Vuelves en forma de huracán, sin previo aviso causando desastre a tu paso, y yo tonto e ingenuo caí de nuevo en tus brazos. Me tuviste, me amaste, me destrozaste, todo a la par. Esperarte en la puerta de tu corazón con las maletas hechas para irme y escapar de tu dulce tentación es mi única opción, quiero irme, quiero quedarme, quiero tenerte ¿Acaso tengo tanta mala suerte? Amada mía dime qué está vez si te quedarás, pero no me dejes temblando de frío en este limbo, pues cada vez que te amo más, tu escapas dejándome atrás, con ilusiones y promesas rotas una vez más.
Quizás el delicado roce de mis manos sobre tu piel sea el inicio de un vicio del que nuestras almas jamás se recuperarían.
Quizás el instante en que nuestros labios se encuentren, seamos condenados a un deseo insaciable en esta efímera vida.
Calor, susurros indecentes y dos cuerpos que han anhelado tenerse más de lo que sus palabras han dicho.
Eso es deseo, mentes atraídas por algo divino que escapa a toda lógica en sus pensamientos.
Eso es un real deseo.
Almas que al pensarse se estremecen más allá del plano tangible.
Quizás el delicado susurro de mi voz incitándote a volvernos fuego bajo el manto de la noche se vuelva la mayor de nuestras adicciones.
Quizás el instante en que nuestros corazones agitados sucumban ante la tentación de una batalla de besos sutiles sin final en un amanenecer sea el vicio que nos una eternamente.
Fuego, caricias ardientes y dos almas que tal vez no puedan dejar de colisionar cada tantas lunas.
"Quiero ser tu tentación, Deseo seas adicto a mis caricias,
Esclavo de mis besos. ¡Quiero ser tu peor pecado! Que me desees al extremo y no duermas por pensar en mi!"
Que las ganas por mi sean infinitas, que el deseo por mi nunca muera, que provocarte cada noche sea tu sueño, que si sueñas solo sea conmigo y que el amor derrumbe barreras para amarnos hoy, mañana y día a día.
«En efecto, si en la primera Meditación se habla de esencias sólo presentes a la mente, un Dios engañador será aquel que puede o quiere manipular los contenidos mentales. Si, como ya en Suárez, la aceptación del conocimiento es siempre voluntaria, y lo mismo puede decirse en el caso del error, el Dios engañador será tal que pueda crear en la mente humana una aceptación irresistible de lo falso. ¿Dios? Suárez y Descartes hablan más bien de un angelus malus o “genio maligno”, y la doctrina tradicional acude en su ayuda: un espíritu que no sea Dios puede confundir, tentar e ilusionar, pero nunca obligar a esa aceptación, afirmará el primero. Y según Descartes, si existiera ese “genio”, Dios no permitiría que engañara, pues “de él se dice que es sumamente bueno”.»
Maria Bettetini: Breve historia de la mentira. Cátedra, pág. 65. Madrid, 2002.
Dios nos ama tanto que mantiene sus promesas y su misericordia para con nosotros aún cuando le fallamos, Él no nos abandona ni nos desprecia, por el contrario Él nos alienta por medio de su palabra y nos recuerda que podemos bastarnos en su gracia y entregarle nuestra debilidad para que Él se glorifique por medio de ella.
Recuerda que no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nosotros, tenemos un mediador entre Dios y nosotros que vivió en el mundo y fue tentado en todas las cosas. Por eso solo Él tiene la capacidad de perdonar sin juzgar y de transformar nuestra vida para que podamos estar más cerca de Dios.