Tumgik
#Onda cuando digo que es una zona para putos es para PUTOS
wachi-delectrico · 1 year
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Che no es por doxxearme pero me da mucha gracia que la facu a la que iba antes literal tiene al Amerika, al Homosapiens, al Maricafé, y al bar Feliza todo en un radio de 7 cuadras. ¿Me puede dar una zona para putos? No, no tan para putos
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otroputito · 3 years
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Leonardo - 1era Parte.
No sé bien por donde empezar a describir a Leo. Ya decirle "Leo" es raro, porque todos en la empresa lo conocíamos por su apellido, en parte porque sonaba muy bien y en parte para no confundirlo con el otro Leo, quien era un flor de pelotudo. Es difícil describirlo físicamente porque me lo imagino leyéndome e inflándose su ego a mas no poder, hasta casi estallar. Porque, como les haré saber más adelante con mucho más detalle, Leo se amaba.
No era muy alto, pelo rubio oscuro, ojos verdes, nariz prominente y masculina. Iba religiosamente al gym 3 veces por semana y ese resultado era su mejor recurso: le gustaba mostrarlo con camisetas ajustadas, los chupines mas pegados a las piernas que existiesen y caminaba trabadito por los pasillos de la oficina, confiado en que era atractivo. Esto hizo que la primera vez que lo vi alucinara con sus bíceps, con besarle el cuello mientras le tocaba los pectorales duros como una piedra, con agarrarlo borracho en alguna fiesta o un after y poder mamarle la verga aunque sea unos minutos. Pero al mes de conocerlo ya no me interesaba mas. Había mucha mas carne en la empresa, más accesible y, si bien nunca pude parar de mirarle el culo cuando pasaba, Leo era heterosexual y de esos que juegan al futbol con violencia y son capaces de agarrarse a piñas con un compañero por un pase mal hecho o lo que sea que hace enojar a los heteros futboleros. No tengo idea. Nuestra relación igual fue buena, captó mi onda enseguida: si, yo era puto y no hablaría de futbol conmigo, pero coincidíamos ideológicamente en muchas cosas. Las pocas veces que nos toco trabajar en el mismo proyecto Leo me miraba admirando mi manera de hablar inglés, contento por tenerme en el equipo, dándome consejos sobre como cortarnos la barba. Hasta jodía con que veníamos del mismo planeta, por haber nacido en el mismo año con una semana de diferencia y no se que otro flasheo. Esto último lo decía cuando ya estaba en pedo en los after office.
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Porque Leo se ponía del orto enseguida: solo tomaba vino, mucho y sin cenar. Fumaba y vino, pucho y vino, pucho, vino y vino. Había que insistirle para que comiera algo y ahí recién alimentaba su estomago y su masa muscular. Pero el pedo no se le iba nunca y seguía hasta tarde en la madrugada. Porque a Leo también le gustaba un poco la merca. Así lo encontré en un after office, en el mismo bar al que íbamos todos porque quedaba a 2 cuadras. Presidía la mesa en la vereda donde ya había dos botellas de vino vacías y me invitó a unirme, con los labios ya morados por los taninos y los ojos brillantes. Yo iba a otro lado pero el hijo de puta me sonrió y no me pude resistir. En la mesa estaban una compañera a la que llamaremos Melina, otra a la que le diremos la Venezolana, el Negro, la estúpida de Cecilia y Jeffrey, nuestro profesor de inglés. Y estaba Agustín. Agustín era el puto de la empresa vecina, rubio, de ojos verdes, muy zona norte, muy salido de un casting de Rebelde Way o Casi Ángeles. Era puto pero no como yo, era "bien": no militaba mucho el arco iris, tenia su novio hace muchos años, no era afeminado, era muy Vicente López. La estúpida de Cecilia era su amiga en una dinámica tóxica que pretende ser Will & Grace pero termina siendo Mean Girls. No los conocía pero me daban desconfianza, no sé ALGO de ellos no me cerraba. Era más que evidente que Cecilia moría por cogerse a Leo, la Venezolana lo estaba trabajando hace meses, yo hubiera jurado que esa noche de jueves se había armado en torno a el mismo resultado solo que con Melina. Pero no: apenas me senté, noté que Leo estaba fascinado con Agustín.
Lo tenia a su lado y aprovechaba para tocarlo, para hablar de genitales y de récords sexuales. —Mirá, mirá que rico guacho es este... Le agarraba la cara y se quedaba mirándolo. Alguien mas cambiaba el tema, yo hablaba de el aborto y el Negro me seguía, por un rato la onda era otra. Pero Leo volvía al sexo, al laburo, a tocarlo a Agustín. Con Melina nos moríamos de la vergüenza ajena y nos mandábamos Whatsapps con lo que no podíamos decir en voz alta. —A ver las chicas, no pará, vos que sos puto también: quienes son los mejores culos masculinos de la oficina, a ver? Humildemente comenté con Melina en voz baja que yo tenia fácil un Top 10 de los mejores cuádriceps, obvio que iba a saber quienes eran los mejores culos. —Pará, pará....tengo o no tengo el mejor culo de la oficina? —Ehhhh... —En serio digo eh? ¿¿Qué tiene que tener un buen culo? PARÁ, pará, venite, veni y mirá este por ejemplo. Leo lo hizo parar a Agustín para que nos mostrara su culito, tímido y metido dentro de unos skinny jeans. Se levantó la remera un poco también, para completar la imagen y supongo para mostrarnos a todos sus pelitos rubios cubriendo la zona de su ombligo. Giraba y lo movía ante el vitoreo de Leo y los demás, menos de Melina, ya muerta de hastío y con ganas de irse. —A ver, tocalo... —¿¿¿Eh??? —Daaaah....tocalo Lo miro a Agustín y me hace señas de que está todo bien. La miro a Melina y ya se estaba pidiendo un Uber. Agustín estaba evidentemente tomado y si bien yo había tomado poco, no había cenado aun y me estaba pegando. Me acerqué y durante unos segundos toqué los glúteos de Agustín, delante de todos, con Leo dirigiendo la escena y en esa vereda de Belgrano. No recuerdo que opiné, ni que hice apenas me senté. Solo recuerdo que vi como el puto ese volvía a su lugar y Leo le daba una palmada en la espalda y un fuerte beso en la mejilla, agarrándolo de la nuca.
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Sentí bronca, porque estábamos siguiendo las ordenes de un hetero ebrio de alcohol y embriagado de autosatisfacción. Sentí odio para con ese puto extraño, que jamás en la puta vida me saludó cuando me cruzó en un pasillo y ahora dejaba que le toque el orto solo para satisfacer a un machito borracho y un coro de pelotudas. Sentí frustración, porque no tenia ganas de estar ahí, no iba a estar ahí, ni debía estar ahí y al mismo tiempo porque pronto tenía que irme. Sentí odio, bronca, frustración, sentí todo eso junto. Sentí celos. Leo era mío. —Pará pará, al final tengo el mejor culo o no? ¿Quién está primero? —No, el mejor es el de Lucas. —Naaaah, daaale, deja de joder: me vas a decir que no tengo el mejor culo de toda la empresa? —No, es el de Lucas, te lo puede decir cualquiera. —Estas mintiendo, sos un puto gris. No te jugas por una opinión, sos un puto gris. —Sabes por que el culo de Lucas es el mejor? —Por que? —Porque Lucas no sabe que tiene el mejor culo. Eso lo hace tener el mejor culo de todos. Me aplaudieron, salvo Jeffrey que estaba pidiendo otro vino. Agustín fingía no saber quien era Lucas, el muy puto de mierda. Para compensar le dije a Leo que lo mas lindo y armónico que tenia eran sus pectorales, que era el David en chupines en ese sentido. Pero no pareció importarle, quizás porque no elogié nada debajo de su ombligo o no era nada necesariamente sexual. Melina ya estaba en su casa y yo ya debía ir a encontrarme con alguien más, así que dije en voz alta que me iba. —Daaaale quedate, la invito yo a esta, daleeee —No, tengo que irme en serio. Me quedé una botella más solo porque el Negro me lo pidió, quería contarme algo del trabajo. Eso no le impidió a Leo desviar la charla hacia lo sexual una y otra vez. Posiciones, mas récords, actrices porno que desconozco. Así supimos que le iba el beso negro, que no descartaba "estar con una trava" y un par de cosas más. Ya agotado y apurado por irme, me pongo de pie y empiezo a saludar a todos. —Uuuh ahí, se va el puto gris. No supe que quiso decir con eso pero me era imposible caer en su lógica y enojarme: supuse que era la misma estrategia que usaba para el futbol con amigos, para el trabajo, para la vida. Insistir hasta
hacerte enojar, hacerte comprar, hacerte que lo quieras. Saludé a la estúpida de Cecilia, a la Venezolana, al Negro. Le di un beso sequísimo en la mejilla a Agustín. —Naaah, dale un pico boludo! Dale! La puta que te parió Leo. Esto ya no era satisfacer su ego ni su imagen, no era un reto entre amigos ni nada, era lisa y llanamente una orden de un amo a un esclavo. Nuevamente accedí, le pregunté con un gesto a Agustín si estaba todo bien y como respuesta obtuve un beso en mis labios con gusto a vino tinto y cierto olor a vómito. Festejaron, de otras mesas miraban, porque la homosexualidad es un show a veces. —Eeeeeeh!! Ahora yo. Lo miré con mi mejor cara de "no sabes donde te metiste". —Daaaale! No Leo, no me estoy negando. Estoy amasando bronca por la rutina de machito que estas haciendo, estoy viendo en vos a todo el patriarcado de mierda, estoy viendo la mancha de vino en tu remera Zara dejando traslúcido uno de tus pezones. Me acerqué y lo agarré de la nuca. Nuestros labios se unieron pero esto no iba a ser el piquito que se daba en joda con sus amigos: con la otra mano toque uno de sus pectorales como un pajero toca una teta, le mandé lengua y me encontré con sus dientes, ásperos del vino. Y el se río. Y el aire saliendo de su boca por esa risa chocó contra la mía. Y me reí. Me separé sonriente y se seguía riendo. —Nos vemos mañana. —Jeje, chau guacho. La mesa festejó, creo. Todavía recuerdo lo duro de ese pectoral, su olor a One Million, como por un ratito tocar los pelitos de su nuca hizo que fuera mío. Fueron 4 segundos que no me olvidaré jamás.
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Al día siguiente, el comentario de varios era el estado desastroso en el cual se encontraban el Negro, la Venezolana y Jeffrey. Rumores contaban con detalles que los habían echado del bar, habían roto otra botella, incluso cayó la policía y al final todo había seguido en la casa de Jeffrey en Recoleta. Esto último es lo único que me intrigaba, porque tenía verosímil. Sostengo siempre que se debe desconfiar de los extranjeros del primer mundo que se instalan a vivir en el tercero. Algo esconden, siempre. Pero Jeffrey era un yanqui fiestero y alegre, era muy posible que la joda haya seguido en su loft de Recoleta donde yo ya había quebrado un par de veces. No tenía clases con él ese día así que usé mi único recurso para saber la verdad. Si alguien sabía todo a horas de lo sucedido era Paula de RRHH, fabuladora y estúpida, pero con todos los detalles siempre. Improvisé una Reunión sin sentido y en una sala me contó como había sucedido todo. —¿Vos cuando te fuiste? —Después de Melina —¿Quiénes estaban ahí? Las pupilas de Paula se dilataban al contar un chisme, era una persona muy patética ¿Qué yo también lo era? No, yo solo quería saber todo...por el bienestar de Leo. —Bueno, después que te fuiste se subieron en dos taxis y se fueron a lo de Jeffrey, las chicas, Leo y el chico este Agustín, que me dijeron algo mas pero no sé si es cierto... —Que le dio un pico... —No, que ya en el taxi Agus iba sentado arriba de Leo con la excusa de que no había lugar... —Jajaja no puede ser boluda, el taxista te baja si haces eso. —Eso me dijeron y que ya en el bar después que te fuiste, ya tipo 2 de la mañana Agustín y Leo se chapaban mal, como si fueran novios. —No habrá sido con Cecilia? —No, con este pibe fue. Que todos en el bar pensaron que eran pareja ya de lo mucho que se besaban. La cabeza me estallaba, la sangre me hervía. —¿Quién te dijo, la Venezolana? —Si, pero que no le diga a nadie...pero si vos me estas diciendo que estabas ahí, da igual. Y de ahí se fueron a lo de Jeffrey, viste que es grande... —Si, no pudo haber pasado nada mas si duerme en el living el yanqui... —Claro, pero parece que Agustín y Leo dijeron que se iban a comprar cerveza o merca o algo y tardaron como 40 minutos... Nunca tuve que disimular tanto una erección ante una mujer y menos ante una tarada astronómica como Paula. —En serio? —Si...lo que me dijeron es que se quedaron en la escalera del edificio y cuando volvieron tenían todos los labios rojos y estaban como despeinados. Pero que se yo, de Leo se dice cada cosa, nunca se sabe. Es raro él, viste como se mata en el gimnasio pero nunca sube fotos a Instagram ni nada? Guido por eso lo odia y lo pelea todo el tiempo para mi, porque le parece raro y como que no congenia con... La estúpida esa siguió hablando, seguí mirándola a los ojos y asintiendo pero no podía para de pensar en Leo y Agustín en la escalera de ese edificio, a oscuras o con luz de emergencia, comiéndose las bocas, los cuellos, suspirando uno contra el otro, haciendo eco cuando sus labios se separaban, sus labios volviéndose a unir. El puto de mierda de Agustín levantándole la remera para lamerle los pectorales que yo le había sobado tímidamente hacia unas horas, como un pelotudo. Leo gimiendo. Leo pelando la verga. Agustín bajando a chupársela con la sed y la soberbia de todo puto cheto de mierda, blanco de ojos verdes y dueño del mundo. Los huevos de Leo, grandes y rosados. La leche de Leo cayendo sobre los pelitos rubios de la barba de Agustín, un gemido ahogado y que igual rebota en las paredes de ese edificio viejo de Recoleta. —Ya vengo, bancame. Agarré la laptop y la puse para abajo para poder disimular la carpa que estaba armándose en mi jean. La dejé en mi escritorio y me fui al baño. Necesitaba hacerme una paja cuanto antes, eso no iba a bajar solo. Agarré mi pija, puse el celular en vibrador y empecé a pajearme con la única imagen que se me venia a la mente: mi lengua en su boca, esa boca que ahora ya había probado varones, su sonrisa de machito degenerado, excitado con el hecho de que todos quisieran cogérselo. La puta que
te parió Leo. Esos ojos verdes, esos pectorales, ese orto. Ese andar de gallito de riña por los pasillos de la oficina, lleno de confianza, virilidad y creatina. Necesitaba verlo para poder acabar, así que fui a su Instagram, por mas que solo tuviera una sola foto en cuero de hace 6 años en San Bernardo: su cara me bastaba, esa cara de guacho, esa nariz de hombre. De repente, alguien entró y en el pánico dejé de pajearme y subí las piernas, como un niño de primaria que se está escondiendo en la escuela. Solo que era un adulto, pajeándome en mi trabajo, nadie me iba a estar buscando y si en todo caso me encontraban en el acto, las consecuencias eran muy pocas. Seguí despacio, tratando de que el roce con el bóxer no hiciera mucho ruido. El que entró se puso a mear y apenas me llegó una oleada enorme a One Million supe que era él. A centímetros mío, Leo estaba con la pija al aire, meando si, pero con la pija al aire. Eso fue suficiente para que mi mente siguiera pensando en que estaba conmigo, en que aún era mío. Su rareza de estar tan bueno y no subir fotos a Instagram era porque su manera de ser un hombre millennial era distinta, era de esos que parecen brutos pero son bilingües, esos que son viriles y coquetos, son heterosexuales pero con la dosis correcta de alcohol tienen sexo con un chico. Con un chico como yo, morocho y de ojos negros, que le da la mejor mamada de su vida, tragándola entera y lamiendo esos huevos hermosos. Leo terminó de mear, guardó la verga y el escuchar su cierre subiéndose me bastó para largar un montón de leche en el papel higiénico que había preparado. Hice lo posible para no hacer ruido. Pero el ruido igual vino de su celular. —Hola...que haces guacho? Si, estoy acá abajo. Si, llegué bien...che, igual tenemos que hablar, podes ahora?....Dale, ahí subo. Ahí sube, ahí se va. Ahí va arriba para hablar con el otro puto de mierda de Agustín para asegurarse de que no le diga nada a nadie. O para chapárselo en la escalera de emergencia, o para las dos cosas. O quizás solo va arriba por trabajo. No, se va con ese otro puto de mierda, cheto, rubio, ojos verdes, masculino, un puto bien. Ahí se va, ahí cierra la puerta dejando una estela de One Million mientras yo me limpio mi propio semen en soledad, tratando de no hacer ruido. Ahí se va. —La puta que te parió, Leo.
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no me dejés para mañana si me podés matar hoy
Player one or player two? Igual te volaré verga, no duermo, no como, no salgo por practicar el estallido de tu culo malagradecido. Escogés tu escudo, tu outfit, tu personalidad, las balas con las que querés sentirte en condiciones iniciales justas. Como si algo fuera justo en Guatemala o en la guerra. Redundo.
No corrás por la concha acústica, hay un séquito de junkies cuidándole el territorio al Pony. Pinche Pony, lleva semanas sin contestar el teléfono, vendía buena mierda y sus camisas de paca psicodélica eran más horribles que la eterna espera. Yo que vos me escondería en el monumento a la madre, es anchito de arriba y me daría pena sacar la bazooka, además tiene varias vías de escape.
El pendejo hizo lo que cualquiera con la perseguidora haría, se fue a esconder al foodcourt de una plaza de narcolavado. Vacía, comercios cerrados, lo encontré más rápido que fuckboy en los comentarios de mis selfies. Veo que me tiene en la mira, me dio tiempo de meterme a una tienda china antes que disparara porque le di el control con el botón medio chueco. A nadie le interesa la rectitud moral, es 2017.
Saliendo de la tienda me chupo el licor de arroz para que suba mi lifespan y me cojo una chinita guapa. Ni hao! Cuando lograste bajar del edificio yo ya andaba en la milagro bolseando pisados para vender sus teléfonos en el Trébol y comprarme una ____ porque ya sé dónde y a qué distancia te voy a volar la cabeza más al rato.
Bajando de la camioneta le robé unos chiles rellenos a la novia del piloto y me dieron tifoidea, ahora tendré que buscar cutos y más chinas guapas para que se me suba la vida. Me huevié una Pulsar en Masesa para llegar antes, ya vi que vos seguís perdido por el reloj de flores. A ver si no te cae la jura y te quita dinero y vida. Es que sos pero pendejo.
Todavía no me alcanza para la ____ así que robaré un carro caro, quizás tenga que matar a quien lo lleve, quizás cargue guaruras. No podés matar inocentes así de sobria entonces voy llegando al punto. Compro piedra pero no quiero perder tiempo buscándome una pipa en lo que vos asaltás bancos y farmacias de la zona 9, así que saco la metralleta cuando están distraídos y me los echo a todos, no son inocentes, llevan la marca del ojo izquierdo.
Ahora controlo el punto pero tengo que salir hecha bala, hay una comisaría como a cuatro cuadras. Tomo Mariscal porque es la hora de salida de los colegios privados. Fumo la piedra y busco a la milf más prepotente de la cola, le quiebro el vidrio, no me quiere dar su laptop entonces la mato frente a sus hijas. La sangre no se distingue porque sus faldas son largas, rojas y cuadriculadas.
A todo esto, vos ya conseguiste la misma _____ que yo y tenés más varas sin haberte movido tanto. Asaltar pequeños negocios es tu estilo pasivo agresivo. Te hueviaste el cabezal de una bananera y eso me la complica, pero no tanto. Hay dos puteros-portales para transportarse y un James Morales colgado en territorio de Pony, si lo matás sin mancharle el escudo nacional, ganás. Pero vos y yo nos queremos matar.
Te metiste al portal de Playboy, ahí por Casa de Dios. Te sacó en LeClub y ahora venís directo hacia mí. Hay una cola de la gran puta en las Charcas, tal vez es mi culpa. Me paso aventando cualquier pinche retrovisor, animal o vaca que se me cruce. El efecto piedra aún va por la mitad entones no importa atropellar viejas mudas.
Dejo tirada la Pulsar donde no la podás ver. No me miro en tu mitad de la pantalla. Tu cabezal está debajo de mí. Me lanzo de la Torre del Reformador como Pirulina del puente y dejo caer sobre vos toda la furia de mi ____ como menstruación de segundo día. Maldito perro, saber cómo te saliste y ahora te estás escapando en mi moto.
Te sigo contra la vía aplastando pendejo tras pendejo, ya me queda poco efecto piedra. Me tiro por la ventana y caigo en la estatua del pizote. Te estallan las llantas contra el bordillo del Obelisco. Me bajo y camino para darte la súbita desde una distancia humillante. Mi _____ llueve sobre tus píxeles y ahora están por todos lados. Parecés el puto árbol gallo.
Querés otra ronda, decís que ya le estás agarrando la onda al juego. Me ofrecés vino primero porque sos un pelmazo, te digo que me traigás una cerveza y el vino también pero con piquete. Como no entendés a qué me refiero, me lo sirvo yo misma.
—Es terapéutico quedarse adentro, jugar abrazaditos, olvidar esa jungla de locos y concreto.— Me decís. —Sí, amor, nos hacía falta. Agarrá los papos que dejé en la mesita y forjate otro puro. Sólo contesto unos correos.
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revista-ese · 6 years
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Casi en blanco y negro
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por Fernando Sdrigotti
Algo iba a suceder. Y no me refiero ni a la lluvia ni a ningún accidente climático. Porque estaba claro que el cielo, que se imponía naranja, iba a reventar y que iba a llover a baldazos y que quizás nos íbamos a ahogar todos (o por lo menos se inundarían las zonas que siempre se inundan y los redactores del diario felices). Pero era otra cosa. Es difícil de explicar. 
Se respiraba ese aire húmedo, caluroso, asfixiante, y catingoso de Rosario. La humedad. La famosa humedad pegajosa y mugrienta de Rosario, esa noche un poco más que de costumbre. Una noche de ésas en que las cosas se pegotean entre sí y en que se pegan al cuerpo: la roña y el sudor contra el cuerpo; las ideas entre ellas. Porque esas noches tienen un aura especial, un aura sucia, perversa en que las ideas fluyen friccionándose una con otra y en su fluir toman direcciones achicladas, confusas. Así y todo, la decisión de que había que hacer algo, que había que salir, llegó por obra y gracia del tedio y de la Empresa Provincial de la Energía y no por las posibilidades abiertas por la humedad y el calor y las ideas que orbitaban sobre la ciudad como un gran moco platónico. Al menos no directamente. 
Era sábado y Lucrecia había llamado para decirme que no iba a venir, que el termotanque (a pesar del calor) y que la humedad rosarina y que la transpiración y que la pegatina y que todo lo demás. De nada sirvió que le diga que se podía bañar en casa porque dijo que no tenía el auto esa noche ni plata para el taxi; tomate un taxi que lo pago acá, dije; no tengo ganas de ir a tu casa, terminó por conceder, es siempre lo mismo, estoy harta de coger y mirar películas prehistóricas, tengo veinticinco años, quiero vivir, quiero salir, quiero que me seduzcan, que me miren, quiero sentirme viva, bailar, no sé. Y la verdad que tiene razón, esta no es vida, esto es un embole, no tendré veinticinco años pero tengo claro que esto no es vida; en casa hace calor y no hay aire acondicionado ni buen ventilador, y a ninguna mujer le gusta que se la cojan en un sofá mugriento, para que después le pongan una película de neorrealismo italiano, o alguna otra de las que alquilo para sentirme un intelectual, en un televisor que encima se ve mal y ni una Piña Colada o Don Perignón y después dormir mal hasta el día siguiente, pensé exagerando un poco. Tenés razón, Lucrecia, le dije, hacés bien, salí a vivir, salí a que te miren y todo lo demás y también bailá, bailá que el mundo se acaba en cualquier momento. No te enojés, no te pongás mal, vos sos buen tipo y yo te quiero mucho, pero me muero de embole con vos, y todo eso otro. No me enojo, si te lo digo con onda, andá y pasala bien y si cambiás de parecer me llamás y retomamos desde ahí. Y nos despedimos sin dramatismo pero tampoco con felicidad y vaya a saber qué hizo ella. Uno nunca sabe qué hacen los demás realmente; menos en una noche como ésa. 
Entonces, otro sábado pajeándome viendo alguna película con tetitas y culitos y pubis con pelitos (De Sica, Rossellini, o Minnelli, después o mejor mañana). Hasta ahí otro sábado como casi todos; pero sólo hasta el apagón que fue súbito y cargado de realismo: no había duda de que era un apagón, estaba clarísimo, sucedía en ese momento, y por alguna razón inexplicable se volvía todo-presente, ubiquitario, todo-poderoso, un Gran Apagón, nada de realismo mágico, un apagón materialista. Y de pronto el sábado era el saber la ciudad entera sin luz, a oscuras, sin ascensores, sin televisores, sin tetitas ni culitos, ni pubis con pelitos, y sin termotanques, un sábado de posibilidades. Y de golpe me sentí bien. Sentí que el destino me sonreía. Sentí que la mejor, que la única, cosa para hacer era salir a caminar, dejar que las narrativas pegoteadas se entretejieran con libertad; dejar que lo que tenía que suceder sucediese. Pero primero fumar. Fumar a oscuras. Un poco por las ganas. Y otro poco porque quedaba lindo fumar en la oscuridad. 
Busqué unas velas en el cajón de la cocina y encendí una hornalla y después la vela con la hornalla. La cocina se iluminó con una amarillo oscuro que titilaba con la poca brisa que entraba por la ventana y no llegaba bien al amarillo por la falta de intensidad de la luz, era más bien un sepia anémico, o un amarillo al óleo (un óleo berreta). Y alguien puteó en uno de los pisos de arriba, una puteada corta y solitaria. Y esa puteada solitaria puso en evidencia un fondo de silencio, lo desautomatizó. Pasaron varias pitadas y sólo era el fondo. ¿Cómo es posible este fondo de silencio? ¿Cómo puede ser? Yo apoyado contra la mesa, fumando, tratando de pescar los ruidos del edificio. Pero nada. Ni un sólo ruido. El puteador anónimo se había callado. Era como si todo hubiese desaparecido con la excepción de mi cocina, yo, el pucho, la vela, la hornalla y el calor. Pasaron varias pitadas y nada. Racional, atribuí el silencio a algún problema de presión en el aire: las ondas de sonido también se habían pegoteado. Así que me sumé al silencio y fumé, en silencio, con la excepción de mi voz en off interior: voy a bajar por Entre Ríos hasta el Parque España; después voy a caminar por la avenida Belgrano que es un buen lugar para caminar en noches oscuras; subo por San Lorenzo; vuelvo por Mitre hasta Urquiza; doblo; y seguro que ya volvió la luz y tetitas y culitos y pubis con pelitos y bollitos de papel higiénico por el piso para celebrar que Lucrecia salió a vivir. Un ruido de cacerola dándose contra el suelo me sacó de mi abstracción. Entonces hay alguien. Entonces no estoy solo en el mundo. Entonces no desaparecieron todos. (Para esta altura ya me había olvidado del puteador). Terminé el cigarrillo y lo apagué con la canilla. Y ahí mismo empezó a llover, como una reacción al acto de mojar el pucho (un montaje perfecto). A llover como si fuera la última vez. Una lluvia majestuosa, ensordecedora. Sin relámpagos, ni truenos, ni efectos especiales. La lluvia sola, cayendo a lo bestia, un puto diluvio. Una lluvia de la puta madre como ya había anticipado. Precipitando todo el moco orbital sobre la ciudad. Qué lindo. 
No había sentido miedo de salir a caminar con la ciudad a oscuras. De haberlo sentido, ese miedo se habría disipado con la lluvia. De pronto imaginé calles completamente vacías. La ocasional cara que mira desde la ventana de un PB, pero nadie ensuciando las veredas, nada de viejos tomando fresco en camiseta, ningún mamochone paseando el perro, ni personajes costumbristas. Sólo la calle vacía y yo, caminando con mi piloto beige que tan poco uso tiene y que tanto me gusta usar porque me hace acordar a Philip Marlowe o Rick Blaine y me vuelve un personaje casi en blanco y negro, un poco más interesante y un poco más en otro lugar aunque el escenario sea Rosario. Y así, imaginándome todo esto, salí. 
La escalera la bajé guiándome con las paredes. Había una gotera en algún lugar y olor a humedad. Los tres pisos a oscuras. Y después, la planta baja con una luz de emergencia que latía. Y ya estaba afuera, paraguas abierto y me largué a caminar. 
Las calles no estaban oscuras ni vacías. El bar de la esquina tenía luz. El edificio de al lado también. Grupos electrógenos o el apagón que no era general. Había gente por la calle. Autos. Un mamochone paseando el perro bajo la lluvia, que tampoco era tan torrencial como la había imaginado desde la cocina; no hacía falta usar paraguas. Igual seguí caminando sin cerrarlo. Pero en vez de ir hacia la costanera me volví hasta Tucumán y doblé para el lado de Corrientes y cuando llegué a Corrientes volví a doblar y caminé hasta el bar que queda dentro de la galería Dominici, en la esquina con Catamarca, buscando una escenario adecuado, más de acuerdo con la noche (o con lo que yo pensaba que la noche era). Ahí no tenían luz, pero tenían velas y las velas encajaban bien con el resto de la escena. Entré. No había nadie, excepto el tipo atrás de la barra, el mismo viejo de siempre, un tipo un poco enano de bigote finito. 
Me senté en una mesa que daba al pasillo de la galería y le hice la seña de un cortado. Encendí un cigarrillo. Fumé en silencio. 
«Acá tiene», dijo el viejo y apoyó un vaso en mi mesa. 
«Gracias.» 
«No tengo luz. No le pude hacer un cortado. ¿Le gusta la ginebra? Tiene cara de que le gusta la ginebra.» 
«Ginebra está bien», dije. 
«Tenía cara de ginebra... ¿Le molesta si me siento?», preguntó el viejo. No contesté pero le hice un ademán para que se siente. Se sentó. Tenía alguna lógica que el viejo se sentara frente a mí. 
Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su camisa y encendió uno con mi encendedor. Me miró en silencio. Yo lo miré en silencio. Los dos fumamos un rato mirándonos. No era un silencio incómodo. Después miramos hacia afuera. Hacia el final del pasillo: luces, figuras humanas, la lluvia atravesada por los faros de algún colectivo y bocinas. 
«Una noche de perros», dijo el viejo. 
«Noche fea», dije. 
«Noche triste», dijo él. 
Y ahí noté algo grave en su entonación (esa gravedad de los que trabajan detrás de las barras en los fondos de las galerías). Me pareció excesiva, sobreactuada y peligrosamente bordeando lo confesional o el tango o Ulises Dumond. 
«Tenía que llover. Tarde o temprano...», dije tratando de moverme a un terreno más neutral. 
El viejo no agregó nada y fumó una pitada larga del cigarrillo y lo aplastó en el cenicero. Me miró largo rato. Y yo lo miré. Esta vez sí era un silencio incómodo. Y ahí entraron los tacos a descomprimir la situación y yo miré hacia afuera una vez más. Una mujer entrando por el pasillo. Vestida con un piloto largo, beige. Fumando. Sosteniendo un paraguas. El sonido de sus tacos llamó la atención del viejo también. La mujer llegó hasta la mitad de la galería y de golpe dio media vuelta y se fue, pisando sus propias huellas, que estaban mojadas. Salió. Desapareció hacia la izquierda. 
«La relojería... —dijo— Todos buscan la relojería. Pero está cerrado. Está siempre cerrado.» 
«No sabía que hay una relojería ahí», dije y tomé un poco de la ginebra. 
«Sí. Dominici.» 
«¿Como la galería?» 
«Sí. Pero ya le digo, está siempre cerrado. En fin», dijo el viejo. 
Algo en su tono de voz me llamó la atención. Era un tono diferente. Me pareció que estaba tratando de decirme algo. No entendí muy bien de qué venía el tema de la relojería. Pero era evidente que me estaba queriendo decir algo. Miré hacia la galería tratando de entender mejor la situación. No vi nada. 
«¿Me está queriendo decir algo?», pregunté al fin. 
«¿De qué?» 
«De la relojería.» 
«¿De la relojería? No. ¿Por qué?» 
«Como me dice que está siempre cerrado...» 
«Eso nomás. Está siempre cerrado. ¿Qué entendió?», dijo el viejo. 
«No, está bien...» 
«En serio.» 
«No, nada. Me pareció raro su tono de voz.» 
«Está siempre cerrado. ¿Qué le parece raro en eso?» preguntó con una sonrisa a medias. 
«Me pareció un comentario raro. Un poco accesorio. Como si quisiera decirme algo. Nada más. Olvídese.» 
«Usted vio mucho Columbo», se rió. Yo no me reí. Me sentí un poco herido. 
El viejo encendió otro cigarrillo. Tiró el humo en mi dirección. Nos miramos en silencio nuevamente. Había algo de desafío en nuestras miradas. Me ofreció un pucho de los suyos. Saqué uno. Parisienes. Encendí y fumé. Me dio un poco de tos. 
«De vez en cuando fumo negros. No siempre», dije sin que él pregunta nada. 
«Son fuertes —dijo él— Pero uno se termina acostumbrando.» 
«Sí», dije y tomé el resto de la ginebra de un sorbo. Apoyé el vaso sobre la mesa con cierta violencia. 
«¿Le sirvo otro?» 
«No, gracias.» 
«Como quiera.» 
«Me tengo que ir.» 
Me levanté de la mesa y acomodé mi piloto. Guardé los cigarrillos y el encendedor. 
«¿Cuánto le debo?» 
«Tres pesos», dijo el viejo. 
Saqué tres monedas de mi bolsillo y las dejé sobre la mesa. Agarré el paraguas y me fui del bar. 
Cuando pasé frente a la relojería miré hacia la vidriera. En la oscuridad no se veía mucho pero sí se veían relojes, algunas pulseras, y un despertador que marcaba las once y veinte; atrasaba o estaba detenido o tal vez adelantaba. Miré hacia al bar. El viejo fumaba pero no se le veían los ojos. Sólo se veía el punto rojo de su cigarrillo, como no podía ser de otra forma. Dejé la galería atrás. 
Todavía llovía. Todavía había gente por la calle. Autos. Colectivos. El sonido mojado de las ruedas en el pavimento. 
Abrí el paraguas y encendí otro cigarrillo. Pensé algunos instantes antes de comenzar a caminar. Era una noche rara, estaba claro. Había algo en el aire. Y el viejo. No me terminaba de cerrar su comentario. ¿Qué había querido decirme? ¿Por qué ese tono? No terminé de preguntarme sobre el viejo cuando vi a la mujer del piloto dar la vuelta desde la esquina otra vez. Esta vez cruzó la calle y se subió a un taxi que estaba estacionado del otro lado. ¿Qué hacía a esta hora por la calle, una noche de semi-apagón y algo de lluvia? ¿La volvería a ver? ¿Cómo se llamaba? ¿Cuántos años tendría? ¿Cómo era en el momento del sexo? ¿Era linda de cerca como lo era a la distancia?¿Y la relojería? ¿Por qué estaba siempre cerrada? ¿Por qué eran las once y veinte en ese reloj si en realidad eran como las once y treinta y cinco, doce menos veinte? Tantas cosas flotando en el aire. Tantas direcciones posibles. Tantas tramas, si se quiere. Terminé mi cigarrillo y lo arrojé al agua del cordón. Por segunda vez en la noche el sonido de la brasa contra el agua, esta vez atenuado con el sonido del tráfico. 
Volví a caminar, otra vez bajo la lluvia. Seguí pensando. Sentí mi corazón un poco acelerado. Cualquier cosa podía pasar. Lo sentía en los huesos. Estaba claro que algo tenía que suceder, que en una noche así algo debía suceder. Había que seguir andando. Aprovechar la oscuridad, las condiciones de posibilidad. Algo iba a suceder. Estaba escrito. 
Pero no estaba escrito; no sucedió nada. La luz volvió antes de que llegue a la esquina y yo regresé a casa.
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