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#tatuajes en la parte interior del brazo
kaos-literario · 9 days
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Abril con un poco de mi...
Abril me trae la ausencia prendida a la noche, las fotografías de un otoño pasado donde era tan feliz y no supe aferrarme a esos brazos. Capaz la necesidad de siempre querer más o la incapacidad de las personas de darme tan poco; ¿pero que es lo que nos llenará el alma en este otoño? La soledad, la ausencia, la partida de personas ajenas, siniestras… el duelo, un amor fallido, los matices del dolor que siempre quedan… ¿que ocupará el color naranja en este otoño? O quizás no haya en estos meses, capaz me revuelque en la cama pensando a cuántas personas bese en este colchón, a cuentas les hice el amor encima del escritorio; son solo números, no te preocupes. Es la voz de mi inconsciente que se antepone a la situación que vendrá en la noche; culpa. Porque es Abril en pleno otoño, al comienzo o al final, pero es abril. Y estoy tan sola, sin querer la compañía de otro ser humano, me resguardo en los libros que me dejo de tarea hace dos inviernos y otra vez enciendo la cafetera. Estuve pensando en mudarme, a algo más bonito, más blanco, celestial y con pureza, es que perdí la fe en el camino y ahora cuando rezo no tiene sentido. Basta, no me hagas caso, es abril, hace frío, estoy sola y con pequeñas manchas en la piel por culpa de la impresora, me bañe y me refregué todo lo que pude. Pero traspaso la dermis y ahora presume ser un tatuaje al lado de su nombre, no por mucho señora mancha… no se ponga cómoda que en cuanto aprenda o sepa como quitarla no dudare en hacerlo. Abril me trajo soledad, enfermedad, un beso a medias con la palma de mi mano y grillos por toda la casa, por eso quiero mudarme, este departamento ya no puede abarcar lo que tanto tengo en el interior. Es que soy joven, no sé cuántos años tengo en realidad y es que he mentido tanto con la edad que pensar en un número se hace irreal. ¿Por qué mentí cuando Karen me preguntó si la amaba? Me remonto a 2014, ¿que voy a saber yo de amar? Era otoño, estaba de novia con Gonzalo, apenas iniciábamos o ya estábamos culminando, pero me gustaba como besaba, no me dejaba restos de él en mi boca, era limpio y cuidadoso. Recuerdo lo carnoso que tenía los labios y lo suave que me hablaba cuando me pasaba a buscar para ir a estudiar. Cuestión que Karen tampoco me amaba, pero mentía cada tanto por mensajes de Facebook diciendo que estaba muy enamorada de mi y quería que terminara con Gonzalo para que sea su novia. Al final, dejé a Gonzalo, no por ella, por el… porque el si estaba enamorado. Y a Karen nunca la bese, yo andaba curioseando por el mundo de la bisexualidad… pero nunca me gusto en realidad. ¿Es que se supone que tengo que sentir? Puedo decir y afirmar qué hay chicas muy lindas, pero ahora ya de grande me he escondido en tantas vaginas que ya no sé qué sabor tenía la mía antes de todo esto. Abril me trajo café, fui virgen hasta los dieciocho… bueno lo que puede llamarse virgen… teóricamente nadie había entrado en mi pero yo si había entrado en otros. Me pase los dieciséis haciendo orales, en el baño de la escuela, en un auto clio blanco, en la parte trasera de un centro médico, detrás de un árbol, en el baño de una fiesta y en la cama de mi antiguo hogar… aún así nunca súper realmente si lo hacía bien o mal. ¿Le abra importado mi carencia de experiencia? Es que nunca concluí en el acto sexual, es que no puedo acabar, no tengo orgasmos y es una pena según para todos ellos que nunca podré sentirlo… me lo describieron muchas veces, como si fuera un ciego que no puede ver el mundo y necesita que le expliquen con palabras algo que nunca podré conocer. Nunca me sentí mal por ello, ahora de grande ya no me interesa y es por eso que no tengo ganas de tener sexo; pero a veces me gusta sentir la piel de la otra persona, la calidez de la inocencia manchada de excitación y su disfrute en la oscuridad de sus ojos. Es por eso que Abril me deja un poco volada, pasa mi cumpleaños y pasa el cumpleaños de la primera persona de la cual me enamore… pero no pude darle mi corazón y ella no pudo quedarse a vivir la vida conmigo.
Porque abril es esto, es soledad, ausencia, vacío y enfermedad; manchas del duelo que dejó marzo y dolor en él pensamientos de que fueron tantos y ninguno llegó para quedarse en verdad.
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melanievoragine · 11 months
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Ficha | Alban Harvey
DATOS BÁSICOS
Nombre: Alban Harvey.
Apodo: Cruella; Medusa; Harvey.
Edad: 22 años.
Cumpleaños: 14 de octubre.
Nacionalidad: Inglesa.
Ascendencia étnica: no.
Orientación sexual: bisexual.
Orientación romántica: aloromántico.
Pronombres: él.
Trabajo: tatuador.
Carrera: Fotografía.
Hobbies: tomar fotos; dibujar (la técnica de puntillismo lo relaja); viajar; recorrer ciudades.
Alergias: no.
CARACTERÍSTICAS FÍSICAS
Altura: 1.88.
Color de piel: clara.
Color de pelo y peinado: mitad negra (natural), mitad blanca (decolorada). Su pelo cae desordenado sobre la frente, y por los costados es levemente más corto.
Pecas/lunares/manchas/marcas de nacimiento: pecas en la nariz; camino de lunares desde el cuello hasta el pecho que se pierden entre los tatuajes.
Cicatrices y su razón: en el lado derecho de la cabeza, producto del ataque que vive en el callejón de Nueva York; y una muy pequeña, casi imperceptible en la ceja izquierda, a causa de una pelea que tuvo en Francia a los diecinueve años.
Piercings: piercing negro de dos puntas en la ceja izquierda; argolla plateada en el nostril derecho; argolla en oreja izquierda.
Tatuajes: tiene muchísimos, pero a continuación algunos de ellos.
Medusa azul que empieza en los omóplatos y termina un poco más arriba de la espalda baja.
«Liberté» con tipografía gótica, en todo el pecho.
Dos olas de mar que comienzan en cada hombro y se extienden hasta el inicio de sus clavículas.
Dos ballenas que comienzan dos centímetros más abajo de las olas, y se ubican una frente a la otra.
Letra A mayúscula, gruesa, en medio de las ballenas.
Constelación de Cinturón de Orión en las costillas izquierdas.
Pulpo que cubre todo su muslo izquierdo.
Pez en la cadera derecha, más abajo del oblicuo.
Pequeños moluscos, estrellas de mar y algas marinas en los espacios vacíos entre algunos tatuajes de sus brazos.
Mariposa grande en la parte superior del abdomen.
Número 6 en las costillas derechas.
Enredadera que envuelve su brazo derecho desde la muñeca hasta el comienzo de su bíceps.
Paisaje de aurora boreal de Noruega en el bíceps derecho, el único tatuaje que tiene a color además de la medusa azul.
Dos triángulos invertidos en el antebrazo izquierdo, con sus bases separadas por un pequeño espacio. El de arriba, con líneas en diagonal y cruzadas unas sobre las otras, representando el museo del Louvre. Mientras que el de abajo contiene una ola de mar en su interior.
«You deserve me» entre sus pectorales, frase que Derian le tatúa en el epílogo de Bluish.
Estilo de vestimenta: jeans, cargos, y pantalones a la cintura, siempre negros. Suele usar camisetas que le queden un poco anchas y que las mangas le cubran los bíceps, aunque de vez en cuando escoge una ajustada, y estas son negras o bien, de tonos oscuros. Las prendas más coloridas que usa son camisas holgadas con diseños, que las usa abiertas con una musculosa negra debajo, y las acomoda dentro del pantalón o les hace un nudo. Cuando sale de fiesta o en días más calurosos, usa camisas estilo crop top. También adora las chaquetas modificadas con pintura y aplicaciones de metal. Y acompaña sus outfits con botas de estilo militar o Vans Old Skool negras.
En cuanto a accesorios, usa un par de anillos, y su favorito es uno con forma de tentáculo de pulpo que se enreda en su dedo medio. También usa cadenas en el cuello, y el cinturón es infaltable, uno sencillo.
PERSONALIDAD
Introvertido o extrovertido: Extrovertido.
Trastorno mental, en caso de tener: Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) y Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Palabras/frases que use mucho: Considerando que habla inglés, utiliza demasiado el “fucking” como adjetivo calificativo; y, puesto que es británico, utiliza mucho el “bloody” para exagerar una palabra. Mientras que, una frase a la que recurre cuando algo le resulta mal es “El puto padre que me engendró".
Optimista o pesimista: Una mezcla de ambas. Optimista cuando se siente en sus momentos más altos, y pesimista en los más abajos y apenas le resulta algo mal, producto de su ansiedad.
Malos hábitos: Salir mojado de la ducha y dejar el suelo húmedo hasta la habitación; dejar la toalla húmeda sobre la cama o en el suelo; romperse el interior de la mejilla con los dientes cuando está nervioso y/o ansioso; quitarse los zapatos y dejarlos en cualquier lugar del suelo de la habitación.
Lo que le hace reír: Cuando le agota la paciencia a las personas que quiere y lo miran con desprecio; vídeos de Harry Styles interactuando con sus fans en los conciertos; vídeos de gente cayéndose; Derian contándole sobre nombres científicos de especies marinas; Deb viendo las películas de Shrek; las cosquillas (le encantan).
Lo que le pone triste: Recordar su infancia y adolescencia; pensar en la última época que pasó con Bianca y Jules en Francia; sus inseguridades cuando se intensifican.
Lo que le hace enojar: Sentirse inferior; vídeos de animales sufriendo; bullying; personas conservadoras demasiado extremistas; cuando dicen que ser poliamoroso es otra forma más de ser infiel; comentarios de odio que les hacen a Dom y Tris en las redes sociales; que dañen a la gente que quiere; cuando Derian no deja de burlarse y reírse de él (aunque es una especie de amor-odio, porque al mismo tiempo adora verlo y escucharlo reír).
Formas de demostrar afecto: A través del contacto físico, le encanta dar abrazos, besos en la mejilla y en la frente (a Derian en todo el cuerpo), y acariciar. También suele enviar cosas que ha visto en las redes sociales y decir “esto me recordó a ti” o “esto me recordó a eso que hablamos”, porque suele olvidar las conversaciones con facilidad, por lo que recordar un detalle de estas y demostrarlo le parece muy significativo. Por otro lado, le gusta pasar tiempo con la gente que quiere e intentar involucrarse en algún hobby de estas, aunque sea una actividad que él no suela hacer, como ver las películas de Shrek con Deb aunque no sean sus favoritas; quedarse en el sofá acompañando a Prue mientras esta teje a crochet; ayudar a Kass mientras prepara un pastel; pedirle a Derian que le lea algunas páginas de su libro actual.
Forma en la que es percibido por los demás: Alegre, impulsivo, bromista, risueño, afectuoso, expresivo, coqueto, buen amigo, a veces como alguien difícil de conocer realmente, consejero, observador, bueno escuchando a los demás.
Cualidades: Es persistente cuando desea algo con todas sus fuerzas. Amable con la mayoría de las personas, a menos que alguien le caiga mal. Es creativo, está teniendo un montón de ideas durante el día. Es curioso, y combinado con su valentía y atrevimiento, hace que no dude antes de experimentar cosas nuevas. Siempre está intentando analizar a las personas para comprender sus acciones y/o ayudarlas. Mente abierta. Muy buen sentido del humor.
Debilidades: Hay veces en las que, cuando desea mucho algo, no se detiene a pensar en si en el proceso podría dañar a alguien, lo que lo vuelve alguien egoísta hasta cierto punto, y esto mezclado con su impulsividad es una combinación compleja.
Dependiendo de cómo lo encuentre una situación que lo dañe y cómo le afecte, podría ser vengativo.
Es provocador en el sentido de que, si alguien le cae muy mal, lo demostrará y no dudará en incomodar a la persona e incluso ridiculizarla.
Es demasiado directo, lo que lo puede llevar a no tener filtro al momento de expresarse.
¿Es competitivo?: sí, mucho.
¿Juzga de inmediato o se toma el tiempo para considerar?: Depende de la situación. Si hay algo que a primera instancia le parece muy mal, juzgará de inmediato, pero gran parte del tiempo se detiene a considerar.
¿Cómo reacciona ante los cumplidos?: Le encantan, pero según la persona que se los haga reaccionará de una forma determinada. Por ejemplo, el único que a veces logra que se ponga nervioso y se sonroje es Derian. Si el cumplido proviene de una amistad, lo recibirá con humor, probablemente un abrazo, y hará uno de regreso. Si lo hace una persona desconocida pero que le atrae, va a coquetear. Y si la persona no le genera nada, solo dará las gracias y sonreirá.
¿Cómo reacciona ante las críticas?: Si provienen de desconocidos, no le interesan. Si las hace alguien que quiere y le parece que tiene razón, se lo admitirá y quizás hable de ello, pero en soledad sobrepensará.
¿Qué lo persigue?: La forma en la que terminó todo con Bianca y Jules; y la violencia física que ha ejercido durante su vida, incluso si lo hizo en defensa propia.
Lo que le gustaría cambiar de sí mismo: Su impulsividad. Si bien, la disfruta y le divierte, le gustaría pensar un poco más antes de actuar en ciertas ocasiones para así no dañar a otras personas con sus acciones. También, le gustaría mantenerse más presente en la vida de quienes son importantes para él, y no alejarse de estas sin una explicación cuando se siente sobrepasado por alguna situación.
Obsesiones, en caso de tener: Los números pares. Las alarmas tiene que fijarlas con estos, al igual que los planes importantes. Estos le generan una extraña sensación de paz, control y buen augurio.
Preferencias musicales: Pop, pop rock, rock alternativo, pop punk, y reggaetón en fiestas.
Sueños: Viajar por gran parte del mundo y tener su estudio de tatuajes.
Objetos de consuelo/dependencia: Recibo de unas hamburguesas veganas que compraron con Bianca en Francia, en donde ella le escribió por primera vez “te quiero”. Camisas que Jules le hizo. Una carta que su madre le entregó la última vez que se vieron antes de que él viajara a Nueva York. La primera foto que le tomó a Derian (revelada) y la esponja con la que lo maquilló la primera vez.
Complejos corporales, en caso de tener: No tiene, dice que es un rey. Pero lo que sí aborrece de su cuerpo es la cicatriz de su cabeza.
Tipo de alimentación: Durante todo Bluish tiene una alimentación baja en productos de origen animal, y para el epílogo ya es vegetariano.
¿Es materialista?: No, el dinero solo es importante para él por el tipo de vida que lleva, que implica ir viajando de un lugar a otro y con la oportunidad de cubrir sus necesidades básicas y divertirse, pero para Alban nunca han sido relevantes los lujos o el hecho de poseer bienes materiales.
¿Es superficial?: En cuanto a las posesiones/economía de una persona, no, no le interesa. Y, con respecto a lo físico, le atraerá muchísimo si ante sus ojos es llamativa de acuerdo a su percepción de belleza, pero no es lo más importante para él. Nunca se negará a conocer a alguien, ni en plan romántico, sexual o amistoso si en primera instancia no le parece atractiva.
¿Tiene claros los límites de la moral?: Sí, pero estos los verá difusos (o simplemente no los verá) si su vida o la de quienes quiere está en peligro, o si necesita conseguir algo.
¿Es fácilmente influenciable?: No, a menos que esté enamorado, ya que el amor hace que perciba todo con mucha más intensidad de la habitual. Sin embargo, esto no significa que sea fácil manipularlo, pues sabe identificar este tipo de conductas; sino que, si alguien que ama lo incita a hacer algo, mientras no se sienta incómodo o vulnerado, aceptará bajo el pensamiento de "Haré lo que sea por verle feliz”.
CONFLICTOS INTERNOS EN BLUISH
Desapego debido a la ausencia de su padre. Para Alban es más fácil abandonar antes que ser abandonado de nuevo, y esto no solo con personas, sino también con situaciones que lo sobrepasan y que prefiere dejar inconclusas en lugar de atravesarlas y exponerse a un daño.
Miedo a convertirse en su padre. El desapego generado, la impulsividad, y la violencia que ha utilizado ante ciertas situaciones le hacen temer que algún día se convierta en lo mismo que lo destruyó en primera instancia.
¿Quién es Alban? Necesita saber quién es detrás de las máscaras que le muestra al resto y también cuando no está siendo prisionero de sus traumas y problemas. ¿Cómo es el Alban que no sufre por haber sido abandonado cuando niño, tanto por su padre como su madre de distintas maneras? ¿Cómo es un Alban sin carencias?
FAMILIA
Relación con su madre
Alban y su madre nunca tuvieron la oportunidad de generar un vínculo sólido. Tiene recuerdos de siempre haberla visto deprimida y de mal humor mientras su padre aún vivía en casa, debido al ambiente violento que existía, y, para cuando este los deja, su depresión solo empeora, provocando que ella se suma en el alcohol y en la tristeza, y que olvide que tiene un rol de madre que cumplir y un niño que necesita de ella. La situación causa que casi no pasen tiempo juntos; cuando ella no está trabajando, se encarga de algunos de los cuidados básicos de Alban y procede a encerrarse en su habitación, por lo que este crece solo.
El contexto que los envuelve hace que cuando Alban crece, aunque la quiere muchísimo, le sea imposible verla como una madre. Para él, Lizbeth es como una amiga importante, pero nada más. Es por esto que durante su adolescencia, su etapa más complicada, le parece injusto cuando ella lo regaña por ciertos comportamientos y cuando intenta entregarle afecto; le provoca rechazo y un pensamiento de “Me lo das cuando ya no lo necesito”.
Eventualmente acaba comprendiéndola y deja de sentir resentimiento hacia ella, pero su relación ya no tuvo las bases necesarias, y a Alban ya no le interesa construirlas, cree que pueden quererse bien tal como están.
Relación con su padre
Durante los pocos años que Alban vivió con su padre, nunca fueron demasiado cercanos. Este era un hombre frío, poco comunicativo, y siempre lo trató como si fuera un niño más grande. Pero por algún motivo que desconoce, siempre lo quiso muchísimo y esperó más de él. Aunque, la noche en la que agrede a su madre es la primera vez que lo ve con odio. Sin embargo, este es reemplazado por angustia cuando lo abandona, porque su cerebro de niño es incapaz de entender por qué lo ha dejado y no deja de preguntarse si acaso las razones tienen que ver con él.
En su adolescencia, la angustia es reemplazada por ira. Hacia su padre, por el daño que le causó a su madre y a él; pero también hacia sí mismo, por necesitarlo y no poder llenar ese vacío con nada. Incluso, en los últimos capítulos de Bluish todavía es posible notar una pequeña esperanza en tener un vínculo con su padre.
Lo que Alban no sabía era que, aunque estuvo gran parte de su vida necesitándolo, ya no lo hace. Lo que necesitó durante el último tiempo era decirle cómo se había sentido con sus acciones y pedir respuestas. Por eso, cuando George admite nunca haber querido ser su padre, Alban se rompe, pero el baño de realidad también viene con un alivio enorme, porque por fin sabe que no lo abandonó por ser Alban, sino porque él es George, y George no quería hijos ni aquella vida que tenía (Por favor veamos el paralelismo con la frase de Derian: “Te quiero porque eres Alban…” Y LLOREMOS).
Por otro lado, una cosa que no se menciona en Bluish porque Alban todavía no lo asume como algo tan malo debido la normalización de la violencia en su hogar y porque hubo cosas que él asegura que le afectaron mucho más, es que también fue maltratado por sus padres, que no sabían cómo lidiar con su personalidad hiperactiva. Luego, el maltrato físico y psicológico incrementa cuando el ambiente en el que está sumergido comienza a afectarle más y él también adquiere comportamientos violentos.
Al final, ignorar aquello es una obra más de su mecanismo de defensa, ese que lo lleva a enfocarse en situaciones que para él se sienten peores que otras, y así va “olvidando” lo demás. Pero algún día tendrá que enfrentarse a ello y reconocer que sus padres lo dañaron con más que el abandono.
Su percepción acerca del concepto de “familia”
Para Alban, la familia de sangre no significa nada. La familia se elige. Eliges alejarte de alguien con quien compartes apellido, eliges ignorar, eliges dañar. Pero también eliges con quién sí quedarte. Así que para Alban la familia son las personas que le han demostrado que él es importante para ellas, quienes lo quieren y lo escogen todos los días.
Mientras que, si le preguntan si algún día quisiera tener su propia familia de sangre, su primera respuesta sería negativa. Sabe de primera fuente cuánto pueden dañar dos personas que no estaban preparadas para ser padres, y Alban es consciente de que él no está listo para ello. Sabe que tiene un montón de cosas por sanar y otras por descubrir de sí mismo. Hay mucho que quiere hacer a solas y con quienes ama, sin responsabilidades ni miedo de que sus acciones arrastren a otro ser humano. Y, aunque es egocéntrico y le encanta saber que es relevante para la vida de algunas personas, a Alban no le gusta que lo necesiten, porque eso le hace sentir atado y presionado, pero esto se debe a temas que todavía no soluciona.
Pero en el fondo de su corazón, también quiere que llegue el día en el que se sienta listo, porque confía en que puede lograrlo y que un Alban más sano podría mejorarle considerablemente la vida a una pequeña persona.
BACKSTORY
¿Le hicieron bullying?
No.
Influencia de su infancia y adolescencia en la actualidad
- La mayoría de las veces no sabe cómo controlar su impulsividad, ya que cedía a esta como un método que le entregaba la distracción necesaria para no sentir tan intenso el dolor emocional que le provocaban los problemas que estaba teniendo.
- Como se mencionó más arriba, es desapegado, intenta no generar vínculos profundos en los países en los que vive, por lo que estos suelen ser superficiales y ligados a lo sexual. Esto lo hace porque sabe que en algún momento abandonará a las personas (o cree que será abandonado primero), y es la mejor manera para no sufrir.
- Está tan cansado de sentirse triste, que se acostumbró a fingir que está bien y ser el alma de la fiesta. Esto le proporciona distracción, pero también le genera una imagen desvirtuada de la realidad y provoca que no muestre cómo es realmente, pues no quiere que la gente sepa lo roto que está, que se preocupen y que eso lo lleve a pensar mucho más acerca de lo que le hace mal. Fingir le ha ayudado a seguir adelante, pero también lo ha perjudicado al acumular emociones.
- Tiene la costumbre de creer que puede con todo a la vez y solo, esto debido a que desde muy pequeño se vio obligado a conocer la independencia y autonomía. Por ello es que no suele pedir ayuda y se siente tan vulnerable cuando lo hace.
- Anhela el contacto físico. Ya que este le faltó tanto en su vida cuando lo necesitaba, es algo que busca mucho en la actualidad y que le hace sentir unido a quien quiere, por eso es que jamás se niega la oportunidad de relacionarse con personas a nivel físico.
- Necesidad de atención. Lo mismo que ocurre con el contacto físico, pues la atención es algo que Alban tuvo muy poco en su crecimiento y que ahora, en momentos de estabilidad, desea mucho. Con las personas que quiere, le gusta tener la seguridad de que lo están escuchando, que lo observen, que se interesen en él, que tengan las manos puestas sobre él, que le hablen.
- Su alta autoestima es producto de darse cuenta de que solo se tenía a sí mismo, bajo el pensamiento de que, si se quedaba esperando a que quienes debían le ayudaran a generarla, acabaría peor. Pero también se debe al arte de fingir, ya que verse seguro le ayudaba a parecer más fuerte y eso le otorgaba cierta protección y respeto.
RANDOM
¿Qué es lo peor que le hizo a alguien que amaba?
Desaparecer sin darles una explicación, habiendo tenido una relación formal con elles.
Consejo que le darían a su versión pasada
Tu padre no vale la pena. Dile lo que sientes y aléjate.
Mejor recuerdo de su infancia/adolescencia
El mejor recuerdo de su infancia es cuando encontró la medusa azul en la orilla de la playa. Y el de su adolescencia es alguna de las tantas experiencias que vivió con Bianca y Jules bajo la idea de “La vida es una sola”.
Peor recuerdo de su infancia/adolescencia
No podría elegir, porque, exceptuando a los días que pasó con Kass en Doncaster, y los que vivió con Bianca y a Jules en Francia, toda su infancia y adolescencia se siente como lo peor.
Algo que haya hecho y que le enorgullezca
Comprenderse desde otra perspectiva a través de la terapia mientras estaba distanciado de Derian.
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sandrwdp · 1 year
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Despierta
El tiempo pasa tan rápido que a veces se me olvida que estoy despierta. Acciones concatenadas día tras día disipan cualquier halo de consciencia que haya podido surgir en mi interior. Lo hago sin querer, como cuando me quedo dormida apoyada en tu hombro tras un parpadeo cansado que vence las ganas de estar contigo un ratito más.
Pero la otra noche no me quedé dormida. Nos tumbamos en la cama abrazados a las algo y algo, tú cerraste los ojos y empezaste a respirar profundamente, y yo me quede mirándote mientras te acariciaba el pelo.
Empecé a pensar en los pequeños detalles que forman parte de mi día a día desde que vivimos juntos. Que me encanta desvelarme a media noche, abrazarte y que me cojas la mano, ver tu cara de recién levantado después de darte mil besitos, las coreografías en la cocina mientras se hace la comida, o simplemente compartir una manta en el sofá.
Millones de imágenes de confeti empezaron a inundar la habitación. Al fijarme desinteresadamente en uno de esos trocitos de papel, vi a una chica con una toalla enredada el pelo y un albornoz rojo. Mostraba confusión al examinar su reflejo en el espejo del baño. Fruncí el ceño, definitivamente era yo. Cuando me detuve en el resto de trozos de confeti, vi a la misma chica haciéndose un tatuaje en la costilla sin quejarse porque su significado dolía más, sentada frente al mar escuchando una canción en bucle, alegre tomándose una cerveza pero con ganas de irse a casa, perdida buscándose en medio de la montaña sin saber qué camino tomar, bailando borracha en una fiesta intentando olvidarlo todo por un momento, concentrada ensayando una canción para que se acabase antes el día, y en un parque con el corazón roto escribiendo algunas líneas. Todos esos recuedros iban amontonándose por la habitación a medida que iban cayendo.
Me quité tu brazo de la cintura lentamente para no despertarte y me senté en el suelo. Abracé un puñado de confeti y respiré hondo. Apreté ese conjunto de ″yoes” del pasado contra mi pecho y empecé a llorar todo el rencor que tenía dentro. Dejé de culparme, de avergonzarme de mis errores, y dejé de sentir que había perdido el tiempo, o que no era o había hecho lo suficiente. 
Cuando pienso en lo feliz que soy a tu lado, me doy cuenta de lo mejor que me parece todo desde que has aparecido. Y digo “me parece”, porque realmente todos esos recuerdos o pensamientos ya formaban parte de mi vida antes de conocerte, pero ahora soy capaz de entrañarme con esa chica del albornoz rojo y llegar a quererla. Has cambiado el significado de las cosas.
Me has hecho bien hasta tal punto en el que la palabra “despierta”, que es el nombre que le puse a este blog cuando tenía catorce años, ha dejado de referirse a aquellas noches de insomnio en las que me pasaba escribiendo entre lágrimas porque esa era la única vía de escape que me permitía descansar. 
Desde ti, “despierta” alude a la toma de conciencia que a veces viene a detener el paso de las horas y me hace pensar en todo lo que significas para mí, en lo orgullosa que me siento de los dos, de nuestra vida y nuestras decisiones, en lo afortunada que me siento de tenerte a mi lado; pero sobre todo, en la serenidad de la que ya te hablé en su día. La serenidad que se ha comido a la ansiedad del pasado y con la que nos vamos a comer el mundo.
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cwrotes · 2 years
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But the truth is I could spend my whole life getting over you ; larry au!
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pairing: louis tomlinson x harry styles
language: spanish/español
genre: angst, open ending
word count: 22,188
tags/warnings: emotional hurt, angst, broken relationships, they broke up, emotional harry styles, based on a Lauv song, Harry still love Louis, open ending, feelings realization, denial of feelings, non-famous louis tomlinson, non-famous harry styles, maybe they get back together, harry crying over louis, alternative universe
summary: “Harry se pasa las noches debajo de alguien más con la esperanza de poder superar a Louis, y cree estar avanzando con ello, pero cuando se encuentran en una reunión de ex alumnos de la universidad a la que asistieron, no puede evitar tener una recaída y querer estar con él una vez más, porque la verdad es que podría pasarse la vida intentando superar a Louis y aun así no lo lograría.”
                     .・。.・゜✭・.・✫・゜・。.
                commissions | ko-fi  | wattpad | ao3
                     .・。.・゜✭・.・✫・゜・。.
Un espasmo atraviesa su columna vertebral con fuerza latente. Un jadeo profundo se atora en lo más profundo de su garganta. Sus ojos se vuelcan hacia la parte trasera de su cabeza. Los brazos le tiemblan al igual que las rodillas y toda su existencia se reduce al sudor que se presenta en gotas sobre su frente, cayendo y perdiéndose entre la suavidad de sábanas que no reconoce y que se sienten tan ásperas y ajenas que es casi repugnante aferrarse a ellas.
 Sus oídos pitan durante una décima de segundo. Sus dedos se aprietan en torno a la tela en su miserable intento por soportar los latigazos el orgasmo que lo abarrota y lo domina al igual que esas manos extrañas que se aprietan en puntos específicos en su piel.
 Las yemas contra su dermis se sienten como el fuego calcinando sus esquinas. Cada apretón es una agonía. Cada marca es una memoria que no quiere. Cada roce es un tatuaje que se queda en su alma por lo que podría ser una eternidad.
 Y no lo necesita, en absoluto. Y aun así se encuentra en esta cama desconocida, esa en la que cae exhausto mientras percibe como sus músculos se tensan tan solo para quedar lánguidos y suaves dentro de su cansancio.
 Un quejido se escapa de su garganta al percibir como su interior queda desolado, provocando que un estremecimiento lo sacuda con el propósito de lidiar con el desamparo que lo gobierna.
 Respira en voz alta, por la nariz, y se pasa las manos por la cara al mismo tiempo en que unos brazos fríos y extraños rodean su costado para atraerlo a una adicción que ni siquiera sabe cómo empezó.
 Sus párpados se mantienen juntos mientras es besado en la curva de los hombros. Son besos que terminan en mordeduras, que a su vez recorren su tez con un afán que resulta ser hasta fastidioso pero que de todas formas tolera cuando finalmente llegan a su boca. Harry se deja besar.
 Permite que su boca sea poseída por milésima vez en esa sola noche y por una lengua ácida que se entromete en su cavidad para explorar cada rincón de sus esquinas como si no lo hubiera estado haciendo gran parte de la noche, desde que accedió a irse del bar con él para no regresar. 
 Se deja besar, pero en todo lo que puede pensar ahora —mientras sus brazos cansados se envuelven alrededor de unos hombros delgados que se sienten como algo que no podría describir— es en que no es lo mismo.
 No es lo mismo. No es lo mismo. No es lo mismo.
 No es él.
 No es nadie y todo lo que le queda es una repentina tristeza que vuelve a hacerse presente una vez que la neblina en su mente empieza a disiparse con lentitud.
 Quiere echarse a llorar dentro de su melancolía embriagada. Tiene ganas de lamentarse por sus acciones pasadas y por todas las cosas que ha vivido hasta ese preciso momento. Desea sufrir apropiadamente para poder simplemente superarlo y salir del fondo de ese hoyo en el que lleva desde no sabe cuánto. Sin embargo, todo lo que hace es permitir que su cuerpo colapsado ceda a esas manos ajenas.
 Este hombre sabe en dónde tocarlo, a pesar de todo. Conoce la mayoría de sus puntos más débiles y sensibles y, aun así, su tacto se las ingenia para sentirse como la caricia más helada que no ha recibido jamás. No obstante, es capaz de admitir que sus roces son bastante parecidos a los de los demás hombres con los que ha estado.
 Todos muy fríos, como pasar un pedazo de hielo sobre su piel, quemándolo dolorosamente, provocando que sus huesos se entumezcan y que su piel se agriete de la forma más despiadada de todas. Se ha congelado tantas veces, que ya casi ni recuerda lo que alguna vez fue tener el verano besando cada esquina de su anatomía.
 Un chasquido resuena en la habitación cuando su boca se aparta eventualmente de la ajena. Sus pulmones exigen una cantidad absurda de oxígeno y sus pestañas finalmente se sacuden para permitirle visualizar al hombre que tiene enfrente.
 No sabe quién es. No recuerda exactamente si le dijo su nombre y tampoco está seguro de si él sabrá el suyo. Tampoco sabe quién de los dos tiene más copas arriba y si intercambiaron la cantidad de palabras necesarias para haber acabado en esta situación.
 No es que Harry tenga una especie de límites, ni mucho menos una clase de límite que le ayude a determinar quién puede ser merecedor de una noche de descontrol con esa embriagada versión de sí mismo.
 No sabe nada, en realidad. No tiene la menor idea de nada que no sea el hecho de que este desconocido tiene el océano dentro de los ojos. Mareas influenciadas por la tranquilidad de un atardecer que ha pasado hace horas y que aun así ha quedado inmortalizado en esas cuencas que ahora lo miran con una expresión casi ilusionada que Harry otorga a la ebriedad en la que ambos se encuentran.
 También le acredita al alcohol la caricia que le dedica en la esquina del párpado, sin dejar de mirarlo directamente a esos orbes que por poco quedan atrapados entre párpados y pestañas que no pueden compararse con los del cielo. Porque Harry ha conocido el cielo en persona, y lo ha tocado con sus propios dedos incluso. Y así como lo ha tenido entre las puntas de sus dígitos, también se ha perdido de él, probablemente para siempre, pues no ha vuelto a encontrarlo en las cuencas de nadie más.
 Ha sido una búsqueda exhaustiva, y absurda en todo el sentido de la palabra debido a su constante saboteo. Lo cierto es que Harry sabe perfectamente en dónde se localiza el azul que tanto ha estado echando de menos.
 Es dolorosamente consciente del paradero de ese tono añil que ha anhelado volver a ver, tanto, que, si realmente lo quisiera, sí no fuera un cobarde con todos los miedos pegados a su piel, fácilmente podría tomar un tren que lo lleve a ese destino. Mas, sin embargo, no puede hacer algo como eso. En realidad, Harry no es capaz de hacer otra cosa que no sea perderse en camas ajenas, sábanas heladas y bocas que no saben a esa dulzura que tiene tatuada en el paladar como un recuerdo y nada más.
 Porque ninguno de esos hombres es él. Y si no se trata de él, entonces Harry solo está corriendo del mañana para chocarse con la misma pared una y otra y otra vez.
 —¿Te la has pasado bien? —pregunta de repente el extraño, con un acento irlandés que solo ahora el rizado nota, con su repentina voz gruesa retumbando en sus tímpanos y sacándolo de sus cavilaciones en un arrastre que sinceramente no se espera.
 Harry parpadea en el aire, su labio inferior es cepillado por unos ajenos en un beso que no se espera pero que tampoco rechaza —lo cierto es que lo corresponde como si estuviera sedado—. La punta de su nariz es acariciada por una que no le pertenece. Sus costados son apretados por las mismas palmas que no han dejado de recorrerlo y tontear con él en toda la noche y si no fuera porque está lejos de sus cinco sentidos se habría dado cuenta de que esto no es lo que necesita.
 Todo es demasiado denso y vacío, extremadamente pesado y casi espantoso, como sus extremidades todavía lánguidas que no han dejado de hormiguear a pesar de que se mantienen rodeando esos hombros puntiagudos que ya no tiene ganas de tocar, pero a los que aun así se aferra porque no tiene nada mejor que hacer.
 Se obliga a llenarse los pulmones de aire, a respirar con profundidad absoluta mientras sacude las pestañas y trata de organizar las palabras en su desordenada mente.
 La presión en su pecho no cesa. No lo ha hecho desde hace años.
  —No es lo mismo —susurra, y lo hace tan bajo que la oración resulta ser inaudible para una comprensión que no viene siendo la suya.
 El muchacho sin nombre echa hacia atrás la cabeza para poder mirarlo con esos ojos tan suyos que se le clavan en cada esquina del rostro.
 —¿Cómo dices? —cuestiona casi de inmediato, su entrecejo medio fruncido y una sonrisa casi incómoda estirando esas comisuras que el rizado está harto de probar.
 Su visaje es interrogativo y confuso, y es comprensible. Harry también estaría confundido si fuera él.
 Tiene que volver a sacudir las pestañas y a respirar, inseguro de si lo que está sucediendo va a ser un reflejo del resto de su vida y de si no habrá ni un solo momento de su existencia en el que pueda superar lo que sucedió hace tanto tiempo.
 La respuesta es no a pesar de que no se ha hecho ninguna pregunta y no hace más nada que sacudir la cabeza, sonreír en su estado de ebriedad permanente —si sigue así, está seguro de que desarrollará un severo problema con el alcohol, si es que no lo ha hecho ya— y tirar de esa nuca ajena para darle un nuevo beso que disipe todos los pensamientos que puedan existir en la mente de los dos.
 Debería de sentir alguna especie de remordimiento al percibir como aquel sujeto sonríe contra sus labios, como si de verdad le gustara lo que está haciendo, como si realmente creyera que lo está seduciendo a pesar de que Harry solo lo está utilizando como lo ha hecho con tantos otros.
 Podría tenerle, aunque sea una pizca de consideración, podría ser un poco más compasivo al tener la impresión fugaz de que este sujeto puede ser bueno, tal vez un tipo decente que simplemente ha decidido pasar el rato en un bar gay cualquiera para conocer a un rizado espantosamente homosexual que no ha sido feliz ni un solo instante después de su graduación en la universidad.
 Pobre de él. Es una verdadera pena porque Harry sabe muy bien que no lo volverá a ver y que una noche es solamente eso. Y es agotador, sumamente, pero es lo que hay y tiene que resignarse a besar sin realmente tener ganas, a querer sin realmente hacerlo, a correr bien lejos para no recordar que, durante las horas más altas de la noche, ninguno de esos hombres es él.
 Harry duerme a medias hasta que sale el sol. La claridad se entromete poco a poco entre las hendiduras que deja la cortina en la ventana y la habitación se va iluminando con lentitud a medida en que el rizado abre los ojos.
 Le toma unos cuantos segundos analizar el lugar en el que se encuentra, su mirada se mantiene borrosa por unos instantes mientras la somnolencia lo abandona y es capaz de percibir como las gotas de sudor frío abundan en su frente, sus costados y ciertas partes de su cuerpo cubiertas por sabanas y extremidades ajenas.
 Ha estado soñando, probablemente durante toda la noche ha estado repitiendo el mismo suceso de años, todo en forma de una pesadilla constante que no lo abandona ni siquiera en los días que en serio necesita descansar.
 Ayer ha tenido que ser uno de esos días de relajación, pues han sido muchas horas nocturnas en las que no ha podido recuperar las fuerzas que ha perdido en el transcurso de las semanas, o incluso los meses.
 Ha sido agotador y ha tenido ciertas esperanzas al haber quedado considerablemente exhausto a causa del cariño de un hombre cuyo nombre no puede recordar en estos instantes. No obstante, no ha logrado hacer más nada que dar vueltas entre esos brazos desconocidos, soñando con los que sí conoce y no puede tener, rememorando la vida que tuvo antes de que el universo decidiera que conocería la infelicidad antes de llegar a los treinta.
 Toma una larga respiración recobrando completamente la consciencia, se saborea la amargura que gobierna en su boca y solo cuando mueve la cabeza hacia la izquierda es que se da cuenta de la inmensa resaca que carga.
 Las sienes le punzan como el filo de un centenar de agujas contra su piel, el área trasera de su cráneo retumba como el golpeo de un martillo enterrando diez clavos a la vez en las profundidades de su cerebro, y toda la zona de su tabique es atacada por la molestia de una sinusitis que no necesita ahora mismo pero que de todos modos se hace presente para hacerle la existencia peor de lo que ya es.
 Un gruñido quiere escaparse desde lo más profundo de su alma. Sin embargo, se lo traga al escuchar los suaves ronquidos de un hombre que descansa a su lado como si esta fuera su rutina diaria. Harry termina arrugando un poco las cejas —no mucho, pues el solo pestañear ya le está haciendo mucho daño— y se las ingenia para incorporarse en el colchón a pesar de tener la impresión de que si lo hace se le caerá la cabeza y terminará rodando por el suelo.
 Las sábanas se acumulan en su pelvis desnuda, cubierta por un antebrazo que no se aferra a su piel pero que lo sostiene de todos modos en un gesto que podría interpretarse como cariñoso si no fuera tan absurdo hacerlo. Harry le echa un vistazo, su mirada captura una infinidad de mechones castaños, pómulos delgados, una barbilla lampiña y un sonrojo matutino que adorna facciones considerablemente encantadoras.
 Es bastante guapo y probablemente tiene una buena personalidad al rizado recordar que estuvo riéndose bastante anoche —o quizás eso solo fue gracias al alcohol. No puede recordarlo con exactitud—, pero ninguna de esas cualidades evita que se quite las sábanas de encima y el brazo ajeno también para ponerse de pie.
 Busca su ropa en completo silencio. El desconocido tiene el sueño tan pesado que ni siquiera escucha el tintineo de la hebilla de un cinturón una vez que Harry se ha puesto los pantalones, y tampoco se despierta con el ronroneo de una cremallera que resuena tan pronto como se coloca esa chaqueta que le queda un poco estrecha pero que aun así se rehúsa a dejar de usar.
 Es el único recuerdo que le queda y no va a renunciar a él. Se asegura de que no se le está quedando nada al revisar sus propios bolsillos, verificando que tanto su cartera como su móvil están en su lugar y la liga que usa para amarrar su pelo continúa estando en su muñeca como siempre.
 Sale de la habitación sin despedirse, sin avisar, determinado a no volver a ver a ese chico porque no significa nada más que esto: otra persona que no lo ha ayudado a olvidar. Han sido centenares de esos. Si Harry tuviera que hacer una lista, necesitaría por lo menos diez hojas para poder enumerar a cada uno de esos amantes que solo forman parte un castigo eterno al que el rizado se somete cada día, todos los días.
 Debería de estar desgastado a estas alturas, impotente por la irracional y constante actividad sexual a la que se somete. Sin embargo, su fuerza parece estar puesta en la tristeza y la melancolía, y Harry tiene mucho de ambas cosas en el corazón.
 Es una amargura constante que permanece en sus entrañas y que lo incita a intentarlo una vez más, hasta el punto en el que ya se ha acostumbrado a estar acompañado durante cada noche sin importar el hecho de que quizás, ahora mismo, o desde hace un tiempo, lo único que está necesitando es estar solo. Pero ese es el asunto, Harry realmente no quiere estar solo, no quiere sentirse solo y mucho menos recordarse que, de hecho, lo está, y mucho.
 Inmensamente.
 Desmesuradamente.
 Tristemente.
 Es un martirio que tiene que soportar por lo que parece ser el resto de su vida, y siendo incapaz de pensar en ello ahora mismo, prefiere enfocarse en las calles de Londres en dirección a la cafetería más cercana.
 No conoce muy bien la zona en la que se encuentra considera que tal vez debería de pedir un taxi que lo lleve cerca de su piso para poder estar en una locación que por lo menos no lo desorienta tanto como lo hace esta, pero le duele tanto la cabeza que no puede hacer más nada que seguir caminando hasta dar con algún local que venda café o le dé un enorme vaso de agua. Lo primero que aparezca.
 No está lloviendo como acostumbra durante las mañanas, lo cual es bastante conveniente teniendo en cuenta que no carga con ningún paraguas y lo último que necesita es pescar un resfriado por culpa del sombrío clima londinense. Eso, sin embargo, no significa que no haga frío, porque sí lo hace.
 No es insoportable hasta el punto de hacerle creer que morirá de hipotermia o algo por el estilo, pero las ráfagas de viento son lo suficientemente heladas como para que tenga que rodearse a sí mismo con los brazos y mantenga un ritmo apresurado por la acera.
 Exhala por la boca sintiéndose un poco molesto y definitivamente adolorido, la idea de llamar un taxi se vuelve cada vez más tentadora, y cuando está a punto de darse por vencido al no tener idea de qué direcciones es que está tomando —cosa que dejaría de ser una realidad si tan solo leyera los carteles con los nombres de las calles—, finalmente encuentra una cafetería de apariencia decente.
 Observa a través del ventanal mientras camina hacia la puerta, no tarda en halar del mango de agarre para abrirla y todos sus músculos se caen al recibir la calidez de una calefacción que no sabía que estaba necesitando hasta este preciso momento.
 Se pasa las manos por la cara como un completo trastornado. no tiene la menor idea de qué aspecto debe de tener al no haberse echado un vistazo antes de salir del departamento de su amor de una noche, pero supone que puede relajarse un poco al notar que no hay muchos clientes en los alrededores.
 La mayoría de las mesas están vacías, y solo unas cuantas personas se encuentran ocupando asientos mientras atienden sus asuntos, muy alejados y ajenos a la perturbación que gobierna constantemente la mente del rizado. Avanza hacia la barra para poder leer el menú desde allí, se limpia los ojos con disimulo esperando no tener suciedad en las esquinas y una muchacha con uniforme se termina acercando a él del otro lado de la mesada para saludarlo y preguntarle amablemente qué desea ordenar.
 Harry pide un vaso grande de café y un panecillo relleno de queso, paga con el resto del efectivo que recuerda haber sacado de su cuenta el día anterior para no tener que usar su tarjeta en el bar, y agradece sinceramente lo rápido que le entregan su orden para poder irse a sentar en una de las mesas más alejadas de la puerta, los ventanales y todo el mundo en general.
 Se desploma en la silla casi con peso muerto, la cabeza lo está matando y la tela de la chaqueta se aprieta un poco en su espalda, incomodándolo lo suficiente como para que quiera quitársela, pero rehusándose a hacerlo porque simplemente no puede dejarla ir.
 Antes, cuando todavía estaba en la universidad y su cuerpo seguía cambiando, la prenda solía quedarle un poco ancha, lo suficiente como para que las mangas le sobrepasaran las muñecas y que los bordes le llegaran hasta muy por debajo de la pelvis, casi hasta menos de la mitad del muslo.
 Le quedaba grande, esa es la verdad, pero ahora que los años han pasado y que ya no es un muchacho de dieciocho años, la chaqueta ha dejado de servirle tanto como solía hacerlo. Ahora, lejos de ser una protección para el frío constante de la ciudad, es solo un recordatorio martirizante de lo que alguna vez perdió.
 Es el único recuerdo que conserva de ese tiempo, lo único que le hace saber cuán diferente es el presente del pasado que tuvo alguna vez.
 Se endereza en el asiento sabiendo que no puede pasarse el resto de las horas allí desplomado, y vuelve a estrujarse la cara con las manos aguantando un profundo suspiro, de esos que están supuestos a robarle el aliento o a dárselo.
 Se presiona las sienes con los dedos índice y mayor de ambas manos, apoyando los codos sobre la superficie porque es lo único que puede hacer ahora. Su cabeza es un desastre y está a punto de estallar, sus ideas laten casi tanto como lo hacen las esquinas de su cráneo, agónicamente, dolorosamente, causando en él una mueca que pliega cada uno de los músculos de su rostro.
 La está pasando mal, terriblemente, y tiene que ahogarse en su bebida humeante para lavar los restos de alcohol que sobra en sus venas y que le causa el mismo malestar que ha estado guardando en su interior desde que tiene memoria. Tal vez sea momento de dejar de tomar, quizás sea tiempo de dejar atrás todos esos malos hábitos que lo están consumiendo, que lo marchitan como planta seca expuesta a la dureza de un sol que no le tiene piedad y que la vuelve cenizas.
 No es ningún fénix para renacer de todo ese polvo, así que lo mejor que podría hacer en los próximos días sería darse a sí mismo la oportunidad de sanar, finalmente, de ese corazón roto que ha estado llevando a rastras durante más años de los que es prudente contar.
 No sabe cómo hacerlo, sin embargo, porque de haberlo hecho antes ya habría abandonado esa costumbre de ahogarse en el cuerpo de otras personas y toda esa bebida que le pasa factura todos los días siguientes, sin falta. Hoy no es la excepción, y por el momento solo se propone a darle un nuevo sorbo a su café y a respirar profundamente como si eso fuera a hacer su existencia más llevadera.
 Está a punto de darle un mordisco a su panecillo antes de que se le enfríe, cuando de pronto su teléfono está vibrando en alguna esquina de su pantalón. Arruga ligeramente las cejas, termina por afincarle los dientes a la masa y se sacude las manos antes de inclinarse hacia atrás para sacar el dispositivo.
 La pantalla se ilumina al ser encendida y Harry aprecia como el nombre de Niall aparece sin muchos recelos. Es un mensaje de texto, así que no tarda en desbloquear el móvil para poder leer. Su entrecejo se pronuncia mientras sus ojos siguen el curso de las letras, más de dos veces, como si no pudiera creerlo, como si lo que acaba de escribirle es lo más absurdo que le ha visto decir y carece de tanto sentido que ni siquiera sabe cómo reaccionar al respecto.
 Podría ignorarlo, dejar el mensaje en flechas azules y fingir que realmente no tuvo la oportunidad de leerlo apropiadamente. No obstante, la mención de una reunión de exalumnos le hiela la sangre y le hace imposible la tarea de pretender que no se trata de nada, porque sí es algo.
 Es mucho más grande que algo.
 Para cuando se da cuenta, está buscando el nombre de Niall en su registro de llamadas recientes para tocar el icono y pegarse el auricular a la oreja. Ya ha tragado y le ha dado un nuevo sorbo a su café para bajar el pedazo triturado de panecillo que le baja por la garganta, y su corazón comienza a latir con rapidez absurda a medida en que los tonos en la línea van incrementando.
 No parece como si fuera a contestar a pesar de que le ha escrito hace un minuto como mucho, y Harry, con su impaciencia y su constante ansiedad que no tiene freno ni punto de partida, tiene la intención de colgar. No llega a hacerlo, pues Niall finalmente contesta y su voz resuena en toda la bocina.
 —¿Aló? —habla el hombre como primera respuesta, casual como siempre, tan familiar que Harry casi quiere derrumbarse en su asiento como si acabara de recibir la peor de las noticias y Niall fuera su único consuelo.
 Quizás sea de ese modo, tal vez su mensaje no significa nada bueno porque una reunión como esa no es algo que esté necesitando en estos momentos. No sabe lo que necesita, de cualquier forma, pero tiene la certeza de que esto no es.
 —¿Qué es eso de una reunión universitaria? —cuestiona sin dudar, con la voz gruesa por culpa del letargo y de la cruda que todavía no se le quita y que se siente como si fuera a permanecer en su sistema por el resto de su vida.
 Se aclara la garganta con la esperanza de escucharse mejor, pero solo termina sintiendo como todo se le raspa en la faringe y no se siente para nada bien.
 Se va a morir ahí mismo, puede sentirlo. No le molestaría si eso sucediera.
 —Hola para ti también, amigo —saluda Niall con la voz cargada de una ironía que Harry no puede tolerar por el momento y que en cualquier otra ocasión habría sido hasta cómica si no estuviera tan ocupado sintiéndose molesto e incómodo y muy, muy enfermo.
 —Lo siento, hola —musita, un suspiro pesado se escurre de sus labios y tiene que apoyar el codo en la mesa para cubrirse los ojos con una de las manos. Termina estrujándose el derecho con la misma incomodidad, con las sienes todavía latiendo, con un palpitar en el corazón tan denso que si de repente se le detiene no se daría cuenta de ello—. ¿Qué es eso de una reunión? —vuelve a preguntar.
 Es todo lo que necesita saber por el momento, es lo único que le interesa ahora que sabe que existe la posibilidad de reencontrarse con todas esas personas a las que compartieron con él sus años universitarios y que guardan un lugar en lo más profundo de sus memorias, a pesar de que él ha hecho casi un esfuerzo inhumano por olvidarlos a todos ellos, a cada uno.
 No ha sido su verdadera intención, pero están tan vinculados con la raíz de su sufrimiento que es la única alternativa que ha encontrado para poder sobrevivir pobremente durante todos estos años.
 La voz de Niall hace eco en sus tímpanos, y tiene que volver a beber del líquido caliente para no descomponerse.
 —La gente de nuestra promoción decidió que ya ha pasado un tiempo desde que nos vimos todos juntos —informa sin ningún tipo de percance, un poco ignorante a los sentimientos que sus palabras provocan en el rizado que ha empezado a encogerse en el asiento, hasta el punto en el que su espalda está doblada y no le falta poco para que su frente toque la superficie—. Creen que sería divertido juntarnos a tomar algo y ponernos al día.
 Ponerse al día.
 Ponerse al día.
 Harry ni siquiera sabe qué día es este y qué ha estado haciendo durante los anteriores. Bueno, en realidad sí, pero no cree que sea prudente confesar que ha estado manteniendo relaciones con hombres que no volverá a ver en las noches mientras se parte el lomo trabajando durante el día como si no tuviera ganas de seguir viviendo y no le estuviera matando sucumbir a los hábitos de una esclavitud laboral a la que él mismo se ha entregado.
 Si no está bebiendo, está trabajando, y si no está trabajando, está ocupado buscando a alguien con quien pasar la noche, o haciendo lo que sea para no quedarse solo con sus pensamientos ni un solo segundo al saber que eso sólo lo llevará a la ruina, si es que no se encuentra en ella a estas alturas.
 —¿Toda la promoción? —pregunta para confirmar.
 Se relame los labios con cierto pesar, rogando en su mente que la respuesta sea negativa por la infinidad de cosas que significa que sea todo lo contrario. tiene el corazón estrujándose en su pecho ante la expectativa, al borde de un acantilado cuyo final está repleto de todas estas agujas filosas que lo van a perforar en lo más profundo del alma.
 De algún modo, es una suerte que Niall no sea consciente de ninguna de esas cosas y que no lo haya visto en ningún estado deplorable dentro de las escasas ocasiones en las que se han encontrado.
 Harry sabe guardar las apariencias, pero no tanto en ciertos días, esos en los que se siente particularmente destrozado, como hoy.
 Hoy es un día de estos.
 La noticia no le ayuda demasiado.
 —Supongo que sí —responde y la duda en su voz casi lo lleva a imaginarlo encogiéndose de hombros con sencillez. Para él realmente es muy fácil decirlo, mientras que para Harry es una tortura escucharlo—.
 han enviado el correo a todos.
 Esta vez, el rizado no es capaz de soportarlo mucho tiempo, no puede soportarse a sí mismo más bien, pues las manos comienzan a temblarle y la sensación agridulce que alguna vez ha estado gobernando sus papilas gustativas incrementa hasta volverse ácida en su lengua.
 El dolor de cabeza parece aumentar ahora que lo ha oído confirmar lo indeseable y esa sensación nauseabunda que no ha tenido en toda la mañana finalmente se está haciendo presente, creciendo en sus entrañas, hasta el punto en el que se vuelve incapaz de tomar otro trago de café.
 Se obliga a hacerlo, de todas formas, con todo y dedos temblorosos y esa inexistente estabilidad que le pide a gritos que regrese a su piso y que no salga de allí hasta que sea lunes y tenga que ir a trabajar.
 —¿A todos? —interroga en cambio, con las cuerdas vocales igual de trémulas y una pesadez en los párpados que no le permite abrir los ojos apropiadamente.
 Deja el vaso sobre la mesa, se sostiene el tabique con los dedos y baja la cabeza en un intento por prepararse mentalmente para las próximas afirmaciones de su amigo de años, con el único que todavía sigue manteniendo una relación que no se ha hecho añicos por su propia culpa.
 —Sí, eso creo —contesta el rubio, y la extrañeza se desborda tanto de su voz que no es tan sorprendente lo que pregunta a continuación—. ¿No has recibido el tuyo?
 —No —responde antes de pensarlo, y tiene que corregirse a sí mismo casi de inmediato—. No he revisado.
 Bien pudo haberse quedado con esa negativa y fingir que no le ha llegado nada para así no tener que pensar siquiera en asistir. Sin embargo, no le apetece mentirle a nadie con respecto a nada y tampoco tiene cabeza para iniciar una conversación en torno a su propia falsedad sabiendo que su amigo crearía una especie de argumento con las personas con las que sí habla.
 Niall siempre ha tenido un espíritu impresionante y una voluntad de hierro dentro de su extroversión valiente y singular, así como también siempre ha conservado esta cualidad de solidaridad amistosa y jocosidad que le permite llevarse bien con todo el mundo, bajo todas las circunstancias.
 Es como un rayo de sol andante y prudente, de los que no queman porque es invierno pero aun así conservan la potencia suficiente como para hacerle fruncir las cejas y entrecerrar los ojos, pues su brillo continua siendo cegador y cálido y todo lo que Harry podría necesitar ahora mismo si no estuviera ocupado sintiéndose avergonzado de sí mismo, de sus propias emociones, del estilo de vida que está llevando y de todo ese rencor y esa amargura que guarda dentro de sus entrañas y que le ha puesto negro el corazón.
 No podría presentarse así de vulnerable delante de Niall aun sabiendo que todo lo que su amigo haría sería consolarlo y buscar una solución a ese problema que no parece tenerlo.
 Preferiría morirse antes de dejar que alguien, quien sea, lo viera en ese estado de decadencia en la que el vómito acecha la punta de su garganta y el café no ha sido capaz de lavar esa resaca que persiste en hacerlo añicos.
 Tal vez termine comprándose otro. Todavía tiene que comerse el panecillo.
 —¿Todos van a ir? —murmura en una interrogante, al cabo de unos segundos en los que no se imagina que puede estar haciendo el hombre de pelo claro al otro lado de la línea mientras él está teniendo una pequeña crisis mental.
 Se llena los pulmones de aire con mucho pesar y se regaña a sí mismo casi de inmediato porque no quiere saber eso. No está deseando saber si todos estarán asistiendo a esa condenada reunión que no ha podido llegar en un peor momento. Harry realmente ha estado pasando por una racha de mala suerte.
 La línea casi ruge en una respiración casi pesada.
 —No puedo confirmarte eso, amigo —dice Niall con toda la razón del mundo, logrando que el rizado se sienta más estúpido que hace un segundo, y peor. Mucho peor—. Damián va —añade, como si creyera que eso es algo que necesitara saber, como si el mencionar un nombre conocido lo alentaría a hacer algo de lo que Harry no tiene la menor idea.
 Lejos de sentirse aliviado al reconocer un nombre que no ha escuchado en años, Harry solo puede percibir cómo su corazón se encoge y los músculos de su rostro pliegan en una mueca de desagrado que refleja todo lo que hay dentro de su alma.
 Es una suerte que se encuentra sentado en la esquina más alejada del centro de la cafetería, porque así no tiene que pasar por la pena de hacerse pedazos por la sorpresa delante de otras personas que tengan la oportunidad de atestiguar lo deplorable que es su situación actual.
 La lejanía le permite, finalmente, apoyar la frente sobre la superficie y darse por vencido en su intento de mantener toda su basura junta. Sabe de primera mano que su aspecto no es el mejor de todos, y todavía no entiende por qué prefirió ir a una cafetería en lugar de ir directamente a su casa, allí en donde nadie tiene los ojos puestos en él y no se dan cuenta de lo dolido que se encuentra.
 Está a nada de echarse a llorar, así que no sabe muy bien cómo es que se las ingenia para volver a hablar.
 —¿Sigues hablando con Damián? —pregunta, una mezcla de asombro e incertidumbre brotando de sus labios y siguiendo el ritmo de su corazón.
 Recuerda a Damián vagamente. Tiene su rostro guardado en su memoria, pero ya no puede asimilar el sonido de su voz, ni la forma de su sonrisa, ni los temas de conversación que mantenían, ni mucho menos lo que se sentía pasar el tiempo con él.
 Todo forma parte de un pasado que ahora permanece en las borrosas sombras de su memoria, como si fuera una vida lejana que no entra en su reencarnación porque es imposible conservar más de una existencia dentro de ese cascarón al que llama cuerpo.
 —Si, y con Stephan, Vladimir y Beth —informa el rubio del otro lado de la llamada, nombrando a ese grupo de personas con las que solía pasar la mayor parte de sus horas universitarias y que ahora, después de casi diez años, ya no es capaz de rememorar tanto como piensa que le gustaría. Escuchar sobre ellos le hace sentir tan raro que no encuentra las fuerzas suficientes para enderezarse y prestarle atención apropiadamente—. Con la mayoría, en realidad —admite Niall en palabras innecesarias.
 Toda esta información lo es. Harry no está necesitando escuchar cómo él ha sido el único que no ha vuelto a tener información de ninguna de esas personas.
 No necesita darse cuenta de que ha sido el único que se perdió de todo eso, que no tiene sus números telefónicos, que no guarda sus correos electrónicos, que no sabe qué han estado haciendo durante todo ese tiempo y que no tiene la más mínima idea de cómo han estado porque es imposible para él preguntar sobre ello al tener la creencia de que todo volverá hacia una persona en específico. Esa de quien, sinceramente, no quiere saber tanto como, de hecho, si lo quiere.
 Es ilógico, y frustrante, y Harry de vez en cuando preferiría ni siquiera ser amigo de Niall a pesar de que lo aprecia con todas sus fuerzas. Es básicamente la única amistad que no ha roto desde la universidad, y quien no se ha ido de su lado por pura obra del cielo y esa voluntad inquebrantable que el rubio tiene de permanecer junto a él, sin excepciones, incluso aunque existen ocasiones en las que el rizado puede pasar semanas completas sin dirigirle la palabra y regresar a él como si nada hubiera ocurrido.
 Niall actúa de la misma manera, tal vez acostumbrado a su comportamiento inevitable y extraño, quizás demasiado consciente de que, de vez en cuando, hay cosas que no puede soportar.
 No hace preguntas cuyas respuestas son difíciles de dar, tampoco hace insinuaciones demasiado profundas que lo pongan demasiado incómodo o lo obliguen a volver a resguardarse en su capullo como si eso fuera a protegerlo de una agonía que está adherida a él como una sanguijuela que no sabe cómo extirparse.
 Harry no se cierra a propósito, tampoco es como si lo disfrutara. Es solo que, hay días en los que simplemente no puede consigo mismo, ni con los recuerdos, ni con todo ese dolor que lleva dentro.
 Agradece mucho que su compañero sea capaz de comprenderlo, o que por lo menos actúe como si lo hiciera.
 —¿Desde cuándo? —continúa con su interrogatorio sin sentido, sin saber exactamente a dónde es qué quiere llegar, tomándose un segundo para preguntarse mentalmente por qué de pronto quiere saber esas cosas, por qué de repente insiste en ponerse en esa situación conociendo perfectamente que no puede cargar con más peso del que ya lleva, porque de hacerlo solo logrará desplomarse hasta tocar fondo.
 No está preparado para ello. No obstante, sus oídos se abren a la espera de la contestación de su amigo.
 —Desde siempre —admite Niall, y la suavidad que adquiere su tono de voz le hace creer que le tiene más pena de la que está dispuesto a soportar. Harry tiene ganas de que un hoyo se abra en medio de la tienda y se lo trague por completo con tal de no tener que pasar por esto—. Nunca dejamos de hacerlo.
 Harry se llena los pulmones de aire antes de finalmente incorporarse en el asiento. Su mirada se enfoca en el panecillo que ha dejado por la mitad y que ahora tiene que estar tan frío como una tarde de invierno, imposible de comer.
 La resaca no se le ha ido todavía, y las náuseas que debió sufrir la noche anterior ahora están rugiendo en sus entrañas en una especie de venganza por haberse descuidado a sí mismo hasta este momento. Piensa que tal vez debió quedarse en el departamento de aquel muchacho cuyo nombre todavía sigue sin recordar, aunque no está muy seguro de para qué.
 —¿Siguen viviendo todos en Painswick? —musita, su cabeza se cae ligeramente hacia la derecha, hasta que la parte inferior del móvil le está rozando el hombro y corre el riesgo de sufrir una tortícolis en cualquier instante.
 La mención de la localidad en la que estuvo viviendo desde su nacimiento hasta los veintiún años le deja un sabor espantoso en las papilas gustativas, así como también le produce una acidez inexplicable en el centro de la garganta que no le permite tragarse toda la amargura que se le queda en la cavidad.
 Ni siquiera odia Painswick. No tiene ningún mal recuerdo de su infancia en esa casa que sus padres eventualmente tuvieron que vender y que hace años no ha vuelto a ver, sus años en la secundaria fueron bastante agradables —lo cual es mucho decir tomando en cuenta que su camino a través de la pubertad fue espantoso— gracias a ese pequeño grupo de amigos que solía tener y que ahora no podría reconocer si se los llegara a encontrar en la calle, y su tiempo en la universidad fue lo suficientemente maravilloso como para que no tuviera la necesidad de guardarle ningún tipo de rencor a ese pequeño pedazo de tierra.
 Lo cierto es que su vida en Painswick era decente, podría decir incluso que fue inmensamente feliz estando allá, y aun así, nada pudo impedir que hiciera sus maletas y tomara ese tren a Londres que marcaría el resto de una triste existencia y que se quedaría con la mitad de su corazón en la misma puerta, junto con las ganas que le quedaban de vivir porque el resto de su alma se había perdido la noche anterior, entre unas manos cálidas que lo conocían en cuerpo y espíritu, entre unos ojos azules repletos de temor y agonía que ya no puede recordar porque le lastima demasiado el siquiera intentar hacerlo.
 Todo lo que fue alguna vez lo dejó en Painswick, en un pequeño jardín a mitad de la noche, cuando la brisa de la primavera soplaba con suavidad y no era consciente de que Harry estaba tomando decisiones que no lo beneficiarían y que, al contrario, lo único que lograrían serían estancarlo por la eternidad porque él de verdad no puede olvidar casi tanto como es incapaz de recordar.
 —Bueno —la respiración de Niall lo saca de sus cavilaciones y lo obliga a sacudir las pestañas pues su mirada se ha quedado perdida en alguna esquina de la mesa, en donde la textura ha creado un patrón admirable que él no ha podido apreciar al estar rememorando cómo una sonrisa sincera podía existir en su rostro y cómo se sentía tener el cuerpo ligero—, Beth se mudó a Glouchester y Vladimir está trabajando en Stroud desde hace cinco años, creo —cuenta sin ningún orden en particular—, y Johnny, eh ¿te acuerdas de Johnny?
 El nombre le suena, más su rostro es algo que no conserva dentro de su caja de memorias. No tiene los rasgos de nadie excepto los de una persona en particular y esos ni siquiera puede tenerlos en cuenta sin que resulte ser desgarrador para él.
 —Sí —responde en cambio, queriendo saber de todas formas, anhelando escuchar cualquier cosa que no sea su propia pena.
 —Él vive aquí en Londres como nosotros —revela, y ese es el único dato que logra que al rizado se le alcen las cejas momentáneamente. El gesto no le dura demasiado, pues Niall continúa hablando—. Los demás sí han hecho sus vidas en Painswick hasta donde tengo entendido.
 Harry asiente. Bien. No es información segura, pero puede tomarla. Puede tomarla porque es lo único que tiene de los pasados diez años y no hay nada que pueda hacer al respecto.
 No tiene la menor idea de lo que está haciendo cuando sus labios se separan.
 —Y… —deja las palabras en el aire al sentir como un nudo se le forma en el filo de la garganta. Su intención es preguntar por alguien en específico, pero su nombre no encuentra el camino entre sus cuerdas vocales— ¿y…?
 Aprieta los labios, se los humedece. Se pasa la mano por el cabello, luego por la frente. Se estruja uno de los ojos, el que menos lágrimas guarda, y no puede.
 No puede hacerlo. No puede preguntar por él porque si dice su nombre se va a romper en pedazos, como una caja de cristal en manos de un niño descuidado.
 Se vuelve frágil y de papel en ese preciso momento, rayado y liviano al merced de un viento poco piadoso que parece tener la intención de llevárselo volando hasta quién sabe dónde.
 —¿Qué? —inquiere su amigo después de unos segundos en silencio, mientras Harry ha estado buscando su coraje tan sólo para fallar miserablemente.
 —Nada —se apresura en decir, su voz siendo un hilo que cuelga de un acantilado. Carraspea, sacude las pestañas, se toma el resto de un café fríamente espantoso y chasquea la lengua antes de cambiar de tema—. Eh, ¿vas a ir a la reunión? 
 —Si no tengo nada mejor que hacer, sí —pronuncia, otra vez sonando casual, completamente ignorante al hecho de que el rizado está al borde de un colapso mental. Es mejor así—. ¿Quieres que nos vayamos juntos?
 La respuesta ideal sería no, pues Harry sinceramente no quiere nada que ver con ese reencuentro generacional. Sin embargo, los dedos de la mano que le queda libre se cierran en torno al borde de esa chaqueta estrecha y ajena, y sus párpados se cierran con tanta fuerza que cuando los vuelve a separar está viendo manchas negras.
 —Seguro —acepta con toda la imprudencia del mundo, con todo ese dolor guardado comenzando a mezclarse con la curiosidad y con un quizás que ni siquiera debería de estar considerando. Puede estar tomando otra vez la peor decisión de su vida, pero honestamente ¿Qué más puede perder? Se aclara la garganta nuevamente y golpea la esquina de la mesa con el dedo índice antes de tragar saliva y hablar—. Te voy a dejar —murmura en una despedida, conociendo el cambio en su respiración y el repentino picor en las esquinas de sus ojos—. Hablamos luego.
 —Está bien —dice Niall sin ánimos de retenerlo, a pesar de que la voz de Harry se ha ahogado en la última palabra y ha sido bastante obvio que algo le está sucediendo. Pero el rubio no pregunta sobre eso, no porque no le importe, sino porque tal vez sabe perfectamente lo incapaz que es el rizado de hablar sobre ello—. Te llamaré en la semana para que coordinemos.
 Deja escapar un sonido afirmativo con la garganta y se apresura a colgar para no exponerse al suspiro tembloroso que se le escurre de todas formas y a pesar de que ha hecho hasta lo imposible por retenerlo.
 Deja el celular sobre la mesa y se cubre el rostro con ambas manos, presionando los dedos sobre sus ojos mientras una presión agónica está destrozándole el pecho hasta causarle la impresión de que lo va a matar.
 No puede creer que su día se haya arruinado de este modo. No puede creer que alguien de su promoción haya creído que es una buena idea volver a encontrarse los unos con los otros. Pero, sobre todo, no puede creer que haya aceptado ir a esa pequeña villa en el condado de Gloucestershire.
 Si se lo dijera alguien más habría estado furioso, pero ahora mismo todo lo que puede hacer es evitar ponerse a llorar.
 No sabe cómo es que va a hacer esto.
 Harry está teniendo una semana muy difícil, una que fácilmente podría confundirse con cualquier otra de las que ha estado teniendo desde que tiene memoria si tan solo no se sintiera más triste de lo habitual.
 Es miércoles, uno terrible si se lo pregunta. La noche ha caído sin remedio hace un par de horas, como de costumbre, y su malhumor ha alcanzado niveles insoportables incluso para sí mismo. Ha estado irritado desde que salió del trabajo, o quizás desde antes considerando que su rutina laboral fue insufrible e infinita dentro de su rango de consciencia, siempre robándole toda la energía, sin falta ni misericordia, sin una pizca de esa piedad que está necesitando constantemente al cargar todos los días con esta agonía silenciosa e inexplicable que se desenvuelve sin falta en sus entrañas.
 También está cansado y hambriento, y tan melancólico que, el siquiera quitarse los zapatos en la entrada para ponerse esas sandalias que acostumbra a dejar disponibles en una esquina, resulta ser una tarea sumamente complicada de realizar.
 Lo ha hecho, de todas formas, así como también se ha arrastrado hacia su habitación para despojarse de sus prendas, meterse en el baño y olvidarse de que es un lo más parecido a un inútil —desde su perspectiva— oficinista esclavizado por una empresa de ventas que podría disfrutar si tan solo no estuviera tan predispuesto a la miseria a causa del recuerdo de una persona en particular.
 Se ha tomado su tiempo en la ducha, más del que resulta ser prudente y necesario, pero necesita hacerlo, pues ese resulta ser el único momento en todo su día en el que se permite sentir las cosas del modo más apropiado posible, sin alcohol de por medio, sin cuerpos ajenos y desconocidos a su alrededor, tocando el suyo y haciendo lo que se les venga en gana porque no podría importarle menos lo que hicieran con él.
 Sabe perfectamente que nadie va a tratarlo del mismo modo en el que alguien más lo hizo alguna vez, que ninguno de esos hombres llegará a quererlo tanto como él lo hizo, en el pasado, ese que ahora es muy lejano y que a duras penas es capaz de recordar tras haberse obligado a olvidar cosas en específico con el único propósito de sobrevivir a la soledad. No importa cuantas veces lo intente, incluso si se esfuerza todos los días, todas las noches, su corazón no se abrirá al cariño de nadie más.
 Su amor está cerrado bajo candado y no tiene la llave, se la dejó a él hace mucho tiempo, antes de que sus caminos se partieran por la mitad y nunca más se volvieran a encontrar. Es un martirio constante tener que pensar en todo eso estando debajo del grifo, pero de nuevo, es algo que simplemente no puede ignorar aún si hace todo lo que está dentro de él para lograrlo.
 Eventualmente termina su ducha, con los ojos irritados, con el cuerpo adolorido por la aventura fugaz que tuvo en la oficina con un sujeto que no le quitó los ojos de encima y que obtuvo su oportunidad durante la hora del almuerzo. No fue nada importante y lo mantuvo distraído, pero duda que se vuelva a reunir con él al no ser un aficionado de mezclar su imprudencia con su labor.
 Sale del cuarto de baño con el pelo medio húmedo y una toalla alrededor de la nuca. El letargo se va desenvolviendo por sus músculos como una serpiente arrastrándose en el suelo y no hace más que deslizarse sobre el colchón para recostarse un segundo, o dos, o tres, o todos los que sean necesarios para quitarle esa tonelada que le pesa en el alma.
 No lo consigue, por supuesto, pues lo tiene adherido en el espíritu que va mucho más dentro y es más difícil de eliminar. Gira sobre su propio estómago y alcanza los pantalones que estuvo usando el día de hoy y que dejó en el suelo con la esperanza de recogerlos en algún momento del fin de semana o, en el caso más ideal, mañana.
 Busca el móvil entre los bolsillos y finalmente se digna a revisar su correo electrónico. Encuentra mensajes relacionados a su trabajo que se promete leer en otro momento y se tortura buscando ese que ha estado pendiente en alguna parte de su cabeza desde que habló con Niall al respecto el sábado pasado.
 Lo ideal habría sido que no estuviera allí, que el correo no se encontrara en su bandeja de entrada ni en el buzón de mensajes no deseados, pues eso le haría las cosas más sencillas y le afligiría menos. Sin embargo, no sucede de ese modo, porque Harry halla el correo en el siguiente segundo y en el próximo lo está abriendo.
 El corazón le late con rapidez nostálgica y la luz artificial de la pantalla le hace daño en los ojos al haber estado todo el día detrás de un monitor de computadora, pero aun así se las arregla para leer cada palabra de ese texto digitado a todos los estudiantes de una promoción universitaria de la que no ha vuelto a saber desde su graduación.
 Es una invitación bastante casual, aunque lo suficientemente respetuosa como para que el rizado pliegue ligeramente las cejas y tenga ganas de bufar. Quien lo ha redactado ha sido Stewart, un sujeto que solía ser demasiado parlanchín y extrovertido hasta la muerte, siempre hablando con todo el mundo al mismo tiempo, siempre demasiado caótico para el gusto de todos, pero lo suficientemente agradable como para que nadie pudiera detestarlo realmente.
 A Harry le caía bien Stewart, solían salir en grupo de vez en cuanto —especialmente porque Stewart pertenecía a todos los grupos y a la vez a ninguno en específico— y se reía de vez en cuando de sus ocurrencias y alguno que otro chiste cuando no estaba ocupado perdido entre los brazos de aquel que era su amor, y era divertido, y Harry no puede recordar por qué decidió perder contacto con él, con todos en realidad.
 De todas formas, le sorprende un poco la capacidad de Stewart para escribir ese mensaje que contiene un saludo amigable y general para todos los involucrados, una propuesta de reunión bien plasmada con todo y signos de puntuación incluidos, una fecha pautada para el sábado de la semana que viene, una dirección, una hora, y, por último, una solicitud de confirmación que le ayude a saber quiénes estarán presentes y quienes no para poder coordinar con el restaurante en el que se encontrarán.
 Hay una despedida tranquila y un deseo de que todos puedan asistir plasmado al final del mensaje, y Harry no puede hacer más nada que suspirar porque eso ha sido todo. Es un correo cualquiera, uno insignificante, común y corriente, y el rizado se lo habría tomado mejor si tan solo no se hubiera puesto a revisar todas las direcciones de email que están incluidas en el área del destinatario.
 Ese ha sido su gran error, no solo porque emplea una buena cantidad de minutos leyendo nombres de personas cuyos rostros ya no guarda en el registro de su memoria, sino porque también tiene esta expectativa rugiendo en alguna parte de su pecho, incomodándolo sin sentido, molestándole hasta el punto de tener ganas de meterse la mano en la caja torácica y sacarse los órganos para dejar de sentirse así.
 No es algo que puede hacer, por supuesto, y de todos modos ya ni siquiera interesa, pues se halla con el único nombre que ha estado buscando al mismo tiempo en el que esperaba no encontrarlo. Es contraproducente y doloroso leerlo, pero está ahí, y Harry lo mira fijamente como si estuviera esperando que en cualquier segundo se fuera a desvanecer o a cambiar por cualquier otro.
 No lo hace, y quizás Harry se siente un poco nauseabundo al considerar que, si decide acudir a la reunión, terminarán encontrándose por primera vez en más de ocho años. Ni siquiera sabe cómo debería de sentirse al respecto.
 No tiene la menor idea de que es lo que debería de guardar en su interior al imaginar lo que parece ser un inevitable reencuentro, principalmente porque es incapaz de visualizar cómo serían las cosas entre ellos una vez que estén cara a cara. 
 ¿Se mirarían a los ojos o evitarían los colores en sus cuencas bajo todas las circunstancias?, se pregunta Harry mentalmente, sin apartar la vista de las letras que conforman ese nombre que se repite en su cabeza todos los días, sin falta, sin descanso.
 ¿Le dirigiría la palabra o se quedaría mudo al verlo?, continúa con sus inquisiciones de la forma más inevitable de todas.
 ¿Se sentaría a su lado para saludarlo y hacerle compañía del modo más cruel posible o se mantendría en algún otro extremo de la mesa? Allí en donde sus voces no sean escuchadas y solo puedan atestiguar gestos incómodos con las manos antes de regresar la atención a cualquiera menos a ellos. 
 ¿Pretendería que no se rompieron el uno al otro o le dedicaría el mismo gesto que le dio cuando se dijeron adiós? Harry no cree poder volver a pasar por algo como eso.
 No considera que el tiempo lo haya hecho lo suficientemente fuerte como para presenciar una vez más el quebrantamiento en esos ojos azules que aparecen en sus sueños de cada noche y que lo tienen con el alma colgando de un precipicio sin fondo.
 No podría, y lo sabe, y es por esa razón qué hay una parte de su alma que le implora que no vaya a esa reunión, que se quede en casa, que le diga a Niall que algo ha surgido en su trabajo que no le permitirá asistir o que se ha comido esta carne en mal estado que le ha destrozado las tripas y que lo obliga a permanecer en casa por al menos dos noches.
 No obstante, no puede hacer eso, pues tiene esta otra parte un poco más grande que la cobarde que le dice que debería ir y ver que ha sido de él, averiguar qué ha hecho, cómo luce, qué tanto ha cambiado y qué partes de él siguen siendo iguales a como las recuerda.
 La curiosidad parece ser más grande que el dolor que ha estado habitando dentro de él desde que tiene memoria, y para cuando parpadea y se da cuenta de sus propias acciones, Harry está respondiendo el correo electrónico de Stewart para hacerle saber que puede contar con él para esa noche y que despejara su calendario para que nada pueda evitar su presencia.
 Está a punto de entrar a la boca del lobo cual, si dedo se posa sobre la opción de envío, y lo sabe, pero no puede hacer nada al respecto, pues no tiene fuerzas ni espíritu y todo lo que conserva es este doloroso y asfixiante anhelo por saber qué fue del hombre que alguna vez lo amo casi tanto como Harry todavía lo sigue haciendo.
 Duda que tenga sentimientos por él, ni siquiera está esperando que su corazón se haya congelado con el tiempo ni que lo haya estado esperando aún después de esa fatídica noche, pero, aun así, la sola idea de volver a encontrarse y de escuchar su voz y apreciar, aunque sea de lejos ese azul incesante y significativo lo encienden lo suficiente como para que cierre los ojos, presione la pantalla de su móvil y deje que el internet se encargue de hacerle saber a todos que lo verán pronto.
 Una sensación nauseabunda se desarrolla en el filo de sus entrañas, cerca de donde agoniza, allí en la proximidad de su corazón que late desbocado y se hunde igual que sus tripas.
 Se obliga a respirar con fuerza, creyendo que eso es todo lo que necesita, mucho oxígeno y una resistencia endemoniada que no sabe de dónde podría sacar porque todo lo que le queda es debilidad y mucha, mucha aflicción.
 Se remueve en la cama, hundiéndose entre las sábanas y apretando los párpados una vez más, preguntándose por milésima vez en la vida cuando será el día en el que podrá dejarlo ir o si siquiera será capaz de hacerlo.
 La respuesta siempre es negativa y Harry parece ser masoquista al seguir haciéndola. Su teléfono vibra a su lado, pero no le apetece ver quién ha sentido la necesidad de contactarlo, de modo que simplemente se queda sumergido entre su suplicio y sus cobijas y permanece en ese lugar hasta que el hambre le pica o hasta que el cansancio se posa sobre él y lo obliga a dormir sin llegar a descansar. 
 Esa noche sueña con un reencuentro que sale espantosamente mal, y se despierta con los ojos llenos de lágrimas y la sensación de que todo ese episodio ha sido una premonición a lo que probablemente no vaya a pasar.
 Intenta convencerse de que solo ha sido un sueño, pero su mente parece aferrarse tanto a esas imágenes ficticias que su semana entera se arruina ante el recuerdo de algo que nunca sucedió. Y la pasa mal, durante los siguientes días la pasa espantosamente, tanto que tiene que recurrir a la mayor cantidad de distracciones posibles.
 Se ahoga en su trabajo en la oficina, sale tarde a bares en los que no debería frecuentar con tanta insistencia y conoce a tantos hombres con orbes preciosos que no logran hacer nada por su causa, pues siempre regresa al mismo recuerdo que lo hunde y lo hace sentir como si ya no le quedara nada.
 No repite horas nocturnas con ninguno, aun cuando inconscientemente da su número telefónico a unos cuantos, no llega a contestar ni un solo mensaje porque no es lo que necesita ni mucho menos lo que quiere, a pesar de que ni siquiera sabe qué más desea aparte de eso que claramente no puede tener.
 Llega a hablar con Niall un par de veces, algo breve que consiste en pequeños recordatorios de su encuentro en la estación para tomar ese tren que los llevará a su pueblo natal.
 Harry ha estado evitando prolongar esa conversación, pero el día llega y él está delante del espejo mirando su propio reflejo como si no se reconociera. Se ha cortado el cabello el martes, se ha quitado el vello facial el día anterior y ha elegido su ropa desde esa misma mañana al haber pedido el día libre en el trabajo con la promesa de que llegaría el lunes completamente renovado.
 Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que eso no termine sucediendo, y el rizado ni siquiera intenta aferrarse al otro cincuenta porque no cree que valga la pena. Es consciente de que todo depende de cómo salgan las cosas y no puede evitar sentirse angustiado de que todo salga específicamente mal.
 Se pasa la lengua por los labios, termina de abotonarse la camisa de satín que por alguna razón le ha parecido una buena opción —conoce el motivo, pero honestamente no va a admitirlo ni siquiera para sí mismo—, y se pasa las manos por los rizos con la esperanza de no lucir como si se hubiera tomado más tiempo del necesario en su apariencia.
 Ha tenido que maquillarse las bolsas negras que han estado tatuadas debajo de sus hombros por mucho tiempo, pero ha dejado al aire ese sinnúmero de pecas que salpican el borde de sus pómulos y que se extienden por los rincones de su cuello hasta formar constelaciones en sus hombros y el inicio de su espalda ahora cubierta.
 Respira con pesar, su móvil suena en la notificación de un nuevo mensaje de texto y lo agarra para ver a través de la pantalla como Niall le avisa que ya está saliendo de casa para ir a la estación. Entra a la conversación, le escribe que él también va a salir y no espera a que lo vea para coger su billetera, sus llaves y su tristeza para dirigirse hacia la puerta sin mirar atrás y sin dudar.
 Baja las escaleras como si tuviera grilletes con pesas en los tobillos y emprende su camino hacia la estación a pesar de que le conviene tomar un taxi para no cansarse demasiado. Prefiere caminar, sin embargo, porque así aprovecha para pensar qué cosas va a decir y qué guardará para sí mismo.
 Idea preguntas para aquellos conocidos que con el tiempo se convirtieron en desconocidos, y hasta finge el tipo de sonrisa que va a dedicarle a cada uno menos a alguien en particular. No piensa en él, pues le aterra y le hiela las entrañas, le causa un malestar sin igual y tiene que detenerse porque no puede devolverse y cancelar todos esos planes que ahora mismo lo quieren matar.
 Llega a perderse tanto en sus pensamientos que ni siquiera se da cuenta del momento en que llega a la estación, y la única razón por la que sus pies regresan a la tierra es porque escucha su nombre salir de la boca de alguien más.
 Parpadea casi con cierto aturdimiento, y enfoca la vista en el castaño que ha permanecido a su lado a través de los años y a pesar de todo, aún si en realidad ha sido en la distancia de semanas y hasta meses sin verse o saber del otro. El único. Se acerca a Niall echándole un vistazo de arriba abajo, alegrándose de su vestimenta prudentemente casual pues la idea de no adecuarse a la ocasión de cierto modo lo ha angustiado lo suficiente como para sentirse así de aliviado ahora.
 Le elogia el chaleco mentalmente y se muerde ligeramente el labio inferior tan pronto como se detiene enfrente.
 —Ey —musita una vez que sus ojos se encuentran y la sonrisa del castaño se hace presente—, hola.
 —¿Qué tal amigo? —saluda de vuelta, extendiendo la mano en su dirección y tirando de él en un abrazo tan pronto como Harry la acepta.
 Se traga un jadeo cuando siente las palmadas que Niall le regala y por nada del mundo se permite sentirse incómodo con sus acciones al saber que no puede costearse perder a alguien como él.
 Le devuelve el abrazo por el tiempo que se considera necesario y se mordisquea el labio inferior antes de mirar a su alrededor.
 —¿Solo seremos nosotros dos? —cuestiona, pues ningún rostro le parece conocido y no hay absolutamente nadie acercándose a ellos con intenciones amistosas y entusiasmadas.
 Algo dentro de Harry se sacude cuando el castaño mueve la cabeza de arriba abajo, aunque no logra determinar si es de alivio o desilusión.
 Lo cierto es que no sabe qué está esperando. 
 —Sí, le escribí a Johnny para ver si nos íbamos juntos, pero me contó que su hija se enfermó y que se quedará para cuidarla —le explica, una pequeña mueca de pena deslizándose por sus facciones antes de volver a la normalidad—. Le dije que venías, así que te manda saludos. Espera que podamos juntarnos los tres un día de esta semana, si te parece bien.
 De algún modo, todo eso resulta ser demasiada información para el rizado, quien ha alzado las cejas con cierta impresión de por medio y quien ha percibido como el corazón le da una especie de vuelco al escuchar que Johnny tiene ganas de verlo después de tanto tiempo.
 Está seguro de que ni siquiera lo recuerda y que solo ha dicho eso porque Niall a lo mejor lo ha propuesto. Quién sabe. 
 —¿Johnny tiene una hija? —elige preguntar, evitando todo lo que puede el tocar el otro tema y corresponder esos saludos que no cree necesitar. 
 Niall vuelve a asentir, calmado, acostumbrado a su triste presencia y esa aura melancólica que ha emanado de él desde que se mudó a Londres. 
 —Si, de tres años —responde, dedicándole un ademán con la cabeza para que empiecen a caminar hacia el interior de la estación—. Más o menos, sí.
 Harry lo sigue de cerca, permaneciendo a su lado y colocándose detrás solamente cuando les toca pasar por el sensor de entrada. 
 —¿Y está casado? —pregunta nuevamente, sacando su billetera para conseguir la tarjeta que registra todos sus viajes. El castaño pasa primero con la suya, y Harry cruza justo después. 
 —Sí —afirma, evitando chocar con un muchacho que aparece de la nada y que parece tener alguna especie de prisa a pesar de que los trenes no han llegado todavía. Lo mira con las cejas medio fruncidas—. ¿No lo sabías? 
 Harry aprieta los labios y se detiene en la línea de la compuerta que les toca para viajar. Sacude la cabeza sintiéndose, una vez más, como si se hubiera perdido de una vida entera. Y quizás lo ha hecho, tal vez se ha perdido cientos de vidas y esta noche será el momento perfecto para darse cuenta de que es así. 
 —No estoy seguro —termina murmurando, con la vista ahora en el suelo, con los hombros tan caídos que casi luce como si en cualquier momento se fuera a derrumbar.
 Puede sentir como su ánimo desciende a cada segundo, llevándose consigo cualquier descarga de energía que no ha tenido en primer lugar, haciéndolo sentir otra vez como que la única opción que tiene ahora mismo es el darse la vuelta y regresar.
 No quiere hacerlo, sin embargo, porque Niall ya está ahí, porque ya se encuentra con él en la estación, porque no tiene ninguna excusa para darle si de repente decide que no puede hacer esto. Y no puede, pero su consciencia y su consideración resultan ser un poco más fuertes que esa aflicción que lo abraza por detrás en todo momento.  
 —Oye —llama su amigo, inclinándose en su dirección, buscando sus ojos aun cuando Harry preferiría que no lo hiciera, pues sabe el tipo de brillo opaco que debe guardar en ellos—, ¿estás bien?
 El rizado alza la cabeza casi de inmediato y arruga las cejas como si no supiera de dónde rayos viene esa pregunta. Lo mira como si hubiera perdido la cabeza, como si la duda no entrara en contexto y hasta estuviera fuera de lugar.
 —Claro —contesta, haciendo todo lo posible por guardar una serenidad que, lejos de ser una verdad, es más una máscara que ha aprendido a utilizar con más frecuencia de la que le gustaría—, ¿por qué preguntas?
 Niall parpadea un par de veces, sin dejar de mirarlo directamente. Su capacidad para mantener el contacto visual con la gente es intimidante y Harry se ve a sí mismo en la necesidad de apartar la vista al no poder tener la misma resistencia. 
 —No te ves bien —señala en un murmullo. Se encoge de hombros como si no quisiera darle mucha importancia, aunque el modo en que su frente se pliega delata su consternación. El rizado está odiando esos segundos con todas sus fuerzas—. Sé que no es asunto mío y que no te gusta compartir ciertas cosas, pero, realmente puedes hablar conmigo si algo está sucediendo, ¿sabes?
 Harry asiente varias veces, con la vista fija en sus zapatos y un encogimiento en el corazón que le está causando mucho dolor. Es una suerte que en ese preciso instante el tren llegue, porque así tiene la oportunidad de pensar en una respuesta razonable que logre ocultar el hoyo negro que tiene en lugar de corazón.
 El estruendo del ferrocarril deteniéndose es incómodo al oído, pero pronto cesa y es reemplazado por una breve música instrumental que acompaña el anuncio de que las puertas se estarán abriendo y que todos los pasajeros deben esperar detrás de la línea sin obstruir el paso a los que vayan saliendo.
 Todo sucede muy rápido, desde la multitud escurriéndose entre ellos mismos para abandonar el vagón hasta la incomodidad del muchacho que mantiene el entrecejo fruncido mientras se las ingenia para no chocar con nadie al entrar. Ambos lo logran con éxito y se apresuran en ocupar un par de asientos corredizos que encuentran disponibles.
 —Solo estoy estresado por el trabajo —responde Harry finalmente, sosteniéndose a la barra metálica que llega al techo del tren. Niall se guarda las manos en los bolsillos de la chaqueta una vez que se acomoda a su lado—. Mis jornadas se han estado extendiendo y hay muchas cosas por hacer allá y yo solo, es estrés. No es nada.
 Una vez más, la voz femenina les comunica que las puertas se estarán cerrando y que nadie debe apoyar ninguna parte del cuerpo de ellas por motivos de seguridad.
 Harry aprieta los dedos contra la barra para evitar que su figura se incline hacia un lado por el impulso que toma el vehículo al arrancar. Niall, de alguna forma, planta los pies en el suelo para impedir esa misma inclinación. 
 —Harry… —intenta decir el castaño en un murmullo dirigido exclusivamente a él.
 Harry sacude la cabeza casi de inmediato.
 —Ser oficinista es estresante, ¿sabes? —lo interrumpe sin más, con esa declaración tan contundente que no tiene nada que ver con sus verdaderas emociones pero que pretende ocultarlas todas. No va a lidiar con esto ahora y su mejor táctica, por ahora, es evadir el asunto, como siempre—, así que me alegra que podamos salir de la rutina y juntarnos de este modo. 
 Su amigo se le queda mirando por un segundo, por dos o tres, quizás cuatro o cinco en un silencio que casi parece sepulcral pero que pronto se ve interrumpido por una suave sonrisa y un cambio de brillo en esas cuencas azuladas que no se parecen en nada a las que están tatuadas en su memoria. 
 —Sí, a mí también —corresponde con gusto, con las facciones ablandadas en una sinceridad que hace que el rizado se sienta menos tenso. Gracias al cielo, el agarrotamiento en sus músculos lo está volviendo loco, y ni hablar del malestar estomacal que permanece apretándole las entrañas—. Tengo curiosidad por saber cómo lucirá nuestro viejo grupo.
 Harry vuelve a fruncir un poco las cejas, esta vez con más confusión de por medio que otra cosa.
 —Pensé que mantenías contacto con ellos —comenta, recordando lo doloroso que fue para él enterarse de todas esas vidas que perdió, memorias que pudieron haber sido felices si tan solo hubiera hecho las cosas de un modo distinto.
 Niall asiente varias veces con una mueca dibujándose en sus labios.
 —Por teléfono y las redes sociales, sí —menciona. Alguien le choca la rodilla sin querer y se disculpa con él—, pero tengo años sin salir con alguno de ellos.
 Aunque no tanto como yo, piensa Harry automáticamente, apenado de sí mismo, con este sabor espantoso haciendo acto de presencia en su cavidad y amenazando con causarle un nuevo disgusto que no tiene ganas de explicar.
 Se queda en silencio al no saber qué contestarle al respecto y casi se alegra de que el castaño no agregue nada más sobre el tema, pues no necesita ser demasiado consciente de sí mismo y de los años que ha perdido.
 Todos parecen haber prosperado en sus existencias, mientras que él no está más que estancado en un amor que tuvo alguna vez y que se hizo trizas en una sola y miserable noche, tal vez por su culpa.
 Suspira y hace todo lo que está dentro de sus posibilidades para no deprimirse justo allí. Afortunadamente Niall inicia una nueva conversación sobre cómo han sido sus propias semanas en el trabajo, y el muchacho escucha con atención mientras el tren continúa recorriendo las vías, en dirección a ese pueblo que no pensó que volvería a visitar nunca más.
 Tampoco creyó que estaría particularmente enfermo de regresar, al menos, no excesivamente. Sin embargo, y a medida en que se acercan a la estación de Gloucestershire, sus intestinos se van apretando dolorosamente, anudándose entre sí para ocasionarle este malestar que tiene que ocultar con todo lo que tiene para no preocupar al chico que permanece a su lado y que habla con el mismo entusiasmo de siempre.
 No ha cambiado ni un poco, mientras que Harry lo ha hecho por completo, hasta no reconocerse a sí mismo, ni a sus órganos, los cuales se le quejan en voz alta en el rechazo por tener que afrontar una situación en la que su valentía no está dispuesta a hacer acto de presencia.
 Eventualmente, consiguen llegar a su destino. El tren se detiene, la misma señorita vuelve a hablar y pronto están bajándose del vagón para recorrer la estación en dirección a la salida. El aire es frío en este lado del sur a causa de las horas nocturnas, lo suficiente como para que el rizado se encoge sobre sí mismo y desee regresar pronto a su piso.
 Niall consigue un taxi para ambos con una rapidez que resulta hasta sorprendente, y durante todo el viaje en carretera hacia Painswick le va contando sobre las personas que ya se encuentran en el restaurante.
 Aparentemente Stephan ya ha llegado y ya hasta está pidiendo unos cuantos tragos con Beth al lado, y no tarda en darle una lista a Niall de la gente con la que se ha encontrado. Menciona a un tal Michael y a una tal Hayley, así como también nombra a una Heather y un Sean, y habla sobre ellos con tanta soltura que es abrumador el hecho de que Harry no pueda poner el dedo sobre ninguno de ellos.
 ¿Quiénes son?
 ¿Qué ha sido de ellos?
 ¿Lo recordarán o también habrán suprimido cualquier memoria relacionada a él con tal de sobrevivir a las melancolías del pasado?
 ¿Habrá un lugar para él en alguna de esas mesas?
 ¿Será recibido?
 ¿Será dejado de lado?
 ¿Le sonreirán con labios cerrados y no pasarán de la tediosa pregunta del qué tal?
 ¿Lo harán sentir como un forastero aun cuando ese es su lugar de nacimiento? 
 Harry tiene muchas preguntas para una sola noche, y ni una sola respuesta cuando todas permanecen dentro de su cabeza. Las palmas le sudan y mirar por la ventanilla se vuelve una tortura cuando el pasar del follaje a velocidad lo hace sentir mareado.
 Quiere pedirle al conductor que baje un poco la rapidez, pero tiene que hacerse la nota mental de que están en una carretera y que es de noche y que fácilmente podrían sufrir un accidente si va más lento de ahí. De modo que, se obliga a apretar los labios y sus propias manos y a quedarse quieto mientras Niall continúa hablando como si nada le estuviera sucediendo.
 Harry no sabe si está fingiendo ignorancia o no sabe cómo preguntarle si se encuentra bien una vez más. No tiene idea de cuándo, pero llegan al restaurante, y la única razón por la que se entera es porque el castaño comenzado a caminar se extiende incluso le toca el hombro varías veces y le notifica que ya se deben bajar. Dividen la tarifa por la mitad, y Harry se da cuenta de que de verdad no puede hacer nada de esto tan pronto como sus pies caen sobre el asfalto. 
 Alza la vista hacia la infraestructura, familiarizándose con ese estilo de construcción tan habitual en el condado que hace que todos los locales se asemejen y solo sean capaces de diferenciarse por los letreros y alguna que otra decoración exterior que lo haga destacar.
 En este lugar en particular hay muchas plantas, demasiadas, a decir verdad, en variedades que parecen extenderse incluso en el interior. Hay un carillón de viento colgando de la entrada, produciendo una melodía casi xilofónica gracias a la ternura de una brisa nocturna que se pasa de friolenta.
 El sonido pretende apaciguar las malas sensaciones que atraviesan el sistema del rizado, pero esas misma emociones son un poco más fuertes que nada y lo torturan sin piedad, asfixiándolo, descuartizándolo, convirtiéndolo en esta masa amedrentada de pura agonía y desasosiego. 
 El nerviosismo se posa sobre él como una manta en tiempos calurosos, y la ansiedad crece como un cáncer maligno que ha guardado silencio hasta devorar cada uno de sus tejidos, y sabe que no puede hacerlo.
 No puede.
 No quiere, pues tiene miedo, terror por verlo, por reencontrarse con él, con todos ellos. Le atemoriza tener que dar explicaciones, contar qué ha sido de él, reír y mentir y decir que no tiene pareja pero que su trabajo es bueno y tiene su propio piso y gana bien; escuchar como todos cuentan sobre las buenas vidas que llevan y lo encantador que ha sido el destino con todos ellos menos Harry.
 No quiere pasar por nada de eso, menos si eso significa tener que oír las anécdotas de ese hombre en específico.
 —Harry, ¿vienes? —llama Niall de pronto, quien en algún momento comenzó a caminar hacia la entrada dejándolo atrás. 
 Harry siempre se está quedando atrás.
 Con el nudo que tiene en la garganta, se le hace imposible hablar, así que opta por asentir con la cabeza y obligar a sus piernas a emprender camino.
 El bullicio de los comensales se cuela por sus tímpanos, molestándolo, irritándolo incluso más que esos bares a los que frecuenta en busca de una compañía que más que desearla, la necesita para no derrumbarse.
 Desde ya tiene la sensación de qué hay más gente de la que puede soportar, pero lo comprueba una vez que Niall le dirige la palabra a uno de los recibidores, quien les sonríe con amabilidad acostumbrada y los dirige a ambos hacia varias mesas en área abierta del restaurante.
 No podría concentrarse en el ambiente ni el estilo del local, así como tampoco podría mirar hacia las mesas repletas de personas que no tienen nada que ver con él, ni su pasado, ni mucho menos su presente, por lo menos no cuando con cada paso que da está cada vez más cerca de sus años universitarios.
 Es ahí cuando Harry los ve a todos. Un montón de caras vagamente conocidas, otras tantas completamente desconocidas, y muy pocas otras que estallan en su memoria como un torpedo dispuesto a arrasar con todo dentro de él.
 Niall llama la atención de los presentes con un saludo alto y sumamente jocoso, logrando que muchos de ellos interrumpan sus conversaciones mezcladas para girar los rostros en su dirección y devolverle la cordialidad con un entusiasmo que el rizado no comprende.
 Se queda detrás, medio contrariado, definitivamente más tímido de lo que le habría gustado, especialmente cuando Vladimir —una de las poquísimas caras que guarda en su caja de recuerdos— se pone de pie con una sonrisa y va directo a su encuentro. Se abrazan como si no se hubieran visto en años —tal vez no lo han hecho—, con palmadas en la espalda incluidas y carcajadas que no tienen sentido alguno pero que están igual de presentes que sus alegrías al reencontrarse.
 Luego aparece Beth, quien tiene el cabello negro y Harry nunca la había visto con un tono así de oscuro, rememorándola siempre rubia o del color de la miel, lo suficientemente clara como para que ahora le parezca una extraña entre una multitud de personas que nunca más volvió a ver.
 —¿Harry? —llama alguien de pronto, logrando que el hombre de ojos verdes pegue un respingo al haberse disociado y aparte la vista de cómo el castaño y la pelinegra se han fundido en un abrazo que le sacaría lágrimas a cualquiera— Harry Styles, ¿de verdad eres tú?
 Harry parpadea, encontrándose de frente con Vladimir, quien jadea tan pronto sus orbes se encuentran y quien luce tan, pero tan contento e impresionado —sobre todo— de verlo, que el rizado está a punto de vomitar.
 —¡El mismo! —exclama Niall por su lado, cayendo del cielo en el momento más adecuado porque él sinceramente no estaba encontrando las palabras en sus cuerdas vocales. 
 Tiene este nudo en la garganta que no lo está dejando respirar, y su sonrisa ahora es tan temblorosa que no sabe cómo es que todavía no se ha transformado en una mueca dolorosa que lo delate en ese mismo instante.
 —Hola, Vladimir —saluda en un murmullo una vez que se ha dicho a sí mismo que no hay marcha atrás y que no puede permitirle a nadie ese tipo de penas a sabiendas de que hay más miradas sobre él de las que le gustarían. 
 Además, este sujeto jamás le hizo daño en el pasado, si acaso, de los dos quien terminó dejándolo todo fue él, mientras que los demás solo se quedaron con la pregunta en la boca de qué sucedió para que se marchara de esa manera, para que no dijera adiós, para que cambiara su número telefónico y no se dignara, siquiera, a hacérselos saber. 
 Harry fue el que los dejó atrás y no al revés. El único que fue demasiado cruel fue él mismo y lo lleva sabiendo por tanto tiempo que le avergüenza enormemente tener que enfrentarlos tantos años después. 
 Jamás les ofreció una disculpa —e incluso ahora ni siquiera tiene una—, y aun así los tiene delante, emocionados, conmocionados de volver a verlo.
 —¡No puedo creerlo! —exclama el hombre de ojos dorados entonces, volviendo a sacar al muchacho de ese trance repleto de lamentos y arrepentimientos que bien podrían llenar un libro entero— ¡No puede ser!
 Harry pega un respingo ante su entusiasmo y de pronto, Vladimir se da a sí mismo la oportunidad de abrazarlo. Lo rodea por los hombros y la cintura con los brazos, estrechándolo contra su cuerpo antes de darle varias palmaditas que dejan al rizado tan, pero tan desconcertado que apenas es capaz de ejecutar algún movimiento.
 Sus ojos vagan por los rostros de los demás presentes, el rubor le sube a las mejillas y el bochorno llega a ser tan grande para él que tiene que apartarse por un momento. Vladimir lo deja ir, por supuesto, y su contentura no disminuye ni un poco aun cuando el semblante del oficinista no es tan generoso. Niall se acerca con disimulo.
 —Qué sorpresa que estés aquí, amigo —dice el muchacho a continuación, haciéndose a un lado para que Beth entre en el espacio murmurando un saludo bastante característico y le ofrezca una enorme sonrisa y un abrazo a Harry, quien incómodamente lo corresponde en la medida de lo posible—. Han pasado ¿cuántos años desde que no nos vemos?
 —Unos cuantos —consigue responder el rizado, el nudo en su garganta es inmenso y el abrazo que le da Damián, quien ha aparecido de la completa nada y quien ha ido primero por Niall, solo logra apretárselo mucho más—, ha sido mucho, sí.
 —¡Ha sido mucho, sí! —repite con esa enorme sonrisa que le quiere partir la cara y Harry no lo entiende.
 No lo comprende ni un poco.
 ¿Por qué está tan feliz de verlo?
 ¿Por qué todos tienen esa mirada tan nostálgica y enternecida reluciendo en sus cuencas?
 ¿Por qué todos lucen como si no lo hubieran dejado de querer ni un poco a pesar de que nunca más los volvió a ver?
 ¿Será porque recuerdan los años universitarios más que cualquier otra cosa?
 ¿Es por el pasado que vivieron?
 ¿Han sido capaces de olvidarse del presente y darle más importancia al tiempo compartido en lugar de prestarle atención a lo que sucedió después?
 ¿No le guardan la más mínima pizca de rencor por el abandono?
 El rizado tiene muchas preguntas, demasiadas, y ninguna de ellas logra ser respondida en el siguiente segundo, pues tiene a Stephan acercándose a ellos y haciendo otro nuevo escándalo en el que él y Niall son el centro de atención.
 Una nueva ola de abrazos y cuestiones referentes a su estado y lo que estaba haciendo le empiezan a llover por montones, como un chubasco inesperado que le empapa hasta el alma y lo abruma lo suficiente como para necesitar un descanso.
 Su amigo se da cuenta de ello en todo momento, de lo nervioso que se está poniendo, pues le rodea los hombros con uno de los brazos y comienza a contestar por él, haciendo bromas de aquí para allá, siendo jocoso como siempre, demasiado bueno disimulando sus conocimientos del verdadero estado emocional de un rizado que se ha forzado a sí mismo a aclararse la garantía varias veces y a contestar interrogantes como en dónde trabaja ahora y qué ha estado haciendo.
 Les cuenta con cautela sobre su empleo y su piso en Londres, y sobre cómo la comida allá es muy buena a la vez que evita mencionar el tipo de cliente frecuente que es en los bares, y su probable adicción al alcohol y al sexo, esto último siendo algo que definitivamente debe evadir a toda costa.
 Le llega a avergonzar lo alborotados que están siendo por la reunión de la banda —esas han sido las palabras de Damián, todos lo han encontrado hilarante menos Harry, por supuesto. Se ha amargado con los años, aparentemente—, especialmente cuando uno de ellos propone que continúen con la conversación en la mesa, añadiendo que les han guardado un espacio a ambos y que una nueva ronda de bebidas está por llegar.
 Harry se sienta en una de las esquinas de afuera y cree que Niall va a ocupar el asiento que queda a su lado. Sin embargo, el castaño ocupa el que está a la izquierda de Beth, dejándolo a la derecha de Vladimir y a la izquierda de absolutamente nadie. Se muerde el interior de las mejillas, pues en su mente transcurre este pensamiento de que alguien en particular podría ocupar ese mismo espacio aún sin saber cuándo.
 Ni siquiera sabe si está allí.
 A decir verdad, el recibimiento que tuvo fue tan excéntrico que no tuvo la oportunidad de ver a nadie más que a su grupo, por lo que aprovecha ese momento para hundirse el corazón y echar un vistazo por los alrededores, con el murmullo de la conversación de personas que no volvió a ver después de la graduación haciéndole cosquillas en los oídos.
 Se da cuenta entonces, de qué hay más personas en su condición, y que, de hecho, hay demasiada gente en esta parte del restaurante. Las mesas han sido juntadas para formar un enorme conjunto compartido, lo suficientemente grande como para serpentear por el terreno sin arruinar la estética del restaurante ni mucho menos obstruir el paso para los meseros que han estado yendo de un lado a otro, llevando bebidas, tomando órdenes, abriendo nuevas cuentas separadas y tratando de escuchar por encima de ese bullicios que se asemeja al zumbido de una colmena.
 Caras conocidas van y vienen. Voces que le suenan de algo colman sus tímpanos. Y son más de cinco las veces en las que hace contacto visual con alguien que le saluda con un movimiento de mano y una sonrisa que Harry solo atina a corresponder por puro acto reflejo.
 Sabe que convivió con muchas personas durante sus estudios, que sus clases le permitieron conocer un sinnúmero de individuos que seguirían saludándolo incluso cuando el semestre hubiese terminado y le tocara a cada uno continuar por un rumbo distinto. De modo que no debería sorprenderle tanto que alguien lo reconozca y le haga saber que todavía lo recuerda.
 Harry solía ser bastante amistoso en aquellos tiempos, siempre muy amable con cualquiera que le dirigiera la palabra o no. Solía saludar a todos cada vez que entraba a las aulas y tenía la costumbre de mantener pequeñas conversaciones con todo aquel que estuviera a su lado. Les fascinaba hablar y reírse y regresar al final del día con su novio para contarle qué tan aburrida o interesante había sido una clase o lo que sea.
 Harry le hablaría sobre cualquier cosa y él lo escucharía con todo el gusto del mundo, porque lo quería.
 Quería. Pasado. Ya no más. 
 Aprieta los labios reprimiendo esa mueca que quiere deslizarse por sus facciones y termina soltando un pesado suspiro una vez que sus ojos terminan de escanear el resto de la zona.
 No está.
 El hombre que ha echado de menos con cada fibra de su cuerpo y al que ha tenido volver a ver por tanto tiempo simplemente no está presente. No hay una sola esquina que no haya revisado ya, ni ningún castaño que haya pasado desapercibido por delante de él. Él sencillamente no se encuentra presente y Harry ahora tiene esta decepción abrazándolo desde atrás, rodeándolo con sus fríos brazos, ofreciéndole este vacío que le deja un nuevo hueco en el pecho que no sabe si lo matará en el siguiente segundo o al final de la noche.
 Piensa, mientras escucha como Vladimir habla sobre cómo se comprometió hace algunos meses con una muchacha sumamente encantadora, que lo mejor será someterse a la resignación y fingir que no se está desbaratando por dentro, que no pasa nada y que no importa.
 Nunca debió importar.
 Debió de dejarle de importar desde el momento en que tomó ese tren en dirección a Londres, sin despedirse, sin decir nada a nadie. 
 Sin embargo, sabe muy bien que, si le interesa, y es por esa razón que se ensombrece entre toda esa radiante emoción expulsada por la gente a su alrededor. 
 Todos brillan casi tanto como el sol, mientras que él se nubla hasta el punto de convertirse en tormenta. 
 No es una sorpresa, de todas formas. Han sido infinitas las ocasiones en las que él se ha derrumbado delante de la gente sin que nadie se dé cuenta, sobre todo en los bares. Por lo que, sabiendo mejor que nadie que la mejor manera de disimular su tristeza es pidiendo un trago y que le sigan varios, decide levantar la mano para llamar la atención de uno de los meseros.
 Lo consigue en un instante, pidiendo una cerveza de entrada en una cuenta a su nombre. Niall aprovecha la presencia del camarero, pues se suma a la bebida y a él le sigue Damián, y luego Beth, y después todos los otros menos Stephan, quien pide una soda alegando que el alcohol ya no le sienta tan bien como antes.
 Alguien pregunta al respecto, pero Harry no logra escuchar su respuesta, pues Vladimir de repente se está poniendo de pie para darle la bienvenida a alguien que Harry estaba temiendo y ansiando ver.
 Una nueva ola de alegría cae sobre el invitado. Abrazos y saludos llueven por montones, un nuevo momento eufórico de comentarios que van desde “¡cuánto tiempo, hermano!” y “¡mírate, tienes el cabello más largo!” que dejan a Harry medio desorientado y avergonzado y sintiéndose tan diminuto que ni siquiera puede sostener la mirada hacia al frente.
 Así que la baja, y se pierde de todo lo demás, y no la vuelve a levantar hasta que siente como el asiento a su lado es ocupado y el corazón se le cae en pedazos sobre las manos. 
 —Hola —saluda el hombre, con una diminuta sonrisa en las comisuras, con esos ojos tan azules que, por un momento, Harry cree haber ido de visita al cielo aún sin merecerlo.
 Son los mismos ojos que estuvo buscando en cada persona a la que se entregó y que nunca pudo encontrar, y con toda la razón del mundo. Nadie podría tener esas cuencas.
 Nadie nunca podría mirarlo de esa manera.
 ¿Por qué siquiera esperaba poder hallar algún parecido cuando ese visaje no se encuentra en ninguna otra parte del mundo? Solo allí, delante de él, justo a su lado, lo suficientemente cerca como para que el rizado esté seguro de que su memoria jamás les hizo justicia a esos ojos y que el tiempo estuvo a punto de borrarlos de su caja de recuerdos.
 Se había aferrado a ellos, sin embargo, todo el tiempo.
 —Hola —responde, aunque no tiene ni la menor idea de cómo es que sus cuerdas vocales no se han cortado a estas alturas.
 —¿Todo bien? —cuestiona, por consiguiente, su sonrisa un poco más apretada que antes, más incómoda de lo que a Harry le hubiese gustado.
 —Sí —contesta parpadeando.
 Le hace falta el aire, necesita un poco más de espacio. Pero no hay.
 —¿Y en Londres? —continúa interrogando—, ¿todo en orden por allá?
 —Eh, sí. Sí —asiente varias veces, innecesariamente.
 El nudo que alguna vez estuvo en su garganta lo único que hizo fue crecer, pasando por su faringe para dirigirse hacia su estómago y comérselo vivo.
 El dolor en sus tripas se hace presente y sabe muy bien que aquel hombre tiene la intención de decir algo más, pues sus delgados labios se separan y su pecho se hincha en su querer. No obstante, la cerveza que pidió llega junto con todas las demás, y Harry cobardemente se refugia en esos tragos que lo salvan solo durante un rato.
 Gran parte de la velada es como una mancha borrosa en su cabeza.
 Su sonrisa tensa se hizo presente en numerosas ocasiones, su cráneo se movía de arriba abajo en los momentos adecuados, cuando alguien le hacía alguna pregunta directa o pretendía escuchar lo que uno de ellos contaba entre risas y bromas que no llegó a comprender en ningún momento.
 Sus brazos permanecían pegados a su cuerpo, con las manos escondidas entre los muslos, sacando la derecha cada tanto para agarrar esas botellas de cerveza que estuvo consumiendo desde hace rato y también para degustar ese platillo de pasta en salsa blanca que en algún instante decidió ordenar tan solo para no tener que hablar.
 Nunca giró el rostro hacia él, pues sabía perfectamente que podría estar observándolo o ignorándolo, y ninguna de esas dos opciones le hacía sentir bien. Al contrario, la posibilidad de que estuviera viéndolo a la espera de cualquier interacción era igual de demoledora que la probabilidad de que estuviera pasando de él, fingiendo que la silla está vacía, que no hay absolutamente nadie a su lado y que su presencia, en conjunto a su existencia, no son más que el vestigio de una relación que ya no es.
 Harry sufre en silencio en todo momento, con el corazón vuelto loco en el pecho, saltándose latidos por montón y encogiéndose cada cinco segundos. La mención del nombre del hombre a su lado lo obliga a hacerse de oídos sordos cada tres minutos, y sus cuencas han estado al borde del llanto con tanta frecuencia, que le parece un completo logro el que el grifo no se haya abierto ya.
 En algún instante, cuando el bullicio incrementa un poco más, pues gran parte de los adultos allí presentes ya han consumido una cantidad de alcohol considerable y ahora hablan un poco más alto que hace unas horas, Harry decide que tiene que salir un momento.
 Se disculpa con un murmullo que tiene por seguro que Niall escucha, pues le regala un asentimiento con la cabeza que es más protector que cualquier otra cosa, y se pone de pie para pasar por detrás de la silla que esa persona continúa ocupando.
 Sale del restaurante a paso rápido, rebuscando en los bolsillos de su chaqueta esa cajetilla de cigarrillos que siempre lleva consigo aun cuando en ocasiones ni siquiera termina consumiéndolos.
 Como si el cielo quisiera darle alguna recompensa por esta noche, no solo encuentra la cajetilla, sino también un encendedor que jamás imaginó que podría estar allí. Sisea cuando una ráfaga de viento le quiere helar los huesos, y da la primera calada tras haber prendido la punta del pitillo.
 Exhala entre los dientes y cierra los ojos sin saber si quiere echarse a llorar ahora o le apetece reunir una tranquilidad que no posee con la esperanza de deshacerse de esos temblores que han estado atacando a su abdomen desde el primer instante.
 Tiene la opción de marcharse, de pagar en la recepción y pedir un taxi que lo lleve a la estación de trenes y tomar la línea que lo lleve directo a Londres.  Pero no puede. Anda con Niall después de todo, abandonarlo sería traicionar a la única persona que no se ha marchado de su lado, que no lo ha dejado en el olvido y que se mantiene al pendiente de él aun cuando Harry no lo necesita, o al menos, se convence cada día de que no lo hace.
 No puede marcharse. No puede escapar por más que quiera hacerlo.
 Respira en voz alta, sintiéndose atrapado en esa noche, y vuelve a darle una larga calada al cigarro antes de golpear el cilindro suavemente para deshacerse de las cenizas que sobran.
 Está a punto de inhalar una vez más cuando de pronto, el chasquido de la puerta a su espalda lo obliga a mirar hacia atrás. Los huesos se le paralizan y está seguro de que el corazón también se le detiene cuando su vista se enfoca en él, en ese azul incomparable, en ese rostro que lo ha estado persiguiendo en sueños pero que no se parece al de antes porque ha cambiado.
 Ha cambiado tanto y todo para bien, pues está mucho más guapo, mucho más llamativo. Harry no tuvo la oportunidad de observarlo bien dentro del restaurante, pero ahora es capaz de ver su rostro apropiadamente.
 Tiene una barba espléndida cubriendo su mentón y la parte inferior de sus mejillas. Su nariz está un poco más fina que antes, menos respingona y su boca sigue siendo igual de rosada que siempre.
 En las esquinas de sus ojos habitan varias líneas inofensivas provocadas por los años o por esas encantadoras marcas de expresión que solían hacerse presente cuando reía o sonreía mucho. Asimismo, tiene el pelo un poco más largo de lo que nunca se lo vio antes, pero al menos conserva ese flequillo que lo caracterizaba en ese corte de cabello que tan bien le sentaba.
 Y está guapo. Dolorosamente guapo.
 Y Harry sufre por ello, especialmente cuando el castaño se termina acercando a él con los labios apretados, hasta quedar, una vez más, a su lado. El rizado mantiene la vista sobre el asfalto. El humo del cigarro le quiere alcanzar las fosas nasales.
 —¿Desde cuándo fumas? —pregunta de pronto, antes que cualquier otra cosa, como todo un saludo que toma al hombre de ojos verdes más desprevenido de lo que le habría gustado.
 —¿Qué estás haciendo aquí? —responde en cambio, ignorando el escalofrío que le causa el sonido de su voz, atribuyéndoselo a la brisa como si su mente no fuera ya demasiado consciente.
 —También tengo el hábito —contesta con sencillez, sacando su propia cajetilla del bolsillo de su pantalón—. ¿Desde cuándo lo haces? —vuelve a preguntar.
 Harry arruga las cejas entonces, todavía con la vista clavada en la acera, en sus zapatos, en las cenizas que no dejan de caer de su cigarro. Le da una nueva calada y se encoge de hombros.
 —Qué sé yo, Louis —termina respondiendo, con la boca y la lengua cosquilleándole ante la pronunciación de un nombre que solo escuchó decir a sí mismo entre sueños.
 Ha sido un poco más tosco de lo que habría imaginado, pero intenta no culparse por ello, pues esa es la pura verdad. No tiene ni idea de cuándo fue que comenzó a fumar, ni para qué. 
 Louis asiente con cierta conformidad poco segura, y de soslayo el rizado aprecia cómo se dedica a encender su propio pitillo, colando la mano por debajo de su camisa suelta para cubrir con la tela el fuego del viento.
 Es peligroso que haga algo como eso, pero la destreza con la que se maneja deja bastante claro que es algo que ha hecho muy a menudo y que ya cuenta con la experiencia para no incendiarse en el proceso.
 Harry deja caer su cigarrillo, y lo pisa antes de guardarse las manos en los bolsillos de la chaqueta con el único propósito de esconder el temblor que se presenta en sus dedos.
 Aprieta los labios, y ya no tiene el control de su propia lengua.
 —¿Sabías que iba a estar aquí? —cuestiona de pronto, en un impulso que no sabe si se relaciona con esa ansiosa sensación que está empezando a distribuirse en una gran parte de su cuerpo o si se trata de esa necesidad por averiguar si él también ha pensado como él, sí ha querido saber de él de la misma manera en que Harry lo hizo.
 Louis parpadea varias veces.
 —Huh, ¿supongo? —responde, dándole una calada a su cigarro y dejando a Harry en una especie de limbo entre el malestar y la molestia— Te vi salir, así que…
 —No —lo interrumpe antes de que pueda terminar la oración. Lo ha malentendido y en lugar de marcharse de allí como se supone que debió haber hecho, Harry permanece en su sitio para saber la verdad—, me refiero aquí, a la reunión. ¿Sabías que iba a venir?
 Ciertamente no está demasiado seguro de cómo es que la voz no se les ha quebrado a estas alturas, pues tiene este nuevo nudo en la garganta atormentándolo y causándole la impresión de que lo va a dejar mudo por la eternidad.
 Aun así, se las está ingeniando para hablar, con el entrecejo fruncido y los ojos puestos sobre el rostro de aquel que alguna vez fue su amor.
 Louis aprieta los labios con suavidad, y hace esto de bajar la mirada hacia el suelo antes de patear levemente el asfalto sin llegar a golpear nada en realidad.
 —Ah, eso —musita y es tan bajo que si no estuvieran rodeados del silencio nocturno y el corazón de Harry no estuviera saltándose varios latidos, no lo habría escuchado en absoluto—, sí. Lo sabía.
 De algún modo, la sorpresa que escucharlo decir eso es igual de grande que el repentino rubor que le sube a las mejillas, calentando su piel, causándole este remordimiento que se lo come desde adentro y que no lo deja moverse ni un solo centímetro.
 Los huesos se le entumecen y tiene que hacer un gran esfuerzo por organizar el torbellino de pensamientos que comienza a hacerse presente.
 —¿Cómo? —interroga, aunque no debería. 
 Sabe perfectamente que debería alejarse, que lo mejor que puede hacer es darse la vuelta y marcharse, pues todo esto está siendo más difícil de lo que se pudo haber imaginado. Harry tuvo muchos escenarios en su cabeza, muchas fantasías en las que él y Louis se reencontraban después de tanto tiempo, y ninguna de ellas fue tan decepcionante como este momento. 
 Por qué está decepcionado, sin embargo, ¿acaso estaba esperando algo más de él?
 ¿Qué es lo que quería de un hombre con el que las cosas se terminaron hace más de ocho años?
 ¿Qué era lo que pretendía que iba a suceder?
 ¿Se habrá vuelto loco al pensar que Louis lo tomaría entre sus brazos desde el primer instante y le diría cuánto lo ha extrañado?
 La respuesta es sí. Claramente ha perdido la razón, pues el modo en el que el castaño lo mira no indica en absoluto que lo vaya a abrazar, mucho menos que lo haya echado de menos en absoluto.
 Si tuviera que ponerle un nombre a la expresión que habita en ese azul encantador, Harry elegiría incomodidad, pues lo conoce —o lo conocía— lo suficiente como para saber cuándo se sentía incómodo con algo o alguien.
 Lo está con él.
 Ahora lo sabe. Justo cuando Louis le echa un nuevo vistazo, Harry se entera de que no soporta estar en el mismo espacio con él y no logra determinar cómo es que eso lo está haciendo sentir.
 Su pensamiento de que debería de darse la vuelta e irse aparece una vez más, pero en lugar de hacerle caso como tendría que hacer, opta por ladear la cabeza en su dirección e insistir en esa antigua pregunta que no fue respondida.
 —¿Cómo te enteraste? —repite, esta vez entre dientes.
 El malestar que se lo estaba comiendo ahora se está transformando en una especie de fastidio que le pone la piel de gallina.
 Louis se encoge de hombros, y Harry se siente arder. 
 —Niall me comentó que vendrías con él —responde y la sencillez con la que habla antes de inhalar su cigarrillo hace que al rizado se le agriete un poco el alma.
 Así que Niall mantuvo contacto con él, pero ¿desde cuándo?
 ¿Por qué no se lo dijo? ¿Por qué no le hizo el comentario? ¿Estaba tratando de protegerlo o de hacerlo sentir peor de lo que ya lo hace?
 Y Louis, ¿por qué siquiera querría saber algo como eso? ¿Para qué? ¿Que ganaba con enterarse de su presencia en esa ridícula reunión de exalumnos a la que no debió venir en primer lugar?
 Las cejas se le arrugan automáticamente, un poco más que antes, definitivamente más que antes, y el mismo calor que inunda su rostro decide expandirse por el largo de su cuello, por su pecho, por donde su corazón late con una fuerza estupenda y terrorífica.
 Deja de soportar estar en su propio cuerpo, y allí. No soporta estar allí y en lugar de irse como se supone que tuvo que haber hecho hace unos segundos, cuando pensó en ello por segunda vez —esta es la tercera—, se queda para saber cosas que ciertamente no necesita conocer.
 —¿Le preguntaste si yo iba a venir? —cuestiona con una mueca plegando sus facciones.
 Hay un antebrazo de distancia entre ellos, por lo que es bastante fácil visualizar cómo el humo se escurre fuera de los labios de un hombre que continúa fumando como si la conversación no tuviera el pelo de cien toneladas cayendo en el hombro de ambos. O quizás solo están sobre los del rizado, lo cual tendría más sentido considerando que, aparentemente, es el único que ha estado sufriendo todos estos años. 
 Lo está detestando un poco más que hace un segundo.
 —Sí —confirma en un asentimiento, girando el rostro para verlo directamente a los ojos, chocando ese azul con el irritado verde que habita en las cuencas de un hombre que en cualquier instante se echará a llorar.
 Louis ha preguntado por él.
 ¿Se siente aliviado al respecto?
 ¿Le duele más de lo que le alegra?
 ¿Está siquiera alegre por saberlo?
 No. No lo está. La verdad es que se está muriendo, por milésima vez en una noche. Por millonésima vez en nueve años.
 —¿Por qué? —pregunta sin más, tratando de mantener ese contacto visual que le está calcinando cada esquina de las entrañas.
 Su voz está más ronca que hace unos momentos, más trémula, definitivamente inestable, y quiere echarle la culpa a todas esas cervezas que se tomó para no tener que lidiar con la consciencia de que en cualquier instante se puede echar a llorar.
 Esto está siendo un desastre, especialmente cuando el único que parece afectado por todo es Harry. No le sorprende de todas formas, él es único estancado aquí. 
 La cantidad de segundos que llegan a pasar antes de que alguno de los dos vuelva a hablar es un completo misterio para el universo.
 —Quería verte —confiesa eventualmente, después de unas cuantas caladas silenciosas, permaneciendo con la misma tranquilidad insufrible que está sacando a Harry de quicio.
 Es desolador darse cuenta de que él es el único calcinándose allí. El único que siente como todo a su alrededor de hace pedazos por segunda vez en su vida, en el mismo pueblo en donde nacieron y crecieron. 
 Louis se atreve a girar el rostro hacia el rizado una vez más y esta vez, entre sus cuencas marinas, hay cierta expresión que desconcierta al hombre de pelo achocolatado.
 Es una mezcolanza entre tristeza y pena, con una pizca de una nostalgia que nunca le había visto antes, en conjunto a una añoranza que casi parece de mentira pero que está allí. Es tan real como la dureza que se presenta en su entrecejo, como las palpitaciones de un órgano que resuena en el mutismo de la noche, como el crujido de las ramas y el cantar de cientos de grillos que no paran de intentar llenar el espacio que ahora queda entre ellos.
 Harry ha quedado perplejo en su lugar. El gesto en sus ojos y la confesión lo han tomado por sorpresa, pues es blando, casi débil, como si le conmoviera darse cuenta de sus propias palabras, como si de pronto supiera lo vulnerable que ha sonado al decir eso y no pudiera hacer nada para arreglarlo y no quisiera, ni siquiera, ocultarlo.
 Es extraño y repentino, y Harry tiene que dar un paso hacia atrás porque hace un segundo estaba jurando que Louis no lo volvería a ver con ese tipo de expresión jamás.
 Se equivocó, por supuesto. Se ha estado equivocando mucho, de eso no le cabe duda. 
 Pero ahora es diferente. Se siente distinto.
 —Ha pasado un largo tiempo desde que nos vimos, Harry —le dice en un nuevo murmullo, tan apacible que le hace daño, tan calmado y dócil que lo lastima como si de pronto le hubiera pellizcado, como si le hubiera clavado un puñal.
 Harry frunce los labios para evitar la mueca que quiere desfigurarle la cara. Le pican los ojos y tiene que estrujarse el derecho para evitar derramar las lágrimas que amenazan con salirse.
 —Nueve años —comienza a decir, sus cuerdas vocales temblando como un violín adolorido. La presión en su pecho es asfixiante y ni siquiera estar al aire libre le ayuda a que el oxígeno le llegue apropiadamente al cerebro—. Tenemos nueve años sin vernos, sin hablarnos, sin saber el uno del otro y tú… ¿de repente decides que quieres hacerlo en una reunión de exalumnos? 
 Louis menea la cabeza, con un gesto incrédulo formándose en sus facciones.
 —Bueno, no fui yo el que la planeó —puntualiza, sin comprender que el asunto va mucho más allá que quien ha sido el responsable de eso.
 No entiende que se trata más del reencuentro, de las memorias, de la vida que pudieron haber compartido y que ahora no queda en más que un miserable quizás. Un tal vez que no llega a ser probabilidad por más que Harry lo haya querido.
 —No debiste sentarte a mi lado, Louis —musita, sacudiendo la cabeza. Eso, sin embargo, no es exactamente lo que ha querido decir, pero es que tampoco sabe sobre eso pues el desorden dentro de su cerebro es inaudito y lo está mareando—. No debiste seguirme aquí.
 Por alguna razón, el castaño se muerde el labio inferior y lanza el cigarrillo consumido al suelo con más fuerza de la que es necesaria.
 —Yo sólo venía a fumar —declara en el mismo murmullo.
 Y vaya. Cielos. Si a Harry le quedaba una pieza intacta en el espíritu, lamentablemente y en ese mismo instante se acaba de quebrar por completo, dejándolo ahora con solo un cuerpo vacío, un cascarón con grietas que ni siquiera la oscuridad puede llenar. Y a él solo le queda eso, una negrura inmensa, una desolación qué pasa a ser decepción en un segundo, uno que determina la cantidad de sentimientos que se cruzan por sus entrañas y lo colman de amargura absoluta.
 —Vete al diablo —se queja entre dientes, más bien lo escupe sin pensar.
 O quizás si lo piensa. Tal vez lo ha estado pensando desde hace dos o tres años y se ha estado guardando la maldición porque en algún instante rozó la etapa del enojo y no ha salido de ella del todo. 
 La boca le sabe a vinagre, a muerto, a desolación, y el alcohol le burbujea en las entrañas a punto de causarle acidez, una indigestión insoportable que lo tiene al borde del vómito.
 Si de repente tiene que acercarse al otro lado de la calle a vaciarse las entrañas, espera morirse allí mismo.
 Louis, por otro lado, ahora lo mira como si no comprendiera cómo es capaz de decirle algo como eso. No cree que se lo merezca. Harry no cree haber merecido la soledad que le rompió el alma hace años. 
 —¿Por qué estás tan molesto conmigo? —interroga al segundo, plegando las cejas y escondiéndose las manos en los bolsillos cuando una brisa fría pretende helarle los huesos.
 El rizado respira en voz alta y menea la cabeza antes de girar el cuerpo en dirección a la calle.
 Sería sencillo tomar un taxi ahora mismo, ir a la estación y volver a Londres. No sabe por qué todavía sigue allí parado.
 —No estoy molesto —niega sin el menor de los sentidos.
 Ni siquiera tiene sentido que intente negarlo. El calor en su rostro declara su fastidio con todas las vocales de la palabra. Aun así, lo hace, pues es lo único que le queda, es lo único que tiene ahora además de toda esa tribulación infinita.
 Esta puede ser la última vez que pueda hablar con Louis, verlo, escucharlo. El cielo sabe las veces que fantaseo con este preciso instante, pero nada está saliendo como se lo había imaginado.
 —Estas molesto —repite, llano, sin escrúpulos, siendo igual de franco que antes, que siempre. Es una de las razones por las que siempre lo quiso como a nadie, su honestidad nunca le rompió el corazón. El que lo dejara sí—. No has abierto la boca en toda la noche y las pocas veces que lo has hecho, ha sido para ser un tanto grosero.
 Harry se muerde el interior de las mejillas al mismo tiempo en que se ruboriza. Más bien, hierve. Se dio cuenta de su falta de interacción en el restaurante. Notó su tensión y su evasión y ahora se lo está echando en cara. 
 —No estoy molesto —vuelve a decir, un poco más incómodo que hace un momento, bullendo desde adentro, calentándose con fiereza mientras la consciencia se lo quiere comer vivo.
 Se enfurruña en su chaqueta, en el frío de la noche, en el rumor de la calle y los susurros de su propia mente, que no deja de trotar y correr y andar con tanta velocidad que se siente mareado.
 La nariz le moquea aún sin saber por qué, y su paciencia se reduce hasta el grado en que su caja torácica se achica y le aprieta el corazón dolorosamente.
 El malestar permanece dentro de él y la idea de vomitar regresa a él como un torbellino.  
 —Harry —pronuncia, y es la forma en la que el nombre se raspa en la mención, y el modo en el que casi ronronea cada letra hace que la piedra termine de romper el vaso, que le troncha la poca tranquilidad que le quedaba en las venas, liberando toda esa rabia y ese malestar que ha estado guardando en el pecho desde que puso el primer pie en Londres y supo que todo se había terminado para ellos.
 —¡Estoy dolido! —exclama de repente. Los ojos se le llenan de lágrimas y su propia voz hace eco hacia la luna— ¡Estoy malditamente dolido, carajo!
 Y un poco ebrio, aunque eso no es algo que le apetezca añadir. No es el momento, no cuando tiene que limpiarse los párpados y evitar que el castaño tenga una vista de primer plano de lo deplorable que tiene que lucir ahora mismo.
 —Pero ¿por qué? —inquiere y su tono sigue siendo el mismo, quizás lo tinta un poco la confusión y nada más.
 Harry arruga muchísimo la cara. Le está empezando a doler la cabeza.
 —¿Por qué? —repite en la misma interrogante, más ácido que nunca, un poco tosco al no poder creerlo—, ¿me estás preguntado por qué?
 —Sí —asiente pestañeando varias veces. Su ignorancia le hace el mismo daño que el que no lo hubiera presionado a tocar el tema—. Eso hago.
 —Que por qué estoy molesto —dice con un bufido y una risa tan, pero tan amarga, que por poco no soporta escucharse a sí mismo.
 Los ojos le arden a causa de esas lágrimas que quieren escabullirse y que, de hecho, logran escapar de la prisión a la que intenta someterlas para no revelar lo vulnerable que es ahora. Lo frágil que ha estado siendo desde entonces.
 Nada de eso importa, sin embargo, no cuando se encuentra con ese color azul tan singular, tan irremplazable, tan imposible de conseguir en cuerpos distintos. Harry lo intentó, de verdad trató de hallar unos que se le asemejaran, que le hicieran justicia, y la forma en la que falló fue tan miserable que no puede evitar sentirse más molesto, más roto, más lastimado.
 Se echa el cabello hacia atrás cuando una ráfaga le despeina sin piedad y se muerde el labio inferior con un escalofrío recorriéndole la nuca pues Louis no deja de verlo fijamente. El rizado termina apartando la vista y bufando una vez más.
 —Bueno, a ver, quizás sea porque han pasado nueve malditos años en los que no he podido olvidarte —empieza a despotricar, encogiéndose de hombros, plegando la nariz, siendo tan despectivo con sus propios sentimientos que casi no parece ni él mismo. Pero es que ya ni siquiera lo es. hace tiempo que no se reconoce porque está seguro de que el pedazo de alma que tenía su vitalidad se quedó allí Gloucestershire, con Louis—, y de repente estás sentándote a mi lado en una estúpida reunión de exalumnos para hablarme como si todavía fuéramos amigos de toda la vida. ¿Qué te importa cómo estoy? ¿Qué te interesa cómo me está yendo en Londres?
 Es un poco cruel con el modo en que se expresa. No obstante, son pocas las probabilidades de que se detenga ahora, especialmente porque Louis se queda callado y Harry está aprovechando cada oportunidad que tiene para sacarse todo lo que tiene dentro, pues de ese modo piensa que va a quitarse el peso de los huesos y a encontrar una especie de cierre que lo ayude a dormir por las noches o a dejar, aunque sea, de compartir las horas de madrugada con hombres a los que nunca va a querer lo suficiente.
 Se humedece los labios con la punta de la lengua, y mira al castaño con las cuencas repletas de la misma agonía con la que se bañan las estrellas cuando solía mirarlas y les imploraba por un cambio de vida que nunca tuvo.
 —¿Quieres saber cómo me está yendo en Londres? —inquiere, ahogándose a mitad de camino con su propia saliva, con la roca que tiene atascada en la garganta, con el pesado pálpito en su pecho que se asemeja a la caída de los granos de arena dentro de un reloj. Los músculos de su rostro se tuercen en una nueva mueca de desilusión—Como la mierda, a decir verdad. ¿Y sabes por qué?, ¿sabes por qué? —repite, dando un paso hacia el frente para poder bajar la voz, para apretar la laringe y las cuerdas vocales y empezar a sollozar en ese llanto que tiene encerrado en el centro del cuello— Porque no te me sales de la cabeza, porque cada vez que intento superarte termino recordando cada momento que vivimos juntos y que no van a volver a suceder porque han pasado nueve años desde que terminamos. Nueve años.
 Con cualquier otra persona, a Harry se le habría hecho imposible soltar todo eso, dejar salir cada una de esas palabras sin sentir que se muere de la pena en el proceso. Sin embargo, y aun cuando el bochorno de hecho le tiñe el rostro de un bermellón al que se lo atribuye al helado clima de una estación tardía, no es con Niall que está hablando, ni con algún compañero de trabajo, ni mucho menos un desconocido que decidió buscarle plática en algún bar.
 Se trata de Louis.
 Aquel que solía ser su confidente, aquel con quien era sumamente sencillo abrirse las entrañas, aquel en quien confiaba con los ojos cerrados y los oídos tapados. Con él siempre fue sencillo decir todas esas cosas que en cualquier otro momento habrían sido difíciles de externar. Con él siempre fue fácil intentar ser un poco más valiente, y el hecho de que eso no haya cambiado, incluso después de tanto, está matando a Harry un poco más.
 —Y me siento como la mierda, ¿bien? —vuelve a hablar, pues el castaño continúa enmudecido, con la cabeza agachada, como si estuviera intentando buscar las palabras adecuadas para sus tímpanos o no quisiera enfrentar el desastre que es Harry ahora. El rizado es tan consciente de que el llanto le sale por montones que no puede hacer más nada que dejar el río correr y salpicarse las manos en la orilla del arroyo—, porque te he echado tanto de menos que ya ni siquiera sé qué es lo que estoy haciendo. No sé qué carajo estoy haciendo y lo odio, no tienes idea de cuánto lo odio.
 Se le gasta la voz al final de la oración y se da a sí mismo la oportunidad de llorar en silencio, de dejar que la pena le circule por las venas, que le empape los pómulos y le libere los pulmones de esa presión a la que los ha estado sometiendo al aguantar la respiración cada tanto para no terminar soltando estos hipidos que no necesita que nadie escuche, menos Louis.
 —No estás siendo justo —habla el castaño después de un rato, cuando parecía que la conversación se iba a quedar allí, cuando Harry había quedado con la impresión de que su antiguo amor iba a darse la vuelta para regresar al interior del restaurante como debió haber hecho antes de que le diera rienda suelta a su lengua. El rizado se rehúsa a arrastrar la mirada hacia él—. Tú fuiste el que terminó conmigo, Harry. Tú fuiste la razón por la que rompimos, no yo.
 —¿Y crees que no sé eso? —cuestiona en voz baja, pues el llanto que no se detiene le ha drenado las fuerzas y lo ha dejado todo encogido y diminuto y más dolido que antes. Le pesan los párpados, y no importa cuantas veces se pase las manos por la cara, continúa estando mojada—, ¿crees que se me olvidó y que no me arrepiento cada día de mi maldita vida?
 —Entonces no me culpes por lo que estuviste sintiendo —pronuncia y el modo en el que su voz se encoge le hace saber al rizado que, quizás, no es el único allí con sentimientos incontrolables que salen a flote a la luz de la luna. Le entran ganas de saber qué tipo de expresión debe estar haciendo ahora mismo, pero el asfalto y sus orbes parecen tener un trato para protegerlo—. Yo ni siquiera quería que termináramos. Quería pasar el resto de mi vida contigo y tú querías mudarte a Londres.
 Harry no necesita que lo diga de ese modo, que lo recuerde de esa manera. Él estaba ahí. Sabe cómo sucedió todo.
 —Pudiste haber ido conmigo —señala en vano, sorbiéndose la nariz, estrujándose uno de los párpados, escuchando como su corazón vuelve a romperse—. Pudiste, pudimos…
 Deja las palabras al aire cuando un quejido le atraviesa las cuerdas vocales. Aguanta la respiración para evitar el sollozo, pero el llanto no hay quien lo detenga. Hasta que no lo termine de matar no va a dejar de llorar. Harry no está seguro de si aliviarse por ello o tener miedo.
  —No, no podía, y lo sabes —toma Louis la palabra, avanzando hacia él al mismo tiempo en el que el rizado retrocede. No quiere que lo toque. Ahora mismo se siente de puro cristal y si le pone un dedo arriba se va a desmoronar y lo sabe, y espera que Louis lo sepa. El castaño, por su lado, no hace más que detenerse y chasquear la lengua, respirando antes de volver a hablar—. No podía dejar a mis hermanos solos con mi mamá estando enferma. Finn solo tenía cinco años en ese entonces y Dorian apenas estaba cumpliendo once. No podía dejarlos.
 —Y yo no podía quedarme —sentencia, condenándolos a ambos en un pasado que no tiene arreglo, que no cuenta con posibilidades de cambio, que no es más que eso: puro pasado.
 —Y no lo hiciste. No te quedaste y listo —Louis respira y suena tan cansado que Harry se pregunta cuánto tiempo estuvo con todo eso dentro. No le apetece conocer la respuesta, sin embargo—. Así fue como sucedieron las cosas.
 Le llega a doler bastante que lo que por mucho tiempo parecieron ser puntos suspensivos ahora esté a punto de convertirse en punto final. Uno inminente y sin arreglo, que lo tendrá colgando a la deriva de una página en blanco que no tiene continuación ni más desarrollo.
 Se supone que ahí es donde termina todo. Es ahí en donde cubren cualquier hendidura por la que la esperanza pueda colarse. Lo sabe, y es por eso mismo que llora un poco más y en silencio, pensando en que si esta es la última vez que se volverán a ver, entonces no debería de guardarse nada más.
 Está cansado de marchitarse y aunque sabe que después de este día ya no va a florecer, por lo menos espera poder quedarse sin raíces manteniendo la conciencia limpia.
 —Yo nunca quise terminar contigo —confiesa en un susurro al cabo de unos segundos, tras limpiarse la punta de la nariz y el borde del ojo izquierdo. Le tiemblan las manos, quizás por la agonía o el frío que no ha hecho más que entumecerlo y encogerlo en su lugar—, te quería… Te quiero más que a nadie en este mundo y yo no, todo lo que quería era estar contigo, no tener que pasarme la vida intentando superarte. 
 Una luciérnaga pasa justo delante de ellos y Harry la sigue con la mirada nublada, hasta terminar girando el cuello hacia un Louis que en algún momento desconocido ha comenzado a derramar unas cuantas lágrimas que ahora se seca mientras traga saliva y carraspea.
 —Yo tampoco quería algo como eso —dice en un susurro idéntico al del rizado. A Harry se le caen los párpados, y con ellos, dos gotas enormes que se pierden en la noche—. Yo también quería estar contigo, Harry.
 Antes que cualquier otra cosa, el muchacho de pelo rizado hace todo lo posible por encontrar consuelo en esas palabras, por buscar todo tipo de aliento que lo ayude a reparar alguna que otra grieta en su pisoteado corazón.
 No encuentra mucho, al menos no el suficiente para arreglarlo todo. Sin embargo, cree que puede sobrevivir un poco más sabiendo que Louis tenía los mismos deseos de estar juntos y que, al final de cuentas, no lo detesta tanto como imaginó que lo haría.
 Le sigue pesando el alma, pero ya no será necesario arrastrar los pies como lo estuvo haciendo todo ese tiempo.
 —De acuerdo —musita en un asentimiento tras un silencio profundo en el que los grillos se han deleitado en su propio cántico. Se humedece los labios y le echa un último vistazo—. Volveré dentro.
 Esa es la despedida. Se supone que ahí es cuando se termina todo una vez más y Harry regresa a su mal vivir con algo más que solo resignación e incertidumbre.
 No obstante, una vez que da la vuelta y empieza a andar en dirección hacia la puerta, una mano sujeta su muñeca de repente.
 —Espera —detiene el castaño, sosteniéndolo con una firmeza que no le hace daño pero que sí lo invita a sacar la mano del bolsillo de su chaqueta. Harry lo mira con las cejas fruncidas y la nariz enrojecida—, ¿te regresas a Londres esta noche?
 El rizado parpadea dos veces. Le está doliendo la cabeza.
 —No lo sé —responde en voz baja, con un escalofrío naciendo en donde Louis lo sostiene, en donde el castaño desliza la mano para encontrar su palma como si nada—. Tendría que, que preguntarle a Niall.
 De alguna manera, ambos han bajado la vista a la nueva unión de sus dedos. Dígitos que quieren entrelazarse, pero no pueden.
 Es tan extraño volver a sentir la calidez de su tacto que Harry está a punto de zafarse. Sin embargo, no se mueve un solo centímetro, no mientras Louis respira y lo mira al verde asfixiado que permanece en sus cuencas.
 —Quédate —pide de pronto, de la nada, tomando al muchacho por sorpresa.
 —¿Qué? —inquiere, naturalmente confundido.
 El giro que toman las circunstancias es desconcertante y no está seguro de si debería creérselo o despertar de este absurdo sueño de una vez por todas.
 Louis suspira en voz alta.
 —Quédate durante el fin de semana —solicita en una nueva respiración. Sus facciones se pliegan en consternación, como si le preocupara estar preguntando por demasiado. Harry conoce esa expresión. Su amor no ha cambiado mucho después de todo—. Vamos a, a ponernos al día, ¿sí? —sigue diciendo—. Yo, a mí realmente me gustaría escuchar que has estado haciendo y cómo has estado, de verdad.
 Harry sabe que el castaño no tiene muchas razones para engañarlo con esa invitación, que sus intenciones no guardan segundas ni terceras y que, a juzgar por la forma en la que ahora el azul en sus cuencas reluce en lo que podría ser un ruego mudo, él genuinamente desea saber de él y de los años en los que no se volvieron a ver.
 Podría decirle que no, que no le apetece por motivos un tanto obvios —no sería capaz de confesar cuántos amoríos ha tenido en busca de su reemplazo— y que lo mejor es que se regrese a casa y dejen las cosas como están. Sin embargo, sería tan ilógico de su parte, tan estúpido sabiendo que él también quiere saber sobre él, escucharlo, tal vez abrazarlo, volver a sentir la calidez de su cuerpo y pensar, por un momento, que nunca se fue de allí.
 No quiere volver a perderse de Louis nunca más, y si está es la oportunidad del cielo para conseguir que sean, por lo menos, alguna especie de amigos o conocidos que mantienen contacto, entonces eso será suficiente para seguir viviendo.
 Para dar un paso al frente cada día de lo que ha sido una solitaria vida.
 —Hablaré con Niall —dice entonces, una especie de promesa avalada por el contacto en sus ojos, en la mezcla del verde marchito y el azul marino.
 La manera en la que se miran no ha cambiado en nada, pero eso es algo que ninguno de los dos logra notar.
 Louis asiente conforme con su respuesta y le aprieta suavemente la mano antes de dejarlo ir una vez más.
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Lo estás olvidando y aparece…
Aquella persona que se atreve a decir que fue fácil despedirte de un amor, no tiene ni idea de lo que sucedió durante ese tiempo entre las cuatro paredes de tu habitación. Nadie sabe lo mucho que te costó arrancar sus recuerdos, los momentos a su lado son como tatuajes, no se van. ¿Sabes por qué? Amaste con el alma a ese hombre, te veías con él, te sentías la mujer más feliz del mundo a su lado. Sin embargo, no fue suficiente todo lo que le entregaste, al menos, eso pensabas. Ahora, sabes que no estaba listo para un amor tan genuino. Se fue, viviste el duelo de una manera tan dura que no se lo deseas ni a tu peor enemigo. Lo increíble es que después de todo se atreva a regresar. ¿Por qué el hombre vuelve justo cuando empiezas a olvidarlo?
A veces, no importa qué tan traumático haya sido el desenlace entre una pareja, hay hombres a los que no los detiene nada y son capaces de intentar volver como si no hubiera pasado nada. Las razones pueden ser muchas, seguro te ha pasado por la mente que son sus celos, los que están desesperados, no quiere verte con alguien más y eso sacude su ego. Sin embargo, puede que se trate de un miedo no trabajado, te lo explico más adelante.
Por supuesto, que a ningún hombre le gusta convertirse en la segunda opción de nadie, incluso si él lo provoca. Es decir, se siente fuera de lugar cuando lo ignoran. De alguna manera, tiene la intención de que le guardes luto y que estés disponible en el momento en el que él decida regresar. Ese hombre da por hecho que te tiene en la palma de su mano, te ve tan lastimada por su partida, que no cree que lo puedas superar, aunque te esfuerces. Sin embargo, al notar que tu vida sigue andando como siempre, se siente amenazado.
En ese momento, entiende que te dejó ir y que alguien más tiene el derecho de ocupar el lugar que le dabas en tu corazón. Estás viviendo el duelo, despidiéndote de todo lo que vivieron juntos y cada día eres más libre, es tu paz la que se volvió tu objetivo. Entonces, su niño interior caprichoso se activa, el que antes decidió no usar su juguete, pero si ve que alguien más lo toma, se molesta y quiere gritarle al mundo que es suyo.
Es posible que ese hombre no sepa lidiar con la idea de perder, está acostumbrado a ganar en todos los aspectos y cuando las cosas no salen tal y como las planea, la frustración se hace presente. Desde luego, esto tiene que ver con la falta de seguridad, no confía en sus cualidades, basta cualquier desequilibrio para sentirse menos. El miedo se activa y por eso quiere volver.
Una cosa es que se hayan separado y otra muy distinta es que realmente empieces a sacarlo de tu mente, porque puede estar a la distancia, pero eso no impide que siga siendo parte de tus pensamientos y que tú hagas lo que sea con tal de encontrarlo, como si fuera una casualidad. En el fondo él sabe que sigue siendo importante y con eso le basta.
Sin embargo, la cosa cambia cuando por fin lo empiezas a superar, porque ya no te comportas dependiente, te ves más libre, con el deseo de triunfar y eso despierta su intriga. Le aterra darse cuenta de que en verdad llegó el momento en el que ya no significa nada en tu vida. Ahora, ¿Qué hará si no encuentra a alguien que se entregue tan profundamente como tú? Es posible que tenga una pareja, pero no se siente tan seguro como cuando estaba contigo. Entonces, piensa, ¿Qué sigue?, ¿Qué pasa si la soledad se vuelve su única compañía cuando eso termine?
Esa es la razón por la que repentinamente te vuelve a hablar, porque su mente lo traiciona mostrándole todos los momentos que vivió a tu lado. Las pequeñas cosas que difícilmente va a conseguir en otros brazos. Así que la culpa aparece, no se perdona el hecho de que no te valoró y quisiera echar el tiempo atrás. Tus cualidades siempre han sido las mismas, pero las ignoró por escuchar a su ego. Sin embargo, la nostalgia le llegó sin previo aviso y ahora es cuando añora todo lo bonito que le diste. La pregunta es, ¿Realmente se trata de amor? Lo dudo mucho.
Dice que te sigue queriendo. Casualmente, el amor le volvió, dice que no ha conseguido olvidarte, te ruega que le des otra oportunidad y lamenta haberte perdido. Lo cierto, es que alguien que en verdad te valora no te deja así nada más y mucho menos vuelve a tu vida cínicamente. Es muy posible que se trate de una confusión, es la melancolía la que engaña a su mente.
El hecho es que a ti no te deberían interesar sus razones, porque te ha costado muchísimo liberarte, como para que a estas alturas des un paso hacia atrás. Si ese hombre realmente te quiere de vuelta en su vida, te lo va a tener que demostrar con acciones y también vas a tener que preguntarle a tu corazón, porque aunque sea cierto que te ama, no significa que tú lo ames también. A veces, es demasiado tarde y te das cuenta de que si vuelve es porque no encontró a alguien mejor.
¡Qué lástima!
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ℜ𝔬𝔰𝔞 🖤
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letter-maker · 8 months
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VIDA, VIDA, VIDA...
Tenía 14 años la primera vez que me enamoré, llevaba mi uniforme de secundaria, era un día cualquiera, la rutina era cerrar los ojos y desear que la vida avanzará más rápido, mi vida era tan solitaria y vacía, me recostaba en mi habitación a ver caer la noche por la poca luz que entraba por mi ventana y solo deseaba crecer, para irme de aquel lugar que se sentía como todo menos como mi hogar.
Aquel dia me encontré con tu silueta a unos metros de mí, se hizo más grande con cada pasó, y al tenerte de frente se sintió como el mundo dejo de girar por un par de segundos, todo el ruido se apagó y en seguida regresó a la normalidad.
Nos miramos a la cara, sonreiste y agáchaste el rostro, no pude dejar de mirarte, recorrí los poros de tu piel, la comisura de tus labios, cada una de tus pestañas, la forma de tu nariz, el color de tu cabello, tus rizos, tu sonrisa involuntaria, tus dientes, solo con mis ojos y no supe que paso ese día en ese momento, pero sonreí el resto de él.
Pocos días después te volví a ver, me saludaste como si me conocieras desde siempre y no paraste de mirarme toda la tarde, entonces el mundo giro un poco más rápido para recuperar aquella vez que se detuvo ese par de segundos y de nuevo, sonreí toda la semana, tiempo después te encontré otra vez, hablamos y con toda la inocencia del primer amor, te di mi corazón en esa conversación, sin saber mucho de tí, te llamé mi amor, por primera vez y entonces comencé a ser abrazada con más frecuencia.
Nos dimos nuestro primer beso, acompañado de un extraño rayo en mi interior, que recorrío cada parte de mi cuerpo, tu voz me dió paz, tus brazos me dieron calor días enteros, nadie me había dicho antes un te amo y empecé a pensar en ti a cada momento de mi día, te vi en el futuro cercano, dándote todas mis primeras veces...
Pero llegó un día en el que no supe más de tí, en el que los mensajes y llamadas dejaron de tener respuesta y todo se volvió vacío, no te despediste, me dejaste en un limbo de preguntas sin respuesta, se fueron los te amo, los abrazos, mi corazón, te fuiste tú y entonces, volví a mi realidad sin ti. Pasaron cinco años y te extrañe cada uno de sus días, volví a buscarte en otros ojos y en otros labios, pero jamás te encontré. Te dije adiós mil veces y en seguida te volví a extrañar, a desear que volvieras,te busque en cada rostro, en el lugar de nuestro primer beso pero no volviste a aparecer. Supe que te volviste a enamorar, que te fue bien en la vida y que también te fue mal, que conociste mucho y que lloraste por tu madre, que encontraste a alguien con quién te querías casar y sentiste que era el amor de tu vida y entonces empezaste a aparecer menos en mis pensamientos, me fui de aquel lugar, construí mi propio hogar, no volví a enamorarme pero deje de buscarte... Diez años después, sin esperarlo, recibí un mensaje tuyo empezando un año nuevo, hablamos de nuestra vida sin nosotros, nos alegramos por nuestros logros y entonces supe que era momento de decirte adiós de verdad, de dejar de aferrarme a aquel beso y a los momentos que nunca se dieron, te desee éxito y agradecí el que me hayas hecho capaz de sentir tanto...
Supe que te fuiste del país, que haces música con el alma, que sigues siendo magia pura, que haces sentir a los demás con tus canciones lo mismo que tus labios me hicieron sentir a mí esa tarde; también supe que aquello jamás se iba a repetir de nuevo, que lo que pasó fue tan breve pero me regaló vida en medio de tanta desesperanza y que nunca habría de nuevo un nosotros, que te quedaste como un tatuaje para toda mi vida y también supe que ese era el adiós definitivo.
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involucion-1602 · 1 year
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Creatividad: Tercera parte
Seré duramente criticado, presiento que va a ser una época de gran incomodidad, pero no me importa. Para mi es más relevante llevar tatuado en mi piel mis creencias, lo mucho que significa para mi la creatividad y mi camino para poder encontrar mi lugar en este mundo. Como probablemente una vez que me lo haga nadie preguntará que significa sino que comenzarán con sus rumores lo diré acá, con el amor que le tengo a esta creación: El tatuaje se lee de abajo hacia arriba, comenzando con el simbolo de libra y unas solidas raices las cuales simbolizan que todo comienza conociendo mi simbolo y entendiendo porque soy bueno en las tareas que tengan que ver con el arte y el crear. luego estan las plantitas que son helechos, los cuales simbolizan la fuerza que se tiene ante cualquier tempestad para seguir floreciendo, a su lado hay un hombre pensando y esa pieza de rompecabezas en su interior refleja el ser introvertido que soy intentando comprender porque no encajo con el común denominador de la sociedad. Los tribales griegos al lado de la cabeza del hombre reflejan los nudos mentales y el laberinto (así como el laberinto del minotauro) que he pasado para encontrarme, para entenderme. El barco expresa la larga travesía que he pasado y sigo pasando para encontrar mi verdadero yo, y el condor que lo acompaña hace mención a que es un viaje que me llevará a ser libre siendo yo mismo. 
Otros tribales reflejando las decaídas que vivo en medio de ese camino, y luego están los tres simbolos. Dibujo-pintura, música, escritura. Mi santa trinidad, más tribales griegos y por ultimo estos me ayudan a pasar por medio de esos nudos mentales para poder expresar mis sentimientos representados generalmente en alegría,ira y tristeza, acompañados por más helechos reflejando que solo es un resultado que se consigue con mucha determinación.
Esta es una de las partes que cubrirán mi brazo derecho que lo adornaré con todo lo que represento como persona
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redwinecastle · 1 year
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ㅤ ㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤ ㅤ 藝術 𝗩𝗢𝗦 𝗣𝗥𝗜𝗠𝗘𝗥𝗢
ㅤ ㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤ²⁰¹⁷
—¡Abrilo!
Juanma parecía más entusiasmado que ella.
Cuando le había dejado entre sus manos la caja azul, Lana creyó que se trataba de algún regalo de aniversario adelantado. Todavía tenía la sospecha cruzándole el rostro, con una sonrisilla divertida y curiosa que le delataba.
Entreabrió los labios para decir otra cosa, pero su novio la interrumpió.
ㅤ ㅤ
—Dejá de preguntar qué es, y abrilo.
ㅤ ㅤ
—Pero me da miedo.
Él frunció el ceño, tan extrañado que sus ojos castaños se volcaron total y absolutamente en ella. Se rio, el hoyuelo izquierdo se le marcó y Lana sintió que se moría.
ㅤ ㅤ
—¿Miedo de qué? Tan boba.
ㅤ ㅤ
—De que no me guste —respondió ella. Se le salió una risa burlona que acabó en carcajada cuando escuchó cómo se reía él: ronco, grave y divino.
ㅤ ㅤ
Divino, divino, divino.
Juan Miguel era total y absolutamente divino.
ㅤ ㅤ
—Si no le gusta, vea, usted me la devuelve sin problemas y yo le doy un mejor uso, ¿listo?
ㅤ ㅤ
Aquello consiguió que la curiosidad en Lana se volviera más grande. Así que, rendida a los nervios que sentía en el estómago, se sentó en la orilla de la cama y apoyó la caja sobre sus piernas. Era rectangular, alargada y de un ancho no muy exagerado. Tenía un listón negro, de seda, que le pareció demasiado formal para lo que ellos estaban acostumbrados.
ㅤ ㅤ
Se moría de pena, además, de pensar que Juanma pudiera haberle hecho un regalo muy costoso por su primer año de noviazgo que ella no se sintiera capaz de repetir.
ㅤ ㅤ
Juan Miguel se quedó de pie, mirándola. Cruzó los brazos delante del pecho y sus bíceps se marcaron como siempre, como a ella tanto le gustaba. Desde que le había conocido, tenía algunos tatuajes salpicados; pero ahora, las manchas negras cubrían uno desde el hombro hasta la muñeca.
ㅤ ㅤ
Con determinación por fin, Lana soltó el lazo que envolvía la caja y lo dejó a un lado. Con un cuidado mortal levantó la tapa, poco a poco, hasta que un chillido de asombro le huyó de los labios. Cerró la tapa de golpe, y alzó sus ojos verdes hasta los —muy, muy entretenidos— de Juan Miguel.
ㅤ ㅤ
—Juanma —le dijo, sin más.
ㅤ ㅤ
Se lo quedó viendo un instante, pero la ansiedad abrió la caja otra vez sin su permiso. Cayó con los ojos voraces sobre el envoltorio blanco que rodeaba un arma de fuego tan plateada que relucía bajo toda luz y sombra en aquel dormitorio.
Era algo casi tan divino como su sonrisa, que ella solía describir como “incomparable”.
ㅤ ㅤ
Le dio miedo tocarla. Y no por lo que ocasionara, pues, se sentía cómoda con una de esas entre los dedos. Sino, más bien, porque creyó que sus huellas dactilares iban a ensuciarla. Se imaginó, desde ese momento en adelante, lustrándola al menos dos veces en el día.
ㅤ ㅤ
Con precaución, rozó el grabado en rosas y ascendió lentamente. No estaba respirando, porque se sentía sencillamente impresionada por aquella belleza. Lana no tenía armas de su propiedad, aunque había tomado prestadas las de su padre, las de Juanma —muy constantemente— y en más de una ocasión las del señor Salazar.
ㅤ ㅤ
—¿Es para mí? —preguntó, tontamente. Entonces lo miró, antes que pudiera reírse de ella—. Digo… Es… Es toda para mí, es mía —intentó cerciorarse.
ㅤ ㅤ
Él se rio de todos modos, por lo bajo, y cedió con sus piernas hasta quedar de cuclillas frente a ella.
ㅤ ㅤ
—Es toda para vos, mi amor —respondió, en un tono acorde a la corta distancia que mantenían ahora.
ㅤ ㅤ
La miró con una dulzura y un mimo que a Lana le derritió el alma.
ㅤ ㅤ
—Siempre quise una solo para mí —añadió, como perdida.
—Ya lo sé.
ㅤ ㅤ
Él seguía sonriendo, derritiéndose también por una reacción tan dulce y genuina por parte de su novia. Pero, en vista de que el shock le impedía entrar en pleno contacto con su regalo, la tomó él en su lugar y la depositó sobre la delicada palma femenina. Entonces, el grabado en letras fue mucho más visible que cuando el arma reposaba en el interior de la caja.
ㅤ ㅤ
ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤ ㅤㅤ ㅤㅤ ㅤ“𝓥𝖔𝖘 𝖕𝖗𝖎𝖒𝖊𝖗𝖔”.
ㅤ ㅤ
Lana lo leyó. Y, aunque seguía maravillándole, alzó los ojos con cierta confusión.
ㅤ ㅤ
—Lana —dijo Juanma, mirándola atento—, ni ahora ni nunca vos tenés que volver a dudar. —Los ojos del joven se volvieron tan protectores que ella alcanzó a sentir la calidez de sus cuidados tanto como el amor con el que se los expresaba—. Nadie importa más que tu vida, nada importa más que tu vida. Y que lo dudes por un segundo, listo —continuó, fundiéndose el uno en el otro—: se acaba todo. No tenés que dudar, si hay duda entonces muy probablemente hay muerte. Vos vas primero siempre, ¿oís?
ㅤ ㅤ
Ella asintió, para que supiera que le estaba prestando atención.
ㅤ ㅤ
—Vos vas primero siempre, no importa a quién tengás que matar —siguió Juanma—. Con un arma en las manos, el corazón tiene que volverse pendejo. Primero la cabeza, mi amor, después hay tiempo para sentir.
ㅤ ㅤ
Hubo una pausa muy breve, en la que solo se comunicaron en silencio, y entonces el colombiano hizo una última aclaración.
ㅤ ㅤ
—¿Para qué te digo yo siempre que se usan las armas? —inquirió—. No son para jugar, tu papá es policía y vos lo sabés bien.
ㅤ ㅤ
—Claro que lo sé —admitió, con total obviedad. Había aprendido eso desde la cuna.
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—¿Entonces para qué son?
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—Para hacer arte —respondió ella, repitiendo lo que él le había enseñado alguna vez.
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Juan Miguel, satisfecho, asintió una sola vez.
No sonrió con los labios, pero sí con los ojos.
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—Solamente para hacer arte.
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Lana esbozó una sonrisa amplia, y dejó la caja a un lado para poder abrazarlo con fuerza. Él la recibió, aún en aquella posición, y respiró profundo para llenarse del aroma a cherry que desprendía su cabello naranja.
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—Yo lo amo mucho, ¿oyó? —dijo Lana, en un susurro.
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—Yo la amo más.
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kaeleme · 1 year
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Mal trato
Entonces, con lo que parecía su brazo extendido, rasguñó mi pecho creando tres grandes surcos que gorgoteaban sangre. -¿Has venido a cobrarme?- Le pregunté sin sucumbir al dolor y resignado al sufrimiento.
La bestia se mantenía impávida ante mi reacción, con lo que parecía su cabeza, generó una especie de dientes y dio mordiscos en la oscuridad. Ahora se posaba sobre mi cama, arriba de mi inerte cuerpo incapaz de moverse, pero que seguía sintiendo todo.  Comencé a acostumbrarme a la oscuridad, pude dimensionar mejor la silueta del monstruo, una especie delgada de criatura cuadrúpeda, de un color “negro borroso”, con una cabeza que era imposible de distinguir si no habría, lo que parecía su boca. Su cuerpo era similar a un stickman, pero sin cuello ni cabeza, allí donde debería ir el cuello, había una pequeña protuberancia que parecía tener dientes y que “me miraba” directamente. Aquello lo designé como la cabeza y le comencé a hablar sobre mi pago.
¿Es esto lo que debo sufrir por las cientos de peticiones que hice anteriormente?
Mi dolor no tenía respuesta, sus garras daban zarpazos sobre mi pecho mientras me respondía que esto era lo que merecía por pedir favores a demonios. En tantas noches de desesperación, pedía, a quien pudiese escucharme en esa soledad de mi habitación, que aquellas personas que amaba, estuviesen bien, que era capaz de sacrificar mi cuerpo y salud, con tal que se hiciese un intercambio equivalente con su felicidad. Así, aquellos a quien amaba iban a ser felices mientras yo me sumergía en un pago tortuoso.
En realidad, nunca dimensioné aquello, sólo eran palabras de buena voluntad, demostrando (me) que deseaba el bien de aquellos más que el mio. Y es cierto, no podría pedir por mí en muchas ocasiones, algo me limita.
Asumí que la bestia estaba cobrando mis miles de peticiones, pero comencé a dudar respecto a la veracidad de ellas. ¿Has hecho feliz a quien les he deseado felicidad? No podía saberlo, y menos la bestia podía contestar, pero de alguna forma había entendido el mensaje y posando su otra extremidad (lo que parecía su pata izquierda delantera) sobre mi cabeza, enterró una de sus garras en mi ojo derecho, otra garra sobre la sien izquierda y la última sobre mi frente y comienzo de mi cabello.  Sentí como poco a poco, sus garras iban haciendo camino por mi carne, como si llevasen un líquido espeso y caliente hacia mi interior. Apreté los dientes lo más que pude hasta que sonó una de mis muelas y una visión llegó a mi cabeza. Pude ver como aquellas dos personas (pues mis deseos siempre iban orientados hacia ellos) estaban tranquilos y felices en las imágenes que me mostraban, como si fuese un documental sobre ellos y recortaran las mejores partes. Sonrisas gigantes, ojos brillantes, actitud jovial y, por sobre todo, mi ausencia en aquellos momentos.
Acepté con gusto lo que el monstruo me estaba mostrando, era justo que hiciese lo que quisiese conmigo, total, el trato estaba hecho. Seguí soportando el dolor, como lo hacía en aquellas sesiones maratónicas de tatuajes, si bien no podía moverme, tampoco hubiese tratado de hacerlo, quería recibir todo aquello que era el trato. Era una forma de hacer valer mi palabra e intención y mientras la bestia se hacía un festín con mi carne, mi cama se llenaba de sangre y colgajos de mi piel. Ya me costaba respirar, me sentía mareado tanto por los zarpazos en el pecho como por la “mano” sobre mi cabeza que se seguía hundiendo cada vez más.
Me rendí ante el dolor, después de varios minutos de tortura, intenté gritar y moverme, pero no podía, sólo sentía mi piel desgarrándose y la sangre salir de mi pecho, la bestia sobre mi y una noche acalorada.
Mis pensamientos comenzaron a ser más egoístas, ya no quería sufrir, quería liberarme de aquello que me dañaba, pero no tenía nada más que ofrecer, por un momento pensé en dar aquello que más atesoraba, el cariño hacia esas dos personas, pero apenas lo supuse, la bestia paró de atacarme y tomaba otro semblante. Noté el cambio inmediatamente, me perturbé por lo que podría suceder y traté de pensar, nuevamente, en recibir todo aquel castigo por el bien de la felicidad de los otros, pero mi debilidad ya había sido manifiesta, mis heridas habían cerrado y la bestia desaparecido,
Luego de unos minutos tratando de recobrar mis movimientos, aparecía el mismo demonio sobre mí. Desde lo que presumía que era su cabeza, abrió una especie de compartimiento y soltó dos trozos de carne sobre mí, supe inmediatamente que eran los corazones de las personas que amaba.
Podía sentir aún el calor en ellos, espasmos sangrientos que volvían a manchar mi pecho, lágrimas de impotencia que maldecían a la bestia mientras me recriminaba por mi debilidad. Volvía a prometer una y otra vez mi cuerpo y alma con tal de que esas personas estuviesen bien y así, la bestia tomaba los corazones, desaparecía y volvía para dañar mi pecho y cabeza.
El monstruo había tomado todo de mí, incluso la cordura y aún así, no podía salir de aquel bucle de dolor. ¿Estaba destinado a sufrir en garras de la bestia?
No, me respondí, pude mover una de mis manos, tomé una de las garras y las adentré a mi pecho. Aquella bestia negra borrosa se fue consumiendo hacia mi interior, cada fuerza que daba para insertarla en mi pecho, era como un pinchazo en mi mente de imágenes tristes como de felicidad de las personas que amaba. 
Un sube y baja de emociones culminó la noche para la bestia y para mí, asimilándola completamente y reparando los daños de sus cobranzas. El cansancio me dominaba, pero ya estaba amaneciendo y debía comenzar a trabajar. Suspiré por última vez, tratando de encontrar el descanso en aquella pequeña bocanada de aire, para luego volver a desear el bienestar de aquellas personas que amo. La bestia no pudo salir de mi interior.
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23.7.22
Soñé que estaba en una cocina leyendo un libro o una revista compilada de unos cuentos que iba a dar la miss (l a u r a) para una clase de español o literatura. Estaba viendo los cuentos y pensaba que eran relativos a un intento por ser conservadora, pero no le funcionaba. Luego aparecí en la clase del ingeniero j o r g e h. Era acerca de porque los cuerpos flotan, decía que los que estaban más llenos hacia arriba de agua eran los que mas flotaban, y los que tenían poca agua, o sea hacia abajo, eran los que se sumergían. En ese punto yo lo interrumpo y les digo que eso está mal porque realmente los cuerpos ligeros, que no tienen agua (en el caso de una botella), son los que flotan. Espero la reacción de todos al mostrar que el director ni sabe el tema, quería ver cómo respondían, pensaba que algunos sí me harían caso y otros no.
Antes de eso yo estaba, durante la madrugada, en una supuesta escuela que se parecía a la misión de la iglesia, una estructura blanca de media luna con un patio de basketball en medio. Fui a uno de los salones, en donde antes estaba el templo, y ahí daban una clase. Miraba a unos cuantos alumnos en la parte frontal. La maestra era brenda o a n a s a l g. Había una iluminación cálida en el interior. De repente se están saliendo y ya parece que estoy en otro lugar, parece que es el cuarto que antes tenían atrás de la casa de playas, en donde habían cosas de la panadería; veo a los chicos salir como multitud sin rostro pero reconozco a una chica. Ella tenía una mandíbula larga, blanca, ojos chinos, pelo corto y rizado.
—¿Te acuerdas de mí? —le dije. Ella decía como que no.
—Te di una asesoría —continue. [Pero ahora que recuerdo, sí le había dado clases durante mucho tiempo, le di un año en la prepa. Voy a tratar de acordarme de su nombre...]
Miraba a A n a s a l g, y como que me daba nostalgia la escuela.
Después, estaba en la cancha de básquet, supongo (porque no recuerdo está parte intermedia) que habían unos niños jugando y a uno de ellos se la va la pelota, decimos que es algo que siempre sucede en los juegos. Yo visualizo una barrera de jóvenes que quisiera poner ahí pero imaginé que sería algo muy incómodo para ellos y que se quitarían cuando llegaran los pelotazos.
Ya estoy del lado del pasillo, como queriendo salir de esa cancha, y miro a mi papá que dice que tiene que ir a dar la clase (alguien del otro lado decía que quien daría la clase era un Pedro V. y yo me imaginaba que no podría ser mi papá, quizá mi hermano) yo le digo que no puede irse así, que no podría manejar, le quito las llaves, eran las del Hyundai, y le digo que es muy peligroso. Me pregunto cómo daría la clase, si tenía problemas de visión y no creía que pudiera compartir algún tema.
Estamos en la casa de mi tía m a r i n a y vamos caminando a la sala, yo lo voy guiando y ayudando. Le pregunto a mi papá «¿por qué te pusiste así? ¿Por qué te enfermaste? ¿Por qué no puedes estar bien?», yo estoy como muy conmovido, casi al punto de querer llorar, yo lo tengo de un brazo sobre el hombro, estoy sentado a su lado. «Es lo que le pasó a tu tío que hacía las casas». Yo trate de decir el nombre del tío que tenía esas características, que había fallecido, yo no lo quiero aceptar, sentía que estaba insinuando que era lo de morir. De repente, en una ventanilla que estaba arriba de la pared, logro visualizar a un señor moreno, que supuestamente ese era mi tío que hacía las casas, yo no lo reconocí.
Era un momento muy hermoso, quería estar ahí más tiempo con mi papá, sentía que quería llorar, era en verdad conmovedor, pensé que estaría más tiempo ahí pero escuché a alguien empezar a tocar en la puerta. Era cuatro tipos malandros con tatuajes, decían que si queríamos un servicio de jardinería. Les dije que «no, gracias » y procedí a cerrarles la puerta de vidrio. Me equivoqué porque la puerta no cerraba del otro lado, quedaba descubierta. Uno de los tipos mete la mano para quitar como un seguro que estaba en la puerta. Se ven amenazantes, parece que van a entrar. Siento impotencia ante la interrupción de nuestro momento que teníamos, pues pensé que estaríamos ahí más rato.
En otra parte de mi sueño me preguntan sobre los temas que daría en la clase de propedéutico o algo así, porque al parecer estaban invitando a maestros que estaban en la escuela.
—¿Estudiaste los temas y preparaste la clase?
—Sí... Bueno de hecho lo miré en un sueño y ahí lo leí.
Yo hacía referencia al sueño anterior en donde miraba el folleto de cuentos y a la clase del i n g e.
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tatuajesdefamosos · 2 years
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Famosos Hombres Españoles Tatuados | Por kaiju.ink, hecho en Vancouver. http://ttoo.co/p/295845
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pequenostatuajes · 3 years
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Por Witty Button, hecho en Seúl. http://ttoo.co/p/284843
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tatuajespequenos · 3 years
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Por Tattoo Ina · Lilien, hecho en Seúl. http://ttoo.co/p/285139
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tatuajeshombres · 3 years
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Por Alex Rattray, hecho en Edimburgo. http://ttoo.co/p/245211
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thebluefitnesszone · 4 years
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Nature.. 💚not need words. IG:AZULREIICH
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tattoofilteres · 4 years
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Por Subliquida, hecho en Barcelona. http://ttoo.co/p/278902
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