Abuelita de mi vida
No tengo muchos recuerdos o anécdotas de María, la mayor parte de mi conocimiento hacia ella es por historias que me contó mi papá o cosas que escuché a escondidas. Hija de tanos que llegaron escapando del campo, no hablaban ni un poco de español y menos leer o escribir. Quizá sea un justificativo previo a lo que sí recuerdo de ella, pero tal vez no la pasó bien durante su infancia. Tampoco fue el suyo el mejor de los matrimonios, una unión por conveniencia nunca puede resultar bien, pero eran otras épocas.
Lo que sí recuerdo son las tardes de domingo que iba a su casa, esa casa gigantesca que se imponía en el barrio de Parque Avellaneda con un frente repleto de plantas y lo único que se podía apreciar era su gran y característico color verde que rompía con la monotonía de la zona, y nos recibía en el umbral con un abrazo hacía mi papá y con indiferencia para mi mamá y para mi. Era lo más normal del mundo lo poco demostrativa que era conmigo a comparación de mi viejo, uno creería que los abuelos te tienen que tener en alta estima pero a veces falla esa lógica. Siempre hacía el plato favorito de mi papá, una lasaña bien potente con varias capas de pasta, bolognesa, queso y demás, que mi mamá siempre quiso replicar pero nunca le salió, yo odiaba esa comida.
Mi mamá me servía fideos, los moñitos más baratos que se pudieran encontrar en el supermercado de la vuelta, con crema y queso y María siempre me clavaba los ojos, como si estuviese mancillando un ritual antiguo, y me miraba con asco. Y se la pasaba al lado de mi viejo, siempre pegote, acariciandolo, dándole besos, casi poniendo la comida en su boca. Vale aclarar que mi abuelo, para esa época, estaba muerto, a él sí que no llegué a conocerlo para nada. Una verdadera incógnita lo que ese hombre hubiese aportado a mi vida cotidiana en ese lugar, aunque siempre me pregunté cómo era él, si era de esos abuelos cariñosos que te regalan cosas y te hacen sentir único ó si era todo lo contrario, si tenían ese lazo único con María.
Recuerdo las veces que me he quedado solo con ella, éramos dos extraños en la misma casa, de vez en cuando pasaba a verme, yo estando frente al televisor gigante que tenía en ese gran living, más grande que la casa en la que habito en estos momentos, y me traía algo para comer y que no me muera de inanición. Nunca le vi una sonrisa dirigida hacia mi, es más, creo que nunca la llame abuela. Nos sentíamos como personas ajenas a la sangre y a toda relación que pudiésemos tener. Pero si conozco las historias que me contaba mi papá, sobre una mujer hermosa que dejaba todo por su hijo, sobre los almuerzos más ricos.
Sobre todo recuerdo una historia que me contó, acerca de una noche de tormenta. Mi papá tenía mucho miedo a los relámpagos y la mayor parte del tiempo se la pasaba gritando pero esa noche fue distinta. María fue a ver cómo estaba, solo con un camisón puesto, lo consolo e hizo todo el proceso que debe hacer una madre, y se acostó en la cama junto a él esperando que se durmiera pero no lograba conciliar el sueño y lo acurruca fuerte contra su pecho, pero el recuerdo y la anécdota se detienen ahí, no sé por qué pero mi viejo no puede recordar o contar más allá de eso, como si se hubiese omitido algo ahí y solo recuerda haberse despertado al día siguiente como un día normal.
Siempre sentí curiosidad por esta historia, aunque pareciera algo normal, para mi tenía algo detrás, algo oculto. Nunca supe con exactitud qué pasó ahí pero pude armar algunas conjeturas en base a las últimas cosas que escuché por parte de María. En el hospital, en sus últimos momentos de vida, escuché detrás de la puerta algo que mucho más adelante comprendería. Ella se encontraba sola con mi viejo en la habitación, yo esperaba fuera porque la señora no soportaba verme, y escuchaba lo que decían ahí adentro, hablaban de cosas normales pero ella de vez en cuando deliraba y decía cosas sin sentido, como en los momentos en que le pedía un beso a mi viejo, como esos que le daba, y que se acostara con ella y la haga tan feliz como en la tormenta. Muy poco después ella murió y con ella murieron esos recuerdos.
Nos reunimos alrededor de una vasija, donde estaban los restos de ella. Nadie la queria tomar pero todos la veíamos, estaba sobre una mesa de cristal, la que se decía su favorita. Sí, tenía una mesa favorita. Todos le daban el pésame a mi viejo y él solo respondía con un movimiento de la cabeza, no lo escuché decir una sola palabra en todo el velorio. Yo no sentía ni un poco de tristeza, era más la incredulidad de no entender cómo alguien que estaba vivo hace unos días ya no comparte más este mundo pero lo más increíble era mi viejo. Poco a poco los que habían venido a despedirse se fueron y con ello mi viejo se fue quedando más a solas con la vasija, hasta que lo vi acercarse y apenas tocarla. Todavía pienso en la cara de mi viejo, esa cara de alegría que él tenía no se va a borrar nunca de mis pensamientos.
2 notes
·
View notes
A esta instancia la felicidad que vas a sentir al ser consciente de la semejante personita que tenés al lado será inevitable, tenerlo es tenerlo todo. Cuídalo, no te olvides de preguntarle por sus comidas, preocúpate, sé atento. En un día frío abrigalo, primero con un abrazo y luego un abrigo calentito, no queremos a un angelito congestionado.
¿Tenés frío? ponete el poncho de tu tío.
— Jeremías 29:11.
El próximo movimiento a seguir es asegurarse de alimentarlo y darle agüita, es mucho —muy— importante ya que quizás a él se le pase, debes asumir el papel de recordatorio personal y llevarlo a cabo. Es tu bebé, no lo olvides.
Y como parte del proceso, también incluye el momento de enseñarle a cocinar, compartí con él tus mejores tips de cocina y tus recetas favoritas, enséñale cada cosita que quiera aprender, con paciencia obtendrán el mejor guiso de fideos moñito en la historia de los guisos. Y a él le encanta.
Y así finalizan las cosas simples para hacer feliz a tu Vladi, pero vamos con datos más profundos.
Hay algo fundamental que no puede faltar, es difícil de hallar, muchos la conocen como hilo rojo pero yo voy a denominarla como mi conexión cósmica, es indescriptible lo que uno vive bajo esto, conectar con él es enamorarse profundamente cada día y experimentar millones de sensaciones lindas por segundo. Es perderse en su mirada, en su habla, en sus aventuras, no miento cuando digo que amarlo es como hacer magia.
(y es algo que solo yo puedo disfrutar, sigan participando y esta guia es en vano porque está engatusado por mí)
Sé su dúo dinámico, te va a adorar.
Seguirlo en sus ocurrencias va a ser un punto fácil si el humor de cada uno se complementa, no hay nada más hermoso que encontrar un amigo en la persona que amas, poder divertirse juntos y disfrutar el tiempo compartido. Molestalo, estoy seguro que lo va a enloquecer y la reciprocidad siempre va a estar ahí.
Jugá con él.
Seguramente tenga mil juegos que quiera jugar con vos, animalo a que te invite o invitalo, pero te advierto estás por meterte en terreno peligroso y es posible que conozcas a un ariano rabioso, intenta calmar a la fiera con regalitos, a mí me funciona muy bien y es mi as bajo la manga.
Muestra de cuando gané en fulbito y fui víctima de sus golpes.
0 notes
No me olvides
Si algo bueno salió de matarme hoy, fue que funciono mejor cansada para ponerme a escribir. Al fin el primer capítulo del fic del Alternative Universe donde Imelda y Héctor están en la escena del rock. Obvio hay cambios en quién es qué de quién con los Rivera (algunos no lo son en este universo), por cuestiones narrativas, pero en general traté lo posible de respetar la personalidad de todos.
En fin, cada capítulo tiene por título la letra de alguna canción de rock mexicano, a ver quien las va adivinando.. Y el título salió de Zoe.
1- Y de repente estás muy solo
Lo más difícil de su secreto, era tratar de ocultarlo de su tía.
-¿Y qué hiciste hoy, Miguel? ¿Estudiar en la biblioteca otra vez?
Imelda era una mujer más bien bajita de estatura, de cabellos castaños, sujetos en un moño a la altura de la nuca. Pero tenía unos ojos negros que podían escanear hasta tus vidas pasadas.
-Sí, tía.- respondió el niño, sentándose a comer. Era una suerte que cada que Imelda hacía esa pregunta, le estaba dando la espalda. A su lado estaba su prima, Coco, de apenas dos años. Miguel comenzó a jugar con ella a esconderse detrás de los mantelitos que ponían en la mesa antes de comer.
-Bueno, eso me alegra, pero me gustaría que salieras de vez en cuando a jugar con tus amigos. Luego qué le voy a decir a tus papás, que no tienes vida social.
Miguel hizo gestos al ver el plato de verduras enfrente suyo.
-¿Porqué brócoli, Imelda?
-Porque si no te vas a quedar chaparro. Ándale.
Y ella misma se sentó a darle de comer a su hija, haciéndole mímica para que se limpiara la cara cada que se manchaba de sopa de fideos. Coco, obviamente, se limpiaba con las mangas o el bordecito de su vestidito rosa pálido, para desmayo de su mamá.
-¿Y como vas con los zapatos, tía?- preguntó Miguel, tratando de evitar que ella continuara indagando y entonces soltara la sopa.
-Pues me invitaron mañana a una exposición de microempresas. Así que mañana te traes lo que necesites leer a a casa, que va a venir la niñera a cuidarlos a ti y a Coquito y no quiero que se preocupe. Y no se te olvide llamarles a tus papás, ya me están reclamando.
Miguel vivía con su tía Imelda y su prima desde que había empezado la secundaria, apenas hacía unos meses. Era un niño de doce años, un poco alto para su edad, moreno y de cabello negro y lacio. Sus padres lo habían mandado a la ciudad para inscribirlo en una buena secundaria, tratando de darle un mejor futuro. Imelda era hermana de su papá, llevaba desde la universidad viviendo ahí y se había quedado luego de que naciera su hija.
Tras la comida, Miguel ayudó a lavar los trastes y luego se puso a jugar con su prima. Coco era encantadora, risueña y de cabello lacio, siempre peinado en trencitas con moñitos, castaño como su madre pero con unos ojos que no parecían de nadie de la familia. Era la única herencia del desconocido que tenía como padre. Cuando se durmió, subió a su cuarto y se encerró para escuchar música en su computadora, siempre con audífonos. Principalmente de la banda La Noche Triste. Le encantaba su vocalista, Ernesto de la Cruz. Y si le preguntaban de bandas de puras chicas, moría por ver en concierto a Las Barraganas, pero cuando estaba su anterior vocalista, la legendaria Coronela. Practicaba los acordes de sus canciones en el aire, a falta de guitarra.
Cada tarde, después de la escuela, Miguel se iba a clases de música en la casa de la cultura. El maestro estaba ahí todo el día y por eso aprovechaba cuando estaba solo para que le diera clases de guitarra.
Entró al salón y escuchó una conversación desde el otro lado, en el aula destinada a los vestuarios del taller de teatro.
-¿Y mi disfraz, Héctor?
-Y… Ceci… ya no lo tengo.- la voz de él sonaba como intentando disculparse pero no del todo.
-¡Es la última vez que te presto un disfraz!- gritó la encargada del taller, con hartos ruidos de cosas siendo lanzadas hacia alguien. Cuando se calmaron los ruidos, añadió- ¿De menos pudiste encontrarla?
-No, Ceci.
-¿No sería más fácil buscar a sus amigas y que ellas te digan?
-Es que eso ya lo hice. Pero todas se niegan incluso a verme.- suspiró- En fin, si voy a encontrarla, lo haré. Si no, pues no.
-¡Si estuvieras tan resignado dejarías de pedirme disfraces, Héctor!
El aludido se asomó a su salón, tratando de ver si podía esquivar la furia de Cecilia.
-Uy ya llegó mi alumnito estrella. Te dejo Ceci.- y cerró la puerta que comunicaba ambas aulas.- ¿Cómo estás, chamaco? ¿Ya sacaste el círculo de sol?
Apenas dijo su maestro esas palabras, Miguel demostró que ya lo dominaba, aunque con el ritmo de ranchero.
-¿Cuándo me vas a enseñar a tocar Nube Líquida, Héctor?
-Calmado muchacho, para correr necesitas aprender a caminar y para aprender a caminar, debes gatear.
-Pero la competencia para tocar con Ernesto de la Cruz y La Noche triste es en tres meses. No puedo presentarme tocando rancheras.
-Ey, ey, ey- el maestro chasqueó los dedos para llamar su atención.- En apenas una semana dominaste este círculo, a muchos les toma meses. Vamos a buen ritmo, chamaco. Capaz que de aquí a la fecha de la competencia ya hasta tocas la guitarra con doble clavijero.
Y los dos rieron ante la idea.
A Miguel le caía bien Héctor. Era alto y muy flaco. Sus ojos siempre parecían estar buscando algo muy lejano. Le sorprendía que aunque muchas chicas parecían coquetearle, él no salía con nadie
-Y aparte Nube líquida… no sé quién fue el estúpido a quien no se le ocurrió ponerle simplemente “Lluvia” a esa canción. Pft.- el maestro se cubrió la boca, al recordar que estaba ante un niño-. No me imites, Miguel. Bueno, solo con la guitarra.
Una vez que perfeccionó el ritmo ranchero, Héctor comenzó a enseñarle huapango.
-¿Porqué estos ritmos?- se quejó el niño.
-Si quieres ser buen músico y que tu ídolo te note, debes aprender distintas cosas y de ahí, podrás crear cosas nuevas.- suspiró. Miró a través de la ventana del salón y dijo, como para nadie-. Como cambia la vida en tres años, Miguelito.
Y se perdió hasta un punto que sentía ya tan lejano en su vida.
Había terminado el toquín en un bar de la zona rosa de la ciudad. Hasta los meseros estaban ya yéndose cuando notó un par de pies detrás de la tarima que les servía de escenario, calzados con tenis negros. Los muslos que alcanzaba a ver eran demasiado delicados para ser un hombre, así que decidió asegurarse que la persona estaba bien.
Y lo estaba, solo se veía increíblemente agotada. Era una chica, posiblemente de su edad, aún maquillada como catrina.
-Tú eres de las Barraganas ¿No?- preguntó, genuinamente preocupado por ella-. ¿Necesitas ayuda?
La chica tomó aire, como si intentara aferrarse a la preciosa vida. Héctor comenzó a preguntarse si no estaría drogada o muy borracha.
-Ayúdame a levantarme, que estoy muerta.
-Ah, yo pensé que solo era maquillaje lo que traías.- intentó hacerla reír. Por toda respuesta, solo una sonrisa sarcástica de parte de la chica. Entonces no estaba ni borracha ni malviajada.
Una vez de pie y tras agradecer la ayuda, ella tomó sus cosas e intentó irse.
-Maldita sea, Rosa, se fue otra vez sin mí.- gruñó. Héctor no se había separado de su lado.
-Si quieres puedes quedarte en mi casa, vivo aquí a dos cuadras, en breve.- le ofreció
Ella le miró, un poco desconfiada.
-Puedo pedir un taxi.- replicó.
-A esta hora no hay ni uno, créeme, por eso me mudé cerca, por si tras las presentaciones por aquí alguno de mi banda ocupa donde quedarse. No pienso hacerte nada, de verdad, en buen plan. Hasta si quieres me voy a dormir a la regadera y tú te quedas con mi cama.
Esta vez ella sí se río.
-De acuerdo- aceptó y lo acompañó a su casa.
Si pudiera describir el andar de su compañera, sería “como pato espinado”, aquella curiosa expresión que usaba su madre para describir a las novatas en usar tacones.
-Por cierto, me llamo Imelda.- se presentó ella.
-Héctor.
-Sí, lo sé. Siempre coincidimos en presentaciones.
-¿Y es tu hábito colapsar después de las presentaciones, tras quitarte el ajuar de soldadera?- preguntó con una sonrisa. Habían llegado al departamento y él estaba buscando las llaves.- Pasa.
-Gracias. Llego a las presentaciones luego de trabajar y si de ahí vengo cansada, imagina luego de tocar, casi siempre una de las chicas de la banda me lleva de regreso a casa, pero hoy se le fue la onda. En fin, por suerte mañana puedo descansar y el lunes voy a hablar con ella.
El departamento, ubicado en un segundo piso era relativamente pequeño, una salita, un comedor, la cocina con su barra que servía de desayunador, un balcón con algunas plantas, dos cuartos y el baño. Imelda insistió en quedarse en el sillón, pero su anfitrión le dijo que el sillón no servía ni para una siesta. Y era verdad, era demasiado duro en algunas partes y en otras demasiado blando.
-Supongo me iré a dormir a la regadera- continuó con la broma el músico.
-Pues compartimos la cama, solo no tomes mucha confianza. Estoy aceptando tu ofrecimiento de quedarme aquí, pero nada más. Mañana si quieres te hago el desayuno o algo así, para pagártelo.
Héctor se preguntó cuantos tipos habían querido aprovecharse de algún favor que le hubieran hecho como para que ella respondiera tan tajante a que el hecho de aceptar un favor no significaba que pagaría con sexo. Y realmente él lo hacía por ayudarla, no porque buscara algo más, a pesar que no podía negar que la chica era guapa.
Mientras él se quitaba las botas, ella fue a lavarse la cara para removerse la pintura de fantasía. Se quitó los pasadores para dejar caer las trenzas que formaban su peinado y se puso una sudadera y un pantalón de franela para dormir.
La Barragana se veía realmente diferente sin el maquillaje blanco. Su cara era seria, de ojos castaños como un shot de espresso e igual de intensos. Él se acomodó del lado de la pared, ella del de la orilla
-Si te da frío, te puedo bajar otra cobija. Que descanses, Imelda.- y apagó la luz.
-Gracias.
-No, de qué. Si entre nosotros no nos apoyamos, ¿Quién?
Casi salía el sol cuando ambos cayeron dormidos. La cama de Héctor era una matrimonial, suficiente para que ambos tuvieran espacio. Y además los dos juntos evitaba que tuvieran frío.
Héctor despertó antes, mucho antes que ella.
Imelda lo había abrazado mientras dormían. Y no le molestaba pero decidió quitarse sus brazos de encima antes de que ella malinterpretara todo.
Le había caído bien. No, más. Era como una palabra japonesa que había leído hacía mucho tiempo, Koiyokan, algo así como el presentimiento de que el amor surgirá con una cierta persona.
Notas:
1- Bueno, una barragana era una soldadera durante el siglo XIX en México, les dieron ese nombre por Juana Barragán, que peleó en la guerra de Independencia. Y no sé, se me ocurrió que una banda donde estuviera Imelda (y otras Riveras -sí, la Rosa a la que se refiere Imelda es tía Rosita) debía llevar ese nombre. Sí, consideré Las Adelitas pero no me llenó. Así que el nombre es un poco como mantener un mensaje de que son chicas haciendo algo en una escena normalmente dominada por hombres.
Eh se supone que las Barraganas -la banda- se visten de soldadera y se maquillan de Catrina a la Ghost o a la Kiss, para mantener cierto misterio sobre sus integrantes.
Aunque también Barragana es como se les decía a las concubinas. Era algo así como una cierta unión legal pero sin la formalidad de un matrimonio.
2- Por el otro lado, la banda de Ernesto... bueno ya estaba cansada de que no encontraba ningún nombre y decidí que ñeh, la noche triste y sha.
3- Nube líquida es referencia a uno de mis libros favoritos de todos los tiempos “El profesor Zípper y la maravillosa guitarra eléctrica (era la banda del hermano del protagonista). Y el villano del libro dice más o menos lo que dice Héctor “¿Y porqué no solo ponerle “Lluvia” a la banda?”
105 notes
·
View notes