Clases de Seducción II, parte 12: Comunicación
Temporada 1
Temporada 2: Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10, Parte 11
Rubén se despertó pasado el mediodía. No había escuchado las veces que su padre había abierto la puerta de su habitación para asegurarse que estuviera bien, así como tampoco sintió la vibración de su celular al recibir los mensajes de texto que le había enviado Felipe.
Se levantó y salió de su habitación hacia el living de la casa, y se dio cuenta que su padre estaba en el patio, trabajando en algún nuevo arreglo para el Chevrolet Aska que tanto trabajo demandaba.
Sintió el impulso de salir al patio y pedirle a su padre que dejara de trabajar, que entrara a la casa y descansara el fin de semana completo, y que estuviera con él, apoyándolo emocionalmente. Sin embargo, no lo hizo. Se dirigió a la cocina, se sirvió un bowl de cereal de chocolate con leche fría, y se sentó a comer viendo la televisión en el living.
Tenía cierta angustia, después de lo ocurrido la noche anterior. Si bien, no había peleado con Felipe, sí se sentía un poco traicionado al verlo besando a Gabriela. Sabía que no tenía razón de ponerse celoso, después de todo, Felipe era completamente gay (por lo que él sabía), pero igualmente, un beso era un beso, y se sentía fatal por eso, así como se sentía mal por haber besado a Tomás días atrás.
El seguir dándole vueltas en la cabeza al hecho tampoco lo ayudaba mucho. Cada vez que lo recordaba, el beso de Felipe con Gabriela se volvía más y más fogoso, como una especie de juego del teléfono en su propia cabeza, donde el recuerdo se desvirtuaba hasta prácticamente creer haber visto a su pololo a punto de tener sexo con Gabriela.
Después de comer fue a su dormitorio y tomó su celular.
“Dónde estás?”, “Rubén, no te encuentro”, “Llegaste bien a tu casa?”.
Decían los primeros mensajes de Felipe, que se intercalaban con llamadas perdidas.
“Llegué bien, no te preocupes” escribió Rubén, y presionó el botón verde que decía “enviar”, sin embargo, a los segundos le llegó un mensaje de texto indicándole que no tenía saldo suficiente para enviar el mensaje.
No le importó.
Jorge, el padre de Rubén entró por la puerta de la cocina a la casa y vio a Rubén de pie en el marco de la puerta de su dormitorio, con el celular en la mano.
—Hasta que por fin despertó —exclamó con sarcasmo.
Rubén levantó la mirada, y esbozó una sonrisa a modo de saludo.
—¿Dormiste bien? —le preguntó su padre.
—Sí —mintió Rubén—. Creo que descansé bien.
—Te llamó el Pipe más temprano —le contó su padre.
—Ah, ¿si? —Rubén intentó disimular su sorpresa—, ¿qué quería?
—Quería saber si estabas bien —le contó su padre, mirándolo con suspicacia.
Rubén se puso nervioso. Intentó disimularlo, aunque sabía que no podía engañar a su padre.
—¿Estás bien, hijo? —le preguntó su padre directamente, con preocupación.
—Si, estoy bien —respondió Rubén de inmediato, con una sonrisa—. Es que anoche no me sentía bien, y por eso me vine temprano —de alguna forma, no estaba mintiendo, y sin saberlo, estaba confirmando la coartada de Felipe.
Jorge sonrió aliviado con la respuesta de Rubén.
—¿Quieres que te prepare algo?, ¿una limonada? —le ofreció su padre.
Rubén negó con la cabeza, sonriendo.
Cuando su padre volvió al patio a seguir trabajando, Rubén decidió ir al cementerio a ver a su madre. Consideró invitar a su padre, pero sabiendo que siempre se permitía ser extremadamente vulnerable con ella, pensó que era mejor estar solo. No quería que su padre supiera todo por lo que estaba pasando.
Rubén tomó una ducha y luego se alistó para ir al cementerio. Hace meses no iba a verla, porque sentía que al hacerlo iba a recordar todas las veces que había ido con Sebastian, su mejor amigo, que lo acompañaba incondicionalmente cada vez que él se lo pedía.
No se equivocó.
Cuando iba en la micro, recordó todos los viajes hacia el cementerio que había hecho con su mejor amigo, quien incluso si hacían el recorrido en silencio, le hacía sentir su compañía, que no estaba solo.
Rubén se bajó de la micro y compró un ramillete de claveles en la entrada. Ingresó al cementerio y se dirigió con parsimonia hasta donde se encontraba la lápida inscrita con el nombre de su madre.
De su mochila sacó una botella con agua de la llave y un paño que usó para limpiar la lápida. Eliminó las flores que estaban ya marchitas en el sencillo florero transparente y puso dentro los claveles recién comprados, para luego verter el agua de su botella desechable.
Se arrodilló de frente a la lápida y cerró los ojos, aguantando las ganas de llorar.
—¿Qué estoy haciendo, mamita? —murmuró en voz baja.
Continuó con los ojos cerrados por un buen rato más, mientras el mentón le temblaba, luchando por contener el llanto.
Rubén sentía que su vida se había transformado en un enredo desagradable. Desde la partida en malos términos de Sebastian, su mejor amigo, hasta las últimas peleas con su pololo Felipe, con ciertos eventos que no se atrevía a calificarlos de infidelidades, pero se sentían como tal; pasando, además, por sus problemáticas relaciones sociales en la universidad, donde se había peleado incluso con Marco.
A ratos realmente pensaba que, si finalmente se aislaba de todo el mundo, probablemente podía neutralizar toda la negatividad en su entorno. Ya no estaría él molestando con sus peleas, malas actitudes y celos. Le bastaba ver como su pololo se veía radiante cuando estaba con sus amigos, y cómo cambiaba su semblante cuando estaba con él.
Y lo peor de todo: la forma en que se había marchado Sebastian, completamente superado porque había sido un pésimo amigo, decía bastante.
La única que seguía a su lado sin ningún tipo de conflicto era Catalina, pero aun así, sentía que la estorbaba cada vez que le contaba todos sus problemas.
Rubén sintió la suave brisa en su rostro, enfriando la humedad que habían dejado un par de lágrimas derramadas, caídas a pesar de toda su fuerza de voluntad.
Después de varios minutos, abrió los ojos. Se llevó los dedos a los labios, y transmitió un beso a través de ellos al nombre de su madre en la lápida.
Se puso de pie, recogió sus cosas, y caminó de vuelta hacia la entrada del cementerio, con una sensación muy amarga, a diferencia de sus visitas anteriores, cuando se marchaba aliviado, con optimismo.
Tomó la micro camino hacia el centro comercial, ya que le tocaba turno en el cine esa tarde.
Al ingresar al mall, se topó de frente con Felipe, quien al verlo se puso nervioso.
—¿Cómo estás? —le preguntó, algo incómodo.
—Bien —respondió Rubén, sucintamente, aguantándose las ganas de llorar y gritarle por lo que había hecho la noche anterior.
—Te busqué —le dijo Felipe, como buscando las palabras con las que era mejor expresarse.
Rubén lo sentía raro. Felipe siempre había sido bastante elocuente a la hora de expresar una idea, a pesar de que por lo general hablaba poco.
—Si sé —le respondió Rubén—. Vi tus mensajes. No me quedaba saldo.
Felipe lo miró con expresión de premura, como ansioso por decirle que podía haberle avisado por otras vías que estaba bien.
—Me alegra ver que estás bien —le dijo Felipe, acomodándole el cuello de la polera del cine, que Rubén se la había puesto en la micro de camino al centro comercial.
Rubén sonrió, como un acto reflejo por el gesto de su pololo.
—Perdón por… no avisarte —se disculpó—. Estaba con la cabeza en otra parte.
Felipe asintió, y bajó la mirada.
—¿Podemos vernos cuando termines? —le preguntó Felipe.
—Si, obvio —le dijo Rubén, sintiendo algo de alegría en su interior—. Termino a las diez hoy.
—Ya. Te paso a buscar —programó Felipe, con entusiasmo.
—¿Y vamos a mi casa? —ofreció Rubén.
Felipe pensó unos segundos antes de responder.
—Bueno —le dio un fuerte abrazo a Rubén y luego ambos se despidieron.
Rubén pasó todo el resto de la tarde y el inicio de la noche trabajando. Esa semana se había estrenado Thor, así que el cine estaba repleto con clientes llenando las salas para ver la nueva película, sin permitirle a Rubén mucho tiempo de descanso.
—¿Estás bien? —le preguntó Catalina a Rubén cuando subieron al estacionamiento a sacar la basura que ya llevaban acumulada hasta esa hora tras la alta afluencia de público—. Te noto apagado.
—No sé —respondió Rubén, tras pensar varios segundos qué decir.
—¿Qué te pasó? —Catalina lo miró seria, tras tirar una de las grandes bolsas de basura al contenedor.
—Anoche vi al Felipe besando a la Gaby, mi compañera de la u —le contó Rubén, desganado.
A Rubén le costó descifrar la expresión del rostro de su amiga, que seguramente reflejaba sus pensamientos.
—¿Por qué hizo eso? —le preguntó finalmente, y Rubén se encogió de hombros—. ¿No le preguntaste?
—No hemos hablado. Anoche me fui de la disco cuando los vi. No quise hablar con nadie más —le explicó Rubén.
—Pero Rube… —Catalina seguía pensando en qué decir—. Yo habría hecho un escándalo. En realidad no —lo pensó mejor—. Si viera al Marco besando a otra mina, me pondría muy celosa, estaría furiosa —pensó en voz alta—, pero no es tu situación. Es como si viera a Marco besando a otro hueón, y francamente no me molestaría para nada —se rio al imaginarse la posibilidad de que eso pasara.
—Cata —le llamó la atención Rubén.
—Lo siento, Rube —Catalina volvió al planeta tierra—. ¿Cómo te sientes con eso?
—La verdad no sé cómo sentirme —respondió Rubén tras dar un suspiro—. Independiente que haya besado a una mina, me siento pésimo, es como si me estuviese siendo infiel, pero no puedo decirle nada.
—¿Por qué? —preguntó Catalina, pero rápidamente captó la indirecta. No dijo nada y esperó a que Rubén se explayara.
—Hay algunas cosas que no te he contado —comenzó a decir Rubén—. Te había dicho que él estaba un poco… no sé si distante es la palabra, pero hace tiempo que no teníamos sexo —Catalina asintió, reconociendo que recordaba esa última conversación.
Rubén procedió a contarle los últimos sucesos de su relación con Felipe, la tarde que lo fue a ver a su casa y tenía los moretones por la pelea que había tenido en el liceo, la forma en que le dijo que no quería estar con él en ese momento, y la “reconciliación” que tuvieron la mañana siguiente, después de que Rubén se había drogado con Tomás, y lo había besado.
—Me retracté y le dije que era mentira lo del beso, cuando él me explicó que lo que había dicho también era mentira —concluyó su relato—. De verdad preferiría que me hubiese seguido mintiendo, así yo no hacía esa estupidez de mentirle después.
—Rube, siento mucho que estés pasando por esto —comenzó a decirle Catalina—, pero creo que lo más importante es lo que siempre te he dicho: la comunicación. Conversen, cuéntale todo cómo te sientes, y cuéntale esa estupidez del beso con Tomás.
—¿Estupidez?
—Si, es una estupidez —le dijo convencida Catalina—. Estabas voladísimo y lo besaste y punto. No lo hiciste porque te atrae física o emocionalmente. Simplemente fuiste estúpido —Rubén no le respondió nada, así que Catalina suavizó el tono—. Y también fuiste estúpido al mentirle.
—Es que… —Rubén dio un suspiro—. No quiero pelear más con él por mi culpa.
—¿Por qué va a ser tu culpa si pelean? —Catalina soltó una risita.
—Porque la última vez que habíamos peleado me dijo, que el dejar de pelear solo dependía de mí.
—Pero qué imbécil —exclamó molesta, cerrando con fuerza el contenedor de basura—. ¿Por qué te dijo eso?
—Porque me había enojado cuando prefirió ir a la casa de Alan y sus amigos en vez de ir a carretear conmigo.
Catalina caminó de vuelta hacia la puerta de entrada con Rubén siguiéndola.
—Qué imbécil —volvió a murmurar—. Diciéndote eso lo único que hace es poner una barrera entre ustedes. Tú vas a evitar hablar con él para no pelear mientras él puede hacer lo que quiera. O incluso, si él está en tu misma posición y quiere hablar, no va a poder hacerlo porque tú mismo vas a evitar esas situaciones para no sentir que estás provocando una pelea.
—Bueno, quizás lo dijo sin pensarlo o algo —comentó Rubén.
—No lo justifiques, Rube. Tú sabes lo inteligente que es Felipe. Si lo dijo fue por algo.
—¿Crees que deba terminar con él? —preguntó Rubén.
—No, no —respondió de inmediato Catalina—. No aun al menos. Debes hablar con él, sobre esto, sobre todo lo que me dijiste. Hazle saber cómo te sientes. Si él insiste que todos sus problemas son por tu culpa, lamentablemente tendrás que replantearte la relación.
Catalina abrió la puerta de ingreso al cine, dejando a Rubén con una sensación extraña.
—Vamos, que el Jona debe estar necesitando ayuda en la boletería —le dijo Catalina, sosteniéndole la puerta a Rubén para que ingresara.
Cuando el reloj marcó las diez de la noche, Rubén simplemente dejó lo que estaba haciendo y fue a buscar sus cosas, completamente agotado.
Salió del cine, y Felipe lo estaba esperando al pie de la escalera mecánica, en las terrazas. Rubén lo encontraba bastante tierno cuando estaba con su ropa del trabajo, lo que le llamó la atención porque pensó que estaba terminando su turno cuando se encontraron en la tarde.
—¿Llegaste hace mucho? —le preguntó Rubén después de saludarlo con un beso en los labios, como hacía siempre.
El estrés del trabajo lo había hecho olvidar momentáneamente todo lo que tenía pendiente conversar con él.
—Si, me llamaron a cubrir a un compañero, así que me devolví. Terminé hace media hora —respondió Felipe.
Felipe le tomó la mano a Rubén y fueron a tomar la micro.
Rubén notó que Felipe estaba raro. Evitaba hacer contacto visual y hablaba mucho más de lo que acostumbraba. Él por su parte, también estaba nervioso por tener la conversación que Catalina le había recomendado, y que realmente necesitaba tener.
Cuando se bajaron de la micro, Rubén siguió notando la actitud de su pololo, como si estuviese conteniendo mucho nerviosismo.
Esperó a llegar a la casa para preguntarle si pasaba algo, pero no pudo hacerlo porque estaba su padre en el living viendo un partido de fútbol en el cable, que por la hora que era, Rubén supuso que era una repetición.
La pareja saludó al padre de Rubén, quien empezó a comentarle a Felipe sobre el partido que estaba viendo.
Rubén por su parte, al no manejar el tema, se fue a la cocina a preparar algo para comer.
Hizo tres sándwiches con queso y jamón, preparó una fuente con papas fritas y sacó un par de cervezas para Felipe y para su padre, mientras él se sirvió un vaso de jugo en caja.
Se sentó en el sillón al lado de Felipe, que seguía comentando entusiasmado el partido con su suegro.
Rubén notó que su pololo se veía más relajado, sin los signos de nerviosismo que alcanzó a vislumbrar antes de llegar a la casa.
Felipe deslizó su brazo por detrás del cuello de Rubén y le acariciaba el cabello y el lóbulo de la oreja a ratos. Con ese gesto, Rubén se relajó tanto que se quedó dormido al rato, sin alcanzar siquiera a darle un mordisco al sándwich.
A la mañana siguiente cuando despertó, Felipe dormía a su lado en la cama. Se veía completamente plácido, con una leve sonrisa, como si estuviera soñando algo agradable.
Rubén le acarició el brazo, y luego se acercó a Felipe y apoyó la cabeza en su pecho. Como un acto reflejo, Felipe aun dormido se acomodó para abrazarlo, y en esa posición, sintiéndose de alguna forma protegido, Rubén volvió a quedarse dormido.
Cuando despertó nuevamente, Felipe se estaba despidiendo de él, porque tenía que ir a trabajar.
—¿Tan temprano? —le preguntó, aún desorientado.
—Son casi las doce —se rió Felipe, mostrándole su celular.
Rubén se dio cuenta de lo agotado que había quedado después de la jornada del día anterior en el cine.
—¿Nos vemos más tarde? —le preguntó Felipe, y Rubén asintió, provocando un esbozo de sonrisa en el rostro de su pololo.
Rubén sintió cierto alivio por no haber tenido la conversación. En el fondo sabía que tenía que preguntarle por último de qué se trató el beso con Gabriela, pero temía tener que contarle de su beso con Tomás, y hablar de cómo se sentía, y finalmente terminar peleados por su culpa, por ser inmaduro emocionalmente. Además que todo ocurriera muy cerca de su padre le daba mayor ansiedad.
Ese día no se volvieron a ver, ya que Felipe terminó su turno tarde en la heladería y al otro día tenía clases temprano en el liceo, lo que se repitió a lo largo de la semana.
Felipe apenas terminaba sus clases en el liceo se iba a la heladería a cubrir turnos hasta el cierre del local, sin dejarle tiempo de ver a Rubén, que apenas lo podía ver cuando ambos coincidían en sus respectivos trabajos, pero Rubén terminaba mucho antes que Felipe.
El martes Rubén llegó temprano a la universidad, así que se sentó afuera de la sala a esperar que llegara la profesora, y al rato llegó Constanza, su compañera con cierta afición para las relaciones públicas.
—¿Escuchaste los rumores? —le preguntó ella, sin saludarlo ni mirarlo a los ojos, casi como si no quisiera que alguien más supiera que estaban hablando.
—¿Qué rumores? —preguntó Rubén, intrigado.
—Esta semana se vota si nos vamos a toma —le dijo ella, algo angustiada.
—Buena, así nos evitamos estudiar para la prueba de cálculo de la otra semana —bromeó Rubén.
—No seas tonto, Rodri —le espetó ella, errando en su nombre—. ¡Vamos a perder todo el año por culpa de los flojitos que no quieren venir a clases!
Rubén se rio por su reacción.
—No vamos a perder el año. Como máximo vamos a estar una semana sin clases y volveremos.
—Se nota que no has visto las noticias —exclamó molesta, y se puso de pie al momento que venía llegando el resto de sus compañeros.
Rubén se quedó pensando en que al menos si se iban a paro, la próxima semana podría tener su cumpleaños libre y celebrarlo como quisiera, sin tener que dedicarle horas al estudio. Obviamente no pensaba realizar una fiesta de cumpleaños, pero la idea de tener el día completo para él mismo le agradaba.
Primero llegó Marco conversando con Lucas y Tomás, y al rato llegaron Bárbara junto a Gabriela.
Gabriela saludó a Rubén con normalidad, como si nada hubiese pasado. Su actitud descolocó a Rubén, y lo puso de muy mal humor, sobre todo porque él mismo la saludó de vuelta y no le dijo nada respecto a Felipe.
—¿Qué onda? —le preguntó Marco a Rubén más tarde, a la hora de almuerzo, tras notar la cara de desagrado de su amigo.
—¿Qué onda de qué? —Rubén se hizo el tonto.
—Que por tu cara da la impresión que te dijeron que estás reprobando todos los ramos y tendrás que venir a clases todos los domingos de por vida para pasar —intervino Lucas.
Rubén se rio por la descripción de Lucas. Los tres estaban sentados en la misma mesa del casino a la hora de almuerzo, mientras Gabriela, Barbara y Tomas seguían en la fila.
—No es nada —respondió finalmente—. Es sólo que… olvídenlo.
Rubén no se pudo decidir entre querer contarles y ocultar lo que había ocurrido la noche del viernes. Pensaba que Marco probablemente ya sabía (considerando que era muy amigo de Roberto, y que además estaba en la discoteca), pero al parecer no.
—¿Qué opinan de Gabriela? —les preguntó finalmente.
Marco y Lucas se miraron extrañados.
—Es… simpática —respondió Marco.
—Me cae genial —dijo por su parte Lucas.
—¿Qué harías si algún amigo tuyo besa a la Cata? —le preguntó Rubén a Marco, y luego se dirigió a Lucas—, ¿o a tu pololo?
—Dejaría de ser mi amigo, de inmediato —respondió Lucas, bromeando—. Igual depende del contexto.
—¿Hay algún contexto justificable? —preguntó sorprendido Rubén—. Si lo hacen a escondidas tuyo da lo mismo el contexto.
—Bueno, entiendo entonces que la Gaby se comió a Felipe, ¿es así? —dedujo correctamente Marco, sorprendido.
Rubén no confirmó la suposición de Marco, y en su lugar se quedó pensando que lo mismo que le había hecho Gabriela, se lo había hecho él a Lucas.
—No, olvídenlo —negó finalmente Rubén, intentando retractarse.
—No hueí —dijo Lucas—, ya la soltaste, así que cuenta todo. Cuándo, dónde y cómo fue.
—No pasó nada, ya les dije —respondió Rubén justo cuando llegaban Gabriela con Barbara y Tomas a sentarse con ellos a almorzar.
Rubén se quedó en silencio todo el rato que compartieron la misma mesa en el almuerzo, terminó de comer rápidamente y luego se paró con la excusa de ir al baño, pero se llevó todas sus cosas.
Salió del casino y se dirigió al estacionamiento que se encontraba a la vuelta, y pensó que le vendría bien ser fumador para al menos tener una excusa para estar ahí solo.
Se sentó en el borde de la acera y se quedó ahí de brazos cruzados por un par de minutos.
—No voy a dejar que te vayas así sin contar todo el chisme.
La voz suave de Lucas sobresaltó a Rubén que se estaba acostumbrando al silencio.
—Eso, y no me apetecía estar en la misma mesa que una potencial roba maridos —agregó.
Rubén se debatió unos segundos si contarle o no, pero finalmente se dio cuenta que no tenía alternativa. Lucas no lo dejaría tranquilo hasta saber la verdad.
—El otro día en un carrete de la UA, la Gaby besó a Felipe —le contó finalmente Rubén, ante la sorpresa de Lucas.
—¡Malditos! —exclamó Lucas—. Supongo que lo pusiste de patitas en la calle.
—¿Qué?, no —se rió Rubén, ante la idea hipotética de que podía vivir junto a Felipe.
—No me digas que sigues como si nada con él.
—No hemos tenido la oportunidad de hablar al respecto —se justificó Rubén—. Aparte no es el punto de la conversación.
—A mí si me hacen eso, no le hablo nunca más, a ninguno de los dos —dijo con total seriedad Lucas.
Rubén se sintió culpable al escuchar las palabras de Lucas, sabiendo que él había hecho lo mismo, besando a su pareja Tomás hace unas semanas.
—Lu… —le dijo Rubén, recordando como le decía Tomas—. ¿Te puedo llamar así?
—Obvio, ese es mi nombre —aceptó Lu, con un brillo de alegría en su mirada.
—No soy quién para criticarla —admitió, empezando a sincerarse—. He estado en la misma situación que Gabriela.
Lu lo miró y sonrió.
—No seas tonto —le dijo riéndose—. Todos hemos sido ella en algún momento, sabiéndolo o no, pero no por eso vamos a dejar que nos hagan daño.
—Supongo que tienes razón —coincidió Rubén, para no seguir con el tema.
—Yo sé que besaste al Tomy —le dijo de repente.
Rubén lo miró sorprendido, buscando en su cabeza las palabras correctas para disculparse, ante la risa tímida de Lu.
—Tranquilo, él me contó —Lu le puso la mano en el hombro a Rubén para tranquilizarlo—. También me dijo que te contó sobre lo nuestro.
—Lo siento —se disculpó Rubén—. Si hubiese sabido que tenían algo serio te juro que no lo habría besado.
—No te preocupes. De hecho, incluso yo no tengo claro si quiero formalizar una relación con él —se sinceró.
—¿Por qué? —preguntó sorprendido Rubén.
—No sé —Lu dio un suspiro—. Me da miedo que se enamore de una idea de mí, que finalmente no llegue a ser lo que él espera.
Rubén tenía muchas preguntas en mente, pero no quería agobiar a Lu.
—Bueno, por lo que he podido hablar con el Tomy, después del beso —agregó Rubén—, me dio la impresión de que está dispuesto a jugársela por ti, sin importar nada.
Lu miró a Rubén a los ojos y sonrió con timidez, agradada por las palabras que acababa de oír.
—¡Ahí están! —les gritó Marco, apareciendo desde el costado del casino—. ¡Apúrense que vamos a llegar atrasados a clase!
—Después seguimos hablando sobre la Gaby-situation —le dijo Lu, tomándolo del brazo para ayudarlo a pararse—. Y gracias, Rube, por llamarme por mi nombre.
—Es lo mínimo que puedo hacer —dijo Rubén, sin entender del todo la frase.
Lu le dio un fuerte abrazo, demostrando su profunda gratitud, y luego ambos se reunieron con el grupo y se dirigieron a la clase.
Rubén no tuvo oportunidad de hablar con Gabriela antes de que anunciaran que su universidad de iría a paro para apoyar las demandas de los estudiantes universitarios a nivel nacional, y realmente tampoco tuvo ganas de hablar con ella después de eso.
La idea de tener varios días libres le entusiasmaba mucho, pero tampoco era que tuviera muchos panoramas posibles. Un día se juntó con Catalina y Marco en una cafetería en el centro para conversar.
—¿Y ya tienes pensado qué vas a hacer para tu cumpleaños ahora que están en paro? —le preguntó Catalina—. Me imagino que vas a tirar la casa por la ventana.
—No, nada que ver —se rio Rubén.
—No seas fome, Rubencio —intervino Marco—. Son tus dieciocho años, ¡tienes que hacer algo memorable!
—Supongo que haré algo piola en mi casa —se encogió de hombros—. Pedir unas pizzas y ver algunas películas.
—Bueno, si me invitas, yo feliz veo películas comiendo pizzas contigo, Rube —le dijo Catalina, con su habitual sonrisa encantadora.
—Qué fome —murmuró Marco, ante la mirada reprobadora de Catalina y Rubén—. ¡Es broma! —se retractó riendo, evitando que lo retaran—. Mi mami va a estar en Arica visitando a mi tía la otra semana, por si quieres hacer algo en mi casa —le ofreció a Rubén—. A pesar de que no vas a hacer un mega carrete, pero por si quieres estar más cómodo, no sé, sin tu viejo presente.
Rubén evaluó la sugerencia y terminó aceptando. Era verdad que en presencia de su padre no se iba a sentir tan relajado conversando ciertos temas con sus amigos, o consumiendo alcohol incluso.
—¿Vas a hablar con Felipe antes de tu cumpleaños? —le preguntó Catalina en privado, aprovechando el momento en que Marco se paró para ir al baño.
—Tengo que hacerlo —respondió Rubén con convicción.
—No puedo creer que no hayas hablado con él aun —murmuró ella.
—De verdad no hay tiempo. Se las ha pasado trabajando en todos sus tiempos libres —explicó Rubén.
—¿Tendrá alguna deuda que pagar o algo? —pensó Catalina.
—Prefiero pensar que está juntando plata para comprarme un regalo —bromeó Rubén.
—No te ilusiones con eso, porque cuando llegue con una foto en un marco hecho con fideos pegados con cola fría puede que te decepciones.
Rubén se rio.
—Sea lo que sea que me regale lo voy a apreciar.
Si bien a Rubén le daba miedo la posibilidad de hablar con Felipe seriamente sobre todo lo que había ocurrido, y la posibilidad de generar una nueva pelea, la forma en que no habían tenido tiempo de conversar desde aquella noche lo mantenía en una comodidad tensa. Sabía que tenía eso pendiente, pero prefería mantenerlo así.
Sin embargo, tenía clarísimo que tenía que hablar con su pololo antes de su cumpleaños, para evitar tener ese tema pendiente y no sentirse incómodo.
“Estudiantes de todo el país se movilizan exigiendo que la educación superior sea completamente gratuita y de calidad” se escuchaba el titular del noticiero en la televisión. El resto de la noticia fue ahogado por el ruido ambiente.
Sebastian siguió hojeando un ejemplar de Condorito, que calculaba ya había leído al menos unas cinco veces desde que había llegado al regimiento.
Se sobresaltó al escuchar los gritos de celebración de Simón, que al parecer acababa de ganar una partida de pool contra Javier.
Sebastian les sonrió, fingiendo entretención, y luego tomó otro ejemplar de Condorito, que calculaba sólo había leído dos veces antes.
—¿Qué hueá te pasa? —le preguntó Javier acercándose a él, dándole una palmadita en la cabeza.
Sebastian no respondió su pregunta.
—¿Te quedan? —le preguntó de vuelta Sebastian, en vez de responder.
Javier sin responder tampoco, le hizo una seña para salir al aire libre.
Sebastian se puso de pie y siguió a Javier, que había entendido su pregunta.
Caminaron en la frialdad de la noche hasta el macetero de cemento en el que fumaban todos los días.
Javier le extendió la cajetilla a Sebastian, para que sacara un cigarro, y luego prendió un fósforo para que lo encendiera.
—La otra semana es el cumpleaños del Rube —le contó Sebastian, respondiendo a su pregunta, después de dar la primera bocanada al cigarrillo.
—¿Primera vez que están separados para su cumple? —le preguntó Javier, encendiendo su cigarro.
Sebastian asintió.
—Cumple dieciocho ahora —le contó, emocionado.
A pesar de los meses que llevaba separado de Rubén, su amor por él no había disminuido, y mucho menos desaparecido.
—¿Qué harías si lo ves? —le preguntó Javier—, digo, considerando como te fuiste.
—Lo agarraría a besos —respondió Sebastian, con los ojos cerrados y una sonrisa soñadora, imaginándose el momento—. Lo besaría y le pediría perdón —agregó, abriendo los ojos.
—Vamos a Antofa a decirle Feliz Cumpleaños entonces —propuso Javier, como si no fuera gran cosa.
—¿Cómo vamos a ir, hueón? —preguntó Sebastian, botando humo por la boca.
—Nos arrancamos, vamos a ver a tu Rubén, y después volvemos —explicó Javier—. ¿Qué nos van a hacer aparte de castigarnos?
Sebastian miró fijamente a Javier, para comprobar que hablaba en serio.
De verdad hablaba en serio.
La respuesta de Sebastian fue una sonrisa cómplice, e inmediatamente su mente empezó a idear planes para lograr escaparse.
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