Simone de Beauvoir nos recuerda que la mujer no es un destino predeterminado, sino un camino que cada una elige y forja con su propia experiencia. No nacemos como mujeres predefinidas, sino que nos convertimos en ellas a través de un viaje de autodescubrimiento, exploración, crecimiento personal y evolución que cada mujer experimenta a lo largo de su vida.

En esta travesía, es crucial recordar las palabras de Lacan: 'la mujer no existe'. Esto nos recuerda que no hay una única definición de lo que significa ser mujer. Cada una tiene su propia historia, sus propias experiencias y sus propias visiones del mundo. Es la amalgama de vivencias, desafíos y elecciones individuales son lo que convierte a cada mujer en única y auténtica. Cada mujer es una historia en evolución, un ser en constante transformación hacia su propia definición de feminidad

En lugar de que una mujer busque alienarse a una sola idea preconcebida de lo que "debería" ser, la búsqueda debería estar encaminada por conocerse y aceptar su propia verdad interior. Trabajar por liberarse de los estereotipos y expectativas externas, y embarcarse en un viaje de autenticidad y autodescubrimiento que la comprometa en explorar los aspectos de su identidad, donde logre abrazar sus fortalezas y vulnerabilidades, y a le permita celebrar su individualidad. 💪🌟💫💖

"La luz de Lilith brillaba en la oscuridad del apocalipsis, guiándonos hacia un nuevo amanecer."

Mujer, eres suficiente 💗

Mis favoritas 🤩

🖼️ The Homesteaders | N.C. Wyeth.

► Western Samurai:

amo ser una mujer. me encantan las cosas femeninas. me encanta el color rosa. me encanta vestirme con faldas cortas. me encanta maquillarme. me encanta ser dramática. me encanta llorar por todo. me encantan las películas de fantasía. me encanta la idea del amor a primera vista. me encantan la moda. me encanta pintarme el pelo. me encanta pensar que todos me aman. me encanta tener una obsesión nueva todos los meses. me encantan las flores. me encanta bailar. me encanta leer. me encanta sacarme fotos. me encanta daydream todos los días. me encanta tener una imaginación más allá que los hombres. me encanta pensar que puedo hacer todo sola. dios mío me encanta ser mujer. me encanta existir en mi cuerpo. me canse de fingir que no me gusta ser una mujer. me canse de fingir que no me gusta las cosas femeninas, solo porque no quería darles la razón. me canse de fingir que odio todo lo femenino, solo para no caer en sus estereotipos. me canse de ocultar mi feminidad.

Dejando política aparte, me gusta los estilos que usaron la Reina Letizia y la Primera Dama de Colombia.

El color blanco es un color que favorece mucho y para una visita de estado como este, siento que le da la solemnidad que se merece.

Mi energía masculina emana tal aura en mí, que eso me hace no ser tan femenina, no sabía que por el hecho de que mi padre en mi niñez haya estado presente pero ausente, eso generaba como cierta independencia y el querer solucionar las cosas por mi misma, y también el hecho que desde que empecé a trabajar y a lograr conseguir mis cosas sin que alguien lo eche en cara, me hizo aún más una mujer que se puede considerar responsable y un poco independiente, (digo poco porque no me arriesgo a querer estar sin ayuda de algunas personas), lo que tampoco sabía es que eso evita que mi energía femenina se note, y hasta ahora estoy fijándome que por eso me visto como me visto, no me maquillo, y realmente soy poco femenina, aunque también el modo de vestir abarca mis inseguridades y el resultado es la unión de muchas cosas que se generaron desde el pasado.

Hace años que no siento nada de libido, nada de feminidad, nada de deseo, nada de alegría... es como estar muerta, solo que sientes el dolor a cada paso, y ves cómo te vas muriendo en vida.

Cartas desde el Maltrato --Roberto Martínez Guzmán

La maternidad es una expresión de la feminidad...

Pensador

@teatro-magico-solo-para-locos

Soy mujer y no soy femenina, y me vale tres hectareas verga lo que puedas pensar.

TRANSMITIR O DESAPARECER

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► Samurái de Occidente:

Antes de ver a un hombre Kin se arreglaba siempre de un modo riguroso y profesional. Frente al espejo, bebía varias copas de sake frío. Luego se cepillaba los dientes, atenta a eliminar de su aliento el olor a alcohol. Un poco de sake le sentaba mejor que cualquier cosmético.

Se le subió una leve embriaguez y sus ojos vidriosos enrojecieron un poco. La tersura de su tez, que había maquillado ligeramente sobre una base de crema disuelta en glicerina, era tan fresca y lozana como si le hubieran insuflado vida otra vez. Sólo aplicó generosamente el lápiz de labios; un sofisticado tono oscuro. Los labios eran lo único escarlata en toda ella. Kin nunca en su vida se había pintado las uñas. Y ahora tal adorno hubiera resultado todavía más iluso, ñoño y ridículo en sus manos envejecidas. Solamente se untó un poco de látex en el dorso de las manos y se cortó las uñas tan a ras que casi dolía, puliéndolas luego con borra de lana.

En cuanto a los colores que asomaban por las bocamangas, Kin eligió un motivo de finas listas azul y rosa, procurando siempre tonos apagados. Como perfume se frotó un aroma dulzón en los hombros y en los mórbidos brazos. Nunca, ni por error, impregnaba el lóbulo de sus orejas. Kin no quería viciar su feminidad. Antes muerta que caer en la sordidez de una vieja mundana. 

Aunque no pueda forma humana alcanzar la bella sazón de esta rosa. Con todo, me miro siempre en ella.

A Kin le gustaba recordar aquel poema de una célebre mujer del pasado.

Nada más pensar en una vida sin hombres le daba escalofríos. Mirando los pálidos pétalos de las rosas que le había llevado Itaya, su opulencia la trasportó al pasado. Que sus costumbres, gustos y diversiones del pasado hubieran cambiado gradualmente era incluso una satisfacción para ella. Las noches que dormía sola y se despertaba de madrugada, contaba en secreto con los dedos los hombres que había tenido desde su mocedad. Éste, éste, luego aquél, también tal… ¿o ése fue antes?… quizás fue después, sí… con esta retahíla de recuerdos su corazón se afoscaba y encogía. Había mujeres que vertían lágrimas por el modo en que se habían separado de un hombre, pero Kin se complacía en recordar solamente cuándo los había conocido a cada uno. En su lecho solitario disfrutaba en duermevela repasando los hombres de su vida, quizá porque —como en los Cuentos de Ise que leyó una vez— guardaba en su corazón a cada uno de los hombres de sus verdes años.

La llamada de teléfono de Tabe había sido una sorpresa. Como recibir de pronto un regalo caro y exquisito. El mismo Tabe acudía atraído por un recuerdo. Venía a rebuscar las brasas apagadas del amor, pensando con sentimentalismo que algo quedaría del pasado. Ni hablar de dejarlo suspirando en medio de un erial. No debía haber en su madurez o su entorno la menor señal de menoscabo. Un talante comedido era esencial. La atmósfera tenía que corresponder a un mundo evanescente en el que ambos pudieran sumergirse. Tabe no podía perder aquel regusto en su memoria: siempre fue una mujer bella.

Una vez terminó de vestirse sin contratiempos, se colocó ante el espejo y confirmó su silueta. ¿Todo en su punto?… Al entrar en la sala de té encontró ya dispuestas las bandejas con el refrigerio. Sentándose frente a la muchacha tomó un poco de sopa de miso ligera, salazón de kombu y arroz con cebada. Luego rompió un huevo y sorbió la yema. En el pasado Kin raramente había servido ella misma la colación, ni siquiera cuando la visitaba un hombre. Nada más lejos de su intención que disponer la mesa de la cena y enumerar todas las especialidades que había cocinado para lucir encantadora. Kin no tenía el menor interés en ser una mujer de su casa. Para qué interpretar ese papel ante un hombre que no pensaba ni de lejos en el matrimonio. Los hombres que desfilaban ante Kin lo hacían trayendo regalos. Kin nunca hacía amistad con un hombre sin dinero. No hay nada menos atractivo que un hombre pobre.

Hayashi Fumiko

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