Hemos vuelto a coincidir entre los residuos del «siempre» y de los latidos perdidos que se esparcieron como pólvora a través de un «nunca te voy a olvidar»… si tan sólo supieras que ahora nada de esto tiene sentido.
Una parte de ti se presentó como «nadie te hará daño, menos yo»; había alguien que repetía constantemente «atesoraré tu recuerdo» mientras se escuchaba la melodía que alguna vez manifestaba un «perdóname». Los «te quiero con mi vida» habían pasado a un segundo plano cuando se estableció el «no puedo vivir sin ti» que se asomaba ante cada «no quiero perderte»… ya no podía frecuentar a los fantasmas del pasado.
Había muchos «quizás se repita la misma historia», que me hacía retroceder a la idea de confiar otra vez en alguien que era diferente. Los «sueño contigo todas las noches» intentaban dar rienda suelta a lo que no quería sentir otra vez; cada vez que me negaba a algún latido distinto, era visitada por los «siempre estaré contigo» que soltabas antes de irte a dormir.
Solías decir que en cada pétalo arrancado también se marcaba un punto final, aunque eso implicaba (des)acelerar la frecuencia de los minutos del reloj. Vivías con los «nunca olvides que te amo», aunque yo nunca te lo decía de esa manera… me duele que no lo hayas comprendido del todo.
Cada vez que las distancias aumentaban, también lo hacían las excusas del porqué de las ausencias (no) planeadas. Ya no se reflejaba ningún ápice de verdad en cada encuentro; los latidos perdían sentido después de cada «hoy no» que rebotaba en los intentos de volver a empezar. Las sonrisas se convertían en desasosiego ante cada «no hay nadie más que tú en mi corazón»... el corazón ya no respondía de la misma manera.
Eres antídoto y veneno al mismo tiempo: no te conformas con reparar las heridas predecesoras del presente, también sabes de qué manera usarlo en contra para cortar la historia de raíz… siempre a tu favor.
¿Qué se supone que debo hacer cuando los latidos ya no son distintos y las mentiras retumban en cada paso hacia el olvido? Las gotas de lluvia se apegan al diluvio de mis pupilas, aún intentan calmar la tormenta de mis pensamientos cada vez que escucho tu nombre.
No puedo despedirme de algo que ya fue… o, al menos, eso intento.
Retrocedí en los intentos de no inundarme con los recuerdos prohibidos, ni siquiera estaba segura de volver a los antiguos vicios para mitigar las ausencias no planeadas.
Una salida inesperada, (re)encuentros de después y un puñado de arrepentimientos acompañaban la velada. Solía decirte que dejaras las bocanadas de más, sólo repetías que era tu único vicio... esa noche dejé que me inundara cada ceniza que desechaban los latidos de más.
Ya no me alejo de esos lugares que proyectan un pedacito de ti, no quiero terminar en la profundidad de mis pesadillas por no poder deshacerme de las heridas de lo que ya no podrá ser.
Aún me quedan muchos inviernos por recorrer, con la coraza reforzada y los nudos en la garganta que se niegan a fluir cada vez que se escucha a lo lejos los vicios (no) deseados... te prometo que intentaré no enloquecer.
Tómame,
hazme saber que aún no me has olvidado
y que los versos que un día te escribí
aún rebotan en tu mente.
Déjame sentirte;
desliza mis manos por tu pecho,
recorre mi cuello con tus labios
y deja que se alborote tu respiración.
Y si quieres que suceda algo más,
¿por qué no lo intentamos?
Porque no importa si nos conocemos poco,
de alguna manera nos unen los mismos sucesos
que nos hicieron perder la fe en el amor
y nos volvieron un poquito más vulnerables.
No tenemos nada que perder,
porque un suspiro demás
no hará que involucremos los sentimientos.
Así que hagamos un trato:
usemos esa mala experiencia como excusa
para liberarnos de la culpa y de los malos ratos
que por un instante nos hicieron sentir en otra dimensión.
No hay que darle más vueltas al asunto,
disparemos esos temores por la ventana
y huyamos a ese lugar que llaman hogar
cuando nadie te está observando.