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#EstanciaLaPenínsula
periodismoviajero · 7 years
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“A los 14 años supe que quería vivir en el campo”
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A priori, Marco Triviño resulta un hombre serio y poco hablador, cualidades comunes en el  habitante de la Patagonia chilena. Sin embargo, con el paso de las horas, va entrando en confianza y me cuenta su historia, la de un amante de la naturaleza que descubrió cuando aún era muy joven que su destino era el campo.
“Yo era un chico cualquier de la ciudad de Punta Arenas (unos 125 mil habitantes). A los 14 años me fui a pasar las vacaciones con mi tío a su estancia, Vega Castillo, que colinda con el lago Toro y tiene unas 3 mil 600 hectáreas. Ahí me di cuenta de que quería vivir en el campo”.
Estudió para técnico agropecuario y su primer trabajo fue en Tierra del Fuego como tractorista de maquinaria agrícola. Luego, en la ciudad de Porvenir, estuvo en el Frigorífico Patagonia (fábrica donde se procesa y congela la carne) mientras él realizaba los controles de calidad y, más tarde, en el Frigorífico Mac Lean.
“Pero todo el día estaba encerrado entre cuatro paredes, no me gustaba”, recuerda.
Así que se fue a la frontera con Argentina, a los tres pasos que existen en esta zona de la Patagonia (Cerro Castillo, Casas Viejas y Cerro Dorotea) para revisar las mercancías derivadas de animales y vegetales. Sin embargo, eso tampoco le hacía feliz.
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Mientras hace memoria sobre sus distintos oficios, Marco vigila el cordero al palo que hoy preparará para 15 personas. De vez en cuando se levanta, va por madera y regresa. Mueve las brasas, aviva la lumbre y revisa que la carne se esté cocinando lentamente para que quede en su punto.
Luego me cuenta que comenzó como segundo administrador del complejo Torres del Paine, con 42 mil hectáreas y mil 500 vacas, y que, más tarde, y con el afán de seguir aprendiendo, fue técnico en el Instituto de Investigaciones Agropecuarias realizando trabajos de inseminación artificial y transferencia de embriones.
“No hacíamos nada nuevo, pero sí cosas que hasta entonces no se habían hecho aquí”, explica.  
Posteriormente comenzó su vida en las estancias. Estancia María (25 mil lanares en invierno), Estancia Gerónimo, Estancia Eugenia (10 mil lanares) y Estancia La Península, donde hoy nos encontramos. En esta hacienda de 18 mil hectáreas donde solo 4 mil se destinan a la ganadería y el resto se respeta para la conservación lleva ya dos años. Y es que parece que ha descubierto que la combinación entre turismo en verano y trabajo con animales en invierno no está del todo mal. Aquí es responsable de las cabalgatas, de la demostración de esquila y de hacer el asado, entre otras cosas.
La primera pregunta obligada de alguien extraño a esta forma de vida es qué se hace en invierno, cuando ya no hay turistas y el frío arrecia.
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“Todos los días, lo primero es poner a calentar agua para el mate. Luego sales a ver a los animales, y eso lo haces fundamentalmente a pie. En invierno se usan menos los caballos porque el piso está congelado y es frecuente que se resbalen, pero también porque hace frío y uno prefiere moverse. Aun así, usamos herraduras de gancho para que tengan mayor estabilidad y nosotros usamos botas de goma con medias de lana blancas y negras, porque es más caliente”.
“En el campo siempre hay algo que hacer. Leña, estar pendiente de los animales, sobar cueros, trabajar en las correas, la mantención en general de la Estancia…”, cuenta.
Cuando la estancia es grande y hay varios trabajadores, es frecuente que se reúnan para afeitar, cortar, mojar y golpear el cuero hasta que quede blanco. Es decir, lo que ellos llaman sobar el cuero.
¿Y la soledad?
Marco es soltero y sin hijos, y seguramente todavía no cumple los 40 años. Sin remordimientos, según cuenta, ha optado por un modo de vida que sabe que no es fácilmente compatible con tener pareja. Pero empieza a cansarse de ser lobo solitario, porque su futuro lo proyecta trabajando en algo relacionado con el campo pero que le permita vivir en Puerto Natales (una ciudad de unos 17 mil habitantes). 
Mientras tanto, parece que el trato con los turistas que llegan a La Península satisface sus necesidades de contacto con los humanos.
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“El turismo recupera las tradiciones, porque les mostramos cómo era la vida de campo de antaño. A los turistas lo que más les impresiona es la inmensidad de los paisajes y el silencio cuando no hay viento. Sentir el aire fresco, andar a caballo, en algo que no es mecánico, les fascina”.
Hablando de tradiciones le pregunto si nunca quiso convertirse en gaucho.
“Me carga (me molesta) que me digan el gaucho porque lo veo como una afrenta a mi tío y a quienes sí lo son. Esos son hombres que lo saben hacer todo en el campo. A mí  me falta mucho”, reconoce en un gesto que le honra.  
El año comienza en mayo
Cuando Marco hace el ejercicio de memoria para recordar todos los trabajos por los que ha pasado, sorprende que recuerda el mes exacto en el que empezó en cada uno de ellos. El truco, dice, es pensar en qué había que hacer con las ovejas en cada momento.
“El año ganadero comienza en mayo. En ese mes es el encaste (cuando se junta a los machos y a las hembras para la reproducción), que dura 60 días. Entonces se hace la esquila de ojo –entrepierna para que vean mejor y la reproducción sea más sencilla”.
Por cada 100 ovejas, de dos a cuatro carneros son los encargados de fecundarlas. A mediados de julio, extenuados, empiezan a apartarse solos de las hembras y a formar su propio grupo. El resto del año, ambos sexos permanecerán separados.
“Salen tan flacos que tienen todo el resto del año para recuperarse”, dice Marco.
Entonces las ovejas son conducidas a los campos de invierno y, tras cinco meses de gestación, son esquiladas y llevadas a los campos de parición, menos fríos y ventosos.
“Hay cosas que no se aprenden en la universidad. Cuando está nevado, por ejemplo, ¿cómo se mueve a las ovejas de un campo a otro? Con caballos. Primero pasan los caballos, pisan la nieve y luego sacas a las ovejas por ese camino de nieve apelmazada. Pero eso lo aprendes cuando te lo dice la gente de campo, no en clases”.
El motivo por el cual las ovejas son esquiladas antes de parir es para que no sientan calor y se vayan lejos, sino que busquen el resguardo de las construcciones de la estancia.
Unas horas más tarde, Marco mostrará al grupo de turistas cómo esquilar a una oveja en aproximadamente un minuto. Sin embargo, cuenta que a veces se producen accidentes y se corta demasiado.
“Entonces tienes que entrar a coser para que no se les salgan los intestinos, y eso también lo aprendes con la práctica. La oveja es el bicho más duro que hay”.
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Sin perros para que las ovejas no salgan corriendo y no dejen a los corderos abandonados, en el momento de la parición los hombres salen a buscar a las ovejas caminando.
“Hay que estar pendiente. A veces la oveja saca la matriz por completo, y entonces hay que volver a metérsela al tiro (rápidamente). Pero está hinchada, así que primero hay que deshincharla con un kilo de azúcar y unas pastillas que son óvulos y que matan a los gérmenes”, explica.
A continuación se señala a los corderos con crotales (placas identificativas) que muestran el número y el nombre de la estancia en sus orejas, y a finales de diciembre ovejas y corderos pasan a los campos de verano, donde los animales quedarán tranquilos hasta marzo. Entonces, serán bañados con un producto químico para eliminar la falsa garrapata, un melófago que chupa la sangre y tiñe la lana de amarillo.
“A veces a los animales de la estancia de al lado no les bañan y contagian a los tuyos, pero eso es inevitable”, dice Marco como si eso fuera el pan de cada día.
Tras bañarlos, el año ganadero comienza de nuevo. Los animales regresan a los campos de encaste.
“Hay que revisar que los carneros tengan buenos testículos, pene y uñas, y que las ovejas no tengan mastitis. Si no, solo sirven para carne. La parte de la selección de animales es la que más me gusta”, confiesa este hombre de campo.
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Una estancia muy particular
La entrevista toca a su fin cuando Ian Mac Lean, administrador de La Península, llega al calor de las brasas. Casi por no perder la esperanza, lanzo una pregunta al aire para la que sé que muy pocos tienen respuesta. “¿Conocen lo que es el manejo holístico de pastizales o manejo holístico ganadero?”
“Claro, lo aplicamos desde el año 2006”, me dice este joven con una sonrisa.
En esencia, se trata de un sistema que posibilita la regeneración de los pastizales, logrando suelos biológicamente más activos con mínimo nivel de insumos. Como resultado, el manejo holístico aumenta la producción de forraje, la carga animal y la rentabilidad y, al mismo tiempo, se secuestra carbono en el suelo, contribuyendo a mitigar el cambio climático. En definitiva, una auténtica revolución café. Sin embargo, y pese a que cada vez cuenta con más seguidores en todo el mundo, se trata de una técnica minoritaria.
En La Península no solo lo aplican, sino que su precursor, Allan Savory, ha estado aquí.
Entonces Ian me habla de la importancia de la planificación para saber de cuánto pasto disponen, de que han descubierto que tienen que tener un periodo de resguardo de mínimo de 90 días para sus campos, de cómo han visto que el agua ya no se evapora del suelo como antes y cómo la tierra está mejor, entre otras cosas.
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“Ahora queremos ponerle collares a los animales para saber su ubicación y cómo delimitar los potreros, ya que, debido a la nubosidad de la zona, los GPS no son 100% fiables. Así, además, sabemos qué pastos les gustan más y cuáles menos”.
Pero no solo eso. Javiera de la Fuente, diseñadora y relacionada con el mundo de la ingeniería, también se ha involucrado en el proyecto. Gracias a su prototipo de infrarrojos, pueden medir la cantidad de fotosíntesis que hacen las plantas, la temperatura, el viento, la humedad del suelo, del aire, la cantidad de lluvia y el CO2 en el aire.
“Son conceptos que usa la NASA pero a escala mínima, súper reducida”, explica.
Entre la tradicional esquila de ovejas y el chip Raspberry pi de última generación con el que funciona la estación de Javiera hay cientos de mundos intermedios que escapan a mi entendimiento. Pero lo que sí logro vislumbrar es que, en La Península, con Marco, Ian y Javiera, algo especial sucede en este paraíso que mira al fiordo Última Esperanza.
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