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#juguemos en el mundo
aschenblumen · 2 years
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María Elena Walsh, Juguemos en el mundo («Serenata para la tierra de uno»), vol 1. Matías Chapiro, director Elena Roger, voz Jorge Bergero, cello
Porque el idioma de la infancia es un secreto entre los dos.
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neuroconflictos · 7 months
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Quisiera que cuentes conmigo para todo lo que vos necesites.
Que juguemos a abrazarnos como si fuésemos las dos personas que en ese preciso instante se están dando el abrazo más hermoso del mundo.
Sacar el primer premio de los abrazos y obviamente, festejar abrazándonos.
Cherryofsaturn
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senig-fandom · 1 year
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Algunos escritos.
Ahora mismo estoy haciendo dibujos para responder preguntas, pero de la nada mi imaginación ataca y me da ideas bien chidas y otras bien culeras jajajaja.
El tema de hoy es México Sur de JapoMex Y
En esta ocasión son tres ideas, contare la base y algunas frases para que lloren conmigo jajajajajaja 
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Mi querida Oaxaca.
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La historia comienza con un Sur joven acostado en una cama de madera, con solamente una tela y almohada, de repente escucha la puerta de su habitación siendo tocada, el se asusta un poco pero luego le dice abre. Sur ve a su hija menor Oaxaca, quien estaba llorando y temblando.
Sur se levanta de su cama y la levanta, mientras ella llora, despues el la acuesta junto a el y sin preguntarle las razones, simplemente usa sus manos para taparle los ojos y dice.
-Mi querida hija, quieres que juguemos a un juego? El juego trata de abrir y cerrar lo ojos, mientras recitas unas palabras mágicas, ¿Qué te parece?
La pequeña asiente y Sur dice las palabras mágicas.
-Lo que veo no existe y como no existe no lo puedo ver. Cuando yo acepte que existe, es cuando los podre ver. Ahora mi niña te toca.
La pequeña recito las palabras mientras cerraba los ojos y los abría con lentitud, y poco a poco lo que vio desaparecía.
Sur sabia que algunos sus hijos heredaron la habilidad de ver a los muertos, algunos los descubren antes otros no, por lo cual les enseña a como controlar ese poder, aunque la forma en la que el lo hizo fue algo dolorosa, prefiere esta nueva forma para sus hijos.
Así la pequeña poco a poco el cansancio la hizo quedarse dormida, y la pequeña de ojos dorados dormida tranquilamente al lado de su padre.
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Tu eres mejor que nosotros.
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En esta historia se relaciona a tres mundos el original, el japomex Y y el Alesur AU
Después de que los tres pasaran la mejor noche de sus vidas con la familia que había formado el Sur de JMY, los otros dos tenían que despedirse, pero no antes de decir unas palabras.
-Hey Dan, tu tienes algo que he anhelado toda mi vida, mejor dicho, que hemos anhelado toda nuestra vida- Dijo el de ASAU
-Tienes una familia que te espera todos los días, hijos que te aman y respetan, hermanos que te quieren y se juntan sin pelear, es...algo que nunca creí que vería en mi existencia...y allí esta frente a mi, haciéndome sentir que me quede con ella- dijo el original.
-Se que a diferencia de nosotros, tu no lo aprecias tanto, pero...-Dijo el ASAU
-Si hubieras pasado por toda nuestra mierda, te juro que lo verías con otros ojos ojos- dijo el original.
-Pero...ustedes tienen algo igual ¿no?...- hablo despacio el sureño de JMY
-Igual no es...solo es algo que podemos apreciar, por muy poco tiempo, o simplemente aferrarnos a ello con miedo...-Dijo el ASAU
.Así que por favor...ámalos como nunca, ámalos como si nunca los volverías a ver, ama el legado de Alejandro...porque nosotros ya no podemos.-Lo pidió el original
Las lagrimas saltaron de ese joven sureño, mientras veían como sus otras dos contrapartes desaparecían ante sus ojos.
-LES PROMETO AMARLOS Y PROTEGERLOS CON MI VIDA.... SE LOS JURO, NUNCA FALLARE, NO LOS DESEPCIONARE....
-Se que no lo harás, porque aun eres un nosotros, y nosotros...-Dijo el original
-Amamos demasiado fácil y nos rompemos demasiado fácil-Dijo el ASAU
-LO PROMETO, PROTEGERE ESTE LEGADO, Y A ESTA FAMILIA...Y LES PROMETO QUE USTEDES TAMBIEN PODRAN VIVIR MI VIDA, SE QUE LO HARAN, PORQUE...PORQUE SI YO LOGRE SALIR DE LA TORMENTA, USTEDES TAMBIEN...
Y con esas palabras finales, solo vio los rostros de esos dos sonreírle y desaparecer, mientras el soltó un llano ahogado, las lagrimas salían pero no la voz, y cuando escucho su nombre saliendo de la voz de una anciana, que al voltear vería a toda esa familia, el legado del amor de Azul y Alejandro, frente a el, pensando finalmente.
-*Los protegeré...claro que lo hare*- Dirigiéndose a ellos con una sonrisa.
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Te amo.
(Recuerden esta basado esta historia en el mundo de Japomex Y)
( En una historia ellos estaban peleados, basado en la siguiente imagen)
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Sur tenia algo peculiar y es que siempre tiene mala suerte al amar, haciendo de su corazón soñar algún día con un romance como la de sus hermanos, pero no era posible.
El descubrió que Alemania, no lo amaba, y solo lo estaba utilizando par conseguir información para destruir a USA y a Rusia, toda su relación no era nada, solo palabras vacías.
En su cano de regreso a casa, pasando por los grandes campos vio a lo lejos a esa persona que lo lastimo y no dejaba de seguirlo. Casi como la parca vestida de negro, parado al final de su trayectoria.
Sur no quería mirarlo mas, solo siguió caminando sin decirle ninguna palabra, estaba harto de que lo usaran, que todo lo que amaba lo usaran para un beneficio que a el no le convenía.
-Dan...-Es interrumpido el alemán
-No me llames por mi nombre, a partir de este momento, soy México para ti,- sus palabras parecían temblar, pero al alemán como si fuera un descaro, no sonaba que le importara nada los sentimiento de el.
-Se que estas molesto, pero debo decirte que que es un error, si me dejaras explicar- un grito del sureño sonó en el campo, como un eco por todo el lugar, ese cállate parecía haber echo retroceder al Aleñan con sorpresa.
-Porque no me dejas...no vez que ya escuche suficiente...tu amas a Japón, y yo solo era una pequeña memoria para tu plan de hacer otra guerra- la voz se quebró, podías ori los sonidos de su nariz intentando detener los líquidos que salía, mientras las lagrimas se soltaban a mares- Porque de todos los que tuve que enamorarme era de la persona que ya sabia que no debía confiar...porque no puedo aprender...y tu vienes a decirme que quieres explicarme algo que escuche y vi con mis ojos...por favor...por favor, déjame solo...
El joven empezó a caminar, parecía que el Alemán ya no diría nada, hasta que soltó unas palabras que atraviesan al sueño con dolor
-Te amo...por favor... habla conmigo un momento...-Esa primeras dos palabras, las palabras que siempre anhelo escucharlas, hicieron aparición en este momento, cuando ya lo había traicionado, aparecían y l estrujaban el corazón, como si lo golpearan.
-Por favor... basta- Sur tapa sus oídos
-Daniel, por favor, regresemos...por favor...
-Basta.... ya no quiero esto...ya no quiero que me duela...
-Te amo...
-Basta....
-Por favor...yo te amo
.¡QUE BASTA!- Portales aparecieron rodeando a ambos, pero uno de ellos apareció debajo del alemán, haciéndolo caer en quien sabe done, pero a nuestro pobre sureño, ya no le importaba, solo ya no quería volver a llorar, mientas de se ponía en canclillas y seguía aplastando sus oídos, mientras el eco lo torturaba en ese enorme campo.
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Bueno eso es todo, espero y les guste VwV
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valquiriaposts · 1 year
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Él
Hace mucho tiempo que me dijeron que tenía que describir a mi hombre perfecto, después de muchos tropiezos, de conocer personas, de conocerme cada día un poco más a mi misma, puedo empezar a describirte; y es que hoy sé que no existe el hombre perfecto pero sí existe aquel hombre cuyas cualidades me hagan vibrar y amar, cuya alma sensible me inspire a ser mejor y cuyos pasos caminen a la par de mí.
No tiene que ser el más tierno, pero sí cariñoso, que le gusten las actividades al aire libre como a mi, tiene que ser atlético, que sea un ser noble que me inspire con sus acciones y me infle el corazón al saberlo a mi lado, tiene que tener un aroma en su piel peculiar que me invada de su fragancia natural, es muy importante que sea inteligente y audaz, que se sepa exitoso y crea en su potencial, un hombre que vaya por el mundo sin tantos miedos y tabúes, que tenga una mente abierta a las posibilidades de la vida, que sea tan libre cómo quiera ser y que quiera compartir esa libertad conmigo. Que sea un romántico natural, y que su piel arda al contacto con la mía, algo de sensualidad y lujuria no le vendría mal, tiene que ser divertido y un poco loco cómo yo, que ame y disfrute la música que a mi me gusta para que cuando nos perdamos por ahí disfrutemos del camino juntos, tiene que tener alma de explorador para que cuando la rutina nos alcance, nos inventemos cosas nuevas.
Un hombre amable, bondadoso y con sentido de justicia que me haga admirarle, hoy entiendo que la palabra admiración es demasiado importante, quiero admirarlo tanto cómo él a mi. Que sea muy trabajador y que ame lo que hace, que tenga la misma pasión por la vida y por lo que hace. 
Debe de ser un buen hijo, que cuide y proteja a su madre y padre, eso me dirá mucho acerca de cómo cuidará su familia, tiene que tener una parte espiritual, ya que el tener fe y ser fiel a sus creencias es no traicionarse a él mismo.
Me gustaría un hombre amoroso y detallista, que tenga esa atención en los pequeños detalles que marquen mis días, sé que no siempre se podrá pero que cuando suceda yo sepa que nunca dejará de sorprenderme, ya que para mí esto es el amor, la capacidad de a pesar de todo, de la rutina del día al día, nunca se vaya el recuerdo de un te amo y de un aquí estoy para ti ya sea en palabras o en detalles.
Un hombre que este dispuesto a aprender y a juzgar menos, que siempre sea consciente del poder de sus palabras y que aún en los peores momentos, entienda los puntos de vista de los demás o él porque de las acciones, sin tantos juicios.
Un hombre del cuál me sienta parte de su equipo, que ambos juguemos en la misma cancha y en el mismo idioma, el idioma del amor, de la afinidad, cuya compatibilidad sea tan alta que a pesar de las dificultades nunca dejemos de jugar del mismo bando. Un hombre que me ayude a crecer como ser humano, cómo mujer y que esté orgulloso de sentirme a su lado y juntos lograr las metas trazadas.
Sé que hay alguien por ahí, aguardando por mí, aún no sé quién eres pero justo en este momento ya tengo una idea de cómo quiero que seas, espero algún día poderte enviar este texto y decir TE ENCONTRÉ !
Con amor VQ.
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gelsominastyle · 1 year
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La sexualidad y las mujeres
Que carajo pasa en el mundo de hoy? Hola si que tal, año 2023, siglo XXI, feminismo empoderadisimo, Argentina es tri-campeón mundial (muchaaaachos) y aun así parece que las mujeres tenemos que seguir disculpándonos, o sintiéndonos culpables por querer coger?! (Si dije coger, big deal!).
Hace poco empece a chatear con un Irlandes, lo conocí en una app de citas (primera puta vez que le doy una oportunidad a estas cosas), el tipo a mis ojos es LA bomba! Pelo negro, ojos azules, gracioso, lomazo!! y, como dije antes, Irlandes (lo cual para mi es un big big big plus).
Anyway, la cosa es que comenzamos a chatear y chiste va chiste viene (porque realmente acá ninguno de los dos en ningún momento se comprometió con una conversación verdaderamente seria) la cosa se empezó a encender (bah, a picantear), el tipo me provocaba, de esa forma medio sutil medio explicita en la que a mi me gusta ser provocada, y por su puesto que yo no me voy a amedrentar y voy a responder! Hello! Soy Argentina, sol en Aries y ascendente en Leo, sabes el RE TRUCO que te voy a cantar?!
Un detalle que me olvide de mencionar hasta acá (ademas de lo espectacular que estaba para mi ese muchacho) es que el tipito vive a tres horas en tren! Repito TRES-HORAS-EN-TREN …. Si todo bien, es una hermosa zona de playa y mar acá en Italia (ah si, en este momento estoy viviendo en Italia) pero no esta en el top que yo hubiera decido visitar en el weekend de no ser porque el bebo vive ahi.
Teniendo todo esto en cuenta, esta clarisimo, clariiiisimo que yo no me iba a andar con rodeos y cuando el flaquito propuso encontrarnos y pasar un finde en sus pagos (así lo puso, y no, no le llevo casi nada de tiempo hacerlo), obviamente que deje mis intenciones bien claras: yo a vos te quiero comer! Okay lo admito, no fue ni tan cortito, ni tan al pie, y mucho menos tan sutil, simplemente subí un poco mas la apuesta de la charla ya de por si hot que estábamos teniendo, pero es que no hay chances que yo me vaya a ir a la loma del orto para que juguemos a la cenita y cafecito románticos llenos de preguntas de esas de las primeras citas (las cuales detesto btw) y después me vuelva a mi casa (repito treeees hooooraaaas) llena de ganas y sin descargo porque acá en Europa las nenas no tienen relaciones en la primera cita (aunque así lo quieran) y los hombre “te respetan” y por tanto “te esperan”. NO WAY! Soy latina señores! Tengo sangre, y tengo deseos, y los quiero satisfacer!
Y aca es donde la diversion empezó a encontrar baches en el camino, el sexting no tardo mucho en llegar (si, se fue de las manos, hubo fotos y todo - sin cara, ni marcas/lunares, ni tatuajes chicas please! - pero que hermosas fotos por Dios!) y mientras yo la pasaba bomba al comprobar que los dos disfrutábamos de las mismas cosas y que estaba igual o mas bueno bajo la ropa de lo que se veía vestido, a él parecería que las dudas, inseguridades, machirulismo (ni siquiera se como llamarlo) empezó a atacarlo, pues como dije antes “las nenas bien no se supone que nos comportemos así”, y con ello aparecieron las preguntas, primero de forma “sutil”: “o a vos te gusta mucho el sexo en general o es que te gusto yo”, después ya mas directo: “haces esto siempre?”, “cuanto hace que no tenes relaciones sexuales?”, “quiero tratar de entender con que frecuencia lo haces”, “ni siquiera nos conocemos, como puede ser que me quieras?” (as in “I want you”, sexually) …. Y después aun mas preguntas “me querías coger desde el mismo momento que matcheamos no?”, “estas buscando casual sex o un marido irlandés?” … Que se yo irlandés, que se yo?! Hasta hace dos segundos estaba buscando una buena sesión de auto placer mientras alimentaba mi fantasia con tus mensajes hasta que vos elegiste el peor de los timings para volcar tus dudas!!
Y ojo, no es que diga que no tiene derecho a preguntar o querer saber cosas, le doy la derecha en que se anime a expresarlas (cof cof ego masculino) pero saben una cosa, si yo fuera hombre no hay ni una minima pizca de chance que me tenga que enfrentar a ninguna de esos comentarios o cuestionamientos, pues mi genero si podría estar haciendo libremente estas cosas!
Ahora, yo podría decir que estas cosas la verdad que no me afectan en lo mas mínimo pues estoy plenamente orgullosa del ser hermosamente sexual que soy, pero no es así, al toque empece a freekear: que me deje llevar muy rápido y ahora iba a ser por siempre vista como la “fácil”, que se iba a arrepentir porque quien quiere tener sexo con la “promiscua” y se iba a bajar del plan, que había dado demasiado muy rápido (el dio mas lo juro … ven! Hasta acá me estoy justificando!!) en fin, mi cabeza entro en un espiral del que no parecía poder salir, ansiedad en su maxima expresión, y todo porque? Porque me gusta disfrutar del sexo con quien y como yo decida hacerlo así sea que a la persona la conocí hace muy poco en una app? Sinceramente me parece un montón, y aun así no pude evitar que me afectara.
Una cosita que quiero agregar aca …. El irlandés puede haberme hecho esas preguntas, si, pero el jamas dejo de mostrar interés o hizo comentarios o tuvo acciones que me dijeran realmente o directamente que porque avance rápido no quería nada. Todas estas sensaciones e inseguridades salen solitas y desde mi cabecita, capaz por experiencias o rechazos pasados, lo tengo que analizar fuertemente, pero no es de aca. Entonces si ahora estoy dudosa o con miedos es por mi no por el (aunque si, fue el quien hizo las preguntas que me llevaron a este lugar, maldito patriarcado).
Aun no se que va a pasar con este chateante, me encantaría decir que me chupa lo que suceda pero creo que ya quedo bien en claro que yo quiero 1.000% que esto se de, pero aun si no es el caso, y a pesar de mi ansiedad y miedos, hay algo que nadie me va a quitar y eso es que me anime a esta nueva experiencia que tan rara, acartonada e incomoda me resulta y por eso estoy muy orgullosa. Y les digo mas, si este nene se tira para atrás pues es su perdida por cagon, enjuiciador, machirulo porque se va a estar perdiendo un minon (si me dije minon y todas nos tendríamos que decir lo mismo a nosotras mismas de vez en cuando), alguien con quien podría pasarla espectacularmente a nivel sexual y mantenerse entretenido entre las pausas. En lo que respecta a mi, yo no le ruego a nadie, sera lo que tenga que ser, puede que mi ego y orgullo resulten heridos o enaltecidos pero me abro a recibir lo que venga con la sola condición de bajo ningún concepto dejar de ser yo en ningún momento porque un garche lo puedo ganar o perder pero si me pierdo a mi misma en el proceso e intento de agradar a alguien pues eso si que seria una verdadera y grande desilusión.
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lectordemaldiciones · 7 months
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Oct 11 - Wolfsbane
Ella alza su copa y luego la vacía sobre el cabello del muchacho, mechones negros gotean líquido espeso y oscuro y eso, la hace reír.
Jesse no siente miedo, no confía en él, y aun con eso, él no siente el mismo desprecio por los demás sentimientos; él se ha entregado hace tantos años al odio, que no le es muy difícil abrirle la puerta y dejarlo consumirle. Jesse quiere consumirla, desintegrarla hasta que no quede nada.
Su piel arde, siente como el veneno se desliza por su cuero cabelludo y cuello y este le va quemando y despellejando lentamente, llega a su espalda y se pierde. La tortura ya era tradición, algunas veces ella usaba sus manos, otras veces el cuero y otras veces su voz. Hoy fue diferente, hoy ella había encontrado un veneno efectivo.
— Jessie, cariño, juguemos un juego.
Él no responde, si algo hace es cerrar los ojos para fingir que ella no existe. Sus cuerpo mallugado permanece rendido, hace más de dos noches que ha desistido de querer desatarse. Sus muñecas queman al rojo vivo. Su cabeza ha empezado a doler y sabe que el corte palpitante en su muslo no ha sanado si quiera un poco. Jesse no está sanando. Pocas cosas mortifican en esta vida como el que un sanador sea incapaz de curarse a sí mismo.
— No me estás escuchando, príncipe. – Ella le toma la quijada, evitando tocar cualquier gota en su rostro. – Jugarás conmigo, cada que respondas con algo erróneo, te sancionaré.
— ¿Y si no juego?
— Ah, ¿quieres que traiga a alguien más a jugar, profeta?
Él le escupe la cara, encontrándose con una mujer diferente a la que estaba hablando. Ella lo mira sin nada en los ojos y él está seguro, que ella ha conocido la muerte antes; nadie tiene aquella mirada de a gratis.
Las flores de acónito crecen como maleza en la zona muerta. Flores azules bailan al ritmo de un viento que llega de ninguna parte, ellas se tocan y ríen entre ellas, como si supieran los secretos más oscuros del mundo y se negaran a revelarlos.
Tal vez lo hacen.
Ava le sonríe, extiende su mano y Jesse tiene que dudar antes de tomarla. Aquello era una ilusión, pero no por ello a Jesse le era menos difícil aceptar que alguien lo tocara. Como ilusión o como cuerpo, a él siempre lo pudieron dañar hasta dejar marca.
— ¿Y bien? ¿recuerdas el camino?
— Sí, pero hemos aparecido demasiado lejos. Ella… tiene un castillo en el espesor del bosque, era más fácil mantenerme dócil cuando había kilómetros entre su morada y la frontera más cercana.
Él alza los hombros. Ava no dice nada, pero Jesse no cree que lo necesite.
Ellos están en su mente, él le ha abierto una de sus habitaciones para que ella sea capaz de conseguir respuestas.
Luego de su secuestro, la Liga de la Justicia y los Titanes montaron guardia en su departamento. Si Jesse hubiese sido otra persona, se hubiese sentido alagado, pero él sabía que ni siquiera su hermana estaba hurgando en su mente porque le hubiese preocupado la posibilidad de que Jesse muriera. Él era solo el profeta, que el lado de los malos consiguiera cualquier información era una amenaza.
— Nunca había visto a Dione tan molesta. – Comenta la muchacha, rosando sus dedos contra los pétalos azules. Jesse se pregunta si los venenos pueden afectarte en los recuerdos, entonces decide indicarle que no vuelva a tocar nada.
Ella sigue: — Sé que no somos las mejores hermanas del mundo, tú no eres el mejor hermano del mundo. Pero eres nuestro – Se han detenido, no porque el camino se detuviera, pero porque ella se ha volteado para enfrentarlo. Sus ojos se mantienen secos, pero su voz falla. – Acabaría con el mundo si el precio fuera protegerte.
— Ava, eres una heroína, las heroínas sacrifican todo por el mundo. No tienes que decir esas cosas, está bien, estoy bien.
Ella niega un par de veces. – No me importa un mundo si en él no existes tú, Jess. Tú puedes creer lo que quieras, que eres odiado o insignificante, pero sé que eres quien ofreció pagar la beca de Dione, eres quien decora mi cuarto con flores cada mes, eres el que regala anillos de protección a todos los que le importan, eres el que nos buscaba y protegía aún sin que significáramos nada para ti. Eres el peor hermano del mundo, el que cree que no es necesario, el que podría morir como sacrificio sin dudarlo, pero eres el nuestro, eres el mío, y los Roth jamás abandonamos a nuestra familia.
No puede verla, pero ella lo entiende, son hermanos, después de todo, comparten lazos de magia, después de todo. Le aprieta la mano y lo hace seguir caminando, el chico aún le tiene que mostrar el camino.
Cuando abre los ojos, una muchacha rubia sentada en su cama le sonríe. Ella aparta un trapo y lo remoja en una vasija al lado de su cama.
— Conseguimos trazar la ruta, no quise despertarte cuando dejamos la zona muerta. Aun debes descansar.
Los primeros días, hablar le causaba un gran dolor, el veneno de acónito es como un acido que le devoró la mucosa. Ava pasa el trapo por su brazo, dejando que el chico observe la forma en que las zonas donde el veneno tocó su piel se encuentran casi curadas; su única huella serán manchas blancas.
Según las leyendas, luego de uno de los trabajos de Hércules, Cerbero, derrotado y a las afueras de su mundo, salivó en la tierra y creó una de las flores más venenosas que existen. Jesse conoció figuras como la de Cerbero, y no dudaba de las capacidades de los perros infernales para crear venenos tan mortíferos como para que él mismo no pudiera luchar contra ellos.
— Me ha jodido mitad de los tatuajes.
— Me niego a creer que has gastado tu primer chiste de esa forma. – Zyonn murmura a su lado.
Ava sonríe de medio lado, restregando aquel trapo contra su piel. — ¿Jesse? ¿cuándo Jesse ha sabido contar chistes?
— Dejaré que me vuelvan a secuestrar y esta vez moriré solo para que te arrepientas de lo que acabas de decir.
Aquello, por supuesto, le valió para ser insultado.
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zahravi · 8 months
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📍 sala pequeña @leearen @yongsaengz
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‘ qué aburrimiento ’ la queja en voz alta va para sí, se remueve en su asiento hasta dar con el primer rostro cercano. ‘ oye, tú ’ busca la atención foránea al remover las manos. ‘ juguemos a algo, ¿las preguntas te van bien? ’ no le da opción a decidir, pues las palabras se atropellan después. ‘ empiezo yo ’ chasquea la lengua, como si estuviera apunto de hacer la pregunta más importante del mundo. al final, no es más que una tontería: ‘ ¿alguna vez mataste a otro vampiro? ’
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paraalguiendenadie · 11 months
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Como decirle al mundo que estoy cansada y no quiero seguir en él, que si me toca seguir, quiero una relación de película, donde yo sea su mundo hasta el último día de su vida, que sea mayor o de mi edad, donde tenga sus metas clara y tenga claro que quiere de una relación y pareja, que le guste los videojuegos y juguemos juntos... Creo que pido mucho, pero no pierdo la fe de encontrarlo.
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amiguiz · 1 year
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El problema de dedicarte a la escritura es la pérdida del placer inmediato. No. No su pérdida. El adormecimiento. No sé cómo decirlo, pero la cacería se complica, y en esta búsqueda la escritora avanza peligrosamente hacia la neurosis (madre potencial de adicciones).
En mi primer semestre en Utep, lo recuerdo perfectamente, tomé una de las clases que me cambiarían la vida. Poesía y novela, juntas, de la mano de Sasha Pimentel (Sasha, esa joya en la caverna que puede llegar a ser Utep; una joya por la que vale la pena cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio). Tons, estaba yo en mi primera clase, recién llegada de mi natal Xico Viejo, cuando se aparecieron dos escritores de los grandes, dos alumnos del tercer año cuya presencia desenfadada, revestida de importancia, de inmediato me transportó a la secundaria, a los eventos donde convivíamos los nuevos con los que estaban a punto de graduarse. Me sentí pequeña, recuerdo eso, pequeña, verde y aldeana. Desmembraron un texto para analizarlo de una manera que yo no había visto antes. Paz, paz, tijeretazos de pollero. Esto es efectivo, eso está sobrado, aquí es evidente la manufactura, esto es un logro, esto es un hallazgo. Conclusión: buen texto.
Pero en ningún momento dijeron si les había gustado. (Se sabe que en los talleres está prohibido hablar de gusto, pero esta clase no era un taller, no todavía. Estábamos analizando una novela consagrada, la cual, por cierto, a mí me había quitado el sueño, el hambre y la respiración, pues era una novela hermosa).
Recuerdo que pensé: Ya no sienten ningún placer por la literatura (por la lectura, que compone un gran porcentaje del oficio del escritor). Me asusté. Pensé: Espero que nunca me pase lo mismo.
Pero me pasó.
Bueno, no exactamente.
Lo que sucede es que después de un rato leyendo, se vuelve imposible quitarse los lentes. Yo no sé si un chef sea capaz de probar un platillo nuevo y no intentar adivinar cómo lo hicieron. O si un músico sea capaz de escuchar una canción y no medir los compases. O si... etcétera. Pero a mí me cuesta mucho trabajo leer un cuento y no analizar, de entrada, el establecimiento. Ok, ¿cuáles son las reglas? Tengo a una primera persona omnisciente en evocación... Ok. Listo. Entendido. Juguemos.
¡Pero a veces pasa!
Es lo que hablábamos con Rodrigo el otro día. ¡A veces pasa!
¿Es doble o triplemente milagroso? ¿Es como una de esas joyas de caverna, un momento Ratatouille, una maldita, increíble, hermosa suspensión del mundo? 
“Es maravilloso”, dijo Rodrigo.
Esas son las palabras correctas.
Es maravilloso.
(Exagero cuando implico que estoy atrofiada. Sigo disfrutando mucho la lectura. Pero mentiría si no aceptara que mi relación con ella se ha complejizado). 
Es maravilloso que me siga ocurriendo eso de que se me suspenda el mundo. Me pasó el otro día con un cuento de Rodrigo Fuentes que se llama Buceo.
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soyximenajasso · 18 days
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¿Somos los directores o actores de nuestras vidas?
Desde que los seres humanos comenzamos a hacer preguntas existenciales, como "¿Por qué los gatos siempre caen de pie?" o "¿Los caballos tienen dolor de caballo?", también hemos entrado en debates más profundos sobre si todo está predestinado o si somos los creadores de nuestro propio destino.
Desde una perspectiva filosófica, algunos sostienen que nuestras vidas están completamente escritas como un libro, con cada suceso siendo escrito por alguien más. Por otro lado, el existencialismo habla de que somos los autores de nuestras propias vidas, decidiendo qué poner en cada página.
En el ámbito religioso, algunas religiones creen en la existencia de un destino divino, un poco como tener un GPS celestial que te dice hacia dónde ir. Pero incluso dentro de las tradiciones religiosas, hay debates sobre si tenemos la libertad de hacer una parada rápida o un desvío o si estamos preprogramados para seguir la ruta divina sin desviaciones.
La ciencia, por su parte, tiene muchas teorías, leyes y hechos científicos que aplican para esa duda. La tercera ley de Newton nos recuerda que por cada acción hay una reacción igual y opuesta. Y el efecto mariposa, ese pequeño insecto que aletea en un rincón del mundo y provoca un huracán en otro, al punto que nos hace dudar de si nuestras acciones cotidianas tienen consecuencias más allá de lo que imaginamos al punto de afectar el destino de los demás.
En mi opinión, el destino no existe y el resultado de nuestras vidas es una combinación de decisiones (tanto nuestras como de otras personas) y las consecuencias de estas. Realmente, si conectáramos todos los sucesos de nuestras vidas a las decisiones que influyeron en estas, veríamos que incluso las cosas a las que les echamos la culpa de ser razones de nuestras malas vivencias son consecuencias de nuestras decisiones o de las de alguien más. Y como yo creo en que lo comprobable, el destino se forma como dice la tercera ley de Newton, “con toda acción, hay una reacción igual y opuesta”, y también en el efecto mariposa, que plantea que pequeñas acciones pueden tener grandes efectos.
En conclusión y en mi opinión, preguntarse sobre el destino es como preguntarse sobre por qué las pizzas redondas vienen en cajas cuadradas, probablemente jamás encuentres la respuesta y si la encuentras no va a ser tan satisfactoria como esperarías. Ya sea que creamos en un destino predeterminado o en la idea de que somos los autores de nuestra propia vida, lo que realmente importa es cómo juguemos las cartas que nos tocan en ella.
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anotherhellsing · 1 month
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Cosas que a nadie le interesan, pero, extraño el rol y extraño escribir. Echo de menos aquellas letras y mundo donde nada importa, sólo fluir y vivir. Vamos, inspiración, vuelva a beber café conmigo y juguemos como en aquellos tiempos.
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morir-en-tus-labios · 10 months
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Me encantaria poder dormir contigo, te prometo mucha lujuria y un poco de llanto ya sabes de que va.
Poder dormir con el peligro de morir ahogado con tu cabello, dejar mi mano en tu cintura y talvez babear un poco, que talvez hables dormida o algo así. Que juguemos hasta golpearnos sin querer, que caigamos al suelo y corramos a besarnos o quejarnos. Actuar como locos e insensibles con el peor censo de humor del mundo. Viajar en nuestra ideas y poder lograrlas.
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patitas-de-elefante · 11 months
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Computina uxkshdjdid ❤️ , las que tienes son buenas consolas igual 👀
Hay un canal de Youtube que se llama "zedman", el men hace reseñas de juegos, varios son survivals de mundo abierto y demás que encuentras algún juego que te agrade ^^
Nunca he jugado el phasmo, no tengo tantos amigos que jueguen cosas online xjxkkd aunque se ve bueno. Estoy pegado con el hades y tengo pendiente el cyberpunk 2077, el earthbound y el happy's humble burguer farm que es muy loco fkkdkd, te lo recomiendo
Es posible uwu.
Juguemos phasmo, ah. Igual quiero probar el cyberpunk alguna vez en mi vida, pero con suerte puedo correr el Hogwarts Legacy de forma decente. 😔
Y cacho el último sólo por nombre, porque uno de mis mejores amigos lo juega jdjs. ¿De qué es? Me suena a una especie de overcooked. Amo el overcooked, pero en un momento se vuelve como jugar al uno, es decir, agarrándose a chuchás con todo el mundo.
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laazoteainfra · 1 year
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Claire Keegan o la perversidad corporal.
El nuevo canon de escritoras ha venido incrementando los últimos años, dándonos a conocer nombres como: Guadalupe Nettel, Samanta Shweblin, Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, entre otras. Eso, por su puesto, en el idioma español. Pero, ¿qué se está haciendo en distintas lenguas?, ¿quiénes son las referentes principales?
Vagando por las redes, de recomendación en recomendación, me encontré (trágico alivio) con Claire Keegan, la narradora irlandesa con apenas tres libros traducidos hasta la fecha. Uno de los cuales, es su cuentario "Antártida", título sencillo, paisajista, trágico, sabor a homicidios en la nieve sin nadie cerca.
Los personajes que Keegan desarrolla, son como títeres de un teatro infernal que están condenandos a morar incansablemente. Aunque sus libros resulten un poco difíciles de encontrar, siempre queda la opción de Buscalibre.com, la espera del envío valdrá la pena.
Les dejo aquí el que da título a su obra, espero lo lean de un solo tirón, para hacer de la experiencia algo memorable como tener fiebre en una habitación a oscuras y la boca cosida.
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ANTÁRTIDA
Cada vez que la mujer felizmente casada salía, se preguntaba cómo sería dormir con otro hombre. Ese fin de semana estaba decidida a descubrirlo. Era diciembre; sintió que se corría un telón sobre otro año. Quería hacer eso antes de ponerse demasiado vieja. Estaba segura de que se iba a desilusionar.
El viernes a la noche tomó el tren a la ciudad, se sentó a leer en un vagón de primera clase. El libro no llegó a interesarle; ya podía prever el final. Del otro lado de la ventana, las casas iluminadas pasaban veloces en la oscuridad. Había dejado afuera un plato de macarrones y queso para los chicos, había ido a buscar a la tintorería los trajes de su marido. Le había dicho que iba a hacer las compras de Navidad. No había razón para que no confiara en ella.
Cuando llegó a la ciudad, tomó un taxi hasta el hotel. Le dieron un cuarto pequeño y blanco, con vista a Vicar’s Close, una de las calles más antiguas de Inglaterra, una hilera de casas de piedra, con altas chimeneas de granito, donde vivía el clero. Esa noche se sentó en el bar del hotel a beber tequila con lima. Los viejos leían periódicos, no había mucho movimiento, pero no le importó, necesitaba una noche de descanso. Se metió en la cama que pagó y cayó en un sueño sin sueños, y se despertó con el sonido de las campanas que repicaban en la catedral.
El sábado fue hasta el shopping. Las familias habían salido a empujar cochecitos, a través de la muchedumbre matinal, un espeso torrente de personas que circulaba por las puertas automáticas. Compró regalos inusuales para los chicos, cosas que pensó no iban a imaginarse. Al hijo mayor le compró una afeitadora eléctrica —ya era hora—, un atlas para la niña y, para su marido, un costoso reloj de oro con esfera plana y blanca.
A la tarde se vistió, se puso un vestido color ciruela, tacos altos, su lápiz labial más oscuro y volvió al centro. Una canción de fonola, «La balada de Lucy Jordan», la atrajo al pub, una cárcel transformada, con barrotes en las ventanas y un techo bajo brillante. En un rincón, titilaban las máquinas tragamonedas y, en el momento en que se sentó en el taburete junto a la barra, por la canaleta cayó un montón de monedas.
—Hola —le dijo el tipo que estaba sentado al lado de ella—. No te había visto antes.
Tenía tez rojiza, una cadena de oro debajo de la camisa hawaiana de cuello abierto, cabello color barro y su vaso estaba casi vacío.
—¿Qué estás tomando? —preguntó ella.
Resultó ser un verdadero parlanchín. Le contó la historia de su vida, que trabajaba por las noches en un geriátrico. Que vivía solo, era huérfano, que no tenía familiares, salvo un primo lejano al que nunca había conocido. No llevaba anillo en el dedo.
—Soy el hombre más solitario del mundo —dijo—. ¿Qué hay de ti?
—Soy casada —le dijo, antes de saber lo que estaba diciendo.
Él se rio.
—Juguemos al pool.
—No sé jugar.
—No importa —dijo el hombre—. Te enseñaré. Vas a embocar esa negra antes de darte cuenta.
Puso monedas en una ranura y tiró de algo, y un pequeño estruendo de bolas de billar se derramó dentro de un agujero oscuro debajo de la mesa.
—Rayadas y lisas[1] —dijo, poniéndole tiza al taco—. O eres unas o eres otras. Yo empiezo.
Le enseñó a inclinarse y medir la bola, a observar la bola del taco cuando le daba, pero no la dejó ganar ni un juego. Cuando ella fue al baño, estaba borracha. No pudo encontrar la punta del papel higiénico. Apoyó la frente contra el frío del espejo. No recordaba haber estado tan borracha alguna vez. Bebieron sus copas y salieron. El aire le dolía en los pulmones. Las nubes se estrellaban unas contra otras en el cielo. Dejó caer la cabeza hacia atrás para verlas. Deseó que el mundo pudiera volverse de un rojo fantástico y escandaloso para combinar con su humor.
—Caminemos —dijo él—. Te llevaré a dar una vuelta.
Caminó a la par de él, oyendo el crujido de su campera de cuero, mientras él la guiaba por una vereda donde se curvaba el foso que había alrededor de la catedral. Afuera del Palacio del Obispo había un viejo que vendía pan duro para los pájaros. Le compraron y se quedaron junto al borde del agua, alimentando a cinco cisnes cuyas plumas se estaban poniendo blancas. Unos patos marrones cruzaron el agua volando y aterrizaron en el foso con un leve y delicado movimiento. En el momento en que un labrador negro se apareció a los saltos por la vereda, un desorden de palomas levantó vuelo al mismo tiempo, y se posó mágicamente sobre los árboles.
—Me siento como si fuera San Francisco de Asís — dijo ella riéndose.
Empezó a llover; sintió que la lluvia caía sobre su rostro como si fuera pequeñas descargas eléctricas. Volvieron sobre sus pasos hasta el mercado, donde se habían montado puestos protegidos por una lona alquitranada. Vendían de todo: libros hediondos de segunda mano y porcelana, grandes estrellas federales rojas, coronas navideñas, adornos de cobre, pescado fresco que yacía sobre hielo, con ojos muertos.
—Ven a casa —le dijo él—. Te cocinaré.
—¿Me cocinarás?
—¿Comes pescado?
—Como de todo —dijo la mujer y él parecía divertido.
—Conozco a las de tu tipo —dijo el hombre—. Eres salvaje. Eres una de esas mujeres salvajes de clase media.
Escogió una trucha que se veía como si todavía estuviese viva. El pescadero le cortó la cabeza y la envolvió en papel metalizado. A una mujer italiana que atendía el puesto al final de la feria el hombre le compró un frasco de aceitunas negras y un pedazo de queso feta. Compró limas y café de Colombia. Siempre, cuando pasaban delante de los puestos, le preguntaba a ella si quería algo. Era desprendido con el dinero, lo llevaba arrugado en los bolsillos, como si fuera facturas viejas, ni siquiera alisaba los billetes cuando los daba. Camino a la casa de él, se detuvieron en una licorería, compraron dos botellas de Chianti y un número de la lotería, todo lo cual ella insistió en pagar.
—Si ganamos, dividimos —dijo la mujer—. Vamos a las Bahamas.
—Sí, puedes esperar sentada —le dijo el hombre y la vio cruzar la puerta que él le había abierto. Pasearon por calles adoquinadas, dejaron atrás una barbería en la que un hombre, sentado con la cabeza hacia atrás, estaba siendo afeitado. Las calles se hicieron angostas y serpenteantes: ahora estaban fuera de la ciudad.
—¿Vives en los suburbios? —preguntó la mujer.
Él no respondió, siguió caminando. La mujer sintió el olor del pescado. Cuando llegaron a un portón de hierro forjado, él le dijo «dobla a la izquierda». Pasaron debajo de una arcada que daba a un callejón sin salida. Él abrió la puerta de una casa de esa cuadra y la siguió escaleras arriba en dirección al piso más alto.
—Sigue caminando —le decía, cuando ella se detenía en los descansos. Ella se reía nerviosa y subía, volvía a reírse nerviosa y volvía a subir. Arriba de todo se detuvo.
La puerta necesitaba aceite; los goznes chirriaron cuando se abrió. Las paredes del departamento no tenían adornos y estaban amarillentas, los alféizares estaban polvorientos. En la pileta de la cocina había una taza sucia. Un gato persa blanco saltó de un sofá en la sala de estar. Estaba abandonado, como un lugar donde ya no viviera nadie; olor a humedad, ningún signo de teléfono, ninguna foto, adornos, árbol de Navidad. El gomero del living se arrastraba por la alfombra en dirección a un cuadrado de luz que venía de la calle.
Había en el baño una gran bañera de hierro fundido, con patas de acero azul.
—Un baño —dijo ella.
—¿Quieres un baño? —preguntó el hombre—. Pruébala. La llenas y te metes. Vamos, adelante.
La mujer llenó la bañera, mantuvo el agua tan caliente como pudo soportarla. Él entró y se desnudó hasta la cintura, y se afeitó en el lavabo, dándole la espalda. Ella cerró los ojos y lo escuchó batir la espuma de afeitar, golpear la navaja contra el lavabo, afeitarse. Era como si ya lo hubieran hecho antes. Pensó que él era el hombre menos amenazador que hubiese conocido. Se apretó la nariz y se deslizó debajo del agua, oyendo cómo la sangre le bombeaba en la cabeza, el ajetreo y la nube en su cerebro. Cuando emergió, él estaba ahí, entre el vapor, limpiándose rastros de espuma de afeitar del mentón, sonriente.
—¿Te diviertes? —preguntó él.
Cuando él se puso a enjabonar una toalla de mano, ella se incorporó. El agua le caía por los hombros y le chorreaba por las piernas. Él comenzó por los pies y fue subiendo, enjabonándola lenta y enérgicamente. La mujer lucía bien a la luz amarilla de la espuma; levantaba los pies y los brazos y, ante su requerimiento, se daba vuelta como una niña. La hizo meterse nuevamente en el agua y la enjuagó. La envolvió en una toalla.
—Ya sé lo que necesitas —le dijo él—. Necesitas que te cuiden. No hay una sola mujer en el mundo que no necesite que la cuiden. No te muevas —añadió y salió para volver con un peine y comenzar a peinarle los nudos del cabello—. Mírate. Eres una verdadera rubia. Tienes vello rubio, como un durazno. —Y los nudillos de él se deslizaron por su nuca y siguieron por su columna.
Su cama era de bronce con un acolchado blanco de duvet y fundas de almohada negras. Ella le desabrochó el cinturón, se lo sacó de las presillas. La hebilla tintineó cuando tocó el suelo. Lo liberó de los calzoncillos. Desnudo no era bello, aunque había algo voluptuoso en él, algo inquebrantable y recio en su constitución. Tenía la piel caliente.
—Suponte que eres América —le dijo ella—. Yo seré Colón.
Debajo de la ropa de cama, entre la humedad de los muslos del hombre, ella exploró su desnudez. El cuerpo de él era una novedad. Cuando los pies de ella se enredaron en las sábanas, se las sacó de encima. En la cama, ella tenía una fortaleza sorprendente, una urgencia que lo lastimaba. Lo tomó del cabello y le llevó la cabeza hacia atrás, borracha con el olor de un extraño jabón en el cuello de él. El hombre la besó y la besó. No había ningún apuro. Sus palmas eran las manos ásperas de un obrero. Lucharon contra su deseo, combatieron contra lo que al final les iba a ganar.
Después, fumaron; ella no había fumado en años, había dejado después del primer hijo. Se estiraba para buscar el cenicero, cuando, debajo de su radio reloj, vio un cartucho de escopeta.
—¿Qué es eso?
Lo levantó. Era más pesado de lo que parecía.
—Ah, eso. Es algo que me regalaron.
—Qué regalo —dijo la mujer—. Parece que no solo te gustan los tiros del pool.
—Ven acá.
Ella se acurrucó contra él y rápidamente se durmieron, el adorable sueño de niños, y se despertaron en la oscuridad, hambrientos.
Mientras él se hacía cargo de la cena, ella se sentó en el sofá, con el gato en el regazo, y miró un documental sobre la Antártida, millas de nieve, pingüinos que arrastraban las patas con vientos bajo cero, el Capitán Cook navegando en busca del continente perdido. Él se apareció con una servilleta en el hombro y le ofreció una copa de vino helado.
—Tú —le dijo— tienes algo con los exploradores. —Y se inclinó sobre el respaldo del sofá y la besó.
—¿Con qué te ayudo? —preguntó la mujer.
—Con nada —respondió él y volvió a la cocina.
Ella bebió su vino y sintió cómo el frío le bajaba por el estómago. Lo podía oír cortando verduras, el hervor del agua sobre la hornalla. El olor de la cena flotó por los cuartos. Coriandro, jugo de lima, cebollas. Podría seguir borracha; podría vivir así. Él volvió y dispuso los cubiertos en la mesa, encendió una vela verde y gorda, dobló las servilletas de papel. Se veían como pirámides pequeñas y blancas, bajo la vigilancia de la llama. Ella apagó el televisor y acarició al gato. Su pelo blanco cayó en la bata azul oscura, de talla mucho más grande que la suya. Vio el humo del fuego de otro hombre del otro lado de la ventana, pero no pensó en su marido, y su amante tampoco mencionó la vida hogareña de ella ni una vez.
En cambio, con ensalada griega y trucha grillada, por alguna razón la conversación tuvo al infierno como tema.
De niña, le habían dicho que el infierno era diferente para cada persona, la peor de las situaciones posibles que uno imaginara.
—Siempre pensé que el infierno sería un sitio insoportablemente frío, en el cual una estaría medio congelada, pero sin perder la conciencia y sin sentir verdaderamente nada —dijo la mujer—. No habría nada, salvo un sol frío y el diablo, allí, mirándote.
Tembló y se sacudió. Estaba colorada. Llevó la copa a sus labios e inclinó el cuello hacia atrás mientras tragaba. Tenía un cuello hermoso y largo.
—En ese caso —dijo él—, para mí, el infierno estaría desierto; no habría nadie. Ni siquiera el diablo. Siempre quise considerar que el infierno está poblado. Todos mis amigos irán al infierno.
El hombre le echó más pimienta a su plato de ensalada y arrancó un pedazo blanco del centro del pan.
—En la escuela —dijo la mujer, sacándole la piel a su trucha—, la monja nos dijo que el infierno iba a durar toda la eternidad. Y cuando le preguntamos cuánto iba a durar la eternidad, nos contestó: «Piensen en toda la arena del mundo, todas las playas, toda la arena de las canteras, el lecho de los océanos, los desiertos. Ahora imagínense todos esos granos en un reloj de arena, una clepsidra gigante. Si por año cae un grano de arena, la eternidad es el lapso que a toda la arena del mundo le toma atravesar ese vidrio». ¡Qué te parece! Nos aterrorizó. Éramos muy niñas.
—Aún no crees en el infierno —dijo él.
—No. ¿Qué te creíste? Ojalá la hermana Emmanuel pudiera verme ahora, cogiéndome a un completo desconocido. Qué risa —dijo y, sacándole una escama a la trucha, comió un pedazo con las manos.
Él dejó los cubiertos de lado, apoyó las manos sobre sus propios muslos y se la quedó mirando. Estaba satisfecha, jugaba con la comida.
—De modo que piensas que también todos tus amigos irán al infierno —dijo la mujer—. Qué bien.
—Pero no al de tu monja.
—¿Tienes muchos amigos? Supongo que conoces gente del trabajo.
—A algunos —respondió—. ¿Y tú?
—Tengo dos buenos amigos —dijo ella—. Dos personas por quienes moriría.
—Tienes suerte —le dijo el hombre, y se levantó para hacer el café.
Esa noche, él fue voraz, entregándose totalmente a ella. No había nada que no habría hecho.
—Eres un amante generoso —le dijo ella más tarde, pasándole un cigarrillo—. Eres muy generoso y punto.
El gato se trepó a la cama y la sobresaltó. Había algo escalofriante en ese gato.
Las cenizas del cigarrillo cayeron sobre el acolchado, pero estaban demasiado borrachos como para preocuparse. Borrachos y descuidados y en la misma cama la misma noche. En realidad, todo era muy simple. Del departamento de abajo comenzó a subir música navideña. Canto gregoriano, monjes cantando.
—¿A quién tienes de vecino?
—Oh, a una viejita. Sorda como una tapia. Canta, también. Ahí abajo está en su mundo, tiene horarios extraños.
Se dispusieron a dormir; ella, con la cabeza apoyada en el hombro de él. Él le acariciaba el brazo, arrullándola como a un animal. La mujer imitó el ronroneo de un gato, haciendo sonar las erres de la manera en que le habían enseñado en las clases de castellano, mientras el granizo golpeteaba contra los cristales de las ventanas.
—Te voy a extrañar cuando te vayas.
Ella no dijo nada, se quedó ahí mirando cómo cambiaban los números rojos de la radio reloj hasta que se quedó dormida.
El domingo la mujer se despertó temprano. Durante la noche había caído una helada blanca. Se vistió, lo observó dormir, con la cabeza sobre la almohada negra. En el baño, miró dentro del botiquín. Estaba vacío. En el living, leyó los lomos de los libros. Estaban ordenados alfabéticamente. Atravesando el pavimento traicionero, se encaminó al hotel para pagar la cuenta. Se perdió y tuvo que preguntarle cómo seguir a una señora de aspecto preocupado y con un caniche. En el lobby del hotel resplandecía un gran árbol de Navidad. Su valija estaba abierta sobre la cama. La ropa olía a humo de cigarrillo. Se duchó y se cambió. La mucama llamó a las diez, pero ella le indicó que se fuera, le dijo que no la molestara, le dijo que nadie debería trabajar los domingos.
En el lobby, se sentó en la cabina de teléfono y llamó a su casa. Preguntó por los chicos, por el tiempo, le preguntó a su marido cómo había sido su día, le contó los regalos que les había comprado a los chicos. Volvería a los cuartos desordenados y revueltos, a los pisos sucios, a las rodillas lastimadas, a un vestíbulo con bicicletas y skates. Preguntas. Cortó, se dio cuenta de que detrás de ella había una presencia que esperaba.
—Nunca dijiste adiós.
Ella sintió la respiración de él en su cuello.
Ahí estaba, una gorra de lana negra le cubría las orejas, ocultándole la frente.
—Dormías —respondió.
—Te escabulliste —le dijo el hombre—. Eres discreta.
—Yo…
—¿Querías escabullirte para almorzar y emborracharte? —dijo, empujándola dentro de la cabina y besándola, un beso largo y húmedo—. Me desperté a la mañana con tu olor en las sábanas —le dijo—. Fue hermoso.
—Envásalo —respondió ella— y nos haremos ricos.
Almorzaron en un lugar con paredes de dos metros, ventanas en arco y piso de lajas. Su mesa estaba al lado del fuego. Comiendo carne asada con Yorkshire pudding, volvieron a emborracharse, pero no hablaron mucho. Ella bebía Bloody Marys y le decía al mozo que no fuera tímido con la salsa tabasco. Empezaron con cerveza, luego pasaron a los gin tonics, todo lo que pudiese alejar la perspectiva inminente de su separación.
—Por lo general, yo no bebo así —dijo la mujer—. ¿Y tú?
—No —dijo él y le hizo una seña al mozo para que trajera otra ronda.
Se tomaron más tiempo del debido con el postre y los diarios dominicales. Vino la patrona y echó más leña al fuego. En un momento dado, mientras daba vuelta la página del diario, ella levantó la vista. Él le estaba mirando fijo la boca.
—Sonríe —dijo el hombre.
—¿Qué?
—Sonríe.
Sonrió y él se estiró para poner la punta de su dedo índice contra los dientes de ella.
—Listo —le dijo, mostrándole un pedacito de comida —. Ya está.
Cuando pasaron por el mercado, caía una niebla espesa sobre la ciudad, tan espesa que ella apenas podía leer los carteles. Los vendedores domingueros rezagados, salidos para hacer las ventas de Navidad, mostraban sus porcelanas.
—¿Terminaste con las compras de Navidad? —preguntó ella.
—No. ¿Acaso tengo a alguien a quien regalarle algo? Soy huérfano. ¿Recuerdas?
—Lo siento.
—Vamos. Caminemos.
Él la tomó de la mano y la condujo por una calle sucia que daba a un bosque negro, más allá de las casas. Le apretaba la mano; a ella le dolían los dedos.
—Me estás lastimando —le dijo.
Dejó de apretarla, pero no se disculpó. La luz abandonaba el día. El atardecer avanzaba sobre el cielo, sobornando a la luz para que oscureciese. Caminaron un buen rato sin hablar, limitándose a sentir el silencio del domingo, oyendo a los árboles que se tensaban contra el viento helado.
—Me casé una vez, estuve en África de luna de miel —dijo repentinamente el hombre—. No duró. Tenía una casa grande, muebles, de todo. Era una buena mujer; también, una maravillosa jardinera. ¿Viste la planta esa que hay en mi living? Bueno, era suya. Durante años estuve esperando que se muriese, pero la mierda esa sigue creciendo.
Ella recordó la planta que reptaba por el piso, del tamaño de un hombre adulto, con una maceta no más grande que una cacerola, las raíces secas enmarañadas sobre la maceta. Un milagro que todavía estuviera viva.
—Hay cosas sobre las que uno no tiene control —dijo el hombre, rascándose la cabeza—. Me dijo que sin ella no duraría ni un año. Ja, se equivocó —agregó y la miró sonriéndole, una extraña sonrisa de victoria.
Para entonces ya se habían adentrado mucho en el bosque; salvo por el sonido de sus pasos sobre el camino y por la franja de cielo entre los árboles, ella podría no haber estado segura de dónde estaba el sendero. De pronto, él la agarró y la tiró debajo de los árboles, la empujó contra un tronco. Ella no podía ver. Sintió la corteza a través del abrigo, el vientre de él contra el suyo, pudo oler el gin en su aliento.
—No me olvidarás —le dijo él, sacándole el cabello de los ojos—. Dilo. Di que no me olvidarás.
—No te olvidaré.
En la oscuridad, pasó sus dedos por el rostro de ella, como si fuera un ciego tratando de memorizarla.
—Tampoco yo te olvidaré. Algo de ti quedará latiendo acá —dijo el hombre, tomándole la mano y poniéndola dentro de su camisa. Ella sintió latir el corazón del hombre debajo de su piel caliente. Él la besó entonces como si en la boca de ella hubiese algo que quería. Palabras, probablemente. En ese momento repicaron las campanas de la catedral y ella se preguntó qué hora era. Su tren partía a las seis, pero había empacado todo, no había prisa.
—¿Ya dejaste el hotel?
—Sí —se rio ella—. Creen que soy la pasajera más pulcra que jamás tuvieron. Mi equipaje está en el lobby.
—Ven a mi casa. Te llamaré un taxi, voy a despedirte.
Ella no estaba de ánimo para sexo. Mentalmente, ya se había ido, se encontraba con su esposo en la estación. Se sentía limpia, plena y afectuosa; lo único que ahora quería era un buen sueñito en el tren. Pero, finalmente, no pudo pensar en ninguna razón para no ir y, a modo de regalo de despedida, le dijo que sí.
Salieron de la oscuridad del bosque, caminaron por Vicar’s Close y aparecieron debajo del foso, no lejos del hotel. Había gaviotas. Revoloteaban sobre las aves acuáticas, se lanzaban en picada y se apoderaban del pan que un grupo de estadounidenses les arrojaba a los cisnes. Ella recogió la valija y caminó por las calles resbalosas hasta la casa de él. Las habitaciones estaban frías. Los platos sucios del día anterior habían quedado en remojo en la pileta, había un reborde de agua grasienta sobre el aluminio. Un resto de luz se filtraba por el espacio que quedaba entre las cortinas, pero el hombre no encendió la luz.
—Ven —le dijo.
Se sacó la campera y se arrodilló ante ella. Le desabrochó las botas, desatando los cordones lentamente, le sacó las medias, le bajó la bombacha hasta los tobillos. Se incorporó y le abrió cuidadosamente la blusa, contempló los botones, le bajó el cierre de la falda, deslizó el reloj de la mujer hasta tenerlo en la mano. Luego, buscó debajo del cabello de ella y le sacó los aros. Eran aros colgantes, hojas de oro que el marido le había regalado para su cumpleaños. La desnudó; tenía todo el tiempo del mundo. Ella se sentía como una niña a la que van a acostar. No tenía que hacer nada con él, para él. Ningún deber, lo único era estar ahí.
—Acuéstate —le dijo.
Desnuda, se dejó caer sobre el acolchado.
—Podría dormirme —dijo, cerrando los ojos.
—Todavía no —respondió él.
El cuarto estaba frío, pero él transpiraba; ella podía oler su transpiración. Con una mano, le inmovilizó las muñecas por encima de la cabeza y le besó la garganta. Una gota de sudor cayó sobre el cuello de ella. Se abrió un cajón y algo hizo un ruido metálico. Esposas. La mujer se sobresaltó, pero no pensó con la suficiente rapidez como para oponerse.
—Te va a gustar —le dijo él—. Confía en mí.
La esposó a la cabecera de la cama de bronce. Una parte de la mente de ella entró en pánico. Había en él algo premeditado, algo callado y avasallador. Más gotas de sudor cayeron sobre ella. Sintió el gusto picante de la sal en la piel de él. Retrocedía y avanzaba, la hizo pedir más, acabar.
El hombre se levantó. Salió y la dejó allí, esposada a la cabecera. Se encendió la luz de la cocina. Ella olió el café, lo oyó cascar huevos. Volvió con una bandeja y se sentó a su lado.
—Tengo que…
—No te muevas —dijo con tranquilidad. Estaba absolutamente sereno.
—Sacame las…
—Shhhh —dijo—. Come. Come antes de irte. —Y le extendió un pedazo de huevo revuelto pinchado a un tenedor, y ella lo tragó. Tenía gusto a sal y pimienta. Volvió la cabeza. En el reloj se leía 5.32.
—Dios, mira la hora que…
—No blasfemes —le dijo—. Come. Y bebe. Bebe esto. Ya traigo las llaves.
—¿Por qué no…?
—Vamos, bebe. Anda. Bebí contigo, ¿recuerdas? Todavía esposada, bebió el café de la taza que él le acercó a la boca. Fue apenas un minuto. Sintió una sensación cálida y oscura, y luego se durmió.
Cuando despertó, él estaba de pie, en la brutal luz fluorescente, vistiéndose. Seguía esposada a la cama. Trató de hablar, pero estaba amordazada. Uno de sus tobillos también estaba esposado a la pata de la cama con otro par de esposas. Él continuaba vistiéndose, abrochándose la camisa de jean.
—Tengo que ir a trabajar —dijo, atándose los cordones—. No tengo otra.
Salió y volvió con una palangana.
—Por si te hace falta —dijo, dejándola sobre la cama.
La arropó y luego la besó, un beso rápido y normal, y apagó la luz. Se detuvo en el vestíbulo y se volvió hacia ella. Su sombra se irguió amenazante sobre la cama. Ella abrió grandes los ojos, suplicante. Trató de alcanzarlo con los ojos. Él estiró las manos y le mostró las palmas.
—No es lo que crees —le dijo—. No es para nada eso. Te amo. Trata de comprender.
Y entonces se dio media vuelta y se fue. Lo oyó irse, lo oyó en las escaleras, un cierre relámpago que se cerraba. La luz del vestíbulo se apagó, el portazo, lo oyó caminar sobre el pavimento, los pasos menguantes.
Frenética, hizo lo que pudo para sacarse las esposas. Hizo de todo para liberarse. Era una mujer fuerte. Intentó separar la cabecera, pero cuando logró zafar de un codazo la sábana, descubrió que estaba sujeta con pernos al elástico. Durante un buen rato se sacudió en la cama. Quería gritar «¡Fuego!». Eso es lo que la policía les decía a las mujeres que gritaran en una emergencia, pero, con la venda, no podía articular. Se las arregló para apoyar el pie libre en el suelo y para patear sobre la alfombra. Luego se acordó de la abuela sorda del piso de abajo. Pasaron horas antes de que se calmase para pensar y oír. Su respiración se estabilizó. Oyó que en el cuarto de al lado la cortina golpeaba. Él había dejado abierta la ventana. Con la conmoción, el acolchado había caído al piso y ella estaba desnuda. No podía alcanzarlo. Entraba frío, inundando la casa, llenando los cuartos. Tembló. El aire frío baja, pensó. De a poco, los temblores pasaron. Un entumecimiento persistente le fue ganando el cuerpo; se imaginó que la sangre reducía la velocidad en sus venas, que el corazón se le encogía. El gato saltó y aterrizó en la cama, trazando círculos sobre el colchón. Su rabia embotada se transformó en terror. Eso también pasó. Ahora, la cortina de la habitación de al lado golpeaba más rápido: el viento era más fuerte. Pensó en el hombre y no sintió nada. Pensó en su esposo y en sus hijos. Tal vez nunca la encontrarían. Tal vez nunca volvería a verlos. No importaba. Podía ver su propio aliento en la oscuridad, sentir el frío que le atenazaba la cabeza. Empezaba a emerger sobre ella un frío y lento sol que iluminaba el este. ¿Era su imaginación o era la nieve que caía más allá de los vidrios de las ventanas? Contempló el reloj sobre la mesa de luz, los números rojos que cambiaban. El gato la observaba, sus ojos oscuros como semillas de manzana. Pensó en la Antártida, en la nieve y en el hielo y en los cuerpos de los exploradores muertos. Luego pensó en el infierno; después, en la eternidad.
[1] Stripes and Solids, en el original. El personaje se refiere a una variante del pool según la cual, luego de que los jugadores eligen bolas rayadas o lisas, uno de ellos señala qué bola va a embocar en la tronera. Si lo hace, el otro jugador debe beber un número de tragos de cerveza que se corresponda con el número de la bola. Pero si el primer jugador no lo logra, es él quien debe beber la cerveza. El sentido del juego es emborrachar al contrincante. (N. del T.)
*Traducción: Jorge Fondebrider
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Bulla para contextualizar:
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chocxzucaritas · 1 year
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Estas son de las veces donde te andaba ayudando a farmear los lagartos molestos esos.
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Más fotitos.
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El día que me escondí ahí y cuando me encontraste estuvimos un buen rato así JAJAJAJJA.
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Ese día igual me escondí mientras andabas haciendo una de las diarias y no me encontrabas, de repente te vi lanzándote ahí y yo???????
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Cuando fuimos a mi mundo a desbloquear el cofre del corazón u_u (no tengo de cuando fuimos a desbloquear uno en tu mundo hace tiempo)
Haciendo... cosas en el corazón.
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Y estas fueron en el corazón de tu mundo.
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Más fotitos juntos.
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Te amo eternamente, mi tesoro, ninguno de esos cofres es tan lujoso como tú.
Sigamos haciendo más recuerdos juntos en muchos otros juegos, los que juguemos ahora y los que podamos jugar en un futuro, porque recuerda, yo te sigo a todos lados, solo dime.
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julipittau · 1 year
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Encuentros
Más allá de Puente Saavedra
Cuántas cosas que pasan en nuestro mundo cuando estamos encantados y qué pocas son las personas que lo sienten. El amor es la expresión de la libertad y es casi tan lindo como sonreír después de un beso. Es una vibración que nos envuelve y nos cuenta una historia distinta, de largas caminatas respirando aire de montaña aunque estemos bajo el refugio de Puente Saavedra. Es que “encantar” es como estar cantando y, de un momento a otro, parar el mundo y sentir. Que tire la primera piedra quien nunca se quedó quieto, inspiró profundo y entregó el aire al momento presente, con una risita que le hizo cosquillas desde adentro. Que de un paso al frente quien sintió esa fuerza sobrenatural que empuja y abraza. Ahhh… ese abrazo... Quién iba a decir que la magia se encontraba sólo en ese abrazo que te parte la armadura, soltanto cada músculo del cuerpo y reinicia tu mente para empezar a viajar. Porque “encantar” también es un viaje a la aventura de no tener ningún plan más que ese momento. Sin embargo, hay algún mecanismo cerebral activado que nos paraliza cuando el encuentro se formaliza con alguien importante: EL / ELLA (así, en mayúscula, negrita y subrayado). Esa persona se viste de encanto en nuestra imagen proyectada y nos quedamos parados como si no estuviésemos sintiendo nada. Ahí nosotros, firmes, mientras nos encanta.
¿Cuántas serán las personas que abren las ventanas de los balcones a gritarle al amor y cuántas las que se sientan a imaginar que dibujan corazones? Es probable que la balanza de la justicia no esté del lado de los aventureros porque siempre es más fácil que todo suceda en la mente como nosotros queremos que sea. No es raro porque en ese mundo interno donde todo es lindo, no existen las derrotas; meter goles de media cancha nunca fue tan fácil. En cambio, en la realidad de las formas y el cemento, nos encontramos que hemos sido programados (a nivel de producción en serie) para vivir novelas de amores tristes. “Juguemos a ver quién se enoja más”, como lema de los salvajes de la ciudad. Es entendible que seamos constantemente testigos de lo triste y desgarrador que es enamorarse porque, sea o no correspondido, siempre hay algo que se termina. Es como si fuéramos la resaca de pulsiones pasajeras de amor: tomamos todo lo que entra en nuestro orgullo para llegar a casa y quedarnos en la mitad de la escalera. El problema es cuando nos despertamos y nos sentimos tan mal que vamos y buscamos la manera de que pase rápido; otra víctima del marketing de guerrilla que le inventamos al amor. A partir de acá, dos puntos que tienen una buena noticia que contarnos: no todo está perdido, esto también pasa en nuestra cabeza.
Entonces, ¿qué es lo pasa en la realidad? Estamos encantadas/os. Sim-ple-men-te eso. No, no hay hechizo como en los cuentos de hadas ni bajó cupido a clavarnos una flecha (que por cierto, sería bastante sangriento). Estamos sintiendo de verdad y eso nos asusta. A vos, que le sonreís a la luna y después mirás a ver si alguien te vio, y a todos los demás que te vieron cómo le sonreías a la luna y pensaron lo boluda/o que te veías.
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