Tumgik
#que Trump en sí
elbiotipo · 27 days
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Tanto Trump como Milei son medio pelotudos pero Milei es, disculpen el yanquismo, un simp y eso lo pone en desventaja. Trump lo va a tener de hijo. Lo va a tener de payaso de la corte, el vasallo chistoso, el loquito estereotipo del tercer mundo, el comedy relief. Algo así como Musk
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Y de paso alguien se va a avivar y nos van a robar el litio.
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Y'all can't handle this
Y'all don't know what's about to happen baby
Team 10
Los Angeles, Cali boy
But I'm from Ohio though, white boy
It's everyday bro, with the Disney Channel flow
5 mill on YouTube in 6 months, never done before
Passed all the competition man, PewDiePie is next
Man I'm poppin' all these checks, got a brand new Rolex
And I met a Lambo too and I'm coming with the crew
This is Team 10, bitch, who the hell are flippin' you?
And you know I kick them out if they ain't with the crew
Yeah, I'm talking about you, you beggin' for attention
Talking shit on Twitter too but you still hit my phone last night
It was 4:52 and I got the text to prove
And all the recordings too, don't make me tell them the truth
And I just dropped some new merch and it's selling like a god, church
Ohio's where I'm from, we chew 'em like it's gum
We shooting with a gun, the tattoo just for fun
I Usain Bolt and run, catch me at game one
I cannot be outdone, Jake Paul is number one
It's everyday bro
It's everyday bro
It's everyday bro
I said it is everyday bro!
You know it's Nick Crompton and my collar stay poppin'
Yes, I can rap and no, I am not from Compton
England is my city
And if it weren't for Team 10, then the US would be shitty
I'll pass it to Chance 'cause you know he stay litty
Two months ago you didn't know my name
And now you want my fame? Bitch I'm blowin' up
I'm only going up, now I'm going off, I'm never fallin' off
Like Mag, who? Digi who? Who are you?
All these beefs I just ran through, hit a milli in a month
Where were you? Hatin' on me back in West Fake
You need to get your shit straight
Jakey brought me to the top, now we're really poppin' off
Number one and number four, that's why these fans all at our door
It's lonely at the top so we all going
We left Ohio, now the trio is all rollin'
It's Team 10, bitch
We back again, always first, never last
We the future, we'll see you in the past
It's everyday bro
It's everyday bro
It's everyday bro
I said it is everyday bro!
Hold on, hold on, hold on, hold on (espera)
Can we switch the language? (Ha, ya tú sabes)
We 'bout to hit it (dale)
Sí, lo único que quiero es dinero
Trabajando en YouTube todo el día entero
Viviendo en U.S.A, el sueño de cualquiera
Enviando dólares a mi familia entera
Tenemos una persona por encima
Se llama Donald Trump y está en la cima
Desde aquí te cantamos can I get my VISA?
Martinez Twins, representando España
Desde la pobreza a la fama
It's everyday bro
It's everyday bro
It's everyday bro
I said it is everyday bro!
Yo, it's Tessa Brooks
The competition shook
These guys up on me
I got 'em with the hook
Lemme educate ya'
And I ain't talking book
Panera is your home?
So, stop calling my phone
I'm flyin' like a drone
They buying like a loan
Yeah, I smell good
Is that your boy's cologne?
Is that your boy's cologne?
Started balling', quicken Loans
Now I'm in my flippin' zone
Yes, they all copy me
But, that's some shitty clones
Stay in all designer clothes
And they ask me what I make
I said is 10 with six zeros
Always plug, merch link in bio
And I will see you tomorrow 'cause it's everyday bro
Peace
-🍇
Why, grape anon,
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enfocadoss · 5 months
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El martes ocho de noviembre de 2016, en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Trump fue elegido por el pueblo estadounidense con un 55,4 % de los votos. Llegó con una importante y muy controversial propuesta, así como con una particular teoría conspirativa que parece de todo menos digna de un mandatario tan importante. Por un lado, llegó con la popular y muy criticada propuesta de levantar un muro en la frontera de México con Estados Unidos, cuyos motivos eran al menos xenófobos; por otro, llegó sustentado en la teoría del "gran reemplazo", una teoría conspirativa que supone que toda la población blanca y europea está siendo reemplazada por poblaciones negras, latinas, asiáticas, árabes y, en general, no europeas. Durante su gestión, los crímenes de odio se multiplicaron, entre ellos, la ya muy mencionada brutalidad policial; todo esto además de que Trump jamás se atrevió a actuar mínimamente frente a cualquier acto de odio, Trump es el vivo ejemplo de como el odio en Estados Unidos ha crecido exponencialmente. Pero no solo eso, antes de Trump fue Obama, y después de Trump fue Biden, Trump es un político que se basa en un odio de supremacía blanca que fue presidente en la mitad de dos presidentes progresistas y esto solo se describe con una palabra... Polarización. La polarización es una enfermedad para una sociedad, una enfermedad que se alimenta de odio mutuo entre varias partes. Porque sí, los progresistas también circulan odio, tanto odio de hecho como los supremacistas conservadores blancos, solo que de una forma diferente, una forma que ellos mismos han denominado como "reivindicación"; una palabra cada vez más sonada que se suele definir como "reparar" un daño provocado generalmente en el pasado continuo de forma muy sistemática y normalizada, pero que en la práctica se podría fácilmente comparar y hasta reemplazar con la venganza sin mayor dilación.
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jgmail · 8 months
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La civilización judeocristiana no existe
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Por Alexander Dugin
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
La escalada de la guerra palestino-israelí sin duda esta consolidando la independencia del mundo islámico. Mientras tanto, los conservadores occidentales han vuelto a hablar de la defensa de la “civilización judeocristiana en contra de los musulmanes”, siendo la ideología islámica radical de Hamás la excusa perfecta para ello. Sin embargo, una civilización que hace tiempo dejó de lado la teología y los valores tradicionales, que promueve el ateísmo, el materialismo y legaliza toda clase de perversiones no puede ser considerada ni como cristiana ni como judía. Si Occidente hoy en día se dedica a apoya a Israel tal y como es ahora, no puede ser sino una gran ironía. Al fin y al cabo, la actual civilización occidental esta del lado del diablo, por lo que hablar de un mundo judeo-cristiano inexistente no tiene sentido. El mundo islámico, por el contrario, sí existe y sigue teniendo muchos elementos tradicionales, por lo que la actual lucha no puede entenderse en una especie de confrontación entre el mundo judeocristiano contra los musulmanes, sino más bien del mundo islámico en contra de la civilización satánica creada por el Dajjal. La idea de Biden de apoyar tanto a Ucrania como a Israel deja claro este punto, pues Occidente solo ayuda a quienes se someten a su hegemonía. El mundo musulmán, salvo países escatológicamente despiertos como Irán y Siria, no eran enemigos de Ucrania o aliados de Rusia, aunque es probable que todo esto cambie de ahora en adelante.
Rusia es uno de los polos del mundo multipolar y el mundo islámico también lo será. Ambos tienen en común su oposición a los desesperados intentos occidentales de preservar la unipolaridad y su dominio global a cualquier precio, incluso a costa de desatar una nueva guerra mundial. El conflicto palestino-israelí no había adquirido una dimensión de guerra entre civilizaciones, ahora sí lo es. Lo mismo sucedía con el conflicto regional entre Rusia y Ucrania, que hoy ha adquirido tal dimensión desde que Occidente comenzó a apoyar a los nazis de Kiev, convirtiendo a la guerra de Ucrania en la primera gran confrontación entre la multipolaridad contra la unipolaridad. La dimensión de estas confrontaciones no deja de crecer y la situación se torna cada vez más ominosa. Hoy en día miles de millones de personas en todo el mundo consideran que el Occidente colectivo y sus aliados son la encarnación del mal absoluto al servicio del Anticristo. Quizás solo el regreso de Trump al poder o el estallido de una guerra civil en Estados Unidos puede detener el inicio del Apocalipsis, o al menos posponerlo. Los demócratas, globalistas y neoconservadores están llevando a la humanidad directamente al abismo y, como muchos saben, allí habitan los demonios.
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jrlrc · 2 months
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AMLO y Ecuador: desastre diplomático, farsa política
Ya sabemos que, contradiciéndose, Don Yo, alias el presidente de México, se fue de boca sobre las pasadas elecciones en Ecuador y el presidente ecuatoriano, contra el derecho internacional, acabó entrando a la fuerza en la embajada mexicana. Todo mal. Es uno de esos episodios en que nadie es defendible, ninguno de los involucrados. Lo de AMLO no es la justificación de Noboa, es una de sus causas. Lo de Noboa no es la justificación de AMLO, es uno de sus efectos.
Así como no me interesa defender ni a López Obrador ni al señor Noboa, no me interesa defender al ex vicepresidente Jorge Glas, el tercer protagonista del entuerto. No conozco suficientes detalles sobre su caso, por lo que no diré nada más, excepto que mucho indica que no sólo no es defendible sino muy criticable…
Lo que me interesa es otra cosa. La cuestión que no es cuestión para casi nadie en el “debate” de medios y “redes”: es un conflicto ideológico? O de raíz ideológica? Casi todos creen que sí. No tienen ninguna duda.
En una nuez, la creencia común es que AMLO habla o hace contra los gobernantes de derecha aunque sean democráticos y se calla o defiende a los gobernantes de izquierda aunque sean dictadores.
Es una página más de la posición obsesiva que es dominante en el tema AMLO: todo se “explica” como izquierda contra derecha. Así que me repito: las izquierdas y las derechas existen, son causas en los asuntos públicos, pero no todos los asuntos públicos son casos de izquierdas contra derechas o derechistas contra izquierdistas, y la gran mayoría de los asuntos de AMLO no tienen ese fondo… El conflicto entre “México” y “Ecuador” no es auténticamente izquierda contra derecha, lo es por encima y termina siéndolo en la pelea mediática y tuitera entre los partidistas -y confundidos.
Vamos a poner el argumento en dos partes.
Primera parte: Trump y Putin. Sobre ellos AMLO se ha callado muchas cosas, muchas veces, y también los ha defendido, de distintas formas. Ni Trump ni Putin son de izquierda (creer que el ruso es izquierda es creencia de pendejazos como Jairo Calixto Albarrán), ni democráticos, y AMLO nunca los ataca, nunca ha dicho ni hecho nada contra ellos. Si AMLO obedeció a Trump y sigue reivindicando su caso contra los demócratas, y si permite que agentes putinistas desfilen literal y figuradamente en México, se cae la idea de que el conflicto obradorista con el gobierno de Noboa sea necesariamente ideológico y contra la derecha. Si AMLO siempre actúa así, por qué no actúa contra Trump y Putin? No creo que Don Yo entienda lo que es Putin pero sí entiende que Trump es anti izquierda. Defiende a los partidarios de Rafael Correa? Se opone a Noboa por lo que es Noboa? No en realidad. Eso finge -lo que no quiere decir que no haya consecuencias.
Segunda parte: los priistas. El sistema del PRI con los cubanos/castristas y con los izquierdistas latinoamericanos de los sesentas-setentas. Sobre el primer caso, recuerdo mi artículo “Los priistas y los Castro”, publicado en Replicante. Sobre el segundo, hay que recordar que el PRI daba asilo a izquierdistas, incluidos guerrilleros, de Chile y Argentina, por ejemplos, mientras en México perseguía a los verdaderos opositores izquierdistas y combatía “suciamente” a los guerrilleros. Es obvio que los presidentes priistas de esos años, Echeverría y Jolopo, se presentaban como izquierda pero no lo eran y que no coincidían ideológicamente con esos a los que daban asilo, pero los asilaban. A los que sí coincidían en ideología y acción con los asilados, a esos mexicanos, Echeverría hasta los mataba… LEA intentaba parecer lo que no era y crear una fachada que lo legitimara hacia fuera y cubriera adentro lo que de veras hacía contra la izquierda. López Portillo (Jolopo) permitió que Héctor Campora, presidente peronista de Argentina, se refugiara en la embajada mexicana, en la que también permitió que viviera la familia Vaca Narvaja, que incluía a guerrilleros; ahí vivió seis años Juan Manuel Abal Medina, dirigente peronista. Y, por si no queda claro, López Portillo no era idéntico a su antecesor pero tampoco era guerrillero, pro-guerrilla, peronista, ni de izquierda. No se necesita serlo para hacer lo que hicieron los priistas en esos casos. No se necesita serlo para hacer lo que hizo AMLO, que es priista…
Por ser priista y megalómano (como Echeverría pero en algo peor), AMLO hizo lo que hizo en Ecuador.
Sí: AMLO atacó con hipocresía a Noboa tocando un tema electoral pasado porque es un farsante: para parecer de izquierda en una región en la que su propaganda ha tenido éxitos. Una región en la que le dan bastante apoyo simbólico y una propaganda a la que izquierdistas superficiales/confundidos y derechistas broncos/duros reaccionan como AMLO quiere que reaccionen porque esa reacción lo hace sentir bien: lo hace parecer lo que quiere parecer y parecerlo para sentirse heroicamente atacado lo hace sentir bien.
Pasan los años y siguen sin entender, sin querer entender, la realidad de fondo de la política y psicología de López Obrador. Así, por eso y por el mismo AMLO, llegó el desastre diplomático que atestiguamos.
Como dice Rogelio Villarreal, “ya van El Fisgón, Lord Molécula y Jairo a invadir Ecuador”. A defender a la patria!, que la patria es López Obrador! Pero hay que añadir: muchos mexicanos forman ya la ridícula legión extranjera que ayudaría a Noboa a repeler la invasión… Todos mal. Todos los fanáticos, mal.
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Hola rosa, resulta que recién en Argentina ganó la ultra derecha, y me siento devastada tengo 20 años y ya no voy a poder estudiar en la universidad publica y no tengo la menor idea de que hacer con mi vida, se muy bien que solo ahora toca trabajar pero no hay ofertas dignas, nadie quiere pagar más de 600 pesos la hora y eso que 1 dolar es igual que 1100 pesos. Además hace poco por problemas de mi ansiedad y depresión dejé un buen laburo y no para de arrepentirme de la mierda que hice. Ahora estoy acá llorando con un nudo en la garganta porque todos los derechos que teníamos ya no va a existir más. No tengo experiencia laboral y tampoco estudios, siempre quise formarme como persona pero por las situación económica en mi familia nunca pude concluir nadaaa todos esta carismo.
Es de locos amiga votar a alguien que tiene problemas mentales y habla con su perro fantasma etc etc pero ante la desesperación de un pueblo que está caído económicamente uno se agarra al un clavo al rojo vivo .. quizás lo que un cuerdo no consiguió lo consiga un loco
Lamento mucho que haya ganado este personaje que va a llenar muchas portadas y tele/noticianorios mundiales, pero es lo que ha votado la mayoría
Pero el principal motor de su victoria no ha sido su descabellado programa ni tampoco sus delirantes declaraciones (ha llegado a decir que él permitiría la venta de órganos o de niños), sino el desencanto de los votantes argentinos frente a una alternativa poco atractiva representada por Sergio Massa, ministro de economía con el que el país ha estado pasando un momento muy duro.
Pero, igual que ocurrió en EEUU y Brasil, sus ideas reaccionarias, elitistas y privatizadoras generarán caos, mucho dolor y no tardarán demasiado en fracasar y acabar fuera del gobierno como ocurrió con Trump y Bolsonaro.
Esta victoria de la ultraderecha en un país hermano como Argentina nos debe hacer valorar todavía más la victoria progresista en España y la imposibilidad de que los aliados de Milei en España (Vox) entrasen en nuestro gobierno.
No entiendo de Política, es un tema demasiado complicado para mi
España también está en pie de guerra, precisamente porque no ganó la Derecha
Hace casi cuatro meses los españoles salimos a votar pensando en España. Pero no de la manera en la que algunos piensan en España, obsesionados con sacar la bandera y gritar muy fuerte su nombre contra otros españoles a los que odian. España no se defiende así.
Su problema es que odian a nuestros artistas, nuestro cine, nuestro teatro. Odian todos los idiomas que hay en España que no sean el castellano. Odian a las feministas. Odian a los rojos (y a todo aquello que decidan arbitrariamente que es «de rojos»). Odian a los inmigrantes, a los pobres, a los gais, a las lesbianas, a las personas trans. Odian a los ecologistas, a los republicanos, a los sindicalistas. Los odian a todos excepto a sí mismos. Y así no puedes gobernar un país tan grande y diverso como España. No puedes gobernar un país odiando a la mitad de su gente. Solo puedes vivir en un eterno pataleo estéril contra tu propio país que no te lleva a nada más que a la frustración.
Por eso nosotros salimos a votar pensando en España, pero en la de hoy, no en la de hace 80 años. Salimos a votar pensando en salvar a España de los que censuran obras de teatro y películas infantiles. De los que arrancan banderas LGTB allá donde gobiernan. De los que se niegan a subir el salario mínimo. De los que le perdonan los impuestos a los más ricos. De los que solo saben solucionar los problemas de España a golpe de porra y cárcel. Salimos a votar pensando en un país que amamos con locura y que estamos hartos de que nos intenten arrebatar constantemente. Salimos a votar, y lo conseguimos. Hoy la España que no odia respira tranquila.
Amiga, no te autoculpes por nada, puedes intentar volver al trabajo que dejaste a ver si te vuelven a admitir, esto no es ninguna vergüenza
Aunque veas mal la situación, no has de desesperar y seguir buscando mejores opciones y nunca descartes el Emigrar a un lugar mejor en donde poder cumplir tus sueños o al menos parte de ellos.
Mucho Ánimo y Fuerza 💪
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enfocos · 5 months
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El martes ocho de noviembre de 2016, en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Trump fue elegido por el pueblo estadounidense con un 55,4 % de los votos. Llegó con una importante y muy controversial propuesta, así como con una particular teoría conspirativa que parece de todo menos digna de un mandatario tan importante. Por un lado, llegó con la popular y muy criticada propuesta de levantar un muro en la frontera de México con Estados Unidos, cuyos motivos eran al menos xenófobos; por otro, llegó sustentado en la teoría del "gran reemplazo", una teoría conspirativa que supone que toda la población blanca y europea está siendo reemplazada por poblaciones negras, latinas, asiáticas, árabes y, en general, no europeas. Durante su gestión, los crímenes de odio se multiplicaron, entre ellos, la ya muy mencionada brutalidad policial; todo esto además de que Trump jamás se atrevió a actuar mínimamente frente a cualquier acto de odio, Trump es el vivo ejemplo de como el odio en Estados Unidos ha crecido exponencialmente. Pero no solo eso, antes de Trump fue Obama, y después de Trump fue Biden, Trump es un político que se basa en un odio de supremacía blanca que fue presidente en la mitad de dos presidentes progresistas y esto solo se describe con una palabra... Polarización. La polarización es una enfermedad para una sociedad, una enfermedad que se alimenta de odio mutuo entre varias partes. Porque sí, los progresistas también circulan odio, tanto odio de hecho como los supremacistas conservadores blancos, solo que de una forma diferente, una forma que ellos mismos han denominado como "reivindicación"; una palabra cada vez más sonada que se suele definir como "reparar" un daño provocado generalmente en el pasado continuo de forma muy sistemática y normalizada, pero que en la práctica se podría fácilmente comparar y hasta reemplazar con la venganza sin mayor dilación.
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La necedad de los nuevos líderes de la derecha
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Los nuevos liderazgos en la derecha y ultraderecha han alumbrado un preocupante modelo de político. Un ser desinhibido, cínico, mentiroso compulsivo, irresponsable, con escasas luces, profundamente inculto y conservador hasta las trancas. Tanto, que no les queda apenas espacio para un hilo de luz que ilumine las zonas oscuras. Lo alarmante es que deben responder a un prototipo de ciudadano votante que se siente identificado con ellos, capaz de creerles y subirse a su carro.
En la línea de Donald Trump que, mirando para sí al menos tiene claros sus negocios, surgen los Bolsonaro en Brasil y esta caterva de ultraderechistas europeos, españoles también, desmedidos, desaforados, encabritados, sin un gramo de complejo o pudor por lo que dicen y hacen. Tras años viendo cosas que no íbamos a creer, la realidad nos ha sobrepasado y sabemos que esto es solo la antesala de lo que está por venir, si los cuerdos no reaccionan a la amenaza.
Pablo Casado, presidente del Partido Popular, lo es porque en el tándem final de unas extrañas primarias, los compromisarios preferían al diablo antes que a Soraya Sáenz de Santamaría. Dicho sea en términos coloquiales, no textualmente satánicos. Tantos años de Gürtel y el abecedario de la corrupción llevaron al PP a esa tesitura. Casado apuntaba maneras desde el principio. Ahijado de Aznar y Aguirre, capaz de defender lo indefendible con esa expresión un punto cínica que exhibe cada vez que suelta una astracanada de entidad.
Casado carece de todo complejo, de toda prudencia. El joven líder se nos ha ido a Bruselas a “tranquilizar» a la UE ante los Presupuestos del gobierno y Unidos Podemos y a decirles que él está “preparado para gobernar». Intimó con Juncker el presidente de la Comisión, al abordarle en un pasillo para soltar que España es un “desastre” con este gobierno socialista. Y ahora va a pedir la venia porque al parecer no somos los españoles los que votamos sino las manos del mercado y del mando de la UE.
Su segundo, Teodoro García Ejea, otro brillante lumbreras, encuentra a Casado un hombre sensato. Y cree muy acertado que vaya a la capital comunitaria a informar de que “no toda España está representada por el señor Sánchez e Iglesias (sin señor) y es bueno que se sepa en Bruselas». Hasta ahora, allí no tiene ni idea de los resultados electorales en nuestro país, del gobierno actual, ni de nada. Es lo que tiene volver a ser la Reserva Espiritual de Occidente y cocer el espíritu en privado. O pensar que todos son de su condición.
“¿Qué otro país puede decir que un nuevo mundo fue descubierto por ellos?», dijo Pablo Casado provocándonos un hipo incontrolable. “La Hispanidad celebra el hito más importante de la humanidad, solo comparable a la romanización», añadió  henchido de orgullo. Mostrando esa incultura honda que caracteriza a su modelo político. Y un patrioterismo de citas de almanaque. Toda la historia de la humanidad, desde las expediciones prehistóricas a los grandes hitos del progreso, reducida al imperio español. Los latinoamericanos más benevolentes se mofaron de él: “Ahora puedo comprar carne en el supermercado en vez de ir a cazar», comentaron en El Intermedio, de la Sexta. Los historiadores serios le dicen a Casado:  “Es el relato del franquismo». Hace falta osadía para decir y para oír esto sin pestañear.
Casado incurre en graves irresponsabilidades. Puede darse el caso de que alguien le escuche con atención creyendo que es un líder político con aspiraciones de gobierno. Insultó a los andaluces a quienes ofertó banderas que todo lo enjugan. Casado es más de nacionalismo castellano, de Santa Inquisición y Reyes Católicos. Contó que “En Cataluña no se puede vivir en las calles sin el riesgo de que te insulten o amenacen por el idioma en el que hablas”, algo rigurosamente falso. Pero que calienta un conflicto del que, junto a Ciudadanos, busca réditos electorales, sin pensar en las víctimas que ocasiona. Políticos presos por un año ya en algunos casos bajo acusaciones cada día más cuestionadas.  Acaba de sumarse el ex presidente del Tribunal Constitucional. Pascual Sala no ve los delitos de rebelión y sedición en la causa del ‘procés’.
Albert Rivera, el presidente de Ciudadanos, se ha convertido en una especie de bot que repite cuatro ideas, con gesto agrio, mirando a derecha e izquierda, inmune a todo argumento que le demuestre lo erróneo de sus afirmaciones.  Que el acuerdo de presupuestos no “podemiza” la economía, no es de extrema izquierda, se llama Estado del Bienestar y lo disfrutan desde hace años varios países europeos, como explicó detalladamente el director de eldiario.es Ignacio Escolar. Que la subida de impuestos no está dirigida a “la clase media trabajadora”. Afecta a quienes ganan más de 130.000 euros. “A uno de cada doscientos contribuyentes españoles, poco más de 90.000 personas: el 0,5% del total”, escribe Escolar. Luego están los que rompen España y liquidan la democracia y Sánchez,  okupa en la Moncloa. Albert Rivera termina su discurso y vuelve a empezar,  una y otra vez.  Una y otra vez. Su colega Inés Arrimadas dice exactamente lo mismo y en el mismo tono. Algo más sobreactuada en su exposición. Como Rivera, igual te corta un lazo amarillo que te saca una bandera rojigualda de debajo del bolso. Tiene un registro algo más amplio.
Ofende la inteligencia escuchar estos eslóganes en una letanía continua. Falta mucha racionalidad, reflexión, en el contexto. Respeto por la verdad y por la dignidad del engranaje político. En este punto, no son los únicos, bien es verdad.
PP y Ciudadanos, junto a sus medios de apoyo, han creado mecanismos ya indelebles. La palabra “Venezuela”, por ejemplo, se ha incrustado en las conexiones neuronales de una serie de votantes españoles de forma que la escuchan y reaccionan con odio soltando la clave programada: Podemos. Y, encadenado, comunista, Maduro, China. ETA, a veces. Y ya no hay cabida para más. Producen vergüenza ajena. Todos ellos, sus líderes más aún, permanecen impermeables a otros códigos como Arabia Saudí, Yemen, Siria, Brasil, México, Hungría, Polonia, Eslovaquia, Austria, Bulgaria, Rumanía, etc… donde elegir tienen para acabar siempre en la misma obsesión. Tan eficaz con su gente. Habrán observado que Rivera ya no nombra a la Argentina de Macri, después de visitarle y convertirle en modelo, el país se ha ido a pique, y ha tenido que pedir créditos al FMI resucitando los fantasmas del corralito.
Vox, en su paseo triunfal por el paraíso de los nostálgicos del fascismo, ha recuperado el brindis de los Tercios de Flandes: “ Que el traidor a España no encuentre perdón”, según nos cuenta un emocionado El Español de Pedro J. Ramirez.  Por este camino llegamos a Atapuerca, aunque allí encontraríamos una apuesta decidida por la evolución.
Todo esto no es un juego. Es hora de saber el peligro que entraña. No valen paños calientes, medias tintas, eufemismos, ni las falsas objetividades del dar una de cal y otra de arena. Hay razones de peso. En mayor o menor medida, mantienen un inquietante extremismo. Aunque ellos crean lo contrario.
El actor Harrison Ford lanzó un poderoso discurso en la reciente Cumbre contra el cambio climático: “¡Dejad de dar el poder a quienes no creen en la ciencia!», clamó. Lo que lleva a otras exigencias asociadas: Dejad de darle el poder a quienes no creen en la Democracia. Y en quienes no creen en la decencia ni la practican.
Nunca se puede dejar el poder en manos de necios, cínicos y déspotas.
*Publicado en eldiarioes 16/10/2018
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kay-lock-key-lock · 3 months
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ya solo quiero desahogarme un poco, y en español para q ningun gringo venga a webearme.
como este año hay elecciones presidenciales en estados unidos logicamente, todo el universo tiene que estar pendiente con un año de anticipacion (<- sarcasmo) y la vdd ni siquiera me dan ganas de abrir tumblr con lo insoportables que son los gringos (yea yeah curate your own experience, im venting dont mind me)
Anyways, a parte de lo irritante q es ver (con mas frecuencia de lo habitual) como los gringos son el centro del mundo, veo estas discusiones sobre la "moralidad" de votar, y te juro q no entiendo que les pasa. Igual eso no es nada nuevo, para mi es simplemente inexplicable q trump fue impeached y lo acusaron de traicion y aun asi pueda ser presidente, pero eso ya es una cosa aparte.
Con la rabia q me da siquiera tener que tener una opinion al respecto, la realidad es q el presidente de gringolandia sí impacta demasiado al resto del mundo , asi q bueno: Yo creo q entre biden y trump es obvio q biden es mejor simplemente por el hecho de que no es abiertamente fascista (la barra está en el inframundo lo sé), y eso de no votar porque ningun candidato es perfecto es una estupidez, literal es voto secreto, quien chucha te va a juzgar o pensar q apoyas a x candidato solo por ir a votar.
Pero en fin, independiente de eso, los argumentos que veo diciendo que voten por biden me dan una rabia terrible, porq a pesar de q creo q es lo "correcto" (to be fair, mi opinion no tiene mucho peso porq no tengo q actually votar por él), todos los argumentos son como "el mal menor", y bueno sí, es eso, pero acabo de ver (y lo q me hizo hacer este post) fue como "trump quiere hacernos todas estas cosas malas (listado de malas politicas y weas)" y q biden solo tiene "dubious foreign policy". Like??? Osea obvio que las weas que quiere hacer trump son malisimas, pero de verdad se me apreta el pecho de ver q la gente diga que el genocidio de palestina sea una "dubious foreign policy" y que sea el "mal menor". Como se nota que los gringos piensan que sus vidas son mas importantes que las de todo el resto del mundo.
Y la cosa es q en este caso sí es el mal menor, porq no es como q a trump le importe palestina o cualquier otra parte del mundo, pero verlo escrito asi, como si fuera obvio que las vidas gringas valen mas que las del resto? No se wn, es insoportable.
Y obvio que no me voy a meter a esas discusiones, porque no estoy pa ese drama, y al final es wea de los gringos lo q hacen, ya tengo suficientes problemas en mi pais como pa ponerme a pelear sobre eso en tumblr punto com, pero puta que da rabia.
En fin, este ha sido el vent post latino del dia
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elbiotipo · 7 months
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Lo que si me preocupa, por que no lo veo muy exitoso de todas formas, es que Milei se vuelva como nuestro Trump, una entidad a la que le podamos culpar todas las cosas (como C5N hacía con Macri en vísperas de que gane Milei, seguían hablando de él) en vez de reconocer que hay que hacer cambios y construir una alternativa. Hay mucho para reflexionar de por qué se consiguió este resultado y de como hacer un movimiento popular que finalmente eche por tierra esta reacción manifestada en Milei sí, pero en muchos otros como Villarruel y sí también, Bullrich y el mismo Macri.
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ceeyuin666 · 11 months
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¡Hola! Quería preguntar, ¿cómo se llevan los reclutas con los otros subordinados de sus villanos? por ejemplo Malfie con Diablo, Farja e Iago o Ms Hades con Pain and Panic.
Hello, I'm sorry I missed this previously!
I've used an internet translator to reply, I hope that's okay! (English below)
Hola, siento haberme perdido esto anteriormente.
He utilizado un traductor de Internet para responder, ¡espero que esté bien! (Inglés abajo)
Ask: Hello! I wanted to ask, how do the recruits get along with the other minions of their villains, for example Malfie with Diablo, Farja and Iago or Ms Hades with Pain and Panic.
Nunca he visto nada de Malfie mencionando a Diavel de las películas de Maléfica, pero he visto fanart de ellos actuando como hermanos, ¡que es mi favorito personal! No he visto a Joe hablar realmente de Jetsam y Floatsam, pero parece que los trata como compañeros de trabajo, mientras que Jack Heart sí que trata a las otras cartas de triunfo como compañeros de trabajo. En el caso de los personajes con más personalidad, como Iago, creo que los Reclutadores los ven como rivales molestos o fastidiosos. Creo que al final depende del personaje Disney jaja.
English:
I've never seen anything with Malfie mentioning Diavel from the Maleficent movies but I have seen fanart of them acting like brothers which is my personal favourite! I haven't seen Joe really talk about Jetsam and Floatsam but he seems to just treat them like workmates while Jack Heart definitely treats the other trump cards as workmates. For characters with more personality such as Iago, I find that the Recruiters see them as pesky rivals or nuisances. I think it ultimately depends on the Disney character haha.
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calledeitaca · 2 years
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Día Mundial de la Salud Mental: ¿Nos estamos volviendo (más) inestables, efímeros y «líquidos»?
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Hoy, Día Mundial de la Salud Mental recomiendo leer esta pieza de Gloria Jiménez publicada en Ethics, que aborda ciertos trastornos psicológicos muy en auge hoy día y que siempre es necesario visibilizar. Además, lo hace de manera muy interesante, pues toma como punto de partida la perspectiva que el cine y la televisión ofrecen sobre estos trastornos; como el largometraje La peor persona del mundo (Joachim Trier, 2021), en la que se expone la vida del personaje protagonista, Frances Ha, una «eterna adolescente que busca un lugar idóneo donde satisfacer sus ansias creativas» o la serie británica Fleabag (Phoebe Waller-Bridge, 2016-2019), que retrata a «una inconformista empedernida en continua búsqueda del amor verdadero a través del hedonismo y el sexo».
En esencia, una de las reflexiones que Jiménez propone, pues su artículo tiene muchas aristas, se encapsula, por un lado, en reconocernos en una sociedad rehén de «clicks de dopamina donde al final es más importante la foto y los likes que la experiencia en sí», y por otro, en falsos ideales de liberación personal sustentados en una superficial búsqueda de la libertad y de la felicidad individual.
Si Emma Bovary sufrió la condena social como «heroína inadaptada» a su tiempo por dejarse llevar por sus pasiones sin detenerse a pensar en las consecuencias, también la han sufrido en la sociedad contemporánea aquellas que libremente han decidido no seguir los parámetros de liberación y empoderamiento femenino impostado, tal como ocurrió con la cantante Patti Smith, quien aparcó su carrera para criar a sus hijos y fue criticada por un sector del activismo feminista norteamericano por haber renunciado a su vida profesional por una vida de hogar.
El texto hace eco de otras películas que se aproximan a psicopatías, como la esquizofrenia y el narcisismo brutalmente expuestas en American Psycho (Mary Harron, 2000) o El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013). Y también hay una muy oportuna referencia a Madame Bovary, la novela de Gustave Flaubert.
Mientras leía el artículo de Jiménez, mi mente me llevaba a la escena final de Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961). Imaginar a Holly, el personaje encarnado por Audrey Hepburn, con una cuenta en Instagram me resultaba delirante. Pero en esencia, por ahí va la cosa en los tiempos que corren. Como señala Jiménez referenciando al «bovarismo» tan bien retratado en La peor persona del mundo, nos encontramos en una especie de era de «soledad permanente» similar a la experimentada tanto por la protagonista de la película de Trier como por Emma Bovary «[que] buscan la diversión y el éxito para sí mismas como una forma de experimentación individualista y hedonista más allá de la relación social con su alrededor».
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No me cabe la menor duda de que la actual sociedad de consumo, sobre estímulos, política identitaria, necesidad de satisfacción inmediata y disminución efectiva de la concentración está exacerbando algunos de estos trastornos de la personalidad y mermando el tan imprescindible pensamiento crítico.
Y si nos acercamos a la actualidad que en los últimos días ha colmado los titulares de los principales medios de comunicación españoles a raíz del episodio machista en un colegio mayor en Madrid, podemos detectar mucho de lo que Jiménez observa en su pieza.  Podemos advertir cómo el foco y análisis de dicho episodio ha sido utilizado de manera interesada a nivel mediático y político muy por encima del necesario estudio sociológico que indague sobre los motivos que hacen que una generación experimente una evidente sensación de insatisfacción y proclive a ciertos excesos públicos que en otros tiempos eran impensables. Lo anterior, es similar a la normalización de los soeces exabruptos machistas y racistas del anterior presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Así, hoy somos testigos de conductas sociópatas que emanan de una sensación de constante insatisfacción y frustración social provocadas por la falsa promesa de liberación individual que el actual contexto socioeconómico y tecnológico a su vez impulsan; un fenómeno similar a la presión social inducida por la vacua promesa del «sueño americano» que otrora prometiera el éxito al alcance de cualquiera.
Este otro artículo de Ishwara M. González profundiza sobre la importancia de la atención, y los serios desafíos que las nuevas tecnologías y la mercantilización que la «nueva economía» está haciendo de ella suponen tanto para nuestra estabilidad emocional individual como para nuestro desarrollo social colectivo.
Cuestiones que, por otro lado, Zygmunt Bauman y Umberto Eco entre muchos otros advirtieron hace no mucho tiempo.
Es clave dar mayor visibilidad y estudio a las dolencias críticas de nuestra sociedad: las que afectan a la salud mental. Y no se trata de una cuestión menor, máxime cuando en España la primera causa de muerte violenta no natural es el suicidio.
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Artículo publicado en Canarias Ahora - elDiario.es.
Imagen: Secuencia de la película El lobo de Wall Street (Dir. Martin Scorsese. Perf. Leonardo DiCaprio. Scorsese, DiCaprio, Aziz, Koskoff, McFarland. 2013).
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Entrevista al historiador italiano Emilio Gentile ¿Quiénes son los fascistas?
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Por Mariano Schuster
Fuentes: Nueva Sociedad
El debate sobre el fascismo está cada vez más presente en la arena pública. ¿Ha vuelto el fascismo? ¿Nunca se fue y existe un fascismo eterno? En esta entrevista, Emilio Gentile, una referencia en los estudios del fascismo italiano, vuelve sobre ese régimen y sobre el papel que tuvo en él el propio Benito Mussolini.
En un contexto político internacional en el que emergen extremas derechas, regímenes iliberales y gobiernos autoritarios, la palabra «fascismo» ha vuelto a estar a la orden del día. Hay quienes definen como «fascistas» a Donald Trump, Víktor Orbán, Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Santiago Abascal, y quienes se refieren a un «retorno del fascismo» para explicar las oposiciones conservadoras a las agendas feministas y de los colectivos de diversidad sexual. La situación va incluso más allá: la palabra es utilizada también para acusar a izquierdas autoritarias, a movimientos y grupos religiosos y hasta para definir actitudes genéricamente «antiliberales». El concepto se ha transformado, en definitiva, en un arma arrojadiza que adversarios políticos e ideológicos se endilgan entre sí. Pero ¿qué fue realmente el fascismo? ¿Cuáles fueron sus características? ¿Qué diferencia a las extremas derechas actuales de esa experiencia?
Profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad La Sapienza de Roma hasta 2012 –y hoy profesor emérito en la misma casa de estudios–, Emilio Gentile ha historizado, a partir de documentos y de un laborioso trabajo de archivo y de interpretación de fuentes históricas, el fascismo italiano. En su extensa trayectoria historiográfica, Gentile ha escrito numerosos libros, muchos de los cuales han sido traducidos al español. Entre ellos se destacan Fascismo: historia e interpretación (Alianza, 2004); La vía italiana al totalitarismo. Partido y Estado en el régimen fascista (Siglo XXI, 2005); El culto del Littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista (Siglo XXI, 2007); El fascismo y la marcha sobre Roma (Edhasa, 2014); Mussolini contra Lenin (Alianza, 2019) y ¿Quién es fascista? (Alianza, 2019). En 2022 publicó, por el sello Laterza, Storia del fascismo, un volumen de 1.376 páginas en el que explica minuciosamente, sobre la base de una vasta documentación de archivo, el nacimiento y el desarrollo del fascismo en Italia. Su último trabajo es Totalitarismo 100. Ritorno alla storia (Editrice Salerno, 2023).
En esta extensa entrevista, Emilio Gentile dialoga con Nueva Sociedad sobre el nacimiento y el desarrollo del régimen fascista y profundiza en las características particulares de ese movimiento y de ese régimen político a poco más de un siglo de la Marcha sobre Roma.
Profesor Gentile, todavía hoy, cuando nos remontamos al tiempo en que nació el fenómeno fascista, nos encontramos con un contexto particular y específico que, por su diversidad de aristas, no siempre somos capaces de comprender por completo. Pensamos en los escuadristas, en el bienio rosso, en las consecuencias humanas y políticas de la Gran Guerra, en la fragilidad del régimen liberal-democrático. ¿Cómo era realmente el clima en Italia en la época del ascenso del fascismo?
Desde el final de la guerra hasta el advenimiento del fascismo, el clima en Italia fue muy agitado. Entre 1919 y 1920, ese clima se caracterizó por una serie de violentos enfrentamientos de clase que fueron seguidos, en los dos años posteriores, por una reacción escuadrista que desató una verdadera guerra civil contra las organizaciones del proletariado. Esas acciones violentas del escuadrismo fascista se dirigieron principalmente contra el Partido Socialista, pero también contra el Partido Popular, el partido aconfesional de los católicos, y el Partido Republicano. Se trató, en definitiva, de un periodo muy crítico para una Italia que, si bien había resultado victoriosa en la Primera Guerra Mundial –con el sacrificio de más de medio millón de hombres y la movilización de todo el país–, tendió a vivir los años posteriores a la contienda como si hubiese sido derrotada y como si se encontrara a las puertas de una revolución bolchevique.
En aquel marco posbélico, buena parte de la clase obrera –que había sido militarizada durante la guerra, pero que, a diferencia de los campesinos, había estado mayoritariamente en las oficinas y no en el campo de batalla– se sintió atraída por aquellos que habían condenado la participación italiana en la contienda: es decir, el Partido Socialista. Esa organización experimentó, en consecuencia, un fuerte crecimiento, a tal punto que resultó la fuerza más votada en las elecciones de noviembre de 1919 y consiguió 150 bancas en el Parlamento italiano. Un mes antes, el Partido Socialista había adoptado una línea revolucionaria que quedó fijada en sus estatutos partidarios, según la cual su objetivo era lograr la dictadura del proletariado mediante la conquista violenta del poder. El problema, sin embargo, era que la dirigencia de la Confederación General del Trabajo –la organización sindical más importante del país, que alcanzaba casi dos millones de miembros y era una de las que sostenían al Partido Socialista– era reformista y contraria a la revolución. Todo esto provocó una política esquizofrénica entre la voluntad de una revolución bolchevique que no podía hacerse –y ni siquiera se intentaba– y una posible revolución democrática, que habría podido producirse si el Partido Socialista hubiera apoyado a los partidos laicos y reformadores dentro del Parlamento, como los republicanos, los radicales y los socialistas reformistas. El Partido Socialista, que había condenado totalmente la guerra, y de hecho había atacado con violencia e incluso con algunos asesinatos a quienes la reivindicaban, recibió pronto la reacción de todos aquellos que creían que la guerra había sido una necesidad para que Italia se convirtiera en una gran potencia, pero que, estando dominada por las masas socialistas, el país había ganado en el campo de batalla pero había perdido en el campo de la paz. Es en ese sentido en el que hablaban de una «victoria mutilada», lo que constituía un mito sin fundamento alguno porque, con el tratado de paz con Austria, Italia obtuvo las que eran sus principales aspiraciones. No solo consiguió las tierras que se encontraban bajo el dominio del Imperio austríaco –y que eran habitadas mayoritariamente por italianos–, sino también tierras habitadas mayoritariamente por alemanes o eslavos, quienes, sin embargo, debían garantizar fronteras seguras para Italia. La idea de la victoria mutilada fue una reacción, un mito de la reacción a la condena de la guerra por parte de las masas socialistas. Y fue, además, el comienzo de un choque violento contra los socialistas por parte de los nacionalistas, a los que se sumó luego el movimiento fascista, con la fundación de los Fascios de Combate. En este sentido, suelo ser muy cauto a la hora de hablar de un biennio rosso. Lo cierto es que se produjeron agitaciones cotidianas y ataques a oficiales y generales, pero sin que nunca se desarrollara un verdadero intento de golpe revolucionario como el que Lenin había dado en Rusia, porque incluso mientras el Partido Socialista sostenía una línea revolucionaria o bolchevique, mantenía una práctica política parlamentaria y reformista. Que el país sintiera, por tanto, que la posibilidad de una revolución bolchevique era cercana no quiere decir que efectivamente lo fuera. Cuando se habla de biennio rosso, debe recordarse eso.
En definitiva, la situación italiana en vísperas de la Marcha sobre Roma, y sobre todo en los tres años anteriores, era más confusa que revolucionaria. Es una situación marcada por desórdenes muy violentos pero sin la posibilidad de que en Italia pudiera producirse realmente una revolución bolchevique, por la simple razón de que Italia había ganado la guerra, su Ejército era todavía poderoso para poder reprimir una revolución interna y no disponía de todos aquellos recursos naturales que permitieron a la Rusia bolchevique, después de 1921, iniciar su propia industrialización. Era posible, en cambio, una revolución democrática, porque después de 1919 los dos partidos más importantes en el Parlamento eran el Partido Socialista y el Partido Popular, este último fundado por el sacerdote Luigi Sturzo, de inspiración católica pero con una política democrática. Si esas dos fuerzas políticas se hubieran entendido en términos del posible desarrollo de una revolución democrática, se habría podido producir una profunda transformación capaz de impedir que fuera posible la victoria de los nacionalistas. Sin embargo, la división entre estos dos grandes partidos que podían controlar el Parlamento italiano, sumada a la división dentro del Partido Socialista entre reformistas y revolucionarios –estos últimos luego fueron expulsados y dieron nacimiento al Partido Comunista–, hicieron imposible ese proceso. La izquierda, en ese contexto, peleó más entre sí que contra el fascismo emergente: las disputas entre los socialistas maximalistas, el Partido Comunista y el Partido Socialista Unitario, que manifestaba una línea reformista, fueron constantes. Por otra parte, estaba el Partido Popular, que también tenía problemas para avanzar en la dirección de una unidad por una revolución democrática, ya que, como partido católico, no podía aliarse con un partido revolucionario y ateo, pero tampoco con los liberales dirigidos por Giovanni Giolitti, que rechazaban a un partido que era dirigido por un sacerdote. Todas estas divisiones favorecieron, a partir de 1921, el ascenso del fascismo hasta su conquista del poder.
A partir del análisis histórico, usted ha planteado que el fascismo de 1919 –el de los Fascios de Combate– no era necesariamente la semilla para la formación del fascismo de masas que nace en 1921. ¿Cuál es la diferencia entre ese primer fascismo y el de los escuadristas?
Efectivamente, yo sostengo que lo que llamamos fascismo nace en 1921 y no tiene su semilla ni su embrión en los Fascios de Combate creados por Mussolini en 1919. Al mismo tiempo, sostengo que el fascismo de 1919 no constituía un movimiento nuevo, sino que era, en rigor, una reconstitución de los Fascios de Acción Revolucionaria que Mussolini había creado en 1915 para apoyar la intervención italiana en la Gran Guerra. El fascismo diecinuevista era, de modo muy evidente, un movimiento reformista –y no revolucionario y anticapitalista como muchas veces se lo ha definido–, que no buscaba una conquista insurreccional del poder, pregonaba la colaboración de clases, hacía una fuerte defensa de la burguesía productiva, pretendía el sufragio universal masculino y femenino, esgrimía demandas como la jornada laboral de ocho horas y se manifestaba nacionalista, democrático y anticlerical. Ese fascismo, el de los Fascios de Combate, solo se refería al término «revolución» para hablar de modo genérico de una «revolución italiana», concepto que era utilizado para reivindicar a los ex-combatientes como los verdaderos representantes de la nación. Además de ser un movimiento reformista, el fascismo de 1919 estaba a favor de una mayor autonomía regional frente a la centralización estatal, hecho que también lo diferenciaba muy claramente de lo que luego sería el programa del fascismo como fuerza escuadrista y como partido político. Si quisiéramos ver en una imagen la diferencia clara entre el fascismo diecinuevista y el fascismo nacido en 1921, deberíamos acudir al símbolo de Il Fascio, el órgano oficial de los Fascios de Combate de 1919. La insignia, entonces, no era el fascio littorio –ni en su versión romana ni en su forma republicana francesa–, sino un puño cerrado sujetando un manojo de espigas.
Otro aspecto que debemos mencionar es que, en el fascismo diecinuevista, como luego sucedería también en el Partido Fascista, Mussolini no era el líder reconocido oficialmente como tal, sino solo la figura nacional más importante. Desde 1912, primero como líder socialista, después como líder intervencionista [en la guerra] y luego, sobre todo, como editor de un periódico político nacional, Il Popolo d’Italia, Mussolini estaba en escena y era conocido, mientras que el resto de los líderes eran personalidades que habían desarrollado su actividad política en la izquierda socialista o sindicalista, pero que no tenían fama nacional. A pesar de ello, Mussolini no se erigió, como lo hicieron Lenin y Hitler, como líder oficial y absoluto de su propio movimiento. Mussolini solo fue miembro del Comité Central de la Junta Ejecutiva y, siendo un gran orador, no hizo casi nada por recorrer Italia y multiplicar las inscripciones en el Fascio. Permaneció en Milán y, a diferencia de Hitler, hizo muy poca propaganda política en la península, hasta 1921.
Excepto por unos pocos hombres y por el apoyo de las organizaciones paramilitares de los Arditi (los soldados de asalto de elite del Ejército italiano en la Primera Guerra Mundial), el fascismo de 1919 no tiene nada que ver con lo que sería luego el fascismo escuadrista de 1921. Hay mucha documentación al respecto y, por ello, mi posición es muy clara en este sentido. Y es que en el fascismo de 1919 no se encontraba el germen de lo que llamamos «fascismo histórico», aunque ya en julio de 1920 una organización armada de escuadras fascistas establecida en Trieste atacó e incendió la Narodni Dom, la sede de las organizaciones de la minoría eslava. Sin embargo, este «fascismo fronterizo» no constituyó un movimiento de masas.
Ese fascismo de masas nace en 1921, se organiza de modo militar en el escuadrismo, luego toma la estructura de partido milicia [el Partido Nacional Fascista], se dedica a destruir las organizaciones del proletariado y se propone y logra la conquista del poder con la Marcha sobre Roma. En cambio, el fascismo diecinuevista no buscaba instaurar una dictadura; usaba la violencia, pero no con el objetivo de destruir sistemáticamente las organizaciones proletarias; no planeaba, como el fascismo escuadrista nacido en 1921, una insurrección revolucionaria para conquistar el poder, y tampoco quería convertirse en un partido político (a punto tal que se declaraba apartidario).
Según su perspectiva, Mussolini no creó el fascismo, sino que el fascismo creó a Mussolini. ¿Cómo consiguió hacerse con el liderazgo de ese movimiento y qué tensiones vivió en ese proceso?
Primero debemos puntualizar que Mussolini llegó a ser reconocido como el líder del fascismo, pero nunca oficialmente, en tanto no fue jamás el secretario general de los Fascios de Combate, ni el secretario general del Partido Nacional Fascista que nació en noviembre de 1921. En agosto de 1921, tras el crecimiento del escuadrismo como movimiento de masas, Mussolini pensó que reivindicando la paternidad del fascismo podría imponer su voluntad, llegando incluso a promover un pacto de pacificación con el Partido Socialista y con la Confederación General del Trabajo. Es decir que, después de que el escuadrismo destruyera el control y la hegemonía del Partido Socialista sobre las masas, Mussolini pensó en transformar a esa masa de escuadristas en un partido laborista para las clases medias. Hizo incluso un programa para hacer las paces con los socialistas y para desarmar a los escuadristas armados y, finalmente, lanzó una propuesta a los socialistas reformistas para que se desvincularan del Partido Socialista –que aún seguía inspirado en Lenin– y formaran una coalición con los fascistas y con el Partido Popular. Pero los escuadristas, que eran en su gran mayoría jóvenes de alrededor de 25 años y que se habían unido al fascismo en 1920, querían algo muy diferente.
Para ver la diferencia entre los Fascios de Combate, creados por Mussolini en 1919, y el fascismo como escuadrismo, conviene repasar los números. Los Fascios de Combate eran un movimiento marginal que en su primer año contaba apenas con unos 800 miembros. El número ascendió a unos 10.000 a finales de 1920, pero solo con el surgimiento y la explosión del escuadrismo los inscriptos pasaron a ser casi 200.000. En definitiva, Mussolini vio crecer de forma repentina y vertiginosa un movimiento que llevaba un nombre como el que él había creado, pero qué él no había inventado ni propuesto. En ese marco lanza la idea del pacto de pacificación, pero no toma en cuenta que los escuadristas no apoyan ese pacto, porque aspiraban a seguir conquistando el poder local. Es así que, en agosto de 1921, los escuadristas se rebelan contra Mussolini y lo llaman «traidor». Dicen: «El que ha traicionado al socialismo ahora traiciona al fascismo»[1]. Los escuadristas del Valle del Po marchaban cantando «Quien ha traicionado traicionará», dirigiendo ese dardo contra Mussolini. Al final de esa rebelión, los escuadristas le ofrecieron a Gabriele D’Annunzio el liderazgo del movimiento fascista, que ya se había convertido en un movimiento de masas. Pero D’Annunzio no aceptó hacerse cargo de la situación. Ese es el momento en que Mussolini renunció a su programa de transformar al escuadrismo en un partido parlamentario y aceptó seguir a los escuadristas. Y fueron los propios escuadristas quienes decidieron crear el Partido Nacional Fascista como partido armado. Por eso digo que no era Mussolini quien dirigía el fascismo, sino que Mussolini era quien seguía al fascismo. Y esto sucedió hasta la Marcha sobre Roma. Quien decidió atreverse con una insurrección armada no fue Mussolini, sino el secretario del Partido Fascista Michele Bianchi. Mussolini todavía estaba negociando en secreto con ex-líderes liberales como Giovanni Giolitti, Antonio Salandra y Francesco Saverio Nitti la posibilidad de formar un gobierno en el que el fascismo tuviera cuatro o cinco ministerios, pero que estuviera presidido por uno de esos viejos líderes liberales, cuando el 26 de octubre Bianchi lanzó la idea de un gobierno liderado por Mussolini como forma de chantaje al rey y a la dirigencia liberal. Hay una llamada telefónica del 27 de octubre a las 2:40 de la madrugada en la que Bianchi le advierte a Mussolini que la insurrección ya había comenzado y en la que Mussolini le responde: «Espera un poco».
Otra confirmación de esta situación se produce el 10 de junio de 1924, el día del asesinato del líder socialista reformista Giacomo Matteotti. En esa fecha, en la que el fascismo parecía colapsar, Bianchi le escribe una carta a Mussolini en la que lo acusa de haber obstaculizado siempre el programa revolucionario y le recuerda que fue él, y no Mussolini, quien desató la destrucción de las últimas organizaciones proletarias en agosto de 1922. Allí le dice: «Fui yo quien lanzó la Marcha sobre Roma, mientras tú me acusabas de ser un loco salvaje». En ese mismo documento Bianchi asegura que fue él, un sindicalista revolucionario calabrés, el verdadero creador de la organización político-militar fascista y el que luego se atrevió a chantajear al gobierno y al rey imponiendo el nombre de Mussolini.
¿Esto significa que Mussolini fue forzado o empujado a hacer la Marcha sobre Roma?
Forzado no, pero digamos que se enfrentaba al riesgo de ser desautorizado por Michele Bianchi, Italo Balbo y Roberto Farinacci, los verdaderos lideres revolucionarios del escuadrismo fascista, que eran quienes controlaban efectivamente a la masa armada. Tenga presente que, en octubre de 1922, los escuadristas armados controlaban las principales ciudades, las capitales y todo el Valle del Po, desde Trentino hasta Bolonia, y luego la mayor parte de Italia central. Todas estas provincias estaban ya antes de la Marcha sobre Roma bajo un dominio dictatorial del Partido Fascista. El verdadero éxito de la Marcha sobre Roma como insurrección es que, entre el 27 y el 28 de octubre, les permitió a los escuadristas ocupar grandes ciudades, organismos gubernamentales e incluso cuarteles. A partir de allí, se produce el chantaje de Bianchi al rey y a los liberales para imponer a Mussolini como nuevo jefe de gobierno. Y allí es donde sí se expresa el genio político de Mussolini, que, sabiendo que se trataba de un movimiento arriesgado, ve que no hay ninguna resistencia por parte del gobierno ni de las Fuerzas Armadas, pero tampoco por parte de los trabajadores –millones de ellos aún organizados por los partidos antifascistas–. No hubo, fíjese, ni siquiera una huelga. Con esto quiero decir que los fascistas pudieron llegar a Roma teniendo ya el control de gran parte del norte y del centro de Italia con la fuerza armada del escuadrismo, sin encontrar ninguna resistencia por parte de las organizaciones obreras. Por tanto, en el libro El fascismo y la Marcha sobre Roma [2], sostengo que no hubo compromiso para que Mussolini y el fascismo llegaran al poder, sino que se produjo la victoria completa del chantaje.
Uno de los aspectos centrales de la mitología fascista es la de haber salvado al país del «peligro bolchevique». ¿Cómo se construyó esa mitología, sobre la que usted trabaja en su libro Mussolini contra Lenin, y por qué la considera históricamente falsa?
La idea de que Mussolini evitó una revolución bolchevique en Italia fue, en rigor, una invención de la prensa conservadora inglesa, y muy particularmente del periodista Percival Phillips, quien poco después de la Marcha sobre Roma escribió un libro titulado The «Red» Dragon and the Black Shirts: How Italy Found Her Soul: The True Story of the Fascisti Movement [El dragón «rojo» y los camisas negras. Cómo Italia encontró su alma: la verdadera historia del movimiento fascista][3]. La tesis de Philips, un periodista estadounidense con claras simpatías por el fascismo, falsificaba completamente los hechos históricos, a punto tal que llegaba a afirmar que, incluso durante el proceso de la Marcha sobre Roma, había en Italia un peligro revolucionario de tipo leninista. Esta tesis fue, lógicamente, usufructuada y utilizada por el propio régimen para crear el mito del fascismo como el salvador de la nación. La realidad, por supuesto, era muy distinta, y existen numerosas pruebas documentales que permiten demostrar la falsedad de esas afirmaciones. En primer término, el movimiento fascista no había conseguido monopolizar el consenso de las masas –recordemos que en las elecciones solo obtiene 35 diputados, que luego se convierten en 30–, pero sí el de las clases medias, es decir, de ese amplísimo sector de la población italiana que se había convertido en mayoritario en los años comprendidos entre 1911 y 1921 y que no tenía representación política propia y se identificaba con la nación, con el Estado y con los valores de la burguesía. En segundo lugar, la llamada izquierda revolucionaria estaba completamente dividida y desorganizada. El conflicto y la división en su seno eran de tal magnitud que, hacia 1921, el Partido Comunista estaba mucho más claramente decidido a destruir al Partido Socialista que a luchar contra el fascismo.
Observando la completa división entre socialistas y comunistas, pero también lo que estaba sucediendo en la Rusia Soviética –donde había terminado la guerra civil, la dictadura bolchevique se había asentado y se estaba adoptando una política neocapitalista como la Nueva Política Económica (NEP)–, es el propio Mussolini quien, en el verano de 1920, afirma que el intento de exportar el leninismo a Europa ya había fracasado. Y en julio de 1921, vuelve a declarar que hablar del peligro bolchevique en Italia es «una tontería». A tal punto la consideración de Mussolini es que el peligro bolchevique está muerto que, en ocasión de la Conferencia Internacional de Génova –que es convocada por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial para discutir los problemas económicos de la posguerra–, no se opone a la asistencia de Lenin. En aquel momento se llega a admitir la posibilidad de que Lenin viaje personalmente a Italia, y Mussolini, como si fuera el amo del país, escribe: «El señor Lenin puede venir, pero no debe hablar de política, de lo contrario nuestros escuadristas se encargarán de él».
Pero permítame agregar algo más. Que el peligro bolchevique no existía en Italia era también claro por el hecho de que, cuando se desarrolla la Marcha sobre Roma, los dirigentes maximalistas del Partido Socialista y los del Partido Comunista toman un tren y se van a Moscú para la Conferencia de la Internacional Comunista. Dicen que en Italia no pasa nada, que lo que está sucediendo es solo una disputa entre burgueses. Fíjese que el 27 de octubre de 1922, luego del gran mitin de los escuadristas fascistas en Nápoles, el periódico comunista L´Ordine Nuovo, dirigido por Antonio Gramsci, afirma que todo se trata de una farsa y sostiene que se está asistiendo a las «vísperas de la desintegración del fascismo». Frente a estos documentos, frente a estos datos, hablar todavía hoy de un peligro rojo revolucionario, de una amenaza comunista en Italia, es una de las mayores tonterías que se pueden decir. La idea del «peligro bolchevique» fue instalada y utilizada por el fascismo para construir su mito de salvación nacional, pero está completamente alejada de lo que fueron los hechos históricos.
En muchos de sus libros, pero en particular en El culto del Littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista[4], usted definió el fascismo como una religión política y lo ubicó dentro del fenómeno más amplio de la «sacralización de la política». ¿Qué es lo que constituye una religión política y qué hizo que el fascismo se constituyera como tal?
Efectivamente, la religión política es un aspecto del totalitarismo fascista y los primeros en referirse al fascismo como una «religión política» fueron los católicos antifascistas y los liberales. Ellos alegaban que el fascismo pretendía imponer su ideología, es decir, la exaltación de la nación, la exaltación del Duce y la exaltación del propio fascismo como un dogma al que todo el mundo debía someterse, constituyéndose como una «religión política de la nación». Ese tipo de práctica de imposición se desplegó incluso antes de que el fascismo desarrollara su dictadura. Ya a fines de 1923, y a través de feroces palizas, los fascistas obligaban a la gente a quitarse el sombrero y a hacer reverencias a su paso. Los católicos antifascistas, como Luigi Sturzo, entendieron que el fascismo no podía ser de ninguna manera compatible con el catolicismo y que la Iglesia no podía apoyar el fascismo porque era un movimiento pagano que sacralizaba la nación y el Estado. El término de «religión política» se extendió luego entre otros antifascistas que observaban la forma en que el régimen imponía sus ritos, sus símbolos y sus mitos a toda la población italiana por medio de la violencia. Es este el sentido en que, en 1924, el periodista Igino Giordani, que adhería al Partido Popular de Luigi Sturzo, definía el fascismo como una «religión política pagana».
Debo aclarar, sin embargo, que la religión política no es exclusiva del fascismo, sino que pertenece a todos los totalitarismos. Fue, por ejemplo, un fenómeno visible en la Rusia bolchevique de 1918 y 1919, pero sobre todo tras la muerte de Lenin en 1924. En este sentido, y atento a su pregunta, me gustaría hacer algunas puntualizaciones. La primera es que la religión política forma parte de un movimiento más extenso que, como usted bien dice, he denominado «sacralización de la política» y que concierne a todos aquellos movimientos que sitúan la política en el centro de la vida humana y la convierten en una entidad suprema a la que incluso la religión debe someterse. En este marco, debemos diferenciar lo que constituye una religión política, que es típica de los regímenes totalitarios, de lo que constituye una religión civil, que caracteriza a los países democráticos. Tenemos, de hecho, el ejemplo de Estados Unidos, donde existe pluralismo religioso, pero cuando todos los creyentes, desde protestantes a católicos, pasando por judíos, musulmanes o sijs, se reúnen y cantan «God Bless America», reconocen a un dios que no es el dios de una religión concreta: es el dios de Estados Unidos. Estados Unidos es el primer ejemplo de una sacralización de la política en la que la política misma se convierte en el centro de una devoción. Esto se difunde y se extiende de manera más decisiva con la Revolución Francesa, con la dictadura jacobina, con Napoleón y luego, durante el siglo XIX, en los diferentes países y continentes, entre los que se incluye América Latina, donde distintos movimientos políticos pretenden definir el sentido último y la finalidad de la vida en esta tierra.
El hecho de que el fascismo pretendiera erigirse como una totalidad espiritual del Estado lo llevó a contradicciones con el campo religioso, tal como usted lo documenta en Contro Cesare[5]. En su libro usted muestra una relación pragmática entre el fascismo y la Iglesia católica, a la vez que puntualiza la complejidad que el fenómeno fascista suponía para muchos cristianos, en tanto se producía un conflicto entre el primado de Cristo y el del César (el Duce). ¿Cómo fue esa relación y qué influencia tuvieron los católicos antifascistas como Luigi Sturzo y Francesco Luigi Ferrari, a la hora de sentar las bases de una oposición cristiana al fascismo?
Al aproximarnos a este tema siempre debemos hacer una distinción entre el Estado Vaticano –es decir, la Iglesia como Estado– de la Iglesia como expresión de una religión determinada. En las relaciones con el gobierno fascista –que no es lo mismo que con el fascismo–, Pío XI aceptó inmediatamente ir por el camino de un Concordato, en tanto había aspectos que el papa compartía. Estos eran el antimarxismo, el antiliberalismo, la crítica a la democracia y, sobre todo, la condena y el rechazo de la soberanía popular y del libre pensamiento. Estos aspectos del fascismo eran compartidos porque eran los mismos objetivos religiosos que tenía la Iglesia en ese momento desde el Concilio Vaticano I. En ese sentido, ten��an enemigos comunes. Y ese es el motivo por el que Pío XI intenta y consigue un Concordato con el Estado italiano. Pero el mismo papa, como líder de una religión que predicaba la igualdad –aunque solo fuera en términos espirituales–, el amor entre los pueblos y la condena de la violencia, tenía enfrente un poderoso movimiento político que divinizaba a la nación, que exaltaba a Mussolini como una especie de ídolo y que, sobre todo, contaba con una organización militar armada que se lanzaba no solo contra las organizaciones socialistas, sino también contra las organizaciones católicas y los párrocos que no aceptaban los símbolos fascistas o se rehusaban a recibir a los escuadristas en la iglesia. En ese sentido, se produjo una doble situación. Por un lado, estaba el papa que, como jefe de la Iglesia, buscaba un Concordato para convivir con un Estado laico, pero, por el otro, estaba el mismo hombre que, como líder de una religión, veía ante sí un movimiento que pretendía, cada vez más explícitamente, ser él mismo una religión terrenal que quería para sí no solo la obediencia, sino también la entrega de los ciudadanos. En mi libro Contro Cesare he mostrado con documentos la falsedad de esas teorías –o más bien de esas fábulas– según las cuales el papa Pío XI era un hombre con una personalidad similar a la de Mussolini, por lo cual, supuestamente, era piadoso con él. He publicado documentos que demuestran que, desde 1925, mientras buscaba el camino para un acuerdo entre Estados, el papa manifestaba una marcada angustia por el paganismo fascista y por lo que él llamaba, en algunos de sus documentos, una «religión civil». Pero esto no sucede solo en 1925, sino que continúa en el tiempo. El papa estuvo incluso dispuesto a romper el Concordato antes de su firma, cuando Mussolini, en 1929, pronunció una frase herética, claramente blasfema, al afirmar que «sin la romanidad, sin ser trasplantado a Roma, el cristianismo seguiría siendo una pequeña secta judía en Palestina». Pese a que acabó prevaleciendo la diplomacia y el Concordato se firmó en 1929, en mayo de 1931 el Partido Fascista lanzó una guerra escuadrista contra las organizaciones católicas con la intención de destruir el intento de la Acción Católica de convertirse en una especie de refugio para el Partido Popular –que era católico y antifascista–. En ese contexto, el Papa publicó una encíclica en italiano en la que condenaba el paganismo y la estadolatría fascista. Es decir, utilizó en 1931 las mismas palabras que habían empleado Luigi Sturzo y Francesco Luigi Ferrari entre 1923 y 1925, y por las que se habían visto obligados a abandonar Italia y exiliarse. Eran estos católicos los que escribían desde 1923 contra el peligro que una religión neopagana como la fascista suponía para la fe cristiana. Aun así, a pesar de la posición del papa, el fascismo no dio marcha atrás, y fue el propio papa quien tuvo que retroceder pidiéndole a la Acción Católica que solo se ocupara de asuntos religiosos. Sin embargo, el mismo conflicto volvió a estallar en 1938 y, como demuestro en mi libro, las acusaciones de Pío XI contra el fascismo y su dimensión totalitaria volvieron a ser continuas. Cuando el papa muere, el 10 de febrero de 1939, en vísperas del décimo aniversario del Concordato, tenía ya preparada una encíclica, Humanis generis unitas, para romperlo. En esa encíclica condenaba como herejías el totalitarismo de la nación, de la raza y de la clase (es decir, el fascismo, el nazismo y el comunismo). El papa murió sin que la encíclica fuera publicada, y el nuevo pontífice, Pío XII, enfrentado a la amenaza de una guerra inminente, prefirió guardarla en un cajón. Esa encíclica fue finalmente descubierta y dada a conocer en 1995 por algunos estudiosos[7]. Por tanto, cuando nos enfrentamos a la historia de las relaciones entre el fascismo y la Iglesia, debemos siempre distinguir, por un lado, las relaciones entre un Estado y una institución que asume el carácter de Estado, y, por otro, la relación entre las dos religiones. Entre el Estado fascista y la Iglesia católica hay un Concordato, a la vez que un conflicto continuo, cada vez más grave y cada vez más aterrador para el papa. Los documentos demuestran que esos son, para el papa, diez años de sufrimiento continuo. Es absolutamente ridículo confundir un acuerdo de convivencia entre Estados –sobre todo, en un país en el que en los estatutos el catolicismo era la religión estatal– con una simpatía entre el movimiento fascista y la religión católica. No era posible una real convivencia entre una religión que quería a todo el mundo para sí y un movimiento, como el fascista, que también quería a todos los seres humanos para él en este mundo y que, por lo tanto, no aceptaba la competencia de la Iglesia.
Quisiera ir introduciendo la entrevista, si me permite, en el campo del análisis de la relación entre el fenómeno fascista y otros procesos que tienen lugar en nuestros tiempos. Actualmente se discute mucho sobre el crecimiento del apoyo de los trabajadores a las nuevas extremas derechas. Si volvemos atrás en la historia, ¿cuál era la composición de clase del movimiento fascista? ¿A qué sectores pertenecían aquellos primeros escuadristas armados?
Una pequeña porción del grupo dirigente fascista, tanto en los Fascios de Combate como luego en el escuadrismo, estaba constituida por hijos de la burguesía. Pero la mayor parte –entre la que se encontraban líderes como Italo Balbo, Dino Grandi y Roberto Farinacci– eran hijos de pequeños profesionales locales, abogados o incluso profesores de escuela secundaria. O, como en el caso de Renato Ricci, de un trabajador de las canteras de mármol de Carrara. Por su parte, la base social del movimiento fascista estuvo compuesta, desde el principio, por las nuevas clases medias. Nuevas en el sentido de que muchos de aquellos que militaban eran jóvenes, mayoritariamente del valle del Po, hijos de antiguos agricultores que habían logrado comprar tierras durante el periodo de la gran crisis –que se había extendido entre 1911 y 1921–. Esos hombres, que se habían convertido en propietarios, no querían, lógicamente, someterse a ningún sistema socialista que impusiera una socialización. Debemos tener en cuenta que, entre 1911 y 1921, a partir de la desintegración de la gran propiedad capitalista en el campo, se formó un millón de nuevos propietarios, es decir, personas que habían luchado como campesinos por tener la propiedad de la tierra y que no querían cederla para ninguna idea proletaria o socialista. Si hacemos un ejercicio y le atribuimos a cada una de esas personas un solo hijo varón, tenemos un millón de jóvenes que están en contra del socialismo y que, habiendo sido la mayoría de estos combatientes en la Gran Guerra y habiéndose identificado con la nación, se veían a sí mismos como la nueva clase dirigente. Son ellos quienes dan vida a las nuevas escuadras fascistas, a los líderes fascistas y a los que serán luego los líderes del régimen fascista durante los 20 años de gobierno.
El fascismo tuvo un componente de trabajadores, pero se trataba de trabajadores agrarios que, después de la destrucción de las organizaciones socialistas, habían sido obligados a unirse a los sindicatos fascistas con la promesa de acceder a la tierra –algo que finalmente la mayoría de ellos no obtendría–. Esto nos muestra que la composición de clase del fascismo fue muy diferente de la del nacionalsocialismo, en tanto nunca logró capturar un fuerte apoyo de la clase trabajadora. Mientras que el nazismo tenía un importante apoyo obrero, el fascismo no logró ganarse ese sostén de los trabajadores, exceptuando a los de segunda generación, es decir, a aquellos que no habían conocido la violencia escuadrista. Estos sí eran más favorables al fascismo, tal como lo reconocieron los propios dirigentes comunistas. En 1935, el líder comunista Palmiro Togliatti expresó en una conferencia en Moscú que, en ese punto histórico, ya no era necesario luchar con las armas contra los fascistas, sino entrar en el fascismo, usar los mitos fascistas como el de 1919, y finalmente así conquistar los sindicatos fascistas. Togliatti llamaba a esos obreros «hermanos con camisa negra». Lógicamente, el intento de Togliatti fracasó, porque los fascistas podían ser muy estúpidos en muchos aspectos, pero justamente no para reconocer a sus enemigos. En eso sí que eran muy inteligentes.
Por no remontarnos a muchas otras experiencias que han sido calificadas genéricamente como fascistas, le mencionaré solo algunos casos contemporáneos: un partido como Vox, en España, ha sido calificado como fascista; el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil ha sido calificado como fascista; Donald Trump ha sido calificado como fascista; Mateo Salvini ha sido calificado como fascista. Todo esto por no mencionar los casos en que la expresión se usa aún más indiscriminadamente, llegando a conceptos como «fascismo de izquierda» o «islamofascismo». Usted está manifiestamente en desacuerdo con el uso de ese apelativo. ¿Por qué en ningún caso es válido?
Porque todo lo que no hace crecer nuestro conocimiento de las nuevas realidades que produce la historia es inútil y nocivo. El conocimiento progresa a través de la distinción, no a través de la confusión ni de las analogías. El agua es un líquido, y el aceite y la gasolina también lo son. Si yo digo que todos esos líquidos son agua no avanzo en el conocimiento y puedo correr el riesgo de cocinar fideos con gasolina. Si yo digo que todos los regímenes o movimientos autoritarios son fascistas, corro el riesgo de equivocarme claramente y de no analizar y comprender, de modo concreto, un determinado fenómeno. Ahora bien, ¿por qué puede usarse de este modo extenso, confuso y equivocado el concepto de fascismo? Fundamentalmente porque en su etimología el concepto «fascismo» no significa nada precisamente político. Le daré un ejemplo. Si digo «comunismo», seguramente no apoyo la propiedad privada, sino la comunidad de bienes. Si digo «liberalismo», no apoyo la socialización de los bienes, sino la propiedad privada. Si digo «anarquismo», no apoyo el poder estatal, sino la anulación de cualquier poder. Pero si digo «fascismo» digo solo «fasci», «fascio», que significa literalmente «estar juntos». ¿Entonces todos los movimientos que proponen estar juntos son fascistas? Claramente no. Ahora bien, según el uso extenso de la palabra «fascismo», que es homologada casi a cualquier movimiento o régimen autoritario, podríamos decir, por ejemplo, que Dios es fascista. Fíjese que, si aplicamos ese criterio, el Dios de la Biblia, del Antiguo Testamento, cuando ordena exterminar a las mujeres, niños, hasta la última descendencia, debería ser considerado de ese modo. ¿Y qué diríamos de Caín? Este también podría ser considerado el primer fascista que, para colmo, ha desatado una guerra civil al matar a su hermano Abel.
Hago estas bromas, pero, como usted sabe, todo esto conforma una ironía verdaderamente trágica. Esta difusión del término fascismo ha creado una profunda incapacidad para entender nuevos fenómenos en los que, si bien hay elementos que estaban presentes en el fascismo, no está presente ninguno de los que verdaderamente lo definían, lo hacían particular. Esos elementos son el totalitarismo, el imperialismo, la religión política, la revolución antropológica y la guerra como fin principal de la vida humana. A los regímenes y expresiones políticas que usted planteó en tono jocoso, podríamos agregar los de [Silvio] Berlusconi, [Charles] De Gaulle o [Juan] Perón. ¿Encontramos en ellos algunos elementos similares a los que había en el fascismo? Sí, por supuesto, porque el fascismo siempre fue imitado, sobre todo a través del uso de símbolos, de rituales, de mitos. Pero ¿están los componentes fundamentales del fascismo, aquellos que permitían definirlo como tal? No, no están. ¿Cómo se puede calificar de fascista un movimiento como Vox, que quiere afirmar la primacía de la catolicidad sobre el Estado, sobre la nación, sobre la educación, cuando la primacía del fascismo era la de la política, la del Estado? Hemos llegado a tal punto de confusión, que hay quien no es capaz de distinguir un movimiento nacionalista de inspiración católica que sostiene posiciones de la extrema derecha católica en temas asociados a cuestiones como la familia –donde se opone decididamente al aborto y al feminismo– del propio fascismo. Lo mismo sucede con Salvini y La Liga. ¿Cómo puede ser fascista un movimiento como La Liga, que ha pregonado históricamente la secesión de una región de Italia, cuando uno de los puntos fundamentales del fascismo es el de la unidad de la nación, que fue siempre considerada de carácter sagrado?
Las cosas, como usted comentaba en su pregunta, van incluso más allá. El uso del término fascismo se ha vuelto tan simplista que se lo puede aplicar desde a Trump hasta a Putin. Cualquier régimen autoritario con culto a un líder es llamado fascismo. Corea del Norte entonces sería fascista, la misma China comunista sería fascista. Evidentemente, esto no ayuda a entender los fenómenos contemporáneos que enfrentamos. Este uso priva a la categoría «fascismo» de los componentes que realmente le son propios y que solo se encuentran si los analizamos en la historia.
En resumen, lo que intento transmitir es que muchas veces se sostiene que tal o cual movimiento es fascista porque entre sus ideas figuran posiciones racistas, o apelaciones a la pureza de la nación, o porque desprecia la democracia representativa. Pero todas esas ideas preceden al fascismo. Que haya racismo o que haya autoritarismo no quiere decir que haya fascismo. Esas no son cualidades específicas del fascismo, sino que aparecieron incluso en otras latitudes y todavía perduran. El fascismo no existía durante el tiempo del primer racismo en Francia, o en el siglo XIX cuando había racismo en Inglaterra y en Estados Unidos, país en el cual todavía desgraciadamente sobrevive en muchos estados. Mucho antes del fascismo hubo sociedades, y no solo de Occidente, que afirmaron una identidad nacional que excluyó, por ejemplo, a grupos étnicos de diverso tipo. Con esto quiero decirle, aunque usted lo sabe, que no es posible atribuir a cualquier movimiento, construyendo analogías generales, el carácter de fascista.
Le aseguro que yo me esfuerzo mucho por entender estas analogías, pero las analogías no sirven para comprender la historia, sino para hacerla más confusa. Eso es lo que yo denomino «ahistoriología», es decir, una historia hecha como la astrología, que, en lugar de estudiar científicamente los hechos, se limita a interpretarlos según los propios deseos, esperanzas y temores.
Es completamente cierto que todos esos movimientos o regímenes son nítidamente distintos del fascismo o tienen características que no pueden ser circunscriptas a él. Pero ¿qué sucede con la primera ministra italiana Giorgia Meloni, de Fratelli d’Italia, que proviene de una fuerza política que sí se ha reivindicado como neofascista, como el Movimiento Social Italiano? De hecho, en su propio símbolo, Hermanos de Italia lleva la vieja insignia del Movimiento Social Italiano, la llama encendida…
Efectivamente, entre 1946 y 1994, hubo en Italia un partido neofascista con representación parlamentaria y que llegó a ser el cuarto partido a escala nacional. Hablamos, como usted bien dice, del Movimiento Social Italiano (MSI), una organización política que fue fundada por funcionarios, jerarcas y adherentes al régimen fascista que, aunque nunca llegó a 10% de los votos, rozó esa cifra en las elecciones de 1972. Ese partido participó en la elección de al menos un par de presidentes de la República, y compitió democrática y pacíficamente en las elecciones generales y locales. Como usted sabe, el MSI se disolvió en 1994, transformándose, con el liderazgo de Gianfranco Fini, en el partido Alianza Nacional. Ese partido repudió el fascismo –aunque Fini en los años 2000 seguía diciendo que Mussolini había sido el mayor estadista de toda la historia de Italia– y formó parte de todos los gobiernos de Berlusconi. En tal sentido, desde 1994, Alianza Nacional se despegó de su matriz original de neofascismo y se encaminó a un proceso de transformación hacia una derecha nacional conservadora, posición que ahora es recogida por el partido de Giorgia Meloni.
El partido de Meloni bebe de esa experiencia y, en tal sentido, no tengo inconveniente alguno en considerarlos como posfascistas que han aceptado las reglas del Estado democrático y de la República y que han jurado sobre la Constitución, y que se inscriben en esa derecha nacional conservadora. Por supuesto, la herencia del MSI es visible en el modo de concebir la política y en la relación con los adversarios. Pondré un ejemplo. Por estos días, se habla en Italia de la reforma constitucional. Meloni quiere el presidencialismo y se dirige a la oposición diciéndole: «Si no están de acuerdo con lo que yo digo, avanzaré igual». Evidentemente, no es una actitud democrática dialogar con la oposición bajo esta premisa. Recuerda a aquello que hiciera Mussolini en 1923, cuando siendo líder de un gobierno de coalición, se dirigió a sus opositores parlamentarios –los socialistas y los liberales antifascistas– diciéndoles: «¿Pero ustedes que quieren? Pongámonos de acuerdo». Y ellos respondían: «No queremos escuadristas armados, no queremos violencia». Y Mussolini terminaba diciendo: «Si ustedes no quieren lo que yo impongo, yo seguiré mi propio camino». En esto, digamos, hay un tipo de actitud similar. A esto se suma la perspectiva mitológica que expresan algunos de los que forman parte del gobierno de Meloni, según la cual el fascista fue el mejor gobierno que Italia jamás haya tenido, «excluyendo» las leyes racistas. Esto no implica, sin embargo, que siete millones de italianos que han votado a ese partido y a ese gobierno sean fascistas. De hecho, tampoco se trata en sí de un gobierno fascista –ya hemos dicho que no hay escuadristas armados, no se propicia una revolución antropológica de la sociedad, no instala una religión política, no construye un régimen totalitario–. Es un gobierno que tiene a un partido como Fratelli d’Italia, que convive con otros muy distintos. Fíjese, sin ir más lejos, que en este gobierno convive el partido de Meloni, que reivindica el «orgullo nacional», pero aliado a un partido como La Liga, que ha negado históricamente la propia existencia de la nación italiana y buscaba la secesión de una parte del país –aunque hoy la llamen «autonomía diferenciada»–. Y participa también una fuerza como la de Berlusconi, que exalta el liberalismo y el hedonismo.
Profesor, creo que ya la respuesta surge de sus propias respuestas previas, pero de todos modos le haré la pregunta. Como usted sabe muy bien, en 1995 el ensayista Umberto Eco utilizó la categoría «fascismo eterno» en una conferencia pronunciada en la Universidad de Columbia, que sería publicada algunos años más tarde. Eco no solo apuntaba 14 rasgos que él definía como «fascistas», sino que además asumía que el fascismo era casi una identidad política móvil, que ya no usaba solo uniformes militares sino también «trajes civiles» y que volvía en «nuevos ropajes más inocentes». Su conclusión lógica era que el deber de los demócratas era «desenmascararlo». ¿Cuáles son los inconvenientes que, según su parecer, tienen esta definición y esta idea? ¿Qué problemas puede traer aparejados la idea de una «eternidad» en la política?
Permítame responderle comenzando por el final de su pregunta. Debo decirle que, en comparación con Eco, yo soy un poco avaro, porque he definido al fascismo no en 14 sino en 10 puntos, pero podría reducirlos incluso a tres. El problema con los 14 puntos de Eco es que pueden ser aplicados también a la Iglesia católica o a la Falange española. Y si se pueden aplicar de ese modo, entonces no definen algo particular del fascismo. A eso agregaría otra cuestión de igual importancia. Si los fascistas aparecen, como dice Eco, disfrazados de demócratas, ¿cómo distinguimos a los demócratas antifascistas de los demócratas fascistas? Es decir, ¿quién tiene derecho a definirse como un demócrata antifascista si, por ejemplo, como hizo Gramsci, llamamos semifascistas a socialistas como Filippo Turati, a liberales como Giovanni Amendola, a católicos democráticos como Luigi Sturzo? ¿Y cómo hacemos para decir que el verdadero antifascista fue Gramsci, que fue encarcelado en 1926, mientras que Matteotti fue asesinado en 1924, Amendola fue atacado en 1923 y 1925, y Sturzo se vio obligado a exiliarse en 1924, y Turati en 1926? Lo mismo ocurre con el concepto según el cual el fascismo puede repetirse en otras formas y depende de los demócratas desenmascararlo. Una posición de ese tipo les otorga una suerte de poder totalitario a los llamados demócratas para decidir cómo, cuándo y quién es un fascista disfrazado. Con ese criterio, todo el mundo podría decir «tú eres el fascista, yo soy el verdadero antifascista».
Yo siempre tuve una gran admiración por Umberto Eco, un semiólogo con un enorme conocimiento de la retórica y también de la historia. Pero no podía ni puedo estar de acuerdo con él cuando afirma su tesis del «fascismo eterno». ¿Cómo se puede sostener la idea de algo eterno en la historia, cuando ni siquiera las divinidades se revelan eternas? ¿Dónde están hoy Júpiter y Apolo? ¿Dónde están los dioses de Persia? ¿Estamos seguros de que el cristianismo y el islam serán eternos? Hasta ahora, de hecho, han vivido menos que la religión egipcia. En la historia nada es eterno. Es un absurdo hablar de eternidad en la historia. Y, por otro lado, ¿solo el fascismo sería eterno? No veo que nadie hable de un «liberalismo eterno» o de un «bolchevismo eterno», de un «jacobinismo eterno» o, para referirme a su país, de un «peronismo eterno». Pareciera que solo el fascismo estuviera dotado de eternidad. Pero si el fascismo es eterno, entonces todo antifascista está derrotado de antemano. Nunca ganará porque, al parecer, su adversario es poseedor de un don único que no tiene ninguna otra ideología y ningún otro régimen: la eternidad. Ese supuesto carácter de la «eternidad» se basa, tal como le decía, en la práctica de las analogías. Se basa en atribuirles a movimientos o regímenes no fascistas la categoría de fascistas.
Al mismo tiempo que se ha producido toda esta banalización con la tesis del fascismo eterno, también se ha producido el fenómeno que usted ha denominado como «desfascistización del fascismo». ¿Podría explicar en qué consiste ese proceso?
Por supuesto. Mi concepto de «desfascistización del fascismo» se refiere, sobre todo, a lo que sucedió en Italia inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando distintos grupos ideológicos se enfrentaron al problema de pensar el fascismo tras el propio fin del régimen. Lo que había sido, a todas luces, un régimen de 20 años que había tenido características opresivas y excitantes para toda la sociedad italiana, se transformó, en algunas conceptualizaciones de los propios hombres de la izquierda que lo habían derrotado, en un fenómeno que básicamente consistía en una banda de criminales que se habían quedado con el poder frente a unas masas siempre hostiles al régimen y sometidas a la miseria. Entre los mismos antifascistas que habían derrotado al fascismo se evidenció un fenómeno de falta de rigor a la hora de definir ese régimen. Lo mismo sucedió, claro, desde el lado neofascista, que definía el fascismo como un régimen que había hecho mucho bien al país pero que, desgraciadamente, se había convertido en una dictadura porque el comunismo amenazaba a Italia. Esa derecha neofascista intentaba decir que el fascismo no era totalitario, que recién se había vuelto racista en 1938, que se había convertido en un régimen de partido único solo porque Matteotti había sido asesinado y porque la izquierda y los antifascistas querían derrocarlo. En definitiva, desde la izquierda y desde la derecha se produjo una banalización del régimen que impedía ver su especificidad. Se «desfascistizaba» el fascismo. En la izquierda se llegaba incluso a afirmar que el fascismo no tenía ideología, no tenía una visión de la economía, y hasta que ni siquiera había existido un régimen fascista: solo había mussolinismo.
En torno de este tema conviene mencionar la influencia que tuvo un libro que seguramente usted conoce y ha leído. Me refiero a Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt, en el que la autora, sin saber nada del fascismo, afirmaba que el fascismo no era totalitario. En su libro, en el que el único régimen que aparece como totalitario es el estalinismo –ni siquiera considera totalitarios a Lenin y a Mao–, tampoco consideraba totalitario el nazismo: solo le atribuye esa cualidad desde el inicio de la guerra. La tesis de Arendt fue utilizada durante la Guerra Fría como un manifiesto propagandístico para ubicar en el mismo lugar la Rusia de Stalin y la Alemania de Hitler, pero sobre todo, para justificar que Estados Unidos y distintos países de la Alianza Atlántica estuvieran aliados a regímenes como el de la España de[Francisco] Franco y el Portugal de [António] Salazar, que tenían aspectos comunes con el fascismo. El concepto de Arendt según el cual el fascismo no era totalitario sino autoritario les servía a los países aliados a regímenes que tenían algunos aspectos del fascismo para afirmar que, si era autoritario, era «menos malo» –e incluso en ocasiones podría ser bueno– que el totalitarismo, es decir, que la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin. Este tipo de posiciones contribuyeron a la desfascistización del fascismo. A ese proceso de desfascistización del fascismo también contribuyó el hecho de que muchos fascistas reales de los tiempos de Mussolini se hicieran luego democristianos, comunistas o socialistas, por lo que los partidos debían decir que el fascismo no había tenido ninguna influencia y solo se dedicaban a ridiculizarlo.
Mire, cuando yo era niño no vi ni una sola película en la que no se ridiculizara el fascismo. Nunca tuve la sensación, de niño y de joven, de que el fascismo había sido algo trágico, que había allanado el camino para el nazismo y el totalitarismo en Europa. En lugar de hacernos entender cuál había sido la tragedia del fascismo, lo tomaban todo en broma, como algo gracioso. De las atrocidades del fascismo, solo se recordaba el crimen de Matteotti y la muerte de Gramsci. Si usted mira los primeros documentales sobre el fascismo, se dará cuenta rápidamente de que todo era una caricaturización, una serie de burlas y de chistes. Esto influyó mucho. Y el beneficio, por supuesto, se lo llevaron los neofascistas reales, que se presentaban como defensores de las «buenas políticas» del fascismo, de las grandes obras arquitectónicas, de las grandes fábricas, del bienestar de los trabajadores. Utilizaban toda esa palabrería amparados en ese proceso de desfascistización del fascismo. Decían, por ejemplo, que el fascismo había hecho buenas obras, para justificarlo. Usted sabe bien aquello que decía Cervantes: que no hay ningún libro malo que no contenga algo bueno.
Permítame que insista con las cuestiones relativas al uso de la palabra «fascismo» como arma arrojadiza para calificar a los adversarios políticos e ideológicos. Usted recordaba que en 1924 Gramsci llamó «semifascistas» a Amendola, Sturzo y Turati. Podríamos mencionar también que Palmiro Togliatti aplicó conceptos similares a Carlo Rosselli, el socialista liberal que murió luego a manos del fascismo. ¿Qué incidencia tuvo en el uso extenso y equívoco del término fascismo que vemos actualmente el hecho de que los comunistas siguieran la tesis del «socialfascismo» y aplicaran el concepto indiscriminadamente contra sus adversarios políticos, incluso contra aquellos que eran claramente antifascistas?
Tuvo un gran impacto, porque como usted dice, en el antifascismo italiano hasta 1935 e incluso en algunos casos hasta 1937, para los comunistas todos los izquierdistas no comunistas eran fascistas o semifascistas. Quien no se convertía a la interpretación comunista del fascismo era un fascista. Esta interpretación se suspendió durante la guerra y durante el periodo de la Resistencia, pero volvió a ganar lugar tras la Liberación. Después de 1947, los comunistas comenzaron a llamar fascista a Alcide de Gasperi, que era democristiano y antifascista, y ese proceso comenzó otra vez. Fíjese que Lelio Basso, militante marxista antifascista, en 1951 publicó un libro titulado Dos totalitarismos: fascismo y democracia cristiana. Una homologación realmente sin ningún sentido. Y debemos tener en cuenta que esto lo decía Lelio Basso que era quien, en un artículo publicado el 2 de enero de 1925 en La Rivoluzione Liberale, dirigida por el joven antifascista Piero Gobetti –víctima de los escuadristas, obligado al exilio y muerto en París en 1926, a los 25 años— había inventado el término «totalitarismo» para definir el régimen fascista.
El uso indiscriminado del término «fascismo« en Italia se relaciona directamente con esa acusación de fascistas contra todos los antifascistas no comunistas. En términos globales, la incidencia en ese uso indiscriminado la tuvo claramente la victoria de la Unión Soviética de Stalin en la Segunda Guerra Mundial, en tanto los comunistas extendieron la idea de que, como ellos habían vencido, eran los verdaderos opositores al fascismo. En consecuencia, podían marcar como fascista a cualquiera que se les opusiera. Y de ese uso extenso y confuso de la categoría derivó su pasaje a todos los ámbitos, a punto tal que los anticomunistas empezaron a llamar fascistas a los comunistas. Se transformó en una categoría para utilizar como arma contra cualquier opositor ideológico. Por eso vuelvo a mi razonamiento inicial: si el término «fascista» en sí mismo no contiene ninguna idea política clara, fascista puede ser cualquiera. ¡Incluso usted puede ser fascista porque me está haciendo preguntas para meterme en dificultades! Cuando reprobaba alumnos y debían repetir el examen, ¿qué decían?: «¡Este es un fascista!».
El hecho de que usted no utilice, por todas las razones que ha expresado, el concepto de «fascismo» para referirse a fenómenos políticos muy diversos, no implica que no observe los graves problemas de las democracias contemporáneas y sus derivas «iliberales». En tal sentido, usted ha acuñado el concepto de «democracia recitativa». Al mismo tiempo, ha advertido que el mayor peligro en la actualidad es la presencia de líderes elegidos democráticamente pero que carecen de ideales democráticos. ¿Qué significa el concepto de democracia recitativa y cuáles son, según su perspectiva, los dilemas que atraviesa la democracia hoy?
Si nosotros utilizamos el término «fascismo» para referirnos a lo que históricamente ha sido –es decir, que se ha expresado como organización, como cultura y como régimen en una cultura irracionalista y mítica fundada en la exaltación del Estado y de la nación, en una militarización de la política, en el totalitarismo y el imperialismo, en el racismo, en la revolución antropológica de la sociedad y en la guerra como fin último de la vida humana–, entonces debemos concluir que esto no está presente en los países democráticos. Sin embargo, en todos los países democráticos, incluso en los más antiguos, se están verificando una serie de procesos muy preocupantes. Uno es el creciente descontento de la ciudadanía, expresado en términos de desconfianza y, sobre todo, en una fuerte abstención electoral. Otro es la permanente y galopante intrusión de la corrupción. Y el que considero más importante es la renuncia al ideal democrático. El ideal democrático no es lo mismo que el método democrático, que consiste en el proceso de elecciones libres y pacíficas por el cual los ciudadanos eligen a sus gobernantes. Con el método democrático, lo sabemos muy bien, es posible elegir gobiernos racistas, antisemitas, machistas o antifeministas. Por eso el ideal democrático, por el cual durante 200 años muchos ciudadanos han sacrificado su vida en manifestaciones, en agitaciones, en revoluciones y en guerras, no consiste solamente en que los ciudadanos puedan elegir pacífica y periódicamente a sus gobernantes, sino en trabajar constantemente para eliminar todos los obstáculos y discriminaciones entre los gobernados.
Si la desigualdad de riqueza, y la pobreza y la precariedad son cada vez mayores, entonces tenemos un problema democrático –y en buena medida, parte del voto de los trabajadores a la extrema derecha se vincula a estas cuestiones–. Las estadísticas mundiales nos dicen que el 10% más rico del mundo posee hoy alrededor de 76% de la riqueza global. En Italia, durante la pandemia, el 5% más rico aumentó su riqueza, mientras que todas las demás clases perdieron poder adquisitivo salarial. Esa profunda desigualdad en la riqueza hace a un problema democrático muy serio: ¿quién, sino los ricos, puede acceder a propagandas electorales televisivas?
Al problema de la desigualdad, que impacta seriamente en la democracia, se agrega otro, y es el que usted menciona: el de la recitación. Una de las razones por las cuales se produce una fuerte abstención electoral se vincula a la consideración ciudadana de que la democracia se ha transformado en un espectáculo que tiene lugar solo en el periodo electoral. Los ciudadanos sienten que son convocados a votar y que, luego, los dirigentes políticos toman decisiones arbitrarias, de espaldas a la ciudadanía. En definitiva, toman las decisiones que quieren. En el sistema político italiano, los candidatos ni siquiera son elegidos por la ciudadanía, sino por sus compañeros de partido, y la ciudadanía es obligada a aceptar lo que los partidos han decidido. Todo esto hace a la calidad democrática. Es en este sentido en el que hablo de «democracia recitativa».
Ahora bien, es importante destacar que el método democrático prevalece, a diferencia de lo que sucedía hasta 1945, cuando movimientos fascistas y nacionalsocialistas negaban el principio mismo de soberanía popular. O a diferencia de los regímenes comunistas, que predicaban el principio de la soberanía del proletariado, pero que, finalmente, sostenían dictaduras de tipo totalitaria. Hoy todos los partidos, y también los llamados «populistas», reconocen ese principio y, de hecho, se refieren directamente a él. Evidentemente, este tipo de apelación al diálogo directo entre las masas y el pueblo puede constituir un desafío a la democracia liberal, como lo vemos en casos de Europa oriental, en la Rusia de Putin, en la Turquía de [Recep Tayyip] Erdoğan. Pero eso no los vuelve fascistas. No se puede ser fascista y apelar a la soberanía popular. Sería como ser bolchevique defendiendo la propiedad privada. Por lo tanto, los principales riesgos de la democracia emergen de la democracia misma. Repito: no debemos olvidar que la democracia como método basa su acción en el propósito y el objetivo de alcanzar algo más, el ideal democrático. Sin ese ideal, tenemos una democracia recitativa en la que, efectivamente, pueden producirse mayorías racistas, nacionalistas, iliberales. Si se abandona la realización del ideal democrático y la democracia es solo una recitación, el desarrollo del individuo se obstaculiza sin que exista ningún tipo de régimen fascista. Por lo tanto, para evitar la elección de gobiernos racistas, machistas, iliberales, de lo que se trata es de que la democracia no se limite al método democrático, sino que persiga el ideal democrático.
Permítame hacerle una última pregunta asociada a su propia trayectoria como historiador. Usted tuvo entre sus maestros a Renzo de Felice, un historiador de enorme relevancia, que desarrolló una de las más importantes biografías de Mussolini que se hayan escrito hasta la fecha. ¿Cómo conoció a De Felice y qué aprendió de él en términos del quehacer historiográfico?
Déjeme comentarle que, de niño, yo tenía dos grandes pasiones. Una era la pintura y la otra era la historia. Luego, por una serie de circunstancias, no me fue permitido seguir la vocación que más apreciaba que era la pintura, así que me dediqué a mi otro campo de interés. Mis primeros intentos fueron en historia medieval, y cuando tenía 18 años y estaba terminando el bachillerato, hice un ensayo  sobre la poesía de Dante. Sin embargo, el trabajo fue rechazado por el que entonces era mi profesor. Sinceramente, yo había puesto mucho empeño en ese texto, había dedicado mucho trabajo, y pensé que podía pedir otra opinión sobre aquel ensayo. Entonces se me ocurrió escribirle a Giuseppe Prezzolini, un escritor y periodista que escribía en Il Tempo, el periódico que leía mi padre. Prezzolini era un hombre muy famoso que, entre otras cosas, había sido el fundador de una revista La Voce en la que habían colaborado Giovanni Amendola, Benedetto Croce, Mussolini. Cuando le escribí yo desconocía por completo que él tenía 84 años y, en mi carta, lo traté de «tú», como si se tratara de un amigo. Él me respondió muy amablemente que, por la cultura que expresaba mi artículo, no creía que yo tuviese 18 años. Y así comenzó una relación. Luego, ya realizando mis estudios universitarios en Historia, conocí a un historiador antifascista que había sido amigo de Piero Gobetti y que tuvo una gran influencia para mí. Me refiero al gran historiador Nino Valeri, que fue el primero en estudiar el fascismo de manera científica. Yo quedé fascinado porque Valeri hablaba del periodo giolittiano y de los contestatarios de ese tiempo, entre los que se encontraba un joven intelectual que era el mismísimo Prezzolini. Lo cierto es que Valeri se convirtió en el director de mi tesis, pero se retiró de la academia antes de que yo la terminara. Mi director pasó a ser, entonces, Ruggero Moscati, pero necesitaba, sin embargo, un codirector. Y fue Prezzolini quien me dijo: «Fíjate que en Roma hay un historiador que yo admiro mucho. Se llama Renzo de Felice. Yo te daré una carta de presentación». Y así llegué a De Felice y se convirtió en mi codirector de tesis. Aun así, y a diferencia de lo que muchos creen, e incluso de lo que se afirma en la Enciclopedia Italiana, yo nunca estudié con él ni fui su discípulo directo.
De Felice era, ya entonces, un hombre muy importante en términos históricos. En 1965, cuando me estaba graduando del bachillerato, yo había leído el primer volumen de su extensa biografía de Mussolini, que había sido publicada ese mismo año. Ese libro me causó una profunda impresión. Aunque me fastidió un poco que el libro de De Felice estuviera escrito con un estilo muy difícil –yo siempre he preferido las frases breves, a lo Tácito–, quedé muy impactado por el aparato de citas bibliográficas que manejaba. De hecho, las notas casi duplicaban el tamaño del libro. Todas esas citas de archivo me fascinaron. Fue así como descubrí que no solo existía la historia que yo había leído en los libros de Benedetto Croce, que eran sintéticos y casi sin notas, sino que también estaba esto: la posibilidad de encontrar libros como el de De Felice, donde el archivo y las notas bibliográficas eran fundamentales.
Lo cierto es que, luego de graduarme, con De Felice como codirector de mi tesis, pasé un buen tiempo sin verlo, en tanto yo no comencé rápidamente la carrera académica, sino que me dediqué, algunos años, a enseñar italiano y latín, y luego historia del arte y por último historia y filosofía, en escuelas secundarias. Sin embargo, en 1971, conseguí una beca que no solo me dio una excedencia en la escuela secundaria en la que daba clase, sino que me permitió investigar en Roma. Esa beca hacía necesario tener a un profesor como garante de la investigación, y decidí pedirle ese rol a quien había sido mi codirector de tesis de grado. Acudí a De Felice y me contestó que sí, que él sería el garante de mi investigación. Fue entonces cuando comencé a colaborar en sus clases y seminarios. Esos fueron, para mí, dos años de un enorme aprendizaje. En primer lugar, aprendí la importancia de basar cada hecho histórico en la mejor documentación posible. Y, observando e interactuando con De Felice, entendí el verdadero significado de la independencia intelectual. Recuerdo que en una oportunidad le llevé unos capítulos de mi tesis para que los leyera y él, como buen profesor, me hizo una serie de observaciones. Yo le contesté, muy ingenuamente: «Muy bien, profesor, ahora mismo lo voy a modificar, voy a cambiar esto y aquello». Pero De Felice, a quien yo muchas veces veía en su casa, no me dejó ni siquiera terminar de hablar, me interrumpió y me dijo: «Escuche, Gentile, si usted cambia una palabra porque yo le he hecho una serie de observaciones, no venga más a verme». Fue entonces cuando aprendí lo que es ser un profesor universitario de gran valía pero que, como el propio De Felice decía, no quiere crear su copia en papel carbón.
Yo, que nunca fui su alumno, tampoco soy, como algunos dicen, su mejor heredero. Se dice que lo he seguido, pero en realidad, si esto es así, también lo he traicionado. De Felice argumentaba que el fascismo no había sido totalitario, pero yo llegué a la conclusión contraria a partir de mi trabajo con documentación histórica. Luego, De Felice también se convenció de ello. Fíjese que yo escribí en la década de 1980 muchos artículos sobre este tema, discutiendo la propia tesis de De Felice según la cual el fascismo no había sido totalitario. ¿Y sabe dónde se publicaron algunos de esos artículos? En la revista que dirigía el propio De Felice. Fue él mismo quien los publicó. Eso es lo que él me enseñó. Lo que realmente aprendí de De Felice es que hay que ser muy riguroso en la investigación documental y que no hay que escribir una frase que no corresponda a los documentos, a los hechos tal como resultan de los documentos, evaluándolos, por supuesto, críticamente. Y el otro gran aprendizaje que tuve fue que jamás debes oponerte a alguien que defiende una tesis distinta de la tuya si antes no compruebas si esa persona tiene razón y tú estás equivocado. Yo también he intentado enseñar esto a mis alumnos, muchos de los cuales se convirtieron luego en mis colegas. Son lecciones que hay que aprender. Aunque sea muy cansador e implique un trabajo continuo. El año pasado, en octubre, publiqué una historia del fascismo de 1.300 páginas, pero en el año 2002 publiqué una historia del fascismo de 29 páginas.[7] ¿Cuál es la verdadera? Ambas. Solo que en la primera no documenté todo lo que afirmaba. En la segunda, en cambio, no hay nada de lo que afirmo que no esté documentado. Y esto me parece importante.
Notas:
1. Se refiere a la militancia previa de Mussolini en el Partido Socialista.
2. Edhasa, Buenos Aires, 2014.
3. Carmelite House, Londres, 1922.
4. Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.
5. Contro Cesare. Cristianesimo e totalitarismo nell’epoca dei fascismi, Feltrinelli, Milán, 2010.
6. Georges Passelecq y Bernard Suchecky: L’Encyclique cachée de Pie XI: Une occasion manqué de l’Église face a l’antisemitisme, La Découverte, París, 1995.
7. En Fascismo: Storia e interpretazione, Laterza, Roma-Bari, 2002.
Fuente: https://nuso.org/articulo/entrevista-emilio-gentile-fascismo/
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jrlrc · 5 months
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Trump es un peligro
Si el delincuente Donald Trump vuelve a ser presidente, no será un poco fascista: lo será de lleno.
Para el asalto al Capitolio y el intento de revertir de facto (con violencia política y física) su derrota electoral legal, el amiguito/defendido/domador de AMLO terminó de transformarse en fascista, y así confirmó que ya lo era.
Si ya tenía similitudes con Hitler (acotación de siempre: no idéntico), con aquellos hechos se hizo más similar, más cercano al riesgo hitleriano. Y si regresa a la presidencia no estoy diciendo que reeditará el holocausto pero sí que redoblará sus esfuerzos para destruir la democracia. La deterioró mucho en su primera presidencia, en la segunda iría por destruirla. No hay más. Su autoritarismo ha crecido o empeorado, su desquiciamiento y deseos de venganza también, lo mismo que la antidemocracia -quedó bajo control extremista- del partido Republicano, partido que él lidera: Trump no podría sino ser un presidente fascista.
Qué es el fascismo? Yo lo resumo así: una combinación específica de autoritarismo, nacionalismo, populismo y violencia (que, por cierto, siempre ocurre bajo el capitalismo, lo que no significa que siempre que hay capitalismo hay fascismo). Trump había exacerbado y sigue exacerbando su rechazo a la democracia, su discurso idealizando a la nación, su autoidentificación con el pueblo original (de esa nación, contra la democracia), y con el asalto al Capitolio demostró que ya considera la violencia como opción legítima. Intenta volver a la presidencia de Estados Unidos por medio de la democracia para cancelarla en favor de él, su partido y de un proyecto “social” a la William F. Buckley -Libertad sólo para las grandes empresas, ciudadanías de primera y segunda y religión sólo o principalmente cristiana.
Trump tenía coincidencias con los fascistas al llegar a la presidencia hace unos años (2016), entonces era una especie de riesgo de evolución fascista, hoy es fascista, sería un presidente fascista en 2024. Pésimos tiempos se viven en el mundo. Pero Trump puede perder y la ciudadanía democrática de Estados Unidos, por supervivencia, debe hacer lo necesario para que pierda.
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delcakoo · 1 year
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Hi baby!!
Yah Y'all can't handle this Y'all don't know what's about to happen, baby Team 10 Los Angeles, Cali boy But I'm from Ohio though, white boy (Jacob Paul)
It's everyday bro With the Disney channel flow Five mill' on YouTube in six months Never done before Pass all the competition, man Pewdiepie is next
Man, I'm poppin' all these checks Got the brand new Rolex And I met the Lambo too And I'm coming with the crew This is Team 10, bitch Who the hell are flippin' you? And you know I kick them out If they ain't with the crew
Yeah, I'm talking about you You beggin' for attention Talking shit on Twitter too But you still hit my phone last night It was 4:52 and I got the text to prove And all the recordings too Don't make me tell them the truth
And I just drop some new merch And they're selling like a God church Ohio's where I'm from We chew 'em like it's gum We shooting with a gun The tattoo's just for fun Ah you say boat and run Catch me at game on I cannot be outdone Jake Paul is number one
It's everyday bro It's everyday bro It's everyday bro I said it is everyday bro!
You know is Nick Crompton And my collar stay poppin' Yes, I can rap And no, I'm not from Compton England is my city And if you work for Team 10 Then the US would be shitty I'll pass it to Chance 'Cause you know he stay litty
Two months ago You didn't know my name And now you want my fame? Bitch, I'm blowin' up I'm only going up Now, I'm going off I'm never fallin' off
Like Magg, who? Digi who? Who are you? All these beefs I just ran through Hit a milli' in a month Where were you?
Hatin' on me back in West Thinking need to get your shit straight Jakey brought me to the top Now, we really poppin' off Number one and number four That's why these fans all at our door It's lonely at the top So we all goin' We left Ohio
Now the trio's all rollin' It's Team 10, bitch We back again, always first, never last We the future, we'll see you in the past
It's everyday bro It's everyday bro It's everyday bro I said it is everyday bro!
Hold on, hold on, hold on, hold on Can we switch the language? We 'bout to hit it Sí, lo único que quiero es dinero Trabajando en YouTube todo el día entero Viviendo en U.S.A El sueño de cualquiera Enviando dólares a mi familia entera
Tenemos una persona por encima Se llama Donald Trump y está en la cima Desde aquí te cantamos Can I get my VISA? Martinez Twins, representando España Desde la pobreza a la fama
It's everyday bro It's everyday bro It's everyday bro I said it is everyday bro!
Yo, it's Tessa Brooks The competition shook These guys up on me I got 'em with the hook Let me educate ya And I ain't talking book Panera is your home? So stop calling my phone
I'm fly like a drone They buying like a loan Yeah, I smell good Is that your boy's cologne?
Is that your boy's cologne? Started ballin' quick and loans Now I'm in my flippin' zone Yes, they all copy me But, that's some shitty clones Stay in all designer clothes And they ask me what I make I said it's ten with six zeroes
Always plug, merch link in bio And I will see you tomorrow 'cause It's everyday bro Peace!
Doctor sorry, baby Jake Paul
I love you ♡
I CANT 😭 ATP THIS IS OUR SONG. WE NEED TO MAKE SURE TO NEVER SHOW OUR DMS TO ANYONE ITS GENUINELY TERRIFYING 🧌🧌🧌
anyways i love u too wifey 🫶🫶
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amiguiz · 1 year
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Lo que no quiero es entrar al sistema. Una vez entré y me arrepiento. La vez de la bici. Me trataron como un bulto, no, peor que a un bulto, a los bultos los cargan entre cuatro con cuidado de no machucar el contenido. A mí no me dejaron opinar, no me permitieron acceder a mis propios pensamientos. Blablablaenglish, okayokay you gatit, sign here. Casi casi que en cuanto firmé lo que me dijeron que firmara, se acabaron las sonrisas, lo pude ver clarito, y eso que todos traíamos cubrebocas.
Tons, lo que no quiero es entrar al sistema, le digo al Codelo, y siento feo porque estoy hablando de su sistema, de su casa. Le digo: he tenido cistitis miles de veces y por miles de motivos. Siempre es lo mismo. Siempre me la curo con Canestén. Mi doctor, mi doctor de toda la vida, el que me ha curado desde las hormonas hasta el papiloma, me ha recetado Canestén varias veces y otras me ha felicitado cuando yo me lo he puesto sin consultarlo. Mi doctor siempre me pregunta: “¿cómo estás comiendo?”, “¿cómo estás durmiendo?”, “¿y el ánimo?”, y siempre, al final, me pregunta por mi compromiso: “¿qué tanto compromiso estás dispuesta a dedicarle a tu cuerpo”. Y yo: Todo, mi doc, todo el compromiso. “Sale, pues. Entonces esta tú te la curas solita, mejora tus hábitos, bájale al alcohol, nada de desvelos, nada de malpasos, en dos semanas vemos si te medicamos o no”. Siempre. Primero el compromiso, luego la medicina. Pero acá el sistema no cree en el compromiso, le digo al Codelo, el compromiso no vende. Acá me van a inyectar cortisona y como ya firmé en la entrada me van a obligar y me van a amenazar con un deducible y un non disclosure. No quiero entrar al sistema, no quiero que me midan con cifras que no comprendo, tener que pedirles el celular, ese que dejé en mi falda, on the pocket of my skirt, thank you, para convertir kilos a libras, onzas a gramos, no quiero, Codelo, entiéndeme, no soy mala paciente pero confío en mi cuerpo, confío en mi compromiso.
Pero pasan dos pinches días enteros, largos como el intestino delgado, largos como las terminaciones nerviosas, y mi compromiso no me está curando. Y acá en el gringo no venden Canestén, qué mamada, en el CVS lo más parecido es un Miconidazol, que no es lo mismo que Clotrimazol, aunque rime.
Pasan dos días, me impaciento, me desespero, no quiero que llegue el fin de semana, acabar en una clínica de Urgent Care como cuando lo de la bici. 
Codelo, llévame al CVS, me voy a comprar el Miconidaverga. 
Y ahí vamos, y, entonces, el milagro: en otro CVS, el de Lockwood, no el de Polk, descatalogado, sin etiqueta visible, veo una caja de Clotrimazol vaginal con aplicador; esto es el mismo Canestén pero con otro nombre, como yo que acá me llamo Ventwrha en vez de Ventura.
De regreso a la casa me pregunta Codelo ya, honestamente, qué es lo que pienso y temo que va a pasar si vamos al médico. No le cuento las historias horribles que escuché ayer, historias de deshumanización y violaciones con un palo de escoba. 
Le digo: es que siento que me van a dar un antibiótico y un analgésico y un antimicótico y un refuerzo, y por si las dudas un suplemento. Pero no me van a explicar qué son todas aquellas sustancias, cómo trabajan en mi cuerpo, de dónde salieron, qué previenen, qué desencadenan, qué puede pasarme en las uñas, en el color de los ojos y por qué. Y luego le digo que, la verdad, también siento que me voy a acostumbrar a vivir adormecida, que no voy a ser capaz de reconocer los síntomas peligrosos, si la vejiga quiere decirme algo, si una trompa se está quejando, si mi estómago está más estresado que el abogado de Trump. Y así, adormecida, seré oficialmente estadounidense. Y Codelo me dice: y te van a inyectar una droga que hará que se te antojen las Big Macs.
Y yo me río pero en el fondo creo que sí es cierto. Por eso tanta tensión, tanto estira y afloja. Es que tantito que te descuides, y el sistema te jala, y una vez adentro no te suelta. Bueno, esas son algunas cosas que pienso. El día que se me antojen las Bic Macs, y me las compre, desde ese día ya no podré parar, y acabaré viendo diez horas diarias de tele, y acabaré pensando que el jamón es un pedazo de la pata de un puerco.
No quiero entrar al sistema, lo imagino como un botón de reset. Adiós, pensamientos; bienvenida, comodidad.
Todo eso no se lo digo al Codelo.
Van doce horas desde que me puse el Canestén y al menos ahorita sí puedo con mi alma. No he entrado al sistema todavía, por más que el Codelo piense que ya entré desde hace rato.
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