Las palabras no me alcanzan para contar lo que duró enero. Demasiado tiempo, demasiadas cosas pero todo es tan relativo y si el viento se lleva todo, que me deje el 21 de enero. No tengo fotos de ese momento pero la puntualidad de decir nos vemos a las once y llegar a las diez cincuenta y nueve, luego caminar muchísimo en silencio mientras mi mente carburaba a mil tratando de elegir un tema de conversación por todo Reforma y de pronto preguntar si le gustan los perros, y saber que es fan de los perros, la ilusión ha crecido a mil, pesea al manojo de timidez, pero la sonrisa preciosa y ponerme un apodo, y reirse mientras me la pasaba quejándome de la explotación laboral y admirando la ciudad, siendo fan de su acento, observando rápidamente el hoyuelo de su mejilla derecha e imaginando una vida en Colombia llena de arte y corazones, y niños, y el frío. Justo una exposición en mi museo favorito sobre aves, y sentir realmente que disfruta el arte como yo, y en un momento observarlo absorto entre la música, y un momento sentir que estábamos súper cerca que temía que podría escuchar el retiemble de mis centros. Pero la paz que me ha generado. Luego ir a comer arepas y arroz con pollo, y ajiaco con arroz. No hay tortillas. Se ríe porque exijo tortillas. Se ríe y sonríe mi alma. Hablarle de usted. Hablar con usted, sobre usted, todo el tiempo. El tema de admirarle y sentir los calambres en el mediastino mientras le pienso o redacto esto, y saber que no siente lo mismo pero mis expectativas siempre han sido pequeñitas, no aspiro sino a la esperanza. Podría comer ajiaco cada domingo para sentir el calorcito en mi corazón que se lo regalo si lo acepta. Santo cielo, tengo un crush.

Clara Ajc