Tumgik
#lo de los pies no es un eufemismo
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Increíble que con el poder de la luz y el dinero ya no me salen pelos en los pies
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giorgio--lavezzaro · 8 months
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Hospitalidad recobrada
tres
a Julieta, compañía y palabra, inquebrantable cada vez
(Del lat. hospitalĭtas, -ātis).
3. f. Estancia de los enfermos en el hospital.
Despertar en la madrugada, temblando. Levantarse a buscar una pastilla, todas ellas, para aligerar la piel convulsa. Dudar frente a la prescripción indicada pero también sobre qué hacer. Regresar, tras el fracaso, a la cama. Palpar la permanencia del temblor desde los pies hasta los dientes. Pensar en la última salida: ir al hospital.
*
No tuve seguro social durante un tiempo. Implicaba vivir en la incertidumbre frente a la posibilidad de que el cuerpo sucumbiera a la enfermedad o al accidente. Pero ahora que estoy asegurado, sé que esto implica una paradoja: no estar seguro de que, en caso de enfermar, se pueda tener atención. La primera vez que caí en una sala de urgencias conocí el eufemismo del lenguaje frente al apremio; no importa si es por una bala o un agujero en el estómago, una fractura o una luxación de hueso, un parto o un intento de suicidio, siempre hay filas en qué formarse, gente esperando camas o doctores o el alivio de la muerte. La burocracia que se permea en las instituciones hospitalarias fractura el amparo que se espera de un médico.
            Es imposible saber esto la primera vez. Fantaseaba con llegar a la sala de urgencias y que estuviera habitada, repleta, por doctores —éticos y profesionales— listos para recibir cualquier enfermedad; que el cuerpo humano ha sido traducido desde sus síntomas, que no hay dudas frente al diagnóstico o el tratamiento; que llamamos doctores a los médicos porque apelamos a ese halo metafísico que los exime del error. Pero no es así; creemos demasiado en los simulacros cinematográficos o, durante la enfermedad, la fe aflora. O el imaginario colectivo se desborda en la figura del médico e imaginamos que ellos dejan de ser humanos, susceptibles de error, por el hecho mismo de que se deposita, ciegamente, la vida en su tacto.
*
Salir durante la madrugada con rumbo al hospital. No saber a dónde ir. Intentar un pensamiento rápido, lúcido. Fracasar. Depender, enteramente, de la pareja. Confiar en que frente al peligro de muerte —fantasma implícito del dolor súbito— ella sabrá qué hacer. Llegar entonces a la sala de urgencias luego del trayecto incómodo, tortuoso, de un lapso que parece inagotable.
*
Lo primero que me impactó en la sala de espera al llegar con una urgencia fue mirar a la gente que se acumula y se instala: pacientes todos, de la enfermedad o de la espera. Lo segundo que me sacudió fue olvidar al mundo y pensar, exclusivamente, en mí. Como si en ese momento no me interesaran los males ajenos, sólo saber cuánto tiempo pasaría entre el dolor y la cura —porque asumía, otra vez víctima de la mentira o la fe, que ésta llegaría en ese lugar.
            Al inicio pensaba con cierta ira, aunque fuera por instantes, que nadie merecía atención antes de mí; deseaba, con la misma rabia efímera, que ninguno estorbara el camino. En ese lapso miraba de soslayo a la gente aglomerada en el mismo cuarto e imaginaba inverosímil que todos tuvieran emergencias al mismo tiempo. Después, al ver la fila en la que habría que ser paciente, llegó un cierto alivio —aunque ahora sé que fue producto del azar—: apenas una persona más iba a urgencias aunque había muchos enfermos en la sala. Luego arribó la espera.
*
Aguardar. Ver las caras y los cuerpos rápidamente, como en fuga: apenas pasar la vista por los otros como una caricia involuntaria. Ensayar historias detrás de algún paciente. Abandonarlas, de inmediato, por el dolor que, por un momento, se olvida; como si llegar al hospital implicara por añadidura el alivio. Ver con más detalle quien va delante en la fila. Imaginar qué le ocurre haciendo un collage con los comentarios de los familiares, las imágenes de sus rostros, las facciones del paciente y la fantasía propia. Diagnosticar con premura y juzgar: no es más grave que lo propio. Luego saber la realidad y resignarse. El otro llegó primero.
*
En los gestos de los pacientes adivinaba su estado. Si en los ojos anidaba el desasosiego era un familiar. Era un enfermo, en cambio, si la boca o el rostro se deformaban con el malestar del cuerpo o de la carne viva o de los órganos pudriéndose. Luego intentaba hacer un conteo, diez, treinta, cincuenta personas. Quería saber qué hacían ahí los enfermos que no tenían una urgencia. Pero el dolor que descompone el pensamiento hizo que las preguntas quedaran irresueltas y las abandoné. Frente al padecer propio, la vez prima en que se encarna la urgencia, parece imposible compadecer.
            Los minutos se agolpaban, implacables, con el sufrimiento. Cada segundo agrandaba el malestar que antes había sido atenuado frente al oasis de la posible mejoría. Un solo paciente antes y, de cualquier modo, esperar. La demora en la atención en la sala de urgencias es la más larga. Luego de estar estático por un tiempo la inquietud se desborda; fue posible pasar al médico, al fin, pero en esa ocasión, la ironía derrumbó la fe.
El médico residente me revisaba de acuerdo al manual; pasante en toda forma, casi médico de estancia pasajera en ese hospital. Hacía las preguntas que se deben hacer según los síntomas referidos —o a los que sí prestó atención. Cuando el residente no encontró la respuesta que buscaba, llegó la verdadera ironía, plagada de angustia: el médico no sabía qué hacer. Entonces no quedó sino atender la improvisación del pasante: las preguntas necias, los callejones, las pruebas de gabinete o lo que ordene el médico —aun si la orden sólo sirve para que el residente ensaye: como en los partos en que una incisión es innecesaria pero se foguea, una y otra vez, hasta que la navaja hiende la carne, pues el interno necesita aprender a usar el escalpelo en un paciente vivo.
*
Recordar de pronto la toma de un medicamento nuevo —un antiparasitario, por ejemplo. Pensar en los efectos secundarios. No. Eso no es. Hay algo mal. Sentir un dolor tan preciso que abarca el cuerpo todo; aunque se focaliza en un órgano particular, migra por todos los sistemas, infectando al organismo. Provoca el temblor.
*
Le dije al médico cuál podría ser la causa desde el ínfimo saber que todos albergamos —ese que llamamos intuición—: le comenté del medicamento y el dolor insistente debajo de las costillas, pero algunos doctores cuentan con párpados al interior del oído y los pueden cerrar a voluntad —sea por el juicio experto que acalla al profano, sea por la presión o el cansancio—; como si no hubiesen escuchado nunca aquel adagio que dicta “lo doctor no quita lo pendejo” o como si, presas del terror que provoca el equívoco en materias salubres, se negaran a escuchar sus propios errores.
Obedecí las indicaciones porque no tenía otra opción: estaba en un edificio de Salubridad, sin seguro médico o manera de pagar atención privada; sólo quedaba aguardar o tener confianza en que el médico hallara la respuesta; por eso no me importó en ese momento que la solución fuera someterme a un electrocardiograma cuando el dolor provenía del hígado; aunque claro, no era posible saber en ese instante que me dolía ese órgano porque el conjunto de los síntomas no parecían abrazar esa idea; el médico no había escuchado que sentía un dolor agudo debajo de las costillas, del lado derecho; o sí lo escuchó pero no pudo estructurar alguna hipótesis que le permitiera formular el diagnóstico.
            Entonces sentí la resignación hasta el órgano del cuerpo en que palpitaba la agonía —porque con los fantasmas desbordados tenía la idea, fugaz pero terca, de que podía morir.
*
Tomar el cuerpo propio junto a la orden del doctor arrastrando el paso. Acudir a otro departamento del hospital sólo para ver que el técnico no está. Enfrentarse, otra vez, a la espera. Desear desde el suplicio no ser más paciente, sea porque de pronto la enfermedad se agote, se canse o termine de surgir, o porque ya no se tenga que permanecer —en el hospital o en la vida. Mirar, desde la “atención” médica, cómo transcurren residentes con el tempo raudo; personas que parecen hacer su servicio o prácticas profesionales con el cronómetro en los pasos. Imaginar, desde la impaciencia, que sólo buscan liberarse del asunto de servir con la acumulación de horas.
*
Le pregunté a cada hombre o mujer uniformada por el técnico que debería estar en cardiología, pero fue igual, o menos productivo, que contar las líneas en el suelo —esto al menos sirvió como distracción. Cada enfermera o residente o especialista o médico parecía tener algo mejor qué hacer que buscar a un técnico; fuera que estaban por comer o tomar algo —iban con sus meriendas o cafés en mano, sin voltear a ver—, fuera porque estaban por terminar su turno o, incluso, porque verdaderamente estaban atendiendo a otro paciente que, para este punto, parecía la excepción más que la norma. El resultado era el mismo. Se yaga al decir “señorita”, “disculpe”, “perdón que lo interrumpa”, “¿podría ayudarme?” y otras fórmulas que buscan llamar, ya sin fe, un milagro: recibir atención dentro del hospital. Se llaga al escuchar “ahora no”, “estoy ocupado” o el silencio, sin mirada o gesto alguno, cuando el personal hospitalario pasa de largo. A veces la espera hace más daño que la enfermedad misma.
            Luego de minutos que pesan como horas, cuando llegó el encargado, noté que era un practicante más —aunque a todas horas los residentes reciben su instrucción novel en la práctica médica, recibe la novatada quien fantasea que en cualquier momento del día una eminencia curará el malestar: los doctores también necesitan aprender. Luego me sometí a las indicaciones frías como la plancha de metal en que me tendí. “Quítese la camisa. Quítese objetos metálicos, sí, también la cadena y el anillo”. Donde cada orden se sentía como si el muchacho dijera “me interrumpe, quiero regresar a lo que estaba”. Fue un ejercicio de conformidad; guardé silencio mientras el técnico puso, desde su celular, algún video de música a todo volumen; dimití de la palabra y acaté el modo en que la realidad se me imponía, a puñetazos.
*
Desear, con las pocas fuerzas que se acopian, que el mal migre hacia el personal hospitalario; la primera vez que se enfrenta la manera en que la burocracia muta e infecta cualquier edificio gubernamental, la rabia invade el cuerpo, lo afecta más que la enfermedad. Querer entonces que cualquiera encarne el malestar propio, el médico profano, los residentes o los técnicos sordos, y que luego, a fuer de la ingesta del tiempo, el personal deje su bata blanca y regrese al estado de la enfermedad; que pruebe la espera desde el otro espectro de la burocracia.
*
Luego del silencio, retorné a la sala en donde la multitud aguardaba, mientras el médico residente, ahora desaparecido, volvía a su consultorio. Cuando estuve ahí, una sensación trasmitida desde el ambiente se filtró por mi nariz: olía a enfermedad. Luego de que la madrugada se hizo más oscura con el giro de las saetas del reloj, el dolor se hizo tolerable, no porque disminuyera sino porque se fue convirtiendo en norma. Con la costumbre del mal en el cuerpo es posible ignorar, por ratos, su opresiva estancia en el organismo. Entonces pude volver la vista a los pacientes e intenté, como al principio, descifrar su motivo de consulta.
            La respuesta llegó con el arribo de un nuevo enfermo, sitiado en una camilla. Los camilleros hablaban encima suyo creyendo que la enfermedad lo hacía olvidar el español. “Tiene el estómago perforado” dijo uno como si fuese cotidiano lidiar con un agujero en las vísceras o como si, con ese gesto, pudiera convencer a alguien —¿a quién, por cierto?— de que el enfermo fuera atendido pronto; “no viene con familiares”, remató, con un cierto pesar, acaso porque debía acompañarlo mientras lo archivaban o quizá porque era nuevo, como yo, y no sabía qué hacer frente al asunto. “No hay cama disponible; hay otro enfermo con la misma situación que llegó primero”, contestó el otro, monótono, conforme con el sistema hospitalario, acostumbrado. Entonces la revelación me golpeó desde la mirada enferma de quien agonizaba frente a mí, solitario, desde la angarilla: los otros pacientes no tenían una emergencia, simplemente no tenían otra opción más que permanecer: estaban ahí, cómo el recién llegado, aguardando que una cama se desocupara —por la salvación o la muerte—, presos de la inmovilidad. A veces, la enfermedad misma es más tolerable que la espera.
            Pero otras veces, también, la espera misma puede curar. Tras el martirio de la (des)atención hospitalaria llegó un hombre claramente malherido —el del vientre horadado— con el malestar colgando de la voz, y éste parecía mirar el padecer de otro ser humano. ¿Cómo podía compadecerse de alguien más cuando él mismo estaba agonizando? No dijo nada con los labios pero su mirada parecía transmitir el mensaje: él ya había estado ahí antes, otras veces; sabía lo que enfrentaba al llegar a un hospital de gobierno; por eso podía, o así lo imagino, compadecer a quien sufría más que él, acaso un anciano con la cadera rota o una mujer con una fuente sanguínea brotando de sus sienes. Entonces, casi de improviso, salí del trance de la enfermedad, ese que revuelve los deseos propios hasta la desesperación. Regresó de golpe la compañía que siempre estuvo ahí; no porque se hubiera ido, sino porque había dejado de notarla por estar sumido en la incomprensión del sistema. Volví a notarla a ella, quien también preguntó a los doctores, que buscó por sí misma al técnico o que sostuvo mi mano, consuelo máximo en la enfermedad, cuando el temblor no cesaba. De pronto entendí que si no apalabré nada sobre el dolor o la queja, no fue porque haya sido estoico o mudo, sino por el latido que palpitaba cerca, ese que procuró que su voz fuera mi grito o un reclamo. Ella fue quien verdaderamente supo que en el infierno de la espera, enfermos y familiares se vuelven una hermandad.
dos
2. f. Buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros o visitantes.
Estar en cualquier sitio y enfrentar la pequeñez humana. Tener un accidente. Volcarse hacia el suelo y adoptar la posición más protegida pero, también, más vulnerable. Imitar al feto y retraerse sobre sí. Ahí, en lo mínimo del gesto, se pide ayuda con el cuerpo o con el grito. Algo no está en su lugar.
*
No importa que nunca haya sucedido antes, cuando un hueso deshabita su órbita común o se parte en dos dejando astillas: el cuerpo sabe que algo no está en su sitio. Pero para quien, como H., ya conoce el dolor de un hueso dislocado, en cuanto rompe su estancia habitual, se tiene el diagnóstico en el acto. H. piensa que es una paradoja saber qué pasa, qué debería hacerse y, sin embargo, no poder resolver nada por sí mismo, depender de los demás. Porque para H., con el hueso luxado, mover un brazo o una pierna, rito casi involuntario de la costumbre al caminar, se vuelve una duda. Como si tuviera la consciencia de que el cerebro ha enviado una orden y que, por un tránsito lento en las terminaciones nerviosas, la instrucción no llegara a la extremidad correspondiente o ésta optara por desobedecer. Entonces H. prueba con otras partes del cuerpo: manos, ojos, labios, dedos; todo funciona normal. El problema está, desde el dolor hasta la quietud de los músculos, donde la extremidad no responde. Luego viene la incertidumbre, acaso el miedo. H. se sabe a la deriva, a merced del trato de otros.
            Más tarde, tras algunos segundos de incomodidad en el suelo, H. siente el abandono en la concurrencia. La gente se aproxima y luego vuelve a lo suyo. Prefieren hacerse a un lado mientras él piensa en la miseria que implica ignorar al otro. Luego el dolor le genera actos involuntarios. Un grito desnudo, franco, se escucha por los demás en aquel sitio, luego del accidente. La pareja de H. llegó inmediatamente, sí, pero la soledad aplasta en el percance; las esquirlas óseas sajan los músculos por dentro, como las saetasque, cuando avanzan implacables su camino por las horas también se encajan en la carne, como saetas que se disparan y perforan los músculos.
*
Ver en torno, círculos concéntricos, luego el mareo. Intentar levantarse y fracasar, como si el resto de las extremidades se rebelaran frente a las órdenes de incorporación. Eso. El cuerpo fragmentado, respondiendo por sí mismo ante cada estímulo, a su modo, escindido de la consciencia. Volver la mirada sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Recordar el seguro médico. Evocar los procesos anteriores y suponer que todo será rápido. Acudir a una clínica de salud.
*
H. se transporta con un miembro dislocado y el trayecto multiplica el peso de su brazo. Las vibraciones del camino se incrementan, dolorosas, en el interior; como si cada bache o irregularidad del asfalto emitiera ondas que, dentro de su cuerpo, hicieran crecer el malestar. El chofer del taxi, con toda la empatía que puede sostener, acelera. Piensa, o eso parece, que la mejor manera de ayudar es hacerse a un lado: llegar rápido al destino y dejar al pasaje para que otros, médicos o enfermeros, lo auxilien. Entonces H. piensa que no estorbar también es una manera de prestar ayuda; ceder el paso o aumentar la velocidad, aunque no le parece suficiente: en el dolor no se mesura el peso que tiene un grano de sal. Cuando llega a la clínica, al fin, su cuerpo reconoce la posibilidad de la descarga y parece exigirla con mayor prontitud; entonces el malestar crece hasta el punto en que piensa, pero se equivoca, que no puede ser mayor.
            La sala de espera de una clínica no es muy diferente a la de un hospital. Gente agolpada en los asientos aguardando atención. Pero sí existe una disparidad grave. En aquellas salas, las de hospital, alternan los enfermos entre los que acuden a urgencias y los que perseveran en busca de una cama; en una clínica, toda persona necesita atención de urgencia. Esto le impone a H. una realidad que le desploma el ánimo: parece no importar la seriedad del asunto, cada uno será atendido según haya llegado. Pero de inmediato se sobrepone o quiere evadir el estado en que se encuentra; evoca que, la primera vez que se luxó, en provincia, la atención fue pronta; como si un halo de importancia lo hubiera envuelto y con él, sin entender cómo, saltar la fila y a la gente; recuerda aquella vez que lo atendieron en primer sitio y asume, otra vez equivocado, que esta vez será similar.
*
Desplomarse sobre el asiento. Escuchar, luego de unos segundos, el nombre propio. Usar las fuerzas todas para incorporarse y llegar hasta donde nace el llamado. Caminar un poco pensando en que serán los últimos instantes de dolor; suponer que en escasos minutos todo estará bien. Llegar hasta la ventanilla para recoger el carnet y escuchar “tome asiento”. Volver, asombrado por la apatía burocrática pero también por el aumento del pesar.
*
Entonces una mujer escucha el alegato con las secretarias, el diagnóstico autoimpuesto, y la respuesta monótona de la recepcionista, equitativa para todo paciente. Esa mujer, de la que no sabrá H. su nombre, mira el padecer ajeno y recibe a los extraños. Lo recibe. No le dice bienvenido o le ofrece algo para calmar la angustia; en cambio le indica que permanecer en ese sitio será una pérdida de tiempo, que no hay ortopedistas en una clínica familiar y que, luego de que el médico en turno haga una revisión de rutina, canalizará el problema, burocratización de la paciencia, a otro lugar.
            La primera reacción que tiene H. es incredulidad. No cree posible que ignoren, totalmente, el padecer humano; que puedan indicar la permanencia aunque el enfermo, en ese lapso, prolongue el dolor innecesariamente. Pero sí. El tratamiento indicado para la urgencia es la espera. Aunque luego de ver los rostros enfermos, desfigurados por el dolor, H. entiende que, frente al mal cotidiano de otros, la costumbre impera, como una capa protectora, y exime a la gente de sentir empatía y compadecer: el personal hospitalario necesita persistir frío para garantizar la atención más justa —la que el manual indica— a todo enfermo y cada situación. Entonces H. supone que puede estar encima del sistema, que podrá ser atendido, como antaño, inmediatamente; si no es en el seguro social, que sea en atención privada. Llama por teléfono a su médico particular y, equivocado por tercera vez, piensa que la cesación del mal vendrá porque puede pagar por ello. Pero tampoco el doctor particular puede hacer nada o no está dispuesto, porque es tarde o porque no quiere correr algún riesgo profesional. Sugiere que H. se ponga en las manos del radiólogo y, luego, del ortopedista. El entorno reduce el ego: H. se reconoce en la sencillez del padecer propio. Sólo entonces puede agradecer que otra persona pueda, y quiera, dar lo que tiene: ceder, el paso o la información, aumentar la velocidad, brindar compañía; porque no le parece suficiente pero se da cuenta de que es bastante; que aquella mujer bien podría, sencillamente, olvidar su presencia y centrarse en el propio padecimiento como H. lo ha hecho desde que llegó a la clínica. Pero H. no puede sentir ese bálsamo que reconforta antes de la atención médica sino en retrospectiva. Porque ese gesto mínimo no fue sosiego inmediato pero logró sortear, al menos por tres horas de diferencia, la extensión innecesaria del padecimiento.
            Entonces H. mira que frente al desafecto del sistema de atención hospitalaria, recibir al huésped no está sólo en manos del personal, sino en la gente que arriba, extraños todos reducidos a la cualidad del extranjero, por la enfermedad o el accidente. En el terreno en que los forasteros se encuentran pueden permanecer ajenos o convertirse comunidad en el exilio.
            Cuando canalizan a H. y llega, de nuevo, a un sitio donde habrá que aguardar, la sala del hospital —esa que imaginaba no sería necesaria visitar— evoca aquella primera vez en que tuvo un accidente: el trato pronto, saltarse las filas. H. descubre un lado oculto de la burocracia: cuando estaba en provincia lo pasaron primero, no por tratarse de una urgencia mayor al resto de las personas, lo trataron pronto por ser de la ciudad. Se da cuenta de que los huecos por los cuales se filtra una atención que ignora el temple de la hilera, un trato diferenciado por estratos económicos o juicios políticos, tampoco es lo que brinda confort. Entonces le dice a su pareja que, si llega algún enfermo más grave, cedan su turno; o bien, que aquel enfermo que está sólo, aguardando el diagnóstico o el tratamiento, reciba su compañía, lo que pueden dar: ceder el paso o entregar unas palabras en la espera, aligerar el tratamiento mientras llega la atención médica. Cualquiera que recibe al foráneo aligera la impotencia, la rabia o el apremio: acoger rehabilita.
uno
a papá Enrique, por encarnar la hospitalidad
1. f. Virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades.
Despertar, en el asfalto, con la testa a punto de romperse. Sentir, desde el cobijo de la calle, la desesperación, la sed que ahoga. La garganta partida en dos emite sólo onomatopeyas de la ciudad o de la bestia interna; chirriar como el óxido o emitir un bramido. Palpar la crudeza del sol a mediodía. Ver la sombra, oasis del ardor, a unos cuantos metros. Percibir que el cuerpo no logra incorporarse. Intentar la memoria, recordar cómo se llegó hasta allí. Pero la cabeza a reventar, el sol y la sed bloquean las imágenes. Sumirse en la impotencia.
*
¿Qué pasa cuando se llega a casa y hay un hombre tirado, dormido o intentando el bálsamo del sueño, frente al pórtico de la casa propia?, ¿se mide la suerte propia al comparar?, o ¿llega el franco desprecio y, con él, la manera de nombrar a un hombre borracho que padece resaca? Un indigente. A partir de los conceptos se hace una categoría. Al nombrarlo se puede, casi forma involuntaria, ensayar escenarios de cómo llegó ahí:
            El abuso del alcohol y la falta de trabajo que hizo que su familia, luego de soportar robos y maltratos, lo echara, al fin, a la calle. Verlo convertido en maleante, pandillero o miembro de una banda, asesino a sueldo que, en una mala jugada, terminó en prisión y luego, tras no hallar cómo levantarse, terminó en la calle. Puede ser de otra forma:
            La decisión amotinada, inentendible para el mundo. La resistencia última a toda atadura social y llevarla hasta el extremo: la vida sin horarios o reglas que acatar. Pudo ser diferente:
            La pérdida de empleo, la búsqueda frenética, la soledad; luego el robo, la cárcel, el ciclo que se repite. Esa misma historia puede tener variaciones:
            El desempleo, sí, pero luego el hambre; los intentos por deambular por medios propios, subir al transporte con dulces o discos, bajar con la misma mercancía y menos voz; luego el desalojo de la vivienda; la calle, al final, luego de la angustia y el extravío en los callejones; la posible locura. Revolver las variantes:
            No hay desempleo ni familia; sólo un hombre libre que se instala en la calle, que no necesita nada salvo el hambre y lo que sea que llene el estómago. Tiene todo lo que necesita en su costal para sortear al mundo: un par de mudas, acaso un cuaderno y una botella de licor; trotamundos o viajero del camino.
Pero luego una especie de reflejo, narciso torcido en los desechos, nos hace ensayar, otra vez:
            Sólo un accidente. Una mañana o una tarde sale de casa y un autobús rompe los esquemas y los huesos; luego el hospital, mientras la consciencia regresa; la amnesia, el desalojo hospitalario, la calle; después el rumbo extraviado, la pérdida del lenguaje, de todo contacto con el mundo. Entonces ese indigente se vuelve espejo de una realidad que nos provoca horror: podría ser uno mismo.
            Pero fantasear en pasarlo a casa, darle alimento, acaso ofrecerle baño o cama, implica sucumbir a los demonios del miedo. La fantasía del ladrón o el asesino o el monstruo rompe cuando se intenta sortear el bulto del suelo para llegar hasta el portón del edificio. Bien, se piensa, puede que no merezca la calle pero tampoco es menester ayudarlo; quizá se pueda entrar sin ser notado para que cada uno siga en lo propio. Pero es imposible pasar desapercibido porque el cuerpo en el piso bloquea el paso completo y, al brincarlo, por el ruido o la presencia propia, el bulto despertará.
*
Sudar el miedo. Sentir la presencia de otro, luego del día completo de las sombras que pasan y regresan. Evocar el dolor en las costillas, quizá rotas o molidas, pero la visión nublada del recuerdo que empaña la certeza; no saber si los moretones vienen de una caída, un encuentro a golpes o la punta del pie de alguien que arremetió contra la carne trémula. Provocar, con el miedo, el espasmo. Temblar, como si la única defensa del cuerpo fuera moverse, aun en el mismo sitio. Murmurar un rezo. Pedir, a la nada, piedad.
*
Se entra a casa, solo, pero con la imagen prendida de las sienes. No es posible desprenderse, rápidamente, del cuerpo que habita el terreno que ya no es propio: la frontera que divide la posibilidad de un hogar o un refugio de la calle. Se siente la intranquilidad cuando uno se desviste, sin pudor, en el cobijo que el cemento procura frente al desamparo; es angustia que vive debajo de la piel, que no admite confort externo, que habita la consciencia. Se usa el baño para vaciar el cuerpo sólo para encontrar alivio y a la vez incomodidad; la imagen del bulto en la entrada, envuelto en el hedor de sus propios desechos, acaso mojado todavía de orina, llega hasta las fosas nasales. Precipitarse, entonces, en la regadera; se tiene la sensación, incluso el asco, de que algo de aquel bulto se pegó, aunque sea el olor. Entonces el agua caliente, el jabón y los productos para el cabello no funcionan porque, aunque el aroma se va por completo, hay algo que se metió debajo del humor y sigue palpitando con la niebla que levita de la piel humeante, incluso cuando el vaho de los espejos se ha secado. El disgusto regresa con la cena porque los alimentos llevan, escondidos, el reclamo por un estómago vacío, de días o semanas, y no se sacian con el hambre efímera, apetito “clasemediero”. Luego vienen las arcadas, secas; el regusto de la comida, las agruras por el exceso, un malestar que ya no se puede disimular.
            Entonces se fantasea que el malestar es culpa del miserable en la puerta. Se piensa que, aunque éste pueda parecer pacífico, podría traer una horda violenta a su barrio. ¿Qué pasaría si llega otro, otros, con el mismo sino y se instalan, ¡a vivir!, en la entrada del edifico? Se podrían echar —¿es lícito correr a alguien de la calle?—, pero ¿con qué argumento si no han hecho nada, si ni siquiera han llegado? El problema es sólo uno, quien habita en el pórtico, pero ¿y si trae consigo, no una comuna indigente, sino un problema sanitario, chinches o liendres? Es una posibilidad. Uno se quiere convencer o formular argumentos para que seguir huyendo del malestar, que viene desde adentro. ¿Se debería hacer algo para quitarlo de ese lugar de la calle —¡si es tan amplia porque habría de instalarse justo allí!—? ¿Cómo se recobra la tranquilidad que se ha vulnerado?
*
Notar el frío, a quemarropa, que saja la piel. Comenzar el bruxismo hasta sentir en la mandíbula castañas, hasta que los dientes se parten y se astillan: castañear. Saberse, de pronto, semidesnudo; sentir la inutilidad del pudor. Luego el sufrimiento, irrefrenable, del estómago; la disentería que obliga a los sólidos a volverse agua; ceder al impulso del esfínter, indomable, y derramarse sobre sí mismo. Sentir un alivio mínimo con el calor de la orina que, antes de que el ambiente enfríe, genera la tibieza que se parece al confort. Intentar levantarse, buscar cualquier cosa para limpiar el desastre; rendirse ante la imposibilidad de estar en pie. Luego el mareo, el hambre que roe las vísceras. Entonces las arcadas, secas; el regusto del mezcal. La resaca que es más que la resaca, una abstinencia tal que puede matar de sed etílica.
*
Es imposible seguir con el simulacro. Hay un resabio de malestar inentendible, una suerte de culpa —¿de causa u omisión?— y provoca insomnio. Como si el único modo de pagar —¿qué, por cierto?— fuera la permanencia en vela, cuidando, desde la fantasía, el malestar del indigente. Luego sobreviene un gesto de rabia, de incomprensión. ¿Pero qué se ha hecho? No hay manera de saber qué ocurrió antes de que llegara a la calle ni cómo llegó hasta ahí; sólo se sabe que uno no tuvo nada que ver; además, no es posible ayudar a todo el mundo — se intenta el consuelo en un lugar común. Luego un desfile imaginario de manos vacías regresan al recuerdo; todas las que han quedado extendidas en espera de caridad y que, por una razón u otra, han permanecido esperando luego de que se transcurre, con la vista oblicua o el paso rápido o la sentencia corta: ahora no. Pero no es cosa de uno que exista la pobreza, que el mundo tenga esas vallas infranqueables; entonces ¿por qué la intranquilidad? Podría ser cualquiera. Vuelve el fantasma. Se siente en la carne el azar incomprensible que nos ha colocado de este lado del muro y nos mantiene ahí.
            Entonces una suerte de empatía: se recuerdan aquellas estancias en las clínicas u hospitales, en esas veces en que se tuvo que estirar la mano para pedir clemencia y, enfrascarse dentro de la justicia hospitalaria: trato igual para todos sin importar la circunstancia o el padecer. La fragilidad del accidente o la llegada inevitable de la enfermedad, esos instantes que arrastran hasta la sencillez del suelo, hasta los límites de lo humano. Volverse, de un momento a otro, pacientes —categoría similar del miserable pero dentro de un hospital. Descubrirse a merced del mundo o convertirse en menesteroso. No gozar de simpatía ninguna o favores que impidan el suplicio; entregarse a la vulnerabilidad que implica dejarse abrir por el escalpelo o permitir que otro acomode un hueso roto. O verse en una sala desierta, esperando una radiografía y mirar cómo el mundo pasa, sin inmutarse, frente al dolor de uno: espejismo del bulto frente a la entrada de casa. Está mal hecho el mundo. Desde ningún flanco de la muralla se ha edificado la civilidad debajo de la civilización.
*
Rogar porque cese el hambre o los temblores o el dolor. Sentir otra presencia, el daño de su tacto. Sumar escalofrío al pánico. Resistirse al contacto, querer soltarse. Y luego la voz que invita, que intenta ayudar. La desconfianza repta hasta los dientes y el reflejo de morder regresa: castañear. La insistencia de la voz o la mano que ya no lastima. Dejar de resistirse, ceder ante la posibilidad de una muerte pronta o el confort de la ayuda extranjera. En cualquier caso el alivio. Imaginar qué clase de persona levanta a otra en la calle, en pleno siglo xxi. Acaso quien practica la medicina o la enfermería; alguien de ayuda humanitaria o quien busca desalojar las calles para dar albergue a la fuerza; un policía que traslada los cuerpos. Descartar las opciones de ayuda. Seguir, no queda otra, los pasos que arrastran hasta alguna puerta, seguramente el último lugar acompañado —porque entre los solitarios la compañía no existe. Disfrutar de todos modos del tacto suave o de la voz que da sosiego. Llegar a un sitio iluminado y perder los ojos, por segundos, frente al bruñido blanco de la luz artificial. Descubrir que es una casa, ni hospital ni albergue ni estación delegación; que no es un médico o auxiliar humanitario o policía quien asiste, sino una persona cualquiera. O no cualquiera.
*
Las dudas y las reflexiones se interrumpen, porque se escucha que, en otro sitio, alguien, desde otra manera de ver el mismo evento, enfrenta el escenario de otro modo. Este es el espectro más insistente, el que quita la calma y llena de preguntas el ambiente: el que habita la contingencia de otra realidad. Porque hace saber que sí se podría hacer algo; quizá minúsculo, sí, pero bastante: dar lo que se tiene, enfrentar la pequeñez desde la que uno mismo puede amparar a un extraño.
*
Otro ve lo mismo pero no lo mira igual: él contempla a un hombre en la calle, no bulto o indigente o miserable, con el estertor de la resaca; luego intuye el sol, implacable, que aplastó toda sombra durante el día; por fin adivina la sed, el hambre, el dolor de cabeza, porque no es difícil, en realidad, notar el panorama que ha vivido aquel día ese hombre en el suelo —el resto son fantasmas inútiles o desasosiego.
            Ese otro le pide a su mujer que prepare algún alimento; el rostro femenino desaprueba el gesto humanitario pero luego es cómplice en la cocina y prepara algo para calmar el hambre mientras el otro dispone el fármaco para la abstinencia alcohólica. El hombre sucio que espera en la estancia mientras el otro, que ya lo ha pasado a su casa, prepara un café con brandy, bien cargado, mientras la mujer sirve los platos. Alimento y trago o maná para el apetito. El hombre que ofrece aquellas viandas sabe en el fondo sabe que, encima de todos los males, el único que puede paliar es el de la cruda. El hombre que era sed, hambre y resaca se vuelve asombro, un pasmo que se ahoga por la avidez al comer y el alivio que proporciona el calor del brandy.
            Cobijó al extranjero, debajo de los fantasmas del robo o el asesinato, y reveló a alguien que sufre y, como cualquiera que padece, agradece el alivio. Aquel hombre, quien ofreció lo que podía, dejó que el otro saliera de su casa, satisfecho, conmovido. Ese otro no aspira a la imagen del héroe, esa que implica emancipar del asfalto al “indigente” y volverlo un hombre “de provecho”. El hecho mismo de alterar por un día el padecer de otro es bastante, aunque nos parezca insuficiente y no calme la pobreza o la desigualdad o el hambre, de una nación, un pueblo o un barrio.
            El hombre de la historia lo sabe: se conforma con ver cómo, por una noche, llegó hasta el límite de sí mismo y una mano vacía se colmó, también por una noche.
*este texto se publicó originalmente en la revista Tierra Adentro, en una versión más breve, actualmente no disponible.
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laguaridadelnagual · 11 months
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#LosJuegos | Sheinbaum, sus zapatos de nube y sus 4.4 mil kilómetros
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Álvaro Ramírez Velasco | @Alvaro_Rmz_V La noche de este jueves, la presidenciable Claudia Sheinbaum Pardo ha sumado 4 mil 456.5 kilómetros recorridos en cuatro días de asambleas informativas, en siete ciudades, de cuatro estados, con traslados por tierra y aire a través de una decena de entidades. La intensidad de su andar, en comparación con la paciencia y hasta la fiaca de algunos de sus adversarios, apunta a que es la única de las llamadas corcholatas que se ha tomado en serio el proceso interno de Morena que, tras 70 días (desde mañana faltarán 65 todavía) de actividad, definirá el 6 de septiembre a la candidata presidencial (o casi imposible candidato), bautizada con el eufemismo confuso de coordinadora nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación (4T). El miércoles, la jefa de gobierno con licencia de la Ciudad de México estuvo a unos 30 kilómetros de la capital poblana, en donde el pasado 3 de junio reunió a más de 50 mil personas en el Centro Expositor de Los Fuertes. La tarde de esta media semana la alcanzó en Apizaco, Tlaxcala, luego de que al mediodía estuvo en Zacatelco. La voz rota de un día anterior, por el cambio agresivo de clima, se había reparado. Ante un auditorio de miles, en la parte trasera de la Monumental Plaza de Toros de esta ciudad, de añeja tradición taurina y cuna de célebres matadores, la presidenciable volvió a la enjundia de sus discursos, para resaltar los logros de la 4T; el legado que heredará Andrés Manuel López Obrador; del papel de las mujeres, que pueden ser todo, “incluso presidentas”; y de la continuidad de la transformación. A donde va la única mujer en esta contienda interna del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) se ha convertido en una generadora de tumultos, abrazos, besos, atención masiva y cercanía garantizada. Anda entre las vallas que la llevan al templete, como aquí en Apizaco, sin cuerpo de seguridad y sin ayudantía. Hay riesgos, pero seguramente calculados. Saluda al paso; abraza de prisa, pero plena en el contacto físico; besa a quien la besa y sonríe; las fotografías abundan; las selfies se han convertido en un ritual indispensable de sus llegadas, de sus salidas y de su convivencia. Va de ropa ligera. El calor lo demanda. Llaman la atención sus tenis: blancos, con cuadros del costado externo del pie; son comunes, de un modelo lejano de la moda de pasarela. Están ligeramente polvosos, tras andar más de 4.4 mil kilómetros hasta este jueves, en que cerró el día en Tijuana, Baja California. Son como el calzado de la estudiante que fue, cuando hace casi cuatro décadas fue una de las líderes del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) que defendió la gratuidad de la educación, desde la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es calzado para caminos largos, de andanzas. Son “zapatos de nube”, como simplificó el poeta Noel Jorge Nicola Reyes (Noel Nicola) para describir a los pies inquietos que no paran de viajar. Con cuidado de no pronunciar las palabras proscritas por el Instituto Nacional Electoral (INE), en este proceso interno morenista, en Apizaco remata Claudia Sheinbaum Pardo: “las mujeres pueden ser muchas cosas… podemos ser todo… incluso presidentas”. A su salida del recinto al aire libre, se aproxima con dificultades a la camioneta que la espera. Va entre una nube de celulares que piden selfies, de besos que van directo a sus mejillas, algunos, y otros se extravían en el aire. Va entre gritos de apoyo y porras. Sube a la camioneta unos segundos, pero tiene que salir de mitad del cuerpo por la ventana, para despedirse y dar los últimos abrazos. Va entre una marabunta. Va con sus zapatos de n Read the full article
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elarchivodeariel · 1 year
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UN REPASO AL PASO DE LA SUBA DEL CAMBIO MONETARIO
Nos encerraron.
Nos dijeron "no me va a temblar el pulso" para obligarnos a seguir encerrados.
Mientras estábamos encerrados y nos asustaban las 24 horas, de lunes a domingo, a través de todas las plataformas de comunicación conocidas, liberaban a violadores y homicidas.
Nos decían a cada rato que somos innecesarios usando el eufemismo de "no esencial", mientras buscaban la "inmunidad del rebaño". De paso, nos trataban como a ovejas, mientras ellos nos pastoreaban hacia el caos.
Nos gritaban por radio y por TV.
Nos dijeron: "Hablen en voz baja, traten de no reír ni cantar. Traten de no respirar". (Te juro que nos dijeron eso, literal).
Nos llamaban asesinos si pedíamos permiso para volver a trabajar.
Teníamos que pedir autorización digital para ir a la esquina, mientras ellos, con nuestro dinero, iban y venían. Y si no tenías celular, te jodías.
Vivíamos tras una máscara, no nos podíamos besar. No veíamos a los que amábamos, por miedo a que, al verlos, pudiéramos matarlos.
No podíamos ir a estudiar, y los alumnos estaban todos aprobados igual.
Denunciaban a los DJ's que, desde los balcones, nos ponían música para alegrarnos un poco.
La economía desbarrancaba, y si nos quejábamos nos denostaban.
Los chicos volvían a hacerse pis en la cama.
Muchos, alienados, escaparon en el consumo de drogas y de alcohol. Y se murieron de eso, pero ¡de Covid no!
El Estado te cuidaba, y si te negabas, en algunos sitios te torturaban.
Muchos se suicidaron.
Muchos se suicidan hoy.
Murió Maradona y ya nada importó.
Aunque condenaron entre todos a un pibe que quería volver a su casa en cadena ininterrumpida de televisión: "A ese imbécil lo voy a ir a buscar yo", decía el Primer Mandatario, y todos lo festejaron.
Un padre obligado a cruzar una frontera interna con su hija adulta, enferma, en brazos.
Una adolescente muerta en el suelo, como un perro callejero, mientras esperaba cama en un hospital.
Un adolescente desaparecido en una comisaría...
Sólo por citar unos pocos casos.
Después, ya sabés...
Foto y video de festejo de la querida Fabiola mientras no podíamos despedirnos de nuestros seres queridos.
Silencio de radio ante tanta gente muerta en solitario.
Lo que importa es el lawfare, aunque no tengamos para comer.
Pisotearon las piedras de nuestros muertos. Sólo les faltaba eso.
¿Sabés a qué se refiere la expresión "no me va a temblar el pulso"?
Cuando apuntás con la mira de un arma, el pulso no te tiene que temblar si vas a disparar.
Ante todo este repaso, el precio del dólar no me asusta ni me parece trascendental.
Y no.
No.
Que no hable de política no significa que, al mejor estilo gubernamental, me resulte indiferente todo lo que nos hicieron, nos hacen, y harán.
Mi resistencia es ser feliz, a como de lugar. La Payasa Filomena cantaba después del listado de muertos diarios.
Eso nunca lo voy a olvidar.
Por eso, señores, yo me mantengo firme en mi decisión de no claudicar: mi alegría y mi paz mental es mía, y de nadie más.
Flavia Vecellio Reane.
Abril 25, 2023.
@FlaVecellio
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salmonintoxicado · 2 years
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Volar
Volar. Esa facultad ovípara que los humanos aprendemos a envidiar desde tan chicos ¿Quién no quisiera poder despegar sus pies del suelo y alejarse de todo? (bueno, alejarse es un eufemismo de escaparse) Todavía recuerdo esas charlas con amigos de la infancia, preguntándonos cuáles eran nuestros sueños (el prototipo de conversación que ya deja de ocurrir mientras atravesamos la pubertad, una de esas tan esenciales preguntas como ¿Cuál es tu color favorito? o ¿Qué dinosaurio te gusta más? que las garras del tiempo arrancaron y borraron de nosotros.
Tampoco creo que sea casual, si se me permite tocar un poco lo absurdo o continuar con mis infantiles ideas, que los superhéroes, entre las sobrehumanas cualidades que estos poseen, una de ellas sea nuestra protagonista: volar. Ese humano (si se le puede decir humano a estos eres cuasi-dioses) que siempre salva el día y que todos admiran también tiene algo que admiramos más allá de él: alas, simbólicas o literales.
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death-anima · 3 years
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Ustedes son una generación débil
Hola, ¿qué tal?, hacia mucho que no escribía por aquí, antes de empezar con lo que me gustaría expresar hoy déjenme decirles que la situación ha mejorado para mí al menos, tengo un auto y aunque es modelo 2000 está en perfectas condiciones y ahora me siento con más libertad de transportarme.
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Tengo un trabajo, aunque es con contrato temporal y tengo inconformidades con él, por lo que creo que saldré el próximo mes y buscaré otra cosa, pero la buena noticia es que oficialmente ya estoy titulado, solo me falta literalmente el título, es decir, el papel, la hoja, pero ya se hicieron todos los trámites y bajo los ojos del mundo ya soy un licenciado, por lo que mis ofertas de empleo pueden ser mucho más variadas. Así que la situación no es tan mala, solamente es saber moverse en el entorno profesional para poder subsistir y tener un buen trabajo.
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Bajé casi 10 kilos, empecé a hacer dieta y ejercicio en septiembre (un mes muy raro para hacer eso) y aunque no me pude pesar cuando empecé, si me pude medir el abdomen, el cual era de 102cm, y calculo que pesaba alrededor de unos 78kg, sino es que 80 (mido 1.72), ahora peso 68kg y mi abdomen mide 87.5cm, mi meta ya la alcancé en peso, ahora es cuestión de mantenerme así hasta Octubre (que es mi cumpleaños) y bajar al menos a 85cm de abdomen, u 80.
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Pero bueno, llevo tres párrafos de nada y no he podido tocar el tema que les quiero compartir hoy.
Pd: Ya nunca pude hablar con aquella secretaria, ya hoy se cumple un año de que me mandaron a mi casa a cuarentena por la pandemia, en un año suceden muchas cosas, así que no supe ni siquiera su nombre, lo cual me pone un poco triste, pero la vida sigue.
La frase del título es una muy dolorosa para mí, ya que implica un contexto en donde a mi y a “mi generación” se nos ve con ojos de ineficiencia en muchos ámbitos, y podrán decir ustedes que eso no me debería de importar, el problema es que esa frase la dijo alguien muy querido para mi, alguien a quien de verdad aprecio y quiero mucho, pero a veces no sabe cuando cerrar la boca y al decir eso la verdad me rompió el corazón. El no se ha de haber dado cuenta, y debió seguir con su vida, pensando que me enseñó una lección, pero la verdad es que solo me hizo notar lo que el piensa de mi y de la gente de mi edad.
Para empezar se me hace algo muy estúpido adjudicarle valores predeterminados a personas porque nacieron en cierta generación, en todos lados y épocas habrá gente de todo tipo, pero esta tendencia empezó cuando en internet comenzaron a llegar los millenials, y los entonces veinteañeros o ya treintones no los entendían, ese era el problema, ahora ellos se estaban convirtiendo en el estereotipo de persona adulta intolerante a lo nuevo que tenia la juventud. 
Un ejemplo que se me viene a la mente para expresar lo que quiero decir es en volver al futuro, el señor Strickland, el cual Marty lo veía como un viejo amargado y anticuado que no dejaba a los jóvenes expresarse con lo que estaba de moda en 1985. Pero imagínense a Marty en el 2021, la verdad creo que tendría rasgos del señor Strickland, o diría que ahora lo entiende en muchas cosas.
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Pero dejemos los eufemismos y las metáforas, me gustaría que nos pusiéramos a pensar, toda esta gente nacida en los ochentas, con niñez en los noventas y adolescencia o adultez temprana en los dos miles, es una generación que en sus primeros 20 años siguieron patrones psicológicos y psicosociales que hoy se intentan combatir o, en casos extremos, erradicar por ser considerados dañinos o anticuados, o ambos.
Es verdad que esta generación fue la primera en usar el internet, ellos traían un sentimiento de rebeldía muy impregnado que no sabían como desatar, hasta la llegada de plataformas como YouTube y Facebook, que antes no solían tener mucho filtro, al igual que la vida en aquellos entonces. Esa es la parte a donde quiero llegar, los “filtros”.
Déjenme contarles una pequeña anécdota, yo recuerdo que cuando tendría unos 9 o 10 años había una sección en un canal nacional (canal 5) llamada cine shock, esta sección generalmente pasaba películas de suspenso o de terror (algunas muy fuertes) en un horario vespertino, es decir como a la 1 de la tarde.
Pues bien, recuerdo estar viendo la tele, cambiándole a ver si encontraba algo bueno, y de repente me topé con una película que se veía interesante en canal 5, cuando de pronto veo la escena de una persona que trabaja en un restaurante como cocinero y lleva unos platos al lavabo, después en el agujero que conduce al drenaje del fregadero ve algo extraño, como un brillo rosa y al querer fijarse se ve una figura emulando a una mano que lo toma del rostro y lo jala hacia ese pequeño agujero en donde su cráneo y su cara son triturados muy gráficamente, mientras que de la tubería brota sangre a chorros y del pobre sujeto solo se observan sus pies aun tambaleando intentando huir de esa insufrible escena hasta que es totalmente tragado por la alcantarilla.
Esa película era “the blob”, el remake de los ochentas, pero como les comenté antes, esto yo lo vi al medio día, con unos 9 años y en un canal de televisión abierta. Después de ver tan vomitiva escena mi madre me llamo a comer y literalmente no pude tragar nada, me sentía asqueado y asustado por la horrible escena que había visto antes, con decirles que mis padres creyeron que estaba enfermo. Luego le conté esto a otras personas un poco mayores que yo (adolescentes), y recuerdo perfectamente que me tildaron de “delicado” y “marica”, diciendo que ellos tenían “estomago de acero”. Desde entonces no soy tan fan de las películas gore o de body horror, mas bien las de terror psicológico o de suspenso. (Incluso al pensar en esa escena me dan náuseas y malestar).
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Pero ese es al punto al que quiero llegar, de personas que crecieron en una época en donde no se tenia tanto filtro para absolutamente nada, en donde un niño pequeño podía ver una película de terror gráfica y sangrienta al medio día en televisión abierta, en donde los roles que el hombre debía trabajar y la mujer debía servir a la casa, y que si eso no se hacia era algo malo, estaba bien visto, en donde era divertido denigrar y burlarse de una persona por su orientación sexual o religión, y si se podía agredirlo para que fuera alguien “normal”, era algo bueno en aquel entonces.
Hoy por hoy muchos de esos estereotipos y comportamientos se están intentando combatir, algunos de manera ridícula y extrema es verdad, pero a fin de cuentas se esta buscando que haya mas respeto y sensibilidad hacia el prójimo, mas de la que había antes.
Si bien es verdad que hay energúmenos que andan buscando estereotipos tóxicos hasta en los granos del arroz, y que quieren que el mundo sea acorde a como ellos piensan, y no a cómo debería beneficiarles a todos, los hay. 
Pero eso no quita el hecho de que se busca una mejor convivencia y aceptación hacia cosas que antes se creían “incorrectas”, porque no se entendían y lo que no se entiende parece ser malo, o al menos así suena el razonamiento de estas personas, pero nos tildan de ser una generación la cual según es dependiente, mimada, caprichosa y fiestera, que no se saben “ganar la vida” y que todo lo quieren hace cómodos desde su casa, pero…¿Qué no eso es señal de que el mundo está avanzando?, ¿El acceso a un mejor nivel de vida?
Vamos a otro pequeño ejercicio de imaginación, sitúense en los años 20, la mayoría de los hombres de un pueblo son jornaleros, sin educación, apenas saben leer y escribir, otros se manejan con un vocabulario menor a 150 palabras, y de pronto uno de los niños del pueblo crece, estudia hasta la secundaria y se hace trabajador de una oficina recién abierta en el pueblo, ¿los demás jornaleros que dirán?, que es un cómodo porque su horario de trabajo es de 8 horas en lugar de 16, que es un inútil porque no sabe montar a caballo porque y se va en autobús a su trabajo, que es poco hombre porque no toma ni dice groserías, que no se gana la vida de manera honesta porque no tiene callos en las manos, y que es un delicadito porque su piel no está quemada por el sol, ¿ven a lo que me refiero?
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He leído bastantes artículos sobre las opiniones o la visión que tienen generaciones pasadas sobre esta, y aunque siempre digan que lo pasado siempre será mejor, eso es una trampa psicológica que solo guiará a la mediocridad y la intolerancia, porque si nos ponemos a ver lo que pasaba en otras décadas, muchas cosas son muy macabras: Guerras mundiales, bombas atómicas, masacres, genocidios, discriminación, ignorancia y muchas cosas antes eran bien vistas que hoy serían incluso un crimen, por lo mismo, antes la gente vivía sin tantos filtros, sin tantas reglas, pero el mundo era mas caótico y difícil, mas ríspido y crudo, y aunque se considere que el soportar o haber salido “bien” de eso una virtud, la verdad es que no.
Se notan las secuelas de a quienes les pegaron con el cinto cuando se portaban mal, definiendo “portarse mal” como el simple hecho de cuestionarle algo a tus padres, ahora sufren problemas de ira y de inestabilidad emocional porque reprimen sus emociones y nunca supieron cómo expresarlas. O en aquellos quienes desde los 12 años comenzaron a beber cerveza, que ahora sufren problemas de alcoholismo o hepáticos, y que han perdido hasta su familia entera por salir a tomar con sus amigos todos los días.
En aquellas señoras que les dicen a las mujeres que son vulgares por empezar a usar maquillaje a “temprana edad”, cuando a ellas su marido les prohibió que se maquillaran y arreglaran en su propia boda, ya que si se veía bonita otro hombre la iba a desear, y de seguro se iba a ir con el porque todas las “viejas” son bien zorras.
O en los que en la primaria y secundaria lo que les sobró fueron peleas y quedaron como los “campeones” de la clase, y hoy por hoy sufren problemas de temperamento, y a edad muy avanzada consideran que la mejor solución para un conflicto callejero sigue siendo los golpes, en un mundo donde existen las balas.
No es que seamos mas inteligentes que las generaciones pasadas, sino que tenemos herramientas mas pulidas, o incluso nuevas. Como dije antes, la sensibilidad a algunos temas y el respeto hacia otras ideas, filosofías de vida o gustos no es señal de debilidad o descontrol, sino de cambio, de que tenemos un pensamiento más abierto y, por ende, más pacífico, pues no te encierras en constructos viejos que te inhiben de tolerar a los otros por el simple hecho de ser diferentes. ¿Qué sería de la humanidad si nunca hubieran existido personas diferentes? personas que decidieron no hacer lo mismo que la multitud y tener otros comportamientos para tener una vida diferente. Probablemente nunca hubiéramos salido de África.
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Y eso seguirá de generación en generación, los viejos criticarán a los jóvenes porque ya no les parece lo que hacen, creerán que es una generación vergonzosa, mal educada y rebelde, y que antes había más respeto, mejor música, mejores películas, mejores pasatiempos, en fin, un discurso que se viene repitiendo desde los tiempos de Sócrates. Sé que cuando yo tenga unos 60 años habrá personas de mi generación que criticaran a los jóvenes de esa época, pero también sabré que es normal.
Otro motivo por el que leí que una generación ataca a la otra es porque quieren eliminar cosas que a ellos los estimulan de manera positiva, es decir, películas que tal vez veían en familia y representaban un momento cálido y feliz, que ahora se quiere cancelar por violenta o racista, o una canción que para ellos les recuerda su primer beso o amor, ahora tildada de anticuada o que refuerza estereotipos tóxicos. 
Como dije antes, hay de casos a casos, una cosa es salir a la calle a exigir que las mujeres ya no sean lastimadas ni asesinadas por el puro y simple hecho de ser mujeres, y otra cosa es querer eliminar de la faz de la tierra a Pepe Lepew, porque refuerza el acoso y un estereotipo tóxico francés, ósea la gente pendeja apendeja las cosas. No todos queremos cancelar a Pepe Lepew, pero sí tener acceso a seguridad garantizada al salir de nuestras casas por algo que se piensa “es normal”.
Mi punto de todo esto es que hay una gran diferencia entre no estar de acuerdo con nuevas practicas o corrientes de pensamiento de los jóvenes, e insultarlos y denigrarlos basándote solamente en su edad, creyendo que tu eres mejor porque vienes de una generación que aguanta mas “putazos” de la vida, y que los demás por no soportar tanto, y no ser tan “duros” como tú, son inferiores y débiles. 
Gente que quiere que mejor el mundo, más no que cambie. La ironía en dos patas. 
La verdad es que me pone muy triste, al punto del casi llanto esto, no tanto por lo que diga la demás gente, sino por quien en especifico lo dijo, y lo que mas me da tristeza es que estoy seguro que nunca escucharé un “perdón, me excedí” de esta persona, pues considera que lo que dice ya está dicho, y nada podrá dar vuelta atrás, porque es el pasado y ya no tiene caso querer remediarlo.
Que lamentable es que muchas veces debes aceptar que una persona es como es, y que en su mente cuadrada y estática no le ve ningún beneficio al cambio ya que piensa que su personalidad es buena y que no debería de cambiar por nada ni por nadie, incluso si es alguien muy cercano y querido por ti. Me han dicho que el “amar” a alguien es aceptarlo tal y cual es, pero hay cosas que no se deben aceptar, entonces si eso es “no amar”, entonces estoy dispuesto a aceptar esa etiqueta, porque hay cosas que no se deberían hacer.
Bueno, esto es todo por mi parte, quería expresarles esto, tardé días en idear este blog ya que debía poner todo en orden ya que como dije antes, este episodio me provocó un shock y quería poner mi cabeza en orden antes de expresarme. Muchas gracias por leerme, espero volver a escribir pronto.
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Cerrando la fiesta
Ryan insistió en que su hijastro no podía pedir prestado ninguno de sus uniformes para asistir a una fiesta de Halloween organizada por uno de sus compañeros de la escuela secundaria como policía. "Son uniformes oficiales", le había dicho al adolescente con voz severa, "tócalos y estarás castigado por el resto del año". Desafortunadamente, Blake siempre había sido demasiado terco por su propio bien y cuando Ryan estaba ocupado preparando la cena para su esposa, su hijastro se arrastró hasta su habitación y robó un uniforme de su armario.
Decir que el uniforme del musculoso Ryan se sentó holgado en el cuerpo más delgado de Blake sería un eufemismo, pero no le importó al estudiante de secundaria. Lo único que le importaba era emborracharse, pasar una buena noche con sus amigos más cercanos e incluso engancharse con una o dos animadoras. Sin duda estarían desfilando en disfraces de conejita o gatita como siempre lo hacen en esta época del año.
Huyendo de la casa antes de que pudiera ser atrapado por su madre o su padrastro, Blake decidió caminar hacia la fiesta. Fue una caminata de treinta minutos a través de la ciudad en una tarde fría, pero aprovechó el tiempo coqueteando con Mandy, una linda chica de su clase de Química que estaba totalmente enamorada de él, a través de Tinder y prometiéndole una atención especial esa noche. Él la estaba guiando, por supuesto, ya que prefería a sus chicas con unas pocas células cerebrales menos y tetas más grandes, pero disfrutaba de la inflación de su ego cada vez que se duchaba con la atención de cualquier chica.
Al acercarse a la mini mansión de Josh Clayton, el niño rico residente de la clase senior, Blake se sintió abrumado de inmediato por la música y el alboroto de las voces, todas provenientes del interior de la casa. El césped estaba decorado con telarañas y una cantidad de formas monstruosas y en la parte superior de los escalones, las grandes puertas dobles estaban abiertas de par en par. Las luces de color naranja, morado y verde brillaron desde el interior, prometiendo una experiencia de Halloween como ninguna otra. Con una sonrisa en su rostro, Blake subió los escalones y entró en la casa.
Sin embargo, tan pronto como cruzó el umbral, una sensación extraña lo invadió y extendió la mano para apoyarse contra la pared. Le revolvieron las tripas y le dolía la cabeza, así como la repentina y abrumadora necesidad de cafeína, lo cual era extraño teniendo en cuenta que Blake nunca antes se había molestado con bebidas calientes de ningún tipo. Sin embargo, su padrastro era un adicto al café, probablemente consumía al menos seis tazas al día. Era su mayor vicio, solía decir, a lo que Blake rodaría los ojos. Odiaba tener que escuchar a Ryan hablar sobre nutrición y vida saludable, que parecía amar aún más de lo que amaba a la madre de Blake.
Eso no es cierto , dijo la voz de su padrastro en su cabeza, sorprendiendo a Blake. Se puso un poco más erguido y se frotó los ojos para asegurarse de que estaba viendo con claridad. Solo había estado en la casa de Clayton una vez antes, pero todo le parecía extrañamente más pequeño. Dando unos pasos hacia adelante, Blake se sorprendió de que aún pudiera escuchar los fuertes pasos de sus botas en los finos pisos de madera a pesar de la música de baile de la habitación contigua. El uniforme ya no parecía tan suelto alrededor de su cuerpo, con su cuerpo bien musculoso llenándolo e incluso causando cierta tensión alrededor de los bíceps y los muslos.
Apoyando las manos en el cinturón, avanzó unos pasos más y se tomó un momento para oler el lugar. Apestaba a alcohol y le revolvió el estómago. Ni siquiera podía recordar la última vez que había tenido una gota de esas cosas: siempre había odiado lo descontrolado que se sentía mientras estaba bajo la influencia y, además, no se vería bien que un policía tan notable fuera emborrachándose en cualquier lugar del área local, ¿verdad? Lo absurdo de ese pensamiento ni siquiera molestó a Blake cuando se aventuró más en la casa, pero lo que vio en la habitación contigua hizo que se congelara de inmediato.
Por todas partes que miraba había un adolescente con una bebida en sus manos, muchos de ellos besándose o tocándose descuidadamente en rincones oscuros de la habitación. Un destello de disgusto y decepción lo atravesó cuando cruzó la habitación y sacó el sistema de sonido de la toma de corriente, provocando inmediatamente un coro masivo de abucheos por parte de los asistentes a la fiesta reunidos. Algunos de ellos miraron a Blake con los ojos muy abiertos y aterrorizados y muy pronto toda la sala quedó en silencio, esperando que hablara.
“Eso es todo por esta noche, niños. Se acabó la fiesta. ¡Sal de aquí antes de que tenga que ir más lejos! ”Ordenó con el mismo profundo arrastre que su padrastro. “¡Continúa, anda!”. En unos instantes, los adolescentes reunidos huían como si sus vidas dependieran de ello, muchos de ellos inestables en sus pies y haciendo el ridículo mientras desaparecían en la noche, con la esperanza de volver a sus camas y dormir fuera de los efectos de toda su bebida. Niños tontos
Una vez que estuvo seguro de que la fiesta se cerró, Ryan salió de la casa y regresó al auto de policía que había detenido unos minutos antes. Recordó ser un gran admirador de Halloween cuando era un adolescente, pero no fue más complicado de lo que valía. ¡Todos parecían volverse locos y fue una noche muy larga para un policía como él!
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treeofliferpg · 4 years
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Ideas de rol: Ubicaciones de fantasía
Recordamos que el siguiente texto no ha sido redactado por el staff de ToL, solo lo hemos traducido para que pueda llegar a más personas. La autoría pertenece a @prokopetz. Podéis leer el post original en su tumblr así como en este mismo tumblr bajo la etiqueta “idioma original”.
Distritos alternativos para tu ciudad RPG de fantasía:
Dragon Hill (Colina dragón): esta exclusiva comunidad cerrada se construyó sobre lo que se pensaba que era una colina con un extraño parecido a un gran dragón dormido. Décadas más tarde, su nombre resultó menos poético de lo previsto cuando el dragón despertó. Ahora alerta, el Dragón de la colina, habiendo dormido lo suficiente como para que la geografía se acumule a su alrededor, parece no estar dispuesto a moverse y acepta su situación con buen humor, aunque puede ejercer una influencia considerable sobre los ciudadanos más ricos de la ciudad simplemente amenazando con ponerse de pie.
The Dungeon Quarter (Barrio Mazmorra): Cuando "aventurero" fue reconocido por primera vez como una profesión legítima, algunas almas emprendedoras trataron de sacar provecho de la moda posterior mediante la construcción de versiones a escala de varias mazmorras famosas como atracciones turísticas. El proyecto fracasó, ya que a la mayoría de los humanos les resultaba desagradable visitar mazmorras falsas, pero pronto surgió una nueva clientela: monstruos reales, interesados ​​en combinar las comodidades de la vida urbana con las comodidades del hogar. Hoy, la pieza central del distrito es un volcán completamente activo de solo treinta pies de altura, habitado por una familia de ifrits.
The Hive (La colmena): a pesar de su nombre desconcertante, Hive es un vecindario modelo, con calles perfectamente limpias y sin pobreza ni delincuencia. El truco, por supuesto, es que solo tiene un verdadero habitante, una mente colmena hechicera con cuerpos de todas las formas y tamaños. El estricto control de la población y una política férrea de aceptar nuevos miembros solo después de una rigurosa investigación de antecedentes le permite coexistir pacíficamente con el resto de la ciudad; A pesar de la pérdida total de individualidad que conlleva la residencia en este lugar, la lista de espera para mudarse a la colmena es de más de diez años.
Old Twist Street: debido a un accidente mágico hace algunos siglos, esta calle es varias veces más larga cuando se mide de extremo a extremo de lo que aparece en un mapa, y viajar lo suficientemente lejos finalmente lo lleva a uno al punto de partida. Su relación con las calles laterales que se conectan con ella es compleja, hasta el punto de que usarla como atajo es una buena manera de perderse rremediablemente. Aun así, su amplia propiedad inmobiliaria lo ha convertido en uno de los principales distritos comerciales de la ciudad, ¡aunque la mayoría de los compradores tienen cuidado de salir de Old Twist Street de la misma manera que entraron!
The Tombs (Las tumbas): nombradas tanto por sus cementerios y mausoleos como por su infraestructura inusual, cada calle en las tumbas tiene un túnel abovedado que corre exactamente paralelo a él, creando un mapa de calles de dos niveles: un nivel sobre el suelo y otro por debajo. Los edificios en las tumbas tienen dos puertas de entrada, una para cada nivel de calle. Muchas viviendas son de copropiedad, y los pisos inferiores están ocupados principalmente por aquellos que son constitucionalmente reacios a la luz solar; Esto ha dado lugar a la frase "vecino de abajo" como un eufemismo cortés para los muertos vivientes de libre albedrío.
The Clockmakers’ Ward (La guarida de los relojeros): La guarida de los relojeros está en constante movimiento, literalmente. Los dientes del tamaño de carretas de bueyes sobresalen de los adoquines, mientras que los elevadores de cubos y los acueductos transportan fluidos brillantes de fuentes misteriosas a destinos desconocidos. En general, se entiende que los mecanismos de la guarida son vitales para el bienestar de la ciudad, pero nadie está de acuerdo en cómo, ya que se ha perdido el conocimiento de su función real. Hoy en día, los dientes se utilizan como fuente de energía libre para maquinaria industrial, una práctica que parece no molestar a la gran máquina en absoluto.
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theholeoftears · 4 years
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EL SILENCIO
Yo no tenía miedo a volar, Solo te veía en un lienzo, Que se desvanecía en el mar como la sal entre mis huesos, El espesor de tus partida y lo que me ahogaba era su silencio, Cuando decides decir adiós sin un motivo ni un acuerdo, Como me duele, lo aguantó porque no es la primera vez, Cuando la luz yace de un cielo gris tal vez si este hecho de papel, La luz del sol como te llaman no tocaba ni mis pies, Yo solo quería tener noches menos oscuras que mi piel, Preguntas que si estaré bien yo no tengo porque mentirte, Pero para que quieres saber si como quiera no lo sentiste, Toda basura emocional seguramente consumiste, Y esos miedos que te crearon conmigo los exhibiste, Ya no me importa donde este o con quién este si estoy en piso, Mientras siga siendo firme todo suelo donde te he escrito, Que si te quiero para siempre libre eso es un eufemismo, Porque para toda vida quiero ser y morir siendo el mismo, Te compartí todo secreto que nunca nadie escucho, Cosas que aun duelen en mi centro, cosas que me definió, Supiste cosas que no debes pero quien se ilusiono Perdió el candado del secreto donde mi cuerpo lo guardo, Me dijeron que me arriesgará, que siempre valía la pena, Que no era tan posible tener tanta coincidencia, Que tomarte de la mano era parte de mi inercia, Y que tu amor sería un pretexto para sufrir de consecuencias, Viendo secuencias de tu caminar mientras me desvanezco, Los vapores de la esencia de un dolor que no merezco, Yo solo quería amor, que tan difícil suena eso, Cuanto riesgo, cuanta duda, cuanta vida pa temernos? Estoy cansado de caer, como los frutos de la vida, Consumido en un cigarro que consumo cada día, Yo también caí en silencio y tu me ves sin una herida, Pero cuantas almas viste pa saber que tengo vida? Solo disfruto lo que fue, bellos recuerdos momentáneos, Cosas que pasan en películas, sin ser amor de verano, Cada que lloró lo merezco por ser lo que te he negado, Somos tan libres y directos que al tiempo nos envenenamos...
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riusugoi · 4 years
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Censura a un viejo manual didáctico de danza de la filosofía- José María Bellido Morillas, revista RELEA
La dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisíaco no le pertenece a Friedrich Nietzsche: fue preconizada por Johann Joachim Winckelmann y Karl Wilhelm Friedrich Schlegel, introducida por Georg Friedrich Creuzer y desarrollada por Friedrich Wilhelm Joseph Schelling, Friedrich Gottlieb Welcker y Johann Jakob Bachofen, y actualizada como oposición entre lo apolíneo y lo fáustico por Oswald Spengler, seguido por Ruth Benedict.
Como deja entrever Albert Szent-Györgyi de Nagyrápolt, siguiendo la adopción que de esta dicotomía hacen en la ciencia Wilhelm Ostwald y John Rader Plat, el descubrimiento, al ser una variación del conocimiento preexistente, no es dable a una disposición de ánimo apolínea, que aspira a lo permanente e invariable y, por tanto, previsible39. El descubrimiento, como recuerda o más bien revela Ortega y Gasset, en zaga filológica de Leo Meyer y Gustav Teichmüller, es alḗtheia, el nombre primigenio, verdadero y poético de filosofía (el que le dio Parménides en su Poema) 40, y aun asimilable con el vivir, de acuerdo con Juan José López Ibor41, en quien reverberan Martin Heidegger y Julián Marías. Así que hace bien García Bacca al sostener que toda verdadera filosofía es dionisíaca:
«cuando una filosofía adopta la forma apolínea está muerta o, a lo más, es una bella durmiente. Toda filosofía viva y en trance vital es dionisíaca; es una borrachera de ideas; y el filósofo, en cuanto tipo de vida, es un Baco, un beodo más sutil y considerado que los vulgares chispos. En la borrachera de vino, el ritmo no existe; y de las curvas geométricas, sólo la sinusoide –palabra griega para aludir con eufemismo a cierto tipo de curvas– conserva un oscilante dominio geométrico. Por el contrario: en la borrachera de ideas, las ideas imponen un ritmo perfecto, un sistema de curvas y conexiones ideales que llamamos lógica y dialéctica. Por eso, el filósofo parece superlativamente cuerdo, precisamente mientras y porque está superlativamente borracho».
Es un grave error de García Bacca identificar la filosofía no ya con el entusiasmo y el demonismo socrático sino con la saturación y abundancia de ideas43, cuando queda visto que la filosofía es destapar, levantar los velos superfluos, unir lo que estaba roto para acabar mostrando la verdad. Por eso tantos filósofos, ya sean naturales (lo que ahora damos en llamar científicos) o especulativos, tienden al monismo: materialista, idealista o explicativo, en busca de la fórmula universal anhelada por Laplace44 .
«según el santísimo Moisés el fin de la sabiduría es la alegría y la risa, pero no aquella que se encuentra en todos los niños que están privados de razón, sino aquella que se encuentra en los que son ya ancianos, no sólo por la edad, sino por el buen sentido». Incluso llega a decir Filón (De plantatione, 40.168; Filón, Tutti i trattati del commentario allegorico alla Bibbia, ed. y trad. de Roberto Radice, Milán, Rusconi, 1994, p. 560), basándose en Génesis, 21.6, que el sabio «no participa de la risa, sino que es la risa misma».
Así, el Beato Tomás de Celano, Vita prima di S. Francesco d’Assisi, ed. de Leopoldo Amoni, Roma, Tipografia della Pace, 1880, p. 118, aclara que San Francisco «movía los pies casi bailando, no viciosamente, sino ardiente por el fuego del amor divino, no moviendo a risa, sino arrancando llanto de dolor». Por la misma vía, la liga de Hinduistas Americanos Contra la Difamación se ofendió porque Stanley Kubrick usara un texto de la Bhagavadgītā (4.8) en la pieza de Jocelyn Pook Migrations (sacada de su disco Deluge, 1997, y refundida en Flood, 1999) en la escena de la orgía carnal de la versión de Traumnovelle cinematográfico que es, no logra superar la de Wolfgang Glück, de 1969. La Bhagavadgītā es un canto dialogado contenido en el épico protagonizado por una mujer que tiene cinco maridos, tres de ellos concebidos por la misma madre la misma semana con tres padres distintos, y dos gemelos concebidos por su hermana durante el mismo tiempo, también de padres distintos (y gemelos). Pero los hinduistas vieron heridos sus sentimientos religiosos porque el texto se rela coyundas sexuales grupales.
64 Se trata de un hombre con un rabo de buey en cada mano, cfr. Sharron Gu, History of the Chinese Language propio de la danza el blandir escudos, hachas de guerra o estandartes emplumados: Berthold Laufer la considera una actividad estrictamente masculina, cfr. Berthold Laufer, Sculptures of the Han Period pequeños aristócratas a través de las estandartes con guirnaldas de colores), (danza con escudos), cfr. Jie Jin, capítulo «Chun Guan Zong Bo» del la danzas Yunmen, Daquan Aesthetic Tradition, Honolulu, Universidad de Hawái, 2010. p. 5, quien también recuerda que el Lüshi Chunqiu dice que en el tiempo de Ge Tianshi la música se originó cuando la gente empezó a cantar melodías a mientras cantaban ocho estrofas: unos viriles pisotones que nos recuerdan el «triumpe, triumpe, triumpe, triumpe, triumpe» de los arvales (cfr. Harriet I. Flower, the Serpent in the Garden: Religion at the Roman Street Corner sobre los que tanto disertó Thomas Fitzh una versión aceptada por Rafael Sánchez Ferlosio, Splendet dum frangitur, Madrid, Nostromo, 1974, p. 92, al traer a la memoria las norteamericanas «que se bailan bajo la dirección de un maestro de baile que va dictando en voz alta los sucesivos movimientos que han de hacer lo Esos rabos animales61 serían análogos a los que el Faraón llevaba en el , al igual que los cazadores y guerreros arcaicos del Museo Británico que reproduce Wallis Budge63, frente a lo que llevar el rabo en la como en el antiguo ideograma chino para ‘danza’ 64 An Introduction to Chinese History and Culture, Heidelberg, Springer, 2015, p. Ancient Egyptians: Life in the Pyramid Age, El Cairo, Universidad Americana, 1996, Sir Ernest Alfred Wallis Budge, Osiris and the Egyptian Resurrection, Londres, Philip Lee 1911, p. 170; cfr. tb. la p. 331, y, muy especialmente, la p. 240 sobre las informaciones de Burton acerca de los danzarines del rabo (logun-sinsi) de Dahomey. Se trata de un hombre con un rabo de buey en cada mano, cfr. Sharron Gu, f the Chinese Language, Jefferson, McFarland, 2011, p. 11. El «Yueji» del propio de la danza el blandir escudos, hachas de guerra o estandartes emplumados: Berthold Laufer la considera una actividad estrictamente masculina, cfr. Berthold Laufer, Sculptures of the Han Period, Leipzig, Drugulin, 1911, p. 40. Entra en la educación de los pequeños aristócratas a través de las Seis pequeñas danzas, que incluyen estandartes con guirnaldas de colores), Maowu (danza con rabos de buey), Ganwu o Bingwu (danza con escudos), cfr. Jie Jin, Chinese Music, Cambridge, Universidad, 2011, p. 13. En el capítulo «Chun Guan Zong Bo» del Zhouli, por su parte, se alaba la instrucción de los hijos en Daquan, Daxian, Daqing, Daxia, Dahu y Dawu, cfr. Zehou Li, , Honolulu, Universidad de Hawái, 2010. p. 5, quien también recuerda que el dice que en el tiempo de Ge Tianshi la música se originó cuando la gente empezó a cantar melodías agitando rabos de buey mientras aplastaban el suelo con sus pies mientras cantaban ocho estrofas: unos viriles pisotones que nos recuerdan el «triumpe, triumpe, triumpe, triumpe, triumpe» de los arvales (cfr. Harriet I. Flower, The Dancing Lares and pent in the Garden: Religion at the Roman Street Corner, Princeton, Universidad, 2017) sobre los que tanto disertó Thomas Fitzh-Hugh, y sobre cuya práctica dio Agustín García Calvo una versión aceptada por Rafael Sánchez Ferlosio, Las semanas del jardín. S , Madrid, Nostromo, 1974, p. 92, al traer a la memoria las norteamericanas «que se bailan bajo la dirección de un maestro de baile que va dictando en voz alta los sucesivos movimientos que han de hacer los danzantes»
Esto de las danzas en los funerales puede parecernos una extravagancia exótica, digna de una aclaración al público como cuando Sir Ernest Alfred Wallis Budge expone que68 «Todos los pueblos nilóticos son grandes adictos a la danza, y nunca parecen capaces de llevar a cabo ceremonia alguna sin danzar: danzan en las bodas y danzan en los funerales, y danzar, entre muchas tribus, constituye un acto de adoración de la más alta y solemne importancia».
Y no consideramos, en el País Vasco francés o Iparralde, la karakoltzia, porque no tiene un uso fúnebre71. Los corsos estaban mucho más cerca de lo primitivo y oriental añorado con lirismo esotérico por Jean Servier72: «La humanidad es como esos danzarines enmascarados, con tanta frecuencia estudiados por los etnólogos. El cuerpo del hombre se adivina por los movimientos del taparrabo de fibras, por las oscilaciones de la cimera de madera, por el jadeo y la baba. Para nosotros los occidentales, la mascarada se detiene allí porque, deliberadamente, queremos ignorar al hombre que, por la ascesis, el ayuno y las plegarias, dio su cuerpo a un dios que por un instante ha venido a vivir en él: a un dios que ritma una danza que es la aventura del mundo. No vemos más que el polvo de estrellas brotado de la danza, al ritmo del universo».
Un error menos particular y más general de Servier es el caer en el orientalismo, en el sentido que dio a la palabra Edward Wadie Said86. La idea de que los “occidentales” somos menos “espirituales” que otros pueblos, ya patente desde el período helenístico, se viene abajo si se procede a un estudio mínimamente profundo. Cuando Bayo Ogunjimi y Abdul Rasheed Naʼallah alaban los poemas de las danzas fúnebres del pueblo Egbé de Kogi por estar preñados, según ellos, de profundidades filosóficas, hay que hacer notar que esta filosofía es la de apartar la vida de la muerte, en lugar de predicar una fusión o religación: esto se ve en los versos «Eda gogogoro sodo, sodo, sodo/ Eda gogogoro s’odo», sobre la necesidad de mandar el cuerpo del muerto, carcasa vacía, a la tierra, o «Egbé l’a wa ayé la se/ A ò bókùu lo», que los autores traducen como «En Egbé pertenecemos al mundo,/ no seguimos al muerto»87 . ¿Puede ser mayor el contraste con la espiritualidad verificada en las danzas fúnebres de la capital de España, y que el antropólogo tiene a la mano, más allá de las zonas por donde se mueven los universitarios?8
Para Garfinkel, como hemos visto, es, generalmente, el sentido de la danza (antihorario para la celebración, horario para el llanto) el que cambia su significado.
Algo parecido ocurre con la voz tavā’if, según explica Scott A. Kugle129: «Tavā’if es un término persa compuesto por dos palabras árabes diferentes que suenan igual en persa y en urdu pero que tienen dos raíces distintas en árabe. En árabe, tavā’if (con una dental t) quiere decir un grupo, compañía, comunidad o secta (plural tā’ifa). Sin embargo, tavā’if (con una t retroflexa) significa gente que se mueve en círculos o forma un círculo; deriva de la misma raíz que indica la circumambulación de la Ka‘ba (tavvāf). Estos dos términos acabaron superpuestos porque se pronuncian igual en persa y en urdu para denominar a un grupo de bailarines que dan vueltas».
Como no podía ser de otra forma, Aurangzeb quiso acabar con la acepción profana del homófono. Natalia Prigarina trae a colación este artículo de Iqbāl de 1916130: «Una vez el Emperador decidió limpiar la ciudad de tavā’if o cortesanas. Esas tavā’if eran mayormente jóvenes damas bien educadas, que ejecutaban música y danza y conocían la poesía. El Emperador ordenó que se casaran, y que las que no consiguieran marido se embarcaran en una nave para hundirlas en el mar. Había una joven cantante entre ellas que cada día pasaba por la calle donde se sentaba un santo sufí llamado Kalīmullāh. Ella lo saludaba y seguía adelante. Pero ese día ella le dijo: “Acepta la última despedida de tu sierva”, y empezó a irse. El jeque se dio cuenta de que se estaba preparándose para la muerte. Le dijo: “Escucha mi consejo. Cuando tú y las otras muchachas lleguéis a la playa para que os monten en el barco, recita este verso de Ḥāfiz: No se nos consiente la senda del Piadoso,/ si Tú no lo apruebas, el destino cambia. En el día señalado, el grupo de jóvenes mujeres fue conducida a la playa para tomar el barco. Empezaron a cantar estos versos con ardor y pasión, seguras de que sería su última actuación. Su canto llegó a los oídos de Aurangzeb, y retiró la orden». La conclusión que saca Iqbāl, y es bastante sintomático de lo que es hoy Pakistán y el Islam heredero de Aurangzeb, es que Ḥāfiz es un poeta poderosamente pernicioso, capaz de hacer desviarse a un hombre tan recto como el Emperador.
Ibn Munawwar, descendiente y hagiógrafo de Abū-Sa‘īd Abī-l-Jayr, recoge una carta de sus vecinos contra él y sus discípulos del siguiente tenor135: «Organiza encuentros sufíes. Recita poemas en el púlpito. Comentar el Corán, eso no lo hace. Ni habla de las tradiciones de los profetas. Hace afirmaciones grandilocuentes. Él canta y sus discípulos danzan. Comen pollo asado y tarta, y luego dice que es un asceta. Esas no son maneras de asceta, ni es la fe de los sufíes. Tiene las masas a mal traer, las lleva por el mal camino. La mayoría del populacho ignorante ya está cometiendo vicios. Si no se hace algo inmediatamente, va a saltar un desorden público muy pronto».
El exceso y superabundancia nunca será de ideas diferentes, sino de una misma cosa, como recuerda Mossi de Cambiano a base de Orígenes y de las obras atribuidas al Areopagita y el Vercelense152. Si el exceso es de bienes, son bienes que provienen de la misma fuente. Las Cien Escuelas surgen solas: el promover la idea de «que florezcan cien flores», como hizo Mao, no deja de ser, de una u otra forma, una trampa política y burocrática, además de una caricatura de la filosofía digna de Aristófanes en sus Nubes. El filósofo no produce ideas, no tiene una fábrica ni pensadero, no se alegra con los gráficos que indican la buena marcha de la producción ni danza con ellas, sino que busca quitar zarandajas y faramalla, unir lo que estaba roto y quitarle la ropa a la verdad.
El abuso del flujo de ideas sería aquello de lo que Hölderlin previene en An die jüngen Dichter, «¡Odiad la borrachera, como el hielo!» y al mismo tiempo lo opuesto al consejo de Baudelaire en Le Spleen de Paris: «Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, emborrachaos; ¡emborrachaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, a vuestra guisa».
Al celebrar esta celebrada independencia, que para Ricciotto Canudo es la viva imagen del conservadurismo obsolescente166, los futuristas no hacen justicia en estas afirmaciones a su papel en el denso entramado que conduce a la geometrización y mecanización de la danza, a través del paso por escena de ruidos, marionetas, autómatas y robots, en un incesante torrente desde el siglo XIX: Coppélia, ou la Fille aux yeux d’émail, de Arthur Saint-Léon, Charles Nuitter y Léo Delibes sobre el cuento de 1815 de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1870); la pantomima-ballet de Marie Maury-Holtzer con música de Frédéric Barbier Les Poupées electriques (1883); Die Puppenfee, de Haßreiter, Gaul y Bayer (1888); la primera obra de Maurice Maeterlinck, La Princesse Maleine, hecha para marionetas (1889); Paracelsus (1899) y Der Puppenspieler (1903), de Arthur Schnitzler; Ubu roi, de Alfred Jarry (1896); Le roi Bombance, de Marinetti (1905, estrenada en 1909); Балаганчик (Marionetas) de Aleksandr Aleksándrovich Blok, estrenada por Vsévolod Emílievich Meyerhold en 1906, obra que inspiraría Веселая смерть (La muerte alegre), de Nikolay Nikoláievich Evréinov (1909), quien a su vez inspiraría a Pirandello; Les Poupées electriques de Marinetti, estrenadas en Turín como La donna è mobile (1909) y basadas en L’Ève future de Auguste de Villiers de L’Isle-Adam, de 1886.; las Serate futuriste del Politeama Rossetti de Trieste y Paradosso di arte dell’avvenire, de Ginna y Corra 167 (1910); el Manifesto dei drammaturghi futuristi de Marinetti, que propone un teatro de autor en el que el actor y el público (del que sólo se esperan silbidos) no cuenten en absoluto, y Петрушка (Petruška), con libreto de Aleksandr Nikoláievich Benois, revisado por el autor de la música, Ígor Fyodórovich Stravinsky (1911); L’arte dei rumori de Luigi Russolo (1913, publicado en 1916), el manifiesto de Marinetti Il teatro di varietà, y Победа над Cолнцем (Victoria sobre el sol), de Jlébnikov, Matyušin y Malévich, (1913); creador de los intonarumori; el Drama for Fools en que Edward Gordon Craig se ocupó desde 1914, el mismo año en el que Balla concibió su Machine typographique; la interpretación de Zang tumb tumb en Londres por Marinetti y Christopher Richard Wynne Nevinson que fue asaltada por lo vorticistas (1914); Il teatro futurista sintetico de Corra, Settimelli y Marinetti (1915) y La declamazione dinamica e sinottica de Marinetti (1915); Manifeto della danza futurista, de Marinetti, y Aventure electrique, de Depero (1917); Il teatro visionico de Pino Masnata, Il teatro del colore de Achille Ricciardi y R.U.R., de Karel Čapek (1920); Il teatro della sorpresa de Marinetti y Cangiullo, y el Manifiesto del actor excéntrico de Kózintsev, Trauberg, Yutkévich y Kryžitsky (1921); el Manifesto dell’arte meccanica futurista de Ivo Pannaggi y Vinicio Paladini, al que se sumaría Prampolini, y el Triadisches Ballett de Oskar Schlemmer (1922); El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla (1923); Anihccam del 3000 (1924), de Depero y Casavola, donde se recupera una Canzone rumorista de 1916; el Tablado de marionetas para educación de príncipes de Valle-Inclán (1926); Il mercante di cuori, de Prampolini y Casavola, L’Angoisse des machines de Ruggero Vasari e Ivo Pannaggi, y Metropolis, de Fritz Lang (1927); Del teatro teatrale, ossia, del teatro, de Anton Giulio Bragaglia, suma de toda innovación; el Retablillo de Don Cristóbal de Federico García Lorca (1930); Il teatro totale per masse de Marinetti (1933), por poner sólo algunos de los ejemplos más relevantes y significativos.
No tiene mucho sentido, en toda esta maraña, hacer a Parade el principio de nada, porque nada es nuevo en el Arte. Inventores absolutos hay muy pocos, como Apolodoro de Damasco (la cúpula del Panteón) o Brunelleschi (el punto de fuga). Indudablemente, Picasso es el creador del cubismo, pero llegó a él a través del arte africano e ibérico y de Cézanne, quien a su vez partía de Piero della Francesca. Además, muchas innovaciones artísticas no son sino recuerdos modificados. El famoso Cuadrado negro de 1915, que Malévich remite a una idea para Victoria sobre el sol en una carta a Matyušin168, ya está como imagen de la nada en Robert Fludd (que pide que el lector desarrolle con su imaginación el negro por los cuatro costados hasta el infinito); en el exvoto en forma de cuadro negro pedido a un pintor por un español porque cuando se salvó de seis ladrones era más de noche (lo que sirve a Bernini para explicarle a Chantelou en 1665 que los españoles no tienen gusto ni conocimiento de las Artes); en las páginas luctuosas de John Quarles y, con ironía, en Laurence Sterne; y los monocromos de Pelez, Bertall y Bilhaud (reproducido por Allais y comentado en Rusia en un artículo de 1911)169 .
Esta última interpretación de Bilhaud del cuadrado negro como «Combate de negros en una cueva» fue la que siguió Malévich con el suyo, donde hasta escribió esas palabras170. Toda la palabrería mística sobre el cuadro que Malévich y sus admiradores han ido vertiendo desde 1915 hasta cien años después que se descubrió la broma (y aun después) era sobrevenida. Defenderla equivale a afirmar que Virgilio predijo el nacimiento de Jesús de Nazaret, Séneca el descubrimiento de América, Torres Villarroel la Revolución Francesa, Mahler la muerte de su hija, Dalí la Guerra Civil y la muerte de Hitler (aunque sí adivinó lo que se escondía debajo de los repintes del Angelus de Millet), Alfonso Ponce de León el accidente de coche que lo mató, y Victor Brauner la pelea con Óscar Domínguez que lo dejó tuerto.
El de Myasin sería retroceder a un paso intermedio entre el tiempo de Rodrigo Caro y el que el personaje que es su trasunto, don Fernando, añora, en el que los miembros de los mimos hablaban con boca silente («ore silente») y se representaban sólo con gestos obras como la Batalla de los Titanes, el Nacimiento de Júpiter, la Prisión de Saturno, las Penas de Prometeo, la Caída de Ícaro (el argumento elegido por Lifar para su propuesta de danza sin música) o el Laberinto de Creta.
Sólo habría que objetar a estas danzas que probablemente serían tan convencionales y estereotipados que podrían servir como lengua de sordomudos, como se piensa Roch-Ambroise Auguste Bébian en su Mimographie al traer los testimonios de Luciano, Casiodoro, San Cipriano y San Agustín186 . Schönberg venció fácilmente el prejuicio de su tiempo que identificaba la danza con el ritmo, que llega a García Bacca cuando hacer notar que la música de Ravel es más independiente del ritmo que la de Strauss, sólo para inferir que esto la hace menos bailable187. Que bailarines como Franz Xaver Nadler sentenciaran que puede haber danza sin música, pero no danza sin ritmo188, y que compositores como Tibor Harsányi 189 o Darius Milhaud190 concuerden, contestando a una encuesta sobre las propuestas de Serge Lifar, en que la danza puede sostenerse en el solo ritmo, no quiere decir, ni mucho menos, que la danza sea sólo ritmo.
Así que, si Debussy veía en Dalcroze al peor enemigo de la música, Fernand Divoire, escribiendo contra Yvonne Sérac, que danzaba en silencio, tiene sobradas razones para hacer esta reflexión: «He venido en considerar al mimo como el peor enemigo de la danza. El mimo reduce la danza a lo anecdótico […]»198: aunque no llega a generalizar del todo. Sin duda, hay ejemplos célebres, como el bailarín que, en tiempo de Nerón, bailó sin acompañamiento musical ni nadie que le llevara el ritmo ante Demetrio el Cínico, haciéndole confesar, entusiasmado, que la danza era un arte en sí misma (Luciano de Samósata, Sobre la danza, 63: ¡véase hasta qué punto eran novedosas las propuestas del siglo XX!) 199 . Pero una cosa es tener entidad y dignidad propia y otra muy distinta decidirse a actuar siempre en solitario200:
«El triunfo de las ciencias positivas en el siglo XIX y la incapacidad de la filosofía idealista para resolver los problemas del mundo físico trajeron el descrédito de la especulación filosófica en el campo científico: los físicos, químicos, biólogos y hasta psicólogos se jactaron de ignorarla y aun de detestarla. En esa época pareció que para investigar la realidad bastaba con pesar, tomar temperaturas, medir tiempos de reacción, observar células a través de un microscopio. Se originó un tipo de físico que sólo tenía confianza en cosas como un metro o una balanza y que despreciaba la filosofía; y esta tendencia se extendió hasta alcanzar a hombres alejados de la ciencia, pero que admiraban su precisión (Valéry). El Dios de los filósofos ha imaginado un castigo para los que hablan mal de la filosofía, incluyendo a Valéry: que esas habladurías sean también filosofía, pero mala. A estos físicos les pasó lo que a esos campesinos que no tienen fe en el banco y guardan sus ahorros debajo del colchón, que es un banco menos seguro: si se analiza la estructura en que hacían descansar sus observaciones se descubre que no era cierto que no tuvieran una posición filosófica: tenían una muy mala».
Lisa Duncan: «La primera experiencia fue realizada por Isadora en 1912. Quizá se recuerde aquel drama danzado, después de muchas representaciones de Isadora, con la orquesta ya ausente, cuando el público quería aún otra cosa y se oían voces que venían del cielo reclamando La doncella y la muerte. Yo era bien pequeña, pero me acuerdo de haber sentido un gran miedo, que quizá sólo los niños pueden sentir. Después, en el curso de mi vida, he visto bailarines del silencio que me han procurado simplemente incomodidad. Hace algunos años, Mary Wigman, en París, hacía acompañar sus danzas solamente de ruidos ritmados, provocados por dos instrumentos bárbaros. El resultado era una danza brutal y cortante, casi masculina en su violencia.
De un pasaje del De pratica seu arte tripudii vulgare opusculum de Guglielmo Ebreo da Pesaro, llamado Giovanni Ambrosio después de su bautismo, discípulo de Domenico da Piacenza (autor del De arte saltandi et choreas ducendi), Alessandro Pontremoli saca la idea de que pudo existir una danza sin música en los círculos cerrados de la Academia florentina201, a modo de ars subtilior, musica reservata o musica secreta, aquellas vanguardias de tiempos remotos que eran para pocos y que olvida Ortega y Gasset al hablar de las nuevas vanguardias y la supuesta excepcionalidad de siglo y medio de cultura exclusivamente popular, de masas
Lo ideal, naturalmente, tal como plantea Senghor en su poema al hablar de la harina blanca que necesita de levadura, es la armonía entre lo racional y lo irracional. Ravel afirma, elogiándolo, que «Schönberg es vienés e israelita, y por esta razón es menos frío, menos cerebral, menos abstracto que un verdadero alemán, por ejemplo, un Reger» (lo cual es una forma bastantante reveladora de referirse al padre del serialismo), y de él mismo proclama que «Mi maestro en la composición es Edgar Poe por el análisis de su maravilloso poema El cuervo. Poe me ha enseñado que el verdadero arte se encuentra en el justo medio entre el intelectualismo puro y los sentimientos»208 .
No hay en estos atentos sorbos que Ravel toma de Schönberg dipsomanía, ni saturación insipiente de tiempos desparejados que se devoran, sino, como dice Paul Valéry, adoptando la pregunta (y la respuesta) de San Agustín a propósito de qué es el tiempo para definir la danza, «la creación de una especie de tiempo o de un tiempo de una especie toda distinta y singular». Al considerar la relación de Valéry con la danza es imprescindible contar con la figura de Francis de Miomandre, cfr. Monique Allain-Castrillo, Paul Valéry y el mundo hispánico, Madrid, Gredos, 1995, p. 68; Remi Rousselot, Francis de Miomandre, un Goncourt oublié, París, La Différence, 2016.
en De coniuratione Catilinae, Gayo Salustio Crispo acusa de indecente a Sempronia (no a Catilina) por ser demasiado experta en el danzar, al igual que ridiculiza a Calígula y Nerón por sus aficiones escénicas en las Vitae duodecim Caesarum. Juan Luis Vives usa a Demóstenes, Cicerón y Salustio en el capítulo «De saltatione» del De institutione feminae Christianae, y a ellos les suma San Ambrosio, quien, de paso, repite el dicterio de Cicerón. Lovecraft (y muchos otros enemigos de la danza) desconocen que, como recuerda el propio Vives al principio del capítulo, Cicerón y Quintiliano consideraron que la danza era útil para la educación de la juventud, y que Salustio censuró los andares sin ritmo de Catilina, pasaje que aprovecha Juan de Arce de Otárola con muchos otros tomados de la historia sacra y profana para defender las excelencias de la danza
Pero la repetición de sentencias como las de Demóstenes y Cicerón, amplificadas por los Padres de la Iglesia –latinos como Tertuliano o griegos como San Juan Crisóstomo–, hace que el Humanismo desprecie la danza: Erasmo concuerda con su poco estimado Tulio, y Castiglione admite que los caballeros dancen, pero en la intimidad215 . Ante los severos romanos que, como Cornelio Nepote, al biografiar a Epaminondas, consideran la danza más un vicio que una virtud, por más que dijeran los griegos (y a los griegos, como hemos visto en el caso de Demóstenes, no siempre les parecía virtuosa), Luciano de Samósata responde a con algo que hoy puede confundir y desconcertar a los arúspices de la dicotomía de Nietzsche, tan enemigo de Sócrates (Sobre la danza, 25)216:
«Sócrates, el hombre más sabio, si podemos creer a Apolo Pitio, que dijo tal cosa de él, no sólo elogiaba la danza, sino que incluso consideraba que valía la pena aprenderla, atribuyendo el más alto valor al mantenimiento del ritmo, la belleza de la música, el movimiento armonioso y al decoro en las evoluciones, y no se avergonzaba, aun siendo un viejo, de creer que era uno de los más serios temas de estudio. No se iba a tomar poco interés en el arte de la danza un hombre que no vacilaba en aprender incluso lo más trivial, y acudía con frecuencia a las escuelas de las flautistas y no desdeñaba oír algo interesante de una mujer cortesana como Aspasia».
Estas informaciones, junto a las que recuerdan que su única obra escrita conocida fueron versificaciones de fábulas esópicas, nos las dan los testimonios fidedignos de sus discípulos Jenofonte y Platón, y ponen en serias dificultades a los Padres de la Iglesia y a los humanistas que, como Erasmo, tanto desprecian a los idiotas (los que no saben latín) y las mujerzuelas. Mujerzuelas ven los eruditos en la danza, en el peor de los sentidos, y no sólo en el de poco valor o poco seso. Aunque autor de muchos bailes, de unas Cortes de los bailes y otros poemas sobre las modas dancísticas de su tiempo, Francisco de Quevedo 217 se ensaña con Herodes, «Rey que gobernaba no con los entendimientos de sus manos, sino con los de los pies de una ramera bailadora» (aunque, aludiendo a su final, dice que bailaba sobre el hielo y que al final se rompió degollándola con sus carámbanos); con los ministros que aconsejaron a Saúl un citarista y bailarín para aliviar su posesión diabólica, buscando diversiones y no soluciones; con un disciplinante vanidoso, «bailarín y Narciso del pecado»; pero, ante todo, en la Historia de la vida del Buscón, llamado Don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, deja clara la ralea de gente que, según él, se dedica a la danza:
«Íbamos barajados hombres y mujeres, y una entre ellas, la bailarina, que también hacía las reinas y papeles graves en la comedia, me pareció extremada sabandija. Acertó a estar su marido a mi lado, y yo, sin pensar a quien hablaba, llevado del deseo de amor y gozarla, díjele: “A esta mujer, ¿por qué orden la podremos hablar, para gastar con su merced unos veinte escudos, que me ha parecido hermosa?”. “No me está bien a mí el decirlo, que soy su marido”, dijo el hombre, “ni tratar de eso; pero sin pasión, que no me mueve ninguna, se puede gastar con ella cualquier dinero, porque tales carnes no tiene el suelo, ni tal juguetoncita”. Y diciendo esto, saltó del carro y fuese al otro, según pareció, por darme lugar a que la hablase».
cuenta Barrionuevo esta espeluznante noticia, regocijado y entre burlas219:
«Estaban el Marqués de Almazán y Conde de Monterrey juntos viendo una comedia. Antojóseles una comedianta muy bizarra que representaba muy bien y con lindas galas. Asieron de ella sus criados, y así como estaba, la metieron en un coche que picó, llevándosela como el ánima del sastre suelen los diablos llevarse. Siguiola su marido, dando, sin por qué, muestras de honrado, y con él un alcalde de corte que se halló al robo de Elena. No se la volvieron, aunque los alcanzaron, hasta echarle a la olla las especias. Mandolos el Rey prender. Todo se hará noche; contentarán al marido, con que habrá de callar y acomodarse al tiempo, como hacen todos, supuesto que se la vuelven buena y sana, sin faltarle pierna ni brazo, y contenta como una Pascua. Llámase la tal la Gálvez».
Los antiguos griegos se opusieron con la misma fuerza que Confucio a lo licencioso y a lo doliente, y lo representaron a través de la figura de la transformación de los hombres en animales y piedras. Así, la crueldad  Los antiguos griegos se opusieron con la misma fuerza que Confucio a lo licencioso y a lo doliente, y lo representaron a través de la figura de la transformación de los hombres en animales y piedras.    
Ni los griegos ni los humanistas, ni, por supuesto, García Bacca, consideraron que había pueblos entre los que llegar a transformarse en animal no era castigo sino premio, y en los que no eran deshonrosas las borracheras ni la locura, que Cicerón ligaba a la danza y que García Bacca separa de ella. Patrick E. McGovern vincula la danza con las flautas más antiguas (Geissenklösterle, Istúriz, Jiahu, Caral, Pecos)223, y a ambas con el consumo de bebidas fermentadas, que serían causa de respetabilísimas y sacrosantas borracheras.  
Ya dijimos que los cristianos heredaron los prejuicios paganos contra la danza, y José Aldazábal resume perfectamente las contradicciones que se dan con el culto y la tradición224: «Si san Basilio afirmaba que “la danza es la ocupación más noble de los ángeles en el cielo”, san Juan Crisóstomo no dudaba en decir que “allí donde hay danza allí está el diablo”. San Gregorio Nacianceno distinguía: el “baile de David, sí”, o sea, la danza en homenaje a Dios. Pero “el baile de Salomé, no”: o sea, la danza cn connotaciones de sensualidad».
    Hay, naturalmente, una densa maraña de testimonios de los Santos Padres, latinos, griegos y sirios, que se pronuncian en favor y en contra de la danza, y de otros no tan santos, como Tertuliano con su diatriba De spectaculis, cuya postura es la que ha solido prevalecer. Fray Juan de los Ángeles, Obras místicas, II, ed. de Jaime Sala y Gregorio Fuentes, Madrid, Bailly-Bailliére, 1917, p. 207, escribe que «En el libro IV de los Reyes, cap. III, se cuenta un caso a este propósito de harta consideración. Dícese allí que, estando juntos el rey de Judá, de Israel y de Edón, al tiempo que iban a dar guerra al rey de Moab, llamaron al profeta Elíseo y rogáronle que pidiese a Dios que les enviase aguas, porque perecía de sed el ejército; y para haberles de profetizar el santo viejo el suceso de la batalla mandó que saliese allí una doncella con una harpa o psalterio, y que tañese. Hízose así; la doncella comenzó a tocar su instrumento, y el profeta iba profetizando y como cantando a versos su profecía. De manera que no quiso profetizar sin música, significando en esto que la profecía y la Escritura no es otra cosa que una música del cielo concertadísima, de diferentes voces. Y no fué sin misterio juntarse el viejo Elíseo y la doncella con su instrumento músico para profetizar: porque en las canas y vejez del profeta es significada la Escritura antigua y viejo Testamento, y en la doncella tierna, la doctrina del Evangelio, entre los cuales hay harmonía y consonancia admirables».
los instrumentos marciales de los cristianos hicieron que en el Nuevo Mundo surgiera la «Danza de los Señores, la cual pasados los años de la conquista se transformó en lo que conocemos hasta ahora con el nombre de Mitote, el cual tenía lugar por ejemplo con motivo del “paseo del Pendón”, frente a la iglesia de San Hipólito»231 .
Artemis Markessinis, al dar cuenta de tres danzas sacras que han sobrevivido a nuestros días (la de Echternach en Luxemburgo, Barjols en Provenza y la de los seises en la Catedral de Sevilla)
Las cortes de toda la Europa cristiana usaban al mismo tiempo que despreciaban a los juglares. Giraldo III de Cabrera humilla a su juglar Cabra en el famoso Ensenhamen y, aunque Giraldo Riquier, en la corte de Alfonso X, dice que en Castilla se trata mejor a los juglares que en Provenza, las Partidas beben de Justinano para legislar contra ellos como personas viles, al igual que el jurista Odofredo tiene por infames a los juglares y a los señores ciegos233 que van a la plaza del Ayuntamiento de Bolonia y cantan de Roldán y Oliveros, si lo hacen a cambio de dinero. En Aragón, Jaime I prohíbe que los juglares se sienten a la mesa de los caballeros234 . Y, sin embargo, en estas circunstancias, Francisco, cuyo nombre bien deja claro su origen, pide a sus seguidores, según se puede extraer de Ubertino da Casale, que no sean “como histriones que cantan los golpes de Roldán y Oliveros y sus huestes y nunca dieron golpe en una batalla”235, sino que sean ellos mismos también caballeros, y que se sienten juntos a la misma mesa para vivir la singular aventura del espíritu.
Naturalmente, reciben críticas, como esta de Fray Jacopo Passavanti236: «Estos predicatores de tales hechuras, antes juglares y romanceros bufones, a los cuales acude el público como a aquellos que cantan de los Paladines, que dan grandes golpes, incluso con el arco de la vihuela, son infieles y desleales dispensatores del tesoro de su Señor».
Hay pueblos que valoran extremadamente a los bufones. En la mitología de muchas tribus venezolanas existe un personaje que, según el testimonio de Gilij, citado por De Goeje, los tamanacos llaman Amalivacà, los paresis Amaruacà, y los caribes o más propiamente kalinas Amarivaca253, y que Alejo Carpentier llama Amaliwak para hacer que se encuentre en su cuento «Los advertidos» con otro protagonista de su misma historia, Noé, aunque hay muchos más héroes diluvianos. Este mundo antediluviano se presenta poblado por estrambóticas danzas fálicas e imitativas que similares a las documentadas por De Goeje254: «De noche se bailaba a la luz de las hogueras; los hechiceros sacaban las Grandes Máscaras de Aves y Demonios; los bufones imitaban el venado y la rana; había porfías, responsos, desafíos incruentos entre las tribus». Carpentier se entretiene morosamente en la descripción de los bufones255: «Pero los bufones, de caras lacadas, pintadas con zumo de árboles, seguían saltando a canoa en canoa, enseñando los sexos acrecidos por prepucios de cuerno de venado, agitando las sonajas y castañuelas de conchas que llevaban colgadas de los testículos».
Un ambiente parecido podemos suponer en torno a Osiris. Sir Ernest Alfred Thompson Wallis Budge prefiere llamar bufones a los sátiros que, según Diodoro Sículo, deleitaban a esta divinidad256, y recuerda a continuación que los reyes de Egipto se complacieron no bailando «la danza del dios», sino viendo ejecutarla a un enano o un pigmeo257 . Asa, de la IV dinastía, se entusiasma con un pequeño danzarín venido de la «Tierra de los Espíritus», y Pepi II, de la VI dinastía, no puede reprimir su regocijo y sus atenciones (pide que tengan mucho cuidado para que, durante el viaje, no se caiga del barco) ante otro pigmeo cuya danza llega al corazón del Gran Trono.
  [ Sir Ernest Alfred Wallis Budge, Osiris and the Egyptian Resurrection, Londres, Philip Lee Warner, 1911, p. 231. No es la única interpretatio Graeca que se sirve de los sátiros: «Cuando Babilonia es reducida a desierto, Isaías dice que “morarán allí las fieras, y los búhos llenarán sus casas. Habitarán allí los avestruces y harán allí los sátiros sus danzas” (13:20-21). La traducción al latín de este pasaje hecha por Jerónimo (“et pilosi saltabunt ibi”) dio pie a que los seirim fuesen clasificados como sátiros; se trataba de demonios del desierto característicos del antiguo folklore judío. A estos seres peludos se les rendía culto idolátrico, cosa que se prohíbe exresamente en Levítico: “no ofrecerán sus sacrificios a los sátiros, con los cuales se prostituyen», Roger Bartra, El salvaje en el espejo, Ciudad de México, Era, 1992, p. 44.]
No es más que un juguete encontrado en «El Lisht, en la tumba de una niña llamada Ḥapy, que vivió durante el reinado de Se’n-Wosret I de la XII dinastía»258, pero las cuatro figuras de pigmeos en marfil descubiertas por la expedición en Egipto del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York entre 1933 y 1934 adquieren una importancia extrema para la Historia de la Danza. Giannina Censi negaba en una lección de 1989 la utilidad de las fotografías para reconstruir la danza259, y cuánto más inservibles debemos considerar para imaginarnos a los hombres y mujeres del pasado en movimiento las imágenes esquemáticas y descontextualizadas a las que, en su mayoría, se reduce nuestro estudio. Ciertamente lo que tenemos entre manos está lejos de la Kinetographie de Rudolf von Laban (1928) y de otros intentos más antiguos de notación de la danza260, aunque resulta menos confuso que una de las más antiguas, la llamada chamu261: la contemplación del Ms. A-1 de la Colección de Manuscritos Naxi de la Biblioteca Yenching de Harvard nos sume en muchas  más dudas que otros posibles sistemas de notación primitivos, como los símbolos hallados en Dinggong, en Zouping, en la provincia de Shandong, muy antiguos y muy diferentes con respecto al resto de la tradición escrita china262 , y que parecen ser no otra cosa que danzarines en distintas posiciones que señalan con precisión unos pasos a imitar (si se trata de una escritura, lo será por el mismo modo que la de «The Adventure of the Dancing Men» en The Return of Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle), por no hablar de las imágenes de danza en el suelo (como si se tratar ade un primigenio salón de baile) en Tell Halula 263 y Dadiwan, en la provincia de Gansu 264 . Otras reproducciones de acciones de danza, en cambio, son muy simples, como la de una figura en Nawarla Gabarnmang que tiene los brazos representados simultáneamente en dos posiciones distintas265 .    
Este juguete articulado, en el que unos cordeles (que se han reconstruido en el Museo del Cairo, que se quedó tres de las figuras) hacen girar sobre pequeños discos a tres pigmeos con el cuerpo flexionado y las manos levantadas nos permite reconstruir, siquiera de manera rudimentaria, un movimiento. La cuarta figura, que se quedó el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, es descrita así por Hayes, de manera bienintencionada pero que sería hoy tenida por políticamente incorrecta266: «Nuestro pequeño danzante, que era el líder de este ballet liliputiense, está evidentemente capturado en el acto de dar palmadas para dar el ritmo a su compañía, flexionando sus rodillas en una danza indudablemente lúdrica».
En la España aurisecular donde se escribieron estos versos, los soberanos, en cambio, danzaban, como bien testimonia Luis Cabrera de Córdoba274, si bien con Felipe IV la afición a la danza fue menor275:
«y entonces bajaron los Reyes, y el Príncipe de Piamonte y doña Catalina de la Cerda, y todos veinte y ocho fueron danzando y haciendo mudanzas hasta donde estaba la Infanta, a la cual llevaron luego de allá su aposento, por que no se congojase ni cansase más; y habiendo hecho diferentes danzas, los Reyes se quitaron las máscaras y se subieron A asentar en sus sillas, y lo mismo hicieron los demás, sentándose los que eran señores, como los duques de Lerma, Condestable, Infantado, Alba, Pastrana, Cea y Lemos en almohadas al lado de las damas, y los caballeros poniendo una rodilla sobre la alfombra, como es costumbre. Luego se comenzó el sarao, señalando el Rey los que habían de salir a danzar, que eran los mismos de la máscara, y solamente salió de los demás el duque de Sesa y los dos sobrinos del almirante de Inglaterra, que el uno danzó en cuerpo y el otro con la capa caída, haciendo muchas cabriolas al son de los ministriles; y después de haberse hecho todas las danzas que se acostumbran, tañeron la danza de la hacha, y habiendo salido a ella los de la máscara mandó el Rey a doña Catalina de la Cerda que sacase a S. M., y con ellos al almirante de Inglaterra que danzó con ella, el cual lo estimó por singular favor y merced».
Era, además, la Corte de España aficionadísima a los enanos, que no siempre han caído también en todas las latitudes. En la India, en el aplastamiento durante la danza de Śiva del enano Apasmāra o Muyalaka, hay ciertamente una condena de lo grotesco276, pero en ninguna otra parte esta condena se ve con más claridad que en la China confuciana.
Si se ve como infamia, como hacía Odofredo de Bolonia, el vender el cuerpo y la voz en los espectáculos a cambio de dinero, es claro que, como hacía ver Sor Juana Inés de la Cruz, que la infamia la causa quien paga.
Los romanos distinguían el espacio para los espectáculos sangrientos (el anfiteatro) del teatro y el odeón, donde no había violencia, si bien muchas veces el anfiteatro teatralizaba sus funciones y tenía interludios jocosos (como los que esperaba una vez ver Lucio Anneo Séneca, aunque se encontró, en su lugar, con ejecuciones); y también se puso de moda un teatrorealidad, pornográfico y criminoso, como el que recrea Federico Fellini en Fellini Satyricon (1969).
Sin embargo, de la exposición de Élie Faure se deduce que esta influencia se debe a un valor intrínseco de la danza de los negros, debiéndose, en realidad, al gusto de los blancos, algo que se repite mucho en los testimonios de antiguos esclavos de los EEUU284. De hecho, muchas veces bailan danzas de blancos285, y seguirán haciéndolo cuando sean libres, algo que no les perdonarán algunos jóvenes rebeldes como Hampton Hawes286 . Antes que el ¡Danzad, danzad, malditos! con que se tradujo en España TheyShoot Horses, Don’t They? de Horace McCoy, llevada al cine por Sydney Pollack, y que trataba de quienes bailaban por dinero en un ambiente que también refleja Vicente Rossi287, fue el «Dance, niggers, dance» de la famosa narración de Solomon Northup288 .
4 Cfr. Neil Harding McAlister, «The Dancing Pilgrims at Muelebeek», en Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, 32, 3, 315-319; se remite a E. L. Backman, Religious Dances in the Christian Church and in Popular Medicine, Nueva York, Greenwood, 1952, p. 171, para ubicar el primer caso de coreomanía en el siglo VII.
Pero a los negros no sólo se les hacía bailar para diversión de sus amos, como cuenta el P. Patrick Desbois que los nazis hicieron con los judíos de Mokrovo289 a quienes obligaron a bailar sobre un puente, o como se ve en la obra El baile de los montañeses de Víctor Hugo Rascón Banda. Ni por razones religiosas (muchos de los bailes promovidos por los blancos se hacían en Navidad), como los madrileños hacían bailar a los moros y judíos en el Corpus so pena de multa290, o, mucho peor, como los mexicas obligaron a bailar a los españoles ante Huītzilōpōchtli291 o como a Pedro de Ursúa «mostrábanle mucha cantidad de sogas que traían ceñidas a los cuerpos, diciendo que con aquellas sogas los habían de llevar atados para se holgar con ellos en sus borracheras y bailes»292 . Y tampoco se trata de la coreomanía descrita por Paracelso293, pintada por Brueghel 294 y caricaturizada por Pierre Gardel 295 , ni de una danza sobrenatural forzada como la de Korred o Korrigan296 o como la, por otro lado naturalísima Danza de la Muerte297, sino de una razón parecida a la narrada por Fray Bernardino de Sahagún cuando explica298: «Estos dueños que mataban a estos esclavos llamábanse tealtiani, que quiere dezir “bañadores”, y es porque cada día bañaban con agua caliente a estos esclavos. Este regalo y otros muchos los hacían porque engordasen; hasta el día que habían de morir dábanles de comer delicadamente y regaladamente, y acompañaba cada dueño del esclavo a una moza pública a su esclavo para que alegrase y retozase, y le regalase y no le consintiese estar triste, porque así engordase».
Así pues, el artículo « Primer recuerdo de Isadora Duncan» que Gabriela Mistral publicó el 12 de febrero de 1928 en El Mercurio, y cuyo mecanoscrito firmado conserva orgullosamente la Biblioteca Nacional de Chile (BN 964577) diciendo escuetamente en su descripción que «la compara con la bailarina de color Josephine Baker» añade el absurdo a su condición de repulsivo, aberrante e indigno de la sociedad de los seres humanos civilizados (Gabriela Mistral, como Fray Bartolomé de las Casas y como José Vasconcelos, exaltaba la raza y la cultura blanca e india, y la mestiza de ambas, en sufrido detrimento de la negra): «En verdad, Isadora murió a tiempo, cuando París ha madurado para la danza estúpidamente canalla de Josefina Baker, cuando, a fuerza de condescendencia para las aficiones yanquis –que en esto son de una grosería de pirata–, París ha acabado por entregar, como una alcahueta, sus mejores salas a una danza antítesis de la suya. Yanqui era ella también, Isadora, pero yanqui irlandesa, y, en todo caso, de una generación que no había caído en el sótano hediondo de lo negrero. Curiosa venganza la de los negros sobre los ingleses de Norteamérica: los que viajan en carros especiales como los bueyes; los que aparte comen, rezan y existen, y no pueden abrazar un cuerpo de mujer blanca, sin que los hijos de Lynch caigan sobre ellos y les dejen derramando sobre el pavimento la única blancura suya, la de los sesos, han comunicado a su enemigo, el lector de la Biblia, el superblanco, como algunos lo apellidan, su inmundo zangoloteo de vísceras, y les han creado los ritmos bestiales con los cuales en Nueva York ahora se despierta, se vive el día y se duerme».
Richard M. Moyle, citando unas palabras de Nūnua Posongat de 1999, «Tātou e anu koi ki nā taratara» (‘Simplemente bailamos las palabras’), desarrolla la idea de la imposibilidad de la danza sin canto328. La dependencia de los movimientos respecto a las palabras le permite esbozar una tabla de correspondencias entre pasos de danza y descripciones de acciones y pasiones (por ejemplo, hiahia, que es alegrarse, se representa haciendo sonar una o dos manos a la altura del pecho). No habría lugar para la abstracción, porque incluso los meros movimientos (nā āuna koi) serían una especie de cero aritmético o signos de puntuación en el sistema plenamente definido de equivalencias, que indicarían que algo no se ha entendido bien o que no se puede expresar a través de lo admitido por la convención (y entonces se usaría la forma sava) o que se introducen unos compases de espera (a través de la forma ē tū) 329 . movimientos
Ante un público extraño, el texto se va haciendo innecesario y de la lengua original de los cantos quedan sólo rescoldos arcaicos, como les ocurre a los pigmeos cuando entretienen a los egipcios, los bantúes o los árabes, a los dravidios cuando entretienen a los arios o a los oscos cuando entretienen a los romanos. Menéndez-Pelayo:  «Conceden especial atención a los groseros perfiles de hombres (?) con cabeza bestial. Pueden ser máscaras de caza, como las que usan los esquimales, los indios, los bosquimanos. Pero estos pueblos conocen también danzas de carácter mágico, a las cuales son admitidos únicamente los iniciados, y en que cada uno de ellos toma por máscara la cabeza de su animal totémico. “Si los trogloditas pensaban como los Aruntas de la Australia actual (dice Reinach), las ceremonias que cumplían delante de estas efigies, debían tener por objeto asegurar la multiplicación de los elefantes, de los toros salvajes, de los caballos, de los ciervos que les servían de alimento. Trataban también de atraerlos a los alrededores de la caverna, por creer, según un principio de física salvaje, que un espíritu o un animal puede ser compelido a vivir en el sitio donde ha sido representado su cuerpo”. Todo esto no pasa hasta ahora de hipótesis plausibles e ingeniosas, y algunos detalles pecan quizá de sutiles, pero en general, puede admitirse como la mejor explicación del origen y desarrollo del arte en la época del reno, la idea mística de la evocación por el dibujo o por el relieve, análoga a la invocación por la palabra».
Yosef Garfinkel, que es, con Emmanuel Anati, uno de los nombres que andan por todas partes en los estudios en otros tiempos (y que haya tan pocas autoridades sobre una manteria ue en la cerámica china y las pinturas rupestres australianas se piensan que son patas de insecto o costillas salientes. Pieza del Museo de Gansu Yosef Garfinkel, que es, con Emmanuel Anati, uno de los nombres que andan por todas partes en los estudios sobre danza antigua, al igual que Breuil en otros tiempos (y que haya tan pocas autoridades sobre una materia)  
De todo esto extraemos que la danza se aprende. Sólo el pulso es innato: todo lo demás, por genuinamente propio que nos parezca procede del estudio. ¿Qué más chino que el interminable león que baila desfilando por los barrios chinos de nuestras ciudades occidentales? Y, sin embargo, es iranio. Ahora bien, ¿cómo se aprende? Ante todo, a través de tres elementos.
El primero es el maestro. En España no han faltado muchos y muy buenos. Al prologar el tratado de Rocío Espada, José Blas Vega cita, con notables errores y omisiones, los manuales de Baltasar de Rojas Pantoja (compuesto por Juan Antonio Jaque), Juan de Esquivel Navarro, Bartolomé Ferriol y Boxeraus (discípulo de Pierre Rameau), Pablo Mínguez e Irol, Antonio Cairón, Manuel Justo Menor, José Otero Aranda, Trini Borrull, Manuel García Matos o Teresa Martínez de la Peña358
Antonio Cairón, Compendio de las principales reglas del baile, Madrid, Repullés, 1820, pp. 1-4.
La exagerada disciplina que impone el ballet, sus sacrificios, la dictadura del maestro, la jerarquía de los danzantes, es, aparte del éxito de los Ballets Rusos antes del advenimiento de la URSS, una de las razones de su gran predicamento entre los países totalitarios, y especialmente los socialistas, mucho más incluso que la ópera. Hergé dibuja a la diva Castafiore como un elemento al que le están permitidos espacios cerrados para la mayoría en una dictadura de corte estalinista, pero en Torn Curtain (1966) de Alfred Hitchcock, con guion de Brian Moore, tenemos a la atrabiliaria y ególatra bailarina socialista que forma una parte indiscutible del aparato del Estado. El Ballet Nacional de Cuba pesa tanto o más que un ministerio y, si Fidel Castro es un hombre que marca el siglo XX, hay que recordar que Alicia Alonso nació antes que él y sigue viva en el momento de escribir estas líneas y esperemos que mucho después.
Carlo Blasis: «La reflexión, la meditación, la curiosidad, la admiración, la observación movieron el genio de Galileo y de los otros matemáticos, astrónomos y filósofos; Dante, Boccaccio, Petrarca, Alamanni escribieron animados por el amor patrio; Dante, Casti, Maquiavelo, mostraron hasta dónde lleva el coraje civil; Aquiles, César, Ferruccio fueron tipos de coraje militar; el ardor, el ansia de novedad, la curiosidad, fueron el estímulo del genio de Colón; las grandes pasiones, desaforadas, sublimes terribiles, guiaron el pincel y el cincel de Miguel Ángel; el amor de la belleza, a lo celeste, a lo divino formaron el genio de Rafael; el amor propio, la emulación, el amor de la gloria, de la inmortalidad, el entusiasmo, la ambición, el sentimiento religioso, el amor patrio han formado a los grandes escritores, artistas, guerreros, a los filósofos ilustres; la bilis (poderosísimo motor de nuestro ánimo), la envidia, los celos, el odio, la cólera, la malicia, la calumnia, el temor, la venganza han también contribuido a un número infinito de obras, las cuales han naturalmente honrado más la actividad y la versatilidad del genio que el corazón. Las pasiones que engrandecen el genio deberían ser las únicas inspiradoras de los hombres, de donde hacer cosas bellas, porque las pasiones viciosas no tienen en el fondo más que la ceguera y la injusticia».
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Sentir dolor es más fácil que sentir amor.
Por Juan Carlos Dugarte
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Entre tanto auge político y económico, científico y tecnológico, aunque en apariencias los sentimientos humanos pasaron a un segundo plano. Hoy por hoy, la lógica elemental indica que debo reclamar aceptación promoviendo la división, en este caso me refiero a las clases sociales que por años han mantenido una lucha ya olvidada basada en recuerdos que solo crean rencillas innecesarias, así como también incluyo a las personas que se denominaron diversidad sexual; y es que no se dan cuenta que solo son objeto de la burla mercantilista, mientras consumas puedes ser lo que quieras ser (saben cuantas toneladas de pintura se venden mientras promueven la supuesta inclusión). La lógica elemental convierte en un espectáculo una pelea de boxeo o de artes marciales combinadas, promovido sin limitaciones a través del aparataje mediático (periódicos, radio, televisión, internet). Prevalece la emisión de noticieros cargados de desgracias y malas noticias, prevalece la promoción de películas cargadas de escenas violentas, explosiones, peleas e insultos. Y eso es normal, es lo cotidiano. Quisiera yo que dejará de ser tan criticado el hábito de ver de vez en cuando una escena de parejas haciendo el amor, besándose, abrazándose, queriéndose. Claro, el mercado es el mercado, y como transmitir escenas de amor no vende, transmitir escenas de abrazos no vende, es por eso que lo que se vende es lo que se transmite.
Los comportamientos clasificados como individuales o colectivos, en sí afectan de forma individual. Suponiendo que seas herido en una marcha, aunque la marcha era en colectivo, terminas siendo afectado tú, de forma unipersonal. En una lucha constante en contra de las apariencias y el tiempo, parece ser que los relojes y los espejos son nuestros peores enemigos. La moda es verse bien, ya no importa sentirse bien. Ya no importa cuanto gastas en tu salud, lo imperante es una cirugía corporal innecesaria para verse bien. Aunque los daños sean irreversibles, lo importante es verse bien. Y es que definitivamente la silicona se ha vendido más que la cocaína. Y esta es una de las obras maestras del mercantilismo.
Con seres que indiscriminadamente se reproducen sin control. Unas naciones pagan para que las personas procreen y otras naciones deberían pagar para que no procreen. La natalidad indiscriminada es el arma que más muertes atribuibles tiene. Y continuamente estos seres, los supuestamente privilegiados, son formados en un sistema educativo plagado de vicios, eufemismos, artilugios, falsas creencias y prejuicios infinitos. Todo orientado hacia el crecimiento del capital mercantilista. Quien usará las cárceles sin delincuentes? Quien asistirá al psicólogo? Quién irá al doctor? Es así, para que seas útil al mercado no puedes ser una persona normal, correcta, saludable, estable emocionalmente, de buenos hábitos, sin prejuicios, sin mañas.
Entre los deseos mas vanidosos que tengo, quisiera que fuese decretado a nivel mundial un día libre para abrazar, ese día te dedicaras a abrazar a todo aquel que encuentres en el camino, que sean abrazos sobrios, y no los abrazos ebrios que nos damos en Venezuela para recibir el año nuevo. Propongo la eliminación de los cementerios, las urnas, los actos de velorio y sepelio. Son un gasto innecesario. Como es que un ataúd vale hasta diez veces más de lo que vale una cómoda y lujosa cama para dormir. Pienso que el que me quiera regalar una urna pues debería mejor regalarme una cama en vida. Pienso que todo aquel que se vaya a desgarrar en llanto por mi, mientras reposo en una urna debería mostrarme su amor en vida, pienso que si el día de mi muerte se van a reunir todos aquellos familiares hasta los que no conozco, pues deberían reunirse mientras uno esté vivo. Lo que acontece es que hay que promover el duelo. El duelo es muy lucrativo. El dolor siempre será más lucrativo que el amor. Esto que acabo de mencionar son vanidades mías. En este caso me refiero al dolor emocional, que según estudios científicos el dolor emocional constituido por fallecimiento de seres queridos, rupturas amorosas, discusiones con seres queridos, frustración por falsas expectativas, supuestos fracasos.
Yo sólo aunque luche a brazos partidos contra el sistema pues quizás logre pequeños cambios. Ya con los pies sobre la tierra y con el corazón en la mano, no pretendo ofender la cultura o la formación ideológica-educativa ningún ser en este mundo. Si usted ha pasado por algún momento de dolor emocional, lo invito a refugiarse en el amor que está dentro de su alma, convierta ese dolor en amor hacia los seres queridos que aún están cerca. Si no tiene familiares, amigos o seres queridos, salga a buscar uno. Identifíquese con alguien correcto, ofrézcale su amistad y su cariño. Somos seres formados para la infinitud y debemos estar acompañados. Conviértase en un promotor del amor. Ámese y ame a los demás. Y la mejor forma de aportar grandes cosas a la humanidad es aumentando día a día el conocimiento. En mi opinión muy personal considero que ningún ser ha elegido nacer en este mundo, así como también pienso que en momento dado de desgaste corporal hay personas que ya no quieren sufrir más en un lecho de muerte que se sabe que no tiene vuelta atrás, crear una falsa expectativa de la posible recuperación de ese ser querido es un gran error, entonces el moribundo además de sufrir por la enfermedad también sufre por ver tantas caras tristes a su alrededor. En el mismo orden de ideas le doy prioridad a la existencia de un mundo espiritual paralelo, por tal razón si un alma requiere despegarse de este mundo es oportuno que una vez que el cuerpo fallezca, hay que hacer lo posible por llevar a esa alma al descanso espiritual. Este párrafo lleva una dedicatoria especial a mi nueva gran amiga Nancy Ceballos. Mujer chilena de gran corazón, que con su testimonio de vida me hizo adentrarme en este tema. Que aunque pensé escribirlo en dos o tres días, mi cerebro inquieto no cesó hasta ver plasmadas estas palabras tan liberales.
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fuckthe-religions · 5 years
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cinco cosas-
“Que guapo esta hoy mi corazón para estar tan roto, y qué bien te quedan estas letras puestas delicadamente en tus pestañas que son como el telón de las obras de tus ojos. Perdóname, pero ya sabes que soy chico de metáforas, aunque en realidad es un eufemismo decir eso cuando en realidad lo que soy es un cobarde... Un cobarde por no saber escribir claro, no atreverme a acercarme a ti y decirte que eres lo más bonito que he visto alguna vez pisar este suelo... Territorio que aún no he conquistado porque eso de tener los pies donde hay que tenerlos nunca se me ha dado nada de bien. Y es que sueño tanto que a veces pienso que en mi vida no existe presente sino ilusiones que ahogan el tiempo. Lo primero que he aprendido de esta historia, nuestra supongo, es que el pecho izquierdo siempre va a doler o emocionarse mas que cualquier parte del cuerpo, será por fisonomía o metáfora, pero estás vendido si se clava ahí la flecha de Cupido, que sí, que es de Cupido, pero seguirá siendo una flecha y duele... Lo segundo es que si echar de menos es ya de por sí jodido, imagínate echarte de menos a ti, cuando en realidad tendríamos que echarnos de mas pero en sonrisas. Llámame iluso, soñador, idealista y mentiroso por venderte que el amor sí existe, pero nunca, por favor, me obligues a quemar mi bandera porque si defiendo una locura así, te afirmo una y otra vez que la Torre Eiffel ha sido más testigo de besos que de huidas, que el Sena y sus orillas son escenario de poemas y que tú y yo podríamos ser musa y verso es porque lo tercero que he aprendido es que yo empecé a buscar en tus labios la racionalidad de algo tan loco como el palpitar de este corazón... Y lo cuarto es que ya va siendo hora de que salga de mi escondite y correr a buscarte, es el momento perfecto para abandonar el salvavidas y aventurarme a tirarme al mar en mitad de la nada, que no será nada porque estarás tú y lo será todo, que no será escondite porque estarán tus brazos y eso, eso sí que es magia. Por ultimo, decirte que el cinco siempre ha sido mi número de la suerte y es por eso que te digo que lo quinto que quiero susurrarte es que te quiero.”
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Capitulo 1
Más veces de las que queremos admitir las personas que en un momento dependimos emocionalmente de ciertas cosas nos hacemos la promesa de mantenernos solos por el mayor tiempo posible para que esto no vuelva a ocurrir. La cuestión es que, a la misma velocidad que llegan esas ganas, se van. Efímero, como nuestras emociones. No es que te quería poco, es que confundía el apego con el amor... y el amor con el apego, contigo fue más recurrente la número uno, no era simple amor, era algo más. No podía parar de regresar a sobar mis heridas causadas por la yema de tus dedos al partir.
La primera noche del año la recuerdo muy bien. Yo ahí con mí cabeza sobre mí brazo izquierdo, podía apenas escuchar mí sangre fluir allí dentro, era un sonido abrumador por encima del ensordecedor silencio que creía que el cuerpo emitía... yo para entonces ya cumplía mí promesa, y después de las 12am, desde aquella noche... relataba pasivamente nuestra historia. Todo estaba oscuro y flácido, pero aún podía visibilizar el camino a la cocina, siempre esperándome con la cafetera, la leche y la azucar al final de la taza. Porqué es que la vida me podía castigar, pero nunca podía castigarme tanto. Y entonces con el calor quemándome la lengua, nos plasmaba suavemente sobre el lienzo claro de una hoja de papel. Te extrañaba más que nunca, papá.
Sin embargo lo que más me impide olvidar ese día fue como terminó. Pero supongo que uno no debe empezar a contar una historia desde el final.
El día empezó queriendo llover, aunque no lo hizo. Recuerdo que las nubes fueron una parte fundamental para recordar todo lo que ocurrió en la tarde. Las puertas crujiendo, las voces rondando abajo, y la música clásica eran para entonces una parte vital de mí rutina de la mañana. Me estiré sobre mí cama y escuché claramente mis huesos crujir sobre ésta. Día a día me levantaba, bañaba y vestía de volada y bajaba a comer porque iba tarde a la academia.
Estaba más cansada que de costumbre y las ojeras bajo mis ojos eran las pruebas físicas. No había podido dormir en casi toda la noche. Hace 32 horas que no sabíamos nada de mí hermano. Cuando digo sabíamos me refiero a mama y a mí, aunque si me estuviera refiriendo exclusivamente a las personas a las que si les importaba que el no apareciara, diría "hace 32 horas que marie y yo no sabíamos nada de mí hermano."
Era muy usual que se diera esas pérdidas. Luego de que papá falleció el se convirtió en otra persona. Esa trágica noche fue la primera noche que pasó fuera de casa, entonces esa detonó todas las demás. El no podía ver a mamá a la cara desde lo que sucedió. Desde que el día del velorio le gritó a Dakota que era una zorra, y que era culpable de la muerte de papá, nunca más las cosas volvieron a ser igual.
Para la época el estaba muy hundido en varios vicios y muchos problemas, yo sigo insistiendo en que el dinero solo lo ayudaba a hundirse más. La ultima vez que hablamos me confesó que el solía buscar en las drogas ese refugió y calor que tanto añoró en sus años de niñez y parte de su juventud. Siempre fuimos muy unidos, pero por las diversas razones ya mencionadas, el dejó de verme como una salida de ayuda viable porque yo aún vivía bajo el mismo techo que mamá.
Salí de la habitación y caminé hasta las escaleras pretendiendo bajarlas rápidamente. A mitad de camino divisé a Jeremías entrando a la casa. —Hola señorita, así que, alguien decidió finalmente salir de su cama. Claro que tarde como siempre.— Espetó como era usual, sonriéndome como si su vida dependiese de eso.
—Hola tí...— Rápidamente voltee hacía la parte superior de las escaleras, si mamá me oía, me asesinaría, pero no había nadie. —Hola Jeremías. ¿En qué son andas, eh? —Le saludé cuando finalmente pisé el suelo de la planta baja acercándome a saludarlo  Olía a rosas, sabía de donde venía.
—¿Estabas en el Rosario?— Pregunté eliminando mí sonrisa, en aquel entonces solía alzar la ceja para todo, algo como un tic nervioso que aun poseo, pero sobre todo, solía hacerlo cada que sabía la respuesta de una pregunta que yo hacía.
—Si, de hecho entré para preguntarle a Marie si me alcanzaba las llaves del depósito de jardinería para sacar las tijeras y podar un poco al alrededor. Pero el plan era hacerlo sin ser visto por nadie, especialmente tu madre o Mr. George.
Jeremías, Marie, y Mr. George. Todos eran parte esencial del departamento de trabajo de la mansión. Jeremías fue el chófer designado de papá por muchos años y a su vez, su único amigo. Crecí entre mimos de ambos, se que Jeremías era su confidente. Papá solía hacerme decirle tío, hasta que se me hizo costumbre, y ya para ese día era un hábito. Solo que no frente a mí madre, la unica vez que me escuchó diciéndole así se convirtió en una de las tantas veces que se salió de control conmigo.
Marie era la ama de llaves y jefa de cocina. Para la época yo era muy unida con marie. Solía ser una señora muy dulce y amable desde que la recordaba. Muy simple. Con George la historia era demasiado diferente. El era el líder de protocolo de la mansión. Él se llamaba a sí mismo: "Mayordomo de la familia Clarke" cuando atendía el teléfono. Pero todos, incluido papá le llamábamos sólo por su nombre.
—Suertudo que no tienes que lidiar con eso.— Torcí los ojos sonriendo un poco. —Ya te las traigo—Le dije mientras emprendía mí camino a la estancia donde estaba la vitrina con todos los llaveros de la casa.
Las ventanas de la estancia estaban todas completamente abiertas, eso solo podía significar dos cosas. Que mamá bebió mucho anoche y necesita una dosis de aire fresco mañanero o que tendríamos una visita importante esa mañana. Y dado por la cantidad de personal que vi moviéndose de un lado a otro cuando iba de regreso a entregar la llave supuse que la segunda era la razón.
Le extendí las llaves a lo que él me agradeció saliendo por la gran puerta. —Si gustas ir allá te espero, rosie. Sabes que eso hubiera querido David.— Le sonreí, él sabía que no iría, y aún así, intentaba hacerme ir. Jeremías sabía cuán delicado era el tema para mí. Él se caracterizaba por simpre limitarse a decir solo lo necesario. Sin papá en la mansión él era la única gota de prudencia que había quedado. 
A paso lento llegué al comedor, la mesa estaba repleta de comida y eso confirmó entonces mí teoría, efectivamente alguien iría a desayunar a la casa. Yo sabía muy bien que no podía comer antes que todos, aunque no hubiese nada que deseara más en el momento. Busqué a marie por los alrededores, caminé mucho, lo recuerdo pero para cuando tuve que entrar, aún no la había encontrado.
Se escuchaban voces en el comedor. Habían llegado las personas. No entendía como mamá podía organizar un desayuno tan completo cuando mí hermano estaba perdido. No deseaba asistir al desastre carnavalero que fuera eso, así que subí nuevamente hacía las habitaciones. En el pasillo, aún desde afuera se escuchaban unos fuertes gritos, caminando hacía el fondo confirmé que éstos eran provenientes de la habitación que papá y mamá compartían.
Una de las voces era de Peter, reconocería esa voz armoniosa donde fuera. Aunque estuviera resfriada. Decir que entré más rápido a la habitación que una bala siendo disparada sería un enorme eufemismo. Allí estaba mamá, de espaldas con un vestido de copa ajustado, color blanco. No tenía zapatos puestos, ella nunca estaba descalza.
A sus pies estaba tirado Peter a medio vestir. Sentí enseguida la mirada de mamá puesta en mí. Mí hermano sólo subió sus ojos claros directamente hacía los míos. Me tiró una de sus miradas vacías, esas que me pesaban un centenar adentro.
—¡SAL ROSE!— Gritó mi madre.  —¡ROSALYN, QUE SALGAS TE HE DICHO!—Yo no podía quitar los ojos de mí hermano. Me preguntaba que cosa tan mala pudo haber hecho alguien como Pete para estar pagándolo de esa manera.
Siempre quise meterlo en un frasco de hierro para que nadie, nunca, jamás lo tocase. Era mí adoración y si entonces tuviese que terminar mí vida por la suya, lo haría sin dudarlo ni un segundo. Lo amaba.
—Pete, por dios. ¿Que te ha pasado, hermano?—Me acerqué a él arrodillandome. Tomé su cobriza cabellera y la puse sobre mis piernas. Su pecho estaba desnudo, transpirando y helado. Sus parpados rojos como una frutilla. No pude detener mis lagrimas. Estaba drogado, el olor que emanaba su cuerpo era de alcohol puro, y no precisamente fino. Podía escuchar la respiración de mí madre justo detras de mí, pero no se atrevió a decir nada.
—¡No puedo creer que le estes gritando aún mirando el estado en el que está!—Volteé finalmente a mirarla. Nunca la había visto llorar. Y lo estaba haciendo ésta vez, tenía los ojos llenos de agua. Se atascaba con sus sollozos. No tenía ni una gota de maquillaje en su cara, lucía mayor, cansada. Cayó de rodillas al suelo provocando un estruendo en la habitación, sus manos cubrieron su cara, ella lloraba desconsoladamente. Peter la miraba ahora y siguió sus pasos, ambos estaban goteando a cántaros y yo no entendía que pasaba.
Un par de meses antes de que papá falleciera la escuché gimiendo dolorosamente, lloraba, vi su sombra arrodillada en la oscuridad del loft de la casa, pero no vi sus lagrimas. No supe hasta mucho después la razón por la que estaba llorando esa noche, pero aún no es el momento para ti de saberlo.
Me levanté, coloqué suavemente la cabeza de Peter en el suelo, cogí de la cama una almohada y se la puse nuevamente en su cabeza. Se veía tan débil e indefenso tirado en el suelo, destrozado.
—Disculpame, hijo.— Se arrastró mamá desde el suelo hacía él. Yo los miraba a ambos desde en frente de la puerta. No podía estár más tiempo allí.
—No hay nada que me torture más que tus desprecios. No fue mí intención que a David le sucediera, amor. Disculpame, disculpame, disculpame.—Le tomó las mejillas con ambas manos, los dos rostros empapados estaban finalmente frente al otro.
Peter y mamá compartían la misma pesadez y firmeza en sus mirada. Un azul profundo que hechizaba, uno de esos que te ciegan y te nublan los sentidos. El aire de superioridad natural que ambos poseían fueron mí martirio por muchos años. Como las barreras de una cárcel de la que aún pudiendo escapar, no gustas hacerlo.
—S-sueltsme mam.— Apenas podía hablar, tomó sin casi fuerzas las manos de nuestra madre. Primero separó la derecha de su mejilla y luego la otra. Parecía que el simple toque le quemara la piel. Sin duda esa fue una escena dolorosa. Se que a Peter en ese momento, tal y como a mí se le vinieron a la cabeza como flashes los recuerdos de aquel fatídico día. 
Salí de la habitación, realmente no podía soportar el seguir viéndolos de esa manera. Corrí a mí pieza, mis piernas temblaban, me ardía el pecho. Cerré la puerta detrás de mí y lloré. Ese día, como de costumbre lloré hasta no poder más. Mí cuerpo terminó ceñido en el suelo luego de que se arrastrase por la puerta hacía el piso helado. No recuerdo cuantas horas duré así. Solo se que se hizo la noche y no me había movido ni un centímetro. No se escuchaba nada más que mis gritos internos.
Recordando a papá siendo nada más que él mismo. Recordándolo decirnos a Pete y a mí que teníamos un lazo que nos uniría hasta la muerte, que jamás nos dejáramos perderlo. Hoy en día pienso que quizá el se refería a que duraría hasta su propia muerte, porque así tal cual fue.
Nunca supe quienes eran los invitados de mamá aquella mañana, tampoco supe que pasó en aquella habitación después de que salí, quería creer que Peter la había perdonado pero algo en mí corazón me gritaba que no había manera de que el perdonara a mamá por haberle detonado a papá aquel infarto.
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lovesamedrugss-blog · 5 years
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En mi vida, existen sólo un par de instantes en los que logró huir victoriosa de la tristeza,  cuando el cielo tiene ese color indefinido entre gris y celeste siempre a una hora exacta de la madrugada, cuando apoyo la cabeza sobre el cojín rosado y lo único que queda a mi vista es el LP  de John Lennon que mi madre me obsequio un par de meses atrás, y cuando antes de salir, amarro mis zapatos y veo mis pies uno muy junto al otro.. Lo demás es un desborde infinito de melancolía e insultos de todos esos demonios que habitan en mi cabeza. Esto es tal vez, la forma más sencilla de resumirme, otra más detallada hablaría de lo mucho que duermo, de toda la aromática que tomo, de mi afición a la luna y mi amor vicioso a The Beatles, la más nostálgica diría que alguna vez, en algún lugar un corazón roto me susurro al odio que el vacío no sería infinito, y que todo lo malo pasa.. Me mintió. Pero la insípida verdad es que si se habla acerca de mí, debe hablarse de todo lo que arruino, lo que destruyo y devasto,  el infinito sufrimiento que obtienen todos ellos que se gana un poco de mi cariño, y todo esto es lo que me ha hecho querer esconderme entre mis rodillas. Este tipo de resúmenes deben hablar de mi sonrisa torcida, susurros destructivos, madrugadas observando el color incoloro del ser,  campos de fresas y submarinos amarillos. Sería a penas la primera biografía acertada,  También caben los simples, que hablan de mis ojeras violáceas, mi cabello jamás peinado, y mi mirada siempre ausente,  pero… la tal vez a lejos la mejor manera de resumirme sea melancólica indefinible, melómana indefinible, beatlemaniaca indefinible, indefinible con mala sonrisa, indefinible con el corazón inconcluso, indefinible.. en la eterna búsqueda de un color que no existe” - Clementina.
Y vaya que esto era cierto, la mañana en que te vi por primera vez los pájaros no silbaron como era habitual, no hubo llovizna matutina, ni nos chocamos por accidente, no era catorce de febrero, ni te escribí en una servilleta lo hermosa que eres,  no te invite a tomar un té, ni te susurre al odio que el cielo, el cielo estaba en tus ojos, vi tu rostro en un lugar concurrido.. Sí, pero un lugar desierto de cualquier ápice de romanticismo. Estabas mirando a lo lejos, con esa mirada desorbitada, hablabas sobre las fases lunares y la vía láctea, nunca cerrabas un tema por completo, nunca lo hiciste. Te observe toda la mañana, la tarde y ese momento prodigio entre las 5: 55 y las 5: 56 cuando las nubes dejan de estar felices y se ponen melancólicas, te observe esperando que, alguno de los susurros habituales en tu mente te indujera a observarme también, a observarnos, a querernos de a poquitos entre la timidez dominante de aquel instante, pero huiste, siempre huías.
Pasaron los días, pasaron las nubes, pasaron los pájaros que se acomodan en los cables de la luz, pasaron los eufemismos, pasaron los aviones, pasaron los gatos, pasaba el vacío, pasaba la apatía, y yo te miraba, me preguntaba si no habías dormido lo suficiente la noche anterior, me preguntaba si habías perdido el tiempo observando la luna, amabas la luna, me preguntaba si en medio de esos pensamientos casi suicidas, de esas poesías sabor vainilla, de esas lecturas indelebles que hacías a la madrugada me pensabas, porque yo si te pensaba, siempre te pensaba. Un día de febrero coincidimos por casualidad en un lugar concurrido.. nuevamente, estabas tarareando lovesong de The cure, tocabas acordes sin sentido de canciones aún no escritas, me miraste, nos miramos, caminabas, suspirabas, y yo te seguía en silencio infinito, llorabas, fumabas, llovia.. Nunca llorabas, nunca fumabas, nunca llovía, eras el cliché de cualquier escritor existencial, habías consumido tantas groserías que apenas lo ibas a recordar al día siguiente, yo te protegía, te miraba, cargaba con tus dolencias, vituperabas, odiabas, eras la apatía que caminaba, que insultaba, te costaba moverte pero te acercaste, hasta mi mesa hasta la silla que estaba junto a la mía, tus ojos vidrosos me miraban solamente a mí, abriste la boca y me dijiste que debía pintarme el cabello de azul, yo solamente dije ¿Azul?, ¿por qué azul? A lo que respondiste, el azul me gusta, píntatelo, yo renegué, en realidad mi cabeza apenas asimilaba la idea de que te habías acercado a mi mesa, a la silla junto a la mía mientras te parabas con dificultad de la silla dijiste “Si no lo haces tú, llegare a pintártelo en la madrugada”..  Y no sabes cómo me habría encantado eso. Estabas triste, vacía, averiada yo solamente te dije que el vacío no era infinito, que las cosas malas pasaban, te comías las lágrimas mientras hablabas sobre marte, aspirabas conocer  los planetas, las constelaciones aun sabiendo que nunca lo ibas a tener me decías que la vida se trataba de esto, hablabas sobre The Beatles, sobre los colores, no deseabas pasar un día más en la tierra y supuse que era por tus deseos de vivir en Saturno.  
Este día fue el día que perdiste todo el respeto que habitaba en mí, pero también fue el día en que me enamore de tu tristeza, de tus aficiones, de los infinitos tonos de tus ojeras, de tu apatía, ese fue el día que me enamore de ti, y asimismo el último día que vi ese rostro que hacia verosímil lo imposible.
La gente suele decirme que te equivocaste, que a los 16 años se es aún muy incapaz para entender la vida y más aún para acabar con ella, yo por mi parte pienso que tu existencia fue lo mejor que le pudo haber ocurrido a la mía, hoy en día me despierto a la madrugada a congelarme con el vacío, intento nombrar ese color magnifico que te inventaste, le puse clementina me despierto y te espero, espero que vengas y pintes de azul mis cabellos. Quisiera que regresaras y poder decirte las cosas que jamás te dije, quisiera besarte las ojeras, las tristezas, los miedos, quisiera construirte una nave espacial para irnos juntos a Plutón, construir  una casa del árbol en júpiter, y plantar las estrellas, pero la vida se trata de aspirar cosas que nunca vamos a tener ¿o no era eso lo que tu decías?     Vuelve, por favor.
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seamospoesia · 6 years
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Todo lo que nunca podré decirte en cinco pasos | Loreto Sesma
Que guapo esta hoy mi corazón para estar tan roto, y qué bien te quedan estas letras puestas delicadamente en tus pestañas que son como el telón de las obras de tus ojos. Perdóname, pero ya sabes que soy chica de metáforas, aunque en realidad es un eufemismo decir eso cuando en realidad lo que soy es una cobarde... Una cobarde por no saber escribir claro, no atreverme a acercarme a ti y decirte que eres lo más bonito que he visto alguna vez pisar este suelo... Territorio que aún no he conquistado porque eso de tener los pies donde hay que tenerlos nunca se me ha dado nada de bien. Y es que sueño tanto que a veces pienso que en mi vida no existe presente sino ilusiones que ahogan el tiempo. Lo primero que he aprendido de esta historia, nuestra supongo, es que el pecho izquierdo siempre va a doler mas que cualquier parte del cuerpo, será por fisonomía o metáfora, pero estás vendido si se clava ahí la flecha de Cupido, que sí, que es de Cupido, pero seguirá siendo una flecha y duele... Lo segundo es que si echar de menos es ya de por sí jodido, imagínate echarte de menos a ti, cuando en realidad tendríamos que echarnos de mas pero en sonrisas. Llámame ilusa, soñadora, idealista y mentirosa por venderte que el amor sí existe, pero nunca, por favor, me obligues a quemar mi bandera porque si defiendo una locura así, si te afirmo una y otra vez que la Torre Eiffel ha sido más testigo de besos que de huidas, que el Sena y sus orillas son escenario de poemas y que tú y yo podríamos ser musa y verso es porque lo tercero que he aprendido es que yo empecé a buscar en tus labios la racionalidad de algo tan loco como el palpitar de este corazón... Y lo cuarto es que ya va siendo hora de que salga de mi escondite y correr a buscarte, es el momento perfecto para abandonar el salvavidas y aventurarme a tirarme al mar en mitad de la nada, que no será nada porque estarás tú y lo será todo, que no será escondite porque estarán tus brazos y eso, eso sí que es magia.
Por ultimo, decirte que el cinco siempre ha sido mi número de la suerte y es por eso que te digo que lo quinto que quiero susurrarte es que te quiero.
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ladedicatoria · 2 years
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A Rosa Perez
…es con emoción que te escribo pues todo lo que proponés es osado y ahora que pasé por la experiencia, el después de la explosión, el post-síntoma quiero contarte: Todo comenzó cuando leí tu nombre. Llevabas un aire de misterio insoportable, admito. Pero la forma de tus pies recién gestados, invitaban a caminar.  A recorrer esta suerte de enjambre abierto. Adopté la actitud de unx niñx entusiasmadx por descubrir lo que aún no nombra y, te seguí. Dos horas de distancia nos separaban del encuentro. Llegamos a las seis de la tarde un sábado de enero. Armamos la carpa en un parque rodeado de árboles, junto a otras carpas ya instaladas. Cerca de la entrada había una casita blanca al estilo español, ventanas cuadradas y una puerta azul. En un rincón de este parque había una silla, un micrófono y, detrás una estructura (similar a un arco) sostenía una cortina de tiras plateadas; a unos metros un proyector. Decidimos explorar la zona, caminamos rumbo a los cerros, encontramos un camino de tierra, saltamos unas cercas de alambre de púa. Si Rosa, cada vez hay más alambres en la montaña, pero no le digas a Hunuc Huar, que triste se pondría. Vimos el sol caer y bajamos del cerro. Nos instalamos con nuestra manta, una botella de gin y unas flores cerca del micrófono (siempre abierto). Anochecía entre lecturas poéticas, proyecciones audiovisuales y música. Paso a paso, voz a voz, se encendió la festividad del encuentro. En una breve pausa antes de la segunda ronda de lecturas, noté clavada la pregunta, como una astilla en la palma de la mano, que busco y no encuentro: ¿Dónde está Rosa Perez? En ese momento tenía la certeza de encontrarte entera, política, poética, de carne y hueso. Hubiese sido simple, la idea de tomar el micrófono  y arrojar la astilla. Pero no, siempre es difícil escuchar semejante pregunta. No importa la hora, ni el lugar, una especie de escalofrío baja por la espalda tensionando cada fibra nerviosa. ¿Dónde está…?últimamente anuncia  las peores catástrofes. Decidí recorrer los stands de libros y fanzines. Compré una hamburguesa vegana, calme el hambre. La noche, cerca de la montaña y lejos de la ciudad, respiraba serena. Que necesario era abrazarte. Recuerdo el momento exacto. Cuando Clara leyó, entre palabra y palabra, abracadabra: te convertiste refugio frente a mis ojos. Tanto tiempo preguntándome quién eras y de repente, lo comprendí claramente: habíamos dialogado todo el tiempo con la mirada abierta aunque no pude ver tus ojos, porque… Lo que para lxs demás pudieras ser, eras. Una multitud formaba tu esqueleto, todxs bailamos, después de las lecturas diversas, poéticas, y las audiovisuales; bailamos. Rosa, intente contarte cada detalle sin eufemismos y con el corazón en la mano, solo para que veas lo rojo que es, y lo mucho que se te parece.
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