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shiningland · 4 months
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Segunda parte escena -habitación seis- versión beta inacabada.
Von Manstein subió rápidamente, con furor las tres primeras escaleras que conducían frente al portal del bloque de viviendas, y repentinamente… «PUMM» de una fuerte patada tiró abajo la puerta de madera. El diablo comenzó a subir las escaleras del edificio; el tacón de sus botas militares emanaba un fuerte «CLOC» cada vez que avanzaba, a cada vez que pisaba un nuevo escalón, cómo si ello fuere el conteo de los restantes segundos de vida que les quedaban a los protagonistas atrincherados en la última planta de la edificación. El silencio perturbador inundaría los últimos minutos de vida para Natalia y sus dos hijas; los llantos de ambas serían contenidos por las manos de su madre, posicionando éstas frente a sus pequeñas bocas, y presionándolas con delicadeza así evitando la fuga de ruido alguno que pudiera delatar su posición. Pero ya era demasiado tarde.
—Maldita sea Herren Mark, están cercando el edificio, ¡¡nos están cercando!! — Brunhold observaba a través de una de las rencillas en la pared como los alemanes comenzaban a cercar todo el edificio, apuntando sus fusiles a la fachada de la edificación. Brunhold apartó rápidamente la mirada de todo aquello, cerrando sus ojos por largos instantes en un intento por buscar una solución, alguna forma de escapar de todo aquello. Giró su cuerpo, reposando su espalda contra la pared, a la vez que él y Mark seguían agachados, sentados en el suelo y apretando sus párpados como si ello les fuera a librar de tan fatídico final. 
El sonido que emanaban las botas del mariscal alemán al avanzar a través de la escalinata, cada vez resonaba con más intensidad, produciendo un eco maligno que comenzaría a ensordecer a Natalia y sus niñas. Brunhold abrió de nuevo sus ojos, Brunhold y Natalia se miraron mutuamente una última vez. Y al percatarse de que el diablo se hallaba sólo a dos plantas de distancia de ellos, la escena se convertiría en un intercambio de gestos y miradas, mandíbulas apretadas y vello erizado. 
«Tac, tac, tac, tac» Las botas de Von Manstein cada vez sonaban más cercanas, más mortales. El mariscal, habiendo pasado toda la escena con ambas de sus manos junto a las empuñaduras de los revólveres que colgaban de los dos lados de su cinturón, acariciándolos de forma amenazante, ahora los alzaría al aire, apuntando firmemente con éstos frente a él. Mark y Vladgen Brunhold volvieron a girar su cuerpo a modo de echar un rápido vistazo, de nuevo, a la situación en el exterior, pero lo que vieron no hizo más que empeorar las cosas; el cañón de un enorme tanque Panzer irrumpía en escena, haciéndose hueco a la fuerza entre el círculo de soldados alemanes. 
Mark y Brunhold rápidamente se dieron cuenta de ello; el cañón de la gigantesca máquina comenzó a moverse, a alzarse paulatinamente hasta lograr una posición en la que, de dispararse, la parte superior del edificio quedaría reducida a escombros. Giraron sus cuerpos, de nuevo. Y cuándo todo parecía perdido, la mirada de Natalia la delató. Ésta rápidamente corrió las cortinas, y con muchísimo cuidado abrió una de las ventanas de aquél lúgubre comedor, mirando hacia abajo, para seguidamente alzar su mirada más allá. 
Mientras tanto, Von Manstein llegaría al último rellano, antes de emprender el último y definitivo fragmento de escaleras; antes de derramar aún más sangre, antes de honrar la voluntad de su Führer. Giró bruscamente su cuerpo, con la mirada clavada en el suelo, y cuándo la parte delantera de sus botas de cuero acariciaron el primer peldaño, alzó lentamente su cabeza.
La acción regresó a Vladgen Brunhold; éste cogería a Natalia desde uno de sus brazos, y en pleno ataque de insensatez y ya habiendo supuesto las verdaderas intenciones de la protagonista, intentaría frenarla, pero sin éxito. Y desde más abajo y entre las sombras de las escaleras, una voz grave, catarrosa y por desgracia muy familiar para Brunhold comenzó a resonar…
—...teniente Brunhold… bolchevique traidor ¡¡Amigo de los soviets!!— Y una fuerte y sarcástica risa lo interrumpió. Manstein alzó su pierna, y comenzó lentamente a subir el último trozo de escaleras, a la vez que la presión que sus manos ejercían sobre los dos revólveres en cada una de éstas aumentaba bruscamente.
Y de nuevo, esa grave y desgarradora voz volvió a emerger de entre las tinieblas, alertando aún más a Natalia, acelerando su pulso y disparando su adrenalina hasta límites peligrosos; 
—Voy a encargarme personalmente de usted, de los desertores y de sus amiguitos sionistas; me encargaré personalmente de llevarle ante el Führer, vivo o muerto…
Las miradas de Natalia y Brunhold, de forma radical, se entrecruzaron; ésta apartó rápidamente la mano del teniente alemán de su brazo, y de manera veloz se dirigió a por un par de las sillas de aquél lúgubre comedor. Brunhold se había percatado de las intenciones de la joven soviética, sabía perfectamente que no iba a dejarse capturar tan fácilmente…
Subió encima de una de las sillas, abriendo el ventanal de par en par, a la vez que con la ayuda de Brunhold levantaría la silla restante más allá de la línea del marco de madera de aquella podrida ventana. Repentinamente, el respaldo metálico del asiento rozó uno de los cables de alta tensión que comunicaban varios de los bloques de viviendas colindantes con el que se encontraban los protagonistas. Natalia lo intentó varias veces, pero todo parecía abandonado; el paso de la guerra había dejado sin suministro eléctrico a gran parte de la ciudad. Brunhold agarró el brazo de la joven una última vez, pero ésta siquiera le miraría; Novikova había regresado. 
El gélido viento soviético comenzaba a soplar con fuerza, obligando a los cables de alta tensión que circulaban por las altas azoteas de Stalingrado a oscilar fuertemente. Un silencio atronador se había adueñado de la escena; Brunhold seguiría comunicándose a través de gestos, mientras tanto, seis plantas más abajo el enorme tanque Panzer comenzaba a alzar su cañón. 
Y a contados escalones de distancia, el demonio esperaba; la marcha militar de Von Manstein proseguía sin tregua, coloreando las blancas paredes de aquel edificio de un tono rojizo, de un color a muerte. El rugido de sus botas cada vez era más temible, más ensordecedor, especialmente en la mente de Natalia. 
—Pienso llevar a su zorra roja ante el Reichstag, ¡¡Y después entregarla a los soldados!! Está acabado teniente Brunhold… — El tono demoníaco de Von Manstein, repentinamente había regresado, inundando la mente de Natalia de miedo; su pulso temblaba, y las gotas de frío sudor comenzarían a hacerse hueco entre las arrugas de su frente. 
Natalia miró a Brunhold una última vez. Éste se la devolvió, junto con la complicidad y una fuerte convicción por ella; había que huir de allí con vida, fuere como fuere. El teniente alemán recogió a ambos bebés de los brazos de Mark, y con uno de ellos en cada uno de los suyos, se los entregó cuidadosamente a su madre. Novikova temblaba, a la vez que su sentido del tiempo parecía cada vez más alterado. Brunhold guiñó el ojo a Natalia. Ésta devolvió la complicidad llevando una de sus manos a su frente, despidiéndose así de Vladgen Brunhold.
Rápidamente, Natalia desabrochó su cinturón, y de pié, sobre las alturas de aquella vieja silla de madera, aproximaría uno de los extremos de éste junto al cable de alta tensión lindante a la fachada del bloque de viviendas en el que se encontraban. Pasó el extremo del cinturón por encima de dicho cable, asegurando la unión con el cierre de la hebilla, y realizando una especie de nudo con éste lo suficientemente tenso cómo para poder deslizarse a lo largo del cable, pero también lo suficientemente ancho como para ser capaz de introducir su mano, en un firme agarre.
Envolvió a ambas bebés con una blanca y holgada manta. Seguidamente, las cubriría introduciéndolas en el raso de su uniforme, mientras con su mano derecha se aseguraría el firme agarre necesario con su cinturón. Brunhold, repentinamente la detuvo;
—Fräulein. — Y llevando con firmeza la mano a su frente, el teniente alemán saludó una última vez a la joven soviética. Natalia cerró sus ojos, y de un fuerte empujón hacia atrás tumbó la silla sobre la que se encontraba, comenzando a desplazarse por inercia a través de la oscuridad y las alturas del cable, y girando una vez más la ruleta rusa de aquella maldita guerra.
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shiningland · 10 months
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Me he percatado de que mis antiguos posts, junto con las versiones alternativas de los dos primeros capítulos de «Tormenta de Invierno» han recibido algunos nuevos likes durante ésta semana. No sé quiénes sois, no sé nada de vosotr@s, pero gracias, de corazón.
En un par de meses hará un año desde que empecé con los primeros conceptos de ésta nueva novela, que finalmente intuyo que se llamará «Vladgen Brunhold y las catacumbas de Stalingrado». Muchas veces cuesta terminar manuscritos de larga duración debido a que desde el comienzo con las primeras ideas hasta que es enviado a editorial, pueden pasar uno, o tal vez dos años perfectamente, siendo muy alta de probabilidad de no verle el sentido a nada, o de creer que todo lo que estás sacando es una basura constante.
Un simple like puede alegrarte un día entero, y hacer que todo vuelva a recuperar su sentido, al menos momentáneamente; puede hacerte sentir que no estás solo, que hay alguien, aunque sea en el otro extremo del planeta que ha sido capaz de ver algo especial entre tus palabras, que ha sentido algo al atravesarlas o que simplemente gracias a ellas ha podido olvidar ésta Matrix por unos instantes.
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shiningland · 11 months
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shiningland · 11 months
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Asfixia
Ensordece
(...)
La espera:
Duele
Agobia
Frustra
Desilusiona
Impacienta
(…)
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shiningland · 11 months
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Relato 30 de mayo; día mundial de la EM
—Elliott
Elliott se giró; giró su cabeza, su torso, su mirada y su mente, pero no su corazón. El frío viento soplaba con fuerza, en aquella noche de diciembre, en algún lugar en medio del imponente atlántico norte, arrastrando consigo la larga cabellera de Bell, junto con las esperanzas y las lágrimas de Arlene. La escena era iluminada por decenas de farolillos, emanando éstos una cálida y tenue luz a través de la interminable cubierta del Neptunios, mientras los carillones de viento repartidos y colgados desde ambos de los enormes mástiles centrales de la nave no cesaban en sus intentos por llamar la atención.
—Estoy enferma. — Y los ojos de Arlene, de repente comenzaron a aguarse; varias lágrimas con tonalidades de rabia y algún que otro matiz a resignación los humedecieron, dejando al descubierto aquello que tanto la atormentaba.
Elliot no dijo nada, no pronunció palabra alguna. Los instantes transcurrieron, lentamente, desplomándose sobre Arlene junto con el peso de un pasado que jamás regresaría. Y ella alzó su mirada, para seguidamente volver a bajarla, y para cuándo los ojos de Bell hubieran acariciado los suyos, éstos ya se habrían vuelto a cerrar. Más instantes transcurrieron. Ambos se miraron a los ojos, de nuevo.
—Es... es extraño; decían que lo único que necesitaba era tiempo, tiempo para... — Arlene alzó de nuevo la mirada, pero para volver a mirar el frío suelo después de haberla fijado por unos breves segundos sobre los labios de Elliott. Elliott se había percatado de ello; había girado su rostro, su corazón pertenecía a otra persona. Arlene, entre lágrimas y una voz entrecortada, prosiguió;
—Y ahora el tiempo es lo que corre en mí contra.
Una fuerte ráfaga de viento, repentinamente se hizo notar entre las velas del navío, obligándolo a aumentar su velocidad; algunos de los farolillos se apagaron, dejando cubierta oscurecida. Oscurecida, cómo el corazón de Arlene. Y muchos de los carillones de viento comenzaron a sonar de manera brusca; el sonido fuere momentáneamente ensordecedor, como en aquellos momentos los pensamientos de la joven.
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shiningland · 1 year
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Avanzaba lentamente a través del estrecho pasillo, observando con una mirada nostálgica todo aquel desastre; la estancia había sido registrada a la fuerza, saqueada sin miramientos, mientras en el suelo de ésta montones y montones de hojas de papel escritas por ambos lados con una caligrafía temblorosa se acumulaban. Las estanterías habían sido derribadas, volcadas contra el suelo con rabia, a la vez que muchos de los artilugios que un día las adornaron, ahora yacían rotos, pisoteados de manera odiosa en el suelo, cómplices del paso de aquella maldita guerra. Vladgen Brunhold siguió avanzando. Y finalmente, un espejismo de esperanza se abrió ante sus ojos;
—Aquí está... — Sobre aquél viejo escritorio de maderas nobles, un arrugado mapa repleto de anotaciones en ruso, junto con varias ubicaciones dentro de la antigua Unión Soviética, marcadas y redondeadas en un color rojizo chillón yacía, intacto.
—¿Qué significan? — Mark preguntó en un tono tenso, con la voz cohibida; aquel piso parecía una cápsula, una nave de viaje al pasado. Ferdinand caminaba lentamente a través de aquél claustrofóbico pasillo, olisqueando el pasado; en su mente todo era tan familiar... Cómo si todo aquello fuera un sueño anteriormente ya soñado, como si todo aquello fuese un recuerdo lúcido de un pasado ya vivido. Y la acción regresó a los ojos Mark;
Éste fijó la mirada en Brunhold, expectante, y cuándo el suboficial fuere a mencionar palabra alguna... «PUM, PUM, PUM», tres fuertes golpes contra la puerta de entrada al piso les sobresaltaron. Se miraron mutuamente, a la vez que Vladgen pronunciaba un gestual —no muevas ni un dedo— dirigido éste a Mark. Y los golpes prosiguieron; a los tres primeros les siguieron tres golpes más, pero perceptiblemente más fuertes, más juntos, más... desesperantes.
—¡¡Abrid!! ¡¡Soy yo!!
Mark miró a Brunhold, y éste, entre una arremetida de prisas, fuere rápidamente a abrir la puerta...
Era Natalia, con dos niñas; cada una de ellas cogida desde una de sus manos.
—Rápido, hay que esconderlas.
—¿¡Qué!? Per... — Las palabras de Brunhold fueren cortadas, de nuevo, por Natalia;
—Vienen a por ellas. ¡¡Rápido!!, están cerca... — Su voz se percibía cortada, ahogada entre profundos suspiros de ansiedad y desconcierto.
Repentinamente...
Repentinamente, algo rompió la cristalera de la puerta de acceso al bloque de viviendas. Y seguidamente, una fuerte patada la tiró al suelo.
Natalia miró atrás, para seguidamente mirar con temor a Vladgen Brunhold...
—¡¡Maldición!!, son ellos, ¡¡Están aquí!!
Brunhold llevaría a las niñas hacia el interior del piso, rápidamente, mientras Natalia, con su pulso temblando, entre una arremetida de valor injustificado y sin moverse siquiera ni un metro de la puerta del inmueble, cargaría la escopeta que se hallaba tras ésta.
Y la escena avanzó;
Natalia miró de nuevo a Brunhold, mientras éste haría lo mismo con Mark, y éste último con el mismísimo diablo, de nuevo. El sonido ensordecedor de los tacones de las botas militares contra las escaleras de hormigón del bloque de viviendas advertía a los, por aquél entonces aún supervivientes de guerra que todo podía tergiversarse en cualquier momento…
—Schnell, ¡¡Registrad todas las viviendas, una por una!! Quiero al suboficial Brunhold de rodillas ante mí, ¡¡Y con un arma en su maldita nuca!!
Las órdenes del alto mando alemán fueren cumplidas a rajatabla; más de una veintena de soldados nazis comenzaron a tirar abajo todas y cada una de las puertas de las viviendas, y perpetrando en éstas a modo de saqueo. 
Desde el cuarto piso, Natalia, Brunhold y los tres anarquistas junto con las niñas observaban su posible sentencia de muerte, al fin. Y asomando su mirada a través de una de las rencillas de la cortina de la habitación principal, Ferdinand era testigo de cómo decenas y decenas de soldados alemanes no cesaban en sus intentos por encontrarles y darles caza; éste miró despavorido a Otto quién, en un intento por controlar un posible ataque de nervios había cerrado sus ojos y bloqueado su mente. 
Los golpes secos para así conseguir tirar abajo las puertas de los pisos retumbaban con tal fulgor en la mente de Otto, que sus párpados cerrados vibraban al unísono, delatando su aparente autocontrol y tranquilidad.
—Herr Von Manstein, hier ist nichts. Wir haben alle drei Pflanzen gründlich durchsucht, aber keine Spur von ihnen… — Uno de los soldados se aproximó cauteloso a Von Manstein, y con una voz entrecortada le confirmó lo que ya se esperaba; en aquellas tres plantas no había ni rastro de Vladgen Brunhold. Cuando de la nada…
De la nada un gemido de terror procedente de la última planta de la edificación hizo alzar la cabeza, y cambiar las intenciones del Mariscal de campo; Von Manstein alzó su cabeza, y habiendo fijado su mirada en una de las viviendas de la planta superior, concretamente en el número seis, y también habiendo dibujado una vil y sádica sonrisa en su rostro, enunció las siguientes órdenes…
—¡¡Ich glaub’ ich spinne!!, Registrad la cuarta planta… — Y después de una pensada pausa en su discurso, Von Manstein prosiguió con la sentencia; —Traedme a ese maldito hijo de cerdo, y divertíos con los demás…
El soldado realizó el saludo fascista a modo de acatamiento de las órdenes, y mientras éste marchaba, Von Manstein volvió a alzar la cabeza, y habiendo fijado de nuevo su mirada a la puerta del piso número seis, susurró a la vez que una sádica sonrisa iluminaba su rostro una última vez; 
—Corred ratitas, corred… 
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shiningland · 1 year
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shiningland · 1 year
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Preludio, parte dos (versión alternativa)
Acompañaron al Führer a través de un estrecho pasillo, caminando sobre un desgastado mosaico verde militar, y pasando por al lado de las puertas de varias de las demás habitaciones del cuartel. Erich iba girando su cabeza de lado a lado, observando con orgullo aquellas tétricas estancias de las cuales sus puertas se encontraban semi abiertas. Con soberbia, su mirada era clavada durante cortas milésimas de segundo, cada vez, en las banderillas con la propaganda del régimen que había sobre cada una de las mesas y de los escritorios de las habitaciones, y en los extraños objetos, con no poca simbología nacionalsocialista, repartidos también a lo largo de las pocas, pero saturadas estanterías que se hallaban por el pasillo. Hitler caminaba lentamente, a paso militar; lento pero firme, mirando fijamente al suelo, con ambas de sus manos cogidas tras la espalda, y con el tacón de sus botas emanando un sobrecogedor redoble, desgastando aún más al mosaico y aterrorizando al mundo con su paso. Y de repente llegaron al final del pasillo. Dieron seguidamente un giro de cuarenta y cinco grados y entrando en otro de los pasillos del cuartel, prosiguieron con su avance.  
Se unieron al nuevo pasadizo; siendo éste ligeramente más ancho que el anterior. Amplios ventanales con vistas a un nada desdeñable patio común iluminaban desde ambos lados aquél también tétrico pasillo, mientras en el suelo una larga alfombra repleta de pequeñas esvásticas negras sobre un fondo rojo acompañaba a los atrevidos transeúntes, de principio a fin. Hitler se detuvo en seco, al igual que Erich. Despegó sus ojos del suelo, y mirando a ambos lados con actitud dubitativa, entró en una de las estancias del final de pasadizo. Erich, precipitando su brazo por delante del Hitler en un frustrado intento por abrirle la puerta, lo retiró de inmediato; éste parecía no tener tiempo para reverencias. Entraron en la habitación, y girando suavemente el pomo de la puerta así intentando no despertar al diablo, la cerraron. Pero el diablo ya se hallaba en la sala.  
—Herrschaften, tomen asiento. — Ambos levantaron delicadamente las sillas, así evitando hacer algún ruido irritante. Hitler la arrastró con perceptible rabia, emanando ésta un fuerte «rhdjdjrrr» de patas de madera contra el mosaico. Y mirando fijamente a Erich le hizo saber que dos de las tres puertas que conducían a la habitación habían quedado abiertas. Éste se levantó de inmediato, y con una rapidez raramente vista las cerró con cuidado de no dar ningún portazo.  
Era una especie de pequeño salón, con abundante iluminación natural, pero sus blancas paredes embadurnadas de una fina y ya por aquél entonces cayente capa de papel descolorido soportaban el peso de una densa atmósfera de luto y melancolía. Y en el medio de ésta, una mesa redonda, de madera parcialmente podrida, repleta de carcoma en su parte inferior junto con tres sillas en las mismas, o peores condiciones y bajo un antiguo lamparón colgante, se hallaban. Se sentaron, y un profundo, pero a la vez consolador silencio inundó aquellos tensos momentos.  
Hitler guardó silencio, habiendo fijado su mirada con anterioridad en el centro de la deteriorada mesa. Ambos mariscales de campo se miraron mutuamente, alzando sus ojos y cruzándolos unos con otros, para seguidamente volver a bajar sus miradas en una expresión notablemente preocupada; más bien un tanto aterrada. Y un profundo suspiro, de repente, marcó el comienzo de aquella importante reunión.
—Avanzaremos hacia el Don, camino a Stalingrado.  
Erich miró a su homónimo, de nuevo; éste le devolvió la mirada. Dubitativos y con un enorme nudo en sus gargantas, mantuvieron el silencio que por aquellos momentos aún regía la situación. Hitler prosiguió:
—Les he reunido este mediodía para comunicarles urgentemente la directiva fundamental 41, con la que he definido el desarrollo planificado de la nueva gran ofensiva de las Wehrmacht en territorio soviético, y con la que finalmente Alemania saldrá victoriosa de la guerra.  
El silencio prosiguió por unos largos instantes más, al igual que las palabras de Hitler.
—Invadiremos el este de Europa, aniquilando a todo el que ose posicionarse en contra de la voluntad del Tercer Reich. Acabaremos con la raza eslava de una vez por todas, convirtiendo sus tierras en una nueva y grandiosa Germania.  
Ambos mariscales de campo quedaron perplejos al oír las palabras de su Führer. Erich, en pleno ataque de escepticismo venció al miedo en su interior, y en un tono afable y manso pronunció las palabras que marcarían el principio del final de la calma en aquella lúgubre estancia.  
—Pero mi Führer, ¿cómo piensa materializar tales espléndidos planes?
Hitler alzó lentamente la mirada, por primera vez desde el comienzo del encuentro. Y cuándo la sobrecogedora mirada de su Führer se cruzó con la suya, Erich, en un movimiento rápido y casi involuntario, volvió a bajar la suya en acto de sumisión. Las psicopáticas intenciones de Hitler eran evidentes desde el inicio de la reunión, pero no todo era tan obvio…
—Alemania intervendrá con las Heer, las Kriegsmarine y la Luftwaffe simultáneamente en la operación militar más grandiosa de la historia de todas las guerras. Mariscal von Manstein, imagine la cifra de un millón seiscientos mil soldados, junto con dos mil quinientos tanques Panzer, apoyados por cuatro ejércitos rumanos, italianos y húngaros, rodeando y reduciendo a nada más que meras cenizas la ciudad de Stalingrado… — De la garganta de Hitler, de improvisto una sádica carcajada nació, impactando contra el muro de «cordura» de los dos mariscales de campo que escuchaban atónitos la explicación de la estrategia militar. Hitler prosiguió;  
— …debilitaríamos la moral del Ejército Rojo, sus pueblos se volverían contra Iósif Stalin y Alemania podría concluir la invasión antes del invierno. Al fin y al cabo, el estado Soviético no es más que un gigante con los pies de barro, ¿no cree, mariscal Manstein?
Y una siniestra carcajada acompañada por una diabólica sonrisa marcó el final de la intervención del Führer, éste no parando de mirar fijamente a los ojos del mariscal Manstein. De repente y desde el silencio más acogedor, otra voz emergió entre tonalidades de mansedumbre…
—P… pero mí Führer, lo que usted plantea es sumamente arriesgado; Leningrado y Sebastopol continúan resistiendo los cercos norte y sur respectivamente, y la ofensiva contra Moscú… — Friedrich Paulus hizo una corta pausa entre un profundo recelo, y bajando su mirada escenificando así una fuerte decepción que impactaría duramente en el rostro de Adolf Hitler, terminó la frase;
— …la ofensiva contra Moscú ha fracasado.
Rápidamente, la atmósfera de aquella habitación sombría se tiñó de una cargante capa de rabia y resentimiento, ahogando ésta las podridas almas de ambos mariscales. Una especie de «toc, toc, toc» comenzó a sonar sobre el resentido techo de la edificación, avanzando a través de las vigas de madera hacia los pilares de hormigón, y desde éstos, incrustándose en la psique de los dos hombres allí presentes, siendo el último restante no un hombre, sino una bestia, una criatura de los mismísimos infiernos…
…y aquel sonido seguía incrustándose, penetrando violentamente en las mentes de ambos mariscales, no siendo únicamente las lágrimas de las nubes bajas que cubrían el cielo del norte de Berlín, sino también el conteo de los dedos del diablo, esperando, anhelando la hora en la que esos hombres serían carnaza para éste.  
—¡¡Wie kannst du es wagen!! Maldito imbécil, ¡¡wie kannst du es wagen zu widersprechen!! ¡¡Cómo se atreve a contradecirme con tales despreciables mezquindades!!  
—Lo siento mi Führer, no era mí inten… — Pero sus disculpas fueren estériles, viéndose interrumpidas, de nuevo, por Hitler.  
—Estén atentos; muy pronto recibirán toda la información necesaria con las instrucciones pertinentes para dirigir esta operación. — Se levantó impetuoso, finalizando el movimiento con el saludo fascista. Ambos mariscales se levantaron siguiendo al Führer, y con un enérgico «¡¡Heil Hitler!!» firme y claro a la vez que golpeaban sus talones entre si simultáneamente, dieron por finalizado el encuentro.  
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shiningland · 1 year
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Tormenta de Invierno - Preludio (versión alternativa)
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El ambiente se percibía tenso. Las gotas de la fría lluvia de aquél 12 de diciembre de 1942 golpeaban con fuerza contra los cristales empañados del cuartel general del grupo de ejércitos Don, a las afueras de Berlín. Mia posaba sus pálidos dedos sobre las hojas del semanario, para seguidamente acariciarlas con un suave movimiento; la relajaba el tacto rasposo del papel. Observaba sus páginas, las imágenes, las cabeceras de página, impactantes, al igual que la masiva campaña propagandística del régimen. Con su mirada melancólica atravesaba las historias de la revista, una y otra vez, página tras página, alzando sus ojos y mirando hacia el exterior con tristeza, finalizando así y cada vez el viaje de la historia humana. El silencio regía esos instantes, mientras la lluvia, momentáneamente más intensa golpeaba contra las ventanas como si de torpedos enemigos se tratara, barriendo la situación y rellenando los pozos del olvido. De repente, una irritante melodía se adueñó de aquél lúgubre comedor; el teléfono sonaba, y los dedos de la joven se detuvieron en seco.
—Hallo
—¡¡Ich glaub mein Schwein pfeift!! ¿¡Pero cómo diablos ha podido ocurrir!?
El pulso de Mia comenzó a temblar. Bajó su mirada, clavándola en el suelo, mientras la discusión entre su padre y aquella misteriosa voz que se hallaba al otro lado del teléfono proseguiría sin intenciones de aminorar su tono.  
—Nein, ¡¡Nein!! ¿¡Acaso no me ha oído teniente Hoth!?
—¡¡Ich glaub’ ich spinne!!, es usted un inútil teniente Hoth, ¡¡es usted un maldito inútil, un maldito bastardo hijo de cerdo!!
Se levantó de manera violenta, sosteniendo el teléfono con una de sus manos, mientras en su otra mano un mapa era estrujado con rabia, a la vez que el pulso de Mia temblaba sin control y la lluvia caía con más y más fuerza. Cuando de repente... «¡¡PUMM!!» un duro golpe contra la mesa hizo saltar todas las alarmas de la joven, mientras simultáneamente un fuerte temblor invadía todo su cuerpo, acompañado por un involuntario pero contenido gemido repleto de ansiedad.  
—Pienso comunicárselo a Führer, ¿¡me oye teniente Hoth!? Está usted acabado, ¡¡Fix und fertig sein!!
Colgó el teléfono entre un arrebato de rabia e impotencia, y abriendo la mano dentro de la cual el mapa yacía ya por aquél entonces destrozado, volvió a sentarse, inquieto. Mia seguía con la mirada fijada en el suelo, sin atreverse a alzarla así evitando contacto visual alguno con su padre; no era el momento idóneo, por su propio bien. Pero esa voz agresiva y grave que tanto la hacía temblar en tales situaciones, en esos momentos parecía que fuera a por ella...
—Y bien meine tochter, ¿no vas a decir nada al respecto?
Mia, aún con su mirada clavada en el frío suelo y sin ninguna intención de otra cosa con ella, mantuvo su silencio, aumentando el nerviosismo ya presente en su padre.  
—¡¡Maldita sea, responde!!— De nuevo, su padre asestó otro golpe contra la mesa, y de nuevo, otro escalofrío recorrió el cuerpo entero de la joven.  
—Sí, padre— Con una voz bajita, cortada, casi susurrando respondió a su padre. Su mirada seguía baja, observando el suelo y escabulléndose de la realidad, mientras el ruido de la lluvia impactando contra los cristales de las deterioradas ventanas iba en aumento, y una de las goteras procedentes del techo de aquella lúgubre habitación comenzó a emanar pequeñas gotas de agua, cayendo éstas, estrellándose al llegar al final de su viaje y produciendo un hipnótico, pero a la vez angustioso sonido que rompía con los momentos de tenso silencio entre gritos y reproches.  
—Deberías casarte, y formar una familia; el país necesita hombres fuertes y sanos para defender a la nación. Esos malditos soviéticos no se saldrán con la suya, y Alemania volverá a erguirse con toda su grandeza para dominar Europa, el territorio soviético, y tal vez al mun...
—Erich, cariño, pero ¿qué ocurre? — Sus delirantes declaraciones fueron interrumpidas, de repente, por Anne.  
—Hoth, Hermann Hoth... ese maldito hijo de cerdo ha rendido al cuarto y al sexto ejército Panzer. ¡¡Desobedeciendo a Führer!! Desobedeciéndome a mí, ¡¡y traicionando a Alemania!!
Anne le servía el caliente plato de caldo de pollo, junto con el pan, mientras escuchaba con una palpable preocupación las palabras de su marido. Él, se levantó de nuevo, impetuosamente, para seguidamente dirigirse hacia la esquina contraria de la mesa y coger de manera ansiosa la media botella de Jägermeister que su desgastado hígado y su enfermiza mente aún no se habían bebido, y dando unos tres pasos apresurados, permaneció de pie tras el cristal empañado, observando el paso del tiempo y el desgaste de la guerra.  
—Hoth ha fracasado en capturar Moscú, maldito inútil…  
Anne siguió con sus quehaceres del hogar, haciendo como si nada ocurriera, a la vez que Mia intentaba controlar su pulso, y sus deliberados temblores debido a la situación; se intuía ciertas cosas, y no estaba para perder otro enfrentamiento visual con su padre.  
—Leningrado y Sebastopol continúan resistiendo el cerco, nada está saliendo como se había planeado, ¡¡maldición!!— Los inminentes gritos de Erich las sobresaltaron; se mantenían en silencio, procurando evitar hacer nada que pudiera irritarle aún más. Incluso un pequeño ruido como el sonido de los cubiertos impactar contra el plato de cerámica, o una respiración demasiado profunda podían hacerle explotar, de nuevo. Erich prosiguió;
—Los soviéticos están planeando una gran contraofensiva desde la capital, y el alto mando ha pactado la no agresión con Tokio. Georgi Zhúkov no deja de desplegar sus malditas reservas, incluidas las divisiones siberianas de Manchuko, ¡¡mientras la Wehrmacht no deja de perder hombres, malgastar munición… — Dando unos fuertes golpes contra el marco de la ventana marcó el final de aquel ataque de histerismo, entre tanto el pulso de Mia perdía definitivamente el control, y la respiración de Anne se hacía cada vez más y más densa.
— …y agotar todas las malditas reservas de combustible!!
Y un forzado silencio invadió la tétrica estancia. Las gotas de agua que osaban colarse entre tantísima tensión a través de las goteras en el techo del edificio y los marcos podridos de las ventanas eran pisoteadas una y otra vez por las botas repletas de barro seco de Erich, y cuándo parecía que el regreso de la calma se hallaba cerca…
—Y yo, con una hija que aún no conoce marido ni hijos, mientras en el frente hay falta de hombres… que tan ingente desgracia para un padre…
Los ojos de Mia se llenaron de rabia; su mirada era tan desafiante que podía penetrar el casco de acero de un Panzer. Anne poso una de sus manos sobre los hombros de la joven, conteniéndola, en un intento por evitar males mayores, pero ya era demasiado tarde…
—Nadie quiere la guerra. — Y un susurro escapó de entre los labios cortados de Mia, destrozando por dentro a su padre, y despilfarrando todo su orgullo. Se giró de golpe, asfixiando los ojos de su hija con la mirada;
—¡¡No vuelvas a hablarme así!! No te atrevas a hablar sobre lo que nunca serás capaz de comprender. La guerra es cosa de hombres…
—Erich, por favor, es sólo una niña… — Anne dio un paso al frente, rebasando la fina línea entre el amor y la insensatez en un intento por calmar los humos de su marido y proteger a su pequeña, cuándo de la nada…
«Toc, toc, toc»  
—¡¿Quién es?!— Erich respondió histérico; alguien llamaba a la puerta. Una voz entrecortada le respondía desde detrás de ésta.
—Mariscal Von Manstein, Führer le espera; los preparativos para su reunión están listos.  
Erich cogió apresuradamente la chaqueta del perchero de madera, para seguidamente peinarse con una vieja púa frente al reflejo de la cristalera, y cuándo llegó el momento de salir de la estancia y cruzarse la mirada, de nuevo con la de Mia, pronunció las palabras que podrían a ésta los pelos de punta;
—La guerra es necesaria, ¡¡el pueblo quiere la guerra!!
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shiningland · 1 year
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💜Introducción al blog^^
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shiningland · 1 year
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shiningland · 2 years
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I redid this older comic I made for my storytelling class based on this post. Have some cute wlw love in your day.
It’s hard, if I had more free time I could make it so pretty, this is what I could throw together for the assignment.
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shiningland · 2 years
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Calma💜
Heal yourself first.
The rest will come later 🌿
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