Tumgik
#mamá escuchaba tango
estefanyailen · 1 month
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lolaalvaradorp · 2 years
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"𝕋𝕖𝕟𝕘𝕠 𝕖𝕝 𝕔𝕠𝕣𝕒𝕫𝕠𝕟 𝕥𝕒𝕟 𝕣𝕠𝕥𝕠, 𝕢𝕦𝕖 𝕔𝕦𝕒𝕟𝕕𝕠 𝕓𝕒𝕚𝕝𝕠 𝕤𝕦𝕖𝕟𝕒𝕟 𝕔𝕣𝕚𝕤𝕥𝕒𝕝𝕖𝕤"
1 de julio, 2022. Buenos Aires.
Lola se había decidido ir al cementerio, hacía alrededor de cuatro años que no pisaba las tierras donde se encontraba enterrada su madre. Se había mudado de país y cada vez que venía, evitaba entrar en aquel lugar donde había enterrado a la persona que más amaba. Desde que había sanado, desde que había dejado ir el resentimiento que había tenido con su mamá, no había ido a hablarle. ¿Serviría de algo? No lo sabía, solo entendía que su corazón pedía ir y hablar con la tumba de su mamá.
Como si el día la acompañara, estaba gris y frío. No avisó a nadie, solo tomó la camioneta de su padre y condujo hasta aquel cementerio donde su vida se había caído. Entró al predio que bien estaba marcado, con cruces, con flores y con dedicatorias a los fallecidos. Un estremecimiento la recorrió, pensando en si era buena idea estar allí. Pero ya era tarde para arrepentirse.
Se bajó de la camioneta, fue hasta el puesto de flores que estaba en la entrada y compró un ramo de rosas rojas. Caminó por el pasto hasta donde se encontraba la tumba de Carolina Fazzio. Ese nombre que había estado en las noticias tanto tiempo. Lola respiraba lentamente, buscando controlar sus emociones pero era imposible.
Llegó lentamente a donde estaba enterrada su madre. Se quedó mirando la tumba en frente de ella, ¿Le daría consuelo hablarle? No lo sabía, pero sus palabras comenzaron a brotar.
- Hola ma... hace mucho tiempo que no venía a verte - Comenzó, poniendo sus manos en los bolsillos de la campera - Perdón. Estoy viviendo en Estados Unidos y... Me daba miedo venir - Confesó la castaña. Sabía que a su madre se pondría muy orgullosa que estuviera en otro país cumpliendo su sueño - Solamente vine a pedirte perdón. Por no venir más seguido, y por haberte odiado tanto tiempo. - Dijo tratando de controlar su voz. - ¿Sabes? No te entendía, no entendía cómo pudiste haber hecho todo lo que hiciste pero ahora.... - La joven tragó en seco. No sabía porque se contenía, quizá porque no quería que su madre la viera así... Si es que la veía desde algún lado. - Te entiendo. Porque... Me enamoré... de alguien que no debería. - Lágrimas comenzaron a caer de los ojos marrones de la chica, ya sin poder contenerlas. - Es una mujer ¿Sabes? Y ella. Ella está con alguien más. Y no puedo controlar mis sentimientos ma - Dijo soltando de repente, bajando la mirada y dejando salir las lágrimas incontrolables. - Me duele. Me duele verla con alguien más. Me duele no tenerla conmigo. ¿Acaso tengo que seguir perdiendo personas? - Le preguntó a la tumba. Claro que no recibía respuesta pero se sentía menos presionada. Había soltado todo lo que quería decir y nadie escuchaba. - Estuve con alguien que está comprometido, que clase de karma es este ¿Verdad? - Soltó una risa amarga y secó sus lágrimas con el puño de su campera. Todo lo que había dicho que no sería, lo estaba siendo y de peor manera. - Perdón por juzgarte, la vida me está devolviendo cada una de mis palabras - Murmuró suspirando y volviendo a levantar la vista. Se agachó para tocar la fría tumba de Carolina, estremeciéndose al recordarla en el cajón, muerta, sin vida. Todo lo contrario que era su madre.
- Empecé a bailar tango. Es curioso, me encanta. Me hace bien. Y aún así, estoy tan rota que cuando bailo es como si sonarán cristales - Le susurró mientras seguía acariciando las letras donde indicaban quien estaba allí. - Pero así te tengo conmigo. Siempre siento tu vista en mí... - Se enderezó nuevamente limpiando su rostro entero. - Benja está enorme. Es muy estudioso como nosotras - reconoció con una sonrisa. - Nico está con Mia, ni se cómo se soportan esos - Soltó un suspiro lleno de melancolía. Ni recordaba cuando había pasado tanto el tiempo. - Papá está muy bien. Con Raquel. Ambos se complementan muy bien ¿Lo podes creer? Nosotros todavía nos sorprendemos - Dijo entre risas y luego negó con su cabeza. Unos flashback empezaron a venir a su cabeza. Cuando conocieron a los Kaplan, como se habían unido, como se había descubierto toda la verdad, como se habían ensamblado ambas familias. - Algunos dicen que cada día me parezco más a vos. Y me encanta, ojalá fuera igual de linda que sos vos. Tengo un retrato tuyo en mí departamento. De todos nosotros juntos, sonriendo.
Unas gotas comenzaron a caer, por lo que Lola miró al cielo y luego hacia el frío mármol. No sabía cuánto tiempo ya había transcurrido.
- Debo irme ma, me gustó hablarte y prometo que te vendré a ver más seguido... Espero que puedas guiarme y así podré actuar correctamente. - Dijo mientras dejaba el ramo de rosas que había comprado en la entrada y las apoyaba sobre la tumba de su madre. - Te amo. Siempre. Y te extraño demasiado.
La castaña emprendió el viaje de vuelta a su casa, ya más tranquila, ya más liberada.
823 palabras. #time09 + #Innuendo 400 tesoros.
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lurenreal · 2 years
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Yo; Creo que... Emiliano tenía casi 40 cuando se convirtió en Dizzo
Mí mamá: ¿Sin hijos? ¿Sin novia?
Yo; Mmmm.. no
Mí mamá: Mí generación nos enseñó que tenemos que tener hijos para ser adultos. Y dijiste que Emiliano escuchaba a Sandro y bailaba tango. No pega
Yo: mmmm.
Mí mamá: Tiene que tener ventiytantos
Yo: mmmmmm noooooo.... Quiero que sea viejo.
Mí mamá; Bueno hace lo que quieras
Yo; mmmmmmm noooo
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(Escribí esto hace tiempo; creo que merece estar acá)
Hace un rato me estaba bañando y tarareando "I wish" de Digimon y de repente me puse pensativa ya que la última vez que la recuerdo haber cantado fue en público en una convención hace casi dos años, donde pasé mucha vergüenza. La voz me temblaba, las piernas también, no supe ni sostener el micrófono, fue un desastre, la cosa más horrible que he cantado en mi vida.
Una canción que conozco desde que salió, me la sé y he cantado del derecho y el revés miles de veces sola y en público también porque me salía muy bonita. Y ahí pensé: "claro, pánico escénico, nunca habías cantado en público".
O sí?
Desde que soy bastante chica, siempre me ha gustado cantar. En casa se escuchaba muchísimos boleros y gallegadas. Tangos y Mariachis. Pimpinela, Nino Bravo, Roberto Carlos. Y yo cantaba siempre muy a tono con ellos.
En la escuela desde que tengo memoria, me hacían cantar y hasta hemos ido a cantar y competir con otras escuelas y yo SIEMPRE tenía mi solo. Mamás y papás me felicitaban, y muchos compañeros también.
Fui a dos coros y también, mi solo nunca faltó. He cantado en teatros y hasta en un parque enorme lleno de gente. También competimos con otros coros y hemos ganado.
De más grande hice otros amigos, y yo siempre les cantaba. Tomando vino en la costanera, éramos 7 u 8, y yo ahí les cantaba.
Sin vergüenza, no me temblaba nada.
Y luego estuve trabajando en mi primer bar, y de vez en cuando...me subia al escenario chiquito y cantaba a capela por pedido.
Y un día alguien me dijo que tenía una voz horrible, que me callara.
Y otra vez también me dijo que yo no era tan bonita.
Y otra vez me dijo que estaba engordando.
¿Fue una persona o fueron varias?
Cuando es que empecé a tener miedo a hablar y cantar en público, exactamente no lo sé.
Sinceramente ni siquiera había pensado en nada de esto hasta ahora.
Fue un baño largo.
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edihnatalia · 4 years
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Gracias, por los tangos, los boleros y Gardel.
Este escrito va acompañado de una serie de canciones que les invito a escuchar mientras lo leen, gracias.
La caída a un abismo que parece no tener fin, inicia con una llamada a las siete de la mañana del lunes. No entiendo porque tenemos la capacidad de percibir cuando las cosas no van bien, esa llamada solo nos comunicaba lo que veníamos esperando hace meses. Mi mamá, sin decirnos una palabra se alista y sale de prisa, yo me quedo en cama pensando que esto no es más que un sueño... A los diez minutos suena de nuevo el teléfono, mi hermano contesta, solo bastaron tres palabras para entender lo que estaba sucediendo, me siento en el borde de mi cama, el llanto no cesa.
Al llegar a la puerta de la casa de mis abuelos, los recuerdos atacan, como si de repasar la vida se tratará, a mi mente llega la tienda de mi tía Mari, quien muy alegre siempre nos saludaba, una tienda llena de dulces y cerveza, la silla larga de madera donde se sientan a descansar los que van subiendo la loma y toman un Tampico, mi tía nos abre la reja y nos deja entrar, pero esta vez no es así, eso ya no está. Cruzó el pasillo, alzó la vista y veo las plantas de mi abuela, subo la escalera y se cruza otro recuerdo, mi abuelo sentado en su silla con su ruana nos saluda levantando la mano mientras ve las noticias, su bigote abundante que hace cosquillas en la mejilla y su cabello blanco que peina de medio lado, pero esta vez no es así, él ya no está. Cómo por inercia voy a la cocina, en donde mi abuela siempre está en la cocina sentada en aquella ventana grande, pero esta vez no es así, ella ya no está.
Mi abuela está en la habitación, su rostro refleja la tristeza de lo que está sucediendo, mi tía Mari no puede hablar, solo se aferra a mí y llora, me siento al lado de mi abuela, solo me dice "Se nos fue, su abuelito se nos fue". Él está en la cama, su cuerpo aún está tibio, sus ojos color azul cielo están cerrados, sus manos tiesas, al parecer no sufrió, solo estaba muy cansado, se durmió y jamás despertó.
Toda la mañana me quedo con mi abuela en su habitación, por primera vez ella me cuenta su historia de cuando era pequeña, de como a los siete años se fue de casa en Mariquita, y de como a los quince años conoció a mi abuelo, un cachaco alto, que era muy elegante, que andaba con su sombrero, al que le gustaba la política y a causa de ello recibió un ladrillazo en la cabeza que casi le cuesta la vida por el partido liberal de aquella época.
En esa habitación veo las serenatas de años pasados, a mis abuelos bailando de una manera muy teatral, mientras ella sonríe y él la toma con una mano de la cintura, de los días en que a mi abuelo tocaba hablarle fuerte porque no escuchaba bien, es extraño todo porque el cuerpo de mi abuelo está, pero en realidad él no está.
La tarde transcurre con rezos y oraciones,con la espera del levantamiento del cuerpo, con anécdotas y llanto. En mi mente van quedando pensamientos sueltos, como el de qué sabemos que día nacemos, pero no el día que vamos a morir, aún así está en nosotros presente la muerte. Alguien deja un vaso de agua debajo de la cama y una vela encendida en la cabecera de la cama, esta casa no había estado tan silenciosa y melancólica en toda la vida.
Siempre se ha tenido la regla de que no se puede tocar las cosas de los abuelos, pero ese día los nietos alistamos la ropa que mi abuelo iba a usar por última vez, el traje más elegante que tenía, esa sería la última vez que se arreglaría para salir.
A las ocho de la noche pasadas mi papá estaba asomado en la ventana y ve llegar la carroza que hará el levantamiento, el llanto en todos es inevitable, sería la última vez que mi abuelito estaría en casa, él ya no estará en su silla, ni tampoco usando su ruana, no habrá con quien compartir la música linda que escuchaba, ni nadie para compartir silencios cómodos en los que se veía las noticias a todo volumen, él ya no estará.
Llega el momento de despedirnos, pasa uno por uno a despedirse, los que le recuerdan por Argentina, el tejo, los viajes, la cerveza, la política, los regaños, las serenatas, las grandes comidas, la buena música... Luego mi abuela, quien con cariño y amor le dice "Si ve mi viejito, estuvimos juntos hasta la muerte".
En la calle esperamos todos, mientras lo sacan de la casa, la carroza fúnebre tiene abierta la parte trasera, es azul rey y pequeña, un auto antiguo, volteó mi mirada al segundo piso, en aquella ventana donde él siempre se encontraba, pero esta vez estaba vacía. Mi primo mayor ayuda a bajar el cuerpo con ayuda de un señor de la funeraria, lo ponen en la carroza, lo cierran, "ATH 303", es la placa del carro y pienso en el número para el chance, lo cual es algo irónico, porque es algo que diría mi abuela. Por última vez me despido y le gritó "Chao abuelito", le digo bien fuerte porque su sordera no lo deja escuchar bien.
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A Víctor mi abuelito, quien me dejó el tango, los boleros y Gardel, gracias.
Edith N. Araque
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chopsueygalaxy · 4 years
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Cigoto empoderado
Los pensamientos invadían su mente, agitaban sus ideas como una tormenta, inundando todo a su paso sin piedad.
Cómo iba a lograrlo todo? La hipoteca, el trabajo gerencial, el sueldazo, el carro, el cuerpo perfecto, ser profesora de yoga, tocar el ukelele, el post grado, aprender a bailar tango, hacer bungy, zip line y parapente, las fiestas, los viajes, el amor, cocinar pasteles, voluntariar con enfermos o ancianos, escribir un libro y plantar un árbol?
Estaba todo calculado hace unas semanas...
Ahora qué? Va a tener que ser madre a tiempo completo, estudiante preñada y trabajar siendo mujer en un mundo diseñado para que exhibir tetas sea nuestra llave al éxito.
No quiere contarle a Pancho Hernández que esa noche maratónica en un hostel de San Bartolo ha traído consecuencias catastróficas. "Pancho se va a borrar" -pensó- "es juerguero y misio, nicagando va a querer jugar al papá, además un idiota y no me gusta tanto"
Tampoco le quiere contar a su hermano "le va a sacar la mierda a Pancho...no quiero dramas de hombres matones". Queria gritar, estaba asustada, enojada y sola. Odiaba a su mamá por dejarla. Odiaba a su papá por ser un borracho inútil. Odiaba a ese ser que iba a parasitar dentro de ella por las siguientes 40 semanas. Odiaba ser Peruana y no poder abortar en paz.
No era su culpa, no es culpa de nadie. El sexo tiene fines reproductorios, pero es un medio de placer. La reproducción es el fin principal, el placer, la exploración y el descubrimiento de uno mismo es también un fin principal. Es necesario. Lo que no es necesario es que personas que no están preparadas mental, económica ni físicamente para tener un hijo sean forzadas a tenerlo. Es una locura, casi todo el planeta lo ha entendido, sin embargo, Latinoamérica no.
El papá de Carito Benítez es médico, quizás le pueda preguntar, estoy segura de que Carito ha usado la pastilla del día siguiente y mil cosas más porque su familia le hacía la gauchada, cualquier cosa con tal de evadir la vergüenza de tener una hija de 21 años panzona.
Estaba dicho. Mañana iba a llamar a Carito y hoy, iba a ir a Barranco con ese gringo coquetón que le escribió en Tinder. Al carnaval, seguro que le ponía todas las cremas y ella feliz, hora de jugar a desaparecer un ratito.
Botó la colilla, se dispuso a tomar el bus a la casa que compartía con su hermano Miguel en Comandante Espinar. Se sentía exhausta, la cabeza latía a mil. Subió al bus, no hay asiento.
Todo transcurría de la misma forma que antes de saber que estaba embarazada, salvo que ahora había un aire pesado en el ambiente, algo que no podía quitarse de encima y le pesaba en cada parte de su ser. Un nuevo filtro desde el que veía a la sociedad. Escuchaba más los chillidos de los bebes, tomaba más en cuenta las expresiones de las madres aplastadas en el bus, exhaustas. Recorría el bus con su mirada en busca de nuevas imágenes para torturarse cuando encontró a una chica, estaría en sus 25, con un bebé, quien decidió autoritariamente, como ellos suelen hacer, que tenía hambre y empezó a chillar. Ella despertó, lo miró suavemente y sacó la teta, empezó a darle alimento y por un segundo, Mariela dejó de sentir que todo le daba vueltas, vio el amor que un hijo puede proporcionar, el sentido de la vida. Se rompió todo de un estallido cuando una mujer pequeña y regordeta voceó su cólera al ver a la mujer amamantando y gritó: "anda a tu casa oye si vas a estar dando de lactar eso no se hace en la calle, qué te pasa? Acá hay hombres y gente que no quiere ver eso" concluyó su discurso misógino. Mariela no sentía las piernas sobre el ardor que tenía en toda la cara, que sentía que le iba a explotar "cerda asquerosa" -pensó- Ya se disponía a empezar a gritar cuando se dio cuenta de la expresión de la madre al ver la cantidad de gente que la desaprobaba, al oír los murmullos, sentir la presión de tener que bajarse. Notó la desolación en sus ojos, el temblor de su cuerpo, las líneas de resentimiento que se acumulaban a esa mujer carnosa y odiosa que la delató. Mariela se dio cuenta de que las mujeres, al traer vida estaban solas en el mundo, que nadie las valoraba por haber traído un ser al mundo, que a nadie le importaba, sólo cuando algo salía mal. Ahí entendió todo, entendió que no quería sentirse como esa madre, entendió que no quería ser madre: quería ser libre primero.
La mujer se cubrió y el bebé rompió en llanto. La mala onda brotaba a borbotones del bus...la pesadez, el llanto inconsolable del niño, el movimiento del bus. Mariela se movió dando zancadas y empujones hacía la puerta dónde se encontraba la madre y la mujer horrenda.
Avisó al cobrador que bajaba pronto...No pudo contenerlo más y vomitó encima de la mujer carnosa que pegó de alaridos alarmados y pedía ayuda desesperada. Mariela sonrió, cruzó miradas con la madre y se armó de valor: "Yo no quiero vivir más en un país donde una madre no pueda dar de comer a su crío en paz, porque existe gente como esta mujer, quién francamente me generó náuseas. Una madre tiene derecho a ser cuidada por todo el mundo, no solo por su familia, protegida, pues ella se ha vulnerado para traer vida a este mundo. Si ese niño es jugador de fútbol, científico o político, todos lo vamos a celebrar, entonces porqué no lo cuidamos?" Dejenla alimentar a su niño y métanse la lengua al bolsillo concluyó casi quedando sin voz- El bus estalló de aplausos y risas y en medio de toda la conmoción, se bajó. El cobrador le gritó "gracias loquita, pero me dejaste todo hecho una mierda pe! A mi quién me cuida?"
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entrepalabrasmx · 2 years
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México un país recurrente en la trayectoria de Eljuri
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“…En los últimos años, se siente como si hubiéramos estado viviendo en un universo alterno y observándonos a nosotros mismos viviendo la vida desde un punto de vista externo…”
Eljuri (2022)
  La música sigue…­
       Cecilia Villar Eljuri nacida en Guayaquil, Ecuador ha vivido desde muy niña en Nueva York.
En casa de Eljuri ,como la conocemos artísticamente, siempre hubo música. Su mamá componía tangos, pasillos, boleros y valses en el piano. Su papá escuchaba son afrocubano, flamenco y cumbias. Sus hermanos ponían todo el día los hits roqueros de la época.
Así que no fue extraño que Eljuri desde chica practicara diversos instrumentos musicales: mandolina, piano, batería pero no fue sino hasta que Cecilia consiguió su primera guitarra acústica que se sintió mucho mas cómoda y segura.
Desde ese momento las guitarras son las imprescindibles en su vida, con ellas despierta y duerme, esa relación ha sido profusamente reconocida y la han llamado heredera de Santana. Gibson la patrocina desde el 2008, eso no es nada fácil a menos de que seas una fiera en la lira.
Eljuri, nos participa de una especie de ritual que realiza en nuestro país, pues cada álbum que saca viene a compartirlo, más de cinco Giras en nuestro país en las cuales compartió escenario con Cristal Galli, Sonido Gallo Negro, The Cavernarios, Matorralman,Puerquerama , entre otros.
Y en festivales desde el Vive Latino pasando por Ollin Kan, Festival Quimera , Festival Cultural de UANL, Festival Mujeres al Frente entro otros, además de un sin fin de foros de diversas ciudades del país. 
2022
En este 2022 Eljuri se acerca fluyendo, resintió como la gran mayoría de nosotros los años de encierro, al respecto comentó:
-No poder conectarme con músicos y colegas era solitario y aislado. Tuve que cambiar mi enfoque para trabajar por mi cuenta y desde mi casa. 
Y pues como todos, ella también se encerró y lo que verdaderamente sucedió en su casa, los dos últimos años está por descubrirse.
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UNA VENTANA EN MÍ LÍNEA DE TIEMPO
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Escribo estas lineas mientras escucho de fondo en el monoambiente dónde vivo el disco "Tinta Roja" de Andrés Calmaro. Una versión suya de algunos de los tangos más conocidos de nuestro cancionero popular argentino. El parlante desde donde sale la música está sobre el marco inferior de la unica ventana que tengo, la cual da hacia la avenida Federico Lacroze. Las melodias tangueras se mezclan con el ruido y los colores de la calle creando una atmósfera muy porteña.
"Tinta roja" es un disco que vuelvo a escuchar después de mucho tiempo. Sus canciones me traen a la memoria las imágenes de la primera vez que lo escuché. En ese entonces vivía en España y cada disco de algun artista argentino que salía significaba mucho para mi. Eran algo asi como un puente que me mantenía unido a las cosas que pasaban aca. Me acuerdo de algunos discos de La Mosca, Diego Torres, Andrés Calmaro, La Bersuit, Los Cafres. Se me vienen esos a la cabeza pero hay muchos más.
Cuando salió este disco, hace unos 15 años, yo estaba en España hacía 2 años ya. Recuerdo que ese era un momento complejo para mí. Eran tiempos donde pensaba mucho sobre cual era "mi' lugar. Y recuerdo también que mientras escuchaba este disco una y otra vez, me sentia por ese rato en el lugar que mí corazón me decía que era "mí" lugar.
Paso el tiempo y estoy "acá", en ese lugar que me decia el corazón, y me sigue diciendo, que es"mí" lugar. Y estoy escuchando ese mismo disco e irremediablemente mí mente dio un salto hacia atrás. Así que decido asomarme por esa pequeña ventana que se acaba de abrir en mi mente para ver qué veo.
Hago memoria y recuerdo como extrañaba estar en Argentina. Recuerdo la sensación de ese momento, la de sentirme dividido en dos. En mí mente fantasiosa de aquel entonces imaginaba que había un Claudio con la camiseta de la selección argentina y otro con el de la española. Y que iba a tener que elegir entre uno u otro. Que alguno se tenía que quedar en el camino.
Trato de recordar que era realmente lo que extrañaba en ese momento, que era lo que me mantenía unido con Argentina, los porque que hacían que no pudiera comenzar una vida allá con todo mi ser puesto en ese nuevo proyecto de vida.
A nivel personal había una parte de mí familia que había quedado acá y eso era una de las cuestiones que mantenía parte de mi atención acá. Otras de las cosas, sin dudas, eran las que me hacían sentir quien yo era realmente, con las que me identificaba: mí querido Huracán, mis amigos de aquella época, y también la "cultura" o todas aquellas cosas que conocía, que quería y que sentía que necesitaba tener cerca para ser quien yo creía ser. Y esas cosas estaban en Argentina. Estás calles, esta forma de hablar y de las cosas que hablamos. Las cosas que pasan aca. Todas esas cosas que son de acá y que no entran en ninguna valija, que no te las podés llevar. Esas cosas con las que naci, creci y me fueron dando forma. Dentro de esas cosas estaba mi pensamiento sobre la sociedad en la que quería vivir. La sociedad europea funcionaba perfectamente pero yo no me sentía parte, no me sentía identificado. Sabía que acá me esperaba una sociedad más caótica, más desordenada, más visceral, mucho menos previsible; pero a la vez más pasional, más profunda y sobre todo de la que me sentía parte, de la que sentía que algo me unia, con la que sentía que tenía cosas en común.
Mí mente deja de volar por un momento y vuelvo a esta tarde otoñal en Buenos Aires. Está sonando "Nostalgias" cantado por El Salmón desde un parlante Bluetooth, que cuando escuché este disco por primera vez ni soñaba en que existieran alguna vez.
Con la melodía vuelve a mí mente todo aquello que pensaba que me unía con este país antes de volver y lo pongo bajo analisis. Pienso en que la sociedad argentina sigue siendo caótica, desordenada, visceral e imprevisible, como pensaba en ese momento. Pero mi romantizacion de su parte mas "pasional" y "profunda" la veo desvanecerse poco a poco, y con ella también se desmoronan los lazos que me hacían sentir unido a mis compatriotas.
Siento que entre esa Argentina de la que me fui en 2001 y esta Argentina de hoy pasaron un montón de cosas y entre esas muchas cosas pasó el tiempo. Y siento que en ese tiempo algo se rompió. O estaba medio roto de antes y se terminó de romper. Siento que como sociedad nos convertimos en un monton de pedacitos, aislados y separados, cómo los trocitos de un jarrón que se cae desde lo más alto de un mueble y estalla contra el piso. Veo pedazos por todos lados. Veo pedazos sin memoria, que se olvidaron que en algún momento formaban todos juntos un jarrón. Cada parte de ese jarrón tenía sus propias características, pero todos formábamos parte de ese jarrón. Eramos, aún con nuestras diferencias, una unidad.
Cuando se rompió la Argentina? Quien o quienes empujaron el jarrón?
Me pregunto si alguien podrá barrer los pedazos, uno a uno, sin olvidarse ni del más pequeño y tratar de pegarlos. Ojalá que si. Pero miro a mí alrededor y empiezo a ser escéptico. Siento que hay pedazos filosos que cortan, que cuando los querés juntar, te lastiman, te hieren, prefieren ser pedazo, no quieren ser jarrón.
Una a una las canciones van cayendo durante mí lapso de introspección, como hojas de un árbol que se va secando. La sensación de la regresión va menguando.
Decido cambiar el foco. Hago varias respiraciones profundas y conscientes. Decido relajarme así que me hago unos mates. Me asomo por la ventana y veo pasar un colectivo. Se que es un 39 sin haber visto el número porque acá cada línea tiene su color característico. Me quedo unos minutos asomado, mirando la calle. El celular suena. Es una notificación que me avisa que en 1 hora empieza el programa de radio que me gusta escuchar todos los lunes sobre filosofía. Dejo el celular en la mesa y me cebo otro mate mientras me acerco nuevamente a la ventana. Veo una mamá con su hijo chiquito de la mano, y al nene sonriendo, con una pelota y la camiseta de la Selección puesta. Parece nueva la pelota o la camiseta, por qué el nene va contentisimo y no se deja de mirar con orgullo por cada vidriera por la que pasa. Miro el cielo, casi despejado, con esos colores entre celestes, rosados y violáceos que tiene acá cuando está empezando el otoño y el sol se va escondiendo. Veo los árboles de la avenida, frondosos y enormes, que se mueven por el viento, y veo como alguna rama que otra se enreda en los cables eléctricos que atraviesan la calle. Me sobresalto al ver a la vecina de enfrente que le grita desde el balcón a su marido que no se olvidé de comprar dulce de leche en el supermercado. Me tomo otro mate y se me dibuja una sonrisa en la cara. Siento como me recorre por el cuerpo una sensación de tranquilidad, de sentirme en casa. Y en esa sensación sé que está todo lo que extrañaba unos 15 años atrás.
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exnoctambulo · 7 years
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-¡La puta que te parió!- me dijo mi mamá y fue a socorrer a mi viejo que estaba en el piso retorciéndose de un dolor seco y sordo. Creo que nunca voy a olvidar esa mirada que me largó desde el suelo: triste, decepcionada y, sobre todo, llena de bronca. Un rato antes, mi papá me estaba gritando como un desaforado. Yo también le estaba gritando a él. Rutina, nada nuevo. Ya era un deporte para nosotros, al que le poníamos el alma. Y así se nos iba la vida. Nos estábamos trenzando en una discusión por una boludez: la música. Digo boludez ahora que pasó el tiempo. Ahora que crecí y puedo ver las cosas de otro modo, menos terminantes. En esa época, cuando era chico, era rígido como un milico. Era dueño de pensamientos comprados y tenía unos cuantos prejuicios en los bolsillos para repartir y desechar cualquier cosa que no vaya conmigo. Hablaba porque el aire era gratis en realidad. Cuando era joven sentía que le verdad tenía contrato de exclusividad conmigo. También creía que tenía mucha personalidad. Pero estaba equivocado. La cuestión era que estaba escuchando en mi pieza a los Rolling Stones a todo lo que da. Jumping Jack flash, no sé si lo conocen. Él, que recién volvía del laburo, entró sin golpear, como hacía siempre, y me pidió, más bien me ordenó, que bajara el volumen. Yo sabía perfectamente que eso le molestaba, lo ponía loco. Sin embargo, se lo hacía porque que era algo que disfrutaba. Papá y yo teníamos varias cuentas pendientes y quería hacérselas pagar de alguna forma. ¿Quién no quiso matar a su viejo en algún momento? Tal vez nadie. Yo sí. Era un pensamiento que me acosaba con una profunda intensidad. Parricidio. O hacerlo mierda, no eran ideas abstractas. Eran imágenes mentales que quería trasladar al terreno de lo real. Pero sabía que ese trasbordo era imposible, nunca iba a poder llevarlo a cabo. Me daba fiaca, o, como dice una amigo, paja. Mucho laburo: pensar un plan, después deshacerse del cadáver, arrojarlo a un lugar seguro. Hay que tener en cuenta que el viejo pesaba 95 kilos y yo, apenas, 63: era una diferencia a tener en cuenta, había peligro de una hernia o algo así. Y estaba luego todo el bondi con la policía: explicaciones, ver a mi vieja destruida, etcétera. Era demasiado. Entonces, resignado, hacía pequeñas contribuciones al caos hogareño: le ponía pequeñas vayas para que al tipo le cueste llegar a su tranquilidad. Les cuento una: le calentaba la cerveza. Mi papá, una vez por semana, el domingo o el lunes, se compraba cinco birras para tener algo de placer espumoso a la vuelta del día laboral. Se tomaba una por noche para sentirse como un ser humano y sacarse de encima ese traje mugroso de empleado de matadero que detestaba. Él iba a las cinco, todas las tardes, a la cocina, abría la heladera y pretendía encontrar una botella de birra bien helada, pero siempre las encontraba tibias. Se enardecía, puteaba a Edesur, a Dios y a María santísima. Creía que era un problema de electricidad, de tensión, de la mala leche del destino. Se quedaba cargado de esa impotencia desgastante de no tener con quien quejarse o ir a romperle la jeta. Unas horas antes yo las había llevado al techo para que se nutran de sol, para que pierdan vida. Luego las dejaba humeantes en la heladera y esperaba. De mi pieza escuchaba sus gritos tristes y sonantes. Me reía de él, que no había hecho nada grave como para ser el blanco de mi odio injustificado. Trabajador, iletrado y sin una pisca de sensibilidad, papá nunca estuvo presente en casa. Sólo eso: faltó a todos los hechos importantes de mi corta vida y se ganó la rifa de mi desprecio insondable y agudo. Lamentablemente uno no elige a los padres, pero sí elige cómo tratarlo. Yo había elegido destruirle la sonrisa. Es increíble lo que produce la ausencia. Uno necesita llenarla con algo sustancial. Algo que tenga un peso mucho mayor que aquello que falta. Se trata de hacerle contrapeso al dolor. Equilibrar la vida para que no te salte la térmica. Por eso, esa enorme sensación que todos persisten en llamar amor tiene esas cosas; puede dar paso a su contracara más desquiciada y obsesiva. Me acuerdo como era todo cuando no estaba con la mochila llena de cascotes afilados, siempre listos para el patriarca de la casa. De niño, cuando llegaba del colegio al mediodía almorzaba rápido, luego me tiraba de panza en la alfombra del living y miraba durante horas la televisión para poder ver qué daban a la noche y luego contarle a papá para que pueda elegir lo que más le gustaba. Yo me había memorizado toda la programación de todos los canales de aire y me acercaba a él con una emoción ansiosa, impaciente, desbordante y lo veía tomando su cervecita, estaba tranquilo, relajado, mamá a su lado. Entonces presentía que era el momento esperado y lo tenía enfrente. Entonces me veía y decía con un visible hastío: -No, ahora no… después. – Ese momento nunca llegaba. Después se convirtió en la palabra que designaba un futuro inalcanzable. Uno puede esperar durante años que lleguen situaciones imposibles por promesas irresponsables como esas. Después, odio los después. Ahora y siempre. Yo no bajé la música. Lo desafiaba. Lo toreaba, sin embargo él nunca pasó de levantarme la voz. Esa seguridad me daba confianza para tirar la soga de su paciencia. Volvió. Empujó la puerta para que sonara contra la pared, se acercó al equipo y apretó el botón que decía power. Pero yo estaba en esa edad endiablada llamada adolescencia y no iba a aceptar que nadie me ponga límites. Otra vez Play y a girar el volumen al tope. Me tiré en la cama a esperarlo. No vino. Cansado de aturdirme y escuchar pura saturación bajé el sonido. Fui a la cocina a tomar un poco de agua y estaba sentado, solo, mirando por la ventana. Se lo veía desgastado. Murmuró algo. No le hice caso. Lo dijo más fuerte mientras me iba: -Esa música de maricones.-Dijo con toda la seriedad de lo insustancial. Yo no tenía el ánimo para ningún comentario y volví. -¿Y vos? Esa porquería que escuchás es más aburrida que ir a la escuela, no sé ni cómo se llama.-Contesté con muy pocas luces. -Tango, se llama tango, te lo dije mil veces. Pero qué vas a saber vos de música, ni siquiera sabés lo que te están diciendo… si por ahí te cantan “el que escucha esto se la come doblada” y ni te das cuenta. -Qué decís, que decís, si ni siquiera sabes hablar bien castellano. Qué hablás. -Te lo dije mil veces: no me faltes el respeto y no me levantes la vos.-Se paró. Era un poquito más bajo que yo. Nos sostuvimos la mirada. Era un duelo de western sin armas y absolutamente desigual. ¿Por qué estaba tan cargado de violencia si nunca nadie me había dado un mísero sopapo? -¿Qué vas a hacer sino?- Le pregunté sabiendo que no me iba a decir nada. Mi papá toda la vida pregonó que la educación de un chico no tiene que estar contaminada de golpes. En realidad estaba desafiando a su propia memoria: su padre, un inmigrante brutal, solitario y abandonado por su mujer, lo surtía ante cualquier nimiedad como quien se descarga con el cuerpo equivocado. Mi vieja hizo su aparición bajo el marco de la puerta. Ella no le daba mucha importancia a nuestras batallas. Y siempre le daba la razón a su marido. Yo tenía que obedecer sin cuestionar nada. Mi papá sabía, decía. Nunca me pudo convencer de eso. Para mi, razón tenía el boludo de Mick Jagger, así de ciego estaba. Le ponía muchas fichas a mis ídolos musicales. Sin saber que son los primeros a los que tenés que matar para que todo vaya bien más adelante. -Te podés ir a tu pieza y dejalo tranquilo a papá.- Me ordenó. Yo iba a hacer caso. Todavía le tenía un poco de respeto a mamá. Antes de irme me acerqué y le largué: -Maricón.- Y me fui. Él me agarro del brazo, me dio vuelta y lo vi levantar la mano por encima de su cabeza y pensé esto se va a poner bueno. Pero se agarró el brazo izquierdo que se endureció repentinamente y cayó. Parecía que se tragaba las palabras. Quería hablar. La vieja, que siguió toda la secuencia, me insultó y me mandó a llamar una ambulancia. El viejo me miraba como nunca lo había hecho. Me lo merecía. Los pocos años que vivió luego de esa tarde, los hizo en una silla de ruedas. No podía hacer nada sin la ayuda de mi vieja, que nunca me perdonó. Papá estaba ahí, pero ausente. Como antes, como siempre. Y nunca más volvimos a pelear.
Walter Lezcano, La ultima canción 
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brujadetrapo · 5 years
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Recuerdos Sonoros
Los sonidos que me transportan de una mañana muy ruidosa de cuando tenia 5 años,cuando vivía con mi abuelos paternos.
Temprano a la mañana se escuchaba el rechinar del picaporte al ser bajado y como lentamente se abría la puerta, el leve sonido de las pantuflas siendo arrastradas por el comedor y el bostezo casi llegando a la cocina, el sonido del fósforo al ser encendido, la flama calentando la pava con el agua para el mate... la abuela se despertó, yo saltaba rápidamente de la cama, iba al baño y me aparecía por detrás sin hacer ruido, con mis rulos enmarañados y refregándome los ojos, me daba un beso, un abrazo y me sentaba en la mesa.
Mi abuelo salía de la habitación ya arreglado, con su pantalón de vestir, camisa y típico sweater, entraba al baño, se escuchaba el correr del agua y el ruido de la afeitadora, al llegar al comedor encendía la radio en la estación donde pasaban tango, buscaba el diario matutino, me besaba la coronilla de la cabeza y soltaba “buen día chiquita” y se sentaba a mi derecha, se podía escuchar el acariciar y pasar de cada pagina.
Llegando a la segunda canción de algún tango, mientras mi abuela terminaba de preparar la mesa para el desayuno mi papá y mamá se levantaban junto con mi hermano, me besaban y le seguía “te ayudo Estrella?” de mi mamá. Mi papá se sentaba a mi izquierda y mi mamá a su izquierda, se sentaba mi abuela en frente mio, justo a la derecha de mi abuelo, y en desayuno podías apreciar las silenciosas sonrisas que hacían ruido en el corazón.
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27. Los mantenidos
Emilio vivía frente al río, en una casita al fondo de un pasillo, atrás de la casa de dos viejos que tenían muchas figuras de santos y velas prendidas. Tenía un patio grande por donde corría el fresquito que traía el agua y que llevaba a una pieza chiquita que hacía de cocina, comedor. Una piecita sin puerta hacía de quincho, donde guardaban el lavarropas y cosas en desuso y otra puerta, también sobre el patio, que llevaba a la pieza grande, la habitación donde Emilio, su hermanito Nahuel y el padre, el único tipo que vi en mi vida que se llamara Argentino, pasaban la mayor parte del tiempo.
Esa pieza era la casa entera, porque los chicos comían en la cama, miraban tele, jugaban a los jueguitos, dibujaban y pasaban sus mañanas, tardes y noches. Era una casa chiquita, muy austera, sin embargo no parecía molestarles, es más, ni siquiera se daban cuenta de ello. Esa noche que lo llevamos con el Abuelo, Emilio me invitó a comer al otro día para ir juntos a la escuela. Llegué antes de que tuviera la comida lista. Abrí la reja media venida debajo de la entrada y escuché un tango que es escapaba por una ventana abierta en la casa de los viejos, un tango recurrente que aprendí de pasar tantas veces por ahí.
“Besos brujos…
Yo no quiero que mi boca maldecida
Traiga más desesperanzas
En mi alma… en mi vida”
Pero ese mediodía, otra música tapaba la de los viejos, porque Emilio escuchaba música fuerte… pero FUERTE, eh. Era un estruendo ensordecedor que venía de atrás como un monstruo. Timbre no había y si hubiera habido no lo hubiera escuchado y si pensabas aplaudir para ver si estaba, olvídate. La única que te quedaba era mandarte, meterte como un intruso, sumergirte en el estruendo. Y ahí no había tango ni tampoco bolero, sino un disco de Limp Bizkit, el “Significant Other” y un beat hiphopero con el sello oriental del Wu-Tang Clan, donde Fred Durst y MethodMan cantaban “N 2 GetherNow” y los bajos retumbaban contra el techo de chapa de la vieja Sara. Y mientras tanto:
“Murder is tremendous
Crime is endless
Same shit different day
Father forgive us”
Pero los viejos no escuchaban nada porque estaban sordos como una tapia.
Las puertas de la casa de Emilio, abiertas de par en par, la que daba a la habitación era la que escupía música al palo. A través de la ventana abierta de la cocina, se lo veía a Emilio, en cuero, con un pantalón Adidas corto y en ojotas, revolviendo fervorosamente.
— ¡Eh, Amadeo! —me saludó — estoy haciendo arroz, si queréssentate en la puerta porque hace un calor de cagarse acá — dijo señalando a la puerta con un cucharón de madera.
Le agradecí y luego me senté, mirándolo atentamente.
— Che, Emilio…
— Decime Emi.
— Emi… ¿Así que cocinás? — me replanteé — bueno, o sea, obviamente, que sabés cocinar… aunque no me lo imaginaba.
— ¿Vos no cocinas? — me dijo mientras se secaba la frente, donde se formaban perlas de transpiración.
— No, pensé que los pibes de nuestra edad no cocinaban.
Se rió y me apuntó, acusador, con el cucharón.
— ¡Que mantenido! ¡Seguro te cocina mamita! — me dijo entre risas.
Lo miré con ojos de piedra, sin poder decir nada y bajé la cabeza, apretando los labios. Emilio se dio cuenta rápido y cerró los ojos, advirtiendo lo que había dicho.
— No, Amadeo, discúlpame, soy un pelotudo, no me acordé.
— No, está bien, no tenés por qué saberlo y mucho menos acordarte… a veces pienso que flota un cartel arriba mío que dice “Acordate que se le murió la madre” — respondí, sacudiendo la cabeza — la verdad es que… ni con la muerte de Mamá aprendí a cocinar.
Emilio se rió y me di cuenta que había hecho un chiste relacionado con el único tema que todavía me costaba tratar y empecé a reírme. Solo me había costado 5 años poder hacerlo.
— Todavía me tenés que enseñar a levantar — le dije cuando recuperé el aire — ¿Qué onda con Melina?
— ¿Melina González?
— ¡Melina Melina!
— Que linda que es Melina, eh — respondió sonriendo — pero me parece que es re difícil, como Mariana.
— ¿Vos estás seguro de que hablamos de la misma Melina? ¿Melina, anteojos de aumento culo de botella, dientes de castor? — pregunté confundido.
— Mirá, Amadeo, como dice mi viejo: “Algún secretito tiene que tener” — sonrió — además, de verdad, eso me lo puedo esperar de un pelotudo como Axel o Hernán, pero no de vos — cerró desilusionado.
Lo pensé un rato y decidí que no, que ya no me iba a meter en la misma bolsa que ellos y que tampoco iba a seguir juzgando a los demás con la misma vara.
— No… que se yo, abajo de los lentes, un poco linda es.
— ¡Ah, viste! Yo sabía que no eras ningún boludo.
— Y… algún secretito tiene que tener — reí.
— ¡Aprende rápido el pibe! Y claro, así era obvio que te ibas a dejar de hablar con esos nabos. ¿Qué pasó? ¿No te los bancaste más?
— Que se yo — pensé, mientras miraba por la puerta abierta al patio de la casa. Lo habían baldeado recientemente — me parece que somos muy diferentes.
— Claro que son diferentes, por ejemplo: ellos son unos pelotudos y vos no. Todo el día haciéndose los capos, los malos, los chistosos, jodiendo a Alonso y a los demás ¿Hablaste con ellos alguna vez?
— Con Alonso hace poco, con Los Rezagados poco y nada.
— ¿Los Rezagados? ¿Así les dicen?
— No, así les digo yo nada más. Para adentro, digo, nadie sabe que los llamo así — dije un poco avergonzado.
— ¿Y vos no sos Rezagado? A veces parece que estas en otra, en otro mundo — me dijo sin sacar los ojos de la olla humeante.
Me hubiera gustado que solo fuese una vez, un caso aislado, algo que se pierda en el tiempo, pero solo fue una delas muchas veces que Emilio me leyó como si no tuviera un solo secreto. Revolvió el agua de la olla, blanca como la leche por el almidón, por última vez. Cucharón en mano, me señaló la mesa para que me acerque y mientras acomodaba la silla, sirvió tres platos de arroz con queso mantecoso. Dos veces llamó a Nahuel, su hermano y no hubo respuesta, seguía durmiendo. Nos terminamos comiendo su plato también. Mientras guardábamos todo y lo ayudaba a lavar los platos, sonriéndome con su inmensa dentadura blanca que no había visto un día sin usar hilo dental, rodeados de sus labios gruesos y me dijo:
“¿Y vos qué onda con Evangelina?”
¿Evangelina? ¿Yo? ¿Qué onda?
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soledadvillamil · 7 years
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Cuando tengo que completar un formulario, donde dice ‘profesión’ escribo ‘actriz’”, asegura Soledad Villamil (48). Su respuesta no sorprendería si no fuera porque desde hace una década dio rienda suelta a su faceta de cantante, que hoy –a punto de lanzar su cuarto disco– está consolidada. Su vínculo con la música, asegura, “es anterior a la actuación”. De chica estudió en el conservatorio y hasta se animó a tocar la flauta traversa, el piano y la guitarra. “En mi casa se escuchaba clásica y jazz. Mi papá cantaba y mi mamá se dedicaba a la danza. Mi hermano es músico y mi hermana, bailarina. La música estaba ahí cuando nací. No me imagino la vida sin ella”, resume Soledad, que editó su primer disco, Soledad Villamil canta, en 2007; dos años después lanzó Morir de amor, que le valió un premio Carlos Gardel de Oro; y en 2012 presentó Canción de viaje. Lo cierto es que un lustro más tarde regresa a los escenarios con Ni antes ni después. ¿Qué tiene de especial su flamante producción discográfica? “Es muy personal: en cada tema hablo yo”, asegura mientras tararea la letra de Música del azar, el último corte, que acompaña con la guitarra. –¿Qué diferencias hay con la Soledad que recién se lanzaba al mercado musical? –Muchísimas. Mi primer CD tenía mucho tango. Además, me apoyaba en repertorio ajeno. Recién en mis otros dos discos, y muy de a poco, me fui animando a incorporar temas propios. Por eso, cuando empecé a pensar en este álbum, dije: “No canto más canciones de otros artistas”. Buscaba salir de esa zona de confort. Hoy, de los doce temas del álbum, seis son de mi autoría y los otros, compartidos. –¿Cómo se compone una canción? –Unas veces sale primero la música; otras, la letra. Siempre llevo un cuadernito en la cartera, donde voy registrando las cosas que pienso o alguna frase que escucho. Cuando aparece una melodía, imagino: “Eso que tenía escrito puede funcionar con esta melodía”. A partir de ese momento hago un trabajo de artesana y voy ensamblando piecita con piecita. Por momentos es divertido; en otros, se vuelve desesperante. –¿A qué se debe que el disco se llame Ni antes ni después? –A que las cosas son cuando tienen que ser. Hace mucho tiempo que vengo trabajando en este álbum. Me costaba dar el salto y animarme, como recién te comenté, a hacer un repertorio propio. Incluso hasta me castigaba. “¿Por qué me demoro tanto?”, me preguntaba. Tuve como una lucha interna. Al final, cuando salió, lo entendí: “Tenía que ser ahora: ni antes ni después”. También pensé en ese nombre porque me gusta el concepto del “aquí y ahora”. Uno siempre está como viviendo un poco en el pasado y un poco en el futuro: cuesta mantenerse en el presente que, en definitiva, es lo único importante. –¿La presentación de un disco se vive de manera similar al estreno de un filme? –No. Cuando uno hace una película, en general pasa bastante tiempo desde que se termina el rodaje hasta el día del estreno. Es más: me animaría a decir que cuando se proyecta sos casi un espectador. Con la música, en cambio, ensayás hasta el último segundo antes de subirte al escenario. Son dos sensaciones re copadas, pero muy diferentes. –¿Hoy dirías que sos más cantante que actriz, o al revés? –Cuando tengo que completar un formulario en un trámite, donde pide la profesión pongo “actriz”. El tema es que desde hace unos años vengo dedicándome más a cantar que a actuar. Hice una película en enero (N. de la R.: Las grietas de Jara junto a Oscar Martínez y Joaquín Furriel). Sin embargo, la música es mi proyecto personal: nace de un impulso propio. De todas formas, siento que las dos profesiones están muy a la par. Además, cuando me subo a cantar, en el escenario también soy un poco actriz. Hago unos monólogos increíbles... (risas). –Hace veinte años que estás en pareja con el actor Federico Olivera (47), con quien tuviste a Violeta (17) y a Clara (11). ¿Cómo se llevan tus dos hijas con la fama de sus padres? –No se enganchan tanto con nuestra parte más mediática. Para ellas somos sus papás y punto. Cuando eran más chicas les costaba. A veces las llevaba a mis shows y cuando bajaba del escenario, la gente se acercaba a abrazarme. Entonces se metían entre las piernas y se ponían serias: “Vos sos nuestra mamá. No sos de todas estas personas”. –¿Y cuál es la clave de un matrimonio exitoso con Fede? –La base es pensar que quizá no es para siempre. Como dice una de mis canciones, “para siempre es mucho tiempo”. Y hay que estar atento a lo que realmente pasa. Si algo no funciona, la luz de alerta debe encenderse rápido, para encarar el tema y ver qué hacer. Por último, pero no menos importante, es fundamental tener buena piel. –Para este disco, vos y Federico compusieron tres temas. Además, él dirigió un mini documental en el que se muestra el proceso de grabación del CD. ¿Cómo fue crear juntos? –Divertido. La verdad, en estos veinte años muy pocas veces trabajamos de a dos. La pasamos bien y tenemos un entendimiento importante. Me encanta laburar con Fede. Tiene una mirada interesante y me nutre un montón. –En alguna entrevista declaraste: “Tengo la sensación de que el siglo XXI es tramposo con las mujeres. Si bien nos liberó de algunas cosas, nos ató a otras: tenemos que ser buenas profesionales, buenas amantes, buenas madres, estar físicamente impecables...”. ¿Te definís como feminista? –Y, en el contexto en el que vivimos, sí. Todo el tiempo hay señales de que se necesita acrecentar esa conciencia sobre lo que significa la igualdad de género. Por momentos uno podría pensar que se trata de algo superado, pero lamentablemente caés en la cuenta de que no, de que el machismo habita muy a flor de piel en diversas situaciones, y de que todavía hay un montón de cosas en las que tenemos que avanzar, y mucho. La legalización del aborto, por ejemplo. Me parece terrible que se mueran tantas mujeres por abortos mal hechos, que solamente una que tiene dinero pueda encaminarlo de manera segura. Porque, aunque no haya una ley que los habilite, los abortos se hacen igual. Ese es un gran tema del feminismo. –¿Cómo te imaginás en cinco años? –Más vieja (risas). La verdad, todo lo que hago ahora tiene mucho que ver con cosas que yo soñé para mi vida. Me gustaría poder seguir trabajando de lo que amo, con las formas que vaya a tomar. En algún momento también me gustaría producir. Ya va a llegar el momento. Y, sí: no va a ser ni antes ni después.
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El señor.
Mi mamá me había dejado en la entrada de Sears de Plaza Satélite, no hubo necesidad de caminar mucho para encontrarnos estaba sentado en el Café Mozart, con una muchacha.
-          ¿Hola?’’ Dije en tono de pregunta
-          Hola, respondió sonriendo. Sabía exactamente lo que yo  estaba pensando.
-          Ella es Sandra una amiga, nos encontramos y como tú no habías llegado la invite a tomar un Café. Me dijo entrecerrando los ojos un poco y mordiéndose el labio inferior en tono de burla.
-          Jajaj! Hola yo soy Verónica mucho gusto.  Le dije a Sandra
-          Bueno creo que es hora de que yo me vaya. Piensa bien lo que te dije Santiago, nos vemos luego. Concluyo Sandra
Cosas de la universidad. Me tomo de la mano mientras se levantaba de su silla, eres tan obvia me dijo al oído, pero aun así me gustas.
-          ¿Qué quieres hacer? Le dije ignorando lo que había dicho
-          Vamos al cine ya compré los boletos, quiero ver Capitán América. La función es a las 7 nos quedan dos horas.
-          Bueno. Respondí sin cuestionar su decisión
Él era más grande que yo, tenía 20 mientras que yo tenía 16. No era un tipo apuesto al que voltearas a ver por su físico. Sin embargo, no era feo. Pero aquello que estaba en su cabeza era lo que a mí me parecía su principal virtud. Estaba estudiando relaciones internacionales en TEC CEM. Le gustaba sentirse importante un gran intelectual vestía trajes negros con moños de colores, usaba lentes aunque no los necesitaba, se había dejado crecer la barba y traía un viejo portafolio café a todos lados a dónde íbamos. Le encantaba entrar a la Europea mientras hablaba como si fuera un gran catador de vinos, aunque probablemente sabía muy poco.
Después comprábamos helados en Nutrisa mientras dábamos vueltas a plaza caminando de la mano. Las pláticas se centraban en hablar sobre la demás gente que iba caminando a nuestro lado, nos encantaba sentirnos inteligentes, usábamos palabras como la dogmática social, la falacia, el error lógico en la proposición sugerida. Cortazar era su favorito y por consiguiente se había vuelto también el mío. Escuchaba a Pate de Fuá, una mezcla entre tarantelas, dixieland, musette, tango y jazz.
Mis amigos lo conocían muy poco. El señor le decían el señor, Mr. Hipster, Whanabe Intelectual, pero a mí no me interesaba, me parecía perfecto, me hacía sentir inteligente, escuchada, importante.
La película comenzaba en 15 minutos, los boletos los había comprado por internet así que solo enseño su teléfono a la señorita de la entrada, compramos palomitas y entramos a la última sala al fondo a la derecha. Era viernes en la noche la sala estaba llena de muchachos lanzando palomitas, pateando los asientos riéndose de los comerciales.  Aunque éramos de la misma edad yo los volteaba a ver y me parecían molestos irresponsables.  Durante la película no me prestó atención  yo esperaba que se volteara en algún punto para quitar el cabello de mi cara y besar mis labios pero no lo hizo. Cuando no estaba haciendo algún comentario acerca de la buena apariencia de Scarllet Johanson, estaba pendiente del celular. A media película sonó su teléfono, pero el no contesto. Es mi papá me dijo pero no era cierto yo había visto el identificador, Sandra Torres decia. Al salir no le importo que aún mi mamá no hubiera llegado y que me fueran a matar cuando supieran que me había quedado sola esperando. Algo dijo sobre tener mucha prisa y se fue. Yo espere 15 minutos enfrente de 100% natural en la canasta a que llegara mi mamá.
Los 5 minutos que había de mi casa a Plaza Satélite fueron los 5 minutos más largos de mi existencia, mi mamá no paraba de sermonearme de lo peligrosa que era la ciudad y de que irresponsable había sido él y yo una tonta que nunca se hubiera esperado eso de él sí era tan educado. Dimos vuelta en lumen y mi hermana prendió el radio, Give me love de Ed Sheeran estaba sonando, fue como si el mundo entero se desplomara en ese instante hice un esfuerzo sobre humano para no empezar a llorar.
Desde ese día nunca me volvió a hablar.¿ Porque? Sigo sin saberlo realmente, le mande varios mensajes todos los dejó en visto. Aunque llore mucho a solas, nunca pude aceptar con los demás que me había dolido. Me sentía tonta porque todos lo habían dicho, esas tardes en plaza para el no significaban nada. Brianda Ramírez
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