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#metronuevayork
periodismoviajero · 5 years
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Ratas en el metro
Las ratas del metro. ¿Ya he hablado de ellas? Me fascinan. En general me atrae muchísimo todo lo que pasa bajo la superficie de Nueva York porque es como una segunda ciudad. Sucia, decrépita, que va a mil por hora, que parece un laberinto donde es imposible no perderse de vez en cuando y donde las ratas son las reinas. ¿Me he inventado que hay un canal en youtube con los videos que la gente sube de ellas? Lo voy a mirar. De lo que sí estoy segura es de la cara de asco de mi jefe al contarme que un día vio a dos copulando. Aún no entiendo por qué tanto escándalo con eso.
A mí ellas no me dan miedo ni asco. Ciertamente viven en ambientes asquerosos, pero no me las imagino volando hacia mí, como sí podría hacer alguna especie de cucaracha, ni pegándome un bocado. Los neoyorquinos ya se encargan de tirar suficiente mierda a las vías del tren como para tenerlas rechonchitas.
En fin, que donde algunos las ven y ponen cara de desagrado, yo deseo que el tren tarde un poco más en llegar para poder espiarlas. ¿Qué esperaban? Sí, soy rara. 
Pero no solo de ratas vive el metro. Hoy he visto los pies más grandes del mundo. Eran de un negro que me daba la espalda y no le he podido ver la cara, pero sí esos formidables soportes rojos y blancos sobre los que se sostenía. Discretamente he puesto mi pie al lado del suyo para calcular su número. Dos pies míos, uno seguidito del otro. He levantado la mirada esperando encontrarme a alguien altísimo, pero aquel fenómeno no mediría más de 1'90. Increíble, seguro le pisan todo el tiempo. 
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periodismoviajero · 5 years
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Piruetas en el metro
Un chico negro delgadito entra en el vagon del metro. Viene con su equipo de música para hacer algún show y pedir dinero. Hasta ahí nada nuevo. Antes de empezar, anuncia que su espectáculo está a la altura del programa America's Got Talent. Yo pienso que vaya ego tiene el chaval, pero no alcanzo a descifrar lo que dicen las caras a mi alrededor. Ni siquiera estoy segura de que le hayan prestado atención. 
Comienza la música y el tiempo se detiene. Piruetas, movimientos de precisión milimetrados. La gorra puesta, quitada, se la lanza a un pasajero para que se la devuelva. Se quita la zapatilla de una patada y acaba en el espacio entre su hombro y su cuello. No me ha dado tiempo a ver cómo lo ha hecho. Un segundo después está colgado como un murciélago de las barras del tren, y otro después está chocando las manos de los espectadores, que ahora sí han dejado sus móviles y empiezan a sacar dólares para este genio. 
La despedida del chico no puede ser más neoyorquina, con ese punto de chulería y agresividad que les caracteriza. «Ahora podéis dejarme algunos dólares o fingir que aquí no ha pasado nada». Yo, desde luego, no finjo.
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