Soy la ausencia innegable de un idiota omnipresente. Estoy comprendido entre una naturaleza bondadosa y un azaroso devenir. Soy un renegado de mis propios deseos y la omisión de ellos, porque en cada esquina donde se encuentran mis contradicciones, siempre descubro alguna escena del crimen. En el cinismo de la comprensión. En las cadenas de la empatía. La estupidez sin diluir siendo protagonista en cada esquina.

A veces soy cadáver. Otras arma homicida. De vez en cuando soy un fugitivo huyendo de mis pecados. Hoy no sé quién soy.

Quizás soy un llanto. Un llanto a carcajadas repiqueteando entre el nerviosismo y el horror. La sorpresa desagradable de haber encontrado la podredumbre en primer plano. Justo ahí donde se rompe la cuarta pared.

O quizás no soy nada. La mera expresión de un instante. Un par de granitos de arena en un desierto. Quizás soy solo palabras flotando en la nada. Y en la nada, nadie puede leer. Entonces ¿Cuál es el sentido de todo esto? Si soy solo materia en un estado de descomposición anticipado. Aguardando que algún día llegue ESE momento que le dé inicio al final. Un cordero caminando lentamente al matadero. Distraído por los estribos que adornan su mirada apagada.

Quizás no hay una separación ontológica. Por lo tanto ni la mente ni la materia se pueden divorciar. Pienso entonces, que triste es ese matrimonio forzado que no nos permite que veamos el último atardecer en el Armageddon. Una sempiterna antesala a los vicios de la eternidad. Una postergación infinita de la disolución total. Al sueño primigenio.

La ilusión de la elegir libremente.

O quizás soy solamente las primeras líneas de este manifiesto flotando en la nada. Sin lector. Sin papel. Sin idioma y sin palabras. Bajo la sombra de esas fauces oscuras.

A mí corta edad, he vivido y muerto miles de veces. En el cuero se alguien a quien ya no reconozco pero recuerdo con altiva estima. Cientos de rostros familiares teñidos con la misma sonrisa ladeada. Avatares de mis virtudes. Altares de mis viejas conquistas.

Y en esta velada encapotada cual caballero envalentonado, me atrevo a recordar todas esas delicadas carcajadas y esas hermosas cicatrices con miradas apagadas. Cada descubrimiento entre la cenizas de un mundo moribundo. Todos aquellos que alguna vez compartieron un atardecer o un amanecer conmigo. Una lágrima. Una suspiro. Una risa. Y en esta misa pagana hoy celebro esas memorias. A todo al que pasó y dejó una marca en la pared. Una historia de bar. Un instante de vulnerabilidad. Una galería de terrores. El peaje a sus almas.

Hoy me atrevo a levantar mí copa brindando por ustedes. Los profanos y los benditos. Los perdidos y los mesías. Los faros y las catástrofes. A quienes los reclamó el vacío y a quienes se mantienen estoicos frente a la tempestad. Al antes, al ahora y al después. A los andamios y a los terremotos. A la casualidad y al destino. A las noches de calma y a los días de insomnio.

Hoy levanto las copas de esta mesa en honor a sus memorias y a las mías. A mis huellas y a sus rastros. A cada brindis de copas rotas y promesas resquebrajadas.

Me parece de una cizaña terrible. Un veneno amargo. Una violencia desmedida.

Me dan ganas de salir y cagarlo a piñas a dios, o al destino o al forro que escribió este capítulo de mierda. Porque es cruel como un velorio. Como cuando se termina el otoño. Como escuchar a los vecinos coger mientras abrazo el lado frío de la cama, tratando de encontrarte entre las sábanas. Entre una cerveza y una carcajada. Entre el canto de los grillos. Entre mis brazos. Bajo esta lluvia de balas dónde no me molestaría dormir para siempre, pero solo si puedo soñar con vos. Sino, no quiero nada.

Se me llenan los ojos de arena y cada vez que trato de aliviar mis párpados pesados, termino lagrimeando carmesí. Y aun siendo ciego me acuerdo de memoria el camino a tu casa. A tientas y tanteando los bordes del sendero, yo te aseguro que voy a tocar tu puerta. Aunque no sé si llegue entero.

Porque el mundo se está yendo al carajo y en lo unico que pienso es en que me quiero tirar del balcón de tus abrazos. Que necesito imperiosamente tomarte miles de fotos y guardarlas a todas en mis retinas. Que ahora son dunas. Desiertos hechos con relojes de arena rotos. Y cada granito tiene tu nombre y el mío grabados.

Preparé dos tazas de café que se abrazan en un perpetuo silencio. Y tintinean de frío, por más que estemos a finales de Marzo. Me entabaqué de tanto hacer aros de humo con el negro aire de mis pulmones. Le cambié los muebles de lugar a mis demonios y ya no saben dónde esconderse. Así que deambulan por mi cabeza gritando incoherencias en cada segundo de quietud.

Y esta parcimonia, fría como el mármol de mis catedrales, es la obra de arte mas cruel y voraz que jamás contemplé. La más iracunda y colérica. Porque incluso muda y estoica como una tormenta, te quiebra los huesos y te recuerda que hay una taza de café frío en la mesa. Y que son las 03:00 AM. Madrugada de un Lunes.

¿Te cuento un secreto?

Sé hacer magia. Tan solo dame una chispita de esperanzas y yo te invento un Big Bang. Me disfrazo de dios y te regalo un manto de estrellas para que las bautices y descubras constelaciones nuevas.

Soy un alquimista de Quintaesencias. Estas manos están hechas de piedra filosofal. Y cada cosa que toco la puedo transformar. Nada permanece porque nada me pertenece. Y así, sin tanta vuelta que darle, puedo hacer que las nubes de tu cielo bailen este tango melancólico que ronronea por mí garganta y tamborilea entre mis dedos. Y quizás no te hayas dado cuenta, pero mientras me leías delirar, hice que sea más diáfano el firmamento.

Créeme cuando te digo que le rezo a la luna y le hablo a la brisa pasajera. Un sinfín de espíritus me rodean y me abrazan con sus voces. Me cuentan del ayer, del hoy y del porvenir. Me hablan del acá y del allá y del más allá también. Y me dijeron que allá las cosas están masomenos. Que se te agrietó la sonrisa y que la cordura camina por el filo de la cornisa. Y sin miedo ni prisa, corté un par flores y junté un poquito de incienso para doblar la realidad y aliviar a las posibilidades. ¡Que florezca a esa carcajada! ¡Que se pierda en el humo aquel escapista fugitivo! Y que la miel que usé sirva como bálsamo para cuando te duela el frío.

Hay tres Hermanas que me amparan y las tres apuestan kilómetros de hilo rojo por nosotros dos. Haceme caso. Cerrá los ojos y contá hasta 13. Y cuando sientas la cola de un gato negro acariciarte entre las piernas, mirá hacía dónde escuches los latidos, que vas a encontrar mis ojos. Devolviéndote la mirada.

"¿Viste que llegamos?"

Rompeme, por favor.

Fragmentame en pequeños pedazos para que el viento me arrastre con más facilidad.

Rompeme. Quebrame como una ramita seca. Cómo un espejo con vergüenza de alojar a un reflejo. Cómo el asfalto cuando le da lugar a una flor silvestre. Rompeme.

Partime al medio con un beso de labios resquebrajados por el frío. Cómo un rayo parte a un árbol. Cómo la apatía parte a la esperanza. Cómo esta inercia de seguir vivo en un mundo que se muere en mis brazos. Por favor, rompeme.

Rompeme con la urgencia criminal de un domingo a la tarde. Dónde si no me rompe el atardecer homicida, lo hace el silencio perfumado con tu nombre. Por eso te pido, por favor rompeme.

Cómo un juguete viejo. Cómo las olas chocando contra los riscos afilados. Cómo un corazón adolescente. Cómo la hojarasca de Mayo.

Rompeme porque quizás asi, sea la única forma de hacerme compañía y poder abrigarme con las grietas de todas las cosas que alguna vez he perdido. Con las muescas de ausencias que ya no les recuerdo el nombre ni la forma. Rompeme como una lluvia de perdigones. Cómo un choque de autos. Cómo un beso de despedida. Cómo la ilusión de un niño.

Rompeme y volveme a armar. Que en este andar y desandar tan maltrecho y torcido, necesito un manual. Algo que congregue las vidrios rotos. La magia del mar.

Con funesta recurrencia y casual soltura, estas líneas torcidas se asemejan cada vez más a una carta suicida. A un manifiesto de mí locura. Escondida entre la concomitancia de poemas y amarguras, la existencia como cincel le da forma a este manojo de puntos suspensivos que jamás concretan nada y siempre amenazan con...

El mundo es un vetusto campanario cubierto de ollin y yo soy solo otra campana rota incapaz de cantar entre tanto silencio. Un pájaro mudo. Un cuadro sin marco. Otra estrella sin lustre.

Y es que camino al borde de la navaja, tratando de no cruzar esa delgada y provocadora línea que aloja las ensombrecidas y demoledoras cicatrices que escondo debajo de cada flor. Bailando un tango en las sala de espera de una tragedia anunciada. Una sonrisa por cada rosa.

No puedo evitar sentirme marchito, si hasta mis raíces se las comieron los gusanos esperando un atisbo de misericordia para aquellos que moramos en las sombras. Y no me digan que ustedes no transitan estos pasajes con devota convocatoria de tanto en tanto, pues serían igual de hipócritas como aquellos que fingen dulzura.

Si estas fuesen mis últimas palabras, les diría que aquí viví y padecí los delirios más dulces de los abandonos. Aquel que viene dos veces. En dos tiempos. Una cuando aún tenés inocencia. Y otra, cuando el silencio te visita y viola tus oídos. Aullando a la luna negra. Acusando que viv�� sin ser bien recibido.

Un vientre profano. Un corazón desfallecido. La lejanía perversa de cada abrazo que alguna vez abrigó mí cuero. Diluvian como ideas. Descienden cómo guillotinas. Revolotean como polillas kamikaze alrededor de las llamas. De ese fuego fatuo que día a día va menguando su crepitar.

Anoche soñé que moría... repetidas veces. Sin un descanso ni transición entre resurrección y resurrección. Si bien al principio estaba aterrado, con el paso de cada escena, conocer el final se volvía más tolerable. Hasta incluso podría decir que un poco placentero. Cada vez dolía menos perder todo, porque quizás el peso de todo lo que tenía, (que tengo) era peor. Lo que me falta y jamás tendré. Lo que nunca quise y aún así me fue entregado.

Y entre el silencioso espacio de cada nota en esa última canción, pude ver las luces del cielo titilar una última vez. Soltando la mano a mí historia de vida y las viejas culpas llenas de polvo. A cada acto de amor y a cada enemigo que cenó en mí comedor. A la vergüenza, el miedo, el arte, la banalidad, el lujo, la poesía y las musas. A cada cosa que alguna vez existió en el afuera y el adentro. Lo puro y lo oscuro. Profanamente sagrado.

Cerrar los ojos una última vez. Sin aviso previo ni despedida anticipada. El gran adiós a los pecados y los milagros. A un lugar donde el sol es silencioso.

Y mientras el lienzo aún húmedo de mí vida se incinera hasta reducirse a cenizas, mí última exhalación será eterna y la más atronadora. Y en esa gran noche, el mundo se inundará en mis tragedias y mí tinta. Y serán mis barcos hundidos los que surquen las aguas de mí ciénaga.

Anoche soñé que moría. Y al despertar todo tuvo sentido. Un reloj sin rostro nos dará los buenos días hasta que se quede sin besos para las buenas noches.

Kafka una vez dijo: " Cada cosa que amas, es probable que la pierdas. Pero al final, el amor volverá de una forma diferente." - así que este debe ser mí retorno. O mí gran escape.

Se asoma sigilosa con su caperuza de nubes, cubriendo con su velo las pálidas facciones de sus caras. Se impone en el horizonte sin temor al sol. Segura de que su tenue lumbre atraviesa la más densa de las nubes.

Ecléctica en el silencio, se impone en el coro de las estrellas mientras entona el himno del universo. Y el silencio atronador es producto de su voz.

Se asoma a bailar desnuda con la excusa de llevarse algún cumplido o un susurro. Y si sus susurros son de placer, su dolor es un megáfono, que hará temblar a nuestros demonios y nos dará calma de sus cantares. Por eso en ella me pierdo y a su magia me entrego, porque quiero sentirme calmo cómo sus vientos. Para ser liviano de alma y colarme entre las grietas de mis propias murallas. Cantándole al dolor y adornando memorias con halos plateados.

Por eso Luna mía, hoy me entrego a tu danza y en tus brazos mí serenidad dejo, seguro del camino que me hagas transitar, a tu lado no tendré miedo.

Cubran los espejos y abran una ventana.

Pasan los días como si fueran otoños. Y en pleno enero entra una ventisca helada que llena de miedo la casa. Los fantasmas se te pegan en la cara como telarañas viejas. Las mismas que habitan tu ausencia. La sombra en la pared. La hora de los muertos.

Dibujen un círculo de sal y apaguen la luz.

Y a mis alas ya le dieron frío de tanto atravesar las tormentas de mis días sin vos. Sin mí. Sin nada. La vida se puso en marcha y yo me transformé en un telón de teatro cerrado. Un escenario silencioso que aguarda vorazmente por la próxima función.

¡Que alguien encienda los sirios!

Cuelgo del techo desafiando la gravedad. Soy un suspiro contenido al borde de un corazón exanime. Soy un ave que migra escapando de un invierno gélido e implacable. Busco tus tierras al borde de dónde duerme el sol. Y tengo en los ojos un par de baladas que seguramente hablan de vos y me gustarían regalarte.

Extiendan su mano y cierren los ojos.

¿Puedes sentir los latidos en tu cabeza? Esas voces familiares que entretienen el insomnio de tanto en tanto se escapan e imitan tu risa en todos los rincones. Y ni Cortázar ni Pizarnik me espesaron tanto la sangre como el hueco que hay en mis vacíos más visibles. Dónde las pequeñas voces, se recuestan a contemplar. Un eco distante que bombea alquitrán a las cámaras donde guardo los atardeceres que me conmueven y los días de lluvia y café.

"Si me escuchas del otro lado, te extiendo mí mano"

Y de esta cámara mortuoria, cual exhalación escapando del Averno, he de resurgir y leer mí propio epitafio. Una sombra en la pared aguardando la hora de los muertos. Pues he descendido a las temidas costas abisales del Romanticida, donde el tiempo corre como lo hace la miel. Y cada eternidad condensada en los segundos, me hace ver en blanco y negro mientras el diluvio se besa con el sol. Pero Tres Hermanas guardan el camino cual sabuesos de las penas, pastoreando los valles sombríos que conducen a la resurrección. En el calor de tu mano. En la templanza de tus ojos me hago vino.

"Bienvenido al mundo de los vivos, renegado de la Muerte"

Quédate aquí un rato más. En el dulce ardor de una noche que se arrastra por el cielo. Y así como ella busca su final en el horizonte, así te busco yo en estas sábanas frías.

Quédate un instante. Podemos robarle la sonrisa a la luna y caer sin gravedad en un ensueño eterno. Dónde solo seamos nosotros dos proyectados en un caleidoscopio de maravillas. Rodeados de montañas bañadas en oro y lagos plateados. Quédate aquí en las estrellas que titilan en breves instantes que nos hacen eternos.

Quédate en el murmullo de la ciudad. Gravado como una canción cantada por las aves y los grillos. Ven y quédate unos segundos más, en la compañía dulzona con la que compartimos los silencios. En los abrazos laberínticos que me hacen perder la cordura al encontrarme con el paredón de tus ojos. Cuelgame como una obra de arte de estas pupilas filosas. Déjame dónde quiero morir.

Permanece conmigo en la danza fantasma de tu perfume. Aquel que somete tormentas y cabalga brisas de verano, haciendo que las agujas de este reloj oxidados duelan menos al moverse. O que el herrumbre de mis venas tiña mis versos.

Ven amor mio. Quédate un rato más. Porque el sinsentido de esta vida me está rasguñando las entrañas en cada rincón que no encuentra el eco de tus pasos. La risa de un niño. Los rayos del sol. Tu desnudes atrevida, bailando al filo de mis dedos. Tu horizonte de sucesos.

Ven amor mio. Aunque sea unos breves instantes, porque desde que la cama se transformó en un panteón, siento que me disuelvo entre la cordura escapista que me abandona, y la austera sensación de ser una jaula llena de pájaros incapaces de volar.

Tres Hermanas

Tres Hermanas me encontré, comulgando en el cristal. Congregadas entre la distancia silenciosa de un espejo y los fieles retazos de mi piel desnuda. Devotas en la quietud, devorando mi atención, me sometieron a los abismos que me vieron renacer.

Tres Hermanas contemplé, enmendando los zurcos de mis venas. Hasta que llovió fuego. Y en círculos perfectos, una bandada de cuervos descendió en torno a mi puerta gritando "Nunca Más". Y como una palurda imitación de la noche plutónica, fui el busto de Phalas sobre el que posaron sus garras. Esperando en el arrullo del suspenso. Sórdidos aleteos de plumas negras como la espesura del vacío. El eterno graznido en los cielos, que advierte de una cosecha en peligro o el eco triste del último violín resonando en las parcelas del cementerio.

Tres Hermanas observé, arrodilladas a mi alrededor. Contemplando con un rictus de bondad y contemplación, a aquel pobre cadaver maltrecho que fue dueño de estas heridas. "Soy solo un nombre sin cuerpo. Un suspiro contenido en una brisa de aire. Y mientras más me nombras más cercano soy al Eter" - Y como si fuera lluvia, sus lágrimas me bañaron en absolución. Eco perfecto de cada suspiro no nacido. La bahía nos da descansos de las aguas grises y turbulentas del Rio Aqueronte.

Tres Hermanas me sostuvieron, ante las fauses titánicas de los monstruos que viven en mí. Cada seductor camino a las sombras y a la locura, está pavimentado por los cuerpos en descomposición de los romanticidas más audaces que se aventuraron en las sombras. Y ante los aullidos estridentes de fieras primigenias me mantuve en pie. Recostado en la falda de la luna, abrazando sus dos caras. Usando los hilos sueltos de mis tristezas para tejer un abrigo. Ser el hogar de un mendigo en cada estación.

Tres Hermanas me besaron y me regalaron un abrazo para el Ayer. Un corazón para el Hoy y una muerte segura para el Mañana. "Úsalos sabiamente".

¿Cómo voy a dormir en las noches, si la oscuridad aulla y mí cama es un campo de flores con tu perfume?

No quiero que la austera luz de las estrellas me vea envuelto en sollozos intermitentes mientras trato de repetir, en humildes espasmos, cada sílaba de tu nombre. Y si la suerte me acompaña, quizás este mundo sea menos feroz a tu lado.

Y aunque las horas ardan y mí piel grite incesante, voy a permanecer en el abrazo de las montañas, a los pies de un lago que refleja el firmamento. Atrapado en el canto de las olas rompiendo contra la realidad. Entregado a la risa del sol. Repitiendo que te amo. Incrédulo de la entropía.

Tengo fe, por primera vez en qué nada podrá salvarnos de lo inevitable. Que nuestros corazones pueden saltarse dos latidos con la seguridad que el otro compensará la balanza en caso de que uno falle.

Dame luz. Dame libertad. Dame el salvajismo de tus costumbres. La ira indómita de tu amor. A cambio seré tu ángel de la guardia que daría sus alas si la muerte me lo pide. Hasta que el amanecer deje de romper el velo de la noche. Hasta que deje de buscarte en cada vida. En cada posibilidad que nace del vuelo de una abeja.

Casualidad o destino.

Se tuerce y se retuerce como una víbora sobre mí garganta.

Revolviendo mis entrañas sin importarle la situación ni el lugar.

Y con unas muchas copas de alcohol barato, trato de ahogarla con mí veneno predilecto.

Bienvenida a casa, hija de la duda. Madre de la rabia. Viuda del silencio.

Incluso a medias tintas se agita el mar de mí tintero. Con la mitad oscura de la luna y la otra mitad que le faltan de mis "te quiero".

A medias tintas y a mitad del camino me quedo. Medio solo. Medio sobrio, con la garganta hecha un alfiletero.

Y medio a la fuerza y sin querer queriendo, me trago estas palabras para no hacer tanto desastre. Pues a medias tintas voy pintando sin lienzo, un paraíso saturado y sin contraste.

Porque incluso si en la mitad de mis pensamientos me detengo, a media noche y sin sueño, de alguna forma sin mediar palabras te encuentro. Acurrucado en mí cuello o abandonado en el suelo, pavimentando cada verso que a medias tintas creo.

Que vengativa es la soledad.

Y no es por el afán de omitir el dolor de exisitir, sino más bien un acto lisérgico de bordear la cintura de estas lágrimas e invitarles un café. Contarles de tus ojos de ébano que domestican catástrofes. De tus manos de algodón que adormecen como anestesia. De tu voz quebradiza como ramitas secas. De aquellas pinceladas de un tierno cielo del que no soy dueño sino observador.

Y ante el póstumo y funesto cúmulo de posibilidades, nos recostamos a mirar las nubes bailar. Mientras la virtud del ignorante, puro y frágil, trata de abrazar cada milímetro de esta casa embrujada. Arrodillado ante labios de belladona que pronuncian mi nombre en cada calada de humo. Y cada sílaba es una emboscada a esta carne hedonista. Ofrenda de paz a la encrucijada que hay en el pecho.

Y si la presunta inocencia me abriga en esta madrugada, puede que la esperanza sea un sol de noche que me guíe hasta la delictiva anatomía de tus brazos. ¿Podré descansar de nuevo en el remanso silencioso de un hogar perdido?