Ella ese día estaba algo molesta. Su madre no le había autorizado asistir a una fiesta de cumpleaños de una muy buena amiga y además quería que le acompañara a una fiesta de quince años de una familiar a quién casi no conocía y que le desagradaba bastante.

Ella, hacia diez días tenía quince años. Estaba en plena adolescencia, con los altibajos propios de la edad. Su madre le había organizado la fiesta de quinceañera, una semana atrás, a la que asistieron sus mejores amigos y amigas, compañeros de estudio y del grupo de la iglesia, además de algunos pretendientes quienesno tenían la menor probabilidad de que ella les pusiera atención; pero de todos los invitados ella esperaba a uno, que no asistió, así que fue una fiesta de cumpleaños alegre, pero en la que ella se sintió decepcionada desde el inicio; tenía mucha ilusión de que este chico, de ojos color miel llegara a su fiesta y bailara con ella esa noche, pero aunque él tuvo una buena excusa para no asistir, ella no pudo evitar sentirse decepcionada.

Esa tarde de sábado les visitó un amigo de la familia, a quién ella le comentó que no tenía ánimos de ir a la fiesta con su madre, a lo que le respondió que estaba muy joven para perderse la diversión por un capricho, y que no sabía si allí iba a conocer al amor de su vida y se lo iba a perder.

Ella aún sentía la tristeza y el desánimo de una adolescente a quién dejaron plantada el día de su fiesta, pero aún así se decidió ir a la fiesta de la desagradable familiar; después de todo, pensó, no haría daño ir a bailar y distraerse un rato.

Y así, se vistió y arregló con uno de sus mejores atuendos. Ella jamás salía desarreglada a ningún lugar, mucho menos a una ocasión cómo esa. Eligió un vestido rojo tallado y tacones, y así, ya estaba lista para ir a conocer al amor de su vida, que le habían pronosticado.