Las campanas de la iglesia anuncian la invitación para la misa de ocho. Las aves afuera han comenzado con su canto o con su pelea, yo no lo sé. El vecino ha salido ya de su casa y encendido el auto después de tres intentos. El perro ronca en su camita aqui afuera en el pasillo y yo he despertado con un ligero dolor de estómago y sangre en la nariz, dice mi doctor que es un leve efecto secundario por el medicamento que me prescribió y mira, que llevo varios días mirando mi rostro en el espejo y estando de acuerdo con él. Hace un ligero fresco que se permea por las cortinas azules, pero no me engaño, la tarde será calurosa, lo sé. Me duele el tobillo, ayer use las botas de trabajo que me lastiman un poco y tal vez los siete kilos que traigo de más no me ayuden tanto. El está aquí conmigo, duerme todavía porque es de los que le gusta pegar el ojo hasta tarde. No sé cómo diablos le hace pero, en cuanto me levante abrirá los ojos y me pedirá que me quede o me preguntará a dónde voy y como es domingo me gustaría que siguiera dormido ,así que aquí estoy, pensando palabras al compás de su respiración. ¿Por qué es tan sencillo acostumbrarse a las cosas buenas? Digo, la tranquilidad, la pausa, el ligero ruido. Nadie habla de lo bello que es estar en la cama mirando hacia la ventana, sintiendo la temperatura de otro ser, solo existiendo. Nadie habla de lo lindo que es sentir el cabello enredado por tener la cabeza sumergida en la almohada exacta. Y yo no sé pues...si deba ser yo la que exponga lo bonito que es hacer nada un domingo en la mañana, cuando el sol besa la tierra y el gato salta entre las macetas de afuera y la nubes se disipan en lo que será un día cualquiera...