Clases de Seducción, parte 34: Servicio (Final de Temporada)
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Rubén estaba sentado en el sillón del living de la casa de Daniela, con una lata de cerveza en la mano, sin conversar con nadie. Observaba a Sebastian conversando con la anfitriona y con Macarena, animadamente, y riéndose a carcajadas entremedio.
Había mucha gente en la fiesta, más de las que incluso pensaba que su amigo era capaz de invitar a su despedida.
Miró a su alrededor y no vio muchas caras familiares. De hecho, no logró siquiera identificar bien los rostros de la gente a su alrededor, y luego bajó la mirada a su lata de cerveza. “Quizás le pusieron algo”, pensó.
Levantó la vista, intentando analizar si se sentía extraño, mas allá de su inapacidad de identificar al resto de los presentes, pero justo su mirada se cruzó con la de Sebastian, quien se rió junto a Daniela y Macarena, como si estuvieran hablando justo de él.
Rubén bajó la mirada, avergonzado, intentando hacerse el tonto, como si no fuera precisamente su mejor amigo con quien había cruzado miradas. Bebió de un sorbo lo que quedaba de cerveza y luego sacudió la lata haciendo sonar el resto justo cuando Sebastian se paró frente a él.
—¿Por qué tan solo? —le preguntó su amigo.
—Solo estaba… —alcanzó a responder Rubén, pero ni siquiera él estaba seguro de qué estaba haciendo en ese momento—. Invitaste a harta gente —cambió hábilmente de tema.
—Si, me sorprende que todos hayan querido venir —admitió Sebastian—, pero la verdad sólo me importaba que viniera una persona —agregó con una sonrisa amplia, sin malicia.
Rubén se sonrojó por las palabras de su amigo, sabiendo que se refería a él.
—Ven, te quiero mostrar algo —le dijo Sebastian, extendiéndole la mano.
Rubén le dio la mano a su amigo, quien luego acomodó sus dedos para que quedaran entrelazados. Se puso de pie y siguió a Sebastian que lo iba guiando.
Se dio cuenta, que al ir caminando tomados de la mano, Rubén sentía una energía fluyendo desde su cuerpo hacia el de Sebastian, como si estuviese físicamente transmitiéndole toda su seguridad y confianza respecto a su identidad.
Sebastian lo llevó al baño y cerró la puerta detrás de sí. Se acercó a Rubén lentamente, con una sonrisa tímida y nerviosa en el rostro.
El corazón de Rubén latía con velocidad, y estaba seguro de que lo podía escuchar, hasta que sintió que una gota cayó la punta de su nariz. En ese instante dejó de sentir sus propios latidos.
Levantó la vista y no vio nada en el cielo del baño que le pareciera raro, pero aún así sintió otra gota caer en su frente. Miró a Sebastian, quien tenía la polera roja con varias marcas de gotas, pero él lo seguía mirando como si nada.
Estaba comenzando a llover en el baño y para su amigo eso no parecía preocuparle.
—Creo que deberíamos hablar con Daniela sobre esto —comentó Rubén, preocupado por el estado de las cañerías de la casa de su amiga.
—¿Hablar sobre qué? —Sebastian preguntó soltando una risita confundida. Estaba empapado, al igual que Rubén, pero todo eso le parecía normal.
Las gotas de agua caían tibias sobre la piel de Rubén, como si en realidad estuviera bajo la ducha, más que bajo una lluvia al aire libre. Aún así, podía escuchar la lluvia como si estuviera en un bosque tropical.
—¿Te acuerdas la última vez que estuvimos aquí? —le preguntó de repente Sebastian, acercándose nuevamente a él y entrelazando sus dedos con los de él.
Rubén lo escuchó muy claro, a pesar del fuerte sonido de la lluvia, y luego asintió.
—Esta es nuestra última oportunidad de terminar lo que empezamos ese día —continuó Sebastian.
Rubén estaba petrificado. Simplemente se limitó a ver cómo su amigo se acercaba lentamente a su rostro, y luego cerró los ojos cuando estaba a solo un par de centímetros de distancia.
Se sobresaltó cuando escuchó la puerta abrirse de golpe, y al abrir los ojos vio con sorpresa que Felipe lo miraba serio desde el umbral.
—Felipe… —murmuró Rubén, al momento que su pololo ingresó al baño y de brazos cruzados apoyó la espalda contra la pared.
Un fuerte trueno retumbó en el baño, seguido de su correspondiente relámpago, hizo que Rubén se sobresaltara, y se dio cuenta que su corazón nuevamente comenzaba a acelerarse, al tiempo que notó que ahora la lluvia era muy fría.
En ese momento, vio como cuatro soldados con traje de camuflaje café ingresaron al baño e intentaron llevarse a Sebastian.
Su amigo pataleó y gritó, intentando aferrarse a él. Rubén por su parte lo sujetó con todas sus fuerzas a medida que los relámpagos lo encandilaban por momentos, y el ruido de la lluvia sumado a los truenos hacían imposible escuchar a su amigo.
Dos de los soldados se dedicaron a tomar a Rubén para separarlo de Sebastian, y finalmente lo lograron, tirándolo al suelo boca abajo y doblándole los brazos para que los cruzara por su espalda, incapaz de moverse.
Lo último que vio Rubén de su amigo fue su mirada de terror cuando lo arrastraron fuera del baño, justo cuando uno de los soldados que lo llevaba desenfundaba su arma.
Rubén seguía en el suelo lleno de barro, detenido por los dos soldados que seguían encima suyo. Temblaba de miedo y de frío hasta que escuchó dos fuertes disparos que hicieron que todo se fuera a negro.
En ese momento, Rubén despertó.
El pecho le dolía y sentía que le faltaba el aire. Miró el reloj despertador del velador y se molestó al darse cuenta de que eran apenas las seis de la mañana con veintidós minutos.
Se sentó en la cama y se dio cuenta que estaba todo sudado, con la polera del pijama pegada al pecho, y el corazón aún le latía con fuerza por las emociones del sueño.
Fue a ducharse con el sonido del disparo aún dándole vueltas en la mente. Nunca había pensado en eso, en el peligro que podía significar que Sebastian hiciera el servicio militar. “Estará rodeado de armas, y de compañeros idiotas que creen que irán a la guerra”, pensó, y con eso se quedó: temía que su amigo perdiera la vida por un capricho de su padre.
Además, sentía algo de culpa por la presencia de Felipe en el sueño. Sentía extrañamente como si lo hubiese estado engañando, aunque tampoco podía dejar de pensar que en el sueño era su culpa que llegaran los soldados a llevarse a Sebastian.
—¿Y tu?, ¿tan temprano despierto? —le preguntó su padre cuando Rubén salió del baño—, pensé que hoy no tenías clases en la mañana.
—No tengo —respondió Rubén, aún aturdido por el sueño, a pesar de estar saliendo de la ducha—, tengo clases en la tarde nomas hoy, pero ahora en la mañana tengo que ir al cine.
—Ah —exclamó su padre, visiblemente confundido por lo temprano que se había levantado Rubén—. ¿Vas a desayunar? —le ofreció a Rubén, con una sonrisa paternal, y Rubén aceptó con la cabeza.
Se vistió con ropa cómoda y salió rápidamente al comedor a desayunar con su padre.
—¿A qué hora entras? —le preguntó su padre mientras comían.
—A las diez —respondió Rubén con la boca llena de cereal y leche—. Me desperté temprano y no pude seguir durmiendo.
—¿Por qué no?, ¿tenías pesadillas acaso? —Jorge se notó preocupado.
Rubén se demoró en responder.
—Soñé que estaba tranquilo con el Seba y llegaban los milicos a llevárselo y le disparaban —respondió finalmente.
—¿Y estás preocupado por su seguridad o por que se tiene que ir? —quiso saber Jorge.
—Ambas —Rubén dio un suspiro, y puso su codo en la mesa para apoyar el rostro contra su mano.
—Hijo, el Seba va a estar bien. No va a ir a la guerra ni nada parecido, solo lo van a entrenar en técnicas de defensa bélica que probablemente nunca aplique.
—Pero ¿y si le disparan por error mientras lo entrenan?
—Dudo que eso pase, imagino que deben tener muy buenos protocolos de seguridad para prevenir que esas cosas pasen.
Rubén se quedó pegado mirando la mesa, pensando en las palabras de su padre.
—¿Estás seguro que eso es lo único que te preocupa, hijo? —insistió su padre.
Rubén recordó por un instante a Felipe, de brazos cruzados y mirándolo serio al encontrarlo con Sebastian.
—No quiero que se vaya —admitió finalmente—. No sé qué voy a hacer sin él —su padre soltó una risita—. ¿Qué?
—Nada, hijo —respondió Jorge—. Ni siquiera por tu hermano estuviste tan triste cuendo se fue a Santiago.
—Eso es porque Darío siempre fue insoportable, papá —Rubén se molestó un poco—. El Seba es mi amigo, mi mejor amigo. El Seba es…
Rubén levantó la vista, y su padre lo miraba atentamente, esperando que terminara su frase. Pero no lo pudo hacer, no logró terminar la frase porque ni siquiera sabía qué quería decir.
—Es Seba es como mi hermano —completó la frase finalmente, después de buscar en su mente las palabras correctas—, el hermano que yo elegí. Amo al Darío, a pesar de todo, pero el Seba es como eso para mí.
—¿Seguro que es como un hermano para ti? —quiso saber Jorge, incisivamente.
—Si po, ¿cómo más lo voy a querer?
—Te pregunto, porque cuando somos jóvenes de repente tenemos sentimientos que no sabemos como interpretar…
—¿Me estás preguntando si me gusta el Seba? —Rubén se molestó con la pregunta de su padre.
—Sí —respondió Jorge, serio.
—¿Cómo se te ocurre?, ¿acaso un gay no puede tener amigos hombres porque si o si se va a enamorar de ellos? —Rubén se indignó por lo que insinuaba su padre—. Para que sepas ese pensamiento es súper homofóbico.
—Rubén, no vengas a tildarme de homofóbico, si sabes que eso no puede estar más alejado de la realidad —Jorge se molestó igualmente—. En ningún momento te dije que por ser un amigo hombre te vas a sentir atraído automáticamente a él —Rubén se sintió estúpido por haberle dicho eso a su padre casi de inmediato, sobretodo sabiendo que en el pasado sí se había sentido atraído por Sebastian—. Solo te preguntaba porque quiero entenderte para así tratar de ayudarte dentro de lo que pueda, pero al parecer tienes todo bastante claro.
Padre e hijo se quedaron en silencio por un par de minutos incómodos mientras comían.
—Perdona por lo que dije —le pidió Rubén a su padre, antes de que se pusiera de pie para levantar la mesa.
Jorge dio un largo suspiro, y luego respondió.
—No te preocupes, hijo. Solo te pido que no vuelvas a insinuar que soy homofóbico.
Rubén asintió con la cabeza y luego Jorge le dio un beso en la frente a modo de cierre del tema.
Cuando su padre se fue al taller, Rubén se sentó en el sillón a ver matinales, donde hablaban sobre las polémicas del reality show con temática apocalíptica que transmitían ese verano, y cuando ya eran las nueve de la mañana, se cambió de ropa, se alistó y salió a tomar la micro para ir a trabajar.
Al llegar al cine, se encontró con Catalina que, al igual que él, le tocaba atender la confitería.
—Estuvo muy lindo —le contó su amiga mientras comía palomitas de maíz, cuando Rubén le preguntó sobre su salida con Marco—. Fuimos a un pub a comer algo, pero no estuvimos mucho rato ahí porque la música estaba muy fuerte y no podíamos conversar, así que caminamos por el parque Croata hasta que llegamos casi al Mall —se rió al terminar la frase, indicándole a Rubén que estaba exagerando—. Estuvimos ahí en la costanera harto rato.
—No pensé que Marco podría llegar a ser tan… romántico —se rió Rubén, sorprendido por la sutileza de su amigo al planificar la cita.
—No fue romántico —lo corrigió Catalina—, pero fue distinto.
—¿Se sobrepasó contigo? —quiso saber Rubén.
—No, jamás —se rió Catalina—. ¿Qué imagen tienes de él?, solo nos besamos esta vez.
—¿Primera vez que se besan?
—Ay, Rube —volvió a reirse—, obvio que no era nuestro primer beso, pero a diferencia de otras veces, lo sentí distinto, como más serio, más comprometido.
—¿Y después del beso no te llevó a otro lado?, ¿ni a su casa?, ¿ni siquiera ahí a los roqueríos? —bromeó Rubén.
—¿Cómo se te ocurre que lo vamos a hacer ahí en los roqueríos? —Catalina estalló en carcajadas y le lanzó un par de palomitas a Rubén a modo de venganza por su broma—. De verdad, no pasó nada ayer, solo besitos. Por eso te digo que estaba raro, distinto; otras veces es como súper eufórico y todo, ahora estaba más tranquilo, más controlado.
—¿Te gusta realmente? —le preguntó Rubén, poniéndose serio.
—Si —respondió ella tras un largo suspiro, casi como si estuviera decepcionada.
Rubén sonrió y se acercó a su amiga a clavarle los dedos en el abdomen para molestarla.
—No sé a quién tengo que proteger de quién en esta situación —le dijo Rubén—, me tinca que voy a tener que cuidar al Marco de ti, para que no lo hagas sufrir.
—Ay cállate —respondió ella, dándole una palmada en la nuca—. No tienes que proteger a nadie porque ambos somos adultos responsables.
—¡No digas eso! —Rubén se tapó las orejas con las manos—. No somos adultos y mucho menos somos responsables.
—Ay es una forma de decir. Si sé que nosotros ni siquiera tenemos dieciocho aún, pero me refiero a que no somos cabros chicos. Al menos yo no sería capaz de hacerle daño al Marco, o a quien sea, a propósito al menos. Y me da la impresión que él es igual.
Si bien Catalina tenía razón, Rubén sentía que por la forma de ser de ambos amigos, si la relación llegaba a su fin en algún momento, Marco podría terminar un poco más afectado que ella (por la madurez y seguridad de Catalina).
Cuando estuvo a punto de iniciar la primera función de la mañana, se acercó a la confitería Álvaro, el corpulento compañero de la universidad que le provocaba un profundo rechazo, acompañado de Camila, la chica de melena rubia muy cercana a Constanza, que estaba pegada a su celular.
—¿Cómo estay perrito?, ¿trabajai aquí? —le preguntó el muchacho con su irritante voz carrasposa.
—No, solo me gusta venir y pararme detrás del mostrador con la polera del cine, pero no le digas a nadie para que no se den cuenta que en realidad no trabajo aquí —respondió con sarcasmo Rubén.
—¿Y a quién le puedo comprar las palomitas? —preguntó el muchacho confundido, interpretando literalmente las palabras de Rubén.
—A mi. Estaba bromeando —aclaró, poniendose serio.
—Ah —Álvaro sonrió aliviado—, disculpa perrito, es que ando medio lento hoy.
—Veo que no eres lento siempre —comentó sarcásticamente Rubén, mirando a Camila que seguía con la vista pegada al celular.
Álvaro se rió con el comentario de Rubén.
—Tu cachay perrito, mi vocación son las minas, la ingeniería en minas —el corpulento muchacho hizo gala de su arrogancia.
—Muy ingenioso —Rubén sonrió falsamente, sin siquiera intentar disimularlo—. ¿Qué vas a comprar?
—Dame las cabritas grandes, una coca zero y un agua mineral con gas.
Rubén preparó el pedido lo más rápido que pudo por su inexperiencia.
—¿No hay descuentos por ser amigo del que atiende? —preguntó sin rodeos Álvaro al saber el precio de la comida.
—Esos descuentos se pueden cobrar solo cuando uno tiene más de seis meses de antigüedad —inventó Rubén, y fingió que le importaba no poder hacerle descuento—, y este es apenas mi segundo día.
—Será en seis meses más entonces —aceptó Álvaro, creyéndose la mentira. Le pagó el precio total de la venta y esperó el vuelto—. Cuídate, perrito.
Rubén se despidió con una sonrisa, genuina esta vez (la despedida fue su momento favorito de toda la conversación).
—¿Quién era? —escuchó Rubén que le preguntó Camila a Álvaro mientras se alejaban caminando.
Rubén se volvió a enfocar en atender a los demás clientes que llegaban a disfrutar la primera función de la mañana.
—Toda una lumbrera tu compañero —comentó Catalina apenas tuvieron un rato para conversar nuevamente.
—¿Ves por qué me desagrada tanto?, aparte estoy sguro que es homofóbico.
—¿Por qué lo dices?, ¿es porque les preguntó a ti y a Marco si eran pololos?
—Si po, estoy seguro que hizo esa pregunta con mala intención.
—Bueno, no podría discutir eso —razonó Catalina—. Bueno si te hace algo, me avisas. Para la próxima lo vetamos del cine.
—¿Podemos hacer eso? —preguntó Rubén sorprendido.
—No sé —la respuesta de Catalina le provocó una carcajada a Rubén.
Al terminar su turno en el cine, Rubén se fue directo a la universidad, sin siquiera alcanzar a almorzar.
Al llegar saludó directamente a Marco, y le preguntó de inmediato sobre su fin de semana.
—Estuvo piola —respondió sucintamente su amigo.
—¿Cómo que piola?, ¿no saliste con la Cata? —Rubén se indignó con la respuesta de Marco.
—Ah si —se sonrojó, como si lo hubieran pillado en una mentira—, ¿cómo supiste?
—Supe porque la Cata es mi mejor amiga y me cuenta todo —respondió Rubén recalcando cada palabra.
—¿Todo, todo? —Marco se sonrojó.
—No, no todo todo —aclaró Rubén—, pero me cuenta las cosas importantes.
—Ah ya —exclamó aliviado Marco—. Estuvo piola —insistió en el término—, tranquilo, bonito.
—¿Lo pasaron bien? —quiso ahondar Rubén.
—Más que bien —Marco se veía realmente entusiasmado a juzgar por Rubén—. Me gusta mucho, Rubencio, no sé qué hacer.
—¿Qué hacer?, no tienes que hacer nada, solo confiar en ti —Rubén supuso que eso era lo que tenía que hacer una persona en la situación de Marco.
—No, Rubencio, me refiero a que nunca me había pasado esto, y no quiero cagarla. De verdad me gusta.
Rubén se lanzó a abrazar a Marco, entusiasmado por conocer su sentir respecto a Catalina.
—Pobre de ti si la haces sufrir —le advirtió.
—Si sé, Rubencio —Marco se puso serio—. Eso me da miedo: cagarla, echarlo a perder.
—La cagas y no te hablo más. Tenlo claro.
—Si sé, Rubencio —aceptó Marco con humildad—, pero igual no me refiero a eso.
Cuando entraron a la sala, se sentaron al lado de Gabriela y Barbara.
—¿Cómo están para la prueba de física del viernes? —les preguntó a los cuatro Tomás, que estaba sentado junto a Lucas en la fila frente a ellos.
—Colgadísima —contestó de inmediato Gabriela—. La física no es lo mío.
—Mejor pregúntanos el jueves —propuso Bárbara, interpretando a la perfección que efectivamente nadie había estudiado durante el fin de semana.
—Yo confío en los conocimientos de mi amigo —comentó Marco, abrazando a Rubén.
—¿Cuáles conocimientos? —Rubén se hio el tonto—, no entiendo nada de las resistencias.
—Chiquillos no se preocupen —les dijo Lucas con su voz suave—, el Tomy va a ir a mi depa a estudiar el jueves; pueden ir ustedes también. Pueden traer sus bebestibles si quieren, para estimular la concentración.
Lucas anteriormente les había contado que vivía solo, en un departamento que habían comprado sus padres con el solo propósito de que le sirviera para vivir mientras estudiaba lejos de su ciudad de procedencia (Copiapó).
—Me gusta tu estilo —Bárbara levantó la mano para que Lucas le diera los cinco—, ahí estaremos, para estudiar, obvio.
Rubén se entusiasmó con la idea de juntarse a estudiar con sus nuevos compañeros. Sentía que así podía lograr desarrollar mejores vínculos con ellos, y además podría entender la materia de física que lo tuvo bastante colgado la última clase.
Cuando terminó la clase, Rubén se fue a su casa rápidamente, ya que el sueño por haberse levantado temprano lo estaba comenzando a invadir.
Se quedó dormido en la micro, así que tuvo que bajarse un par de cuadras más lejos de lo que debería.
Cuando pasó por fuera de la casa de Sebastian, vio que su amigo justo iba saliendo, con una tenida muy casual. Por un impulso natural, se acercó a saludarlo con un fuerte abrazo.
—¿Vienes de la U? —le preguntó Sebastian.
Los ojos de Sebastian expresaban auténtica alegría por verlo, sumado a la amplia sonrisa que mostraba sus dientes perfectos.
Por un segundo, a Rubén se le pasó por la mente la última imagen de su amigo en el sueño, con el terror en la mirada mientras gritaba su nombre.
—Si, vengo de la U —respondió Rubén después de un par de segundos, tras dejarse llevar por los pensamientos en su cabeza—, ¿y tu?, ¿a dónde vas?
—Iba a verte —respondió Sebastian, sonrojándose levemente.
—¿En serio? —Rubén se sorprendió gratamente por la respuesta.
—Si —su amigo se rió tontamente.
—Vamos a la casa entonces.
A Rubén por alguna razón se le quitó de inmediato el sueño que tenía.
—¿Algo específico que quieras hacer? —le preguntó Rubén cuando ya estaban en su casa.
—Su Fifa, puede ser.
Rubén atendiendo la solicitd de su amigo, se fue a su dormitorio a encender la consola.
—Parece que salí justo en buena hora para venir a verte —comentó Sebastian mientras elegía el uniforme de su equipo.
—Si, saliste justo —a Rubén le parecía una bonita coincidencia haberse encontrado a su amigo cuando salía de su casa.
—No quería pasar más rato en mi casa, estaba chato —le contó.
—¿Por qué? —Rubén miró atentamente a Sebastian, que estaba sentado en la silla del escritorio.
—Porque mi viejo se la pasa hablando del servicio y lo maravilloso que es, como si no tuviera suficiente con saber que me tengo que ir esta semana, para que él me lo esté recordando a cada rato.
“Viejo de mierda”, pensó Rubén.
—Y más encima se la pasa peleando con mi vieja. Ahora ella dice que no debería haberme enviado para allá —Sebastian se notaba molesto particularmente con esto último—. Podría haber puesto ese argumento hace meses, antes de que mi viejo me cagara, no ahora.
Sebastian volvió a enfocarse en la pantalla del televisor cuando comenzó la partida.
—Si, debió haberse enfrentado antes a tu viejo —coincidió Rubén—. No entiendo cómo pudo dejar que esto pasara.
Rubén estaba igual de molesto que su amigo.
Sentado desde la cama lo observaba jugar, y realmente no podía creer que dentro de una semana ya no estaría con él. Eso, sumado a las sensaciones extrañas que le dejó el sueño que había tenido en la mañana lo tenía desconcertado.
—Te lo juro, no sé qué mierda tiene en la cabeza, para dejar que me vaya al servicio —continuó Sebastian—. Podría morir allá y ahí va a darse cuenta que la cagó.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Rubén sorprendido por el comentario, pensando por un momento que Sebastian había leído su mente y sabía perfectamente lo que había soñado.
—Rube, tu cara —le dijo Sebastian con una sonrisa al voltearse a mirarlo—. Era broma. No me voy a morir.
—¿Cómo sabes? —Rubén seguía tan ensimismado que ignoraba la forma en que hacía esas preguntas.
—¿Cómo sé? —Sebastian soltó una risita nerviosa—, porque espero que no pase —continuó diciendo lentamente, y luego se puso serio—. ¿Crees que me pueda pasar algo?
La mirada de susto de Sebastian sacó a Rubén de su estúpido estado de perplejidad.
—No, ¿cómo se te ocurre? —le dijo finalmente Rubén—, lo único malo que te podría pasarte es que hagas nuevos amigos y te olvides de mi.
—Idiota, eso nunca va a pasar, aunque lo intente —Sebastian se rió nuevamente, dejando de lado el susto reciente.
—Más te vale —lo amenazó Rubén—, mira que cuando vuelvas nos tendremos que contar todo lo que nos pase en estos meses.
Sebastian se puso de pie y se sentó al lado de Rubén en la cama, mirando a la pantalla, y apoyó la cabeza en el hombro de su amigo.
—Te amo, Rube —le dijo casi en un susurro, sin motivo aparente.
El corazón de Rubén se aceleró, a pesar de que sabía desde siempre que era la verdad.
—Yo también te amo —respondió Rubén, inclinando su cabeza para apoyarla sobre la de su amigo.
Jugaron un par de partidas y cerca de las ocho de la noche, Sebastian se despidió de Rubén para irse a su casa.
—No te olvides del viernes, no puedes faltar —le recordó Sebastian—. Te tengo una sorpresa.
Rubén se puso un poco nervioso, recordando el sueño que había tenido.
—¿Qué cosa? —quiso saber.
Rubén se preguntó si era lo mismo que le quería mostrar en el sueño.
—No te voy a decir la sorpresa ahora po —Sebastian se rió, haciendo que Rubén se sintiera estúpido—. Pero en serio, no faltes porfa —insistió.
—Te lo juro por mi mamá que voy a estar ahí —nunca había dicho algo tan en serio.
A Rubén le llamaba la atención que su amigo estuviera tan inseguro de su asistencia.
—¿Al final cuándo te vas exactamente? —le preguntó Rubén.
—El domingo en la mañana —respondió Sebastian—. Tengo que estar a las ocho de la mañana en el regimiento. De ahí se supone que me llevarán a Arica, pero no sé cómo.
—¿Y el sábado qué harás?
—Tengo un almuerzo – cena familiar con mis viejos, mis tios y mis primos, para despedirme.
—Suena divertido —comentó con ironía Rubén.
—Da lo mismo, voy a estar con caña después del viernes —se rió Sebastian—. Va a ser épico ese carrete.
—Con mayor razón no me lo perderé —Rubén se rió y le dio un abrazo a su amigo a modo de despedida.
Volvió a entrar a la casa y le quedó dando vueltas en la mente el entusiasmo de su amigo por el carrete del viernes.
Al parecer Sebastian planeaba que fuera inolvidable, y Rubén no estaba dispuesto a perdérselo.
Al dia siguiente después de clases, Rubén tuvo turno en el cine, y al terminar su jornada, fue a la heladería a buscar a Felipe.
Cuando lo vio con su polera negra y gorro verde, de brazos cruzados frente a la caja registradora no pudo evitar recordar el sueño que había tenido el dia anterior, con su seriedad inalterable.
De todas maneras, cuando vio que se acercaba, Felipe esbozó una leve sonrisa, señal de que se alegraba de verlo.
—Me queda solo una mesa, pero llegaron hace poco rato —le dijo apenas llegó, para informarle que aún le faltaba—. ¿Me esperas?
Rubén respondió simplemente con un beso y se acercó a una mesa para sentarse. Felipe lo imitó.
—Estuve de pie toda la tarde —le contó—. Llegó mucha gente hoy y no tuve ni tiempo de descansar.
Felipe se levantó de la mesa y se fue sin decir nada, dejando a Rubén confundido. Al cabo de unos minutos volvió con una bandeja grande donde cargaba un plato de panqueques con helados.
—Para aliviar un poco el cansancio —le dijo Felipe mientras dejaba el postre y los cubiertos frente a Rubén, y luego se sentó junto a el.
—Gracias —Rubén le dio un beso en los labios en señal de agradecimiento.
Se sentía raro comiendo ahí en el local del centro comercial, pero estando este casi por completo vacío, con la mayoría de las tiendas a su alrededor cerradas.
—¿Cómo estuvo tu día? —le preguntó Rubén a Felipe después que volvió de atender un requerimiento de su mesa pendiente.
—Piola —respondió él sucintamente—. Poca gente para garzonear, pero hartos estudiantes que piden directo en el mesón, así que tuve que ayudar ahí.
—¿Estás nervioso por entrar mañana a clases? —le preguntó Rubén a propósito de los estudiantes.
—No —respondió Felipe, confiado—. Cuarto medio va a ser un mero trámite. De ahí al éxito.
Felipe se rio por su fingida arrogancia.
—Vamos a tener menos tiempo para vernos —pensó Rubén con pena.
—Ni tanto. Por lo general las clases son igual que en la U, temprano en la mañana —le recordó.
—Si, pero hay dias que tengo clases solo en la tarde en la U. Aparte con el trabajo...
—Ya, pero nos las arreglaremos —Felipe le tomó las manos—. Podemos vernos acá, puedes quedarte a dormir en mi casa, o yo contigo —Rubén se sonrojó al imaginarse eso, ya que aparte de la primera vez que tuvieron sexo, hasta el momento no se habían quedado a dormir en la casa del otro—. Lo importante es que seguiremos juntos. Aparte siempre nos quedan los entrenamientos.
—Esos si no pueden faltar —se rio Rubén—. ¿Cuándo será nuestro próximo entrenamiento?
—El viernes yo creo. Mañana y pasado estaré hasta tarde aquí.
—Yo igual estaré full ocupado estos días. No sé si pueda el viernes.
—Por que no? —quiso saber Felipe.
—Porque tengo prueba el viernes y después tengo carrete con el Seba. Su despedida,
—Ah, verdad que se va —recordó Felipe, y Rubén notó su incomodidad—. Bueno si, te queda algo de energía ese día durante la tarde, ya sabes donde encontrarme —agregó con coquetería.
—Lo tendré en cuenta —concluyó Rubén, considerando seriamente ir a su casa ese día, aunque no fuera a entrenar.
Cuando las personas que estaban en la mesa pendiente de Felipe pidieron la cuenta, Rubén justo le dio el último bocado al helado, y se paró a la caja para pagar.
—¿Cuánto es? —le preguntó a Felipe, que pasó a buscar la máquina para pago electrónico.
—La casa invita —respondió su pololo a la rápida, poniendo su mano en la cintura de Rubén y dándole un beso en la mejilla.
Rubén se sonrojó con ese gesto de cariño y le sonrió agradecido.
Esperó a Felipe para que terminara de cerrar el local junto a sus demás compañeros, y luego se fueron tomados de la mano al paradero.
El día jueves después de clases estuvo durante la tarde trabajando en el cine, y se sorprendió al ver nuevamente a Álvaro, esta vez acompañado de Constanza, que lo saludó con una emplia sonrisa y un exagerado gesto de la mano.
—Hola —lo saludó su compañero, algo nervioso, cuando se dio cuenta que era él el que estaba en la boletería—. Dame dos entradas para Soy el N��mero Cuatro, porfa.
—¿De nuevo? —comentó Rubén, recordando que el día lunes la primera función de la mañana era de la misma película—, ¿tan buena estaba la película?
—¿Cómo? —preguntó Constanza descolocada—, ¿ya la viste?
—No, Cony, nada que ver —Álvaro trato de sonar lo más convincente posible—, no sé qué habla este hueón.
“Es muy barza”, pensó Rubén, y lejos de molestarse, le dio risa la situación. Su compañero engrupiéndose a dos de sus compañeras por separado, quienes además él suponía eran amigas. “Quizás ambas lo saben y no les importa”.
“Bueno, ¿qué tengo que estar metiéndome en cosas que no me importan?”.
—Que disfruten la película —les dijo con su mejor sonrisa al entregarles la entrada.
Después de terminar su jornada en el cine, pasado las ocho de la noche, Rubén se fue al departamento de Lucas para estudiar para la prueba de física del día siguiente. Como iba con su ropa del trabajo, le pidió a Marco que le llevara algo de ropa para cambiarse al día siguiente, ya que todos se quedarían a dormir.
Se demoró en encontrar el edificio exacto, ya que no entendía las direcciones que su compañero le había dicho por teléfono, pero tras deambular por varios minutos en el sector Coviefi, finalmente logró encontrar la dirección.
Cuando llegó ya estaban Bárbara, Gabriela, Marco y obviamente Lucas. Tomás llegaría un poco más tarde porque también tenía trabajo a esa hora.
Rubén tenía muchas ganas de contarle al grupo la situación con Álvaro, pero prefirió aguantarse y guardar silencio, aunque no descartaba contarle a Marco en privado.
—Toma, Rube —le dijo Lucas, dejando una lata de cerveza y un vaso limpio de vidrio sobre dos posavasos en la mesa de centro, frente a donde Rubén se había sentado—. Siéntete como en casa.
—Gracias Lucas —respondió Rubén, sonriéndole con amabilidad—, ¿ya empezaron con el estudio?
—¡Ya empezó el viejo amargao! —le gritó Marco, desatando las risas de los demás.
—Relájate un rato, Rube —Gabriela le dio un golpecito en la rodilla—, estamos esperando al Tomi para empezar a estudiar.
—Aparte que el Lucas dijo que con sus trucos nos va a dejar listos para la prueba en un ratito —intervino Bárbara.
—¿En serio? —preguntó Rubén, dudando seriamente si al llegar Tomás serían capaces de entender algo de física considerando la cantidad de latas de cerveza que veía sobre la mesa.
—Si, Rube —confirmó Lucas—. Es súper fácil, así que no te preocupes. De aquí nadie se va sin quedar como un experto en física cuántica.
—Cálmate Einstein, son solo resistencias —comentó con sarcasmo Bárbara.
—Oye ya, no nos desviemos del tema —dijo Bárbara de repente.
—¡Verdad! —exclamó Bárbara, dejando a Rubén colgado—. Casi te salva la llegada del Rube, pero no te escaparás de la pregunta —se dirigía directamente a Marco.
Rubén no entendía de qué estaban hablando.
—Estábamos diciendo quienes nos parecen atractivos del curso —lo contextualizó Gabriela, como si hubiese leído su mente.
—¿Cómo no vas a encontrar bonita a ninguna de las chiquillas? —le preguntó Lucas a Marco.
Rubén miró directamente a su amigo, quien negaba la cabeza, sin mirarlo a él.
—Solo tengo ojos para una mujer —respondió finalmente Marco.
—Rube, tú eres su amigo —Bárbara se dirigió a Rubén—, ¿está hablando en serio?
—Más le vale que esté hablando en serio y no lo diga solo porque estoy yo —Marco lo miró y sonrió, divertido por la sutil amenaza.
—No lo dice solo porque estás tu. Es su respuesta desde antes que llegaras —le informó Gabriela.
A Rubén le dio gusto saber que Marco de verdad estaba enfocado en Catalina, y no andaba mirando para el lado.
—¿Y por qué mentiría si estás tu? —preguntó Lucas con curiosidad.
—Porque está empezando a salir con mi mejor amiga, así que tiene claro que si se la caga, lo mato —respondió Rubén.
—Bueno, aunque esté saliendo con tu amiga, igual puede encontrar bonita a alguna de las chicas del curso, ¿o no? —insistió Bárbara.
—Obvio, son todas bellas —respondió Marco rápidamente, con su mejor frase de galán.
—Ay, Marco culiao, ¿por qué eres tan perfecto? —le dijo Gabriela, riéndose.
—Todo un príncipe azul —comentó Bárbara.
—¿Y a ti, Rube?, ¿alguien que te haya llamado la atención? —le preguntó Lucas, cambiando el foco de la conversación.
—El Rube igual está pololeando, así que no puede responder —intervino rápidamente Marco, intentando salvar a su amigo.
—¡Ay ya, pero no sean fomes po! —comentó Bárbara—, si fuera por eso la Gaby tampoco habría nombrado a nadie. Si la cuestión es decir a quién encontraste bonito nomas, no a quién te quieres agarrar.
—Al final fui la única que se la jugó —se rió Gabriela.
—¿A quién encontraste atractivo? —quiso saber Rubén, desviando momentáneamente el centro de atención.
—Al Marco —respondió ella, enmascarando su vergüenza detrás de su risa.
—Qué mal gusto —bromeó Rubén.
—¿Cómo? —Marco fingió indignación—, y yo que te defiendo siempre.
—Oye pero si el Marco es súper guapo, como amiga te lo digo —se justificó ella.
Rubén podía aceptar sus fundamentos. Marco de verdad era guapo.
—¿No vas a responder? —insistió Lucas, sentándose al lado de Rubén esperando su respuesta.
—Voy a ser como el Marco y diré que son todos minos —respondió finalmente Rubén.
—No son todos minos —se rió Lucas.
—¡Buu, fome! —exclamó Bárbara, decepcionada.
A pesar de que estaba pololeando con Felipe, obviamente Rubén podía reconocer la belleza en otros muchachos, sin que esto significara que sentía alguna clase de atracción sexual hacia ellos. Sin embargo, le daba mucha vergüenza decir que encontraba guapo a alguien, quizás por la costumbre de tener que ocultar y reprimir por tanto tiempo hacia dónde se orientaban sus intereses.
—Si, qué fome, Rube —Lucas coincidió con Bárbara.
—¿Y tu? —le preguntó de vuelta Rubén—, ¿encuentras rico a alguno?
—Si, al Tomy —respondió Lucas sin vacilar.
Rubén sospechaba algo, pero ahora lo confirmaba. Ahora tenía la duda si la apreciación de Lucas era correspondida.
Por suerte para Rubén, sus compañeros no insistieron en saber a quién encontraba guapo, así que se pusieron a discutir sobre lo mal que les caía Constanza, conversación que Rubén no lograba entender, ya que a él le parecía bastante simpática (a pesar de su excesiva necesidad de figurar).
Después de harto rato, Tomás llamó al celular de Lucas y le dijo que no iba a ir a estudiar con ellos.
—Dice que su hermana tuvo que ir a cubrir a una compañera en el hospital y necesitaba que alguien cuidara a sus hijos —les contó Lucas, visibemente bajoneado—. Los hijos de ella, no de él —aclaró.
—¿El Tomi tiene hijos? —preguntó Marco, algo colgado con la última frase de Lucas.
—Si, tiene tres —respondió con sarcasmo Lucas.
—De siete, cuatro y dos años —complementó Bárbara al instante la mentira de Lucas.
—¿En serio? —Marco se inclinó muy sorprendido, provocando las risas de todos—. Ah, que son hueones —Marco volvió a apoyar la espalda en el sillón, y le lanzó un cojín a Lucas.
Después de varias horas de solo conversa, escuchar música y bailar, al fin se decidieron a comenzar el estudio, pasada la medianoche.
A esa hora Rubén ya veía borroso y apenas entendía lo que Lucas le explicaba, en parte porque su cerebro ya estaba demasiado empapado de alcohol, y en parte porque Lucas apenas modulaba y su lengua se trababa a cada rato.
—Chiquillos, ¿y si vamos a dormir un rato y nos levantamos temprano a estudiar? —propuso Bárbara, cerca de las tres de la mañana con los ojos muy chiquitos—, ¿Cómo a las cinco?
Todos aceptaron la propuesta sin reparos, y al pararse Rubén notó el mareo típico que le provocaba el alcohol.
Camino al dormitorio de invitados se tropezó con varias latas de cerveza vacias y a medio tomar, y se dio cuenta que sobre la mesita de centro había por lo menos unas 15 latas.
“¿De dónde sacó tanta cerveza el Lucas?”, pensó por un instante, pero no le dio muchas vueltas a esa duda existencial.
Lucas con Bárbara y Gabriela durmieron juntos en la habitación del anfitrión, que tenía convenientemente una cama King size, mientras que Rubén y Marco durmieron juntos en el dormitorio de invitados, en una cama de plaza y media.
—¿Vas a dormir debajo de las sábanas? —le preguntó Marco, apenas modulando.
—Abajo —respondió Rubén de inmediato.
Marco asintió, se sacó las zapatillas y el pantalón, y levantó las sábanas.
—¿Ventana o pasillo? —preguntó Marco. Aún quedaba algo de chispa en él, a pesar del sueño y del alcohol.
—Acuéstate nomás —se rió Rubén sin ganas.
Marco se acostó primero, hacia la pared, y luego Rubén lo imitó, qutándose las zapatillas y el jeans, y se acostó a su lado.
—¿De verdad no encontraste bonita a ninguna de las niñas del curso? —le preguntó Rubén a Marco, antes de que pudiera quedarse dormido.
—De verdad —balbuceó Marco.
—¿En serio? —insistió Rubén, y se recostó de lado para mirar a su amigo.
—En serio, Rubencio —Marco hizo lo mismo que Rubén para quedar frente a frente—. La Cata me tiene así. No sé qué me hizo.
Rubén, a pesar de su estado etílico, pudo ver que Marco decía la verdad.
—¿Y tu, Rubencio? —balbuceó apenas Marco—, ¿de verdad que…? —dio un largo suspiro e inmediatamente después comenzó a roncar.
Rubén resopló, a modo de risa sin energía. Cerró los ojos, y se quedó dormido igual que Marco.
A la mañana siguiente se quedaron todos dormidos. Despertaron pasadas las siete de la mañana, así que se bañaron apurados por turnos, y bajaron a tomar la micro para llegar a la universidad a su primera clase.
A Rubén le dolió la cabeza durante toda la mañana, y no lograba captar nada de lo que Lucas intentaba explicarle en los espacios muertos entre clases.
Sumado a eso, se le había descargado su celular durante la mañana y, a pesar de que rara vez lo usaba para algo más que escuchar música, no le gustaba sentirse como si estuviera descomunicado del mundo exterior. Lamentablemente, ninguno de sus compañeros andaba con un cargador que le sirviera.
—¿A nadie más le duele la cabeza como a mi? —les preguntó Rubén mientras intentaban estudiar después de almuerzo, el único tiempo libre antes de la prueba.
—Eso se llama caña, Rube —le dijo Bárbara riéndose.
—Si, no me digas que nunca lo habías sentido —preguntó Gabriela.
—Si, pero a ustedes los veo súper bien.
—Es porque nos sentimos bien —respondió Lucas—. Debiste haberme dicho antes de salir del depa, pude haberte dado una aspirina o algo.
—No importa, Rubencio —intervino Marco—. Cuando terminemos la prueba nos vamos para la casa y duermes un rato antes de ir donde la Dani.
La oferta le parecía tentadora, pero quería ir a ver a Felipe después de la prueba.
Cuando entraron a la sala, el profesor de física los sentó a todos separados por al menos un metro de distancia para evitar que se copiasen. Les entregó una prueba a cada uno, y apenas volteó la hoja Rubén, se dio cuenta que estaba perdido. No recordaba nada de lo que Lucas había intentado enseñarle. Su cabeza estaba tan saturada con el dolor palpitante que sentía, que no logró concentrarse en todo el día.
Estuvo dos horas sentado en su pupitre, intentando encontrar en cada rincón de su cerebro las fórmulas necesarias para resolver las preguntas, pero no lo logró.
Respondió prácticamente al azar lo que suponía que podía resolver, y cuando el tiempo se terminó, el profesor le quitó la prueba.
No fue capaz ni de mirar al profesor por la vergüenza que sentía. Nunca en su vida había respondido una prueba de esa forma, y salió de la sala de clases con una angustia rara.
—Ni me pregunten —le dijo a Marco y Bárbara que se habían quedado hasta el final, igual que él.
—Estamos igual, suframos juntos —le dijo Marco, y los tres se abrazaron intentando darse ánimos, aunque no lo lograron.
Para poder cambiar un poco de aires y tratar de animarse, decidió efectivamente ir a la casa de Roberto para estar con Felipe.
Mientras iba en la micro, se dio cuenta que de un momento a otro se había nublado, como si el clima estuviera mimetizándose con su estado emocional.
—¿Cómo te fue? —le preguntó Felipe apenas le abrió la puerta.
Rubén notó de inmediato que estaba entrenando, por la evidente humedad de su ropa.
—Pésimo —respondió Rubén desganado, con el cansancio acumulado.
Apoyó la cabeza en el pecho de Felipe, que estaba cubierto por la delgada tela de su musculosa blanca,y dejó que su pololo lo abrazara.
—¿Quieres hablar sobre eso, o te quieres despejar? —le preguntó Felipe dándole unas palmaditas en la espalda.
—Me quiero despejar —respondió sin levantar la cabeza.
Felipe soltó una risita y lo hizo entrar a la casa, para luego salir al patio donde estaba entrenando.
Rubén se sentó en la sillita que estaba al lado de la mesa de terraza, y miró a su pololo mientras se volvía a poner los guantes de box.
—Cuéntame de tu día —le pidió Rubén a Felipe, para poder pensar en algo que no fuera el dolor de cabeza insoportable o la prueba que acababa de rendir.
—No hay nada muy destacable —Felipe buscó en su memoria algo destacable de su día—. Fui al liceo, la profe Ester nos cuidó durante una clase porque no llegó el profe Zamora, y se puso a hablar del Mito de la Caverna. Me acordé de ti porque siempre me decías que era de lo único que hablaba.
A Rubén le causó gracia que Felipe recordara eso, y le subió un poco el ánimo, aunque el dolor de cabeza no paraba.
“No puedo estar así en el carrete del Seba”, pensó Rubén.
—En la tarde como no tengo clases, por ahora al menos, me fui a la pega a ver si salía algo —continuó Felipe, dándose cuenta que Rubén mostraba algo de ánimo—, así que ahí estuve, haciéndome un poco más de plata. Hace un rato llegué y me puse a golpear, ¿Quieres pegarle igual? —le ofreció Felipe, retirándose nuevamente los guantes sin usarlos.
Rubén se puso de pie y tomó los guantes que le ofrecía Felipe. Se los puso, y luego de que su pololo le sostuviera el saco, comenzó a darle sendos golpes de puño.
Se sorprendió de lo rápido que entró en calor solo con propinar unos golpes.
—¿Te sube algo el ánimo? —le preguntó Felipe.
Rubén asintió.
—Algo —admitió—, pero me duele mucho la cabeza.
—¿Por qué?, ¿te acostaste muy tarde estudiando? —Felipe le dio un par de golpes al saco, con los puños desnudos.
—Estudiando —se rió Rubén—. Nos pusimos a tomar cerveza y al final no estudiamos mucho. El Lucas, uno de los chiquillos, trató de explicarme ya tarde, pero mi mente no estaba recibiendo nada de información —ahora que hablaba de eso, a Rubén le causaba gracia, en vez de la sensación de derrota que sentía hace minutos.
—¿Fuiste a dar tu primera prueba en la universidad con caña? —Felipe de rió.
—Así parece —admitió Rubén—. Mi hermano estaría orgulloso de mi.
—Tu hermano no cacha nada. Tienes que tener más cuidado con eso —Felipe se puso serio—, o después vas a estar todo urgido porque te puedes echar algún ramo.
Rubén miró a Felipe a los ojos y notó que lo que quería decirle es que él ya sabía lo que se sentía perder un año, y no era algo agradable.
—¿Por qué no te tomas algo para el dolor? —le preguntó Felipe, cambiando de tema—, porque si sigues así con dolores dudo que disfrutes mucho la despedida del Sebastian.
—¿Algo como qué?
—No sé, una aspirina, o un relajante muscular.
—¿Qué es un relajante muscular? —preguntó porque descartó de inmediato la aspirina por su horrible sabor.
—Son pastillas que te quitan el dolor. Por lo general tomo después de entrenar y después no siento nada.
—¿Y sirve para el dolor de cabeza también? —quiso confirmar Rubén.
—Si po, supongo.
Rubén confió en las palabras de su pololo, aunque sabía que no tenía ningún conocimiento de farmacología como para saber esas cosas.
Felipe entró a la casa y Rubén lo siguió. Subieron al segundo piso y Felipe entró al baño, sacó un pequeño botiquín y buscó en su interior unas pastillas.
—Esas son —le dijo a Rubén entregándole una tira con cuatro pastillas pequeñas y amarillas—. Casi siempre me tomo una después de entrenar.
Felipe sacó una y se la echó a la boca, para luego tomar agua de la llave del lavamanos.
—¿Y cuanto se demora en quitarme el dolor? —preguntó Rubén mientras Felipe seguía agachado tomando agua.
—Como una hora —Felipe se quedó pensando unos segundos después de responder—. Espera. Mejor tómate una aspirina nomas —le quitó los relajantes msuculares de la mano—. Estas te pueden dar sueño. Mucho sueño.
—¿En serio? —Rubén se sintió aliviado por no haberlas tomado aún.
—Si. En mi caso a veces si y a veces no. Cuando me da, duermo de corrido hasta la mañana.
Rubén se tomó una aspirina y luego se dirigieron a la habitación de Felipe.
—Me voy a duchar —le dijo Felipe.
—¿Altiro? —preguntó Rubén, sentándose en la cama, deseando quedarse con su pololo un rato más, ya que sentía que se quedaría dormido si se quedaba al menos cinco minutos solo.
—Pero estoy todo transpirado —Felipe se rió.
—No importa, ven.
A Rubén le gustaba cuando Felipe estaba transpirado después de hacer ejercicios, lo encontraba excitante. Además, la humedad hacía que su piel morena brillara de una forma diferente.
Felipe se sentó al lado de Rubén y ambos se quedaron mirando mutuamente, sin decir nada. Felipe apoyó su mentón en el hombro de Rubén, tiernamente, y luego de un par de segundos comenzó a besarle el cuello, provocándole una sonrisa placentara inmediata.
Felipe nuevamente se puso de pie, tomó la corbata del liceo, que estaba tirada sobre el escritorio, abrió la puerta, y colgó la prenda en la manilla por fuera. Luego volvió a cerrar la puerta y puso el seguro.
Rubén entendió de inmediato que se trataba probablemente de algún código que tenía con Roberto para que no ingresara.
Felipe volvió a sentarse al lado de Rubén, e hizo que se recostara, abrazándolo y besándolo en el cuello.
Rubén se acomodó para quedar frente a frente con Felipe. Lo besó en los labios y luego se acercó a su cuello para sentir su aroma y el sabor salado de su piel.
Ambos muchachos se quitaron mutuamente las poleras que llevaban puestas, y luego Felipe acomodó a Rubén para que quedara de espaldas. Le desabrochó el cinturón, con el clásico sonar de la hebilla, y luego sin perder demasiado tiempo, le quitó las zapatillas y calcetines para dejarlo completamente desnudo.
Rubén se retorcía de placer mientras su pololo le hacía sexo oral, y luego cuando le hizo el amor.
El dolor de cabeza desapareció y dio lugar a puro placer en su interior.
Rubén sentía el aliento de Felipe en su boca mientras trataba de besarlo entre gemidos. Su conexión era tal que ambos acabaron al mismo tiempo, y Felipe se recostó al lado de Rubén, soltando una cansada risita.
Los muchachos se abrazaron, completamente desnudos, vulnerables y cómodos frente al otro. Se besaron nuevamente mientras Rubén pensaba que hasta hace un par de meses nunca habría imaginado sentirse tan cómodo y seguro con otra persona. Con otro chico.
Apoyó su cabeza en el pecho de Felipe y cerró los ojos por un momento.
Cuando los volvió a abrir, estaba mirando a la pared y la habitación estaba en completa oscuridad. Dio un salto al percatarse de lo que había sucedido.
—Conchetumare —murmuró con angustia a medida que comenzaba a temblar.
—¿Qué pasó? —preguntó la voz dormida de Felipe.
Rubén lo ignoró y pasó por encima de su pololo, buscando su pantalón para tomar su celular.
Intentó adaptarse a la oscuridad, sin pensar siquiera en encender la luz, divisó su pantalón a los pies de la cama, junto a su zapatilla derecha.
Buscó en el bolsillo su celular para ver la hora, y al abrir la tapa, se acordó que se le había descargado.
—¿Qué hora es? —le preguntó aún angustiado a Felipe, quien lo miraba aún desorientado desde la cama.
—No sé, deben ser como las diez —respondió Felipe, sin darle demasiada importancia.
Rubén, nervioso vio la silueta de Felipe dibujada contra la luz de la luna que entraba por la ventana, levantarse y buscar su celular en el escritorio.
—Son las tres y media —le dijo con cautela, entregándole el celular a Rubén.
Rubén sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Sintió como si no podía respirar y le costó un par de segundos comenzar a moverse para hacer algo. Lo que sea.
Se puso el pantalón, sin su ropa interior y luego tomó las zapatillas dejando tirados sus calcetines.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Felipe.
—Voy donde el Seba —respondió agitado—, donde la Dani —se corrigió.
—Pero Rubén, mira la hora que es —le dijo Felipe con calma.
—¿Qué tiene?, estoy atrasadísimo —respondió Rubén, perdiendo el punto de la indicación de su pololo.
—¿Y no piensas bañarte siquiera? —no tengo tiempo.
Rubén apenas pudo ponerse la polera porque temblaba muchísimo.
Se sentía pésimo por haberse quedado dormido en el último día que Sebastian celebraría previo a su partida, después de haberle prometido (y jurado por su madre) que estaría ahí.
—Bueno, por último espérame para llamar al Roberto y ver si dejó el jeep acá —le pidió Felipe, y se puso a marcar el celular.
Rubén no esperó y salió del dormitorio con sigilo, para no despertar a la familia de Roberto que dormía a esa hora.
Se dio cuenta que no estaba el jeep en el estacionamiento de la casa, así que tomó las llaves de la mesita de noche para abrir la puerta y la reja, y luego volvió a entrar a dejarlas donde estaban.
—¡Rubén! —le dijo Felipe desde el segundo piso, intentando mantener la voz baja—, espera.
Rubén no le hizo caso y salió dejando la puerta abierta y cerrando con cuidado la reja.
—¡Rubén! —le gritó nuevamente Felipe, esta vez desde la calle, asegurándose que no despertaría a nadie en su casa.
Felipe lo tomó la mano para detenerlo.
—¿Qué haces? —le preguntó a modo de reto.
—Tengo que ir donde el Seba —se justificó, a punto de llorar por los nervios.
—Rubén, no estás pensando con claridad, ¿cómo piensas irte para all��? —cuestionó Felipe.
—No sé, en coleto, o en un taxi —respondió Rubén, como si fuera obvio.
—Ni siquiera tienes tu billetera, la dejaste tirada en mi pieza —le mostró Felipe, algo molesto, entregándosela—. Llamé a Roberto —agregó, más calmado—. Estaba con unos compañeros de la U carreteando, pero se venía altiro. Él nos va a llevar donde la Dani. Ahora ven —Felipe le extendió la mano y Rubén la tomó.
Volvieron a la casa y Rubén pudo respirar con algo de normalidad. Sentía como si hubiera estado aguantando la respiración bajo el agua por los últimos diez minutos.
Se sentaron en el sillón del living de la casa, ambos en silencio, y no pasaron ni siquiera cinco minutos cuando Roberto se estacionó afuera de la casa.
Rubén dio un salto y salió de inmediato.
—Vamos donde la Dani —le dijo a Roberto apenas abrió la puerta del copiloto, sin siquiera saludar, mientras Felipe apenas terminaba de cerrar la reja con suavidad.
—¿Estabas tomando? —le preguntó Felipe a Roberto cuando se sentó en el asiento trasero del jeep.
—¿Cómo se te ocurre? —se rió Roberto—, si sabes como soy.
—Bueno, tenía que asegurarme —respondió Felipe.
Roberto tenía muy claro que no podía beber si tenía que conducir después, y se ceñía a eso al pie de la letra. Ni siquiera un sorbo de cerveza. Nada.
—De repente el entrar a la U puede que haga cambiar tus costumbres —agregó Felipe.
Rubén se fue mirando por la ventana todo el camino, en silencio mientras los casi hermanos conversaban cosas triviales.
Se sentía sucio. No se había bañado antes de salir, y a mitad de camino recordó que no se había puesto desodorante ni perfume. Temía que Sebastian se diera cuenta de eso en el carrete, pero prefería eso antes que perder más tiempo volviendo a la casa de Roberto.
Cuando llegaron a la casa de Daniela, apenas Roberto detuvo el jeep, Rubén se bajó de inmediato y entró por la reja que estaba abierta.
—¡Seba! —gritó Rubén cuando atravesó la puerta de entrada.
Adentro habían unas quince personas que Rubén ni siquiera se dio el tiempo de reconocer, sabiendo que apenas viera a su mejor amigo lo reconocería como si fuera un diamante entre piedras de carbón.
—¡Seba! —gritó más fuerte, dejando que la desesperación se notara en su voz.
—Rube, ¿estás bien? —Liliana se acercó por la derecha de Rubén y le tocó el hombro, sobresaltándolo.
—¿Dónde está el Seba? —le preguntó Rubén, con los ojos humedecidos, ignorando la pregunta de su amiga.
—El Seba se fue, Rube —respondió Daniela, que se acercó a Rubén desde la cocina—, ¿dónde estabas?, ¿te pasó algo?
El corazón de Rubén se detuvo al saber que Sebastian ya no estaba en su propia fiesta.
—¿Para dónde se fue?, ¿cuándo? —quiso saber.
—Se fue como a la una para su casa. Estuvo toda la noche tratando de llamarte, pero no contestabas —le contó Liliana, con cautela, esperando que Rubén no reaccionara de mala manera.
—Al final dijo que no se sentía muy bien, que le dolía la cabeza y todo, pero… —Daniela dio un suspiro después de la última palabra, pero no completó la frase. Simplemente negó con la cabeza.
Rubén se dio la media vuelta cuando sintió que las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, y esperó que las chicas no se hubiesen percatado de eso.
—Rube… —le dijeron Daniela y Liliana al mismo tiempo, pero Rubén simplemente salió por la puerta y no volvió a mirar atrás.
Se subió al jeep nuevamente, gracias a que Felipe le había pedido a Roberto que esperaran un rato, y se secó las lágrimas.
—¿Me llevas para mi casa, porfa? —le pidió a Roberto, sin mirarlo, y el muchacho echó a correr el motor sin decir nada.
—¿Seguro no quieres ir con nosotros? —le preguntó Felipe, acariciándole el pecho desde el asiento trasero.
Rubén simplemente negó con la cabeza, tras asegurarse que por lo menos llevaba sus llaves en el bolsillo del pantalón.
Se despidió de Felipe y de Roberto cuando llegaron a su casa y se bajó del jeep.
Entró con sigilo a su casa y se dirigió de inmediato a su dormitorio. Conectó el celular al cargador, que ya estaba enchufado, y como por un impulso mágico, salió de su habitación, cruzó el living y salió por la puerta hacia la calle, sin preocuparse siquiera de dejar bien cerrado.
Caminó hasta la casa de su amigo y llamó su nombre.
—Seba —dijo en un volumen moderado, intentando no hacer ruidos molestos. Miró a través de la reja la ventana que daba a la pieza de su amigo—. Seba —repitió.
Tras esperar un par de minutos, sin respuesta, volvió a su casa decepcionado. Se acostó en su cama, pero no pudo conciliar el sueño con facilidad.
Se despertó cerca de las 11 de la mañana, tras haber dormido solo cuatro horas. Escuchó que su padre sacó el Aska y salió de la casa, y solo entonces se lavantó. No quería hablar con su papá aún. De hecho, no quería hablar con nadie que no fuera Sebastian.
Se dio una ducha rápida, y apenas se vistió fue a la casa de su amigo.
Al llamar a la reja salió la hermana menor de Sebastian.
—¿Está el Seba? —le preguntó, intentando disimular su nerviosismo.
—Si, está durmiendo —le dijo la niña, pero de todas maneras lo dejó entrar, como hacía siempre—. Mis papás fueron al súper, así que mi mamá no te va a poder hacer panqueques como siempre.
—No hay problema, Prisci —dijo Rubén—, no tengo hambre.
Rubén abrió la puerta de la habitación de Sebastian, y vio a su amigo acostado dándole la espalda a la puerta. Al escuchar que Rubén cerró la puerta tras él, se volteó a mirar quién era.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó con la voz ronca.
—Te vine a ver —respondió Rubén con un hilo de voz.
Sebastian tenía los ojos hinchados y rojos, y Rubén supuso que era porque estaba recién despertando. Quería creer eso.
Rubén no sabía como comenzar a disculparse. Simplemente se limitó a mirar a su amigo levantarse y ponerse un short, como si él ni siquiera estuviera ahí.
—Perdona Seba… —comenzó a decir Rubén, pero se paralizó cuando su amigo finalmente lo miró a los ojos completamente serio, como nunca lo había hecho.
—¿Por qué vienes? —le preguntó nuevamente, serio, como si no hubiese escuchado a Rubén.
—Porque te quería pedir perdón, quería verte —respondió tartamudeando Rubén por los nervios.
—¿Perdón por qué?, ¿por dejarme botado anoche?, ¿la última noche que iba a poder ser libre? —Felipe tenía rabia en la voz.
—No te dejé botado, no a propósito —respondió Rubén, apenado.
—¿No?, ¿acaso llegaste anoche y no te vi? —preguntó con ironía.
—Te lo puedo explicar —Rubén estaba a punto de llorar.
—No me digas nada, Rubén —la expresión de rabia en el rostro de Sebastian se suavizó, pero mantenía su postura de enojo—. Ya me di cuenta que nunca te importé.
—¿Cómo puedes decir eso? —Rubén soltó una risita nerviosa, por lo ridículo que sonaba eso. Era la persona que más le importaba en el mundo.
—Cuando… cuando fuimos al paseo y el Marcelo nos amenazó, no estabas ni ahí —Sebastian lo dijo casi como buscando en el fondo de su memoria alguna excusa—, dejaste que pasara todo el paseo preocupado por esa hueá y no te importó.
—¿Cómo puedes decir eso? —repitió Rubén. Olvidó la pena que sentía y se molestó por las palabras de su amigo—. Tú no tienes idea de lo que estuve dispuesto a hacer para evitar que Marcelo le dijera a todos —Rubén soltó un par de lágrimas y sintió asco del solo hecho de recordar ese momento afuera de la discoteca en Iquique—. Dejé que ese hueón me sacara la chucha para recuperar la tarjeta de memoria, mientras tu andabas por ahí haciendo nada.
—¿Qué? —Sebastian estaba completamente sorprendido, y Rubén notó que apretó los puños—, ¿cuándo fue eso?
Rubén no respondió. No quería recordar ese episodio, ni tampoco quería hacerse el mártir en esa situación.
—De seguro es mentira, como cuando dijiste que por nada del mundo faltarías anoche. Lo juraste, incluso —le recordó Sebastian, volviendo a su enojo, aunque se veía cada vez más débil.
Rubén estaba seguro que iba a decir “lo juraste por tu madre”, pero se contuvo.
—¡No era mentira! —insistió Rubén, acercándose a su amigo.
Felipe le dio un empujón leve por el pecho para alejarlo.
—No te me acerques —le dijo, intentando mantener su imagen furiosa, pero Rubén estaba seguro que en sus ojos veía que se estaba esforzando mucho por rechazarlo.
—¿Por qué? —le preguntó.
—Porque no quiero que te me acerques —le dijo Sebastian, ya casi sin esforzarse en mantener su postura enojada—, porque me das asco.
—¿Cómo te voy a dar asco? —Rubén se acercó nuevamente—, ¿acaso te vas a hacer el homofóbico ahora?
Rubén sabía que era mentira, así que no le dio mucha importancia a ese comentario.
—Me das asco —insistió Sebastian, dándole otro empujón, esta vez más suave—, tu y tu pololo de mierda ese.
—No metas a Felipe acá —le pidió Rubén—, esto es entre nosotros.
—De seguro fue ese culiao que te convenció de no ir anoche —Sebastian tomó un nuevo impulso de rabia al hablar sobre Felipe.
—Él no tuvo nada que ver, si me dejas explicarte…
—¿Explicar qué? —gritó Sebastian—, ¿Qué preferiste estar con ese hueon antes que conmigo?, ¿o que andabas con tus amigos de la universidad, que no te van a amarrar a un imbécil sin futuro como yo?
—Sebastian, no prefiero estar con nadie antes que contigo —dijo Rubén, con un hilo de voz, cansado de intentar imponerse a su amigo—. Eres el único que me importa…
—Deja de mentir, ¿ya? —dijo Sebastian bajando la voz, la cual temblaba, pero Rubén no pudo ver bien su expresión porque tenía la vista borrosa por las lágrimas—. Ya sé que no te importo.
Rubén se tapó la cara con las manos y soltó el llanto.
Se sintió estúpido y humillado, por estar ahí de pie, en la pieza de Sebastian, quien insistía en que no quería verlo.
—¿Me vas a dejar explicarte lo que pasó? —le preguntó Rubén cuando pensó que el llanto ya no se interpondría en su capacidad de expresarse.
—No me interesa —dijo Sebastian con dificultad. Tenía los ojos llorosos, y en su mirada Rubén pudo ver que sentía precisamente lo contrario.
—¿Estás seguro? —insistió Rubén, dándole otra oportunidad.
Después de varios segundos, en que Rubén imaginó que el corazón y el cerebro de Sebastian tenían un debate interno, su amigo simplemente asintió.
Rubén se dio media vuelta y caminó despacio hasta la puerta del dormitorio de su amigo, esparando que Sebastian en cualquier momento lo abrazara de improviso. Nunca pasó.
Antes de abrir la puerta, Rubén se volteó y vio que su amigo le daba la espalda, como mirando por la ventana.
—Te amo —le dijo Rubén lo más claro que pudo, para que el llanto no obstruyera el mensaje.
Esperó unos segundos alguna respuesta de su amigo, quién tras un largo suspiro, se aclaró la garganta y dijo:
—Yo no.
Rubén sintió un dolor en el pecho tras la breve respuesta de su Sebastian.
Salió de su habitación con la mirada gacha, y tan rápido como pudo se fue de la casa sin responderle a Priscilla, que se despidió de él desde el sillón.
Llegó a su casa y se volvió a acostar en la cama, donde dio rienda suelta a su llanto, liberando toda la angustia que le había provocado toda la situación desde quedarse dormido la noche anterior hasta ahora. Se quedó dormido llorando, y despertó nuevamente a la hora de almuerzo, cuando lo despertó su padre.
Se levantó a almorzar y ocupó todas sus fuerzas para disimular su estado emocional.
—¿Cómo estuvo la despedida del Seba anoche? —le preguntó su padre, intentando iniciar una conversación.
—Buena, tranquila —mintió Rubén, sin dar detalles.
A pesar de toda la confianza que tenía con su padre, no quería que supiera que estaba destruido en ese momento.
Sabía que no lo había convencido, pero de todas formas su padre no dijo nada.
Durante la tarde Rubén se volvió a acostar en su cama, y le dio muchas vueltas en su cabeza a la reacción de Sebastian. No entendía por qué había dicho esas cosas tan hirientes, pero estaba seguro que no las sentía realmente.
Finalmente decidió ir a su casa tarde en la noche, para ver si había vuelto de su despedida familiar, y así poder hablar con él.
Pasada las diez de la noche fue caminando hacia la casa de Sebastian, gritó su nombre y salió la mamá de su amigo.
—Hola, mijo, ¿cómo está? —lo saludó la señora, con falsa amabilidad.
—¿Está el Seba? —preguntó de inmediato Rubén, ansioso.
Tenía las manos en los bolsillos y se dio cuenta que estaba temblando por la ansiedad. Apretó los puños para calmarse y liberar tensión.
—Sí está —respondió la señora—, pero está durmiendo ahora. Tiene que dormir bien porque mañana se va temprano al regimiento —agregó ella con orgullo.
—¿Y por qué está prendida la luz de su pieza? —Rubén señaló a la ventana de Sebastian, que estaba iluminada.
—Se le debe haber quedado prendida —supuso la mujer.
—¿Puede ir a ver si está despierto y decirle que quiero verlo? —le pidió Rubén, con la voz entrecortada, ya perdiendo su compostura y dejando que sus emociones salieran a la luz.
—Justo lo había ido a ver cuando golpeaste, y si, estaba durmiendo —la mamá de sebastian mantenía una sonrisa amable, pero Rubén sabía que mentía—. Es tarde también para que estés en la calle a estas horas —le dijo.
La señora se despidió y volvió a entrar a la casa, dejando a Rubén en la calle, solo.
El corazón le latía a mil por hora. Estaba convencido que podría ver a su amigo por última vez y podrían hablar, cara a cara. Comenzó a caminar hacia su casa, pero por un impulso se devolvió el par de pasos que había avanzado, como para volver a insistir en verlo, pero simplemente estaba sin palabras.
Ya no sabía qué más hacer. Se quedó mirando la ventana de Sebastian por unos segundos, hasta que la luz se apagó.
Se devolvió a su casa con un nudo en la garganta, y con toda su esperanza puesta en la última oportunidad que tenía de verlo.
A la mañana siguiente se levantó al escuchar el despertador a las siete de la mañana. Suposo que eso era lo más temprano que una persona racional podría salir de su casa si tenía que estar a las ocho en otro lugar.
Se dirigió a la casa de Sebastian de inmediato, sin siquiera lavarse la cara o cambiarse el pijama. Así tal cual estaba.
Esperó varios minutos para ver algo de movimiento. El primero que salió fue el padre de Sebastian, quien llevaba una maleta en la mano, la metió en el maletero del vehículo familiar, abrió el portón que había arreglado hace pocos días, y sacó el vehículo del estacionamiento.
Al rato salió Sebastian, vistiendo unos jeans y una polera roja, junto a su madre.
Su amigo, instintivamente miró en dirección hacia donde estaba Rubén, como si supiera que estaba ahí. La tristeza en su mirada era evidente, y Rubén estaba seguro que tenía los ojos llorosos.
No le dijo nada. No movió los labios ni le sonrió. Se mantuvo lo más frío que pudo, a pesar de que su mirada lo delataba.
Rubén lo observó petrificado. No podía creer que su amigo se estaba yendo, e insistía en actuar así, sin demostrar su afecto.
Sintió rabia y pena por la actitud de Sebastian y por toda la situación. Su mejor amigo de toda la vida se estaba marchando, y no estaba haciendo nada para darle un último abrazo, para compartir una ultima risa, para decirse todo lo que sentían por última vez.
Antes de subirse al auto, Sebastian lo miró una vez mas, y Rubén esperaba que corriera a despedirse de él, pero no lo hizo. Se subió al vehículo, y casi de inmediato su padre lo transportó lejos de la vista de Rubén.
Después de varios segundos que el auto del papá de Sebastian había desaparecido de su vista, Rubén se dio media vuelta y volvió a caminar hacia su casa, aún sin poder creer que su amigo ya se había ido.
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