Compromiso con el reciclaje.
Sabe Dios que no como en exceso. Eso sí: me encanta una buena mesa aunque no soy en absoluto exigente, no ejerzo la gula, y mucho menos la pompa.
Establecidas las bases, situémonos: año 2023, hemisferio norte. Barcelona, cuadrante Colau. Círculo -parece la Divina Comedia- noroeste. Hay quien lo llama Nou Barris. Es un Viernes de primavera y estoy algo contento. Teletrabajo en el apartamento, ese tan soleado y con vistas despejadas. Son ya las 14:00 y teleficho. El fin de semana ha empezado.
Mi forma de abordarlo desde que vivo ahí -y eso que mientras escribo estas líneas ya no vivo ahí- ha sido siempre la misma: un breve vermut en mi bar favorito, el de abajo. La bodega de abajo, vamos. Y afrontar la tarde del viernes bajo la incierta nebulosa de algunas cervezas, tal vez un tinto de verano, macerando dormida creatividad y danzarines lamentos.
Son las 15:12 aproximadamente, qué más da. Arremeto contra un saludable bistec, casi oculto bajo una nube de congeladas patatas bien fritas, eso sí, sabrosas, saladas, tal vez algo tostadas. Un entorno promediando 71 años me rodea. Frascas de vino y consejos médicos desoídos. Torreznos y huevos fritos. Todo un purgatorio en pleno barrio de Porta, Nou Barris, Barcelona.
Entran dos señoras. La primera, de repelente aspecto monjil. Gafotas metálicas, pelos cortos, cosa que no me importa una mierda. Pero si le añades una actitud de cierta violencia verbal -llámese buenismo de corchopán- y una mirada entre tardía virginidad en la cincuentena y el Rancho Wako, la cosa se complica. Y si sumamos la variable de una acompañante sexagenaria, negra de piel y blanca de cabello, exhibida por la monja como si fuera un souvenir recién llegado de Zambia, la situación se torna surrealista.
-Mi amiga tiene que ir al baño.
Ningún problema por parte de los dueños, mis queridos bodegueros.
-Y un agua para mi.
Qué rancio recurso.
Esa es la tesitura: una bodega, una monja, un bistec y una señora de áfrica en el WC.
Apenas mastico -buena carne- y observo con simetría la TV y la puerta del WC situada inmediatamente debajo. Apuesto que mis veintipico partners de bodega hacen lo mismo. Pero una liebre salta: alguien debe vaciar su vejiga. Un cuarentón como yo, sin demasiada panza como yo (me apetecía decirlo), acomete la puerta del baño.
Es un hombre prudente, de esos que sólo te hablan tras varias cervezas y con la cautela de una cobaya ante un cocodrilo. Ase con destreza la maneta, la voltea, y entorna brevemente la puerta. Pasa un segundo que parece un año. Cierra.
Retorna a base. Parece masticar con dificultad. Largos tragos de vino sin paladeo. Breve tos. Mira el aplacado de yeso, cuadriculado, en el techo.
-Creo que…la señora…tal vez…digestivo…no sé….
Nadie observa, pero todos atendemos. Siguen los caninos triturando pinchos y bistecs, pero ya a nadie le importa lo que acaricia la lengua. ¿Qué está pasando?
Súbitamente y solemne, la señora de Lusaka, capital de Zambia, aparece con la cabeza arriba, mirada firme hacia los toneles, sólido el paso hacia Sor Bromuro, que está saldando cuentas con mi bodeguero favorito. Y se diluyen, sin despedirse, en la tarde de Nou Barris.
Y la vida sigue, y con ella las necesidades de ese cuarentón mingitorio que -sabe Dios el motivo- ha abortado la misión. Y esta vez, sí, acomete plenamente el minúsculo vestíbulo con lavamanos que separa los wc’s de hombres y mujeres a derecha e izquierda. E inmediatamente sale de nuevo, mucho más pálido. Y avisa a la bodeguera, que entre aspavientos e improperios con limitador -hay que cumplir las ordenanzas- acude con firme paso bodeguero, para regalar a los parroquianos un memorable:
-¡La muy hija de puta!¡No te jode, cagando en la papelera!
Todos sonreímos, pero nadie rio, mientras con solemne pesadez transportaba aquella bolsa con restos de mierda humana hacia el exterior en pleno menú del día.
Y es que estamos en Nou Barris, tierra de generaciones venidas de lejos y tolerancias venidas a menos, aunque muy palpables: nadie va a reírse de una persona que ha hecho las cosas lo mejor que ha sabido. Muy diferente es ubicarse entre oreja y oreja afiladas gafas teatrales, esas sin malicia, que impelen estas líneas. Y divertirse.
S. Kazan 2023. All rights reserved.
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¿Real o Ficción?
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Cumbre del C40 se lleva a cabo en el Centro de Convenciones de Buenos Aires.
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