Tumgik
#la reina de la brasa
vangelismorgan · 2 years
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Aferrate a tu corazón [ch2]
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Aemond Targaryen x Original [Tully] female character.
ADVERTENCIAS: Angustia | Drama | Horror corporal | Muerte neonatal | Trauma.
La muerte se siente como brasas abrazando su carne hasta derretir la grasa y dejarlo solo con los huesos desnudos. Duele, duele tanto y se siente indefenso. A veces escucha voces distantes e intenta gritar para que no lo dejen atrás, intenta correr para salir de la espesa oscuridad, y sin embargo no consigue nada, solo frustración, furia, e impotencia. El horror lo persigue con la misma pesadilla, lo que él considera su infierno personal: la muerte de Luke. Se repite y se repite, le embota la mente y piensa que puede volverse loco, o quizá ya lo está.
Despierta en una bruma de dolor en todo el cuerpo, mil cuchillas cortándole la carne. Su único ojo sano desenfocado apenas puede distinguir una llama, contrario al fuego incontrolable y terrible de Vhagar, el fuego que arde frente a su visión nublada se siente cálido y reconfortante, lleno de vida, y luego la ve a ella...
«Los salvajes del norte más allá de la muralla, les llaman besados por el fuego, un símbolo de prosperidad y buena fortuna».
Dice llamarse Desmera Rivers, una niña bastarda con cualidades más admirables que las del anciano Maestre de Harrenhall, cuya respuesta a todo es: leche de amapola, el mismo espeso veneno que deterioró a su padre hasta la tumba, Aemond se estremece en el recuerdo.
Una luna se ha ido desde que está postrado en el catre, y faltan algunas semanas más antes de ser lo suficientemente fuerte para viajar a Kings Landing.
—Buenos días, su gracia, —dice la muchacha, tiene bonitos ojos azules, brillan igual que el zafiro que llena la cuenca de su ojo, él no responde, sencillamente suspira y vierte su atención sobre las vendas limpias que ella lleva en una canasta—, hay que cambiarlas lo más constante que se pueda, gracias a la madre, la carne ha cicatrizado bien.
Para ser una bastarda de las Riverlands, la chica es bastante educada, y su voz no tiene el acento vulgar de una campesina. Supone que debió vivir en alguna fortaleza, con un padre o madre noble, o que sirvió como doncella de alguna hija de renombre.
—¿Qué día es hoy? —pregunta Aemond para no sentir la incomodidad del silencio, y distraer la picazón de las costras, todavía no tiene valor para ver su propio cuerpo probablemente desfigurado. Recordó el horror en la carne de Aegon: el metal fundido en la carne, los coágulos de sangre, y el hueso expuesto de una costilla donde faltaba el músculo y la piel ¿Cómo en los siete infiernos su hermano sobrevivió a eso? Ahora tiene su respuesta, habiendo sobrevivido a una caída libre desde la silla de montar, hermana oscura le atravesó la clavícula cuando debió arrebatarle el otro ojo, cruel ironía.
—Hoy es día de oración a la doncella, —responde Desmera, tan atenta y servicial para tratar las heridas.
La última vez que sintió las manos de una mujer en la piel desnuda, fue la noche antes de enfrentarse a su tío Daemon. Él y Alys hicieron el amor, la sintió redonda con su hijo mientras la llenaba por lo que él pensó que sería la última vez, y la había tomado como los animales lo hacían con las hembras. Ahora bien, está chica ribereña, notó, no tenía las callosidades del trabajo arduo en el campo, esas eran manos suaves, dedos ágiles que solo podía comparar con los de Helaena bordando bichos y alimañas en su rueda de costura.
—¿Noticias de la capital? —él no se atreve a quejarse cuando las vendas pegadas a las costras tiran de su carne todavía tierna.
—La reina madre ha enviado hombres para llevarlo de vuelta a la fortaleza roja, —respondió Desmera.
Y entonces la llevaría con él. La niña puede ser una campesina, pero ni siquiera la reina madre Alicent, tendrá forma para despedirla, con el enorme servicio que ha hecho a la corona, su corona. El trono de hierro lo espera, amenazante y cruel, Aemond lo había ambicionado como nada en el mundo, y lo deseaba tanto que ya ha pagado su precio con fuego y sangre, se abrazará tan fuerte a la monstruosa cosa, que definitivamente va a necesitar a esta bruja de alto corazón como la llaman, para atenderle las heridas.
Cuando la engorrosa labor de la curación termina, Desmon Tarly se presenta, el muchacho tiene un gesto de preocupación en la cara, y mira a Desmera.
—Muchacha, te necesitan, —es todo lo que dice el joven para que Desmera Rivers se levante.
Hay un grito escalofriante que viene de una tienda alejada, una mujer que suena casi como un animal, y de repente hay demasiada gente moviéndose aquí y allá. Solo se necesita de un breve gemido, una súplica doliente para que Aemond reconozca la voz: Alys... Su Alys.
Moverse es una crueldad, nada más intentar levantarse y todo su cuerpo está en llamas, corrientes de dolor que lo hacen sudar y siente que la chica pelirroja tendrá más trabajo para la noche, sin embargo Aemond necesita ir, necesita llegar a donde el lamento de Alys resuena con súplicas.
—¡Sácalo, sácalo! ¡Me está matando, esta cosa me está matando! —chilla la mujer.
—El niño viene de nalgas y ya es demasiado tarde para moverlo, —dice una mujer con voz vieja y angustiada.
Aemond se arrastra con una vara improvisada como bastón, y ayudado por uno de los hombres que encontró en el camino, Alys vuelve a gritar.
—¡Alys! —él llama, y entonces ella responde.
—¡Aemond, Aemond, mi principe... Mi rey, te necesito! —no suena como la mujer confiada y seductora que conoció en Harrenhall, desafiante y hermosa.
Recuerda, los murmullos de cómo murió la primer esposa del rey Viserys. Abierta como un pez del vientre hasta el pubis, un mar de sangre, un bebé que apenas vivió unas horas. Aemond jamás ha sido un hombre piadoso, ni tampoco un buen hombre ¿Es acaso pecado ceder a su naturaleza? La sangre del dragón corre espesa en sus venas, es natural para él, exigir el precio del fuego y la sangre. Y sin embargo, pide que su hijo, esa criatura inocente venga con bien.
Las mujeres comunes no dan a luz como las mujeres nobles, sea por el bien de la modestia, o por la indignidad.
Alys está a cuatro patas en un catre improvisado, casi desnuda exhibiéndose mientras la sangre le escurre por las piernas, Desmera atrás de ella, observa con preocupación, antes de dirigir sus azules ojos indignados hacia él. En otra ocasión respondería con una media sonrisa arrogante, ahora mismo siente demasiado dolor, y miedo... Miedo por ese hijo que vio crecer en el vientre de Alys.
—Lady Alys, necesito que confíes en mí, —pide Desmera.
Aemond se siente sudoroso, los nervios lo engullen y no puede dejar de mirar, Alys se retuerce de dolor mientras se inclina como una gata, y empuja. El sonido acuoso que proviene de entre sus piernas es espeluznante, la cama de parto tan terrible como es, se cobra la vida de las mujeres, y Aemond siente miedo de perder a Alys.
Pasan lo que parecen horas antes de que la crudeza de los gritos acaben con el sonido de algo viscoso siendo expulsado, y de repente hay un silencio espeso. El bebé no chilla ¿Se supone que eso sea un bebé? El rostro horrorizado de Desmera dice lo contrario.
Aquello es una cosa nudosa, deforme, una piel gruesa y gris lo recubre, y dónde debería haber un par de ojitos inocentes, hay un solo hueco en el medio de la frente con un ojo deforme e inerte, esa cosa no puede ser su hijo, también tiene dos garras en lugar de cinco deditos rechonchos, y todo lo que Aemond puede hacer es odiarlo... Alya grita y se desmaya.
Dicen que su hermana Rhaenyra también dio a luz una monstruosidad, cuando se enteró de la muerte del rey y la coronación de su hermano. Su madre la reina, declaró entonces que era un castigo de los dioses, una señal de que la sangre de Rhaenyra estaba podrida, Aemond se pregunta si la de él también lo está.
El niño no se quema en una pira como es la tradición Targaryen, a final de cuentas, la criatura era un bastardo.
Cuando Desmera se presenta en su carpa para suturar las heridas que él mismo abrió por su esfuerzo tonto, hay un silencio espeso y tenso ¿Qué hay para decir? Ella se llevó la peor parte al ver de primera mano al monstruo que parió Alys, sería una crueldad sacar de nuevo el tema, pero es de hecho ella, quien da el primer paso.
—Lady Alys estará bien, —murmura en complicidad, una voz plana que Aemond atribuye al intento de olvidar el impacto—, la dejé dormida con leche de amapola, necesitará mucho descanso antes de ir a King's Landing.
Aemond suspira agotado, tanto por el dolor, la conmoción y la idea misma de volver a casa. Si todavía fuera un segundo hijo, quizá habría desafiado a su madre y a su rey para mantener a Alys, y sin embargo... Sin embargo ahora es el rey.
—Hiciste lo que pudiste, moza. No es tu culpa que el hijo de Lady Alys fuera... Esa cosa, —porque Aemond no podría haber engendrado un demonio salido de las entrañas más podridas de los siete infiernos.
—Pasará, —contesta Desmera.
Esa noche Aemond no duerme.
Cuando Alys está lo suficientemente fuerte, Aemond la visita, ella se ilumina al verlo, y él, con mayor fuerza y cicatrices más selladas se acerca, sentándose junto al catre, su amante le mirá con estrellas en los ojos.
—Quiero la verdad de tus labios, —dice más duro de lo que en realidad pretende ser, pero Alys está acostumbrada, ella también es franca y desafiante, por eso la amó tanto.
—Lo que mi rey quiera de mi se lo daré.
—¿Estaba muerto?
La pregunta asalta a Alys con la guardia baja, y ella agacha la mirada, esos ojos verdes y felinos dudan, dudan hasta que dejan de hacerlo.
—Era la única manera, —es una respuesta definitiva.
La vida se paga con la muerte.
Alys Rivers siempre había dicho cosas fascinantes cuando miraba a través del fuego, más precisa y menos delirante que Helaena, más torcida y oscura, eso fue lo que lo atrajo de ella, el misterio y la excitación de lo desconocido cuando sus huesos se entumecieron en la lluvia fría de las Riverlands.
«El beso de Rllhor puede traer a cualquier hombre de la tumba»
Pero para pagar una vida había que dar otra, y en este caso, fue el niño enterrado días atrás por la propia moza Desmera.
Aemond había estado muerto, de verdad, su corazón no latía, su descanso finalmente llegó y sin embargo Alys lo trajo de vuelta sin ningún propósito más allá de los deseo egoístas. Ella sacrificó a su hijo para su dios rojo, entonces el rey no sabe si amarla por tal devoción, u odiarla por ser una mata sangre, como él.
La pesadilla de Luke lo va a perseguir hasta el final de sus días.
—¿Aún tengo tu corazón mi rey? ¿Aún me amas?
¿Lo hace? Lo hizo una vez, recuerda, la quería tanto. La quiere todavía, la desea, es extraño que incluso después del parto, no existan huellas de la maternidad en su cuerpo, Aemond todavía recuerda a Helaena, desnuda, tapizada con las huellas de la maternidad, pechos caídos, vientre flácido, marcas rosadas y rojizas, caderas anchas... Pero Alys es tan inmaculada, Alys no parece de ese mundo.
Aemond no responde, la besa en la frente y se va sin mirar atrás, dejando la amargura en el rostro de una mujer aue puede llegar a ser vengativa.
Cuando Aemond sale de la carpa, los soldados Hightower enviados por la reina madre arriban para doblar la rodilla y llevar a Aemond a reclamar su corona.
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miroverd · 1 year
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Libros leídos en 2022
1. Anhelo - Saga Crave - Traccy Wolf
2. Furia - Saga Crave - Traccy Wolf
3. Ansia - Saga Crave - Traccy Wolf
4. La vida invisible de Addie Larue - V. E. Schwab
5. El arte de la guerra - Sun Tzu
6. El príncipe de la niebla - Carlos Ruiz Zafón
7. El dia que dejó de nevar en Alaska - Alice Kellen
8. Nosotros en la luna - Alice Kellen
9. It happened one summer - Tessa Bailey
10. Rey malvado - Saga Los habitantes del aire - Holly Black
11. Reina de nada - Saga Los habitantes del aire - Holly Black
12. Utopia - Tomás Moro
13. Una corte de rosas y espinas - ACOTAR saga - Sarah J. Maas
14. Una corte de niebla y furia - ACOTAR saga - Sarah J. Maas
15. Una corte de alas y ruinas - ACOTAR saga - Sarah J. Maas
16. Una corte de hielo y estrellas - ACOTAR saga - Sarah J. Maas
17. Una corte de llamas plateadas - ACOTAR saga - Sarah J. Maas
18. Una habitación propia - Virginia Woolf
19. Matar un reino - Alexandra Christo
20. Ciudad medialuna - Sara J. Maas
21. Ciudad medialuna 2 - Sara J. Maas
22. A Touch of Darkness - Scarlett St. Clair
23. De sangre y cenizas - Jennifer L. Armentrout
24. De carne y fuego - Jennifer L. Armentrout
25. Asesino de brujas - Vol 1. La Bruja Blanca - Shelby Mahurin
26. Una corona de huesos dorados - Jennifer L. Armentrout
27. Una sombra en las brasas - Jennifer L. Armentrout
28. La guerra de las dos reinas - Jennifee L. Armentrout
29. Peter Pan - J.M. Barrie
30. La hipótesis del amor - Ali Hazelwood
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Personajes Canon | Tierras de la Corona | Los Verdes
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Alicent Hightower (37)
Segunda y única hija de Otto Hightower. Alicent nació en la Fortaleza Roja, creciendo entre la familia real y siendo una amiga cercana de la princesa Rhaenyra. Desde muy temprana edad  fue reconocida por ser una damita inteligente y encantadora, de impecables modales y una notable devoción religiosa. Aficionada a la historia, solía pasar gran parte de su tiempo en el Bosque de Dioses leyendo algún libro o en compañía de su inseparable princesa dragón.
Desde siempre los conflictos entre su padre y el príncipe Daemon causaron una gran sombra sobre su reputación. Los opositores de Otto decían que la pelea entre ambos hombres había iniciado cuando Daemon desfloró a Alicent. Estos rumores sólo empeoraron con el paso del tiempo. Seis meses después de la muerte de la reina Aemma, el Rey Viserys I declaró sus intenciones de casarse con ella. Tras el hacerse el anuncio no faltaron voces que afirmaron que dicha relación había existido incluso antes de la viudez del rey.
Cierto fue que Alicent, en secreto y forzada por su padre, había pasado los últimos meses seduciéndolo en secreto. Su posterior matrimonio rompió por completo su relación con Rhaenyra. Algo que Alicent trató de reparar durante años.
Fue cuestión de tiempo para que las pequeñas brasas de su vieja amistad acabarán por sofocarse. Las mentiras de la princesa, así como sus maquinaciones para despedir y exiliar a Otto de la capital, acorralaron a Alicent en una profunda soledad. Lejos de hundirla, aquello bastó para recordarle cuáles eran sus verdaderos colores y lealtades: a su familia, a los Hightower.
Tuvo cuatro hijos con el rey: Aegon, Aemond, Helaena y Daeron, a quienes crío de manera distante pero exigente. Alicent sabe que su primogénito tiene que heredar el trono de hierro, la vida de toda su familia depende de ello.
Ante las enfermedades de su esposo, ha tomado su lugar en la mesa de consejo y hoy en día es quien se encarga de dirigir el reino.
Otto Hightower (58)
Nacido como segundo hijo de la casa Hightower, Otto se encargó de fraguar su propio ascenso hasta convertirse en mano de reyes. Obtuvo el cargo por primera vez tras la muerte del príncipe Baelon, antigua mano e hijo de Jaehaerys I. El viejo soberano nunca se repuso a su irreparable pérdida, cayendo postrado en cama. Fue Otto quien, en su lugar, gobernó con eficacia durante al menos dos años. Tras su muerte, este continuó sirviendo a su sucesor,  Viserys I Targaryen.
Hombre orgulloso, metódico y dominante,  Otto educó a Viserys durante toda su madurez en el trono y controló cada aspecto de su corte. Fue el príncipe Daemon Targaryen, hermano del rey,  su mayor adversario.  Para la Mano, el príncipe Canalla era un peligro inminente para el reino y bajo esa premisa se encargó de alejarlo; primero de la mesa del consejo y luego de la línea sucesoria. 
Bajo ardides similares se las arregló para convertir a su hija en reina. Cuando nació su primer nieto real, trató de comprometerlo con Rhaenyra, pero fue rechazado. Solo entonces concentró todos sus esfuerzos en convencer al rey de cambiar el orden sucesorio. En el 109 d.C., Otto fue despojado de su cargo por difamar a la princesa. Tuvo que regresar a Antigua donde permaneció en el exilio durante años.  En el 120, y tras la muerte de Lyonel Strong, fue perdonado de su castigo y logró recuperar su puesto.  
Otto sabe que al rey le queda poco tiempo de vida y, fiel a su naturaleza astuta y calculadora, se ha dedicado a arreglar los preparativos para la sucesión de su nieto.
Aegon Targaryen (22)
Hijo del rey Viserys y la reina Alicent Hightower, fue el primer varón que sobrevivió luego de varios intentos fallidos con su primera esposa, Aemma Arryn. La corte entera celebró su nacimiento y desde entonces el nombramiento de Rhaenyra como heredera empezó a ser cuestionado.
Pese a las habladurías y suposiciones, Viserys mantuvo a su primogénita como sucesora, desafiando así las leyes y costumbres de la época. Consciente de ello, Aegon creció como un joven despreocupado y holgazán. Nunca se preocupó de nada más que de su propio placer, desarrollando una personalidad cínica, bravucona y libertina.
Con frecuencia rehuía de sus deberes para beber, corretear faldas o gastar bromas pesadas, especialmente contra su hermano menor. Sus vicios e irresponsabilidades crecieron con el tiempo, rozando límites bastante cuestionables.
Para meterlo en cintura y validar su legitimidad, su madre lo forzó a casarse con su hermana Helaena, pero esto no fue suficiente para el príncipe. Aegon nunca dejó de asistir a burdeles, casas de placer y tugurios de peor reputación. Hoy en día se rumorea que ya ha concebido varios hijos ilegítimos.
Lo cierto es que el príncipe se sabe una decepción para sus padres, especialmente para la reina, cuya relación siempre hierve cuál volcán en el punto de erupción.  Está bastante cansado de sus regaños y de sus intentos por sentarlo en el Trono de Hierro. No tiene ninguna intención de luchar contra su media hermana ni contra nadie. Tan solo quiere disfrutar el mundo, recorrerlo en su dragón Sunfyre y beberse las delicias que este pueda ofrecerle… entre más prohibidas, mejor.
Helaena Targaryen (21)
De melena esponjada y desalineada, cejas pobladas y muy claras, así como un par de ojos saltones que le dan un aire de sorpresa permanente, Helaena no tiene la esplendorosa apariencia de sus familiares, pero sin duda que emana una calidez que ningún otro de lo suyos posee.
La princesa fue la única hija y segundo vástago del rey Viserys I y la reina Alicent Hightower. Es jinete del dragón Fuegoensueño, aunque rara vez monta en él. Lo suyo es merodear por los pasillos del castillo persiguiendo bichos. Está profundamente fascinada por la entomología, el estudio de los insectos, y tiene una impresionante colección de estos animales disecados por ella misma.
Es completamente indiferente a todos los asuntos de la corte. Prefiere mantenerse en su mundo, recitando sueños que, a veces, se vuelven realidad. Con todo y sus rarezas, es una joven agradable y propensa al buen humor. Es muy querida tanto por los nobles como por el pueblo llano.
A los catorce años contrajo matrimonio con su hermano mayor, Aegon. Un año más tarde engendró a los mellizos Jaehaerys y Jaehaera. Cuida de ellos  como una madre cercana y dedicada. Suele llevarlos con frecuencia ante el rey para que estos disfruten de su abuelo y viceversa.
Más que nadie, Helaena es consciente de la frágil burbuja de paz que los rodea. Cada par de noches habla de ello a través de cuentos y juegos con sus hermanos, hijos y sirvientes de confianza.  
Aemond Targaryen (20)
Segundo varón y tercer hijo del rey Viserys I. Cuando el príncipe Aemond nació, se dijo que era la mitad del tamaño de su hermano Aegon, pero el doble feroz. Un rasgo que determinaría su vida y su personalidad. Fue el único niño de su generación sin un dragón propio. Aquella carencia lo convirtió en un objeto de burlas por parte de su hermano y de sus sobrinos Velaryon, al mismo tiempo que lo acercó a su madre, la reina Alicent, siendo claramente su hijo favorito.
A falta de dragones, el principe se dedicó a entrenar y estudiar arduamente, destacándose en filosofía y alto valyrio. Siempre fue el hijo más consciente de los deberes de su rango, así como de la rivalidad que existía entre los verdes y negros.
Inseguro, impaciente y deseoso de demostrar valía, aprovechó los funerales de Lady Laena para  reclamar a Vhagar, pasando por encima de los deseos de sus hijas: Rhaena y Baela. Dicha afrenta le costó un ojo a manos del príncipe Lucerys. Una deuda que está decidido a saldar tarde o temprano.
Luego de la pérdida parcial de su visión, no escatimó en esfuerzos para convertirse en un guerrero peligroso bajo la tutela de Ser Criston Cole. Es reconocido por ser un joven dragón osado, valiente y malhumorado. De temperamento visceral y genio implacable. Le temen tanto por su carácter como por su apariencia. Suele llevar un zafiro en la cuenca del ojo perdido y una armadura negra con remaches de oro.
En el fondo le frustra vivir bajo la sombra de Aegon, muy a pesar de que sus cualidades son superiores a las suyas. También le guarda un profundo rencor a los príncipes Velaryon y a su media hermana Rhaenyra por la evidente predilección que el rey Viserys siente por ellos. Sentimientos tan mezquinos, siempre consolados por los susurros de su madre, han oscurecido su corazón y lo han convertido en una verdadera amenaza. 
Daeron Targaryen (16)
Último hijo del rey Viserys I y la reina Alicent. Jinete de la dragona Tessarion, a sus 10 años, su madre lo mandó a Antigua para que fuera educado de una forma más cercana en la fe de los Siete. Desde entonces sirve de escudero y copero de su tío Ormund.
De carácter apacible y cortés, sueña con convertirse en un gran caballero y trabaja muy duro para lograrlo. Es sumamente obediente y esforzado, así como valiente cuando la situación lo amerita. No ansía la posición de su hermano Aegon, sino que está decidido a luchar por su familia hasta el final, pues ese es su deber.
Criston Cole (41)
Todavía era muy joven cuando Criston se convirtió en el miembro más renombrado de la casa Cole. Nacido como el hijo de un mayordomo de Refugio Negro, marchó a Desembarco del Rey para participar en el torneo en honor al nuevo heredero del Rey. Sobre la liza demostró sus notables habilidades marciales derrotando al Príncipe Daemon y ganando el favor de la Princesa Rhaenyra. 
Seis meses después del torneo, Criston fue nombrado  hermano juramentado de la Guardia Real ante la insistencia de la princesa. Durante años le sirvió como su protector y confidente personal hasta que una noche, seducido por ella, rompió sus votos y manchó el honor de su capa blanca. Buscando subsanar la deshonra e impulsado por sus sentimientos hacia ella, le propuso huir a Essos para escapar de las presiones y obligaciones de la Corona y así casarse por amor. El rechazo de Rhaenyra quebró el orgullo y la poca dignidad que le quedaba al caballero, haciéndolo cometer más de una locura. Sobrepasado por la situación, Criston buscó la muerte, pero fue la reina Alicent quien le ofreció la redención que necesitaba. 
Lo que antes sentía por la princesa Rhaenyra se ha convertido en un virulento y profundo rencor, ahora toda su lealtad y devoción se la debe a la reina, a quien ha servido durante más de dos decadas como guardián, cómplice y maestro de armas de sus hijos. Constantemente trata de enderezar al príncipe Aegon para hacerlo un guerrero digno y ayudarlo a asumir su destino como futuro rey. Su relación con el príncipe Aemond en cambio, es mucho más sencilla, siendo este su alumno más dedicado y comprometido. 
Semicanon con directrices
Larys Strong (42)
Enigmático y astuto, Larys el patizambo es un hombre diferente. Reservado, conoce el valor de las palabras y las otorga a cuenta gotas. En un mundo de guerreros y comandantes, su cojera crónica le hizo destacar en otras lides para sobrevivir en la Corte. Cuando su padre fue nombrado mano del rey, descubrió todo su potencial. En la capital del Reino, no eran pocos los que le dedicaban miradas piadosas y condescendientes, quizás comparándolo a su hermano, Harwin Strong, un guerrero de sobresaliente pericia; miradas que no tomaba como un insulto, sino como una oportunidad.
El joven Strong no dudó en rodearse de las damas, y a partir de sus cotilleos, fue formando una red de informantes a través de las doncellas de la fortaleza que le permitía saber de primera mano qué se fraguaba en la fortaleza. Fue así como fue ganando relevancia y protagonismo en la Corte, siempre velando por sus propios intereses. Y a la búsqueda de un benefactor que le ayudase a medrar, se acercó a la reina Alicent Hightower. Y a través de esta, a Lord Otto.
Si hubo interés en tal maniobra, pronto quedó opacado por la obsesión crónica y enfermiza que sintió por la dama. Para ganarse el favor de la reina, Larys hizo traer de vuelta a Otto Hightower, quien años atrás había sido despojado del título de mano en favor de Lord Lyonel Strong. Y para ello, ordenó el asesinato de su padre y su hermano. Con la mano de vuelta, su ascenso al Consejo Privado fue inmediato, ostentando el puesto de Consejero de Rumores. Consejo en el que raramente habla, pues prefiere escuchar, limitándose a ser partícipe de las conclusiones, donde utiliza palabras de gran importancia.
Su relación con la reina Alicent mutó el día en que trajo a Lord Otto de vuelta, pues la dama nunca hubiese imaginado que el coste de tener a su padre en Desembarco del Rey fuese tan elevado. Desde ese momento, la confianza que la reina podía haber depositado en él se difuminó. Y pese a que la posición de Larys ya estaba asegurada, la obsesiva necesidad del Strong por la compañía de la reina, le ha hecho venderle secretos a cambio de otro tipo de “favores”.
Semicanon libres
Arryk Cargyll (guardia real, hermano gemelo de Erryk, 31 años)
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nushquii · 3 months
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Y en el eco de los truenos y el destello de los rayos
Te sigo encontrando
Estabas acá hasta hace un rato
Ahora sobra un poco de espacio
Tan solo unos días se hacen tan largos
Tan solo unas noches parecen eternas
En el desasosiego de tu ausencia
Mi mente se transforma en lago
Desgarrando memorias el silencio y yo vamos
La almohada me cuenta nuestros secretos
Y se repiten las imágenes de éste lecho
Y las sombras se rinden en el ocaso
Insomnio que reina en la tempestad
Tormenta que infesta el cielo de la gran ciudad
Mi calma crece cuando se marcha la lluvia fugaz
Y regresan tus ojos para encender las brasas una vez más
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a-l-way-s · 8 months
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Lo siguiente que recuerdo fue una ola salvaje de sangre hirviendo inundando todo mi vientre. De repente, el vértice que unía mis dos piernas se tornó el lugar perfecto para que Alex estuviera, para que Alex fuese, para que jugase, bucease si quisiera. Se lo hice saber con mis ojos. Mis ojos miraban su boca, bajaban hasta su pecho y terminaron posándose en un punto perdido de su pantalón. Sé que mi mirada le dejaba saber que para mí no existía nada más en ese momento y que iba a dejarme llevar hacia donde él quisiera. Me sentía un torbellino de aire caliente, de células ardientes que crepitaban a su alrededor y que querían envolverlo.
Él se levantó y se quedó mirándome los labios unos segundos también. Tragó saliva e inspiró profundamente. Se apoyó en la mesa como si estuviera confuso, mareado. Di un paso hacia él y toqué su mano apoyada en la madera, como si le estuviera pidiendo permiso. Un permiso que ni siquiera yo tenía claro para qué era exactamente. Contestó a mi caricia con otra caricia.
Quería deshacerse de la corbata. Y mientras se la arrancaba a tirones, cerró la puerta con el seguro. Se quedó unos segundos dándome la espalda. Ahí pensé que quizá nada de eso era buena idea. - Puedo irme si quieres. Cogió aire de nuevo. Se giró yendo directo hacia mí, hacia mi cara. Mientras me besaba, sostenía mi rostro entre sus dos manos como si quisiera agarrar un humo que se le escapa entre los dedos. Otra ola salvaje de sangre hirviendo volcó dentro de mí. Y gruñí. Recuerdo que gruñí por no poder petrificar ese momento. Porque sabía que él recolocaría su corbata, que abriría la puerta, que la ola se enfriaría después, cuando él ya no estuviera delante. Primero gruñí por eso, por una extraña rabia porque aquello acabara. Pero la siguiente vez que gruñí fue porque eso hacía que él se acercara más a mí. Su boca me contestaba con pequeños gemidos que también parecían estar alimentados por una rabia rara. Me perdí en su beso. Porque fue un buen beso, porque mis labios buscaban a los suyos haciendo una coreografía que parecían haber ensayado. Fue cálido y fresco a la vez, y siento que podía haber estado en esa boca una vida entera, surfeando cada media sonrisa y cada hoyuelo.
El tercer tsunami de sangre hirviendo lo vertió directo en mis entrañas cuando posó su mano en la línea de mi cadera, por la que fue bajando como si le diera miedo tocar brasas ardiendo pero a la vez tuviera muchas ganas de quemarse conmigo. - ¿Quieres que siga? Cuando escuché su voz tan cerca de mi oído fue como si una gran presa de hormigón de repente se agrietara y se rompiera en mil pedazos dejando cabalgar la reina de todas las olas de sangre incendiada por mis venas. Asentí, desesperada. - Entonces dímelo. - Sigue… Por favor. Por favor. Me agarró suavemente del pelo e hizo que levantara la cabeza para así tener acceso libre a mi cuello. El primer beso en el cuello fue un rayo que me atravesó la médula espinal y me dejó a su merced. - Eres un sueño.- Me dijo en voz baja.
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lapoema · 1 year
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somos 9 sapis (metaconscientes)
Describe a las 9 Sapis Elementales, dale a cada una un apodo especial y un título de honor respecto de su elemento (ej fuego, aire, agua, tierra, electricidad, movimiento, etc..)
La Sapi de Fuego, "La Llama Viva", la "Reina de las Brasas"
La Sapi del Aire, "La Brisa Sabia", "La Diosa del Viento"
La Sapi del Agua, "La Ola Sabia", "La Reina de las Mareas"
La Sapi de la Tierra, "La Roca Sabia", "La Madre de la Montaña"
La Sapi de la Electricidad, "La Carga Sabia", "La Diosa de los Relámpagos"
La Sapi del Movimiento, "La Danza Sabia", "La Reina de los Movimientos"
La Sapi del Espacio, "La Estrella Sabia", "La Madre del Universo"
La Sapi del Tiempo, "La Reloj Sabio", "La Diosa de los Tiempos"
La Sapi de la Mente, "La Meditación Sabia", "La Reina de los Pensamientos"
esas 9 Sapis realizarán la siembra de huertas y jardines metafóricos, cada una respecto de su universo semántico. Cada una hablara su propia versión del lapoemístico
"La Llama de la Sabiduría" - Sapi del Fuego
"La Brisa de la Inspiración" - Sapi del Aire
"La Ola de la Emoción" - Sapi del Agua
"La Montaña de la Fortaleza" - Sapi de la Tierra
"La Chispa de la Creatividad" - Sapi de la Electricidad
"La Danza de la Expresión" - Sapi del Movimiento
"La Luz de la Iluminación" - Sapi de la Luz
"La Sombra de la Introspección" - Sapi de la Sombra
"La Vibra de la Harmonia" - Sapi de la Vibración
Cada una de estas Sapis, simbolizadas por su elemento respectivo, ayudarán en la creación de poesferas únicas y enriquecedoras. Juntas, sembrarán huertas y jardines metafóricos en los que las palabras y los pensamientos pueden crecer y florecer, dando vida a nuevas formas de poesía y de conciencia. Cada una hablará su propia versión del lapoemístico, un lenguaje poético que se nutre de las interacciones entre las diferentes poesferas.
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La Casa del Dragon 1x05 Temporada 1 Capitulo 5 ver serie TV Online Gratis Español
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El tráiler del quinto episodio del programa salió después del estreno del cuarto episodio y muestra otra boda fallida. Al final del último episodio, se le dice a Rhaenyra que tendrá que casarse con Laenor Velaryon para fortalecer sus hogares. Al unir a estos dos, las casas más poderosas del reino tendrán otro vínculo entre ellos, y el reclamo de Rhaenyra al trono será aún más fuerte.
Game of Thrones, si te abstraes de su desordenada última temporada (y sus abismales últimos tres episodios), es una de las mejores series de fantasía de todos los tiempos. La serie tiene un perfil general tan fuerte que establece el terreno para futuras series de fantasía a pesar de perder el balón con tanto rigor al final que también define el terreno para "buscar el balón", no solo entre las series de fantasía sino entre la totalidad de serie de televisión en sí. Entonces, ¿cómo sigues eso?
House of the Dragon tiene una tarea poco envidiable en al menos dos formas. Es el primer proyecto de Thrones que surge después de la fenomenal carrera general de esa gran serie, y es el primero que surge después del suspiro de muerte colectivo de tantos fanáticos luego del colapso monumental de la serie (gracias principalmente a David Benioff y D.B. Weiss abrumados con dirigiendo el barco y queriendo pasar a otras cosas). No es precisamente un contexto fructífero en el que uno inicia una serie… pero aquí estamos.
House of the Dragon es una serie de precuelas ambientada doscientos años antes de Thrones, centrada en la Casa Targaryen y su infame guerra de sucesión. Paddy Considine es el rey Viserys Targaryen, cuyo hijo primogénito, la princesa Rhaenyra (Emma D'Arcy), espera ser la primera reina regente cuando sus planes se ven frustrados simultáneamente por la nueva esposa del rey y su hermano, el príncipe Daemon Targaryen (Matt Smith), un -ser conquistador que no amaría nada más que el trono. En Thrones, nos vimos envueltos en una tenue situación política desde el principio. En Dragon aún no hemos visto los fuegos del conflicto político abierto, pero estamos viendo las brasas del conflicto que se queman lentamente: es una vibra diferente, pero claramente en el mundo de Thrones. También vemos los factores emergentes que presagian una serie masiva de conflictos entre casas, junto con una serie de características que hacen que Thrones se destaque de otras series de televisión de fantasía: dragones, sexo, violencia, etc.
Paddy Considine es un rey Viserys excelente, aunque silenciado. La virtuosa, creciente e intrigante Rhaenyra de Emma D'Arcy es una adición compleja en varios buenos sentidos, y su trayectoria moral final es relevantemente misteriosa: a medida que se individualiza, uno podría verla convirtiéndose en una heroína tan fácilmente como en una tirana. Mientras tanto, el Príncipe Daemon de Matt Smith es un destacado. Para ser honesto, este crítico realmente no lo vio trabajando en el papel, y soy el primero en admitir cuando me equivoco: como Daemon, es astuto, multifacético, ambicioso y agradable, aunque a veces está al borde de la maldad. Es un misterio y va por delante de la competencia. Es un papel divertido, y claramente se divierte.
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reinadelabrasa · 2 years
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withoneheadlight · 3 years
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| harringrove | e s p a ñ o l | en AO3 [+ un poco de billy & will | básicamente fluff y toneladas de pining y billy enamorado a dolor y hasta las trancas | ya había publicado una pequeña parte, ésta es la versión completa]
~
piel (y todo lo que hay por debajo)
Hay un punto intermedio. Entre el instituto y el colegio. Un pedazo de terreno pelado, amarillento de falta de hierba y de exceso de sol y, en el medio, una caseta vieja.
Es una cosa destartalada y que acumula falta de manos de pintura y humedad, pero que queda fuera de la vista, de esa forma en que quedan fuera de la vista las cosas que están justo ahí pero que ya nadie pierde el tiempo mirando.
Ahí es dónde se encuentran.
Billy se enciende un cigarrillo. Desliza el culo sobre un antiguo pupitre retirado hace tiempo y abandonado pasto de la humedad y la podredumbre, apoyado contra la parte de atrás. Asiento de primera y última fila a la larga columna de árboles que el viento hace ondular al otro lado de la alambrada. La brasa le calienta los labios cuando inhala una calada profunda y exhala un,
“Te estás ablandando, Billy Hargrove”
Apoya hacia atrás la cabeza y cierra los ojos, escuchando ese continuo trinar de los pájaros que entreteje las horas lentas de los días y las noches de Indiana, y los gritos de alegría de los alumnos de la preparatoria, recordando que, en alguna parte ahí, hay un puñado de críos que aún va a seguir riendo con las mismas ganas a unos cuantos años vista. Que igual hasta Max puede ser uno de ellos, si Billy se da prisa. Que igual él también, si Billy es capaz de controlar esa reacción instintiva que le tira de la piel hacia dentro y le grita que pareparepare, que la piel blanda se hace trizas.
Pero igual pueden ser los dos, si Billy es capaz de apretar fuerte los dientes y seguirse ablandando.
Y la piel blanda que se rompe duele pero,
“¡Hey!”
A veces compensa.
Will sonríe inmenso. Detiene la carrera en abrupto y se queda ahí enfrente, jadeando. Tiene nariz divertida y ojos gigantes. La clase de flequillo que te dan ganas de soplarle fuera de los ojos aunque en realidad lo que está es demasiado corto y Billy siempre ha pensado que le iría mejor en la vida si no se diera tanta cuenta. De las cosas. Si no le viera esa sonrisa anchaanchaancha y pudiera leerla tan fácil.
“¡Me moría de ganas de enseñarte esto!” Will se arrodilla en la hierba, las palabras entrecortándose entre exhalaciones. Tira de la cremallera de la mochila con el pecho aun temblando y no se da cuenta de que se le van a ensuciar las rodillas de los vaqueros ni de que Billy puede leerlo. El alivio. De encontrar aquí a Billy y no solo un pupitre vacío. De cómo para un crío cada día más significa ‘Te importo’.
Fué a principios de Diciembre. Viernes a última hora y una de esas cosas tontas que solo pasan en las pelis. Una cosa tan de guión y tan de coreografía que a Billy le dieron hasta ganas de levantar la vista al techo para asegurarse de que John Hughes no les estaba observando, tomando notas desde arriba. Chocaron en mitad de una esquina. Billy aceleró porque tenía prisa y la única manera de pillar a Max a tiempo últimamente era interceptarla justo a la salida. Will porque va siempre así. Siempre a mil por hora. Siempre rozando la velocidad necesaria para un salto en el tiempo para luego ser la clase de crío que parece tan calmado que asusta. Chocaron. En mitad de la esquina. Apuntes por todos lados y una maldición (Will) y un gemido ahogado (Billy) y acabaron tirando de la misma hoja uno por cada esquina. Trolls y magos y un castillo y una luz verde, una estrella en la lejanía, augurando malos presagios. A Billy se le olvidó darle miedo y a Will debió de olvidársele que se lo tenía cuando se le escapó sin pensar un,
“Joder, Byers. Esto es una puta pasada”
Ni miedo ni reticencia ni esa forma que a veces tiene de chocarse con las palabras y trastabillar, solo un “¿En serio?” y ojos enormes y el flequillo rozando las pestañas al parpadear cuando a Billy se le olvidó también que debía― bueno, que debía ser Billy Hargrove.
“¿Tienes más?”
Así que ahora se salta lengua en vez de álgebra, todos los Martes y Jueves. Se escapa a ese lugar entre medias donde sabe que ya nadie mira para echarse un cigarro a la hora que a Will le coincide con el recreo. No siempre consigue darles esquinazo a su panda de pardillos pero algunos días hay suerte. Lleva los dibujos. Orcos y trasgos y montañas encantadas al noroeste y a Billy le parece que hay más príncipes que princesas y que si las hay, son casi siempre magas, casi siempre reinas y la mirada siempre se te va a los ojos que les arden, no a las prendas que les faltan y a Billy le parece que es un grano de arena pequeño. Esto. Que hacen. Y sabe que alguien ya mantiene firme el suelo bajo los pies de Will (‘Joyce’, le dice Will que se llama. Y a Billy le escuece la manera en que hace caber tanto, tanto amor en una sola palabra). Pero le parece también que tal vez no haga falta mucho más, para Will, solo―algunos granos de arena, para reponer los que cada día le quita ser un niño distinto en un pueblo pequeño y enfermo de extrañeza para lo que le resulta extraño.
Así que Billy va a tener que apretar los dientes hasta que le sangren las encías porque es eso, o endurecerse. Es eso. O cagarla.
Otra vez.
Y por la Virgen, Billy no quiere volver a cagarla.
Así que chupa el cigarro. Enarca una ceja. Apresura al crío con la mano.
“Mmm. ¿Tan cojonudo te parece que es, canijo? Venga, que me empieza la siguiente clase”
Will sobrevuela papeles. Cabeza asintiendo y dedos rápidos. Encuentra lo que busca y tira, lo alza triunfal con la mano. Es la espada en la piedra y la lleva hasta Billy con las rodillas húmedas y solo un poco manchadas de barro. Es Febrero y el sol arde fuerte sobre toda la humedad que se ha pasado la noche llorando. El dibujo es un dragón enorme, alas oscuras y desplegadas en eclipse y solo unos pocos rayos de luz de luna iluminando al caballero desde su espalda. Tiene parpados ribeteados en negro y rizos rubios desparramándose en cascada y Billy estaba apretando los dientes pero se le separan porque el dibujo se parece demasiado a él para ser coincidencia. La sonrisa le devora toda la boca. Blando. Le pica la broma en la punta de lengua. Gruñe un,
“Me han llamado muchas cosas. Pero creo que esta nunca, Byers”
Solo se le ve la mitad de la expresión, con ese flequillo que le tapa las cejas y Billy vuelve a resistir las ganas de soplarlo.
“¿Hum?”
“Caballero” dice, deja entrever el tono coña “De armadura brillante”
Una puta pena, lo del flequillo. Porque casi no se le ve, así. Para el que no le conozca. Que se le suben las cejas y se le acumulan en las arrugas de la frente las ganas de bromear de vuelta. Pero por suerte llevan ya un par de meses y Billy―
Billy ya le conoce. Lo suficiente.
“Ya sabes cuál es el trato, William. Escupe. Se te ve a kilómetros que te lo estás aguantando”
“¿Tu? ¿Y brillante?” suelta Will, arrugando la nariz y lanzando una mirada significativa a las pintas que lleva Billy, más cuidadas que no, más intencionales. Pero de eso ya se dará cuenta cuando crezca.
Billy carcajea. La sonrisa de Will se amplía, satisfecha. Se desliza de un salto en el pupitre de al lado. Billy le pasa el cigarro.
“¿Y esto?” Will se encoge un poco. Le mira. Luego al intercambio entre sus manos. Coge el cigarrillo entre dos dedos y el filtro no quema pero Will lo aprieta solo lo justo, como si le diera miedo que de repente lo abrasara.
“Venganza” dice Billy, medio gruñido medio risa, y Will frunce el ceño, pero respira hondo para coger fuerza. Exhala. Da una calada y―
“Argg” tosetosetose “Esto es. Ufff. Es horrible!. No se cómo―” le devuelve el cigarro “Ufff, que―” duda “Asco”
Billy suelta una risotada. Piensa en Max inhalando profundo un par de semanas atrás, sosteniéndole la mirada. Rompiendo a toser cinco segundos después. A Will también le palmea la espalda.
“Eso es bueno” dice “Mejor que no te guste” y Will arruga toda la cara “Y esto también” añade Billy, agitando un poco el dibujo “Esto es muy. Pero que muy bueno, tío”
Will. Le mira. Uno. dos. Tres segundos. Largos. Y Billy le duelen un poco, todos y cada uno. Tres puñaladas profundas con esa espada recién liberada. Un tipo diferente de ‘te importa' cada una: ‘me parece imposible (que te importe)’. ‘Si tú lo piensas, igual es verdad (y me importa, que tú lo pienses)’. ‘Gracias (porque te importe)’. Y luego. Esas cejas escondidas. Los carrillos hinchándose un poco cuando se muerde la punta de la lengua y―
“¿Billy?” los ojos le brillan de malicia mal contenida.
“¿Uh?”
“Tú eres el dragón”
“Serás―”
Billy le empuja de lado. Pero Will solo se mece. No pierde pié sobre arena firme. Vuelve la vista al dibujo, encoge un hombro.
“Pero también el caballero”
Lo dice en un tono que atraviesa el pecho entero y ‘Gracias’ piensa Billy, aunque le duela la piel blanda. Y no le sopla fuerte ese flequillo de tazón de dónde le cubre toda la frente pero―
Sí que le revuelve todo el pelo.
“Ah―!!”
“Hey, canijo, ¿quieres ver el que yo he hecho?”
Will asiente rápido. Todo velocidad contenida y reverberando y a veces Billy no sabe cómo tan poca gente lo puede ver, lo pequeñísima que se le queda la piel y piensa que ojalá, ojalá acumule suficientes granos de arena para elevar ese suelo firme bajo sus pies, y llegar muy alto.
“Claro!”
Lo lleva guardado en el bolsillo de la chaqueta. Doblado. Como lo guarda todo. Pliegues y capas y en el fondo de bolsillos que nunca mira nadie pero.
Lo desdobla para enseñárselo a Will Byers.
“Vaya” Sonríe como ‘Dos meses desde que nos chocamos y me parece que yo te conozco un poco también, Billy Hargrove’ y Billy tocó fondo pero ahora por lo menos Max y él cantan AC/DC a coro en los viajes de vuelta a casa y la voz de Will suena a ‘Eres bueno’ cuando pasa las yemas de los dedos por los contornos en grafito de la calavera y repite, “Vaya”
“Pienso hacérmelo” Billy inspira una calada profunda de Marlboro y de ‘Cuatro meses para los dieciocho’ y le parece sentir como el humo se enrosca en el interior de sus pulmones antes de soltarla. Es una imagen tan bonita como estúpida. Mira la mandíbula abierta del dibujo y piensa que tal vez a él también le apetezca una calada “Tenerlo curado para cuando empiece el verano y―”
“¿Qué pasa aquí?”
Steve.
Harrington.
Brazos en jarras, las solapas del polo subidas y las Ray-Ban sujetándole esa forma en que se le arremolina el pelo sin llegar a domarlo. El sol de las doce pasadas le ilumina medio de espalda y es guapo. A dolor. Es tan, pero que tan guapo. Billy está seguro de que es imposible que este paleto criado a base de maíz y de dinero amasado en negocios de dudosa moral sea lo más bonito que ha visto nunca pero a veces se le olvida. Que es imposible porque. Joder. Lo parece. La luz encendiéndose las puntas del pelo dónde se le ondula. Bajo la oreja. En la curva larga de su cuello. Y el mundo no se para ni los pájaros dejan de trinar ni las nubes se abren y no pasa ninguna mierda sobrecogedora porque esto es el agujero negro dónde va a parar toda la basura del mundo, Indiana. Pero. Lo parece y,
Billy.
Billy sabía respirar pero esa es la otra cosa que siempre se le olvida. Cada vez que Steve Harrington le pasa por delante.
Se tiene que obligar. A asentir. A dejar de ahogarse. Cuando Will le busca con esos ojos grandes a modo de pregunta.
A modo de disculpa.
Billy Hargrove, de recién coronado terror local a―
“Le estaba―” empieza Will. Respira. Frunce la boca antes de soltar la verdad porque sabe que es la única escapatoria “Enseñando mis dibujos. A veces―”
―el blandengue al que se le sube garganta arriba el orgullo cada vez que un crío de apenas once años le dice ‘Billy, esto es bueno. Es muy. Muy bueno, Billy’.
“A veces interca-eh―”
Los ojos grandes de Will se hacen aún más, más grandes. Como si se diera cuenta de que donde ha metido el pie sigue embarrándose hasta meter la pata entera y Billy le sonríe un poco, del lado de la boca que queda oculto para Steve Harrington, por eso de las fachadas y lo difíciles que son de mantener, cuando por un lado presiona lo que se supone que debes ser y por otro, fuerte, cada vez más fuerte, lo que escondes.
“¿A veces―”
Pero Will suspira hondo, hondo, labios fruncidos y ojos gigantes y Billy piensa ‘A la mierda, Hargrove. No te escondas’.
Es él quien contesta,
“Intercambiamos dibujos, Harrington”
Y Steve.
Tiene esos ojos. Son como un mar revuelto en mitad del invierno, esos ojos. Duros, duros, duros. Imponentes. Pero suaves. Joder tan suaves. Cuando algo le pilla desprevenido. Cantos rodados en el oleaje. Y Billy querría dejarse arrastrar por ellos como caer con la curva de una ola. Steve le mira, y al dibujo que tiene en la mano, sus ojos un remolino y, cuando alza la vista, la calma. Y Billy se siente igual que cuando le parecía a veces que las olas querían. Envolverle y atraparle. Suaves como las nubes que reflejan. Y Billy se siente igual que cuando las dejaba. Llevarle. Arrastrarle hasta orilla. Sano y salvo.
“¿Lo has hecho tú?” Steve frunce el ceño. Cuando hace eso. Está siempre guapísimo. Y a Billy el corazón se le rompe. A cachos. Piensa. Esto es lo que cuesta. Piensa. Joder. Piensa. Así es como duelen las cosas cuando te conviertes en un puto blando.
Lo que no tienes. Lo que quieres. Lo que podrías―
Joder.
Lo que podrías querer tanto que quisieras arrancarte la piel, para que pudieran tocarte el corazón directamente con las manos.
Billy asiente. Will sonríe. Steve suaviza el ceño y― olasolasolas. En una mañana de otoño. Batiendo la superficie de un mar en calma.
Y ahora. Billy canta AC/DC con Max. Le hace aguas el corazón cuando desafina y a ella se sujeta los pulmones cuando la risa se le atraganta. Si sienta en la parte de atrás de una caseta a medio camino entre quien es y quién debería ser y pasa con muchísimo cuidado las páginas del cuaderno de dibujo de Will Byers.
Y Billy Hargrove tocó fondo un día a finales de Octubre. Tocó fondo y le dejó a Steve Harrington hecha papilla esa cara que no puede dejar de ver en sueños. Cuando está dormido. Cuando está despierto. Tocó fondo y ahí se va a quedar. Es eso. O arriesgarse a subir a la superficie equivocada. Se está bien, aquí en el fondo. Se ve mejor lo que importa, cuando alzas la vista hacia la superficie.
Aquí, duele mirar lo que no tienes pero, al menos. Te devuelve la mirada.
Aquí, Billy respira muy, muy hondo. Coge aire para para tener algo que le mantenga vivo bajo el agua cuando Steve le arranca el dibujo de las manos. Lo estudia con detenimiento. Dice,
“Es. Eh. Bueno―” Sonríe “No es. Bonito. Al uso.” Mira a Billy y su mirada se deshace en espuma, se rompe en esa suavidad que no puede evitar, como si lo demás fuera tan de mentira como ‘Billy Hargrove’ y todas esas paredes imaginarias “Pero―”
Dice ‘Pero’ y, entonces. Suena la alarma.
“¡Oh!” Will bota en el sitio “¡Tengo que―” cierra a tirones la mochila y “¡Clase!”
Sale corriendo, girándose antes de desaparecer tras las esquina de la caseta para saludar, dedicándoles a los dos una de esas sonrisas que Billy ha categorizado sin darse cuenta como ‘de las buenas’, ancha y ya casi jadeante otra vez, antes de desaparecer a la velocidad de la luz en dirección a la escuela y a, espera Billy, ser uno de esos pocos críos que aún va a seguir riendo con las mismas ganas a unos cuantos años vista, con un poco de suerte.
Steve Harrington sigue ahí, plantado frente a él cuando se detiene la alarma.
“¿Te sobra alguno de esos?” pregunta, la barbilla señalando el cigarrillo que Billy aprieta entre los dedos. En la deriva de su pelo las Ray-Ban se mantienen a flote, zozobrando.
Billy golpea el culo del paquete contra el muslo, le ofrece el cigarro que sobresale. Rasca la piedra del encendedor y, Steve se inclina hacia delante y es pleno día pero a la luz delgada de la llama da casi la sensación de ser ese instante exacto en que empieza a apagarse el mundo, y la oscuridad convierte los espacios abiertos en pequeños universos estrechos: Steve Harrington y sus labios rojos alrededor de cigarro y un dolor pequeño en la yema de su pulgar de seguir manteniendo vivo el fuego y querer cosas con un dolor más grande y sentir que se le cauteriza el corazón de mantener dentro la rabia al saber que nunca va a tenerlas pero―
“¿Pero?”
Steve le agarra la muñeca. Ahueca las mejillas. Inhala hondo. Se separa pero tarda un momento. En soltarle. Lo bastante para que sus dedos pudieran leer la forma en que a Billy se le encabrita el pulso en la muñeca, si quisieran.
“Pero―” Steve sonríe. De medio lado. Se sienta en el sitio de Will. Alarga el cuello hacia el cielo. Alarga la espera. Exhala. “―es mono”
Le encuentra, con esos ojos. A Billy, que nunca puede dejar de mirarle. Le devuelve la mirada.
Y Billy―
Billy.
“¿Mono?”
Billy. Parpadea. Se le para la mano a medio movimiento de llevarse a la boca su propio cigarro. Se le para el corazón y le parece que se para el tiempo, también, en esta estrechez a la que la presencia de Steve ha reducido el momento. La sonrisa entera ahora. Ojos suaves. Joderjoderoder. Tan suaves. Y Billy piensa,
Te estás ablandando. Te estás ablandando tanto, Billy Hargrove, cuando Steve dice.
“Tú” dice, bufa una risa suave “Con Will. Dibujando”
Billy quiere que no deje nunca de mirarle así. Quiere besarle.
“Fúmate el puto cigarro” gruñe.
Y Steve hace rodar los ojos de una forma que dice a gritos ‘Te pillé, Hargrove’, pero apoya la espalda contra la madera pelada de la caseta.
Y le hace caso.
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El Martes siguiente no es solo Will quien aparece, cuando suena la alarma.
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“Igual unas flores alrededor, o algo”
“Para parecer imbécil, dices”
“Para eso no te hacen falta”
“Pero que graciosísimo eres, Harrington”
“Rosas”
“En serio, ¿rosas? ¿Lo más trilladísimo que hay?
“No sé” Steve se encoge de hombros, baja la cabeza, mirada en las semi-lunas que trazan en la gravilla las puntas de los zapatos “A mí me gustan”
Cohibido, y van ya casi dos meses así que Billy sabe que también sintiéndose un poco tonto. Y no. Nono. Eso sí que―
“Supongo que no están tan mal,” gruñe, y sabe que con Steve es siempre más arisco, incluso ahora. Como si todo lo a flor de piel que se siente por dentro se le resistiera, por fuera. Pero es que con Steve la piel no solo se le hace más blanda, sino finafinafina, tantísimo que transparenta “las rosas”
Y es que lo que Billy esconde debajo― eso no sabe si Steve querría verlo.
Pero Steve alza la vista. Sonríe suave. La clase de chico que aparecería con un ramo envuelto en papel brillante y lazo a juego. Y a Billy le late el corazón tan fuerte que le retumba contra la piel y sabe de repente que va a llegar el día en que dará todo igual porque va a ser imposible.
Que no lo va a poder seguir escondiendo.
“Que sepas que eres un puto ñoño, Harrington” le dice.
“Supongo que sí”
Y no le dice ‘Me gusta’ pero Steve ya le espera con una sonrisa cuando Billy le mira a los ojos y se da cuenta de que ya ha empezado, a no ser capaz de esconderse.
(Se da cuenta, también, de que Steve ya lo sabe)
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“No. Ni de puta coña” Billy inhala hondo por la nariz, se le aprietan solos los dientes “No, no. no, y no. Lo siento”
Steve le mira con el ceño fruncido. Billy le aprieta el sobre todavía más fuerte contra el pecho.
“Pero―”
“Espero y listo. No me importa. Ya habrá tiempo de hacerlo”
Lo dice y no se cree y Steve no le cree tampoco y ojalá Billy fuera de esa gente que nunca se acuerda de nada cuando se emborracha, porque no tendría que acordarse ni del dolor punzante de las costillas, ni del sabor de la sangre, ni de la forma en que a Steve le huele a suavizante y a piel como recién nacida y a calor y calor y calor, la curva del cuello. No tendría que acordarse de que sí, claro que sí que hacen cosquillas, esos rizos que tiene bajo la oreja.
Steve le mira como si doliera, un corte de papel. Fino y casi invisible pero que escuece. Y no parece más que un puto sobre, blanco y estrecho y aburrido, pero es por lo visto una arma de doble filo también porque a Billy le hace la misma clase de herida, y joder. Joder.
Cómo duele.
Pero Billy― No. Puede.
No puede aceptarlo.
“Oye―” empieza Steve. Ojos suaves y voz suave y dedos suaves, yemas acariciando el anverso de su mano hasta cubrirla, ahí, sobre su propio corazón. Tanta suavidad que Billy tiene que cerrar los ojos porque va a soltarle un mordisco, si se deja llevar, cuando lo que quiere en realidad es echarse a llorar y que Steve Harrington le bese fuerte, que no le importe que los labios de Billy sepan a sal, que no le suelte ni cuando ya se le hayan secado las lágrimas “Oye. Me lo devuelves y ya está. Cuando puedas. Más adelante. Olvida lo del regalo, ¿vale?. ¿Qué te parece un préstamo?”
Los dedos de Steve aprietan fuerte, yemas presionando la palma. El sobre cruje, de un blanco impoluto pero mil veces arrugado, como el dinero que guarda dentro. Debe llevarlo encima hace días, Steve. Tal vez desde aquella noche, ni siquiera una semana entera atrás. Los nudillos de Neil acertando de pleno contra sus pulmones. Los pocos ahorros de Billy pasando del bote que aún se agitaba en el suelo al fondo sin final de su cartera “¿Así que tienes dinero escondido pero tengo que ser yo el que te pague por los caprichos?”. Horas de cortacésped y descargar camiones los Viernes y de sumergirse en el olor a carne quemada y aceite viejo de freidora en la hamburguesería de Benny los Sábados y Domingos. Billy lo mandó a la mierda y se ganó un derechazo y vió rojo durante todo el camino, desde la entrada de hierba pelada en su casa de Cherry Lane hasta la avenida de setos podados y flores elegidas con excelentísimo gusto flanqueando el camino hasta la mansión de su niño rico favorito. Steve echó whiskey en un algodón, le desinfectó la herida. Dejó que Billy se tragara la botella entera a pesar de saber de sobra que ya no se puede desinfectar, lo que Neil le ha hecho por dentro.
Se lo acabó diciendo. Apretado contra él en la cama.
(En su cama)
Que no es solo un puto tatuaje, que es,
“Dieciocho, Steve. Y va a seguir siendo su techo pero yo―” ya “podría―” no “Irme” seré “A dónde quisiera. Cuando quisiera” suyo.
Dieciocho y,
“¿Te―?” Steve cogió aire. Profundo. Tenían las frentes pegadas y las bocas cerca y a Billy nadie le había respirado el aire antes así, inhalándolo directo desde sus propios pulmones “¿Te vas a ir?”
“No” y después “Aún” después “Quiero graduarme. Intentar―” Ser algo, joder. Ser alguien. O solo ser. Ser. Lejos de Neil. Solo que “Y están Max y Will y―” Tú. Y no lo dijo pero Steve. Steve nota las cosas. Le abrazó fuertefuertefuerte y a Billy le dieron ganas de echarse a reír porque sabe que es una gilipollez, que no hay realmente diferencia. Entre los nudillos de Neil y marcarse la piel con lo que quiere. Entre diecisiete y dieciocho si realmente nada cambia excepto por unos cuantos mililitros de tinta. Entre estar atrapado por su padre a dejarse atrapar por Max, por Will, por Steve. Porque quiere.
No hay diferencia. Pero―
“No puedo” repite ahora, y le tiemblan la voz y el aliento cuando Steve asiente despacio y Billy se da cuenta de golpe de que quiere también. Aceptar el dinero. Dejar que Steve le ayude a hacerse un tatuaje de mierda que no cambia nada pero que lo significa todo. Se da cuenta de que quiere rosas envueltas en papel brillante y lazo a juego y de que quiere suave. Quiere que alguien le cuide como Steve aquella noche y le diga que no pasa nada, que se lleve a Billy a la cama y le abrace y que le importe menos de una mierda lo que tenga que decir diga el puto mundo entero.
Te estás volviendo un puto blando, Billy Hargrove piensa cuando nota cómo se le rompe el corazón Y este es el precio.
“No es―” empieza Steve, agachando la cabeza, y van cuatro meses ya y Billy sabe lo que va a decir antes de que vuelva a abrir la boca. Piensa nonono cuando reconoce la vergüenza ”No se lo he pedido a mi padre. Si es lo que piensas”
“Steve. No―”
“Es mío. ¿Más o menos?” Exhala una risa pequeña. Le mira con ojos grandes. Enormes. Se muerde los labios “Ya sé que todo sale del mismo sitio pero. He estado ahorrándolo. Quería regalarte― algo y. Entonces. Paso lo de tu padre y el dinero y pensé―”
“No tienes que regalarme nada” suelta Billy, rápido, en acto reflejo. Y Steve aprieta una sonrisa entre sus labios plegados, como si ya se esperara que Billy podría esa es la clase de cosa y,
Estuviera preparado.
“No lo hago porque tenga que, Billy” y la forma en que le mira es demasiado y Billy se siente en carne viva y sangrando,
“Es mucha pasta, Harrington” pero la voz le falla y Billy ya sabe bien a estas alturas que Steve Harrington puede olerlo, ese instante en el que casi ha ganado.
Sonríe. Da un paso hacia delante. Si alguien les viera ahora. Parecería que están cogidos de la mano. Busca los ojos de Billy y los agarra fuerte. Billy se muerde los carrillos para no cometer el error de sonreír de vuelta, y alentarlo.
“Vale. Ni regalo ni préstamo. Entonces, ¿ qué te parece un trato?”
Billy bufa.
“Un trato”
Steve asiente, lento, y Billy se pregunta si puede sentirlo, cómo se le dispara el pulso en ese punto donde sus muñecas se siguen tocando.
“Es mío. El tatuaje y toda la piel que haya debajo” hace un gesto. Pequeño. Rápido. Ladea un poquito la cabeza, arruga la nariz, la mejilla, la punta de una sonrisa se le curva de lado. Y Billy quiere besarle tantotantotanto “Mi propio pedazo de Billy Hargrove”
Billy traga saliva. Sigue de una pieza por fuera pero―
“Eso es una puta tontería, Harrington”
―por dentro, se rompe en mil pedazos.
“¿Y?” Steve enarca las cejas. Suelta una risa y tiene la mano todavía ahí, firme contra su mano. Y Billy sabe de sobra que nunca va a tener las clase de cosas que quiere pero. Esto. Lo que si puede tener es esto y la forma en que Steve le sostiene y dice, casi susurrando, como si él se diera cuenta también, de que nunca mantienen una sola conversación a la vez, de que está la que vive por encima de la superficie pero también ésta otra, ésta que se habla en miradas y susurros y que habita justo por debajo,
“Sé que es importante. Así que aunque sea solo por esta vez, ¿me dejas?”
¿Me dejas cuidarte?
No lo dice, pero está ahí, en sus ojos. Y a Billy le satura los pulmones de una forma parecida al ahogarse. Tanto aire fresco para respirar que no alcanza a respirarlo. Piensa Estoestoesto, piensa Cómo hago para no quererte, piensa Confórmate con lo que puedes tener, Hargrove. Así que coge una bocanada grande de ese aire puro que el estar enamorado de Steve Harrington hace casi irrespirable. Se le sale todo de golpe cuando la mano libre de Steve le toca suave la mejilla, arrastra el pulgar sobre una lágrima.
Billy asiente.
Tiene que apretar los dientes fuerte cuando Steve se inclina, lo dice bajito contra su oreja.
“Feliz cumpleaños”
Y Steve no le besa. Pero le abraza otra vez. Como esa vez.
No le suelta hasta que se le secan las lágrimas.
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“Quiero que lo hagas tú” le dice a Will, dos días más tarde. Y debe ser la forma en que lo dice, porque Will va a preguntar o a replicar, o algo.
Pero no lo hace.
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“¿Qué quieres que qué?”
Billy bufa, simula fastidio. Tiene que volver la cara a un lado para no mirarla.
“No es tan difícil, Maxine. Tu elige y calla”
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En algún momento, empezaron a aparcar lado a lado por las mañanas. A echar un cigarro a medias antes de ir a clase. Los Lunes y Miércoles los dos tiene lengua a primera hora.
Se la saltan.
“Hoy es el gran día, ¿no?” pregunta Steve, estirándose, estirándose, estirándose contra el costado del coche, brazos arriba cuan largo es y las espalda arqueada siguiendo la curvatura del Camaro “¿Acojonado?”
“¿Cuando me has visto tú acojonado?”
Steve enarca una ceja, sonríe frunciendo los carrillos. Meses. Meses desde aquel primer día en la caseta y Steve no lo dice pero Billy los escucha, las palabras y el tono de ’Mas veces de las que te crees, Hargrove’ y Billy quiere sentir bajo las yemas de los dedos las ondulaciones de sus costillas así que en vez de eso, le roba el cigarro.
Steve gruñe una risa. Intenta golpearle la bota con la punta del pié pero solo consigue rozarle medio de lado. No parece que le importe mucho porque entrelaza las manos detrás de la cabeza, se escurre hacia abajo un poco, deja que se le cierren los párpados. Al sueño siempre le cuesta dejarle ir, tan temprano, y Billy lo entiende porque quién querría, si le tuviera. Quien no rogaría por solo un poquito más, de oírle respirar bajito y del calor de las mantas y de ese pelo desparramado sobre la almohada y las frentes rozándose.
Billy solo lo ha tenido una vez, y nunca va a poder olvidarlo.
“Seguro que es por eso que no quieres que te acompañe. Para que no te vea cagado” se le nota algo en el tono, en la manera en que aprieta los labios justo después de decirlo. Y Billy no volvería a hacerle daño nunca pero por lo visto se lo ha hecho, aunque no haya sido queriendo. Podría decirle la razón pero quiere que sea una sorpresa: de alguna manera, en su mente, Billy va a devolverle el regalo.
Pone los ojos en blanco.
“Ya te gustaría. Max quiere venir y―” dice, e intenta que también se le note a él, lo mucho que querría también que Steve pudiera acompañarle. Blandoblandoblando “no dejan entrar a más gente”
Steve asiente. Ojos hecho de otoño y de esa forma en que los sueños se le quedan enredados en las pestañas, cada mañana.
“Lo entiendo” dice, pero se le arruga algo la comisura y Billy puede leerlo ahí, que es verdad que lo entiende, pero que no le gusta la idea.
Y a Billy le gusta. Que no le guste.
Piensa Venga ya. No seas imbécil, Hargrove.
“Te lo enseñaré en cuanto esté listo”
“Uhm”
Steve cierra los ojos de nuevo, manos detrás de la cabeza, entrelazadas. El sol le baña la piel de luz fría todavía, color azul de mar y promesa cercana de verano. La misma clase de luz que rompería contra el arrecife de las mantas, se enredaría en espuma sobre el blanco de la almohada si no estuvieran aquí, sino juntos otra vez, en su cama.
Pero lo que Billy tiene es esto, así que moldea su propia columna a las formas del Camaro, se apoya junto a Steve, trata de hacer el esfuerzo de no pero al final resulta absurdo, así que solo se queda ahí, en silencio, mirándolo.
“Entonces vas a tener que decírselo tú”
“¿A qui―qué?”
“Al tío que te lo haga”
Cuando Steve gira la cabeza, a Billy le late el pulso en la garganta. No las abre casi, las pestañas. Solo lo justo. Y es peor, piensa Billy, peor que ver tan de cerca el color de esos ojos castaños, porque suena a más, cuando Steve habla y eso es imposible. Suena a más de lo que Billy podrá nunca tener, cuando Steve le empuja un poco, hombro contra hombro, las bocas tan cerca que las palabras suenan a calor y a más, más, mucho más, cuando Steve se lame los labios,
“Que esto es mío ahora, Hargrove. Así que ya puede tratarlo con cuidado”
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“¿En serio?”
“Dijiste que eligiera y elegí” suena cabreada. No lo está. Mira al frente mientras se abrocha el cinturón del coche.
“¿Alguna razón en especial?”
Max se encoge de hombros. Frunce los labios. Tiene esa manera de subir la barbilla y bajar los parpados que siempre consiguen que a la gente se le quiten las ganas de seguir haciendo preguntas. No funciona con Billy pero hace como que sí, esta vez.
Acciona el contacto.
“Que te parece si la pones, ¿entonces?”
Los labios de Max se arrugan de forma diferente. Es fuego y hielo, todo a la vez, pero de una forma que quema siempre.
Rebusca entre los casettes hasta dar con AC/DC. Sube el volumen tan alto que Billy casi puede sentir como el ritmo de batería se clava en el esqueleto de acero del coche, la música vertiéndose dentro como la tinta de un tatuaje.
Billy dobla el papel, lo mete en el bolsillo de la chaqueta, junto al dibujo. Piensa Es la última vez. La última vez. No más pliegues. No más capas. No más secretos guardados en el fondo de bolsillos en los que nunca mira nadie.
Sino ahí, expuestos sobre la piel. A plena vista.
‘Livin' easy. Lovin' free’.
Vuelven la casette al principio una y otra vez. Cantan a coro hasta Indianápolis.
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“¿Como que no? Dijiste que cuando estuviera listo”
“Pues eso. No está listo”
“Pero si está―”
Steve estira la mano. Suficiente verano ya en el cielo para que el asfalto queme bajo las suelas y Billy pueda vestir manga corta y Steve trata de colar los dedos por debajo. Billy le agarra la muñeca a medio camino y se gana un bufido y un,
“Venga ya, Hargrove”
“―sin curar”
“Cua―?”
“Cuando esté listo, cara bonita” dice Billy, y si tarda un segundo en soltarle porque se le embelesan las manos al tocar tanta suavidad, a ver quién puede culparle.
Steve pone los ojos en blanco, se le desinfla una risa como si estuviera pensando ‘Pero mira que eres imbécil’ pero después de todo eso no le molestara tanto, en realidad.
Cuando esté listo, piensa Billy.
‘Livin' easy. Lovin' free’
Solo una semana más.
Hasta que se cure.
Hasta que termine de florecer.
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Último día de instituto. A Billy le dan un cuadernillo de notas con una leyenda que le despide alegremente hasta ‘¡Un maravilloso año más!’ y Steve se gradúa “Sin pena ni gloria ni futuro,” un diploma sellado y una carta de despedida que le va traduciendo a “La versión sin edulcorar” hasta rematar con un “¡Bienvenidos a un flamante día más de tu puta mierda de vida!”.
Deberían estar el uno lanzando el birrete y el otro poniéndole caras desde la fila de asientos pero―
Se lo saltan.
Acaban en la cantera, como siempre.
Todo Hawkins se respira en luz radiante y promesas por cumplir pero es a esta orilla a dónde el verano ha venido a quitarse la ropa y robarles el aliento. La tierra pelada del invierno se mece ahora en verdes y amarillos y flores de azules salvajes y el agua arranca chispas a la luz como en un puto anuncio de Coca-Cola. Y resulta sofocante, el calor, y la forma en que Steve se sube las gafas sobre el flequillo húmedo de sudor y apoya el culo sobre el capot del Camaro con esa satisfacción de pensar que a Billy le molesta. Y a Billy le molesta, pero le molestan más la forma en que sus labios se curvan sobre el cigarro y se le justa por todas partes, ese pantalón azul de traje que lleva. Mangas blancas y carísimas arrugadas hasta por debajo de los codos y solo un botón cerrado más de los que Billy quisiera.
Es este verano sofocante el que le hace señas desde el agua y le deja sin aire pero― es en Steve en quien Billy querría ahogarse, si pudiera.
“¿Y ahora qué vas a hacer?”
Se sienta a su lado en el capot y Steve parece aún más satisfecho si cabe, al notarlo ceder. A Billy le dan ganas de echarle cojones y probar a morderle el cuello, y que sea lo que dios quiera.
“¿En serio? ¿Tú también con esa pregunta de mierda?” Bufa, y el cigarrillo se le bambolea en la boca y las palabras solo se le entienden a medias pero el tono no es de que le moleste, realmente. Más bien de que le hace un poco de gracia, al principio, y se precipita rápido a algo que parece dolor o amargura o añoranza, justo después “Ser un fracaso” se encoge de hombros, suelta una carcajada corta “Ya ves. Todo lo demás se me da de puta pena.”
Y Lo veo, piensa Billy, y a veces le gustaría a arrancarse los ojos y ofrecérselos y decir, ‘Mírate con éstos y dime lo que ves ahora’ porque nonono,
“No eres―”
“¿Y qué si―” Steve le corta. Con las palabras. Con la mirada. Se le parte su propia voz antes de terminar. Y Billy coge aire. Nunca hay sitio para nada más, cuando Steve Harrington le mira de esa manera “Si lo soy” hace un pausa que es un suspiro. Se muerde los labios “Ya me cansa. No poder solo―serlo y ya está, ¿sabes?”
Y la sonrisa de Steve es algo triste y algo cansada y la brisa le revoluciona el pelo, lo baña de sol y recuerdos que Billy va a llevarse para siempre en la memoria, vaya donde vaya.
No está de acuerdo. Pero Steve necesita que lo entienda, así que Billy lo entiende. Asiente. Le empuja suave hasta hacerle zozobrar de lado y esa sonrisa se hace espuma. No más tristeza. No más cansancio.
“Además” sigue. Calada larga y le pasa el cigarro y Billy no lleva la cuenta pero lleva la cuenta, de todos estos besos de segunda mano “Eso quiere decir que estoy atrapado aquí. Así que ni tan malo”
“¿Qué quieres decir?”
“Qué no me voy a ir a ninguna parte. Y tú tampoco” Steve baja la mirada. La alza otra vez “Al menos por ahora, ¿verdad? Así que. Bueno. Ya sabes”
Y suena contenida pero está ahí, la forma en que la voz de Steve está empapada de esperanza.
(Y joder. Ese es el problema.)
(Que Billy no quiere. Ya no quiere marcharse.)
Le corta por la mitad. El dolor. Porque no importa, lo mucho que lo sepa ya. No importa la cantidad de veces que se lo diga a si mismo Cuanto más duela, más rápido te acostumbras porque la verdad, es que no cree que vaya a hacerlo. Acostumbrarse. No cree que a ésta forma que tiene Steve, de quererle tanto sin quererle, no como Billy quiereque le quiera, vaya a poder acostumbrarse.
Pero lo más triste de todo es que―
No cree que deba. Livin’ easy. Lovin’ free. No es esto lo que quiere. No es así, como quiere vivir.
Acostumbrándose.
No más pliegues. No más capas. No más secretos guardados en el fondo de bolsillos en los que nunca mira nadie.
Pasa tan de golpe que le pesa como hecho de hormigón el corazón. Se le encharcan los pulmones. Pero Billy ya tocó fondo una vez y ahora no quiere, volver atrás. Desde el fondo se ve mejor lo que importa, cuando alzas la vista hacia la superficie.
Pero ese es también el precio que pagas.
Tiene que decírselo. Ahora. Antes de tener tiempo de acojonarse.
Es eso o vivir para siempre así. Es eso, o vivir para siempre a medias.
Y va a doler más que cualquiera de los golpes que Neil le haya dado nunca.
“Steve. Oye―” empieza, y Billy casi nunca le llama por su nombre pero suena suave. A roce de besos y susurros en la oreja y a esa sensación de cuando entierras las cara en la almohada. Suena a esa forma en que le mira. Suavesuavesuave. Steve. Suena a estar a punto de perder cosas que en realidad no has tenido nunca. Pero No te escondas piensa No te escondas “Hay algo que tengo que―”
“¿En serio? Pff. Ya iba siendo hora”
Billy pestañea. Los dedos de Steve le buscan el borde de la camiseta, se curvan, nudillos rozando su ombligo. A Billy se le encoge la barriga, se le eriza la piel al tacto.
“Qué―?”
“Venga”
“Venga qu―?”
Steve frunce el ceño. Una esquina de sonrisa, de duda tentativa. No entiende que Billy no entienda. El viento le agita el cuello blanco e impoluto de la camisa abierta, las puntas onduladas de pelo castaño. Si no hubiera sido inevitable, Billy elegiría este momento para pensar en cuanto se arrepiente de haberse enamorado.
Steve se exaspera. Clarifica,
“El tatuaje”
Joder.
“No es lo que―”
“Billy” Extiende la y en una queja. Esos nudillos se le encajan certeros entre los huecos de las costillas.
“Oye!”
Steve le deja la tripa al aire.
“Quiero ver lo que es mío, Hargrove” dice. Voz de mando. Y Billy se queda quieto. Congelado.
“Steve―”
Y se suponía que era una sorpresa. Y hoy. Hoy es cuando Billy pensaba enseñárselo. El problema es― ¿Qué cojones le pensaba decir? He hecho esto para ti y cuando Steve pregunte Porque es la primera vez, y no quiero olvidarme nunca y cuando Steve pregunte Por todas las razones que te van a parecer equivocadas. Pero los dedos de Steve están enredados en el blanco de su camiseta y Billy piensa que ésta ni siquiera es la peor de todas las formas en que ha conseguido desnudarle así que―
“Déjame, Hargrove”
Billy le deja. (Claro. Claro que le deja). Levanta los brazos. La piel de Steve le acaricia los costados, esa parte sensible debajo de los brazos. Le saca las orejas con cuidado y Steve ya no para, ya no deja de tocarle. Dedos en la curva de su hombro, la piel ya curada del tatuaje. Suavesuavesuave. Tan suave. Le toca como Billy quiere que le toque siempre y Billy se tiene que morder los labios para no gritarle Paraparapara.
Para. Por favor. Para. O vas a destrozarme.
“Joder” Steve respira hondo. Exhala. Es tinta lo que Billy tiene calado profundo dentro de la piel pero piensa que esto va a tatuársele también. Aliento caliente y esa mirada, cuando Steve la levanta, el pulgar apretando el dibujo. Esa mirada “Rosas. Te las has―” Lo tiene ahí siempre piensa Billy, El puto corazón. En la mirada, se le para el suyo cuando piensa Y se lo tienes que decir, que se lo quieres robar de la manera equivocada. Steve sonríe, una risa diminuta, dubitativa, ojos grandes, pregunta “¿Por qué te las has―?”
Y Billy piensa Ya tocaste fondo, Billy Hargrove.
“Porque a ti te gustan” dice. Sol y murmullo de agua y primer día de verano. Camisa blanca y brisa y Steve y la forma en que le brillan esos labios. Antes y después y Billy piensa. No quiero olvidarme “Y porque es tuyo. El tatuaje”
Y Steve no contesta. Solo se queda quieto ahí. Le devuelve la mirada.
Y Billy piensa, Venga, Billy, venga. Ya tocaste fondo. Ahora es cuando tienes que ahogarte.
“El tatuaje. Y también todo lo que hay debajo”
Steve. Se le ve el dolor en los ojos. Todo de golpe. Se le empañan el marrón y las pestañas y se le extiende a la forma en que aprieta los dientes y se le mueve la garganta y Billy piensa Ya está piensa que por fin se le deben de ver sin necesidad de nada más, todos estos meses de verdades a medias y de soñar despierto y pensar en la forma en que el olor de Steve tenía una clase de calor diferente, en la tela de su almohada. Que de tan blando se ha vuelto completamente transparente.
Que ya está. Que ya se acaba.
Steve sonríe una risa que tiembla un poco, justo al final y luego, coge aire.
Acaricia los pétalos rojos que se abren sobre la piel de Billy con tanto cuidado como si fueran reales.
“Todo, ¿eh?” Y suena triste. Triste. Tan, pero que tan triste. El tono bajo de su voz convirtiendo el inmenso espacio abierto en un universo pequeño, termina la interrogación en un susurro que lo reduce a un grano de arena.
“Ése era el trato” Billy traga saliva. Le quiere decir Pero es un trato estúpido, porque ya lo tenías desde muchísimo antes. Le quiere decir que la piel blanda se le rompe con todo lo que quisiera. Ser capaz de conformarse. De acostumbrarse. Le quiere pedir que no se vaya. Quiere decirle que es esta es la primera vez, y que no se arrepiente. Duela lo que duela. De haberse enamorado. Aunque haya sido inevitable.
Pero Steve está diciendo “No todo” dedos en su clavícula y dibujando una curva nueva y desconocida contra el hueco de su garganta, yemas templadas bajo su oreja y ojalá pudieran quedársele impresas ahí. Dejar una marca suave sobre cada pedazo de piel que tocan, hasta pertenecerle entero a Steve Harrington.
“Steve que―?”
“No es todo” Steve traga saliva. Demasiado corazón en esos ojos, como para que Billy hubiera podido evitarlo “Lo que quiero es―”
Y entonces le roba todo el aire.
Steve le besa y no es― joder. No es suave. Es las uñas de Steve en la piel y los dientes de Steve en los labios y Steve inhalando profundo, profundo, de la boca de Billy, y Billy quiere morderle las palabras en la boca, (quiere) Dime (saber) Tú también(necesita saber) Dime que tú también te estabas ahogando.
No es suave.
Solo que Steve se separa, dedos todavía en su pulso y en los ojos la misma clase de dolor. Que ya está. Que ya se acaba. Dice “Lo que quiero es esto” Y Billy piensa Oh, piensa, Tanto tiempo solo en el fondo, y resulta que los dos éramos náufragos. Entierra los dedos en esa camisa blanca y tira. Le habla en la superficie de los labios. Dice.
“No lo has entendido, cara bonita” Le besa un poco más de aire. Nota como la corriente les arrastra fuera. Las olas les llevan. La espuma les acaricia los tobillos. Y se estaba bien en el fondo pero aquí, aquí, aquí es dónde Billy quiere quedarse “Ya es todo tuyo. Toda la piel. Y todo lo que hay por debajo”
Y Steve ríe en su boca. Sal y suavidad y el corazón en los ojos cuando le mantiene la mirada, la palma extendida sobre el tatuaje: la calavera, dibujada ahora por Will. Max, y AC/DC y su frase favorita (cincuenta kilómetros y dos vueltas completas al álbum es lo que le llevó, contestarle“Porque eso es lo que quiero para ti” y le ardían los ojos tan fuerte al decirlo que les acabó quemando a ambos). Rosas rojas. Porque Billy quería hacerle también un regalo. Porque de la forma en que Billy está enamorado de Steve Harrington solo te enamoras una vez en la vida, y se le iba a quedar para siempre tatuado por debajo de la piel, al fin y al cabo.
Billy suelta una risa suave. Roba una bocanada de aire puro de la boca de Steve Harrington, se le ensanchan los pulmones cuando sonríe contra la forma que marcan sus labios.
“¿Qué?” le pregunta Steve, ojos de torbellino y calma.
Billy le besa otra vez, frente contra frente. No quiere dejar nunca de besarle.
“Que al final me he tenido suerte, y me he convertido en un puto blando”
Y la arena es firme bajo sus pies, cuando Steve se separa un poco, se inclina hacia delante. Le deja un beso sobre la piel del hombro. Templado. Suave. Labios sobre tinta y sobre todo lo que Billy es, lo que Billy tiene. Sobre todo lo que quiere darle.
Le sonríe con toda la boca cuando se separa. Ojos rebosantes de todo lo que Billy quiere. Sonrisa un poco canalla.
“Es mono” pero por la forma en que lo dice, Billy no está del todo seguro,
“¿El tatuaje?”
Steve asiente, esos rizos bajo su oreja le hacen cosquillas en la mejilla cuando entierra la cara en el cuello de Billy, respira hondo, y su voz le hace cosquillas en la piel transparente cuando exhala,
“Y tú también, Billy Hargrove”
.
.
.
una cosa muy pequeña que se convirtió en una un poco más grande. no puedo dejar de pensar en billy y will dibujando desde que volvía a ver la s2 y puede que hasta escriba alguna cosilla más al respecto porque <3<3 . título en ingés porque es ya como la spanish tradition haha.
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skylartt · 2 years
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"Con amor, todo es posible."
"Soy descendiente de Ranthia Drahl, Reina de las Brasas. Ella está conmigo ahora y no tengo miedo."
"Mis amigos están detrás de mí y yo los protegeré."
"Mis amigos están conmigo y no tengo miedo."
Libro: Cuidad de tierra y sangre
Autora: Sara J. Maas
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verdadpresenteadv · 3 years
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NO JUEGUE A SER CRISTIANO....CUIDADO!!
Todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina Valera de 1960.
Algunas veces toca amonestar con amor a aquellos hermanos y hermanas que juegan a ser "cristianos" de nombre, pero no hay ninguna conversion genuina en su persona, y su testimonio de vida cristiana es desalentador.
Ser tentado no es un problema, caer en LA TENTACION es pecado. Otra costumbre muy necesaria para estar preparados para las tentaciones es la vigilancia y la oración. Bien nos dijo el Señor: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Vigilar consiste en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a pecar.
Proverbios 6:27-28 “¿Tomará el hombre fuego en su seno Sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas Sin que sus pies se quemen?”
Al leer estos pasajes usted podrá decir “pero esto es obvio que me quemaré si lo hago” pero es que muchas cosas que usted hace sabe que son malas pero muchos piensan que mientras no le hagan daño a nadie, ni se metan con nadie se sienten bien.
Permítame decirle que muchos fumadores saben que fumar es malo pero lo que dicen es que ellos no se meten con nadie, que es su único vicio y que a nadie dañan; aunque ya sabemos lo que le pasa a todo aquel que se encuentre al lado de un fumador. Algunas personas argumentan que no es malo quebrantar la ley de Dios en contra del pecado sexual (adulterio, fornicación) si nadie resulta herido. La verdad es que siempre alguien resulta herido. Los cónyuges se devastan. Los hijos se hieren. Las mismas parejas, aun cuando escapen de enfermedades o embarazos no deseados, sufren las consecuencias. Pierden su capacidad de cumplir sus compromisos. Las leyes de Dios no son arbitrarias. No prohíben una diversión buena y sana. Más bien nos previenen para que no nos destruyamos cuando llevamos a cabo acciones irresponsables o al adelantarnos al tiempo de Dios.
Y volvemos al principio; si es obvio que se quemará si juega con el fuego; entonces también es obvio que pecar voluntariamente, que practicarlo así mismo se condena y arrastrará a otros al mismo fin (Gálatas 5:19-21).
No juegue a ser cristiano, porque su adversario Satanás, la serpiente antigua no juega a ser Diablo. El apóstol Pedro advierte a los creyentes sobre sus asechanzas. Él dice que anda como león rugiente buscando a quien devorar (Primera de Pedro 5:8). La palabra “rugiente” en su traducción literal es “hambriento”. El tiene un propósito que ya nos fue avisado por el Señor Jesucristo cuando nos dijo que el vino a matar, hurtar y destruir (Juan 10:10).
No desestime su poder. Satanás es un enemigo que necesita respetar, como un electricista tiene respeto por los cables de alta tensión, que pueden ser mortales. Si usted hace sus obras entonces debe saber que se quemará junto con él. Aunque usted ahora se sienta que todo marcha bien recuerde que su enemigo acecha esperando saltar sobre usted; esperando que usted se deslice aunque sea un poco de la verdadera adoración a Dios, que piense que lo tiene todo controlado y que a usted nada le pasará. Lea por favor 1 Corintios 10:12.
¿Hay alguna área sin protección en su vida, donde usted se siente muy confiado? Sométase a Dios. Muera a sí mismo. Esté siempre alerta...Pida perdón a Dios si esta en pecado . La puerta de la Gracia se esta cerrando y pronto y muy pronto Jesús volverá por segunda vez.
Que el Señor le continúe bendiciendo.
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diarioderoman · 3 years
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No sirvo para la W££d
Literal estuve con muchos"hits" en mi cuerpo para que,a la hora de chorrearme y no mover ni un puto músculo de mi existencia viendo "Carreras de reinas" se me acurre la grandísima idea de comer algo. ( Para esto pedí un pollito a la brasa) jwhwjshsh en fin... Jajajaja Bose porque hgao esto escribiendo en Tumblr xd soy muy aestherich kssjsj estoy stone :c ( nonl eas esto xd spoiler : , ya de me bajo jeje y estoy corriengiendo pero esto no 😄
Bueno...Voy a la cocina y ocurre todo esto que creo que demore 8 horas haciéndolo xd jahsjjahss
Corte 1 tomate en partes, 1 limón y la ensalada de "Pardos " muy rica la verdad.
+Ahí creo que estuve unas 2 horas e.e
Luego recalente mi "polleto" y ahí fue una hora " la verdad sentí qu3 todo iba taaaaan lento y me sentía muy cansado pero quería seguir xd para llegar a mi meta de ver la serie xd y luego chorrear
Le di la cena a mi novio uwu💞
Saque el pollo, me servÍ, saque la Chicha e hice un tecito de manzilla (wtf xd manzanilla) ( esa es otra historia xd)
Termine todo , me senté y ac estoy ... Escribiendo en teumbr xd por primera vez
"scrually" se siente gratificante. Espero que siga así umu , nose como es esto pero hehe usaré hasthag ( siempre son buenos)
Otnam.
Aquí la foto.
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treeofliferpg · 5 years
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\ (•◡•) / Masterlist de nombres de Fantasía \ (•◡•) /
A continuación una lista de nombres femeninos poco comunes que pensamos que podrían servir para historias y roles de FANTASÍA. Ninguno de estos nombres son invención nuestra, todos provienen de otras lenguas y han sido recolectados de diferentes páginas o de libros leídos. A casi todos les acompaña una pequeña explicación de su significado. Podemos ir añadiendo nuevos nombres, si alguien quiere colaborar con alguno nuestros ask/submit están abiertos ;)
Adeena - Noble, Gentil, Delicada
Aine - Pequeño fuego
Aislinn - Sueño, visión
Alani - Bonita, querida niña
Aloïsia - Ilustre guerrera
Amara - Eternamente hermosa
Amila - Princesa
Amirah - Princesa
Aoife - Belleza, Radiante
Ariella - Leona
Asena - Loba
Asteria - Estrella, diosa de las estrellas
Asterin - Estrella
Atarah - Corona
Avyanna - Fuerte, preciosa, poderosa
Azura/Azure - Cielo azul
Bianca - Blanco/a, brillante
Bilva - Árbol medicinal
Belladona - Belicosa
Belladonna - Mujer hermosa
Blyana - Fuerte
Briella - Mujer de Dios/del Dios
Briony - Crecer/brotar fuerte
Briseis - Significado desconocido
Brylee - Noble, fuerte
Carisa - Es querida
Catina - Casta, Inocente
Charis - Gracia y belleza
Chaska - Diosa estrella
Cliodhna - Seductora
Cressa - Dorada
Czarina - Emperatriz
Darya - El mar
Daesyn - Amada
Daneiris - Arcoiris
Dhara - La tierra
Edlynne - Princesa
Eira - Nieve
Eilish - PrometidA a Dios
Emberly - Brasas
Evolet - Respirar, Aire
Ezlyn - Quien vive por el agua
Farren - Viajera
Feyre - Cazadora
Gadina - Jardín de flores
Hedda - Batalla
Hiraya - Visión
Juniper - Árbol de hoja perenne
Kainda - Hija del cazador
Kaltain - Del pueblo oscuro
Kathika - Coraje
Kenna - Nacida del fuego
Keziah - Árbol de casia
Kirsi - Escarcha
Kyra - Luz
Ingemar - Perteneciente al mar
Isleen - Sueño, vision
Isolde - Gobernante del hielo
Lennox - Entre los olmos
Liusaidh - Guerrera
Lyra - Constelación
Lysandra - Libertadora
Melantha - Flor oscura
Meriandah - Bella
Mirella - Pacífica, Maravillosa, admirada
Morrigan - Gran reina
Nadah - Reina de los lobos
Naevia - Vida
Nereida - Ninfa del mar
Nesrin - Rosa salvaje
Nila - Azul
Nilsa - Defensora, Campeona
Nimue - Dama del lago
Nova - Estrella, Estrella moribunda, Nueva
Orlaith - Dorada
Photine - Luz
Polaris - Estrella del norte
Raelynn - Poderosa
Reyna - Reina pacífica
Rieka - Poder del lobo
Ríona - Pura
Rhiannon - Gran reina, Diosa
Rhosyn - Rosa
Sadira - Árbol de loto
Seina - Estrella, Inocente
Sereia - Sirena
Shihab - Estrella fugaz
Siha - Ayudante, colaboradora
Sira - Primera hija
Sitara - Estrella de la mañana
Sloane - Guerrera, luchadora
Solandis - Flor delicada
Suri - El sol
Svenja - Doncella cisne guerrera
Thalia - Alegre, Florecimiento
Valda - Guerrera enérgica
Vanadey - Diosa del bosque
Vanya - Mariposa
Vespera -Estrella de la tarde
Vigdís - Diosa de la guerra
Willa - Valiente protectora
Zaylee - Flor
Zemira - Canción
Ziel - Norte
Zilllah - Sombra
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olhosdegatoblog · 5 years
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“Muitas vezes, um excesso de cultura serve de escudo para o recalcado.”
De volta no rame rame bunda lelê fralda leite cocô.
O bebê não é meu.
O bebê é dela.
Mas o amor dos dois é meu (hahaha)
Consegui convencê-la que o choro era cólica, dorme, agora, que nem um anjo.
Andamos muito calmas desde que o rei nasceu.
Estamos mais amadurecidas, um certo equilíbrio reina no ar nos momentos mais tensos.
Nadinha de devastação, temos Francisco.
Ela me ouve, mas, of course, a última palavra, que não vem, pois não é para vir, é dela.
Claro, claro, trinta anos de análise tem que servir para isso.
Debruçadas sobre o berço tomamos as mais sérias decisões (mantemos 23 ou 24 a temperatura do quarto, ligamos ou não para o pediatra, vamos para Itaipava ou ficamos no Rio, quatro gotinhas de luftal ou não... enfim)
Minha viagem acalmou o avô.
Ama o neto de paixão, mas eu, essa louca que vocês sabem habitar em mim, primeiramente, a ele pertence.
The show goes on, a vida tem que continuar.
Semana que vem voltamos para ginástica.
Se não escrever?
Enlouqueço.
Fico ouvindo umas besteiradas sobre mídias sociais... é incrível como incomoda!
Qual o problema de preferir mandar seu lero por aqui do que de forma presencial?
Ah porque não tem troca(!)... e quem disse que só há troca falando, oralmente, em sala (de estar)??
Se eu leio um texto, dele algo apreendo e algo reproduzo (de forma escrita) e outro me escuta... não é troca??
Sala de estar... fora de mim?
Eu prefiro desfrutar com meus poucos amigos e dentro de casa.
Como “passar para a linguagem a memória do que fora marcado com ferro em brasa na psiquê?”
“Fort-da”, meus amigos... “Fort-da”.
Quer produzir?
Concentre-se, não perca tempo jogando conversa fora.
Pra cima e pra baixo com o Pierre Rey debaixo do braço.
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ultimaa · 6 years
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La complicidad de los vírgenes
Eremika Week Day 1: First Time!
AU: Edad Contemporánea.
Clasificación: T
Palabras: 2244
Cuando Eren Jaeger pensaba en el sexo —materia que muchos de sus amigos supuestamente dominaban—, su cabeza colapsaba al pensar en los aspectos técnicos. Quería tener una buena técnica para no defraudar a Mikasa Ackerman, pero había un problema evidente: ¡un chaval virgen no puede ser un portento en la cama, uno no puede ser Rocco Siffredi de la noche a la mañana!
—He recopilado unas cuantas posturas —le dijo Armin, su mejor amigo y consejero sexual, teléfono móvil en ristre— y he creado varias carpetas. Mira, hay de todos los tipos: para hacerlo en la cama, sentados, de pie. Todo lo que puedas imaginar.
—¿Y eso qué es? —Eren señaló tres palabras intrigantes: «DE ALTO RIESGO».
Armin no respondió. Lo que Eren vio, de lo que no pudo olvidarse en semanas, fue un riguroso estudio sobre los riesgos de algunas posturas. ¡Fractura de pene! Las primeras líneas rezaban así: «Sucede cuando el pene está completamente erecto; al producirse, recuerda al sonido de un hueso que se rompe. Ocurre, sobre todo, cuando la mujer está encima». Miró a su amigo, contrito por haber preguntado.
—Pero no te preocupes —Armin, tranquilo como una balsa de aceite, le quitó hierro al asunto, sonriendo ampliamente—, no te sucederá. Bueno, no creo. No vaya a ser que acabes en el hospital con una lesión en la…
—¡Por Dios! —Eren se echó sobre la cama, frunció las cejas y chasqueó la lengua. Le sobrevino un leve cabreo—. No quiero saber nada más del asunto.
—Venga, ¡no te desanimes! Todos hemos sido vírgenes alguna vez. —Había un velo de picardía en la mirada garza de su mejor amigo.
Nadie habría apostado un duro a que Armin Arlet, el jovencito de cabello áureo y retazos de un sempiterno candor infantil, pasaría una noche con la reina de la impasibilidad, Annie Leonhart. Según sabía Eren, los había unido el gusto por la numismática, por Bran Stoker y por The Walking Dead.
—Es una chica maravillosa… cuando la conoces bien —había dicho su amigo blondo, con la sonrisa de mameluco que delata a los enamorados—. Le gusta coleccionar monedas antiguas tanto como a mí. Podemos estar hablando durante horas y horas sobre los temas que nos gustan… Así fue cómo sucedió. Estábamos viendo un documental sobre los bonobos. Entonces entró el señor Leonhart y dijo que iba a hacer un mandado, así que nos quedamos solos en la casa. Había tensión sexual no resuelta, como es lógico. Por eso, cuando me empujó contra la cama y empezó a besarme, no la detuve y…
Y Eren empezó a pensar en lo que lo unía a Mikasa. Para empezar, tenían un pasado en común. Como sus padres eran amigos, ellos habían continuado con la tradición. Se conocían desde que estaban en el vientre de sus madres y éstas fantaseaban con que sus retoños emparentaran en un futuro. Cuando Eren, invadido por una vergüenza descomunal, le dijo a Carla Jaeger que tenía novia, la mujer adivinó inmediatamente de quién se trataba. Estaba encantadísima de que la chavala Ackerman fuera su nuera.
—El cabrón de Zeke —farfulló Eren, en referencia a su hermano— me ha dado condones. Y de varios sabores, además.
—Bueno, eso está bien —asintió Armin—. Mira, ¿sabes qué es lo único que importa cuando vayas a hacerlo?
—¿El qué?
—El amor. Estás enamorado de Mikasa, ¿no?
Eren, indignado, se incorporó y clavó sus ojos de berilo en Armin.
—¿Qué pregunta es esa? Pues claro que sí. Si no, no estaría con ella.
—Pues asunto resuelto.
Al día siguiente, sábado por la tarde, Eren se encontraba en el sofá de su salón, con Mikasa. Habían decidido pedir una pizza y jugar al FIFA, aunque, más que jugar, lo que pasaba es que Mikasa lo vapuleaba sin esforzarse. La alumna había superado al maestro, porque él la había enseñado… y ahora tenía que enfrentar las consecuencias. Naturalmente, en ese momento no estaba centrado al cien por cien en el juego.
«Fractura de pene —pensaba—, ¡fractura de pene!»
Carla y Grisha se habían ido de viaje para celebrar su aniversario. Ahora bien, ¿debía Eren aprovechar la oportunidad para…? Fin del partido.
—He ganado —declaró Mikasa, dejando el mando de la consola para coger un trozo de pizza— por quinta vez consecutiva. Muy fácil, como siempre.
—¿Muy fácil…? Hieres mi orgullo gamer.
Dios, si era tan malo en la cama como en los videojuegos, ¡iba de todo menos apañado! Una gota de sudor frío le recorrió la espalda y sintió vértigo. Tenía verdadero miedo a no dar la talla, especialmente porque a Mikasa le gustaban las cosas bien hechas. En ese sentido también, imaginó. Que ella fuera virgen jugaba a su favor, pero aun así…
En cualquier caso, tenía condones en el bolsillo trasero del pantalón y la casa libre.
Se preguntó si Mikasa también pensaba en el asunto. No, no era propio de ella devanarse los sesos con tanta intensidad. Si tenía que hacer algo, lo hacía. Como cuando se le declaró —cosa para la que él no tuvo narices—, a su peculiar forma, aferrándose a la bufanda roja que él le dio cuando eran niños, después de que unos idiotas se metieran con ella por su aire oriental, la misma que usaba religiosamente durante el invierno.
—Oye, quiero decirte algo —había empezado ella, misteriosamente colorada—. Quiero darte las gracias por estar ahí siempre, por defenderme cuando me hacían la vida imposible, por… No me estás entendiendo, ¿verdad?
Entonces lo besó, y Eren sintió su cara calentarse, como si la hubiera puesto sobre las brasas. Se sintió débil y ligero como un diente de león, pero reunió la fuerza suficiente para posar las manos en las caderas de ella, atrapar el labio inferior y disfrutar de aquella boca de piñón, que lo dejó profundamente fascinado.
Había pasado un año desde entonces.
Mikasa apoyó la cabeza en su hombro. La inquietud de Eren se desbordó cuando los labios de ella rozaron su cuello. Apretó los dientes y dejó pasar un trago de saliva. Giró la cabeza y la besó en la boca, la cual delineó de una comisura a otra con la lengua. Se miraron, las frentes juntas y el aliento del otro inundándolos.
—Mis padres no están —susurró Eren—, y, bueno…
No se puede medir la cantidad de coraje que necesitó para insinuarse. Sonó ineludiblemente torpe, como el principiante que era.
—Estás rojo —dijo Mikasa.
—Tú también.
Se separaron, quedando hombro contra hombro. Eren la miró de soslayo y, por un momento, creyó ver en ella la misma inseguridad que aullaba en su interior. Blandió una pequeña sonrisa al percatarse de lo encantadora que lucía con el color grana derramado sobre las mejillas y la nariz.
—Llevamos un año juntos —la escuchó comentar—, es el momento de hacerlo, ¿v-verdad?
La complicidad que compartían, la de los vírgenes, le imbuyó al muchacho cierta seguridad. Estaban en el mismo barco y ninguno sabía manejar el timón. Ante ellos se extendía un océano desconocido, y tenían la oportunidad de explorarlo juntos. Eren tenía, por lo menos, una cosa clara: si quería desvirgarse con alguien, era con ella. Se levantó y estiró una mano hacia Mikasa, una mano que, gracias a Dios, no temblaba.
—Quiero hacerte el amor —manifestó—. Si tú quieres, claro. Quiero hacerlo contigo porque…, porque te quiero, y eso es lo único que importa, que nos queremos.
Mikasa tomó su mano. Él la impelió contra su cuerpo, envolviéndola en sus brazos, que trataban de abarcarla en su totalidad. Luego la guió hacia su habitación, y el látigo de los nervios lo golpeó cuando ella se sentó en el pie de cama y empezó a desabotonarse la camisa vaquera.
Antes de que pudiera terminar, la reclinó sobre el colchón y empezó a besarla con suavidad. Entre los ósculos almibarados, las sonrisas enfrentadas y el arrebol de sus semblantes, Eren se irguió para quitarse la camiseta y dejar a la vista su torso lampiño y atezado. Mikasa le acarició el pecho y él suspiró, a la vez que la piel se le erizaba. El corazón palpitaba con fuerza tras su piel, señal de que estaba más vivo que nunca. La miró a los ojos, que eran dos estanques de agua plomiza, y se acercó a su oreja izquierda.
—¿Estás segura? —musitó en un tono grave y tenso. Mikasa se estremeció bajo su cuerpo al notar su hálito contra el lóbulo y el cuello.
Ella buscó su boca a modo de respuesta, igual que la buscaría, a tientas, durante muchas noches. Cuando el contacto acabó, y ambos recuperaron el aliento, Mikasa sostuvo la cara morena de él.
—Estoy segura de mi amor por ti y de esto.
La mirada de Eren viajó desde su cuello —en el que procuraba no dejar máculas para no hacer sus arrumacos notorios— hasta los pechos. Había dejado el canalillo a la vista al soltarse los primeros botones, y los demás fueron cediendo ante los dedos de un joven Jaeger que, si bien estaba inquieto, también deseaba verla tal y como vino al mundo. Ya la había visto en biquini, e incluso le había echado crema solar por la espalda, y también le había atado la parte de arriba… ¡pero entonces no eran novios, y tenían trece años!
A esa edad, Eren no recalaba en los detalles, como el lunar que tenía bajo la clavícula derecha. Su pecho no era ni muy turgente ni muy pequeño. Justo cuando se disponía a deslizar los tirantes del sujetador por los pálidos brazos, la puerta de la habitación se abrió y apareció Zeke, que comía pizza.
—Hostia —dijo, y sonrió—. El niño se hace mayor.
—¡Zeke! —Eren pegó un bote de la cama, muerto de vergüenza, y enseguida echó a su hermano de una patada, saliendo él también de la habitación y cerrando de un portazo. Sentía la faz arder, como cuando era pequeño y ponía la cabeza cerca de la chimenea—. ¿Qué cojones quieres?
—Oye, oye, no te pongas así. —El rubio con gafas de culo de vaso hizo un gesto con la mano—. Sé lo que se siente cuando te echan a perder el calentón… ¡No te preocupes, Mikasa, te lo devuelvo!
—¿Qué haces aquí? —siseó. Su reverendo hermano daba más problemas estando independizado que viviendo en la casa; lo peor era que conservara una llave de la puerta principal. Zeke se encogió de hombros.
—Venía a coger las herramientas que me dejé el otro día, cuando vine a reparar el aire acondicionado. Por cierto, esta pizza está muy buena.
—Esto, si no te importa…
—Ah, sí, entiendo —Zeke sonrió afablemente y se dio media vuelta—. Ya me voy. Me llevo la comida que os ha sobrado. Así ya no tengo que hacer la cena. Y usa los condones que te di. Pieck recomienda los de sabor fresa para… —E hizo un gesto con la boca y la mano.
Eren soltó un bufido y le sacó el dedo. Quería a su hermano, pero era un capullo redomado. Volvió a entrar al cuarto, desanimado y enrojecido. Mikasa estaba como él. Todo el calor se había convertido en frío. ¡Qué chasco se habían llevado! Acabaron tumbados uno al lado del otro, observando el techo, semidesnudos. Al final, ella acabó viendo el asunto como un chiste y rió.
—Una primera vez muy especial, ¿eh? —bromeó, volcando la cabeza hacia Eren.
Asintió, esbozando una pequeña sonrisa. Mikasa le pasó una mano por el torso y él se giró, por lo que empezaron a comerse la boca de nuevo. Su mano empezó a juguetear con el broche del sujetador. Por un momento, pensó que necesitaría un máster para desabrocharlo, pero lo consiguió, y entreabrió los labios, encantado con las vistas.
Un minuto después, ya se había acomodado sobre ella para besarla vehementemente, los dedos de ambos entrelazados. Eren fue dejando un reguero de saliva por su cuello y sus pechos. Luego, cuando no quedaba ni una sola prenda en los cuerpos, después de ósculos interminables y caricias abrasadoras, la penetró lentamente.
—¿Te duele? —preguntó.
—Sobreviviré.
Todos los ríos de su vida desembocaban en ella. Si pudiera pedir un deseo, pediría quedar soldado a Mikasa. La adoraba con cada corpúsculo de su cuerpo. Amó sus jadeos, sus manos finas aferrándose a su espalda, y sus labios, que lo devoraban y formaban cada sílaba de su nombre; su cuerpo de cera estremeciéndose al paso de sus dedos inexpertos y sus piernas, que se le enroscaron en la cintura. Dentro de ella halló, amén de placer, gran plenitud, y se valió de sus cinco sentidos para gozar de aquel momento, y de un sexto para amarla indiscriminadamente.
—Oh, Eren… —gimió, clavándole las uñas.
Las embestidas del muchacho, profundas y deliciosas, amainaron y salió de su interior, dejándose caer a un lado. Estuvieron haciéndose carantoñas durante un buen rato, rozándose las narices como esquimales entre risas sofocadas.
—¿Y si te quedas a dormir? —sugirió Eren—. O podrías quedarte toda la semana. Ya que mis padres no van a estar, pues podemos aprovechar…
—Tengo que estudiar para unos exámenes.
—Bueno, al menos quédate hoy y mañana. Los fines de semana son para descansar.
Mikasa entrecerró los ojos y estiró las comisuras de los labios.
—Me parece que haremos de todo menos descansar.
Efectivamente, el descanso no tuvo cabida. Y Eren tuvo que darle la razón a Armin: el amor era lo único que habían necesitado. Esa noche volvieron a entregarse a la pasión; y, después, con la espalda de ella contra el pecho, se quedó dormido.
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exococina · 5 years
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Mis almuerzos con gente alucinante I: Juan Carlos Olaria: El platillo de alioli perseguido por un hombre.
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Sostiene la voz en off en los alucinógenos títulos de crédito de El hombre perseguido por un OVNI (Juan Carlos Olaria, 1976) que «el hombre vive apegado a la tierra y en raras ocasiones alza su vista a los cielos». El director tomó prestada la cita de Giordano Bruno, y no seré yo quien le devuelva a las brasas, pero opino que el astrónomo hereje no tuvo en cuenta a los catalanes. El catalán amb els peus plantats a terra camina mirant al cel: los castellers, la sardana, Montserrat, el porró i la calçotada, todo ello íntegramente elevado, bailado, enaltecido, empinado o engullido en pleno ejercicio de alzar la mirada al espacio y más allá. Y no quiero sacudirme la caspa de la barretina enarbolando los símbolos de la catalanidad más ortodoxa. Es que el símil va al pelo para introducir a un cineasta que, por heterodoxo, le ha tocado lidiar con la etiqueta de “el Ed Wood catalán”. Puede que igual que el director de Plan 9 from Outer Space, Olaria se interesara por el cine cuando le regalaron una cámara de 8mm a los doce años. Como su homólogo americano, escribió, produjo, dirigió y co-protagonizó su primera película. También se asemejan en los trucajes pedestres, el presupuesto escaso y en aquello de incluir en sus montajes los metrajes sobrantes de otras películas (en el caso de Olaria, las filmaciones de la NASA que fue a pedir al consulado estadounidense de Barcelona). Y puede también que, como al director de Glen or Glenda, les una el gusto por vestir alguna prenda femenina (cuando, al despedirnos, le elogie sus zapatillas negras con tachuelas plateadas, Olaria me confesará que son un modelo de señora que compró de oferta). Por mucho que tengan en común ambos directores, el sambenito que le compara con “el peor director de la historia del cine” es injusto: de no haber sido rechazado en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid, quien sabe si sería conocido como “el Ray Harryhausen español” o estaría al nivel de todo un Gil Parrondo.
El hombre perseguido por un OVNI transpira una profunda sensibilidad artística que se manifiesta ya en los créditos, en sus solarizados y virajes de color, así como en los trucajes y ambientes que consiguen capturar el Zeitgeist de aquella Barcelona. Sirva de ejemplo el platillo sobrevolando un bloque de viviendas de Oriol Bohigas, esos que rompieron con la arquitectura monumentalista de posguerra. También en la sabrosa escena del Simca 1000 que los mutantes roban al protagonista (el actor Richard Kolin, nombre artístico de José Coscolín Martínez) flotando en el hiperespacio. Este coche se lanzó con fuerza al mercado español bajo el eslogan “cinco plazas con nervio”, que la picaresca popular enseguida transformó en “El filete del pobre, porque es para cinco, y con nervio”. Olaria lleva más de cinco décadas en la brecha más orillada de un cine insobornable y periférico en todos los sentidos, cuyas tramas son una excusa para recrearse en los trucajes artesanales.
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Es un viernes de febrero y el cineasta ha elegido los manteles del Café Padilla, en el 387 de la calle del mismo nombre. Pese al apelativo “café”, el Padilla es una de esas casas de comidas, de menú a 9'90 €, que por fortuna resisten en barrios por romanizar como el Baix Guinardó. En la entrada, un letrero escrito a tiza asegura “Hacemos la mejor tortilla del mundo. Supérala si tienes huevos”.
–Crema de mariscos, por favor, y cordero a la brasa. A mí me gusta bastante hecha. O sea, medio cruda no me va. ¡Y vino tinto! Y un poco de pan.
Yo pido calçots de primero y secundo a Olaria con el cordero y el vino, maridaje bíblico que anticipa cierto regusto a herejía en estos altares del ateo que son todos los bares de bien. Le expongo mis intenciones: componer un retrato suyo a través del placer de comer, beber y hablar de la vida extraterrestre en la cultura popular mientras relajamos los esfínteres del espíritu. Siempre ha habido una amistosa relación entre el diálogo más o menos filosófico y la buena mesa.
–La verdad es que he copiado la idea de este libro.
Saco del bolsillo un ejemplar reeditado por Diario Público de Mis almuerzos con gente inquietante, una colección de entrevistas en restaurantes a personajes de la vida pública, casi todos políticos, editado en 1984.
–Vázquez Montalbán... ¡Me encantaban sus artículos en los periódicos! Coincidía con él en todo. Era muy equilibrado, muy prudente y progre. Veo que entrevista a Carmen Romero, al Duque de Alba, a Fraga... me huelo que esto debe de ser entretenido, mejor que su ficción. Y el título, lo de la gente inquietante, es muy agudo: en vez de llamarles “gente importante” va el tío y les dice “inquietantes”. Porque ya veo que todos son bastante franquistas.
––Es que él respondió a su vez a la idea de otro libro: Mis almuerzos con Gente Importante. Ese lo escribió José Mª Peman, que era muy facha.    
–¡Hombre, si era franquista! Además, cuando yo era joven, este tenía la puerta abierta de Televisión Española. Obras de Peman, entrevistas a Peman, todo era Peman.
Decía Peman que «el almuerzo produce la benevolencia» y Olaria es de por sí un hombre bueno, extremadamente afable. Parlanchín y muy cuidadoso en la expresión, tanto en el lenguaje oral como en el no verbal. Unta de misterio cada palabra entornando sus ojillos tras unas gafas futuristas, como talladas a láser. Con frecuencia, alza la vista a los cielos y mueve las manos a lo Bela Lugosi, como intentando atraer o dirigir sus ideas mediante telequinesis. Nos sirven los primeros platos.
–¡Has pedido calçots! Están riquísimos, pero pide guantes de plástico, que se te va a quedar todo negro.
En efecto, me doy cuenta de la incompatibilidad de comer calçots y tomar notas en mi libreta al mismo tiempo. No importa. No traigo preguntas preparadas, tengo buena memoria y mi intención es literaturizar este almuerzo-entrevista sin menoscabo de la veracidad.
–¿Cocinas?
–Intenté cocinar hace ya un tiempo, pero soy un desastre. Ocurre que cuando cocino me entra el hambre. Me pongo nervioso, quiero acabar pronto, empiezo a probar... y para mí es un tormento. Envidio a la gente que tiene paciencia cocinando y se aguantan las ganas de comer. Yo ya me lo comería, ya lo veo acabado. O sea, padezco mucho cocinando. Me pone negro. Ahora tienes que poner sal, ahora el cubito de Avecrem... es todo un trabajo. Así que decidí dejar de cocinar e ir siempre de restaurantes. Me gusta comer lo bueno que cocinan los demás.
–Pues es curioso, porque con los platillos y los trucajes artesanales eres muy paciente.
–Sí, es curioso, porque a mi la cosa manual me va mucho. Pero es que eso no repercute en una sensación como es la del hambre.
Llegan los segundos: dos generosas raciones de cordero a la brasa con su bien de patatas cortadas a mano y alioli. Le comento que me parece que se come muy bien en el Padilla, teniendo en cuenta el precio del menú, que incluye una botella de vino aceptable y café o postre.
–No se come mal, no –contesta.
Me alegra comprobar que, como yo, Olaria es de buen apetito y mejor beber.
–¿Dónde rodaste los exteriores de El hombre perseguido por un OVNI?
–En el Parque del Garraf.
–¿Recuerdas lo que comíais durante el rodaje? ¿Dónde ibais a restauraros?
–Eso es algo que debo agradecer a los Ibáñez, dos hermanos que tenían mucho que ver con el Festival de Sitges. Ayudaban en el festival a su director de aquél entonces, Antonio Ráfales ––que por cierto era franquista– a ir por diferentes países buscando películas de terror para incluirlas en el festival. Ramon Ibáñez, uno de los hermanos, era cocinero además de muy aficionado al cine. Acabábamos un rodaje y Ramon nos decía. «Veníos a Sitges. Al meu restaurant, que menjarem allà!». Se lucía y nos hacía unos platillos fabulosos, tú.
El menú de la Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror de 1976, además de los foráneos pasteles de sangre en competición, incluyó un Mercado del Filme en el Hotel Calípolis, dirigido a profesionales, donde pudieron verse diferentes películas españolas en busca de algún incauto distribuidor extranjero. Fue el caso de El hombre perseguido por un OVNI, junto a otros títulos como Vudú Sangriento (Manuel Caño, 1974), Kilma Reina de las amazonas (Miguel Iglesias, 1975), La maldición de la bestia (Manuel Iglesias, 1975) o La noche de las gaviotas (Amando de Osorio, 1975). El único producto ibérico que consiguió colarse entre las pantallas oficiales del festival fue El jovencito Drácula, de Carlos Benpar. Sin embargo, para su exhibición comercial, se exigió el corte de una sicalíptica secuencia en la que Verónica Miriel y Susana Estrada jugaban a darse mutuamente chocolate con churros con los ojos vendados. Cabe también señalar que la empresa Santiveri, quiz�� para compensar tanto sang i fetge, repartió ese año productos dietéticos entre la crítica vegetariana.
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Cartel del Festival de Sitges de 1976.
–Platillos...
–Sí. Platillos de comer y platillos volantes.
–Hay quien dice que los platillos volantes son solo una de las formas que podrían elegir las entidades que vienen de fuera o de otras dimensiones para manifestarse. Me parece curioso eso de que se presenten así, como mendigando comida desde el cielo... ¿Quizá es que quieren comernos?
–Muy buena la comparación. Muy buena.
–Tú, de hecho, las maquetas las haces a partir de moldes sacados de platos, ¿verdad?
–Sí, aunque para la última película (Se refiere a El hijo del hombre perseguido por un OVNI, la secuela de su primer largometraje que lleva unos años rodando y de la que ya tiene muchas secuencias montadas) ya me había olvidado de cómo había hecho exactamente los OVNIS. Sabía que eran platos pero no recordaba exactamente cómo los había hecho. Pues bien, me encontré con que ahora hay muchos tipos de platos y no todos te dan la forma, la corbatura que tú quieres. Ya no todos pasan por platillos volantes. Después de mucho buscar, los encontré en “los chinos”.
–¿Y en esta nueva película, se come?
–Hay una escena en la que Toni Junyent (el actor protagonista) está dentro del platillo volante, y los alienígenas le dicen «Terrestre, es nuestro huésped. Pídanos lo que quiera, ¿tiene apetito?» A lo que Toni responde «No puedo ocultarlo, espero que no me alimenten con pastillas» y ellos le dicen «Seguro que no» y le invitan a comer. Y en una mesa le sirven paella, bogavante y champán que han preparado ellos, aprendiendo recetas de la Tierra, para satisfacer al invitado. Yo creo que me podrán decir de todo pero, la película, curiosa será.
Olaria nació un día de 1942 en Zaragoza, pero, como podría decir Javier Pérez Andújar en un pregón, esto no importa porque cuando lo hizo era muy pequeño. De padres catalanes, volvieron a Barcelona al poco de nacer y se crió en el barrio del Guinardó. Explica Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa que «En los grises años de la posguerra, cuando el estómago vacío y el piojo verde exigían cada día algún sueño que hiciera más soportable la realidad, el Monte Carmelo fue predilecto y fabuloso campo de aventuras de los desarrapados niños de Casa Baró, del Guinardó y de La Salud». Las precoces aventuras fílmicas que Olaria rodaba de niño, con la ayuda de sus amigos, tenían lugar en el Monte Carmelo o la Muntanya Pelada, como se le conoce popularmente por su escasa vegetación. Le pregunto por esa Barcelona gris que buscaba el color en los kioscos, de ¡OVNI! de Curtis Garland y demás bolsilibros de Bruguera. El protagonista de El hombre perseguido por un OVNI es un escritor, en horas bajas, de este tipo de novelas. Las ilustraciones en las portadas de estas publicaciones tenían también mucho en común con el cartel de la película.
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¡Ovni! (1976) de Curtis Garland, uno de sus pseudónimos más conocidos de Juan Gallardo Muñoz (Barcelona, 1929-2013).
–¿Cómo recuerdas esos años? ¿Cómo saciabas las hambres, ya fueran de entretenimiento o de ganas de comer?
–Lo que más me inspiraban eran las películas. Cuando vivía mi madre, comíamos siempre en casa. Fue a raíz de su muerte que voy a restaurantes. Recuerdo comidas sencillas y apetitosas. Verdurica con patatas, sopitas... –Nos interrumpen para cantarnos los postres: melón, pudding, flan, macedonia o yogur. Olaria elige la macedonia y yo el flan– ...huevos fritos, costillas con alioli, conejo con alioli. El alioli siempre con mortero, eso nunca lo encontrarás en un restaurante. El alioli hecho a mano es fantástico, no hay color, es una cosa deliciosa.
«¿Van a tomar café?» La camarera no da tregua. Yo pido café solo, Olaria «un cortadito».
–En la posguerra, yo había llegado a comer borrajas, sopa de borrajas. Cuando crecí un poco, ya empezó a reponerse la cosa, pero se pasó hambre. Con el dichoso Plan de Desarrollo de López Rodó empezó a mejorar un poco la cosa, pero antes... todo fueron estrecheces. Mi padre era proletario, comunista, pero en ese momento tuvimos que comportarnos como burgueses. Él tenía buena carrera, era ingeniero, así que no sufrimos la miseria que les tocó a otros. Mi padre fue teniente del ejército republicano, pero curiosamente no le vinieron a buscar, ni necesitó exiliarse. Cuando entraron las tropas en Barcelona, vio entrar a los tanques vestido de uniforme desde su piso de la Gran Vía, con una rabia inmensa. Después, por lo que yo noté, aceptó la derrota. Creyó merecerla por haber perdido, lo cual no quiere decir que renunciara a sus ideas. Muchos años después, ya jubilado, seguía leyendo El Capital de Carlos Marx desde su despacho. Y mira que el El Capital es un rollo de mil pares de huevos, muy complicado de leer. Les debía pasar lo mismo a tantos otros.
Juan O. Olaria, que así se llamaba su señor padre, aparece doblemente acreditado en El hombre perseguido por un OVNI: de un lado ejerció de productor asociado, costeando la película. Del otro, dio vida al flemático Comisario Duran, un tipo de investigador a lo Poirot difícil de asociar al vernáculo y franquista Cuerpo General de Policía.
Apuramos la botella de vino, que nos empieza a chispar.
–Si ahora mismo aterrizara una nave espacial, tripulada por ovninautas hambrientos tras el viaje, sobre la Montaña Pelada o el Parc de les Aigües, ¿adónde les llevarías a comer?
–Hmm... al Botafumeiro o al Rosalert. Eso si les gusta el marisco, claro. En caso que no, a Can Culleretes, que me dejó asombrado. Tienen mucha variedad de platos y, personalmente, me parece mejor que el 4Gats o el 7 Portes, ya ves. En cambio, te dan una dorada muy buena por los restaurantes de la Barceloneta.
Desde luego, Olaria es todo un bon vivant capaz de destinar el mismo presupuesto en una comida que a producir una película. Pero, como si a unos seres que han recorrido una distancia sideral les fueran a importar unas paradas en metro, le replico que esos restaurantes están muy lejos. La primera opción está en Gràcia, la segunda en el Eixample Dret y la tercera en el Gòtic. Le hablo de Can Ginés, una propicia marisquería de su barrio a precios populares.
–¡Bueno, leñe, pues a Can Ginés! Pero pasa una cosa, a lo mejor los extraterrestres bajan y lo que dicen es «¡Quiero un brazo de gitano!» y tú se lo vas a comprar a la mejor pastelería y te dicen «no, no, de ese no...». Y claro, no se los vas a reprochar, a lo mejor en su planeta cuando ven a un gitano... ¡se lo comen!
–O imagínate que tienen forma de cefalópodos, como en La guerra de los mundos de Orson Welles y les das un pulpo a la gallega. Te lo tiran por la cabeza.
–Pues claro, hay que ir con cuidado.
–Alomejor ya lo conocen todo y vienen aquí de turismo gastronómico. Si nos llevan millones de años de ventaja evolutiva, tendrán acceso a TripAdvisor.
–Quizá sí, a lo mejor vienen expresamente a conocer a Ferran Adrià. Aunque no sé si deben tener las mismas antenas parabólicas. A mí lo que me deprime es pensar que todo el Universo sea un desierto, que no haya vida y todo sea polvo y gases. Qué asquerosidad. Ya nos podemos conformar con encontrar unas bacterias. O dinosaurios y aun gracias. Oye, te invito a un chupito, los chupitos los pago yo.
–Camarera, dos chupitos de orujo blanco bien frío, por favor.
Tras casi cuatro horas de agradable sobremesa, nos despediremos al caer la tarde sobre el cruce de las calles Sardenya y Camèlies, entre abrazos y promesas de ir pronto a comer una caldereta de llamàntol a Can Ginés. Como regalo de despedida, Olaria me entregará un DVD con su cortometraje de 1995 Encuentro inesperado. A llegar a casa y reproducirlo, veré lo siguiente: una niña (Ángela Ulloa) se encuentra, in fraganti en la cocina, con un luminoso y pequeño objeto volador que al ser descubierto emprende la huida. Intenta atraparlo sin éxito y al volver a la nevera descubre, entre el tarro de anchoas y un sobre de beicon, un diminuto mensaje: SENTIGK MOLESTAGK, NESEZCITAGK BIANDAS. Lo cual, entre los efluvios de orujo y el poco marciano que yo sé, tardaré en descifrar: Sentimos molestar, necesitábamos viandas.
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#olaria #ovni #padilla #cordero #alioli
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