#sherlock holmes 1954 | Explore Tumblr Posts and Blogs

lilietherly · 1 year

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[Fanfic! Johnlock]

Relación establecida.

Romance.

Fluff.

Masculinidad no hegemónica.

Sherlock Holmes, serie de 1954.

¡Dije que lo escribiría! Aunque lamento muchísimo haber tardado tanto tiempo en hacerlo ToT. Juro que me he esforzado por hacerlo antes pero, como quizá mencioné en algún momento, simplemente no me alcanzaba la cabeza para que saliera una historia decente. Ahora, por fin, ¡por fin!, conseguí algo lo suficientemente bueno para mostrarlo y decirte, amor mío, que aquí esta :D

La pequeña historia a continuación fue hecha a petición de... Espera, ¿por qué siempre olvido preguntar si puedo decir el nombre? ¬¬U. En fin, que esta historia ha sido escrita para una personita que adoro y que ganó el escoger la ship y la trama para la historia de celebración de los 500 subs en Wattpad <3 Esta ubicada en un momento muy específico de la hermosa serie del '54, en el capítulo 19, que necesitas ver antes de leer para poder entenderlo mejor (o completamente, más bien :3), te dejé el link directo allá arriba, solo dale clic y listo. Por cierto, puedes verlo sin la necesidad de ver los demás.

Anhelo con todo mi corazón de pollo el que me des una oportunidad y vuelvas a leerme, sé que mis ausencias son cada vez más largas y más seguidas, sin embargo, sigo aquí, amándote y amado escribir cursilerías para ti *w*

Porque, como me lo pediste, esto será taaaaaan cursi uwu...

* * *

No estaba en las posibilidades más próximas de Watson el poder traducir su preocupación y ansiedad acerca del paradero de su Holmes, así como tampoco el decir que era su Holmes y no su simple compañero de habitaciones, ni su amigo cercano, vecino, socio en la resolución de crímenes varios… y en general epítetos tantos de unión como los hubiera por encima de los que tendrían un esposo y esposa promedios; que reducir, de la forma en que debía, cuantas emociones negativas lo incitaban a un nerviosismo que le hacía temblar las manos y la voz, además de aumentar cierta ira por el inspector Lestrade, a quien menos lo merecía, dada su falta de culpa o intervención, enfocar tan colérico sentimiento.

A sabiendas de que el enojo y la frustración serían acaso no bienvenidas ante la desaparición de Holmes, se aceptarían en grado justo, considerándolo el hombre que era. Que el soldado feroz y de gancho fuerte estuviera nada menos que irritado se entendía en su totalidad, no se trataba de una esposa preocupada, después de todo. No tenía el hombre porqué llorar la usencia de su amigo ni guardar en su corazón emoción tierna que demeritara la firmeza de su carácter, que hiciera deslucir su caminar recto o marcara en su rostro señal alguna de tristeza. Watson debía ser, bajo cualquier circunstancia, aun aquella que pausaba los latidos en su corazón e imprimía dolor agudo en cada aliento, un simple soldado furioso.

Simple.

Tan simple que pese al trabajo de una vida pretendiendo carecer de sentimiento dulce que lo hiciera llorar de felicidad o le plantara en el pecho calor suave e inocente, llegó al borde tras dos días de indescriptibles pensamientos oscuros cuyo límite se había borrado con la desaparición misma de quien los iniciara. Arrastró a Lestrade fuera de Scotland Yard intentando no decir demasiado y a su vez lo suficiente. Fallaba en poseer la fe ciega que el común podría tener en Lestrade y aun así el hombre fue el primero en llegar a la mente de Watson al comenzar el declive de su imaginación aterrorizada.

Y a tres pasos de la locura y a pocos minutos de derramarse la presa que contenía el llanto, Jove poco generoso volcó sobre Watson su última broma. Hecho un espectáculo en el 221B y dicho palabras frente a la boticaria que en boca de Holmes guardaban algún sentido, luego de enfrentar al anciano sospechoso que atendía; fingir tener un objetivo mientras buscaba en los alrededores y rehacer su rutina de hombre soltero, deseoso de compañía femenina, leyó en voz alta el nombre de un libro que no reconoció de inmediato.

—“Cómo deben comportarse las jóvenes damas en una sociedad educada”, fabuloso título… —La risa suya y de Lestrade se cortaron al segundo de iniciar, sin embargo, el tiempo fue apropiado.

Coincidente a la interrupción del anciano sospechoso, plantándose en medio de la casi calma que le dio la distracción de la dama con quien tuvo un choque y la lectura del título, el miedo de la desaparición del detective de Watson regresó acompañado, en caso de que no resultara suficiente, junto al reconocimiento de aquel libro. Muchas cosas entonces se sincronizaron en él. Watson necesitaba el libro porque lo encontraba sospechoso, porque el anciano repentinamente se negó a vender “lo que estuviera en el librero”, porque cerraría la tienda inesperadamente y porque… porque Watson quería leerlo desde que era joven. No de la manera falsa y burlona con un único objetivo, como lo significaría la risa del inspector Lestrade.

La ansiedad, el suave sonrojo y las manos húmedas de Watson, sin que nadie pensara lo contrario, eran genuinas, por las razones que nadie sino él sabía. Que el tonto inspector se riera cuanto quisiera, que el boticario escondiera su burla y que existieran correctos motivos para comprar el libro; al recordar el nombre, Watson solo tuvo motivos incorrectos para adueñarse de él. ¡Y qué terror más grande!

El pasado que creyó muerto venía para reclamarlo desde las sombras.

¿No había ya cruzado el límite al caer en el encanto de su detective? Watson se hubo jurado mil veces que nada más lo rebasaría, que se conformaría con estar junto a Holmes y bajar la guardia respecto a sus deseos de ser tomado. Pese a ello, asir el libro entre sus manos trajo con toda su fuerza uno de los mayores anhelos que Watson hubiera guardado en su corazón alguna vez. No era el libropretensión efímera o deseo fugaz, la reacción al sostenerlo guardaba verdaderos motivos para alarmarlo a tal punto. El entrenamiento constante al rechazo de lo que sea que hubiera de malo en su interior lo mantuvo de pie y con apenas un ligero brillo de sudor en la frente, otorgándole, a su vez, la confianza de que podía rechazar el impulso súbito de quedarse el libro.

Qué tragedia resultaba ser el deseo ardiente por conservarlo. La culpa no dejaba de entorpecerle la respiración y las voces que desesperadas lo mantenían estable en su papel de hombre, por todos los dioses, no bastaban para detener la necesidad de quedarse el libro. Solo una cosa pudo haberlo hecho separase de él y, vaya casualidad, fue eso lo que terminó ocurriendo: se encontró con su Holmes. Vivo, precioso y tan suyo como siempre.

Al verlo, Watson se sintió libre de aquello que lo hubo ahogado durante incontables segundos, todo perdió el sentido y a su vez lo halló todo muy razonable. Lamentó sinceramente el haber arruinado el plan de su esposo y se regocijó como era debido, al haber demostrado su habilidad para recordar direcciones —manteniendo aún la fachada de soltero galante para Lestrade—, logró tranquilizar el asunto del caso y pasó a ser resuelta la situación más apremiante. Al recordar cómo el libro que opacó la usencia de su detective salió en manos de aquel hombre, el segundo tema usurpó el protagonismo.

El resto del caso se completó demasiado pronto, la misma velocidad a la que Watson captó las escasas posibilidades de volver a toparse con el libro. Esta vez, sintiéndolo desde lo profundo de sus huesos, tal cual le tomó décadas olvidarse de él la primera vez que lo encontró, ahora quizá pasaría el resto de su vida sufriendo por él. Rendía su declaración junto a su esposo en Scotland Yard cuando pensó, advirtiendo la frustración uniéndose a una creciente ira, que no lo volvería a permitir.

Tenía ahora el dinero, una habitación desocupada en el 221B —cuya asignación constaba de fungir como prueba en caso de que alguien hiciera demasiadas preguntas respecto al tipo de asociación de los cohabitantes— y, además, el hecho supremo de que ya nadie vigilaba la totalidad de lo que hacía, ni de lo que compraba ni de lo que leía. Aun estando unidos como los músculos a la piel, tanto Holmes como Watson guardaban todavía ciertas tendencias solitarias, que ya podían saciarse en compañía silenciosa o ya siguiendo cada quien sus caminos, por lo que tampoco sería una alarma para Holmes si Watson se ausentara de la convivencia al menos algunas horas.

—En realidad, querido, creo que volveré a aquella anticuaria, vi un tomo de Ivanhoe en excelentes condiciones así que haré una visita rápida antes de ir a casa —dijo Watson casualmente, sentado junto a Holmes dentro de un coche que los llevaba de regreso a Baker Street.

—Oh, por supuesto, entonces me adelantaré, ¿tienes cambio suficiente? Me parece que guardo algunas libras por aquí.

Watson lo miró buscar entre la cantidad cuasi infinita de los bolsillos en su abrigo. En realidad contaba con la cantidad necesaria, sin embargo, permitirle a Holmes proveerle hacía ciertas cosas en su interior. Dejándolo rebuscar habló en voz alta al cochero, dándole la dirección de la anticuaria. Su detective consiguió dos arrugadas libras y un par de peniques algunas calles previas al destino, se quedó el costo del coche y le entregó el resto a Watson, quien le besó en la mejilla a modo de agradecimiento. Al descender, antes de abrir la puerta, Holmes tomó su mano, besándole en los nudillos caballerosamente, un gesto que repetía cada vez que debían separarse y que nunca perdería el encanto. Watson sonreía como un tonto a la hora de salir del coche.

Holmes siempre sabría lo que a Watson le gustaba, ¿no es cierto?

Al recomponer la dicha en su cara y aplastarla hasta un punto socialmente aceptable, Watson entró al lugar, el anciano original que atendía lo recibió con un saludo amable. Las probabilidades de que existiera un segundo tomo igual mantuvieron a Watson registrando las estanterías por casi una hora. El simpático anciano le extendió su ayuda un par de veces, y cada vez Watson lo rechazó, insistiendo que todavía ningún tomo lograba convencerlo pero que sin duda se llevaría uno de ahí.

Los libros revueltos le recordaban a la biblioteca personal de Holmes, por lo que apenas le causó alguna molestia revisar cada estantería. La esperanza, no obstante, se apagaba conforme pasaba de un libro al siguiente. Siempre podría ir a un lugar distinto, se decía, intentando no caer en la frustración, mas consiente de que el valor reunido se acabaría quizá al salir de la tienda, sin importar apenas el afán o las excusas que pretendiera darse para conseguir el libro, continuó. Decidido.

Recorrió tres cuartas partes de la colección antes de encontrarlo, “Cómo deben comportarse… en una sociedad…”. Notablemente maltratado, a la tapa de adelante le faltaba la mitad, cortando el título, y una mancha de tinta cubría una esquina de las hojas, aun así el contenido se conservaba legible. Una idea razonable le hizo tomar algunos libros extras para ocultar su verdadero objetivo, feliz, en realidad poca atención prestó a cuáles elegía. Ya habiendo experimentado la vergüenza de comprar el libro, esta vez Watson se preparó un par de motivos viables para adquirirlo.

—Estoy seguro de que puedo conseguirle una versión en limpio de este tomo la próxima semana, si usted quisiera…

—No —se apresuró a decir Watson—, no hace falta, lo daré como obsequio a una de mis pequeñas sobrinas. Ella esta aprendiendo a leer, y sabe cómo son los niños ahora, lo destruirá completamente, así que sería un desperdicio de papel darle algo en mejores condiciones. —El hombre lo observó con unos ojos cuya agudeza desmentía su edad. Watson se tragó el nudo que amenazaba cortarle el aire bajo el agudo escrutinio.

—Muy bien, será una libra, por favor.

Al cruzar la puerta hacia la calle, si creyó superada la prueba al conseguir adueñarse del libro, tarde descifró que se equivocaba cuando, de repente, cien ojos se posaron sobre él. Cada par, acusándolo, veían a través del papel el libro que sus compañeros no lograban ocultar, ellos sabían lo que haría Watson con él. Lo acusaron, lo señalaron, exigiendo respuestas obvias. Comenzarían pronto a caminar en su dirección para evidenciar al que se hacía llamar hombre y que, sin embargo, se atrevía a comprar un libro para señoritas respetables.

—¡Oiga, señor, por aquí!

Le gritaron a Watson, provocándole un pequeño salto y un susto mortal. El doctor se giró en la dirección de la voz, descubriendo que se trataba de un chochero. Watson se le acercó despacio, diciéndose y a sus manos temblorosas que nadie podía ser capaz de mirar a través del papel y mucho menos conocer los títulos de sus libros. La dosis de coherencia apenas sirvió para calmarlo. Reconoció al cochero como el que lo trajo a ese mismo lugar.

—El señor Holmes me dijo que volviera y lo esperara para llevarlo a Baker Street, si hubiera tardado más habría cobrado un extra. —Watson no le contestó, con su estado nervioso no diferenciaría si el conductor se veía feliz de que la espera acabara o enojado por no conseguir aquel extra.

Simplemente subió al coche, colocando los libros sobre los muslos y aferrándolos entre sus brazos casi como su carne y la tela de su ropa, además de las paredes del coche, todavía no bastaran para ocultarle su secreto al mundo. La velocidad que el conductor impuso al caballo le dio al doctor cierta seguridad, sin embargo, al llegar al 221B, apenas disminuyó un poco de su ansiedad. Agradeciéndole al cochero que no esperó un segundo para irse, se aferró a su paquete como una especie de ancla que al tiempo que lo sostenía, lo enviaba al fondo del océano. Tembló al abrir la puerta y al subir los diecisiete escalones. Holmes lo recibió, sonriente, desde su mesa de experimentos.

—Bienvenido, mon ange, veo que conseguiste tu libro. —Watson reprimió el impulso de gritar y arrojar todos los libros al fuego de la chimenea.

—¿Cu-cuál libro?

—¿El de Ivanhoe?

—Oh…, ¡oh, sí, por supuesto! Sí, seguía en el lugar donde debía estar. —Y que Watson no recordaba en absoluto, aunque nada agregó de ese pensamiento. Tampoco alargó la plática, avanzando directo a su antigua habitación, donde a un paso de la puerta, Holmes lo detuvo, preguntándole preocupado:

—¿Hice algo mal, cariño?

—¿Eh?, ¿por qué preguntarías eso?

—No vas a nuestra habitación. —Muy tarde Watson recordó la segunda función de esa alcoba: escapar de Holmes luego de que hiciera algo en extremo reprobable y no quisiera Watson cometer un crimen. Para solucionarlo, caminó hacia su detective.

—Es solo una medida precautoria, realmente quiero leer estos libros, y ambos sabemos que si voy a la habitación correcta y tú decides seguirme, no me concentraré en absoluto. —Por fortuna, tampoco se trataba de la primera vez que de verdad tenía que ir a su antigua habitación para leer sin mirar a su amado detective cada cierta cantidad de párrafos, o para escapar de sus caricias suaves o la manía propia de tocarle la parte del cuerpo que estuviera al alcance y que tarde o temprano los arrastraría a actividades… menos lánguidas—. Estaré aquí para la hora del té. —Le besó en la frente y en la mejilla, tras un último contacto en sus labios, obtuvo al fin un gesto convencido de su esposo.

—No puedo esperar.

Con una sonrisa atontada en el rostro, Watson al fin se refugió dentro de las seguras cuatro paredes. Sus latidos aún se negaban a normalizarse, y no lo hicieron sino después de que se inventara alguna forma para ocultar su atrevida lectura en caso de que Holmes entrara repentinamente —pues cerrar la puerta con llave lo haría todo muy sospechoso. La pila de tomos descansaba en la mesita de noche, Watson, de frente a la puerta y recostado en la cama, se llevó el ansiado libro y un segundo de mayor altura y grosor, en el que, abierto, podría encajar el otro sin que quien lo viera sospechara de su verdadera lectura.

Watson se prometió no ceder a la emoción ni fiarse de las seguras paredes, la culpa de su infamia permanecía ahí afuera, susurrando su nombre, amenazante, aguardando el menor descuido para arrojarlo a la calle y exponer su pecado. ¿Un hombre adulto, digno miembro de la sociedad, leyendo algo escrito especialmente para señoritas? ¡Qué depravación! Qué absoluta decepción.

Entonces, el dulce arrullo de un violín.

Y qué encantador fue el rostro de Holmes cuando Watson, ignorando los gritos de aquellas voces, confesó sus verdaderos sentimientos. Sin embargo, no iría Watson a contarle sus razones para adquirir ese libro, no si ni el propio Watson lo sabía con exactitud. Comprendía que era incorrecto, lejos de ello jamás se le concedió la oportunidad de averiguar las razones que provocaron su curiosidad desde hace tanto. Solo… algo lo llamaba. No precisamente por lo encantadoras que se mostraban las señoritas al seguir esas reglas, sino la manera en que, quizá… él se vería. ¡Un rubor le cubrió el rostro tras el simple pensamiento!

La emoción del descubrimiento siendo aislada de la culpabilidad por la música de su esposo le hizo hormiguear los dedos. Devoró ávido una cuarta parte del libro antes de que el límite autoimpuesto lo obligara a elegir una lectura de la cual pudiera hablar con Holmes si le preguntara sobre eso. Le resultó difícil concentrarse, claro, su mente divagaba cada par de segundos en dirección al libro correcto, deseando poder volver y entender al menos una pequeña parte de lo leído. Fascinado e indiscutiblemente atrapado, cayó en él como si perteneciera desde siempre, pese a que no lo comprendía del todo y nadie existía que lo ayudara, un sentimiento revolviéndole el estómago parecía recibir los detalles entendidos con una agitación similar a esa que lo atrapó al descubrirse enamorado de su detective.

—John, el té se enfría.

Atendiendo a la voz de su esposo, Watson le dio una corta respuesta y, tomándose algunos segundos para entrar en pánico, buscó enseguida un lugar en la habitación para esconder el libro. Ni las mesitas de noche ni el guardarropa contaban con alguna tabla que ocultara un segundo fondo, mover el guardarropa provocaría un ruido sospechoso. Tras unos minutos y un segundo llamado de su detective, Watson recordó la desgastada tela de la vieja cama. Lo escondió en el interior rápidamente, seguro de que nadie iría a revisar si no existía siquiera la sospecha, tampoco es que Holmes tuviera idea de que Watson le guardaba algún secreto. Y siempre que el propio Watson no hiciera notar un comportamiento que pudiera delatarlo, el libro estaría seguro.

Sobraría decir que Watson logró una actuación magnifica… al menos las primeras semanas.

Cierta comodidad y confianza, cierta emoción que lo atravesaba conforme aprendía e imaginaba, el encanto de aquella magnífica pieza lo sedujo a tal punto que la felicidad obtenida rebasó el pequeño espacio que Watson le otorgaba. Fluyendo y expandiéndose, aunque invisible a simple vista, averiguó la manera de colarse entre los momentos donde Watson se sentía especialmente tranquilo y sin la necesidad de levantar un muro que lo convirtiera en el hombre correcto. Ahí un suave movimiento de muñecas, allá los sutiles intentos de no hacer ruido con la cuchara cada vez que decidía endulzar su té, sus rodillas juntas así como los tobillos al sentarse, las acciones, para el observador casual, no ameritaban una segunda revisión.

Pero Watson, casado con un hombre que se ganaba la vida armado escenarios enteros de piezas pequeñas y sin aparente conexión, fue objeto de sospecha desde aquel primer intento de levantar ligeramente la tela de su pantalón de la pierna derecha —apenas por encima de su tobillo— cuando bajaba los diecisiete escalones, sin hacerlo también del lado izquierdo.

Puesto que el comportamiento de Holmes para con sus nuevos gestos no tuvo el menor cambio, Watson tardó algunos meses en advertirlo.

No resultó fácil, considerando la naturalidad con la que ambos se acoplaban o la velocidad a la que Watson, al ver a su detective, podía caer en una suerte de fantasía idílica donde hasta su mal humor encajaba de un modo espectacular, no le pareció en absoluto sospechoso el que su Holmes realizara acciones consecuentes a las suyas. Es decir, el hombre algunas veces le acercaba la silla al sentarse a la mesa, lo sostenía del brazo en sus paseos y le hacía caminar a su derecha o le besaba en los nudillos, ¿cómo iba Watson a sospechar que, de cuanto Holmes hacía por él, algunas de aquellas prácticas no se presentaron sino hasta después de haber comprado aquel libro? ¡Que lo reprendan por su lentitud! Si Holmes fuera un amante menos calificado e inteligente, Watson no se sentiría lo suficientemente a salvo y reprimiría el doble su fascinación y agrado al seguir el adecuado comportamiento… para señoritas.

Ocurrió el mismo día, en tanto Watson concluía que el atractivo del reglamento no lo llevaría a desear los hermosos vestidos o los adornos para el cabello, ni esas adorables sombrillas como sí lo atraía el trato dulce o las suaves maneras, se reveló para su asombro la delicada forma en que Holmes lo ayudaba a levantarse de la mesa; al mirar el ramo de preciosas amapolas blancas que le compró esa tarde y que descansaba en un jarrón donde, hace tres días, descansaba un ramillete de centaury rosadas. Cien emociones dispuestas a cerrarle la garganta, provocarle un desmayo u obligarlo a correr y esconderse, por la gracia del hombre a quien jamás se cansaría de adorar, fueron contenidas en su pecho.

Nada dijo del asunto aquel día.

Conforme el tiempo sucedía, no obstante, el ánimo de preguntar y entender comenzaba a sobrepasarlo. Nunca olvidaría cómo la lucha interna al darse cuenta de lo que hacía frente a Holmes lo mantuvo en vela casi una semana, cuestionándose y reprendiendo su debilidad cada vez. Regaños que, contenidos por el amor tan claro de su detective, se detuvieron al pensarlo todavía ignorante de los nuevos gestos o que le serían ellos tan poco relevantes que pasaban por debajo de sus ojos grises. Comprender tan abruptamente que Holmes no solo sabía de ello sino que además cooperaba para hacerlo incluso mejor, le arrebató los latidos, le humedeció los ojos y le dio el impulso para saciar su curiosidad. Cada por qué inundaba sus pensamientos, cada gota de agradecimiento y amor por el hombre maravilloso rogaba alcanzar los oídos ajenos.

Mas, carente de resolución, aún consciente de la disposición positiva y descubiertas a plenitud las acciones que complementaban a las suyas, Watson tardó meses en reunir el valor para enfrentarlo. Haciéndolo solo al reconocer que, conforme los días pasaban y Holmes seguía correspondiendo a su actuar, tratándolo de tan suave manera, retrasar las preguntas doblegaría su ya errática voluntad. Entregarse a ello sin hablarlo, aunque no negativo, haría difícil cualquier charla, pregunta o petición alguna en la que Watson quisiera acciones exactas por parte de Holmes. Aun si considerara en ese momento demasiado exigente el querer todavía más de Holmes, existía en lo profundo de su alma el anhelo de compartir el menor detalle de algo tan suyo con el hombre a quien había jurado entregar todo de él.

Halló el coraje una tarde de primavera, mientras retozaba en el pecho de Holmes, oyendo los pacíficos latidos de su corazón, acariciado por el viento suave y el cálido sol atravesando las espesas hojas. Un caso los había llevado a las afueras de Londres, allá en donde los campos se funden hasta convertirse en bosques. Al terminar con un magnífico resultado, ambos decidieron pasar un día extra disfrutando de la brisa limpia y la frondosa hierba. Las gruesas raíces de un árbol gigantesco los acurrucaban, brindándoles frescura y la vista completa de un hermoso campo de flores. Holmes y sus manos expertas tejían algunas de esas flores en una corona, que al ser acabada, decoró al instante la cabeza de Watson, quien cerraba los ojos, indescriptiblemente relajado un segundo antes de sentir el ligero peso.

Nadie en esa tierra poseía la capacidad de hacer sentir a Watson, incluso considerando su constitución gruesa y terrible humor, tan adecuado para lucir bellas flores, como lo hacía su amado esposo. Un rubor se extendió sobre su rostro, la osadía de Holmes volcaba en su pecho tan cálidas emociones que ninguna palabra lograría expresar su agradecimiento. Holmes atrajo su rostro, sosteniéndolo de la barbilla lo acarició tiernamente.

—Precioso —susurró Holmes, su boca apunto de presionarse contra la de Watson.

—¿Por qué…? —interrumpió la pregunta el camino de esos labios. Su tono de curiosidad pura llamaba la atención, pues no había rastro alguno de pesar, travesura o rechazo—. ¿Por qué estás de acuerdo con conmigo… con este libertino comportamiento? —Miró a Holmes pensar en el contexto de la pregunta, que no parecía referirse a haber aceptado la corona de flores.

—¿Y por qué no lo estaría? —Watson se inclinó hacia los mimos del maltratado pulgar de Holmes en su mejilla, la claridad de la voz y la verdad en ella conservaban apacibles los latidos de su pecho—. Aunque admito que tuve ciertas dudas al notar los primeros cambios en tu conducta, pronto se resolvió positivamente al descubrir la manera en que parecías tan… libre. Como si algo al fin hubiera encajado. ¿Puedes recordar, amado mío, la última vez que despotricaste contra alguna nadería? —Entrecerrando los ojos, Watson se concentró en ello, y ante su mutismo, Holmes respondió por él, dándole un ligero beso en la mejilla—, fue al tiempo en que comenzaron tus pequeñas acciones. ¿Cómo podría, de ese modo, seguir extrañado? No bastaba mi curiosidad para decir nada, mi fascinación por lo que sucedía y todo el cariño que tengo por ti fueron y serán siempre suficientes para aceptarte y adorarte… al igual que lo prometí aquel día frente al altar.

Holmes limpió de Watson el par de lágrimas que se le escaparon. La declaración de su detective hacía refulgir el ya gran amor que sentía por él en un estallido que lo cubría todo. Recordó su pequeña boda, la ilegalidad del acto viéndose opacada por el esfuerzo de Holmes en hacer para ellos una ceremonia tan real como cualquiera, con un sacerdote muy inteligente y comprensivo, en una iglesia cobijada por la noche. Intercambiaron sus anillos jurándose amor eterno.

—Me carcome, al contrario, el que no puedas lucirte frente a los demás —Holmes lo besó en la punta de la nariz—, ni siquiera la señora Hudson o el buen amigo Lestrade, cuando a estas alturas podrías dar una cátedra completa sobre el buen comportamiento. —Sonrojado, Watson ocultó su rostro en el cuello de Holmes, quien lo atrajo hacia su cuerpo con un cálido abrazo.

Felicidad pura rezumaba desde el pecho del doctor, la alegría y el amor infinito por su detective, el agradecimiento silencioso ante la aceptación de sus nuevos modales y el halago hacia ellos iban a provocarle un desmayo. Así le diera importancia a su vergonzoso rostro ya teñido de escarlata y los próximos ojos hinchados si no apaciguaba el llanto, nada logró hacer para reprimirlo, no si el hombre de su vida continuaba sosteniéndolo como si se tratara de una preciosa flor, lo besaba con absoluta dulzura y decía a su oído cada una de las palabras que anhelaba escuchar.

—John, mi amado esposo, jamás cambiaría nada de ti.

Porque Holmes siempre sabía lo que a Watson le gustaba, y Watson nunca se cansaría de agradecerlo.

De amarlo.

* * *

¡Kyaaaa~! <3 <3 <3, estoy tan avergonzada de lo dulce que es esto y al mismo tiempo me siento tan bien de haberlo hecho así, aunque todavía seguiré esperando a que la dulce personita que me lo pidió me dé su veredicto para poder respirar de nuevo ><...

En cualquier caso, por favor, debes saber que si leíste esto y llegaste hasta aquí, estaré eternamente agradecida contigo si me dices qué te pareció esta pequeña historia :D, ¿qué opinas sobre cómo usé a este adorable y enojón Watson y a su siempre cariñoso Holmes? He intentado con todas mis herramientas y conocimientos a disposición el manejar la masculinidad de Watson y doblegarla a nuestra (mía y de la personita ganadora del fic) voluntad, pero sin que de alguna forma pierda el sentido; lograr algo que sea coherente y no simplemente arrojarte un Watson dulce y frágil. Sé que este tema da para más y que sin lugar a dudas pude haberme extendido por páginas y páginas, sin embargo, creo que explayarme habría sido pura paja XD

Así que me dediqué a los puntos que más me gustaron y que más se relacionaban al escenario impuesto, por lo que deseo no haber añadido cosas sin sentido o que falte alguna explicación y aparezca por ahí alguna cosa que no relacioné bien... espero haberlo logrado. Si no, ya lo corregiré cuando lo edite (que más me vale sea pronto, porque ya debería estar publicando la celebración de los 600 subs y... bueno, qué te digo ¬¬Uuu).

Por cierto, también espero, por alguna razón, no haber ofendido a nadie. Sé que es más popular en este fandom que sea Holmes y no Watson el que tenga una masculinidad distinta a la "normal", pero creo que a este punto de las cosas, se ha notado cuánto más me gusta experimentar con la masculinidad de Watson (muy toxica en muchos medios) que con la de Holmes, que ya es desde el canon, poco convencional ¬w¬

De todas formas, eso sería. Estoy muy agradecida contigo, personita, por haber respondido a este pequeño concurso, te dije que adoré tu idea desde el primer momento y todavía sigo pensándolo. No sabes las ganas que tengo de experimentar más con este Watson que hemos creado, de solo imaginar las posibilidades uwu...

Pero, por ahora tengo aún más historias que escribir y retos por completar, así que pondré esto en 'pendientes' justo después de decir...

¡Muchas gracias por leer!

¡Te amo! <3 <3 <3

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