener esta agua —indicó Karin—. Lo sentí desde la primera vez que te vi. Pero no estás enfocada en lograrlo.
—¡Por supuesto que lo estoy! —espetó Milk, casi ofendida, y se puso en ese momento rápidamente de pie—. ¡He estado enfocada en eso desde el inicio!
—No es cierto —contestó Karin de forma tajante, tomándola por sorpresa—. Desde el inicio has estado enfocada sólo en tu hijo y en tu esposo. Te las has pasado pensando solamente en la muerte de Goku, y en que debes rescatar a tu hijo. Y cada día que pasa, en lugar de dejar ir esos pensamientos, estás permitiendo que estos se apoderen más y más de ti.
—Pero… ¡por supuesto que sí! ¡¿Cómo no podría estar pensando en eso?! Es el motivo por el que estoy aquí en primer lugar, y mi única motivación.
—Las motivaciones no son algo malo, excepto cuando se vuelven una distracción de tu verdadero objetivo.
—¿Distracción…?
Karin caminó hacia el frente, pasando a su lado para luego seguir de largo, hasta llegar a darle la espalda. Su atención se fijó en el cielo, que ese día se encontraba nublado, y soplaba un aire cálido que tocaba sus rostros.
—Has enfocado toda tu atención y todo tu espíritu en lo que debes hacer a futuro —indicó Karin con voz reflexiva—, o en lo que quieres lograr al obtener el poder que deseas, en lugar de enfocarte en lo que es importante en estos momentos: quitarme esta vasija. —Agitó en ese momento su bastón, haciendo que la vasija se balanceara, y el sonido del líquido en su interior se hiciera notara—. Nada más importa en estos momentos. Para poder igualar mi velocidad y lograr predecir mis movimientos, tienes que dejar todas esas preocupaciones de lado. Despejar tu mente, dejar tu corazón sin ningún sentimiento que lo enturbie. Sólo hasta lo logres podrás obtener el Agua Ultrasagrada y seguir adelante.
El entrecejo de Milk se arrugó, claramente indecisa sobre cómo tomar las palabras del viejo ermitaño.
—¿Quiere decir que para lograr quitarle la vasija… necesito olvidarme de Gohan y de Goku? ¿Eso es lo que me está pidiendo? —cuestionó, casi agresiva—. ¿Cómo puede pedirme una cosa como esa?
—Por supuesto, no tienes que olvidarte de ellos por completo —señaló Karin más relajado. Se giró entonces de regreso a ella, encarándola—. Sólo tienes que lograr dejar esos sentimientos que te agobian de lado lo suficiente para que no te entorpezcan. Enfocarte únicamente en esto, y en nada más.
Volvió a extender su bastón haca ella, alzando en alto la vasija delante de ella, incluso meciéndola de un lado a otro, como si intentara tentarla con ella. Y quizás en parte eso era: la invitaba a reanudar sus intentos, pero ahora aplicando lo que le acababa de decir.
Milk lo entendió rápidamente, y aunque algo escéptica al inicio, intentó hacerle caso. Hizo exactamente lo mismo que había hecho días atrás para intentar percibir la presencia de Piccolo o Gohan. Cerró un momento sus ojos, y comenzó a respirar lentamente: inhalando por su nariz, exhalando por su boca. Intentó relajar su cuerpo lo más posible, así como despejar su mente y su corazón de cualquier preocupación y distracción. Obtener la vasija con el Agua Ultrasagrada era su única meta en esos momentos. Nada más importaba, y en nada más debía pensar.
Por un instante creyó que lo lograría. Se sintió relajada, tranquila. Sus sentidos como el oído, el olfato y el tacto percibían vívidamente el moviendo del aire a su alrededor, la presencia del Maestro Karin justo delante de ella a unos cuántos pasos, y el sonido del agua moviéndose en el interior del recipiente. Podía percibirlo todo, incluso las presencias no tan lejanas de esa torre; tanto arriba de ella, como debajo. ¿Serían los chicos entrenando en el Templo Sagrado? ¿Serían Lunch, Upa y Bora…?
Agitó su cabeza, intentando dispersar esos pensamientos. No podía distraerse tampoco por eso. Sólo importaba la vasija y el agua, nada más…
Sin embargo, en cuánto intentó volver a despejar su mente como hace un momento, su mente fue bombardeada de golpe por una serie de imágenes, una detrás de la otra: Raditz derrotando a Goku en la isla del Maestro Roshi y llevándose a Gohan con él; Goku en sus últimos momentos, dando su último respiro ante sus ojos en un charco de su propia sangre; Piccolo amenazando con llevarse a Gohan con él, y ella siendo incapaz de detenerlo; y aquella esfera de energía proveniente de la palma del demonio, dirigiéndose hacia ella amenazando con acabarla en un simple parpadeo.
Sintió una gran opresión en el pecho en esos momentos, tan fuerte que la hizo arrodillarse en el piso. Aferró sus manos a su pecho como si éste le doliera, aunque en realidad no se trataba precisamente de un dolor físico.
—No puedo… no puedo hacerlo —masculló desesperada, negando con la cabeza. Las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas—. ¡No puedo simplemente dejar de lado lo que siento de esa forma! ¡Eso es simplemente imposible!
Karin dejó escapar un pesado suspiro de decepción, y quizás incluso un poco de cansancio.
—No hay remedio —dijo con tedio, y comenzó entonces a caminar hacia las escaleras con paso calmado—. De esta forma te será totalmente imposible lograrlo, así te quedes aquí tres, cinco o diez años. Será mejor que vuelvas a tu casa como te había dicho.
El cuerpo entero de Milk se tensó al escuchar tal instrucción, o quizás más bien advertencia. Sus puños se apretaron contra su pecho, comenzando a temblar por toda la fuerza que les aplicaba. Alzó en ese momento su mirada fulminante en dirección a Karin, que se alejaba poco a poco de ella. La desesperación y la frustración que la inundaban, fueron de pronto acompañadas, e incluso opacadas, por una emoción mucho más poderosa: ira.
—¡No lo acepto! —espetó con fuerza, y su grito provocó que Karin se detuviera y se girara de nuevo en su dirección—. ¡Todo lo que ha hecho desde que estoy aquí es burlarse de mí! ¡Estoy harta!
Milk se puso de pie en un salto, y se lanzó como bólido directo hacia Karin. Al inicio pareció bastante parecido a todos los intentos anteriores que había hecho con el fin de arrebatarle la vasija. Sin embargo, cuando estuvo lo suficientemente cerca, en lugar de extender sus manos hacia dicho objeto, la mujer giró por completo su cuerpo, lanzando una mortal patada giratoria directa hacia el cuerpo del gato ermitaño.
Aquello sorprendió a Karin, lo que le dificultó reaccionar por unos instantes, pero al final logró esquivar la patada gracias a sus agudos reflejos y velocidad. El pie de Milk cortó el aire a unos cuantos centímetros de su cara, y dejó totalmente claro que su intención con eso había sido en verdad golpearlo.
Pero aquello no se quedó sólo en una patada, pues de inmediato le siguió otra con su otra pierna, y luego una serie de golpes contundentes y rápidos, que el ermitaño se apresuró con agilidad a esquivar. Todos aquellos ataques eran erráticos, claramente influenciados únicamente por la rabia.
—Oye, debes tranquilizarte —murmuró Karin con preocupación, mientras ambos se movían con rapidez por la torre, atacando y esquivando respetivamente—. No estás pensando con claridad. Tu mente se ha enturbiado más que nunca.
—¡No me importa lo que me diga! —le gritó Milk con potencia, sus piernas y puños continuaban golpeando el aire a escasos centímetros del pequeño cuerpo de pelaje blanco del viejo Karin—. ¡Ya no quiero escuchar más de sus tonterías! Sólo deseo ser lo suficientemente fuerte para salvar a mi hijo y vengar a mi esposo. ¡Nada más me importa! Así que quiero esa maldita agua, ¡y la quiero ahora!
Siguieron en lo mismo por varios minutos, y Milk no daba señal alguna de querer apaciguar ni un poco sus ataques. Sólo logró detenerse unos momentos cuando, tras esquivar Karin uno de sus golpes, el cuerpo de la mujer se precipitó de más hacia el frente, y chocó entera contra una de las columnas que rodeaba aquel espacio. El golpe fue tal que la empujó hacia atrás, haciéndola caer de sentón.
Sólo fue un instante. En cuanto logró recuperarse al dolor, se giró de nuevo hacia Karin con su mirada encolerizada, y un claro golpe en su frente del que no parecía ser consciente, a pesar de había comenzado a sangrar por él.
—¡Dame esa agua, estúpido gato! —exclamó con enojo, parándose de nuevo dispuesta a continuar con sus ataques.
—No puedes dejar que esos sentimientos de frustración te dominen —le indicó Karin, extendiendo una mano tranquilizadora hacia ella—. ¡Tienes que calmarte! ¡Escúchame!
—Si no me la darás por las buenas… ¡Voy a tener que quitártela por las malas!
Y reanudó entonces sus ataques sin vacilación alguna.
No escuchaba ninguna razón, y sus movimientos se volvieron aún más erráticos y desesperados. Estaba totalmente fuera de control…
«Me lo temía» pensó Karin, consternado. «La frustración, el enojo, los deseos de venganza… todo esto está enturbiando su corazón. A este paso…»
Lo inevitable terminó por ocurrir. Al estar atacando y moviéndose de esa forma tan descuidada y rabiosa, Milk no fue consciente del peligro o de sus límites, ni tampoco le dio a Karin espacio suficiente para maniobrar y cuidar que nada malo le ocurriera. Una vez más casi tuvo acorralado a Karin contra el barandal que rodeaba la terraza, y sin pensarlo dos veces se lanzó hacia él con una contundente patada voladora. Karin no tuvo más remedio que reaccionar, y moverse rápidamente hacia un lado, esquivando el ataque de Milk. Sin embargo, al mismo tiempo, el cuerpo entero de la mujer siguió de largo impulsado por la misma fuerza de su ataque.
Para cuando Milk logró reaccionar y ser consciente de lo que ocurría, su cuerpo había pasado enteramente por encima del barandal, y ahora se encontraba suspendido en el aire fuera de los límites de la torre.
Milk miró hacia abajo, incrédula, encontrándose con el mar de nubes que le cubría entera la vista del suelo. Un instante después, y una vez que perdió el impulso, su cuerpo comenzó a descender precipitosamente.
—¡No! —escuchó a Karin pronunciar a sus espaldas con temor. Milk se giró hacia él por mero reflejo, pero apenas logró distinguir fugazmente el rostro del gato ermitaño, antes de comenzar a dejar bien atrás la punta de la torre cuando su cuerpo comenzó a caer y atravesar las nubes.
—No, no, ¡no! —pronunció con fuerza repetidas veces, presa del pánico que se había apoderado de ella, alejando de momento la ira.
Se giró de nuevo hacia abajo. Sintió el aire frotándole la cara y el cuerpo entero mientras se dirigía en caída libre hacia el suelo. Éste aún no era visible con claridad debido a las nubes y la distancia, pero no tardaría en serlo. Su cabello y las telas de sus ropas se agitaban con fuerza, produciendo un sonido casi ensordecedor.
Debía tranquilizarse y pensar rápido. Se recordó a sí misma que la torre era muy, muy alta; había tardado más de un día en subirla, después de todo. Así que no debía sucumbir al miedo y tomar la acción más lógica para ese momento, por no decir quizás la única que tenía.
—¡¡Nube voladora!! —gritó con todas sus fuerzas una vez que logró recuperarse lo suficiente.
La nube mágica no tardó en aparecer en el firmamento, dirigiéndose a toda velocidad hacia ella, hasta colocarse justo debajo a un par de metros. Conforme se dirigía en su dirección, Milk comenzó a sentirse más segura y aliviada. Se imaginaba a sí misma cayendo tranquilamente sobre su superficie suave y reconfortante, y volver a estar completamente a salvo.
Esa idea se esfumó unos segundos después, en el instante en el que su cuerpo tocó el de la Nube Voladora, y lo atravesó enteramente… como a una nube real.
—¡¿Qué?! —soltó al aire incrédula. Se giró hacia arriba, centrando su mirada en la nube dorada suspendida en el aire, que rápidamente se alejaba de ella.
O, más bien, Milk se alejaba de la nube pues seguía cayendo en dirección a tierra sin oposición alguna.
«No… no puede ser…»
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