Extract from the book 'Pedro Páramo' by Juan Rulfo
"There you'll find the place I love most in the world. The place where I grew thin from dreaming. My village, rising from the plain. Shaded with trees and leaves like a piggy bank filled with memories. You'll see why a person would want to live there forever. Dawn, morning, mid-day, night: all the same, except for the changes in the air. The air changes the color of things there. And life whirs by as quiet as a murmur...the pure murmuring of life."
¡DE PALESTINA A MÉXICO, LOS MUROS QUE NOS SEGREGAN CAERÁN!
"Y abrí la boca para que se fuera [mi alma]. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón". (Pedro Páramo, Juan Rulfo)
Cuando me senté a morir, ella (mi alma) rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: «Aquí se acaba el camino -le dije-. Ya no me quedan fuerzas para más.» Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.
Por la noche volvió a llover. Se estuvo oyendo el borbotar del agua durante largo rato; luego se ha de haber dormido, porque cuando despertó sólo se oía una llovizna callada. Los vidrios de la ventana estaban opacos, y del otro lado las gotas resbalaban en hilos gruesos como lágrimas. “Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y cada que respiraba suspiraba, y cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana.”
—¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
—Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella.
Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me preocupa.
He descansado del vicio de sus remordimientos.
Me amargaba hasta lo poco que comía, y me hacía insoportables las noches llenándome de pensamientos intranquilos con figuras de condenados y cosas de ésas.
Cuando me senté, ella me rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara de culpas.
Ni siquiera hice el intento:
“Aquí se acaba el camino—le dije—. Ya no me quedan fuerzas para más.”
Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue.
Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.
RULFO: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.
BORGES: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver a un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro», dígame Jorge Luis.
RULFO: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.
BORGES: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.
RULFO: No, eso sí que no. Juan, cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.
BORGES: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?
RULFO: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
BORGES: Entonces no le ha ido tan mal.
RULFO: ¿Cómo así?
BORGES: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.
RULFO: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.
BORGES: Le voy a confesar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.
RULFO: Así ya me puedo morir en serio.
--Fragmento de una conversación real entre Jorge Luis Borges y Juan Rulfo.