Tumgik
la-empleada-del-mes · 3 years
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Los recuerdos con agujeritos
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Apenas había aprendido a leer y a escribir. Llegué de la escuela y me senté a merendar. Desde adentro de la televisión, los rayos catódicos irradiaban lo que quedaba de la tarde y envolvían todo mi pequeño mundo. A las 18 horas, el Canal 4, en ese entonces de etiqueta verde, roja y azul, pasaría, como todos los días, la telenovela. En 1996, es posible que haya pasado más de 190 tardes frente a esa proliferación de música, colores y niñas cantarinas, pollerudas y también gritonas.
—Para mí que vos les copiabas a las gurisas esas, porque en todas las grabaciones salías hablando así, como una boba— me dijo mi hermano la primera vez que se detuvo a ver qué era lo que estaba mirando. Por segunda vez, después de 25 años.
En la habitación de la memoria, en un cajoncito de un placard polvoriento y en desuso, se me había escapado una curiosidad ingobernable desde que había encontrado mi colección de revistas del programa aquella tarde de enero: ¿qué habré entendido yo de lo que veía? ¿será que me puedo fiar de mis recuerdos? Enseguida me sedujo la idea del experimento y de probar el encuentro de dos de mis versiones ante el mismo producto cultural.
En realidad, esta es la única forma que tenemos de viajar en el tiempo, volver al pasado a través de la memoria, las imágenes y las pantallas. Así que sobrevolé por 1995 y terminé un año después, impulsada por toda la niebla que difuminaba la claridad de mis recuerdos. Quería saber cómo había sido que aparecieron y desaparecieron algunos personajes, porque si algo recordaba eran las preguntas que le había hecho a mi abuela cada vez que no entendía nada: “¿Y este de dónde salió? ¿Y qué pasó con fulana?”. Ella me respondía que no tenía ni idea y yo me quedaba con la incertidumbre de los agujeros de la trama. Siempre pensé que por mi edad no había entendido del todo bien esos giros argumentales o que simplemente me había perdido algunos capítulos. —Es una comedia, ¿viste qué fácil arreglan todo? — me había dicho siempre mi madre.
En fin, si estoy escribiendo esto es porque ya no me da vergüenza admitir que sí, por voluntad propia volví a ver Chiquititas, precisamente la temporada 2, y no es que tenga mucho tiempo libre ni encubra mi eterna inmadurez detrás de este pretencioso artículo (bueno, quizás un poco sí), pero lo cierto es que tengo algunas cosas para decir.
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La primera fue descubrir el impacto entre lo que recordaba y lo que era. Recordaba muy poco, solo los personajes y algunos rasgos de ellos. En mi mente de niña, había retenido quiénes eran los malos, quiénes los buenos y quiénes eran las niñas más gritonas, que yo siempre había identificado como las “peleadoras” del grupo. Es que tenía solo 6 años. Si recordaba esos matices, era probable que hubiera asimilado mucho más que eso, y mis recuerdos conscientes solo fueran la punta de un iceberg fantasmal. No culparé a Chiquititas de todos los agujeritos de mi corazón, pero no me quedan dudas de que en mi construcción identitara sobre ser niña y ser mujer, hay más que un ladrillo impuesto por este programa, porque casi 200 capítulos parece mucho. Quizás demasiado para el universo simbólico de una niña pequeña.
Ay, es que así era la televisión en los 90, claro, constructora inapelable del deber ser de los géneros, heteronormativa hasta los huesos, reafirmadora de los cánones hegemónicos, optimista sobrenatural (sí, acabo de inventar este concepto), y por supuesto, consumista nivel: el shopping es felicidad. Y todos estos paradigmas relucían bajo el neoliberalismo de la época. Por más que fuera una trama ficcional, Chiquititas reflejaba la cultura de los 90, y al hacerlo la reafirmaba y la difundía, y así, la amplificaba. Pero no es solo eso, su narrativa es una poción efectiva que aún hoy adormece los sentidos, porque sigue entreteniendo ese mundo de niñxs y de adultxs que actúan como niñxs, en el que siempre pasan cosas y los dramas se tratan de forma tan liviana que no queda lugar para la dimensión psicológica de los personajes.
En el Rincón de Luz del 96, el peligro y los problemas se resuelven desde la más incrédula ingenuidad, nadie parece crecer, es la Tierra del Nunca Jamás convertida en orfanato. Si algo está mal, enseguida se resuelve y a otra cosa mariposa; así es la mecánica de este universo y cuando algo va a desbarrancar, siempre aparecerá una moral a conveniencia para devolverlo a su camino.
Es posible que nos haya quedado el recuerdo de una Chiquititas mágica, de niñas voladoras disfrazadas de pimpollo turín, turín, y esas cosas, pero la temporada del 96 no está inmersa todavía en ese mundo de fantasía, aunque no escapa a un optimismo sobrenatural que nos dice que todo va a estar bien y que todo, todo, todo es tuyo si querés, con una sonrisa mirá qué fácil es. Entonces nada es imposible, todo puede lograrse si lo deseamos con el alma, y la verdad, este optimismo exacerbado es una de las grandes mentiras con las que crecimos y que hoy encarna en libros de autoayuda, guiones de películas livianas, reality shows de talento, frases baratas y fotos de redes sociales y hasta en cierto espíritu emprendedor.
Micromachismos everywhere
Por supuesto que Chiquititas no es el único programa que recoge este optimismo sobrenatural, basta ver las películas clásicas de Disney en donde la figura del hada madrina resuelve todos los problemas. Entonces, quizás con la inspiración del mágico mundo de Disney surge también el hada madrina indiscutida del programa: Belén, la directora del Hogar Rincón de Luz, quien oficia de madre para cada unx de lxs niñxs y siempre resolverá todo. En este personaje confluye el mandato social sobre ser mujer: ella sueña con encontrar el amor verdadero, y tener muchos hijxs, como símbolo de felicidad y prosperidad.
Pero hay que decirlo, si hay una fortaleza en este personaje es su sentido ético y noble, por momentos parece ser la única persona sensata en la telenovela. Por un lado, se presenta como un personaje "progre", pero que no escapa a una época de naturalización del patriarcado. Por ejemplo, cuando a Mili le viene la menstruación por primera vez, ella le dice: "Podrías embarazarte, pero hay una madurez del cuerpo y una madurez de la cabeza, y no siempre van juntas. Vos tenés cuerpo de mujer, pero tu comportamiento por mucho tiempo va a ser el de una nena, ¿entendés? Quiero que me prometas algo, que te vas a respetar tal y como sos, que vas a respetar tu edad, tu cuerpo y fundamentalmente tus sentimientos y te vas a querer mucho, mucho, mucho". Por un lado, se trata de un discurso que de lejos resulta sensato, porque Mili es una niña y estamos de acuerdo con que las niñas no deben ser madres, y además eso de quererse a una misma está muy bien. Pero si miramos el discurso de cerca, ¿qué nos está queriendo decir? ¿por qué unir nociones como el embarazo y el respeto en un mismo parlamento? ¿acaso está responsabilizando a Mili de un eventual embarazo? ¿está sugiriendo que los embarazos adolescentes están vinculados al respeto que las gurisas se tienen por sí mismas? Chan, la respuesta no lxs sorprenderá.
Si bien en varias oportunidades, Belén identifica las conductas machistas y la desigualdad social, así como muchas de nuestras madres y abuelas callaban y aceptaban lo que veían y vivían, su discurso resulta demasiado contenido ante los paradigmas preestablecidos y termina por dejar escapar el carácter vanguardista que podría haber tenido el personaje. En varias oportunidades, sus respuestas breves, y con poco compromiso ideológico, terminan por decepcionar, en otras palabras: varias veces me preparé para escuchar discursos disruptivos que nunca fueron (¡ilusa de mí!). Por ejemplo, cuando Jimena, una de las niñas del Hogar trae el problema de que ya no representará a la patria en un acto escolar, porque la maestra la cambió por otra niña rubia y alta, Belén cita a la maestra al Hogar y le dice: “La patria es como usted y como yo, pero sobre todo como Jimena”. ¿Por qué "sobre todo como Jimena"? Lo que podría haber sido un discurso más confrontativo y que realmente inste a revertir la decisión de la docente y apunte a la reflexión, sin embargo, acepta lo sucedido, pasa a ser sumiso y perpetuador del orden establecido, lo cual era esperable para la época.
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En una misma línea, está Mili, la aprendiza de Belén. Es la niña más grande del hogar y con solo 13 años, establece un puente entre el mundo infantil y el adulto. Su extrema moral, sinceridad y rectitud son casi insoportables, y eso la hace una referente de las demás. Mili no sabe quiénes son sus padres, pero la verdad es que es la hija de Gabi, quien es sobrina de Carmen, la dueña del Hogar. Su abuelo, el viejo Morán, le sacó la niña a Gabi cuando apenas había nacido, mientras su novio estaba muriéndose en las Malvinas. La cuestión es que Gabi cayó en un colapso mental que la tuvo encerrada por años hasta que aparece Mili y como el optimismo es sobrenatural, el cariño de la niña hace que Gabi se recupere. A partir de ahí son como madre e hija, pero ellas no saben que realmente lo son. Classic.
En la temporada del 96, Mili empieza a cantar “me pasan cosas que no comprendo” en uno de los videoclips del programa (cada video merecería un artículo aparte). Entre cortinados, un tocador de maquillaje, lucecitas y una cama de dos plazas, la escenografía representa el pasaje de la niñez a la adultez. Y claro, también aparece Javier, el peor actor del programa y eso ya es mucho decir: un adolescente desgarbado de camisas leñadoras y con gomina en el pelo, que juega al polo y vive en una casa de Carrasco (pero en Buenos Aires) con sus padres empresarios, y que, por supuesto, odian a Mili por ser huérfana y pobre. Sin embargo, Javier es tan educado y bueno que algún defecto debe tener, digo yo, aparte de actuar con mínima gracia.
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Mili también encarna el deber ser de una adolescente, pero además, cualquier atisbo de marcar alguna diferencia queda suprimido por los parámetros de las mujeres adultas que ella admira, como Gabi que en el capítulo 75, el día de su cumpleaños, le hace un regalo súper especial (inserte aquí un meme irónico): un lápiz labial y un polvo para el rostro. “Sí, porque quiero que estés muy linda hoy, Javier va a quedar deslumbrado”, le dice Gabi mientras Georgina, una de las niñas grandes, le pide que le preste el maquillaje porque “así Corcho se enamora del todo” de ella.
¿Alguien puede no acordarse de Georgina? Ella está enamorada de todos, de todos, de todos, no puede elegir uno solo porque no sabe cuál le gusta más. Bueno, esa canción tendrá lugar años más tarde, pero lo cierto es que Georgina es una chica que solo sueña con tener novio y casarse. Escribe todo en su diario, anhela sufrir por amor, o que dos chicos se peleen por ella, porque para Georgi, no hay nada más romántico que eso. No identifica las conductas machistas de los varones ni tampoco hace mucho caso a las burlas de las demás niñas ni de los varones que directamente suelen decirle que es una “pesada” o una “babosa”, y a veces, incluso, fantasea con los hombres adultos del hogar.
Georgina encarna todos los estragos que nos deja la cultura patriarcal, y lo más peligroso es que la esencia del personaje es no darse cuenta. Aunque simbólicamente la premisa es que no sería un modelo a seguir, ya que recibe las burlas de lxs demás, es imposible saber hasta dónde resultó ser esta la interpretación más común en sus jóvenes espectadorxs, cuando esta misma exageración e intensidad han convertido a Georgina en uno de los personajes que más se fijaron en nuestra memoria.
Si bien al final de la temporada hay una leve evolución de su personaje, sus rasgos sumisos y exaltación de mitos del amor romántico son una constante en todas las temporadas. Al final del 96, el personaje de Georgina llega a su cenit de sumisión cuando miente para encubrir al Loco, un adolescente mayor que ella que se encuentra en conflicto con la ley y que involucra a Mosca, uno de los varones del Hogar, en una rapiña. Mosca termina detenido y ella, en vez de ayudar a su compañero, encubre al Loco, en ese entonces su novio, quien le pide que sea su coartada. Lo cierto es que al final el Loco le pide dinero y ella, entendiendo que el amor significa que “lo mío es tuyo y lo tuyo es mío”, le da lo que tenía en su alcancía. Dónde está la evolución del personaje, se preguntarán ustedes cuando en realidad la pobre Georgina no hace más que desbarrancar, y bueno, cuando el Loco se enoja porque esperaba más dinero de la alcancía de una niña de 12 años, ella le pega un pisotón y sale corriendo junto a Corcho, quien había aparecido a “rescatarla” y termina por fusionar todos sus preconceptos y mitos románticos.
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Hay una escisión discursiva muy clara entre niñas y varones. La mayoría de ellas son ingenuas, delicadas, sueñan con ser novias y madres, todo les parece romántico, juegan a ser modelos, suelen tener diálogos superficiales, a menudo se pelean por estupideces y terminan gritando. Sin embargo, los varones realizan actividades intelectuales, inventos, travesuras muy elaboradas o reparan artefactos, suelen tener un pensamiento reflexivo y sus intereses románticos no van más allá de gustar de alguna niña, pero sin dudas no son proyectivos. Incluso, Corcho, quien en un momento de la temporada tuvo dos novias, Tamara y Georgina, aparece como una víctima producto de “malos entendidos”, acosado por Georgina y varias veces recibe el tratamiento de “pollerudo” por Roña, su amigo que aún no tiene intereses amorosos.
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La mayoría de los diálogos de los varones son machistas y sus actitudes en gran parte también, incluso cuando tienen aparentes buenas intenciones, como cuando hablan de que ellos, por ser varones son quienes tienen que proteger a las niñas. En resumen, los micromachismos afloran a cada rato, es común ver diálogos como: “las niñas son lindas, pero insoportables” o incluso escenas increíbles como la vez que los varones hicieron un concurso de belleza en el Hogar y entraron al cuarto de las niñas con un metro a tomarles las medidas: el auge de Giordano y Pancho Dotto en todo su esplendor simbólico. Como si esto no fuera suficiente en la escena, aparece el diálogo de Vero, la niña que quería ser modelo, quien al ver la cinta métrica dice que está muy gorda. Vero es una niña con rasgos hipocondríacos, que a pesar de ser extremadamente delgada, se siente gorda todo el tiempo e incluso, termina desmayándose por quitarse la comida. Si bien en la serie se muestra el problema de Vero como algo que no se debe hacer, no se cuestiona el estereotipo de belleza de la delgadez asociada al mundo de la moda.
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Aunque los micromachismos proliferan por todas partes en este programa, hay tres personajes de niñas que se apartan del perfil del estereotipo convencional. Hablo de Tamara, de Cinthia y de Jimena. Tamara es la mayor de las tres, llegó de otro hogar y fue tildada como una niña con problemas de conducta. Yo la recordaba como una gritona que peleaba por todo. Y sí, grita todo el tiempo, habla confrontando, parece que siempre estuviera enojada, pero también puede observarse una intención feminista en su personaje. Uno de los pasajes más claros fue cuando Mili se decepciona con Javier por una mentira de él y Tamara le dice que todas tienen que saber que el tipo es un mentiroso, por las demás que vengan atrás de ella. Tamara acababa de pensar de forma sorora. Esa línea de diálogo sí que fue una serendipia.
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Este personaje, antagonista de Georgina, suele tener una mirada realista de lo que sucede, puede identificar las conductas machistas y las condena, pero sus comentarios de corte agresivo llevan a que no alcance el status de referente que tiene Mili aunque tenga todo para hacerlo. El paradigma patriarcal de la serie no puede permitir que Tamara, una chica diferente a las demás, sea otra líder.
Capítulo 129
Tamara: -Anoche estuvimos a punto de cometer un desastre
Georgina: -Ay, sí, pobre Corcho...
Tamara: -Casi le cortamos el pelo
Mili: -¿Qué hizo?
Tamara: -Nos sorteó con una monedita, como si fuésemos un paquete
Mili: -Te digo algo, los varones son todos iguales
Georgina: Mili, no digas eso, Javier es divino.
Mili: Claro, divino para la chica que estaba con él cuando lo pesqué
Tamara: Yo que vos le hubiese dado un paraguazo
Mili: Yo también, y ahora me arrepiento de lo que no hice...yo si pudiera, lo raparía como para entrar a la colimba.
Georgina: Ay Mili...
Mili: Bueno, basta, y por favor no lo defiendan más.
En este diálogo confluye el antagonismo entre Tamara y Georgina, pero también una aparente alineación de Mili con Tamara. La diferencia es que mientras Tamara no habría dudado en darle el paraguazo a Javier, Mili se lamenta de no haberle cortado el jopo engominado, algo que jamás habría hecho. Además, mientras una habla encolerizada, la otra se presenta calmada y segura de su decisión. Por eso, Mili es la líder y ni Tamara ni Georgina lo serán jamás.
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Tampoco lo será Cinthia, la niña lista que hace apología de la ciencia ficción. Cinthia tiene un carácter firme como Tamara, pero los temas amorosos están fuera de su interés, por lo que tampoco opina en cuestiones de este tipo. Llegó al hogar cuando murió su madre y los años en los que estuvo allí acumuló rencor contra un padre, a quien no conoce y que oh casualidad, resulta ser Jorge Clementi, el abogado interventor del Hogar. Classic.
Por otra parte, Jimena es otra de las niñas que se apartan de los estereotipos de femineidad, con un perfil similar al de Tamara, pero más pequeña, ingresó al Hogar siendo una niña en situación de calle, y es uno de los personajes que presenta mayor evolución en su arco argumental. Tiene un espíritu justo y sensato, no deja pasar el machismo, y además, quiere ser maestra. Junto con Cinthia, quien anhela ser escritora, son las únicas que visualizan un futuro intelectual lejos del matrimonio.
Con mis 6 años, no empatizaba con Tamara, ni con Cinthia, ni con Jimena y ahora me parecen los personajes más proyectivos e interesantes. ¿La razón? Supongo que era porque hablaban fuerte y muchas veces peleaban y gritaban. El hecho de que sean los únicos personajes que se apartan del cánon y que se presenten como confrontativas es más que significativo y es otra muestra más del paradigma en el que se para la serie: lo diferente es molesto. Ellas simbolizaban que ser otro tipo de niña era posible, y no conectar con ellas era también no conectar con otras formas de ser niña.
No tan Rincón de Luz
Si bien el hogar es una institución modelo dentro del sistema de protección de las políticas de infancia bonaerenses, no todo es tan luminoso. Como todo cuento de hadas, hay brujas y villanas. En este caso, encontramos a Carmen, la dueña del Hogar que se pasa discutiendo con Belén y haciéndole la vida imposible a todo el mundo, y Matilde, la celadora del Hogar, que tiene como afición hacerle maldades a lxs niñxs, además de gritarles todo el tiempo.
Cap. 129
Matilde a Georgina: -Escuchame deslenguada, ¿qué te pasa a vos? ¡Te voy a arrancar las ideas con un abrelatas!
Pero por supuesto que Matilde también es una víctima del contexto patriarcal. En el capítulo 75, Antonio, el hermano de Matilde le dice a Mosca que trate de entenderla: “...es una mujer grande...nunca se casó...trabajó mucho toda su vida...sí, Matilde es gritona, viste, pero no pasa nada...si vos le chumbás, arruga como la mejor”. Parece que Matilde maltrata a lxs niñxs entre otras cosas, porque es una mujer grande y nunca se casó. Hola, machismo de cada capítulo, my old friend.
Además de los maltratos de Matilde, hay una escena donde los métodos de escarmiento por parte de los personajes supuestamente buenos, resultan bastante ortodoxos, como la vez en la que Georgina se había peleado con Corcho y quería que lo castigaran, entonces Andy, el subdirector del Hogar y Antonio se encierran con Corcho en la dirección y le tiran del pelo para que él grite, así Georgina piensa que le están pegando y le entra remordimiento.
Además de estas escenas de dudosos métodos educativos, la trama de Cinthia y Jorge, su padre, está cargada de violencia. El Interés Superior Niño no existe acá, porque cuando ella se entera de que él es su padre, lo rechaza, pero aún sin aceptarlo, él la obliga a mudarse con él algunos días y a cambiarse el apellido. La cúspide del maltrato fue en la escena en la que Cinthia se iba a dormir junto a sus compañeras y el tipo entra al cuarto de las niñas, la toma del brazo y la hace bajar por la escalera zamarreándola, mientras ella, llorando, le dice que no se quiere ir con él. Claro que al final Cinthia lo acepta y se queda feliz con su padre, porque parece que el amor por la fuerza entra o que si un tipo te zamarrea, lo hace porque te quiere, es que, claro, la loca siempre vas a ser vos. En esta trama, todos los personajes están del lado de Jorge, hasta Belén, porque “es el sueño de todas las niñas encontrar a su familia”. Pero de qué hablamos, si este señor Jorge recibió una carta de la madre de Cinthia contándole que estaba embarazada y que el padre era él, y el tipo no le creyó, porque “ella andaba con otros hombres en aquella época”, así que se quedó en Europa estudiando. WATAFAC. Necesito mayúsculas más grandes. De poner la imagen de un tipo que no asumió su paternidad como pobrecito y víctima, no se vuelve. Y de poner a una madre soltera como la villana, tampoco. Y recordemos siempre que Cinthia no lo quería, pero todos los personajes la influenciaron y además, el tipo tuvo un accidente en el que casi se pela, entonces, ahí en el hospital, la niña llorando y agarrándole la mano, le dice, por primera vez y para siempre: “papá”. Classic.
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Ni tanta luz ni tan seres de luz, porque tan buena gente que son lxs niñxs del Hogar Rincón de Luz, pero bien que se burlan de Laura todo el tiempo. Quizás recuerden a Laura como la Colo porque es la pelirroja, pero probablemente no recuerden que ella siempre preguntaba todo mil veces, y la trataban de despistada o directamente de tonta, incluso a alguien tan centrada como a Mili solía sacarla de quicio, legitimando así todo el bullying que le caía a la pobre niña.
Cosas de hombres
Más machismos detected. En realidad, un apartado solo no me alcanzaba para expresar todas las escenas machistas, tampoco hablaré de todas porque tendría que escribir un libro, pero es necesario detenernos en la relación de Belén y Facundo, el médico del hogar y novio de Belén.
Cap. 97
F: No te rías pero hay veces que no sé si existís de verdad o sos producto de mi imaginación tan frondosa.
B: Pensar que cuando te conocí me pareciste un fanfarrón.
F: ¿Y ahora qué pensás? La verdad...
B: Ahora pienso que sos maravilloso...que sos tierno, que tenés un gran sentido del humor, inteligente, con vos me siento muy segura...te quiero mucho.
F: Bueno, aunque me quieras, podés aceptar si algún defecto tengo, me lo podés decir...tal vez un defecto ahí perdido, un poco fanfarrón soy, pero cambié mucho.
B: Yo no quiero cambiarte, te amo como sos.
F: Pero hay cosas que cambian para bien, en serio, yo antes era distinto...las mujeres eran como un número, yo cambié mucho...las mujeres ahora son personas para mí, son personas, pero en comparación tuya, no puedo mirar a nadie, desde que te conozco a vos, fue, ya está. Sos dulce...
B: A veces no tanto...
F:Sos inteligente, me gustan tus ojos, me gusta tu sonrisa, ¿se nota que estoy enamorado?
B: Yo también estoy enamorada.
A ver, encuentre todo lo que está mal en este diálogo entre Belén y Facundo. Por dónde empiezo, además de ser un diálogo, digamos, poco natural, ella lo describe con adjetivos que apelan a la personalidad y al vínculo que tiene con él, todo intangible, mientras él la describe como dulce e inteligente y enseguida pasa a nombrar características físicas como sus ojos y su sonrisa. ¿En serio, Facundo? ¿No podías decir más cosas de Belén sin hablar de sus rasgos físicos? Es que claro, una mujer digna de ser amada debe ser bella, pero bella siguiendo los cánones. Y hay algo más, lo peor de este diálogo es el concepto que vislumbra: el amor lo cambia todo, así que vos, niña, mujer, sabé que el amor romántico puede cambiar a los tipos y hacerlos mejores personas. FAIL. ERROR. WARNING, WARNING. NI NU NI NU (es una sirena de alarma, por las dudas). Nada peor que esta idea. Crecimos con este mito de que podemos cambiar a los giles si hay amor. Facundo era un fanfarrón hasta que conoció a Belén y ella, según él, es diferente a las demás mujeres. Crecer con este mito, que no es exclusivo de Chiquititias, lleva a que las mujeres carguemos con una frustración más y que nos sintamos culpables al no poder ir cambiando fanfarrones por la vida. Y que nos autopercibamos como insuficientes frente a la idea fantaseosa de que hay mujeres que sí son “capaces de enamorar” y de cambiar las cosas, porque Belén pudo y nosotras no pudimos.
En este apartado del artículo ubicaré al Javier que muestra la hilacha, porque resulta que “sin querer”, el pibe engaña a Mili con Vicky, una amiga del club de polo. A Vicky la pintan como malísima, “acosa” a Javier, “lo vuelve loco” (meme irónico here), al punto de que aparentemente “lo viola” (más memes irónicos).La cuestión es que el tipo va hasta un yate a decirle a ella que lo deje en paz y ella lo tira en la cama y le abre la camisa. En la siguiente escena están vistiéndose de nuevo. Me llamó la atención esta escena particularmente porque es la primera y única que vi en la temporada en la que de forma directa aparece la idea del sexo, pero claro, son dos adolescentes externos al mundo Rincón de Luz y por eso les pasan estas cosas. “Nunca me había pasado algo así”, se excusó Javier con todos los tipos a los que les contó, quienes lo entendieron y lo victimizaron, porque claro, Vicky había sido la culpable. La cuestión es que Facundo persuade a Mili para que perdone a Javier porque lo que le pasó a él “son cosas que les pasan a todos los hombres” e incluso utiliza falsos argumentos fisiológicos porque como él es doctor, todo lo que diga estará legitimado. Y puede ser peor: la condescencia de Belén, que cierra la escena con una sonrisa tierna que expresa algo así como: “pero qué picarón que sos, cómo le vas a mentir así a la chiquilina, te perdono porque estoy enamorada y vos ya no sos el imbécil de antes”. IS TERRIBEL, MABEL.
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La calle es para algunxs
Si hay algo que distingue a la Chiquititas del 96 de otras temporadas es la introducción de tópicos que tienen anclaje real, como la niñez en situación de calle, ya con la llegada de Jimena y Mosca en la temporada 1 y más tarde con la aparición de Roña y Corcho, quienes realizaban actividades de trabajo infantil en la calle. No obstante, el hecho de que no se conozca el paradero de sus respectivos padres y el romanticismo con el que se representa la calle, en donde se sugiere, pero nunca les suceden cosas graves, contribuyen a promover una noción artificial de la niñez en situación de calle.
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Con los personajes de Tamara y Guille, quienes provienen de otros hogares, vemos la problemática del maltrato institucional e incluso se aborda un tema como la dislexia, que con gran atino (hay que decirlo), aparece presentada como una condición y no como un trastorno o discapacidad, siendo que 25 años después, aún se sigue presentando de esta manera en algunos ámbitos.
Con las tramas de Vero, Maru, y Flor, quienes tuvieron a su respectivos/as padre y madre en privación de libertad, se aborda esta problemática que impacta en diferentes niveles del desarrollo de los niños, niñas y adolescentes y en este caso, la serie lo aborda desde la estigmatización y desde la dificultad de las personas adultas referentes para reinsertarse en la sociedad.
Por otra parte, con Nadia aparece el tema del maltrato infantil y la negligencia desde una crudeza que antes no había sido presentada: la niña aparece inconsciente, llena de moretones, llega a un hospital en los brazos de una vecina, quien la había rescatado de una paliza de su padrastro.
Incluso la explotación sexual comercial aparece de forma indirecta, cuando Mecha, una chica conocida de Jimena, cuenta que ella se va a ir a vivir con su hermana a la casa de un amigo que le da trabajo a otras chicas. Por supuesto que los temas más oscuros, crudos y reales no les suceden a los niños y niñas una vez que ingresan a Rincón de Luz. Pero si hay algo que se le puede valorar a la serie es la visibilización de estas problemáticas de vulneración de derechos a 7 años de la Convención de los Derechos del Niño, y si bien esto puede resultar grato, siempre el elitismo, el racismo y la perpetuación del orden establecido se toparán en nuestro camino.
Aquí un ejemplo simbólico: Roña es el único niño rubio que viene de la calle, pero resulta que él huyó de su padre alcohólico y sueco. Les faltó decir que se emborrachaba con un licor de su tierra o algo así. ¿Tenían que decir que era un sueco alcohólico para justificar que era un niño rubio en situación de calle? Porque claro, con los morochos ese rol “quedaba más justificado”, por eso no importan los relatos sobre sus familias. Roña conoció a sus padres, sin embargo, de Mosca, Jimena y Corcho no se conocen sus historias.
La polarización no se queda en lo racial, porque los niños y niñas en situación de calle y quienes vienen de instituciones de otros hogares se presentan inicialmente con agresividad, no tienen hábitos de higiene y las niñas no son delicadas ni femeninas. Pero que no cunda el pánico, porque al llegar a Hogar Rincón de Luz todos sus problemas desaparecerán y pasarán a ser lo que los personajes adultos siempre soñaron. Hablame de estigma.
Y hay más. A Mecha, la amiga de Jimena, un tipo le da una paliza y aparece en el hogar llena de moretones. Enseguida Belén la protege y entonces comienzan las especulaciones sobre si la chica se quedará en el hogar. En la siguiente conversación entre Mecha y Jimena nos sacan de dudas:
Cap. 30
J: ¿Y? ¿Te vas a quedar?
M: ¿Estás loca, nena? Sabés muy bien que yo soy de la calle.
J: Yo también. ¿Y con eso qué hay? Ahora estoy acá.
M: Vos te vendiste por un poco de comida y ropa
J: Yo no me vendí, nena, soy la misma que antes...vos no te podés ir. La calle está muy dura, aparte acá nos tratan muy bien.
M: Mirá, ya sé que acá te tratan muy bien y todo eso no me importa. Que te quede claro esto, si la calle se hace más dura, yo me endurezco con ella, ¿entendiste?
¿Entendieron? Hay dos tipos de niñeces en situación de calle: quienes quieren salir de esta situación y quienes no. Así de simple y elitista lo presenta el programa, fortaleciendo una vez más el preconcepto de que: “hay pobres que son pobres porque quieren”. A Mecha no la veremos como integrante del hogar, ¿acá sí te hacen valer el Interés Superior del Niño o qué onda? La gurisa dijo que no se quería quedar en el hogar y la dejaron volver a la calle, a ese lugar lleno de violencia y vulneraciones. La historia de Mecha es chiquitita en la serie, y haciendo honor al nombre del programa, se podría decir que las historias más chiquititas suelen guardar los relatos más simbólicos.
Algo bastante curioso y que también da un poco de rabia es que los personajes desaparecen y no hay relato en torno a sus desenlaces. No se sabe qué pasó con Tamara, Cinthia, Laura y Flor, quienes ya no están en la siguiente temporada del 97. Se puede suponer que Flor se habrá ido con su madre y que Cinthia habrá seguido viajando con su novel padre, pero ¿y Laura? ¿Y Tamara? En el primer capítulo de la tercera temporada Belén y Facundo comentan que “los chicos que dejaron el hogar están muy bien”. Los chicos. Son las chicas, y ni siquiera se atreven a decir sus nombres, ¿acaso pensaron que de un año a otro íbamos a olvidar a estos personajes? Al menos pudieron haber hecho una escena de despedida, pero no, vaya a saber por qué, nunca lo sabremos. Pero particularmente quitar de la serie a Tamara y a Cinthia confirma la hipótesis de que el paradigma patriarcal no podía permitirse a estos personajes protagónicos. No obstante, sí podía permitirse a Mili y a Georgina, y a Jimena, claro, que como aún no estaba interesada en el amor, podía ser un personaje neutral en ese terreno donde se conjugaban el romanticismo y el patriarcado.
Terminé la segunda temporada y me recorrió un vacío en el cuerpo, pero no de esos de querer ver más, en realidad era una sensación de haber tirado de una raíz que ya no volvería a enterrarse de la misma forma. Comprendí que había entendido más de lo que pensaba, porque después de todo, no me había perdido esos capítulos claves en donde adoptaban a las niñas que desaparecieron de la serie. Me invadió una extraña tristeza al corroborar, 25 años después, que la idea de que a las niñas las habrían adoptado había llenado mi agujero narrativo (o mi agujerito) y que había sido solo una invención mía, porque simplemente las habían sacado del programa sin un cierre argumental. En este universo polarizado de niñas versus varones, de bondad versus maldad, de pobreza versus riqueza, e incluso de niñas versus niñas, me di cuenta que quizás sí, después de todo, y casi sin ser consciente de eso, había conectado con otras formas de ser niña y de ser mujer.
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la-empleada-del-mes · 6 years
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Diálogo con la niña
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Estaba sentada en la hamaca debajo de los sauces. La niña tenía un cerquillo tupido y llevaba el pelo atado. Sostenía un oso antropomorfo amarillo y en sus hombros colgaba una pequeña mochila turquesa. Los bordados y volados del cuello de su blusa me parecieron horribles. La pollera de jean, en cambio, no me provocaba vergüenza. En los pies, llevaba medias con puntillas y guillerminas. Cuando me vio, comenzó a acercarse. La reconocí enseguida.
—¿Qué hacés acá? —la interpelé —Vos no podés estar acá, esto es imposible.
—No te asustes, vine para saber qué fue de tu vida, hace 20 años que no nos vemos.
—¿Cómo me reconociste? Creo que he cambiado bastante —le dije, alisándome el cabello. Ella rió.
—Sí, estás más vieja, ahí tenés una cana —me señaló un mechón —tu voz tampoco es la misma y un poco más alta estás, no te lo voy a negar, pero tenés los mismos ojos de siempre, aunque más ojeras… —volvió a reír.
—¿Vos también me vas a bullyinguiar?
—Perdoname —bajó la cabeza, mirando al oso amarillo —¿Cómo has estado todo este tiempo?
—Bien...esa pregunta es muy general, tenés que hacerme preguntas más específicas para obtener la información que querés —le sugerí, sentándome en el césped.
—Ah, bueno, dejame pensar... ¿fuiste a Disney World finalmente?
—No.
—Pero, ¿cuándo vas?
—No tengo pensado ir, hace años que ese lugar dejó de interesarme.
—¿Queeeé? No entiendo, es mi sueño. Era tu sueño. Yo me paso las tardes mirando las fotos de los parques, están en las revistas Charoná, me veo allí, ¿sabés?  hasta tengo una libretita para los autógrafos, mirá —sacó de la mochila una libreta de tapas duras estampadas con Mickey Mouse— No la voy a usar hasta que vaya cuando cumpla 15 años —ahora yo me reí.
—Cuando cumplí 15 ya no me importaba ir a Disney. Nunca usé esa libreta, es más, creo que ya ni existe la revista Charoná. Tampoco le pediría a nadie un autógrafo, ahora se usan las selfies.
—¿Qué es eso?
—Fotos que se saca uno mismo con el celular.
—¿Con el Movicom?
—Mejor dejamos para otro día los cambios tecnológicos, ¿sí? Seguí preguntándome.
—Me da un poco de miedo esta pregunta, pero te la voy a hacer: Al final, ¿sos maestra, vendedora de ropa, diseñadora o escritora? —cerró los ojos y frunció los párpados, esperando la respuesta.
—No soy nada de eso.
—Pero, pero, no entiendo, no sé qué te pasó, si vos…
—Tranquila, soy un poco de todo eso, menos vendedora de ropa, eso no soy, disculpame si te decepcioné. A veces dibujo, pero lo hago en computadoras, no podés ni imaginártelo, sin embargo, ya no dibujo personas con ropa de colores como antes. Lo que sí hago es escribir, de vez en cuando, pero no soy escritora, no de la forma en que vos lo estás imaginando. También hago otras cosas que me gustan y que vos no sabías que te podían gustar.
Pensó unos segundos y sus ojos chispearon:
—¿Tenés un cuaderno de dibujos? Me gustaría verlos, seguro han evolucionado.
—No tengo cuaderno, a mano ya casi no dibujo, creo que los dedos se me están atrofiando, seguro vos dibujás mejor que yo. Me gustaría ver los tuyos, ¿los tenés acá?
—Están en la mochila —me dijo, sacando una cuadernola con pegotines en la tapa —Mirá, creo que las princesas me salen muy bien, ¿no? Me encanta dibujar vestidos y ropa...ah, mirá, acá dibujé gente con los trajes típicos de los países...y acá hay un paisaje, pero la verdad que me aburren los paisajes, a mí me gusta dibujar personas y ponerles nombre, edad, color y comida favorita.
—Los rasgos de la cara te quedaron parecidos a los personajes de Disney.
—Gracias, es lo mejor que me podías decir. Se nota que me conocés.
—¿Y estos? Están sin pintar.
—No me gusta pintar, a veces sí, pero me aburro.
—¿Una tienda de ropa dibujada? —dije al pasar a la siguiente hoja.
—Sí, ¿te acordás de esto? Dibujé toda la ropa que podía haber en una tienda, hasta las medias y las bombachas, diferentes talles y colores. Acá están los precios, es un juego, ¿querés jugar?
—Quizás en otro momento.
—Ufa, nadie quiere jugar —Me dijo, sacándome el cuaderno de las manos.
—¿Sabías que estos dibujos me hicieron acordar de que somos un poco ansiosas y estructuradas?
—¿Qué es eso?
—Ahora no es importante, no te preocupes, o sí...bueno, es que tenés la necesidad de clasificar todo. Querés ponerle nombre a todo, todo tiene que tener su historia, su contexto. Querés planificarlo todo, saberlo todo. Y todo rápido, si no, te aburrís.
—Pero eso no es malo, saber más te hace más inteligente. Yo quiero ser muy inteligente y cuanto más rápido sepa todo más rápido voy a ser más inteligente.
—Saber más te hace pensar más, y eso te va a traer problemas cuando seas grande.
—¿Cómo podés decirme que pensar no sirve? Pensar es lo mejor que hay, si no pensás te aburrís, no se te ocurren nuevos dibujos ni nuevas historias para jugar con las barbies.
—Las barbies. Te encantan esas muñecas.
—Es que con las bebés y con las muñecas de trapo solo puedo jugar a ser madre, y eso me aburre un poco. Sin embargo, con las barbies soy como dios, ellas hablan y yo les digo qué decir.
—Las guionás.
—Algo de eso —sus ojos se perdieron en el campo por un momento —pensé que te iba a encontrar casada y con hijos.
—No creo que vaya a casarme. —dije y la niña me miró abriendo los ojos como si con ellos pudiera entender mejor lo que escuchaba —Me parece innecesario, la verdad que no le encuentro el sentido.
—¡Pero ya te dibujé el vestido! ¡¿Qué estás diciendo?! Vos no eras así… no te entiendo, a mí me encanta casar a las barbies con Pelusa: el vestido blanco, los invitados, la fiesta, los sandwiches con servilletas, todo.
—Es lógico que pienses así, sos una niña que juega a las muñecas la mayor parte del tiempo, pero creeme que podés no casarte ni tener hijos y no sucede nada malo, no estás obligada a hacerlo.
—Pero vos querés tener hijos, ¿no? —me dijo con lágrimas en los ojos.
—Por ahora no. Apenas puedo con mi vida, imaginate tener otra vida más que dependa de mí.
—¡Pero a mí me gusta ser madre! ¡No quiero ser como vos, no quiero! —me gritó.
—Me acabás de decir que te aburría...tranquila, algún día te vas a dar cuenta de que pensar así no tiene nada de malo. Al contrario, es un alivio.
—La verdad que me decepcionás un poco.
—Y vos sos medio bobita —le dije sonriendo.
La niña se secó las lagrimas y me miró.
—¿Esto es lo que querés?
—En este momento sí. Y no quiero que nadie me venga a decir cómo tengo que vivir, ni siquiera las voces más arcaicas de mi cabeza.
Ella respiró hondo, como si en la exhalación quisiera desprenderse de algo de todo lo que llevaba a cuestas. Y me abrazó.
—Me pregunto qué nos pasó para que cambiaras tanto en 20 años —me susurró.
—Nos pasó que te fuiste encontrando conmigo.
—¿De verdad tenés todo tan claro?
—No, para nada, pero es que yo también sigo encontrándome.
—¿Tenés sueños?
—Sí, muchos. Ahora te los cuento.
Después del abrazo, notamos que Pelusa, el oso amarillo que había sido marido de tantas barbies, se había caído. Lo levanté y vi que la guata asomaba por su hocico.
—Gracias por traerlo —le dije— hay cosas que nunca van a cambiar.
  marzo, 2018                               
Fuente de portada: spreitenbach.ch
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la-empleada-del-mes · 7 years
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No sabes cómo se siente
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No sé nada de música. Ni de la mente. Pero hay algo en ese encuentro. Un visitante llega a un jardín desconocido y llama al portón. El guardián le abre. Lo curioso es que no todos los visitantes llaman de forma tal que el guardián los escuche, ni este encuentra siempre la llave indicada.
Intuyo que hay algo más, algo que traen esos visitantes. Intento entender de qué se trata.
Aquella vez, la primera de las infinitas, detuvo el tiempo. Y se detuvo en ese instante que aparece pocas veces y de forma fugaz. Fue un momento de la absoluta calma, de la certeza de que todas las cosas están donde deben estar, de que la vida es buena después de todo y del hallazgo de que todas las respuestas se pueden alcanzar. Me pregunto cómo alguna música puede provocarme esto. Cómo puedo ver colores en el dibujo de los sonidos, y cómo puedo saborear el texto que los instrumentos van trazando en el aire. Casi puedo tocarla.
Debo confesar que ya lo había escuchado antes. Cuando era niña, tenía cinco años o quizás siete, no más de eso. Probablemente el guardián no debe haberlo escuchado desde el otro lado del portón. Pero como si hubiera estado guardado o tal vez escondido por años, la segunda vez que llamó, él apareció en forma de un confuso recuerdo.
Sin saber quién era había llamado mi atención. Tiene un nombre musical, no pueden decirme que no. Y su banda, mirá que para hacerse llamar los rompecorazones hay que estar bien seguros de sí mismos, aunque supongo que para los angloparlantes no suena tan paloma como para los que hablamos español. Heartbreakers suena definitivamente mucho mejor.
No fue solo su nombre lo primero que captó mi atención. Fue Bob Dylan quien lo hizo. Estaba leyendo Crónicas I, sus memorias, cuando me interesé por Tom Petty. ¿Quién era ese tipo al que Dylan le dedicaba tantas líneas?
¿Quién era ese tipo al que Dylan quería dejar plantado en la gira porque no se sentía bien? ¿Quién? No fue preciso anotarlo como me pasó con otros que olvidé. Youtubié.
Pero yo a este tipo ya lo escuché. “Learning to Fly”, así se llamaba el tema que yo había escuchado cuando era niña por ser la cortina musical de un programa de televisión.
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Tom Petty y Bob Dylan, de gira en 1987
Ahí fue cuando todo comenzó a suceder. “Free Fallin’”. Ese tema también lo había escuchado antes. Son los noventa. Es mi infancia. Es mi infancia en verano. Es mi infancia en verano llegando a casa con mi madre. Es mi infancia en verano llegando a casa con mi madre, después de un paseo por Montevideo: el aire que entra por la ventanilla me toma la cara. En esa época todavía no odiaba viajar en ómnibus.
Mentiría si dijera que me enamoré de su música porque me trae recuerdos que quizás inventé. No me trae recuerdos, me trae sensaciones. Esas dos canciones me impulsaron a seguir escuchando. No podría decir con certeza el orden de los temas que siguieron, no sabía que estaba ante un momento único como para recordarlo por completo. Un momento solo mío, un descubrimiento sin haber buscado el mapa.
“The Waiting”, “American Girl”, “Here Comes My Girl”, “I Won’t Back Down”, “Breakdown”. Apuesto que esas fueron las primeras que me atraparon. Me dieron aire. No es que me estuviera ahogando, pero fue como un alivio, respirar hondo y aspirar todas las cosas buenas de este mundo. Y estaban ahí, no en dos o tres canciones solamente: ya llevaba unas dos horas de escucha.
Había algo en su voz. Una aspereza dulce, pero no empalagosa, más bien fresca. Cantaba con toda la actitud que a mí me falta en la vida, pero sin creérsela. Era una voz joven que con el tiempo fue madurando, pero sin perder esa misma actitud de décadas pasadas.
Varias veces me pregunté y todavía lo hago, cuál es la fórmula para que con solo tres acordes, canciones como “Free Fallin’” sean únicas. Cuál es la combinación para que todo encaje tan bien. Si hay una proporción áurea en la música, él se acercó sin saberlo. Otro descubridor sin mapa.
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Stan Lynch, Mike Campbell, Tom Petty, Ron Blair y Ben Tench. Tom Petty and the Heartbreakers, 1977. Fuente: medium.com
En Uruguay no hay casi discos de Tom Petty, algún vinilo, pero pocos. Empecé a comprarlos por internet. Primero fueron los discos en solitario Full Moon Fever, Wildflowers y Highway Companion. Debo confesar que me sorprendí con la dulzura melancólica y a su vez esperanzadora de Wildflowers, que me resultó casi irreconciliable con el rock más puro de las primeras épocas de los Heartbreakers. Igual demoré poco tiempo en esta tonta dicotomía, pronto encontré esa conexión, pero en un disco bastante posterior que los setenteros, fue en Mojo, precisamente en “I should have known it” con un poderoso riff de guitarra, tan soberbio que te levanta hacia la cima de cualquier montaña.
Wildflowers es un disco especial, mi elegido como solista, de esos discos que podría escuchar mil veces sin aburrirme, y por qué no, podría incluso convertirse en la banda sonora de mi vida. Fue más especial aún cuando leí a Tom contando, en la biografía de Warren Zanes, que ese es su disco favorito también. Y hay más, la canción que le da nombre al disco trata sobre él mismo. Lo descubrió con su psicólogo.
Escucho “Wildflowers” y también soy yo. Es Tom que se habla a sí mismo, pero me habla a mí también. Y te habla a vos, ¿lo captás? Así sucede con muchas de sus canciones. ¿Quién no sintió nunca que estaba aprendiendo a volar, pero no tenía alas? ¿Quién no se sintió un perdedor, pero con algunos momentos de suerte? ¿Quién no sintió que la espera es la parte más difícil? ¿Quién nunca se negó a ceder? ¿Quién no le deseó a un desamor que se enamore de alguien igual a él?
Es la cotidianidad, la sabiduría en frases sencillas e inteligentes. Es la identificación y la empatía. Eso me pasó cuando escuché “Even the losers”. No lo podía creer. Siempre digo que soy boluser. Boluda y loser. Una perdedora que a veces tiene suerte. Ese debe haber sido el momento de máxima empatía. La historia de ese tema es real, también lo dijo, a diferencia de otros músicos que en modo misterioso nos dejan en la nebulosa de las especulaciones. Desde ese momento lo llamé el rockero loser, quería que fuera el rockero boluser, pero me pareció demasiado atrevimiento. Él no era como los demás, su perfil era tan bajo que acá casi no lo conocen. No era el rockero estereotípico, y si lo era, esa no fue la imagen que nos dejó.
“Even the losers” no es el único tema que habla de una historia perdida. “A woman in love (it’s not me)”, “Don’t do me like that”, “I need to know” y “Hope you never” son algunos ejemplos, a pesar del giro de confianza sorprendente en “You got lucky”, con los versos: “Tuviste suerte, nena/ Cuando yo te encontré”.
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Tom Petty en la grabación de Wildflowers, 1994
Es posible que She’s the one sea su disco más infravalorado. Es la banda sonora de una película homónima de Edward Burns. “Walls” apareció sin pedir permiso y se me coló, a veces, adelante de todas las demás. Alguna vez sentí que estaba dando la vuelta al mundo con esta canción. Estos días la he recordado especialmente. Parece que fue hecha para este momento. No sé qué significado le habrá querido dar Tom a los versos: “Parte de mí es océano/parte de mí es cielo”, pero solo puedo decir que comprenden toda la angustia y toda la alegría. Al igual que muchos de sus temas, pueden escucharse en el momento más triste, pero aún así te dejan una calma esperanzadora, casi reconfortante. Estoy pensando que su música y su letra probablemente estén construidas de pedacitos de todas las cosas buenas de este mundo. ¿Cómo lo hizo? Puede que sea magia. “La música es la única magia que encontré en esta vida”, esta frase que dijo, vaya a saber dónde, circuló por todos lados estos días. Claro que es magia.
Hace un tiempo buscaba algún rumor de que viniera a tocar hasta algún lugar cercano. Buscaba rastros que lo nombraran, porque necesitaba saber qué decía la gente sobre él en el resto del mundo. Quería encontrar a otros que sintieran lo mismo que yo. Estos días se habló de él en todos lados, pero por el peor motivo de todos. Leí muchos chistes innecesarios, y me di cuenta de lo que se siente, pero algunos no.
Sé también que ya nunca más voy a buscar rumores sobre una posible visita, ni tampoco voy a fantasear con verlo en vivo alguna vez. Quizás nunca hubiera podido verlo en vivo, pero tampoco voy a averiguarlo, porque la realidad ya cambió. Por un momento, me salgo de ella y observo todo desde otro ángulo, como afuera del contexto, veo el tiempo en una línea cronológica y recuerdo el momento en que lo supe: el temblor, el corazón acelerado, el golpe mental, los pensamientos trastocados. Todavía no lo puedo creer.
Es difícil de entender. Los entiendo. Yo no sé quién era este tipo. Pero sé. Es raro, es algo que nunca me había pasado, supongo que debe ser parte de la magia de la música, es una conexión que se prolonga más allá de todo. Y qué es la magia sino el nombre que se les da a las cosas sin explicación. Debe haber mucho de idealización en esto, pensás que el artista es su música, pero la verdad que no veo cuál es el problema con eso. No soy fan de los fanatismos, la palabra fan me suena un poco liviana. No soy fan de Tom Petty, soy Tompettyana, aunque esa palabra la verdad suene un poco mal.
Vuelvo a escuchar “Walls”, estoy colgada con ese tema. Me está diciendo que una parte de él se fue, pero una parte se queda conmigo. Y con todos aquellos que lo sienten. Cada vez que alguien lo escuche, cada vez que alguien respire el aire de su música, él estará ahí, en cada jardín desconocido, del otro lado del portón.
Hoy intenté tocar Free Fallin’, son solo tres acordes, pero no es tan fácil, me falta algo. Yo no sé tocar la guitarra, pero de todas formas, falta algo más. Hoy, igualmente, me salió mejor que otras veces.
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Tom Petty, Super Bowl XLII, 2008. Fuente: AP
youtube
Walls, versión en vivo de 2007
Fuente portada: Billboard.
Título: You don’t know how it feels
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la-empleada-del-mes · 7 years
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¡Sorpresa!
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Audrey teme abrir el paquete, pero todos sabemos que adentro de esa bolsa hay solo unos bicochos para el desayuno.
Los PEORES REGALOS de la historia
Ya sé que lo importante es la intención y bla bla bla. Es probable que en la mayoría de los regalos no haya mala intención, porque seguramente no hay intención alguna, pero también es evidente que de existir una intención, esta siempre es diferente a la que tiene el obsequiado. Así que la intención claro que importa: la intención siempre es la responsable de que te regalen esos objetos tan desafortunados. Inútiles, ridículos, inapropiados, feos y nacidos del desgano. Esas son las cuatro características que llevan a esos regalos a convertirse en los peores de la historia jamás recibidos.
No es cuestión de preferencias ni de dinero, ni siquiera de no ponerse en el lugar de lo que al otro le gustaría recibir, sino que en estos obsequios reina la máxima: me-importa-una-mierda-regalo-lo-primero-que-encuentro. Decime si no.
Igualmente seamos justos: como todo en esta vida, hay que tener el expectómetro bajo. Así que si al ver el paquete de una librería, pensaste en ese libro que tanto querés, pero al desenvolverlo te  encontraste con un [inserte la cosa más al pedo que podría recibir de esa tienda] *, entonces jodete por ilusionarte en vano.
Dicen que “a caballo regalado no se le miran los dientes” y que “de arriba un rayo”. Lo cierto es que si el caballo tiene todos los dientes podridos, ya no está tan bueno y si no tiene ninguno, no podría alimentarse  y se me moriría a menos que le diera batidos de pasto. Y sobre el rayo: ni autografiado por Odín lo quiero, decime quién quiere un rayo (?!)
Un regalo debe ser especial, porque:
1) Su razón de ser es una ocasión relevante.
2) Está bueno que el regalado sienta que al menos te tomaste tres minutos en pensarlo (el regalo y él mismo). Esto trasciende el valor material del obsequio porque ¿saben la cantidad de niños que sin tocar sus alcancías sorprenden a sus madres con una cartita llena de faltas de ortografía y letras chuecas? Muchos ¿Saben la cantidad de gente que sorprende a otros con palabras dulces? Muchos...bueno, eso se llama chamuyo. Aunque parece gratuito, eso NO ES UN REGALO. Repito: ESO NO ES UN REGALO.
3) Si NO me vas a sorprender, para eso me regalaba algo a mí misma. Acá importa el contexto y la forma del regalo. Supongamos que estoy en medio del desierto, muriéndome de sed y llega el día de mi cumpleaños. Llegás y me traés agua. Te abrazo. Pero supongamos que estoy en mi casa y venís con una botella de Salus. FAIL. No esperes un abrazo, pero si la etiqueta de la botella dice Bebeme, por ahí me creo que soy Alicia, la de Carroll, y eso no está para nada mal.
A continuación un simple análisis. Veamos qué nivel de peoridad tiene esta lista de “regalos”.
Medias. Nivel: INAPROPIADO - DESGANADO
Cuando no sabés qué regalar, regalás medias. Mirá que la creatividad no se te va a gastar. Claro que hay medias alucinantes, medias personalizadas, de esas con las que querés ir por la calle con los pantalones remangados para que todos las vean (¿para tanto?), de esas que te pondrías con chancletas aunque tuvieras el look más loser del condado. No hablo de esas. Hablo de las medias que comprás en la mediería estándar, de esas lisas o a rayas, o incluso a lunares pero medias al fin. Las blancas son un insulto.
—Este año te quería dar algo útil y las blancas van con todo.
(Traducción: La verdad que no sabía qué regalarte, no me fijé mucho la verdad, me da igual)
—Las medias siempre se necesitan —familiar avergonzado por tu ceño fruncido, intentando suavizar la tensión.
—Gracias.
(Traducc: El año pasado me diste medias también, la puta madre).
—Merece.
(Trad: Le dije que merece un par de medias, qué caradura soy)
—Son muy lindas, me encantó su textura tan original y su color taaan... blanco.
(Tr: Seamos sarcásticos, dale)
—Sabía que te iban a gustar, esas medias van contigo.
(T: ¿Se burló?)
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Audrey después de recibir medias como obsequio.
Portarretratos. INAPROPIADO – INÚTIL – FEO - RIDÍCULO
Cuando era niña estaba de moda regalar estos implementos para sostener fotografías o yo era la boluser a la que le regalaban tres en cada cumpleaños. Veías la cajita perfectamente forrada con el brillante papel y te entraba el miedo. Muy pequeño para ser un juego de mesa. Muy liviano para ser un libro. Muy rectangular para ser un disco.
Quizás es una agenda, una con la tapa de Mickey (yo era muy fan de ese ratón, lo siento). De última que sea una agenda con una linda tapa. Un cuaderno de tapas duras. Bueno, hasta un diario íntimo porque al menos le saco la llave y lo convierto en cuaderno. Hasta una caja de silvapenes era mejor.
Llega un momento en el que empezás: que no sea otro port…, que no sea otro p…, que no sea… Pero a medida que vas desenvolviendo el paquete, un chinito se asoma sonriendo en la caja. Quiero decir, la foto de un chinito que es a su vez la foto de la foto del portarretratos del chinito. Y ES. Ya no quedan más dudas. Adentro: el marco de plástico horrible, plateado o colorido, un vidrio y un pie.
Regalarle a un niño o niña un portarretratos es un acto de crueldad y ahora sería más bien un acto de crueldad vintage. ¿Cómo pueden regalarle a un niño un adorno para la casa?
Es inapropiado para un adulto, cuanto más para un niño que solo piensa en jugar. Es como un regalo incompleto porque te regalan la forma para un contenido que te lo tenés que buscar vos y pocas cosas deben ser más al pedo que un portarretratos: ¿Acaso no recuerdan la cara de sus familiares y necesitan tener una foto en el escritorio para recordarla? Ah tenés una foto tuya, ¿te olvidaste de tu cara? ¿la extrañás?: Mirate al espejo.
Desodorante. INAPROPIADÍSIMO. DESGANADO. RIDÍCULO.
Ok. Ya entendí la indirecta. Tengo un hedor que no se banca. No entiendo. Explíquenme cómo se les ocurre regalar un desodorante. Otra vez: no sabían qué regalar y un desodorante es muy útil, sí, pero no puede haber persona en el mundo que al abrir un regalo se espere encontrar un desodorante.
¿Ya pensaron en lo ridículo que debe ser para el pobre vendedor envolver un desodorante? Un desodorante con moña es como un rollo de papel higiénico con moña. Nunca regalarían un rollo de papel, ¿no? Ay, qué espanto. Ahora, ¿me explican por qué regalan un desodorante?
Claro, los que regalan desodorantes deben pensar que este objeto entra en la gama de los perfumes. ¡Pero es un perfume para axilas! Es específico de una parte del cuerpo, es como que regales pasta de dientes, talco para pies o incluso una barra de jabón. A nadie se le ocurriría.
Ya sé que hay jabones aromáticos de no sé qué y la presentación a veces elegantea el regalo, pero estoy hablando de tomar un roll-on de la góndola y obsequiarlo. Paren.
Ramo de flores. INÚTIL. RIDÍCULO.
Hay gente que le pone mucho empeño a regalar flores. Hay una tonta concepción de que a las mujeres se les debe regalar flores en días importantes o incluso hay tipos que regalan flores para enamorar (no sé a quiénes). En San Valentín las fotos de los ramos copan las redes sociales. La frasecita “una flor para otra flor” me revuelve el estómago, porque si me consideran una flor arrancada de una planta, me van a poner en un florero hasta tirarme a la basura. Y todavía hay quienes se emocionan cuando les regalan flores. Por favor, el mensaje está claro, ¿cómo no lo ven?
Los ramos de flores son naturaleza muerta, se están pudriendo, no van a durar mucho, pero en vez de regalar plantas, la gente sigue regalando flores que no sirven para absolutamente nada.
Regalar flores me da una cosa funeraria, será porque las mismas flores que adornan los velorios son las que te regalan a vos, sí, las mismas flores a las que les sacás fotos al lado del oso pelotudo que te regaló un pibe con poca imaginación.
Más me moriría del disgusto si me regalaran flores en el laburo o en cualquier otro lugar que me implicara tomarme un ómnibus. Me sentiría una pelotuda sosteniendo un ramo en la parada.
—Ah mirá, a esa le regalaron flores —¡Puedo escuchar sus pensamientos! Odio llamar la atención y más por algo que no tiene nada que ver conmigo. Ahí viene el bus, menos mal.
No hay asiento, mierda, a ver si puedo agarrarme con esta porquería. Me pica la nariz. Ah, es una hoja de helecho de esas que ponen para hacer más grande el ramo. Me está haciendo cosquillas. Creo que voy a estornudar. Se me está desarmando el ramo. Disculpe, señora. No, no, está bien, deje ese gladiolo ahí nomás. Ah, bueno, gracias, no era necesario igual. ¿No se quiere quedar con el ramo? Se lo dejo. No le digo que se lo regalo porque jamás le regalaría a alguien esta fucking porquería.
(*) Yo inserto: Horóscopo Chino.
Fuente de portada: Audrey Hepburn en Breakfast at Tiffany’s, 1961.
Abr. ‘17
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la-empleada-del-mes · 7 years
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No fue sólo mi imaginación
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*
Me llevó casi unos 365 días madurar esta crónica (y tengo peores). A un año de la llegada de los Rolling Stones a Uruguay, me dejé llevar por un rescate emocional.
Si alguna vez viajo en el tiempo, voy a irme al Londres de comienzos de los sesenta para verlos tocar esos covers de Rhytm and Blues que levantan cualquier lunes del mundo. En aquella época se movían con una timidez lanzada o sería que la pequeñez de los escenarios y la locura de los fans adolescentes no les dejaba mucho margen de movimiento. Ya casi van a hacer unos cincuenta y cinco años de esas noches londinenses en las que todo comenzó. A pesar de que tengo pendiente ese viaje temporo-espacial, una y no cualquier noche del verano pasado tocaron como si no hubiera transcurrido el tiempo.
—Eso ya lo dijo todo el mundo. Tratá de evitar los lugares comunes y la cursilería. De lo contrario no publiques esto.
—Haré lo posible, pero no te prometo nada. Lo que te digo es que ya quisiera tener setenta años y esa vitalidad…
—¿Me estás jodiendo?
No voy a decir que sentí que estaba en el Marquee o en el Crawdaddy, porque el repertorio no era el mismo y el Estadio debería ser unas mil veces más grande que aquellos clubes. No voy a decir que los tuve frente a frente porque ni en pedo llegué a la súper zona vip. No voy a decir que el tiempo se detuvo. Pasó demasiado rápido.
Ventilator Blues
Fue el día más sofocante del verano. Sentados en el pasto, cuidando una hilera de mochilas en la calle, la gente se refugiaba del calor debajo de algún árbol, esperando que se hiciera la hora del ingreso al Centenario. “Esto es lo más cerca de Woodstock que voy a estar en mi vida”, pensé, mientras estaba sentada en el pasto, tomando agua helada y comiendo una barrita de cereal. Decime si eso no es rock. Igualmente la historia cuenta que ellos no estuvieron en ese emblemático festival, sino en el trágico de Altamont que no se podía comparar con esta previa.
Cuando todos se alinearon en la fila, los vendedores de las remeras más truchas que he visto jamás comenzaron a pregonar de un lado a otro. Una mujer de unos sesenta años compró una que tenía una lengua algo deformada y la inscripción “2006” en la espalda. Ella pareció no darse cuenta o no importarle ese dato y se la puso encima de la ropa. Con movimientos mágicos, logró sacarse la musculosa que había quedado debajo. Ahora estaba a tono. Lose your dreams and you ‘ll lose your mind. Mi remera tenía una frase de “Ruby Tuesday” que me había mandado a estampar y que por un error de sublimación me había quedado con una pequeña línea celeste entre las letras negras. Mi remera también era trucha.
Cada tanto chequeaba las entradas en la mochila para comprobar si eran reales, si no se habían derretido o si no me las había olvidado en casa, aunque ya las había revisado unas ochenta y un veces (mentira, no las conté, tan loca no estoy).
Y cada tanto, también, comía caramelos para mantener los niveles de azúcar, porque el calor…el pesimismo y los trastornos obsesivos estaban a pleno. Mucha ansiedad. Y quién no. Había guardado los caramelos en los lugares más recónditos de la mochila porque supuestamente solo se podía ingresar una botella de agua. Esa tarde iba a poner a prueba mi ratismo exacerbado cuando tuviera que pagar cien pesos por un paquete de papas fritas y otros cien por una botella de agua.
Sirenas. Eran sirenas, sí. ESTABAN LLEGANDO. Ellos iban a tener aire acondicionado en sus camarines. Cómo no pensarlo. Cómo no pensar también en esas composiciones de profundidad infinita que me dejan en un constante descubrir. Cómo no pensar en esos acordes que abrieron una puerta en mi cabeza que no sabía que existía, y en el aire que me rodea cuando los escucho. Qué querés que te diga, es satisfaction. Son voces nuevas en mi cabeza. Eso. Y aunque suene raro, me genera una calma movilizante escuchar a los Stones. Es solo rocanrol, ya sé, pero me gusta y más.
No salía de mi cabeza ni de ningún aparato sonoro cercano, era música real y venía desde el escenario. Era la prueba de sonido o al menos eso pensé. Me recorrió un cosquilleo al escuchar el riff de “Beast of Burden”. Mirá si la tocaban. Escuché también viejos covers de Chuck Berry como “Around Around”, “Carol” y “Route 66”. Imposible que esa fuera la lista de temas: estaba escuchando cualquier cosa o esa no era la prueba de sonido. Pero juro que los pude sentir.
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Brian, Keith, Mick, Bill y Charlie. Mick no puede creer lo hecho pelota que está el Centenario (Ronnie estaba esperando en la cola del cajero)
Tenía que ir al baño. Podía aguantar, pero después iba a estar complicado y qué tristeza espiritual agitar con la vejiga llena. Así que me metí en el baño químico. Papel higiénico mojado tirado en el suelo, ¿agua? en el suelo, cuarenta grados fácil en un cubo de plástico. No me podía mover. El water estaba muy alto o era demasiado pequeño o no podía respirar del olor. Los gérmenes subían por mis piernas. Puse el papel alrededor del water. El papel se mojó. Mis dedos también. Salí del baño pasándome alcohol en gel hasta el codo. No pude mear.
La fila se empezó a movilizar cerca de una hora después de lo previsto. Mujeres por un lado. Hombres por otro. Solo tuve que abrir apenas la mochila. Perfectamente habría podido llevar un tupper de torta de fiambre que nadie se habría percatado. Al pedo escondí los caramelos. Soy el colmo. Igual pasé dos botellas de agua. Transgresora si las hay.
Lo primero que hice al llegar a la tribuna Ámsterdam fue ir al baño. Meé en el baño de la Ámsterdam. Quién diría. Nos sentamos casi en la parte más alta de la tribuna, contra la Olímpica. El escenario se veía bien. La gente que llegaba al campo se veía como puntitos.
Nunca me habían transpirado tanto las piernas. La piel se me estaba derritiendo en el plástico maltratado de la butaca. Los demás aplaudían cuando las nubes tapaban el sol. En la Colombes no daba el sol. Yo no embocaba una.
Algunas personas tenían las remeras del Olé Tour que parecían originales, ¿serían suertudos fans extranjeros o las habrían comprado por internet? Un hombre de unos cuarenta años pasó con una remera con la tapa de Let it Bleed. Tengo momentos en los que ese es mi álbum favorito, otras voy por Beggars Banquet o Between the Buttons y otras, Some Girls. Creo que me haría una remera con los cuatro.
Una mujer de unos setenta años tenía una remera con una lengua bordada. Ese fino trabajo lo tenía que haber hecho ella. Era la abuela que bordaba escuchando rocanrol. Estaba junto a un hombre de su misma edad, su marido quizás. Ellos podían haber estado en Londres en los sesenta, por qué no.
Las tribunas estaban repletas y aún seguía entrando gente. Unos cuantos se acomodaron en los escalones, incluso en la especie de pasillo que conduce a la salida. La Colombes estaba igual. En la Olímpica, sin embargo, había claros hasta que dejé de fijarme. Ya casi eran las nueve.
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Mick siendo peinado momentos antes de subir al escenario.
Time waits for no one
START ME UP. El espectáculo comenzó tan rápido que ojalá hubiera podido parar el tiempo, apretar un botón de pare y observar todo por un rato. Quería captar el momento con todos mis sentidos. Ahí estaban. Ahí estaba toda la energía que había contenido durante meses, estaban tocando para mí y unas 45 mil personas más. Sabía que era un momento único y quería hacer más que mirar y escuchar: quería tocar, oler, sorber todo lo que llegaba hasta mí.
Pero veía puntitos. Mick, Keith, Charlie y Ronnie eran puntitos. No importaba, bueno, no era momento para que eso me importara, así que mis ojos se fijaron enseguida en las enormes pantallas. No podía pensar mucho o quizás no claramente, porque tenía un estado de enshockización total. Fue ahí, mirando las benditas pantallas (no sé cómo habrá hecho la gente para poder ver algo en los mega conciertos de los setenta, bueno, una posibilidad está en la foto de portada) cuando empecé a intercalar punto-pantalla-punto-pantalla-punto-pantalla en cada parpadeo y descubrí cómo los puntitos crecían, tomaban forma y yo podía verlos tan grandes como la imagen de la pantalla, pero sin mirarla. Juro que no consumí más que agua.
A decir verdad no fui a la tribuna por rata, fui a la tribuna porque, hay que admitirlo, tengo muy poco rock. No quería que el pogo me dejara sin aire o que no pudiera ver nada desde mi metro cincuenta y siete. Algún especialista me había alertado que lo mejor era el campo, pero no quise tomar riesgos. Como siempre.
LLegaron “It’s Only Rock And Roll (but I like it)”, “Tumbling Dice”, “Out Of Control” y estoy segura de que canté cualquier cosa. Creo que más bien lo que hice fue cantararear. Me descubrí saltando, estaba haciendo pogo (a mi estilo) en una butaca, en medio de la Ámsterdam. En la parte superior de la tribuna, justo atrás mío, unos rollingas cuarentones arengaban al mejor estilo barrabravero: “¡Vamo’lo’ eston, vamo’ lo’ eston, lo’ eston, vamo’ lo’ eston!” Las demás personas alrededor mío parecían inmutadas. ¿Estaba en medio de un montón de paracaidistas? Quizás era su forma de vivir el recital y conocían los temas mejor que yo. No lo iba a saber nunca.
Lo que sabía era que el tema elegido por el público no iba a ser “Just My Imagination”, pero lo voté igual. Qué decirles, es la historia de un tipo que ve a una chica y se imagina cómo sería la vida con ella, pero la mina ni bola. Decime si este tema de los Temptations no es el cover más loser de los Stones. Las otras opciones eran “Let’s Spend the Night Together”, “Get Off Of My Cloud” y “She’s So Cold”. Terminé votando también por las tres primeras para que no saliera la última. Ganó la última.
Siguieron “Wild Horses”, “Paint It Black” y “Honky Tonk Woman”. Aunque no era la primera vez, levanté los brazos al cielo para atrapar algo de la fuerza que salía del escenario. Tantas veces había escuchado esas canciones a través de los auriculares, en el ómnibus con la nariz contra la ventanilla, que ahora no podía creer que sus propios creadores estuvieran tocándolas.
Llegó el turno de Keith. Comenzó “Slipping Away”. Los que estaban alrededor se sentaron.
—Qué falta de respeto, es Keith Richards el que está ahí, cómo se van a sentar —Le susurré a mi hermano. Una chica que estaba con su novio me miró de reojo. Keith dijo que estaba muy feliz, que había recibido un regalo en el hotel, se trataba de un pastel personalizado. Parecía que estaba hablando con una emoción sorprendida, realmente agradecido por el gesto. Lo entendí sin mediadores y espero que mi profesora de inglés esté leyendo esto.
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Keith interpelándolos.
Sway
Cuando Keith terminó de tocar “Can’t Be Seen”, volvió Mick al escenario y la gente a mi alrededor se volvió a parar. Tocaron “Midnight Rambler” y cuando llegó el turno de “Miss You”, él le pidió a la gente que cantara el estribillo o algo así, mucho no le entendí y por lo visto más de uno tampoco, porque en un momento se quedó esperando la respuesta del público y solo algunos lo seguimos. Él se rió.
—Traela para acá —gritó uno de los rollingas del fondo cuando apareció en la pantalla la corista Sasha Allen, cantando “Gimme Shelter” junto a Jagger. Algunos silbaron. Lamentablemente los pelotudos nunca faltan a ningún lado. A este tema le siguió “Brown Sugar” y después “Sympathy For The Devil”. Mick se puso una capa con una especie de plumaje y todo se ruborizó. Dicen que cuando tocan ese tema pasan cosas raras, de hecho el último día de grabación de la canción, en 1968, hubo un incendio en el estudio Olympic. A pesar de todo el fuego de esa noche, nos salvamos.
I was born in a crossfire hurricane. Es increíble la energía que contiene el comienzo de “Jumpin’ Jack Flash”. Bueno, en realidad no es increíble, es audible, lo escuchás y lo comprobás. Ya casi me estaba quedando sin aliento. A miles les debe haber pasado lo mismo. Menos al viejo que de viejo no tiene nada.
Por momentos alejaba la vista de la pantalla y me enfocaba en quienes no estaban siendo tomados por las cámaras en ese instante. Algo pasó. Creo que por un segundo adquirí un poder telescópico y los puntos se transformaron en personas. Vi a Charlie encendido detrás de su batería, a Ronnie retorciéndose con su guitarra y a Keith, ¿dónde estaba Keith? Allá, en un extremo del escenario muy cerca de la gente. Solo pensé en quienes estaban ahí, en lo que sentirían viendo cómo sus dedos artrósicos se deslizaban por la guitarra. Esos mismos dedos son los responsables de los riffs más famosos de la historia de la música. Quizás alguno llegó a ver hasta su anillo craneano. Yo no pude.
El antepenúltimo tema fue “You Can’t Always Get What You Want” y yo sabía que no podía tener todo lo que quería, pero como dice la canción, si lo intentaba, a veces, podía obtener lo que necesitaba. Ahora la pregunta es ¿lo que necesitabas es suficiente para llegar a satisfacerte? Por supuesto que la última fue “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Cuando sabés que algo se termina, yo qué sé, lo disfrutás, pero ya estás respirando esa melancolía.
Esa melancolía tan sway que te sopapea, que te dice: —Desde ahora solo van a quedar los recuerdos. ¿Cómo puede algo que viviste hace unos instantes transformarse tan rápido en un recuerdo? No sé. Supongo que así son las cosas.
Salimos del estadio despacio, embotellados entre la gente, aspirando un asqueroso olor a meado. Una vez afuera le pregunté a mi hermano qué le había parecido.
—Estuvo bueno, pero no vi nada. No sé si esos eran los Rolling Stones, porque solo vi puntos que se movían.
Fuerte. Y yo que había adquirido mirada telescópica por momentos y la visión punto-pantalla-punto-pantalla…no podía creer que todo aquello hubiera sido just my imagination.
Sentí un vacío. Podía ser hambre y sed, pero lo cierto es que ya no tenía que esperar más para que llegara el 16 de febrero de 2016. Solo me conformaba pensar que algún día podría llegar a vivir lo mismo. Ese día me iba a ir al campo.
(*) Portada: Fans de los Rolling Stones por Joseph Szabo, 1978.
Feb. 2017
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la-empleada-del-mes · 7 years
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The Empleada’s Dream
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*
Me gusta recordar los sueños. Sobre todo aquellas historias que quiero guardar en las cajas mentales. Se trata de cintas con un guion de cine alternativo, de esos que a veces creo entender, pero no. Algunas veces quise controlarlos y escribir mi propio guion cuando a medio despertar se me activó el botón del pellizco y me di cuenta de que era solo un sueño y que en un abrir y cerrar de ojos (literal), la escena irreal se iba a terminar.
Pseudoreveladores. Confusos. De zapping compulsivo. De capítulos completos. De continuaciones de la realidad (¿cuál realidad?). De temporadas enteras. De olvidar. De llorar durmiendo. De hablar durmiendo. De laburar en pantuflas y no ser freelance. De querer mear y no encontrar el baño. A quién no le pasó.
El sueño más antiguo que guardo debe estar bastante deformado, pero decime qué recuerdo de la niñez no lo es. Fue en Dunwyn, el reino de los Osos Gummi (nací en los 90, no sé qué esperaban). Mi padre era el rey Gregor y con su espada luchaba contra el malvado Duque Igthorn. No recuerdo si yo era la princesa Cala o algún oso, pero ponele que sí. Los dos. Era un sueño, supongo que podía cambiar de personalidad fácilmente.
—QUIERO RECORDAR ESTE SUEÑO PARA SIEMPRE —Ese fue el guardar cómo mental que empecé a invocar a partir de ese momento.
Una noche descubrí que los extraterrestres aterrizaban en una nave redonda, tan grande como cuatro casas juntas, con colores rojo, azul y amarillo, lucecitas y toda la parafernalia que dicta la estereotipia alienígena. En realidad, yo siempre quise ser alguien en la vida, pero al llegar a la adolescencia me di cuenta de que más bien terminé siendo un alien en la vida.
Me habían venido a buscar. Era la elegida. Yo y unos cuantos gurises más. Qué decir, estaba emocionadísima. Una sensación de profunda tranquilidad me envolvía en una especie de niebla azul, porque ahí todo era azul. Cuando estaba por subir a la nave me miré los pies. Tenía puestas las pantuflas de las patas de Sulley, el de Monsters Inc. Eran turquesas, claro.
Hay algo que me pasa cuando sueño. Casi siempre quedan las escenas en suspenso. La mayor parte de las veces estoy ahí, a unos centímetros de que suceda algo “maravilloso” y me cierran la puerta en la cara o me queda la ñata contra el vidrio. A veces quiero gritar y no me salen las palabras. Otras veces veo a alguien de lejos, como me pasó la vez que soñé que iba a un recital de los Rolling Stones y veía a Jagger subido a un arnés (bizarro, lo sé), con escenarios flotantes, y la mayor parte del tiempo me pasé peleando con la gente que tenía al lado para que no me robaran el lugar. Ni en sueños llego a la zona VIP.
Algunas veces he llegado a dialogar con gente que me haría tartamudear, pero suele ser un fracaso, como la vez que le pregunté a Jon Snow cómo olía la muerte. Idiota. ¿Tenés a Jon Snow enfrente y le vas a preguntar eso? Si ya se sabe que el tipo nunca sabe nada, menos va a saber a qué huele la muerte.
Pareciera que mi estructura onírica no está hecha para desenlaces súper irreales, sino todo lo contrario, siempre me despierto cuando estoy ahí, a punto, casi como la vida real. Es como si en todo momento mi inconsciente me recordara: —Hasta soñando sos boluser, ha ha —léase con la risita de Nelson Rufino.  
Lo cierto es que tampoco llegué a subirme a la nave alienígena.
Hace un par de años llegué a una cabaña. Ya no la recuerdo bien, pero afuera había un lago. Y campo. Banderas triangulares, puestos de frutas y verduras construidos de madera, carretas de madera también. Personas con ropa colorida y gorros de bufón, haciendo malabares, mientras otros, con túnicas o camisas anchas, portando sombreros con plumas, paseaban por la feria. Una carpa blanca con dos leones en la puerta. Tipos haciendo figuras con fuego en el aire. Cuando lo conté me dijeron que había soñado con Game of Thrones. Yo no miraba la serie entonces, pero ahora que sí lo hago sé que mi universo onírico era mucho más amable que el de George R.R. Martin.
En ese pueblo medieval había un supermercado. Nadie tenía que pagar por nada, la gente iba y llenaba su carrito sin problema. Llegué a una enorme góndola de crocs de todos colores. Tomé un par de anaranjadas. No podía entender cómo hasta en ese lugar la gente andaba con esas pantuflas de plástico. Es curioso que tanto en este sueño como en el anterior me despierto cuando estoy pensando en pies. Debe ser porque dicen que te despertás cuando tenés los pies en la tierra.  
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La Empleada del Mes en su sueño medieval, a la derecha.
El sueño 115
Hace unos días llegó una camioneta negra a mi casa. Dos tipos pelados y vestidos de traje se bajaron hablando por walkie talkie. La puerta de atrás se abrió y se bajó él. Estaba ahí y yo salí a su encuentro tranquilamente. Mi inglés nunca fue bueno, pero supongo que Helada de los Sueños (es muy fría) me dio el don bilingüe por un rato.
Le mostré las ruinas de una vieja casa que estaba pegada a la mía y me dijo que la recordaba. Él había vivido allí y eso me sorprendió. Le dijo a los tipos de seguridad que allí filmaría una película. Adentro de la vieja casa decolorada, amarilla y turquesa, había cuadros y discos de unos cincuenta años atrás. Una pared estaba rota y el resto yacía en el piso en forma de escombros. Él había vivido ahí con mi abuela. Bueno, decir que había vivido allí era exagerado, había tenido una pequeña historia de amor con ella. En un soplo de culebrón mexicano, mi madre era su hija. Tuve sentimientos encontrados. Amaba a mi abuelo, pero había lugar también para quererlo a él. Bob Dylan también era mi abuelo.
—I love your music. Your songs are great —Epa, pude hablarle, no se me fue la voz, no me desperté, no soy invisible, se me debe haber desactivado el bolusedor —I like the trilogy of sixties. I listen those albums all the time —eso lo debo haber dicho en español.
—What albums are?
—Blonde On Blonde, Highway 61 Revisited and…eh...and...
Me olvidé. Me había olvidado del Bringing It All Back Home. No me lo perdono. Dylan me interrumpió antes de que siguiera balbuceando.
—¿No tenés una cosa mejor que hacer que escuchar mis discos? —sí, en español lo dijo, seguro que para Helada de los Sueños era más fácil traducirlo a él que a mí.
Le iba a preguntar si el anillo egipcio que menciona en “She Belongs To Me” pertenecía a Joan Baez, y si el tema iba dedicado a ella, pero me pareció una pregunta etúpida y me callé. Comencé a pensar que quizás algunas de esas canciones las había escrito pensando en mi abuela. De la emoción, me desperté.
La camioneta negra llegó otro día, para mi sorpresa, porque no suelen haber dos capítulos a menos que sean pesadillas. Esta vez ya no era la nieta.
Dylan llegó al pueblo y nadie lo reconoció. Era un viejito como cualquier otro. Había dejado a los de seguridad y caminaba por las calles de pedregullo con el olor a podrido emergiendo de las cunetas. Solo yo lo reconocía. Él había encontrado su lugar en el mundo, pero yo juraba que no era ese el único pueblito donde no lo iban a reconocer. Si se mantenía callado no se daban cuenta de que era yanqui. Y si no sos yanqui no llamás la atención.
Estaba allí por una razón, iba a dar un concierto en el club de básquetball. Ese día empezaron a llegar camionetas negras con otros músicos, entre los que se encontraba Tom Petty. Dylan era mi exabuelo, él ya me conocía e incluso habíamos vuelto a dialogar. Creo que le volví a decir: “I love your music”. Se me rayó el disco, sí. Mierda que ya no recuerdo qué más le dije, pero algo fue. Creo que le pedí que me firmara una foto o un album (espero que no haya sido una foto porque qué terrajada más grande). Definitivamente ya no era mi abuelo.
Mientras Dylan tocaba en el BBC, como le llamamos al club del pueblo, las modestas gradas no juntaban más que un puñado de personas. Les dije que en el pueblo casi nadie conoce a Bob Dylan. Sin embargo, habían venido los medios a cubrir tal acontecimiento. Y estaban los demás músicos yanquis. Y Petty.
Como diez cabezas rubias sobresalían entre la gente. Una de ellas tenía que ser Tom. Era un juego tipo el buscaminas pero al revés. O no. Le toqué el hombro a una cabeza blonda y cuando se dio vuelta me encontré con que era una mina. Maldición. Necesitaba encontrarlo para hacerle firmar un disco (no soy fotogénica, no puedo sacarme una selfie) y hablar con él, creo que le iba a hablar de su música como solista y de que, bueno, aunque suene trillado: yo también love su music. Si no lo encontraba entre el público esperaría que subiera al escenario a acompañar a Bob, para después abordarlo.
Era la primera vez que Tom Petty iba a tocar en Uruguay y lo iba a hacer en el BBC. Quién diría.
Pero me desperté antes.
* Marylin Monroe (obvio). Por Milton Greene algún día y año de los 50.
1º feb. 17
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la-empleada-del-mes · 7 years
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Cómo reconocer a un/a boluser
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Boluser. (adj.) Cualidad de ser boludo/a y loser.
1. Seriedad. Falsa seriedad porque la bolusidad en realidad está plagada de miedo y es un miedo que te paraliza la mandíbula y te deja la cara así, como la tengo ahora (suerte que esto no es un canal de Youtube). Es un miedo a no saber qué hacer. Miedo a no saber qué decir. Miedo a no saber qué pensar. Miedo a que te lean los pensamientos. Miedo a que te lean. Bueno, ta.
2. Perdidos en la multitud. Cuando sos boluser todos pasan antes que vos, porque no sabés meter pechera (no tenés). Si fueran alfombras, los bolúseres serían el felpudo del baño, nunca podrían volar como una de Aladdino, a menos que las aventaran por ahí y eso no sería volar sino caer con estilo (Buzz Lightyear dixit). Este es uno de los primeros síntomas que se perciben de la bolusidad y que se manifiesta en las actividades sociales y en la escuela. Seamos honestos: las sorpresitas de los cumpleaños se hicieron para los boluseres que nunca agarraban nada de la piñata.
3. Desapercibidad. Los bolúseres no sobresalen, si hay algo que caracteriza a la bolusidad son las ansias de no estar ahí. Los bolúseres sufren cuando les tiran el huevo podrido y tienen que correr ante la mirada divertida de todos, o prefieren perder en un sorteo con tal de no subir al escenario a recibir el premio. Por supuesto que les cuesta hablar en público o incluso encontrar la oportunidad de intervenir en una reunión. Hay quienes suelen confundir a los bolúseres con los que están pintados, pero ellos no tienen color, porque si pudieran, elegirían ser invisibles. Lamentablemente, pocas veces lo logran porque los demás siempre terminan tropezándose con su perfil bajo, casi al ras del suelo.
4. Nunca ganan. Si hay algo que los bolúseres tienen es el gen perdedor. Lo encontraron en la góndola del súper en el que se reparten las cualidades con las que se viene al mundo. Los demás prenatos ya se habían llevado los dones y ellos se quedaron ahí, llenando el carro de paquetes de boludez y lositud. Se sospecha que antes incluso del reparto de dones, estos seres tienen cierta predisposición a la bolusidad, llamémosle pre-gen boluser inexplicable.
Pero los boluseres no siempre fracasan, a veces quedan ahí, cerquita del éxito. Es lo mismo. No importa en qué lugar del medio queden porque al fin y al cabo son igual de loseres que el último, porque ¿de qué sirve quedar cerca de la meta cuando el premio se lo lleva el que llega primero? (okey, no quieren sobresalir, pero ¿por qué va a ser contradictorio querer ganar?)
Los optimistas dirán que al menos lo intentaron, que algún día lo lograrán si se esfuerzan más, que aún no era el momento y que no estaba para ellos. Porque lo importante es competir y bla, bla, bla. Los boluseres son perdedores pero no estúpidos. Mejor tomen un poco de ese optimismo y hagan rollitos de glicerina.
4 1/2. Los boluseres saben que no hay éxito como el fracaso y que el fracaso nunca es un éxito (Dylan dixit, más o menos así). Así que en lo único que son exitosos es fracasando, y eso no es ser exitoso, en resumen, para ellos no existe el éxito (perdón, Bob).
5. Realistas. Los boluseres tienen los pies sobre la tierra y saben que puede haber terremotos aunque nadie nunca les mueve el piso (lo suficiente). Es un realismo pesimista. Si fueran una máquina serían un detector de riesgos (si no existe eso hay que inventarlo). Los boluseres tienen la capacidad de prever lo que puede salir mal en determinado momento, lo que falta para llenar el vaso, las consecuencias de cada palabra y de cada acción. Algunos podrán llamarles previsores o seres excepcionales que piensan en todo, pero los boluseres saben que más que un don eso es una condena. Condena andar con la mochila llena de cosas que nunca van a usar, como el caso de una boluser que andaba todos los días con un pequeño paraguas, por si acaso, aunque sabía que si llovía no le iba a atajar un carajo.
6. Atajamiento. El paraguas que no le ataja una sola gota es solo una extensión de su discurso. A los boluseres les gusta exteriorizar su condición porque es la única forma que encontraron para poder vincularse con un mundo que los escupe (si al menos el paraguas sirviera para algo).
Claro que su discurso se va al rincón, silbando bajito cuando alguien les responde:
―Pero todos somos raros —Ahí es cuando los boluseres piensan rápido y contestan:
—Okey, todos somos raros pero yo soy BOLUSER.  
Hay varios motivos por los que a los boluseres les encanta atajarse:
a. Ser raro está de moda y genera empatía.
b. Hagámoslo corto, en este manual tenés todos mis defectos, te ahorro el laburo. Tengo virtudes pero todavía no las publiqué, ¿dale?
c. Bueno, soy una persona rara y las personas raras hacen y dicen cosas raras así que tengo impunidad, voy a tratar de creérmela hasta que me agarre la inseguridad de estar haciendo el ridículo.
6. Adicción a la certezas. Cada uno es adicto a lo que quiere y puede, ¿ta? Los boluseres consumen sustancias pero siempre son intangibles. Ellos necesitan pequeñas dosis de verdad todo el tiempo y la abstinencia les genera cierta ansiedad. ¿Chusmas? Nada que ver. Los boluseres necesitan saber cosas para llenar los archivos cerebrales y poder saber qué hacer ante determinadas situaciones. Los archivos siempre deben estar ordenados alfabéticamente y repletos de hojas en carpetas. No debe haber cajones vacíos. ¿Obsesivos? Un poquitín quizás.
7. (In)seguridad. Saben bien lo que quieren y lo que nunca podrán conseguir. Se podría decir que son seguros. Adentro de una burbuja, claro. Cuando la pompa se rompe, los bichos de la inseguridad se les prenden como piojos. Y sí, los boluseres se la pasan rascándose la cabeza porque nunca saben muy bien qué hacer para llegar hasta ahí. No saben qué camino elegir. Entre un sendero de chocolate y otro de fruta abrillantada, siempre van a dudar. Mirá si era Nikolo.
8. Murphidad. Todas las leyes de Murphy les suceden o llamale mala suerte. Lo que sea. La nube siempre les va a llover arriba (y el paraguas al pedo, viste). El auto les va a pasar muy cerca y les va a tirar el charco encima. La impresora siempre se les va a romper en la última hoja. El ómnibus les va a pasar al lado mientras estaban mirando Tuiter. El helado de menta se va a terminar cuando llegue a ellos. El Amor golpeará su puerta y les dirá que en realidad estaba jugando al ring raje. De todos los asientos del bus siempre les va a tocar el que no se reclina. Una vez por semana les van a dar mal el vuelto en el almacén. Cuando sea el final de ESA serie no les va a funcionar el internet.
Para revertir el 90% de esto, tendrán que pasar debajo de una escalera. Científicamente comprobado.
9. Escasa fotogeneidad. A los boluseres les da vergüenza sacarse fotos (sí, cosa, vergüenza, pudor) porque se les refleja toda la monstruosidad que llevan dentro. Estoy pensando en monstruos peludos y adorables. Cuando los boluseres se toman una selfie ocurre este efecto de amonstruamiento: la nariz se alarga, el pelo se alborota, los párpados se caen y las ojeras brillan. Miedo. Por eso los boluseres jamás tendrán Snapchat. No necesitan ningún filtro.
Claro que naturalmente desarrollarán mecanismos de adaptación, como la sonrisa guasónica, que se basa en sonreír, trincando los dientes para encerrar la lengua. Es la sonrisa del Facebook. Sí, esa.
10. Enredamiento. Los boluseres a menudo reciben más información que el resto de la gente, porque están todo el tiempo chequeando lo que pasa alrededor. Observan y procesan todos los detalles del entorno y sobre todo, los significados de cada palabra. Así, ante una frase que intentan pronunciar se quedan colgados. Hay mucho tráfico ahí adentro. Por eso viven metiendo furcios.
11. No quería terminar en 10, porque ese no es un número de boluser.
dic 16
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la-empleada-del-mes · 8 years
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Jabón chino
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—¿No basta con ser yo? —Me pregunté pensando en el disfraz. Bastante tengo con interpretarme a mí misma todos los días como para ponerme un sobredisfraz.
No es que sea una impostora y yo no sea yo todo el tiempo. Siempre soy yo porque no podría ser otra persona, es que tengo un disfraz que no puedo quitarme así nomás.
Tengo pensamientos tatuados en todo el cuerpo que no están escritos con tinta. Pensamientos que ya no puedo borrarme y otros que sí, cuidadosamente, con un jabón chino que conseguí en una tienda de baratijas. Sobre los espacios en blanco que quedaron me tatué cosas nuevas.
Solamente yo veo esos tatuajes. A veces los dejo entrever con las palabras que digo y que escribo, pero te aseguro que nunca nadie jamás podrá verlos directamente, así como yo nunca jamás podré ver los tuyos. No hay misterio.
A veces me aburro de algunos dibujos y pruebo con el jabón chino. Por eso nunca pude tatuarme con esa tinta visible, por miedo al aburrimiento. Cuando tenía 5 años me hubiera tatuado un oso Gummi. Cuando tenía 10 años me hubiera tatuado el castillito de Disney y a Willie, la ballena, porque juraba en el cuaderno de la Amistad que era mi animal preferido. Cuando tenía 15 habría intentado quitarme el oso Gummi, Disney y la ballena. Cuando tenía 20 me habría dado cuenta de que nada era tan importante en mi vida como para tatuármelo (ya tenía a las personas importantes escritas en los sentimientos). Cuando tenía 25 empecé a imprimirme remeras que sabía que no iban a durarme para siempre. Por las dudas.
Es eso. A mí lo que me asusta de los tatuajes es que son para siempre y ya bastante tengo con los tatuajes que solo yo puedo ver, y con esos que si no fuera por el jabón chino...
Para colmo tengo un código QR en la frente. Probá con tu smartphone ahora si querés. No soy un afiche en la vía pública ni soy el paquete de un producto con la información de un sorteo, pero qué le voy a hacer si el jabón chino no está hecho para quitar el código. Tenía que ser chino. Por eso me dicen que se me nota cuando miento, cuando estoy mal, cuando estoy bien, cuando tengo malhumor y cuando siento vergüenza. Es una cagada que se me note la mentira o quizás se dan cuenta cuando uso la forma estándar de mentir, porque debe haber muchas formas. Estoy mintiendo ahora, pero no me digas si te diste cuenta.
Sin tatuajes, pero con pensamientos escritos en el cuerpo y con un código QR en la frente solo puedo interpretar mi papel. Y apenas puedo con ese personaje. Bastante tengo con lo que piensan de mí en mi rol, como para soportar lo que piensan de mí misma desempeñando otro personaje. Y no me digas que no te importa lo que piensan los demás de vos, porque cada vez que posteás algo en las redes sociales estás esperando la aprobación del resto.
Como miento mal, tampoco sé actuar, porque mentir es un poco actuar. Pasa que a mí solo me sale un personaje, el mío. Soy mala actriz, soy una actriz de telenovela que siempre hace de pelotuda porque eso es lo único que sabe hacer. Actuar de mí no es actuar, es la única forma de sobrevivir. Es cierto que hay gente que se hace, que no es lo que aparenta, que las apariencias engañan, pero es que ellos son todo lo que se hacen. La apariencia es su único papel.
En el grupo de teatro del liceo primero fui la apuntadora, era esa voz de la consciencia que nadie necesitó nunca porque todos se recontra sabían la letra. Después fui utilera, subía al escenario en medio de la oscuridad entre acto y acto a poner una silla, un florero o una mesa. Nunca quise actuar ni cuando faltaba algún compañero. Pensar en subirme al escenario aunque solo tuviera que quedarme congelada con un par de libros en los brazos me daba pánico escénico, pero en realidad tenía un problema de malmentimiento que arriba del escenario se traducía en que no tenía gracia. Bueno, ahí mentí. Al final no tenía pánico escénico, era solo un eufemismo. ¿Vieron que hay varias formas de mentir? Esa debe ser una de las pocas o quizás la única forma que me sale bien: disfrazar el motivo de algo con una simplificación aceptada por todos. Ahora que lo pienso es posible que los demás eran cómplices de mi mentira y estaban mintiendo también, pero mintiendo bien.
En fin. Es por todo esto que vine disfrazada de mí misma a tu fiesta de disfraces. ¿Viste que no te habías dado cuenta? No tengo muy claro si los buenos disfraces son los que notas enseguida o no sobre qué se tratan. No me digas, dejame pensar que esta vez también mentí bien.
Necesito borrar algo más. Voy al baño.
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la-empleada-del-mes · 8 years
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Estrellado
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Puede ser un caballo. O no. Un caballo de mar o una langosta. Ah no, pará, creo que estoy viendo al jinete. Claro, hay un tipo que está montando esa langosta interestelar. Bueno, tal vez no. Siempre me pregunté cómo los antiguos podían ver dibujos en las constelaciones. El cinturón de Orión no es más que tres bombitas prendidas en la noche. Nunca tuve mucha imaginación para ver cosas en el cielo.
Cuando era niño me esforzaba por buscar mensajes ocultos en las nubes, pero no podía ver más que algodón. Este cielo no tiene nubes. Ojalá yo tuviera un poco de algodón. Cuando era niño quería trazar imágenes con las estrellas, como esos juegos de los libros infantiles en los que hay que seguir los puntos para formar una imagen. Nunca pude trazar nada en el cielo. No pude decidir el orden de los puntos.
Hace un rato no había tantas estrellas, ¿será que vinieron a verme? No entiendo cómo se reventó la cuerda. Me pregunto si este dolor es el que siente un meteorito al golpearse contra un planeta. Todos mis huesos, mis músculos, mis nervios se están quejando. No puedo moverme. Por momentos le doy gracias a esta piedra por sostenerme y por otros, hubiera querido caer al vacío. No quiero que mi cuerpo se queje más. No quiero oler mi sangre metálica brotando de mi pierna. No quiero ver más ese estúpido cielo de trazos invisibles.
Soy un principito estrellado en un pedazo de roca de un planeta igual de idiota que todas esas luces ingenuas. Nunca entendí aquel libro. El Principito. Debe ser porque lo leí cuando era niño, pero ahora vino a mi cabeza. Será que la caída afectó el cajón mental que guarda las cosas inentendibles. No estoy seguro de estar consciente.
Un taladro está perforándome la pierna. Quizás es una juguera vampírica que quiere servir mi sangre en una jarra. Ninguno de mis fracasos duele tanto como esta pierna. Trato de mover la espalda, los brazos, y ahora son espinas, millones de ellas que me pinchan el cuerpo, mientras una puntada finísima me recorre la columna vertebral.
En el cielo no hay estrellas, hay piedras. Piedras brillantes que me caen encima, que me pegan en la cara, en el pecho, que se meten en mi pierna rajada. Si al menos las estrellas sirvieran para cicatrizar.
Abro los ojos y ellas siguen ahí arriba. Quizás son los puntos que cosen las heridas de un cielo roto. No lo sé. Necesito arrancar uno de esos luminosos botones para rajar esa costura.
¿Dónde está la vía láctea cuando estás muriéndote de sed? Cuando era niño odiaba la leche. Mi madre me decía que se me iban a romper los huesos si no la tomaba. Aunque le hubiera hecho caso, mis huesos igual se hubieran roto hoy. Tengo la garganta tan reseca que en este momento tomaría cualquier cosa.
Llevo un rato mirando fijamente una de ellas. Creo que me está guiñando. Quién diría que estando roto iba a terminar seduciendo a una estrella. Al final la gente rota es atractiva. Qué digo, estoy mirando una roca que está a millones de años luz de distancia. Probablemente ya se apagó.
Puede que sea más que una roca, puede que sea un sol. De seguro. Ahí debe haber tanto calor como acá. Las gotas de sudor me recorren la frente. Igual tengo frío. Quién me entiende.
La diferencia entre ella y yo es que cuando yo me apague ya nadie va a seguir viendo cómo ilumino todo a mi alrededor. Qué digo, como si alguna vez alguien hubiera visto una luz emanando de mi cuerpo.
Abro los ojos y ya no la veo. Estoy seguro que estaba ahí. Quizás bajó a verme. Es imposible. O no. Cuando hablemos le preguntaré si era parte de algún dibujo cósmico. No puede abandonar a los demás puntos, el dibujo va a borrarse, la herida va a abrirse, la tela va a descoserse.
El resplandor ilumina mis piernas y va cubriendo el resto de mi cuerpo. Se aproxima la luz. Por fin. Es ella. No puedo creer que hice bajar una estrella del cielo con solo mirarla fijamente. Tengo súperpoderes. Usaré mis encantos para pedirle que me quite el dolor, que me tire al vacío o que me convierta en una de ellas. Si pudo desafiar las leyes universales, seguro va a concederme mis deseos.
La luz me está cegando, pero no la puedo ver. ¿Será que así luce una estrella?, pensé que tendría cinco puntas y me saludaría con una de ellas. La luz viene hacia mí. No puedo creerlo. Me apunta y ya no veo ninguna estrella. Ya sé qué está pasando. Es solo una linterna.
Jul. 2016
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la-empleada-del-mes · 8 years
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Cállense todos
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El caramelo bailaba de un lado a otro. Se chocaba contra los dientes, duro y cristalizado, como si fuera un pedazo de plástico. Pero también sonaba húmedo por la saliva que no paraba de lubricarlo y que, convertida en un jugo espeso, era tragada cada vez que inundaba la cavidad bucal.
Podía sentirlo en mis oídos. No solo cerca, sino adentro. La vieja estaba lengüeteando un caramelo en mi oreja. Lo saboreaba como si fuera el último del paquete y del mundo. Parecía que ese objeto le aliviaba todas las penas. Lo chupaba para que durara más. Lo chupeteaba como un niño que no puede dormirse sin su dedo en la boca. Lo chuponeaba como si el caramelo fuera la lengua de un novio perdido en el tiempo.
No tenía que hacer mucho para disolverlo, las mandíbulas no iban a activarse para masticarlo, así que todo el trabajo era de la lengua y de la saliva que lo moldeaban cada vez más liso y pequeño. Pero no lo suficiente para que desapareciera antes de que ese ruidito me enloqueciera.
Cada movimiento del caramelo se amplificaba por un parlante que iba directo a mi oído. Podía ver de reojo su trompa pintada de morado, haciendo una gimnasia labial que consistía en dejar la boca medio abierta y juntar los labios en pose de tarada selfielófila.
No podía ponerme los auriculares, los había dejado encima de la mesa. Tenía que aguantar hasta que se me ocurriera algo o hasta que el caramelo desapareciera de su boca. No podía faltar mucho.
La saliva y el caramelo me molestaban más que el chirrido de una tiza en un pizarrón, pero sin su característico escalofrío. Lo sentía penetrar en mi sistema nervioso al igual que un tipo que se sube al bus a tocar unos bongós como si estuviera en el Centenario tocando para miles de personas. Ubicate, bo.
El traqueteo de los dientes de la vieja se mezcló con otro ruido que provenía de un cincuentón. Un chasquido blando y más húmedo que el anterior se metió directo en mi cabeza. Esa lengua estaba torturando al chicle, lo estiraba, lo englobaba, lo embolaba (lo hacía bola… bueno, ta, lo hacía una bola por aburrimiento). La goma se mojaba con la saliva y mil masticadas lo explotaban con el ritmo de la mandíbula. No podía pensar en otra cosa. Cerraba los ojos y el ruido se hacía cada vez más poderoso entre la oscuridad de mis pensamientos.
La vieja ahora iba por su segundo caramelo. Era una tortura sin fin. El chicle era un chas-chas-chas ensordecedor de boca medio abierta y de lengua afuera que yo sentía como si diminutos meteoritos estuvieran chocando entre sí alrededor de mi cabeza. Deseaba que se lo tragara, que se le cayera de la boca por abrirla tanto o que se ahogara con el chicle si era necesario.
Trinqué los dientes. Me pasé las manos por los oídos, tratando de acariciarlos, pero en realidad quería taparlos. Miré por la ventanilla, pero la noche, por su similitud oscura, solo reflejaba mis propios pensamientos.
Sentí un leve dolor al morderme el labio inferior. Me llevé la mano derecha a la boca y dejé los dientes marcados en el índice. Un cosquilleo frío me recorrió el cuerpo cuando sentí que comenzaba la sinfonía nasal.
Hubiera deseado que en vez de boletos, los "músicos" hubieran recibido pañuelos. Las respiraciones se hacían cada vez más rápidas y desparejas, mientras las narices sonaban como canillas casi averiadas, con gotas sueltas que nunca llegaban a caer. Cada pasajero las aspiraba con diferentes tonos, seguramente el tipo de los bongós habría podido dirigir esa orquesta.
Tragué saliva. Mi respiración se aceleró. Cerré un puño y lo golpee contra la mochila. Arrastré las manos por mi cara. Los ruidos me habían invadido y ya estaban todos en mi cabeza, haciéndome cosquillas neuronales. Juro que los podía sentir.
—…vamos a llamar a Fulanita a ver por qué le fue infiel a Sultanito...
La voz nasal del conductor radial fue suficiente para que volviera a trincar los dientes. El chofer había prendido la radio para escuchar el programa predilecto de él y del resto de los choferes de ómnibus del país. Respiré hondo tratando de calmarme, pero no pude. Era otro ruido más.
La vieja con la trompa morada iba por su cuarto caramelo. Metí las manos adentro de mi mochila, para tranquilizarlas, y descubrí el cuchillo que había usado esa tarde para pelarme una manzana. Lo tomé. Aún debajo de la tela de la mochila, pude sentir el filo y el frío del metal. Cerré los ojos, arrugando los párpados. Solté el cuchillo. Crucé los dedos de las manos entre sí y los hice sonar tan fuerte como pude. Hice lo mismo con el cuello. Hasta la vieja de trompa púrpura saltó del asiento al sentir el estallido seco de mis articulaciones. Fue un trueno que me reconfortó. Al lado, una mujer que iba parada sacó de su bolso un cuchillo pelamanzanas.
(casi ficción)  jun.2016
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la-empleada-del-mes · 8 years
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No me salen las morisquetas
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A mí siempre me intimidaron los bebés. Es la verdad. Nunca sé cómo reaccionar cuando los tengo en frente. Me miran fijo, me sonríen y me toman un dedo con sus diminutas manitos, como si supieran que yo en realidad soy una inútil para hacerles macacadas. Pero más me intimidan sus padres, porque mientras los niños olfatean mi inseguridad, ellos me presionan con sus miradas acusadoras para que les haga morisquetas como todos los que se encuentran alrededor. No sé cómo lo hacen, pero ellos ponen la cara más pelotuda posible incluyendo muecas de clown borracho y una voz tan aguda que pincharía la viñeta de tu pensamiento.
Pasa que a mí las macacadas me cuestan. No puedo actuarlas cuando me están observando porque me da pánico escénico. Por eso me siento más tarada de lo habitual, entonces el ridiculómetro sobrepasa el nivel admitido y me quedo paralizada, sonriendo, pero sin poder pronunciar esos arcaicos abububá; kepachóbebeeeé; tst-ssts-tst-sts-ts… (moviendo la cabeza como un perrito de plástico), y ni siquiera puedo con el clásico ajoooo, ajoooo.
Tampoco entiendo por qué hay que hablarle así a un niño recién nacido, pero tengo algunas teorías:
1)           El mundo está lleno de pelotudos que el niño va a encontrar durante toda su vida, así que hay que prepararlo, mostrándole al menos una de las tantas formas que hay de comportarse como tal.
2)           La ternura provoca morisquetas desenfrenadas. Está empíricamente comprobado que ante un ser pequeño, peludo y redondeado (test válido tanto para bebés —porque los hay peludos, si no pregúntenle a mi vieja—, como para Ewoks), el 98% de los individuos afina su voz y empieza a deformar las palabras sustituyendo los fonemas s, z, ci y ce por el sh que suena como un shhhh de callarse (pasa que es una teoría anglosajona esto). Así, una frase como: “Qué cosita más linda, es precioso”, pasaría a ser: “Qué coshita másh linda, esh preshioso”. Pero esto no es todo. Dentro de ese 98% de sujetos dulces y sensibles hay un 32% que trinca sus dientes mientras profiere estas palabras. Debo decir que este último grupo me da un poco de miedo.
3)           La gente cree que los niños no piensan. En realidad, el hecho de que no recuerde todas las morisquetas que me hicieron de niña no quiere decir que en su momento no haya pensado en algo. Quizás mi negación a las macacadas es justamente porque los adultos me asustaron con sus voces chillonas, sus cachetes enérgicos y sus narices fruncidas. Recuerdo que con la edad de cuatro años, la gente me seguía haciendo caras raras (es que siempre di menos edad de la que tenía) y a mí eso me incomodaba.
Una vez que estaba en la panadería con mi madre, una mujer me sonrió. Fue una sonrisa fingida de esas que abundan en las fotos de los muros de Facebook, así, con los dientes apretados y con la lengua prisionera. Es ese tipo de sonrisa que los fotogénicos saben hacer muy bien y que después de mi análisis denominado ¿Por qué salgo tan mal en las fotos?, comprendí que yo también debía implementarla, pero nunca se me ocurriría sonreírle así a un niño, porque todo el mundo sabe que se trata de una sonrisa un poco guasónica.
La cuestión fue que la mujer congeló su sonrisa durante un par de segundos y se ve que se le acalambraron los músculos porque la derritió enseguida. Me dio vuelta la cara.
A esa altura, ya me había dado cuenta de que nadie podía sonreír todo el tiempo (con cuatro años ya tenía algunas cosas más claras que ahora, seguro), así que esa sonrisa me pareció de un completo sinsentido. Después entendí que en el mundo adulto hay pocas sonrisas verdaderas y algunas simuladoras te pueden salvar la vida, pero eso es otra historia.
Lo cierto es que aquella vez sentí un poco de vergüenza, ¿se suponía que yo tenía que hacer algo?, ¿devolverle la sonrisa o echarle la lengua? Debo decir que nunca he devuelto cosas que no he pedido, porque ni siquiera las he aceptado, así que empecé a echar la lengua hasta que me dijeron que esos modales no eran de pequeña Empleada del Mes y lo dejé de hacer (hasta que más tarde me reencontré con este acto al conocer la música de la lengua, pero eso también es otra historia).
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La pequeña Empleada del Mes reaccionando ante una de las tantas sonrisas guasónicas.
  —¿Querés agarrarlo?
—No, gracias, tengo miedo de que se me caiga.
Cuando era una niña podía dar esa respuesta, ahora ya digamos que…no. Me da cosa agarrar un bebé. Ellos no pueden evitar llorar cuando se dan cuenta —además de mi fealdad— de que están siendo sujetados por unos brazos más torpes que un camello en patines (¿?). Porque yo soy torpe de presagios, antes de cometer la torpeza ya sé que me va a ocurrir y me pasa. Es así. Ojo la cabeza con la ventana cuando me levante del sillón. Ojo la cabeza con la ventana cuando me levante del sillón. Ojo la cabeza con la ventana cuando me levante del si…¡tuc!...auch.
No quiero ser la culpable de que el gurí llore y verme obligada a hacerle macacadas para tratar de calmarlo, o de empezar a batirlo como una licuadora, porque aumentarían los riesgos de que me diera un calambre en el brazo. Y Madre, tú no quieres eso.
Soy fría. Una desalmada. Medio anormal o anormal completa. Sé que están pensando eso, lo puedo leer en sus mentes porque tengo ese súperpoder, aunque no lo quiero. Podría tener una identidad secreta, hacerme llamar “La Lectora de Mentes” y salir a defender la ciudad de las frases enigmáticas que acechan nuestra cabeza, pero prefiero estar acá, escribiendo, porque en realidad mi vida es más digna de “La Lectora Demente”, que de una súper heroína.
Buenos deseos
Igual, lo que se dice desalmada, realmente desalmada es la vieja que después de hacerle macacadas al niño, agarrarlo en brazos y encontrarle parecido con toda su familia —como si su cara estuviera compuesta por las piezas de un puzzle— le dice a los padres que “tengan suerte” con el bebé.
¿Que tengan suerte? Como si el gurí fuera un auto recién comprado que te puede salir jodido y romperse en cualquier momento, y que el tiempo determinará si tuviste suerte o no con tu compra. Guatafac. ¿Qué significa tener suerte con un hijo? No sé, pero para empezar, la suerte es esa fuerza mágica, que en una especie de azar trazado de antemano, determina que te vaya bien o mal con algo, pero esto dependerá de tus expectativas. Así que la vieja que le desea suerte a los padres les está deseando algo así como que el hijo cumpla con lo que ellos se imaginaron.
—Hey, usted trata al niño como un electrodoméstico, le falta preguntar de cuánto tiempo es la garantía. Sepa que va a desarrollar una personalidad y un pensamiento. De hecho ya está pensando y dice que si supiera hablar ya la habría mandado a cagar.
Todo esto salió por la viñeta de mi pensamiento, claro. Para tanto no me da, pero de verdad que escuché al gurí pensando eso. Si me diera para tanto, le desearía suerte al niño, pero no con su familia, sino con el mundo. Aunque el mundo tampoco es un electrodoméstico. A fin de cuentas desear suerte no tiene ningún sentido.
La suerte a los padres siempre me pareció un espanto además por la oscuridad de la frase, porque cuando vos deseás suerte es porque sabés que hay al menos una posibilidad de que algo malo suceda y dejarlo entrever mientras mirás a un bebé recién nacido es un mensaje un poco negativo, por no decir brujesco. Es como cuando una amiga te muestra un vestido nuevo y vos le decís: —Qué lindo, que tengas mucha suerte, porque yo me compré uno igual, lo lavé y se me hizo mierda. No digo que te vaya a pasar, pero por eso te deseo suerte, para que estés protegida contra la mala onda.
Pero peor aún que desear la suerte es cuando las viejas (esto es muy de vieja chota), les dicen a los padres la siguiente frase: “Que Dios te lo conserve”. Cada vez que la dicen ante un bebé yo me imagino a Dios metiendo al niño en un frasco de conservas lleno de formol, como un chanchito que estaba en el laboratorio de mi liceo y que seguramente siga estando allí por los siglos de los siglos.
Es una escena por demás terrible y asquerosa, pero no lo puedo evitar. ¿Qué es eso de que Dios te conserva al niño? Están aplicando una acción normalmente utilizada para un objeto en un sujeto.
—Qué bien se conservaron estos morrones al baño maría.
—¿Dónde están?
—Ahí en el estante, al lado del frasco del niño en almíbar que envasó Dios la temporada pasada.
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La Empleada del Mes cada vez que una vieja dice “que dios te lo conserve”.  
Paren. Yo sé que es muy de vieja decirse que están bien conservadas cuando sus caras escurren polvo Nivea, pero con los niños no da. Otra vez, ya no es la suerte, pero es Dios, y él puede conservarlo o hacer que se arruine, por no utilizar el verbo pudrir. Porque es eso, pensalo fríamente, ¿cuál es el verbo contrario a conservarse?
Me pregunto quién habrá inventado todo esto: las macacadas, las voces agudas, las sonrisas congeladas y las frases horribles cuando nos acercamos a los recién nacidos. Pasa que en el fondo y al fin y al cabo, nadie sabe cómo actuar ante ellos. Algunos hacen esas pavadas y a otros simplemente no nos sale nada. Ellos son tan frágiles, inmaculados (hasta que te vomitan encima), parece que no se enteran de nada, pero sí. Son inmigrantes de otro mundo que llegaron para quedarse. En realidad habría que compadecerlos por haber caído acá. Igual ya se van a adaptar, y si no lo logran serán artistas o de última, se harán un blog.
25 mar.
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la-empleada-del-mes · 8 years
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El desalojo
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No vayas a prestarme atención, porque después no te la voy a devolver. Olvidate. No, no, mejor no te olvides, porque si te olvidás, ¿quién te va a salir a buscar? Yo podría hacerlo, así de una vez por todas me devolvés las llaves.
Espero que me entiendas. Pero la verdad es que no sé cuánto más tendré que esperar tu Comprensión. Y si ella llega en ómnibus, seguramente no llegue puntual.
Pero te aguanto. Supongo que tengo la fuerza necesaria para aguantarte con mis propios brazos aunque los músculos se me acalambren.
Debería mandarte a cagar, pero seguramente el yogur todavía no te hizo efecto. Y no, no puedo cambiarme la cara porque estoy en contra de las cirugías estéticas.
¿Cómo se te ocurre decirme que levante el ánimo? Apenas puedo aguantarte, ya no tengo fuerzas para sostener nada más, cuanto menos para levantarlo. Además te cuento que el ánimo tampoco se ve así nomás como para tomarlo entre mis manos y empujarlo hacia arriba.
Me decís que me ponga las pilas porque estoy diciendo cualquier cosa, pero no puedo ponérmelas porque no son talle xs. El talle único siempre me quedó grande.
Ese sueño. Otra vez. Cerré los ojos y al momento estaba durmiendo. Es lo que pasa cuando tengo sueño. Estoy hablando del sueño. De ese sí y de aquel también. Es una especie de triángulo: sueño-cierrolosojos-sueño. Fue revelador. Fue tan revelador que alguna que otra foto salió velada y no pude ver la serie completa. Pasa que tampoco tengo Netflix.
Solo pude ver una foto. Yo iba subiendo y vos me pinchaste el globo. Me arrojaste una piedra con tu honda de siempre. Mala onda.
Cada vez que cierro los ojos me acuerdo de vos porque del cierre de mis ojos siguen colgando llaveros sin llaves.
Cada vez que miro la foto pienso que debo desalojarte de mi nube. Cada día que pasa me debés más dinero del alquiler. Además me cuesta encontrarla porque la pintaste igual que las demás. Pero algún día lo haré, golpearé la puerta suavemente porque no quiero dejarle moretones. Pero lo haré. Perdé cuidado, así cuando te descuidás, asalto mi propia nube.
Espero que no la hayas convertido en una nube de pedos. Así sería difícil encontrarla, porque ese tipo de nubes se mueven en universos paralelos, la realidad no les llega (porque también anda en ómnibus) y cualquiera que me conozca sabe que yo tengo los pies muy sobre la tierra y por eso difícilmente pueda encontrar ese tipo de nubes.
Cuando te dije que no podía despegar los pies del suelo era por eso y porque no sé bailar bien, pero me respondiste: “vamo’ arriba” y no sé qué tenía que ver. Supongo que nada, porque las frases no pueden ver.
Pero te pregunté si había una escalera cerca, para ir hacia arriba, digo. Tampoco sabía qué tan arriba era arriba. ¿Hablabas de ir hasta la torre más alta del mundo o de llegar al cielo? Porque si era hasta el cielo, te aviso que nunca supe bien a qué altura ya estamos adentro de su jurisdicción. Por eso nunca sé si estoy tocando o no el cielo con las manos. Y cuando alguna vez le dije a mi madre que la quería hasta el cielo, me quedé pensando si el viento que mueve el pasto no sería también parte del cielo. Si él también está en el suelo, ahora que pienso, quizás mi nube está ahí nomás.
3  en. 2016
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la-empleada-del-mes · 9 years
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Las coincidencias son peligrosas
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Me gustan las milanesas. A vos también. No sé hablar chino. Vos tampoco.Yo miraba al Pato Darkwing. Vos también. No me gusta que me traten mal. A vos tampoco. Me jode andar en ómnibus. A vos también. No me gusta laburar. A vos tampoco. Prefiero quedarme durmiendo hasta tarde. Vos también. ¿A ver qué música tenés en el celular? ¡No te puedo creer! Ta, no me digas que también tomás Colet.
Esto es único, ¿no? Ah, ¿no?, bueno, depende, pero probablemente si te fijaras solo en estas cosas, empatizarías con medio universo. Pero no. Las coincidencias de verdad son las que convergen en la inusual zone. Allí, seguramente en este momento, alguien le pregunta a otro si le gusta ponerle azúcar al pan con manteca.
Tampoco es tan fácil encontrar a alguien que le guste el pop salado. Por eso, si descubro que tenés esta preferencia, no te voy a dejar ir tan fácilmente antes de analizarte vida y obra.
Porque seguramente, si te gusta el pop salado, transgredís y te arriesgás. Revolucionás. Vas contra la corriente y no te importa que la sal te empiece a arrugar los labios cuando vayas por la mitad del paquete. Estás casi al borde de la muerte por la presión que te sube por las arterias, pero vos seguís así, dale que te dale con el pop salado.
Onda, el pop salado es más que un snack: es una actitud frente a la vida. ¿Ya te dije que a mí también me gusta el pop salado? Sí, muy loco. Ahora ya no me siento tan rara, es más, yo creo que esto por algo es, porque seguro nacimos para popsaladear juntos. Debe ser nuestro objetivo en la vida. Naaaa, no te puedo creer que te guste el pop salado, de verdad.
Si además me decís que al ver una alcantarilla, pensás que va a salir una tortuga ninja de abajo; que cada vez que tirás un chicle, sentís que dejás un poquito de material genético tirado; que si no tenés nada para decir, no hablás; y que inventás palabras todo el tiempo: te digo que somos almas gemelas y bla, bla, bla, blaaaaaa.
Error.
Capaz que es muy obvio, pero nos hicieron creer que todo tiene una razón y que las coincidencias por algo son. Y que las “cosas” iguales se van a llevar mejor. Claro, van a tener un tema de conversación (hasta acá llegué con la rima) y eso no es poca cosa.
Y ahí la cabeza se te dispara. Como si hubiera un destino que solo pudieran seguir los similares. Como si alguien tuviera la posibilidad de sacarse la etiqueta por encontrar a otro parecido. Como si fuera posible compartir la locura. Y como si eso te aliviara la carga que llevás.
El problema también empezó cuando nadie te dijo cuántas coincidencias tenías que contar para que el otro fuera considerado como vos. Tampoco te dijeron cuáles eran las coincidencias de infraestructura. Y así vas por la vida, forzando las similitudes que te convienen y pasando por alto las diferencias.
Las coincidencias te engañan. Más que las apariencias, que vienen detrás de ellas. De tan engañosas, se vuelven peligrosas. Todo surge por un par de fuckings coincidencias. Te ponen un filtro adelante y no podés ver bien que ese champión es del mismo pie que el otro, y por eso, ya no es tan fácil caminar. 
set 15
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la-empleada-del-mes · 9 years
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El juego del aire
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—¿Qué tengo, doctor?
—Una locura galopante.
La viñeta del pensamiento se me esfumó cuando adiviné la respuesta. No iba a consultar a un especialista para llegar a esa conclusión. Ya sabía qué era lo que me pasaba, pero no podía entender el mecanismo por el que mis emociones terminaban explotando de esa forma.
No podía dejar de jugar con las palabras. Es como si tratara de esconderlas, callarlas, cerrarles la puerta, y ellas igual se metieran por el agujero de la cerradura, o lo que es peor, se disfrazaran del pibe del delivery y el hambre no me permitiera hacerlas esperar. Lo cierto es que las palabras se buscaban, se unían, y se metían en mi cabeza y con mis dedos.
A veces no sé si yo juego con ellas o ellas conmigo, porque me hacen escribir cosas sin sentido, cosas que combino y después pienso que no me convino.
Las palabras me inventan cierto código que todavía no logro descifrar. ¿Qué significa que yo quería ser alguien en la vida, pero que termine siendo un alien? Es solo un juego de palabras. O no. No sé bien. Pero ando así por la vida, buscando esas coincidencias que hacen a las diferencias.
Es probable que sí, que siempre esté viendo las coincidencias en todo, aunque nadie las vea, ellas están ahí o yo las invento. Y si las inventé, están. Por eso si te veo comiendo una papaya te voy a preguntar si sabés a qué sabe; y si me respondés que tiene gusto a papaya, te voy a repreguntar a qué se parece. Porque todo se parece a algo, por nuevo o extraño que sea, todo, absolutamente todo trae recuerdos.  
Así es que voy por la calle, viendo gente que se parece a otra gente. Te aseguro que la gente que se parece a vos, también habla igual que vos. No me estoy refiriendo a vos, vos: estoy escribiendo sobre vos y sobre los otros, porque los otros y vos tienen un aire o un algo.
Entonces la mugre en el vidrio tiene un aire al lápiz en el papel. La silla tiene un aire con el suelo. La manzana se hace el postre para parecerse al helado. El psicólogo tiene un aire con el sacerdote. La cascola tiene un aire con la baba y hasta una media lo tiene con el papel higiénico.
Eso me pasa con las palabras, no puedo dejar de buscarles los aires a todas. Llegan sin avisar y lo hacen tan rápido que quiero retenerlas de alguna forma, pero no siempre puedo. Son como apariciones que me bloquean los sentidos o más bien como un hipo que si te tapás la boca no te deja respirar, hasta que sale y vuelve.
Este es un juego ladrón que se parece a un dragón y todo el mundo sabe que te podés quemar jugando con fuego. Debe ser por eso, por el fuego del dragón, que cuando la gente pasa cerca dice: “Tá calor, ¿eh?”. Ahí es cuando yo le digo al dragón: “Ta, calor”, para que apague un poquito su llama. Pasa que si hay un frío y pico, o un frío hípico, o incluso un frío épico, no pasa nada. Pero no, y yo sé que esto le jode a la gente. Hay que ir viendo cómo se van hirviendo.
O sea, estas palabras quedan grabadas en mi estructura ósea y te das cuenta porque son como una costura que no me permite recuperar mi postura. Entonces ya no puedo volver a bailar hip hop y hasta para comer caramelos Hipopó me duele la sutura. No sé si todo esto será culpa de la cultura. No me tengas lástima porque me lastima, supongo que esto me pasa por tener un ingenio muy ingenuo. Tampoco te rías de estas porquerías que te digo. Te voy a pedir un favor: terminala con tu fervor que me deja cierto hervor.
Basta. ¿Ves lo que me pasa? No puedo parar. Las palabras me obligan a escribir lo que ellas quieren y no sé bien si lo que estoy escribiendo ahora es un pensamiento mío o de ellas. Ya sé que nada tiene mucho sentido. Entiendo que no me entiendas. Pero cada vez que se escapa algún juego solo puedo sentir alivio. Es una forma de respirar para decir sin decir, con otras palabras que nada tienen que ver con los pensamientos del fondo, ¿o sí?
7 ago
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la-empleada-del-mes · 9 years
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¿Adónde se fueron todos?
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Hacía una eternidad que no actualizaba la página. Desde la última vez, había caminado hasta la cocina, había abierto la heladera y se había servido un vaso de agua. Un ratazo. La eternidad de su habitación ya no se medía con un reloj, sino con un soledómetro. Ta, era cierto que estaba yo ahí, pero ella no podía verme así que mi presencia no contaba.
Pulsó F5 otra vez y ya iban tantas veces que me perdí. Estaba esperando algo, no sé qué sería, y dudo que ella lo supiera o que realmente se diera cuenta de lo que hacía.
Por fin la página cambió. Pero la decepción fue mayor cuando observó que se trataba de varios anuncios de empresas y de otras páginas recomendadas. Era como si no hubiera rastro humano ahí y tal vez no lo había.
Parecía que su muro funcionaba como muro realmente,aislante, o que se había quedado congelado en el tiempo con las mismas publicaciones desde hacía horas. Las recorrió de nuevo, como tratando de encontrar alguna novedad inusitada, algo que le llamara la atención y que en la urgencia cotidiana hubiera pasado por alto. Pero no. Las mismas fotos de siempre. Los mismos enlaces de siempre. Las mismas frases pelotudas de siempre. Los mismos egos de siempre.
En un intento de darle un poco de emoción al tedio, megusteó un par de publicaciones, como si así fueran a desaparecer de la página. Se la jugó más y comentó algunos posteos, pero no obtuvo respuesta alguna, ni siquiera una mueca. Un pueblito del western, con el fardo rodando por la calle, tenía más movimiento que esta página.
Tomó una medida más drástica aún. La cerró, apagó la computadora y trató de leer un libro. Sin embargo, no podía salir de su cubículo. Esa especie de cabina iba con ella a todas partes y la contenía, o al menos eso pensaba. Pero no era la única, ya quedaba muy poca gente sin protegerse en ese tipo de recinto.
Nunca tuvo claro cómo sucedió, si fue que ella tomó al cubículo o fue que él la tomó a ella, pero lo cierto es que después de eso ya no era la misma. Muchas veces se había preguntado qué pasaría si se rompía ese campo de fuerza, pero como ya no recordaba cómo había sido su vida anterior, tenía miedo. Había que aprender a vivir así, si otros parecían poder, ya no había motivo para preocuparse.
Yo la veía caminar por la calle con aquel dispositivo a cuestas y lo llevaba bien, no perdía el equilibrio y sus movimientos tenían estilo. Sin embargo, había días en los que la distorsión la afectaba tanto que se le anidaban bichos extraños, tanto en las paredes como en su propia cabeza. Es que este aparatejo atraía todas las rarezas. Y también la indiferencia, como la vez que se cruzó con el interlocutor que recibía sus chats y no se dio cuenta. Ambos iban con el cubículo distorsionado, mirando hacia abajo y se movían apurados. Esa vez quise gritarle, avisarle de lo insólita y ridícula que resultaba la situación, pero me quedé ahí, callando, guardando el anonimato. Nada me aseguraba que me escucharía y que si lo hacía, cambiaría una realidad por otra.
—¿Será que todos están en el banco? —Se preguntó mientras despegaba los ojos de las páginas. El banco era el único lugar en el que había que dejar los cubículos al lado de la puerta giratoria y seguir como si nada. Como esa conjetura era bastante loca, se quedó pensando en ella un rato hasta que se encontró chequeando su celular sin siquiera pensarlo.  —¿Dónde están todos? — se volvió a preguntar.
La atormentaba la posibilidad de ser la única que todavía conservaba el dispositivo. Debía comprobarlo, por eso volvió a prender la computadora y a pulsar F5, una vez más, y otra y otra y otra, hasta que un puntito rojo apareció en el extremo superior derecho de la página.
Era una notificación. Por fin tenía la emoción que tanto había buscado en su vida. Le hizo clic. La ventanita no se habría. Maldita conexión a internet. Comenzó a mover el cubículo, que si bien estaba diseñado para la tecnología, a veces funcionaba como aislante. Tomó el módem, que mediante un cable estaba conectado a la computadora, y lo empezó a mover como si realmente así pudiera atrapar la señal. Lo logró. La ventana se desplegó. Decepción total: era una invitación para crashear unos caramelitos.
No había nadie del otro lado. Todo el mundo sabía que estos seres, que envían solicitudes para jugar a través de las redes sociales, tienen las mentes tomadas por un androide, no piensan por sí mismos y ya no hay mucho que se pueda hacer para salvarlos.
Era obvio. Todos se habían ido. Antes de tomar la medida más drástica de todas, buscó esa cuenta que siempre stalkeaba y revisó los últimos vestigios de una especie extinta. Pero se encontró con los mismos posteos que había visto hacía cinco minutos atrás.
Fue menos violento de lo que pensé. Presionó suavemente las paredes con las manos y las tapas se desprendieron. El vacío la invadió un rato, incluso el soledómetro estuvo a punto de estallar hasta que por fin empezó a descender. La vi salir por la puerta mirando hacia todas partes, buscando a todos.
Pero la distorsión propia del cubículo le había jugado una (¿mala?) pasada. Me di cuenta de eso cuando noté que todos y cada uno, inmersos dentro de su propio sistema, también estaban oprimiendo F5.
Jul. 2015
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la-empleada-del-mes · 9 years
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Las frases más mentirosas de la historia (II)
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Como lo prometido se leuda (?) acá va esta segunda entrega dedicada a refutar la veracidad de algunas frases cotidianas. Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas. Después contame si tengo que sumar esa frase a la lista.
5) “Bien igual”
Te mandaste una cagada y te encajan esa frase para “hacerte sentir mejor”, pero generan el efecto contrario. Es como decirte: —Sos horrible, hiciste todo mal, no servís para nada. Pero no te sientas mal, entre toda la mierda que te mandaste, yo que soy un ser misericordioso, puedo rescatar una ínfima parte de lo que hiciste, que tan mal no está.
Es que el “bien igual” es un concepto macabro, porque oculta una ecuación mortífera, solo tenés que despejar la variable. Miralo bien, en realidad es: Bien = (pelotuda/o).
6) “Te lo digo en una buena”
Probablemente te digan “bien igual” en “una buena”. Hay gente que realmente siente que con esta frase está suavizando el mazazo que te acaba de tirar. La mentirosidad de esta sentencia radica en que produce el efecto contrario al que busca causar. “Te lo digo en una buena”, además de ser tan suave como un cepillo de alambre, es el moño lava remordimientos de una cajita que nuestro interlocutor nos quiere regalar, pero que no queremos recibir. Pasa que con la etiqueta de la sinceridad se da y se recibe cualquier cosa. Por eso, ustedes están haciendo mal, no deberían ser tan boluseres de recibir cualquier paquete moralizante, si no, van a terminar peor que yo y eso ya es demasiado. Pero tranqui, este consejo va en una buena.
7) “Más vale tarde que nunca”
Decile eso a tu jefe cuando llegues tarde a ver si esta frase te salva. No, mejor no se lo digas, porque el tipo probablemente prefiera “nunca” antes que “tarde”. En la mayoría de los casos (eso basta para refutar la verdad absoluta de esta frase), más vale hacer algo en el momento esperado, que lograrlo tarde cuando esa acción ya no tenga sentido. Veamos algunos ejemplos:
1)    —¡Llegué, lo logré! ¡Corrí la 25 K! ¡No lo puedo creer! ¿Dónde están mi barrita de cereal y mi Gatorade?
—Papá, ya se fueron todos, me dieron tu premio a mí y del aburrimiento me lo comí. Perdoname.
 2)    —¡Acá está el antídoto para terminar con la pandemia! Luché en nueve galaxias para quitárselo de las garras a los tiranos del Universo, quizás demoré un poco, pero más vale tarde que nunca…hey…¡Hola! ¡Holaaaa! ¿Hay alguien en este planeta?…eta?…eta?…eta?
3)    —¡Vamos, gurises! ¡Mc Gyver perdió su navaja! ¡Hay que buscarla si no queremos caer en esa catarata!
(5 minutos después)
—¡Bo, la tenía adentro de la campera de corderito! Qué loco, ¿no? Bueno, lástima que ya…eh, menos mal que sabían nadar.
 8) “Un reloj descompuesto acierta hasta dos veces al día”
Mentira. Tengo datos empíricos que lo demuestran, anduve como un mes con el reloj descompuesto y el aparato le corría de atrás a la hora exacta. Si eran las 15, él marcaba las 17 y si eran las 17 él te daba las 19. Si ponías en hora el adminículo (siempre quise usar esa palabra) seguía en cualquiera. Mal. Claro que algún perista (gente del pero) podría preguntarse qué pasa si el reloj tuviera sus agujas paradas en una hora determinada. Bueno, déjenme decirles que ese reloj no está descompuesto, está completamente roto, porque todos sabemos que para estar descompuesto debería funcionar mal, y este ni siquiera estaría funcionando.
 9) “Al que madruga dios lo ayuda”
Pah, es obvio que no. Para empezar si fuera así el madrugador no sería llevado a su trabajo en un ómnibus lleno/parado/embutido/con olor a embutido/ sin oxígeno/a los saltos, sino en una limosina con canilla libre de Colet y aroma a lavanda. A cambio, tenemos el Colet derramado por algún niño en el único asiento que quedaba (en el mejor de los casos derramado del envase de cartón y no del humano) y aroma a la banda (sí, esa banda).
Si dios ayudara a los madrugadores, les daría mejor humor y les quitaría los sueños: el de los bostezos y el del anhelo a poder dormir ocho horas algún día. Sin embargo, quienes duermen hasta tarde se despiertan con un positivismo exacerbado y no los para ni un lunes después de semana de Turismo. Ven la vida color de rosas y huelen a ellas, mientras vos, que estás en la vuelta desde hace horas, ya olés a la banda (sí, esa). También suelen decir frases como la siguiente.
10) “No hay mal que por bien no venga”
Terminemos con el positivismo complaciente para esas cosas que si bien tienen solución, nos complican bastante la vida aunque sea tan sólo por un rato. Te llueve encima y te olvidaste el paraguas. Se te termina la batería del celular justo cuando más lo necesitás. Se te rompe la computadora y no podés terminar ese trabajo. Una paloma te caga encima. Te va mal en el examen. Perdés el ómnibus. Perdés tu trabajo. Perdés tu pareja. Entrás en mil crisis. Y nunca falta el pelotudo que te diga que “no hay mal que por bien no venga”. ¿Me querés explicar qué es lo bueno de todo eso? Ah, no sabés. No, no me digas que “las cosas por algo pasan”. Esa frase ya la puse en la primera lista de frases mentirosas. Y no, tampoco me digas que la intención es lo que cuenta, pero la voy a anotar para la próxima.
 17 May
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la-empleada-del-mes · 9 years
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Un frasco de tiempo
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—Sabés que él hace tiempo que…
—Pará, pará, pará, ¿qué dijiste?, ¿que “él hace tiempo”? Me muero. ¿Cómo lo hace? Es mi sueño, siempre quise hacer tiempo. Me pregunto si me regalará un poquito, o si no, puedo hacerle un trueque, le daría mi colección de tazos de Chester Cheetah… ¿Qué?, no me mires con esa cara, ¿decís que no da? Le puedo dar mis figuritas de Joe Bazooka también. Lo que sea. Lo que sea por un poco de tiempo.
Nah. No me digas que lo vende. Estaba visto, el mejor invento del mundo tenía que sucumbir ante las lógicas del capitalismo. Se va a llenar de plata tu amigo. Estoy pensando…¿te acordás de aquella publicidad de una tarjeta de crédito que decía: “hay cosas que el dinero no puede comprar”? Bueno, ¿te das cuenta? Eso ya no corre ni para el tiempo.
Ya me imagino las colas del supermercado para comprarlo. Qué loco, pensar que el súper se va a convertir en un lugar para hacerse de tiempo y no para perderlo, como ahora. Incluso, ya veo los sorteos de fin de año donde la gente podría ganar tiempo en vez de autos y viajes. No te rías, no digo nada extraño, si el tiempo se puede fabricar me parece de lo más normal que sea una sustancia preciada.
Porque es una sustancia, ¿no? No sé, igual no me lo imagino sólido, lo veo más bien como una esencia en frasquitos de diferentes medidas. El tiempo tiene que ser líquido, porque viste que la gente siempre dice: “Me tomó un tiempo” o “te tomo el tiempo”. Por eso, el tema es no volverse un adicto de esta sustancia, porque todo el mundo sabe que el tiempo es bueno en su justa medida, como todo en esta vida. Seguramente algunos comprarán más del que necesitan y después no sabrán qué hacer con él.
Ya sé que hay que tener cuidado con los excesos, pero qué te apuesto que más de una vieja de pantuflas entrará al almacén, se acodará al mostrador y le gruñirá al vendedor: “Deme todo el tiempo que tenga”, mientras lo apuntará con el bastón y llenará su carrito de feria con el motín. Y por supuesto, ya aparecerán los ladrones del tiempo, porque como alguien dijo alguna vez, el tiempo es oro.
¿Y los estafadores? Ya los veo queriéndote vender menos tiempo del que ofertan, o incluso diciéndote que el tiempo no te rindió lo esperado porque vos lo usaste en modo psicológico-placentero, cuando lo tenías que haber hecho en modo ansioso, mientras vos les querés explicar que nadie  puede ser tan masoquista como para querer tener tiempo en ese modo.
Sabés que lo pienso y me parece que esta mercantilización del tiempo no sería una buena idea. Podrías sugerirle a tu amigo que revea eso de venderlo, porque cuando el dinero entra en la lógica de las cosas, pasan esos desequilibrios.
Ya no podré decir más que “estoy haciendo tiempo” cuando en realidad quiero eliminarlo. Si hasta el momento esta frase ha sido contradictoria, ahora se vuelve más confusa. Mirá si la gente se cree que realmente tengo la fórmula para hacer tiempo.
Pero igual qué invento, bo. Es tremendo poder tomarte el tiempo que necesites para cada cosa que vayas a hacer. Olvidate de los despertadores, de los relojes, de los plazos, de las fechas de vencimiento, del almanaque, de cumplir años y de la vida tal como la conocemos. Los cambios solo estarían marcados por nuestro aburrimiento y todo estaría bajo nuestro control.
¿Qué, no te copa? Bueno, es cierto que apenas me entero de esta invención, pero tampoco es tan precipitado pensar en otro mundo posible, ¿o sí?
No me mires con esos ojos desorbitados, debe ser que no has dormido en días por todo lo que tuviste que hacer…Ah no, esa soy yo, no recuerdo cuándo dormí por última vez. Capaz que estoy durmiendo ahora y no me estoy dando cuenta. Pellizcame, porque no todos los días te enterás de una noticia como esta. ¿Qué te pasa? Pareciera que hace rato que querés decirme algo.
—Dejá. Ya fue.
—Es que el tiempo se pasa volando, viste. Necesitamos más.
3 May
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