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carlosortegavilas · 5 years
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El “Yo-Yo” es el tema elegido para el número 4 de la revista La gran belleza. Un honor figurar entre los autores seleccionados, con el relato “Cinco lobitos”. 
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carlosortegavilas · 6 years
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Muy feliz de participar en el número 4 de la revista de exploración narrativa Madera editada por Madera Berlin. 
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carlosortegavilas · 6 years
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Entrevista capotiana en ‘Alma en las Palabras’, por Toni Montesinos
Entrevista capotiana a Carlos Ortega Vilas. En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carlos Ortega Vilas.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me horroriza la idea de no poder salir jamás de un lugar. Por mucho que me gustase, buscaría la forma de huir. De no ser posible, elegiría una ciudad. Lisboa, quizás. O Estambul.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de los animales y de la gente. En general, procuro no acercarme demasiado ni a unos ni a otros. Eso sí: desconfío de la gente que ama en exceso a los animales.
¿Es usted cruel?
Todo lo que puedo, siempre que no le afecte a ninguna persona —o animal— en particular. Es decir: me gusta explorar la crueldad a través de la ficción. Fuera del papel, procuro que no se me note. 
¿Tiene muchos amigos?
No. Pero me gustan los que tengo. Y no es una lista cerrada, por supuesto. Las amistades surgen cuando uno menos se lo espera. 
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco ninguna cualidad en mis amigos, sería como hacer una prueba de selección para ver si somos compatibles. La amistad se da o no se da, eso es todo. 
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, nunca. Por eso mismo: no espero nada de ellos, de manera que todo lo que me ofrecen me parece de una generosidad inusitada. 
¿Es usted una persona sincera?
Soy sincero cuando escribo. La sinceridad en la vida real es una cualidad sobrevalorada, en mi opinión. Esto no quiere decir que me pase el día mintiendo. Solo que a veces prefiero callarme lo que pienso, por el bien común… Y el mío propio.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El tiempo libre no lo ocupo: lo pierdo. Leo, paseo, veo películas o no hago nada. Es un lujo no hacer nada. También duermo. Me gusta mucho dormir.
¿Qué le da más miedo?
Se lo preguntas a un hipocondriaco. Cada día descubro algo nuevo que me aterroriza. La enfermedad, supongo. La descomposición. A veces creo que puedo percibir que se me acaba de fundir una neurona o que una célula está dando su último aliento y va a descompensarme algún órgano vital… Es horrible.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Cada vez me escandalizo menos. Creo que forma parte de este oficio: se necesita cierta distancia emocional para escribir (yo la necesito). Escandalizarse no ayuda a encontrar el tono adecuado con que tratar ciertos temas. Escandalizarse, en general, no cambia nada. Las injusticias hay que combatirlas con acciones. 
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No sé si llevo una vida creativa, aunque sea escritor. Pero en cualquier caso no fue una decisión, sino una necesidad de encontrar algo que le diera sentido a esto de respirar, de levantarse cada día y enfrentarse a… ¿A qué? Ni idea. Por eso escribo, fundamentalmente. Es una actitud muy egocéntrica, en realidad. De haber tenido el talento y las aptitudes necesarias, quizás hubiera intentado ser músico o actor o ilustrador o bailarín… O botánico.  
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
De forma discontinua. A veces paso temporadas tratando de sacar abdominales en el gimnasio, y otras apenas me muevo de la silla. La constancia no es uno de mis puntos fuertes. Nunca lograré tener abdominales, lo sé.  
¿Sabe cocinar?
Sí. Y me gusta, cuando tengo tiempo. Además, cocinar es componer, de alguna forma: seleccionas los ingredientes, los combinas, añades un poco de esto, un poco de lo otro, condimentas, espesas… En fin: se parece bastante al proceso de escritura de un relato, por ejemplo. Mientras cocino, también escribo. Mentalmente. 
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No me gusta escribir sobre personajes inolvidables. Me interesan más los que han sido olvidados. Quizás me atreviera a escribir un artículo sobre Jane Bowles. No creo que sea una autora olvidada, por supuesto, pero quizás no sea tan conocida como se merece. Además, tengo una conexión extraña con ella: cuando la leo siento que miro a través de sus ojos. No sé si el Reader’s Digest aceptaría mi artículo, claro.  Pero ese ya es otro tema.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
¿Para quién? En mi caso son tres: página en blanco. En un contexto más universal, elegiría dignidad. 
¿Y la más peligrosa? 
Humano, con la acepción de espécimen.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Día sí, día no. Pero nunca me lo he tomado demasiado en serio, por el momento. Por fortuna la ficción me permite canalizar mis instintos criminales. 
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Para mí el campo de batalla es la literatura, en todos los aspectos de la vida, incluyendo la política. Fuera de ese territorio, creo que mi opinión no resulta relevante.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una escultura helenística… El Spinario, por ejemplo. Aunque tuviera que pasarme la eternidad hurgándome la planta del pie en busca de la dichosa espina, que debe ser el colmo de un hipocondriaco. Al menos el bronce envejece mejor.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Creo que vivir es el mayor de los vicios. Ahí caben todos los demás, empezando por la siesta. Nunca podría renunciar a una buena siesta.
¿Y sus virtudes?
“Virtud” es una palabra que procuro evitar, quizás por cierto matiz un tanto puritano y moralista que aún me parece percibir en ella. De todos modos, alardear de las propias virtudes, ¿no es más bien un vicio?
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ahogarse es algo muy serio. Una vez casi lo consigo, y no recuerdo que me pasase ninguna imagen por la cabeza. Si te ahogas, no piensas. Solo quieres respirar, con todo el cuerpo. Pero supongo que dentro del esquema clásico, si fuera un personaje de ficción, quizás me acordase de sobrellevar la muerte con la altivez del ahogado más hermoso del mundo, que tan bien consignó Gabriel García Márquez. O pensaría en los bolsillos lastrados de Virginia Woolf, si me estuviera ahogando en un río. De ahogarme en el mar, puede que buscase la mirada esquiva y triste de Natalie Wood, la de Alfonsina Storni, sin nodrizas ni sirenas. O pensaría en Lupe Vélez, si acabase ahogándome en la taza de un váter —aunque lo suyo fuera pura leyenda—, que nunca se sabe, y yo me ahogo hasta en un vaso de agua. Esto de ahogarse, ya lo dije, es cosa seria.
T. M.
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carlosortegavilas · 6 years
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carlosortegavilas · 6 years
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carlosortegavilas · 6 years
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carlosortegavilas · 6 years
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Reseña de ‘El santo al cielo’
Por Francisco de Morandé
El pasado sábado, 3 de febrero de 2018, fiesta de san Blas, obispo de Sebaste en Armenia, y mártir (para ir a tono con el libro que comentamos) y coincidiendo con BCNegra 18, tuvo lugar en la librería «Antinous» la presentación de la primera novela del autor canario Carlos Ortega Vilas, a cargo de la escritora barcelonesa Susana Hernandez, especialista en género negro. “El santo al cielo”, publicado por la editorial Dos Bigotes en una cuidada y atractiva edición, es un libro que atrapa desde las primeras páginas, en las que ocurre un asesinato que ha de resolver una pareja “mixta” de agentes: Aldo Monteiro, inspector de la Policía Nacional, y el teniente de la Guardia Civil Julio Mataró, designado colaborador suyo en la investigación.
El hecho de que sepamos desde el principio quién asesinó a la víctima no resta en absoluto interés a la trama, ya que esa primera revelación esconde todo un trasfondo criminal que es el que acabarán por desentrañar los dos protagonistas masculinos y en cuyo centro se halla el duro secreto que ha hipotecado la vida de la profesora Silvia Manzanares, el tercer personaje principal. A partir de este planteamiento y a lo largo de 560 páginas muy bien escritas y que se hacen cortas, el autor nos conduce por los recovecos de una historia en la que no faltan inesperadas evocaciones de tipo histórico (el sutil atentado que costó la vida a Isabel, emperatriz de Austria-Hungría, la célebre Sissi), poético (la figura del modernista Rubén Darío, de exquisita estética, “para mariquitas” como dirá uno de los personajes) y hagiográfico (el “Martirologium Romanum”, catálogo razonado de todos los santos de la Iglesia Católica, que el autor utiliza felizmente en su edición anterior a las reformas litúrgicas salidas del Concilio Vaticano II, con lo que queda intacta su original enjundia).
A propósito del elemento hagiográfico, aunque de paso, hay que decir que la portada del libro está muy bien lograda: san Miguel Arcángel, reivindicador del orden divino (personificación de la justicia) y, al mismo tiempo, abogado de las almas de los difuntos ante el tribunal divino (representación de la indulgencia) encierra la dinámica que se entabla entre las actitudes de Monteiro y Mataró ante quien comete el asesinato que está en el origen del relato. Muy sugestiva, además, es la postura del ángel que clava su lanza no en el consabido dragón luciferino, sino en un corazón descubierto, de modo que no se sabe si se trata de un golpe exterminador o de una sublime transverberación (amor dolens). Y esta tensión es el que atraviesa la novela: amores que hieren (y matan), tipos que se deifican y se creen los árbitros de las vidas ajenas y que lo tienen todo bajo control, venganzas justicieras y justicias vengadoras…
Acertados los recursos literarios: la indeterminación de la ciudad desde la que se conduce la investigación (puede ser cualquiera que tenga un jardín botánico y tren metropolitano, quedando excluida Barcelona por la presencia en la acción de cuerpos policiales de escasa operatividad en Cataluña), lo que permite al lector adaptar los datos a ambientes que le son familiares y cómodos de evocar; la tensión sexual que no se acaba de resolver entre el policía nacional y el guardia civil, lo que evita caer en la obviedad y lo trillado, alimenta el interés en esa atracción mutua que flota entre los dos hombres y mantiene en vilo al lector hasta un final que queda promisoriamente abierto; ciertos personajes secundarios, caracterizados de tal manera que complementan y ayudan a entender mejor por contraste a los protagonistas (es el caso del capitán Herranz, del docente Pedro y de la exuberante Ana); el epílogo, que, en realidad, es un flashback en el que se revela el hecho subyacente al asesinato del comienzo, pero que ya había ido siendo sugerido a lo largo de la narración.
No hay “efectos bomba”, ni golpes de escena, ni explicaciones retorcidas (muy acertadamente rechazadas como deshonestidad por Susana Hernandez) ni soluciones forzadas o expeditivas (como el deus ex machina que en las óperas barrocas bajaba al proscenio para arreglar los más enrevesados argumentos). El suspenso se mantiene gracias a que el autor lo cuenta todo desde el inicio, pero no del todo: los episodios se suceden, desarrollando progresivamente el cuadro hasta que se impone la elemental lógica de los hechos, tal como pasa en la vida. El volumen, como queda dicho, tiene más de 500 páginas, pero no hay que asustarse: una vez emprendida su lectura se pasan con tal facilidad y fruición que quedan ganas de más. Y más es lo que nos promete (para regocijo de sus lectores) Carlos Ortega Vilas de las andanzas de Aldo, Julio y Silvia.
La presentación que de “El santo al cielo” hizo –en el marco del club de lectura de los sábados de «Antinous»– Susana Hernández fue acertada e instruyó a la concurrencia en varios aspectos importantes de la novela negra tanto en su exposición como en diálogo con el autor. Los asistentes pudimos ver así colmada nuestras expectativas al acudir a este acto, en el que destacó, además, la presencia de otro escritor ya presentado en la librería: Francisco Javier Olivas, autor de la novela contra la homofobia “El tercer lobo”. Da gusto ver cómo jóvenes literatos mantienen vivo con su talento nuestro gusto por los libros.
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carlosortegavilas · 6 years
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Presentación de El santo al cielo en Barcelona (librería Antinous), con Susana Hernández. 
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carlosortegavilas · 6 years
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carlosortegavilas · 7 years
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El santo al cielo, ya disponible como audiolibro en la plataforma Storytel. ¿Te apetece escucharlo?
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carlosortegavilas · 7 years
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El santo al cielo, crimen y martirologio. Brillante Carlos Ortega Vilas.
Almudena Natalías se encomienda a todos los santos del calendario para que Carlos Ortega Vilas publique nueva entrega con las investigaciones de sus dos increíbles detectives, Monteiro y Mataró.
Carlos Ortega Vilas (Las Palmas 1972)  es escritor, profesor de español, corrector profesional y de estilo —algo que se intuye leyendo El santo al cielo, la novela que nos ocupa—, ha sido responsable entre los años 2007 y 2014 de los cursos de escritura de relato en Letra Hispánica (Salamanca). Coordina desde 2015 los talleres de escritura creativa Fuentetaja en Las Palmas. Colabora con El País en la edición digital de El Viajero. Autor del libro Tuve que hacerlo y otros relatos (Baile del Sol, 2015). Sus relatos han aparecido en diversas antologías, como Diario del Padre Tadeus Rintelen / Resaca negra (Ediciones Hontanar, 2013), A los cuarenta y otros relatos en crisis (Ediciones Beta, 2011) o La lista negra: nuevos culpables del policial español (Salto de Página, 2009), entre otras.
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Un 5 de diciembre, en una ciudad indefinida, aparece el cadáver de un hombre en una casa cerrada desde el interior. Aldo Monteiro, Inspector de Policía y Julio Mataró, teniente de la Guardia Civil, son los encargados de descubrir quién es la víctima y quién el asesino. Paralelamente, conocemos a Silvia, una mujer discreta e insatisfecha.
A esta investigación se une el caso de Daniel, un adolescente desaparecido  dos años antes, que obsesiona al Inspector. Cuando descubrimos que Daniel es el hermano de Silvia, sus pasados empiezan a ser clave en la resolución de ambos misterios.
Son estos tres personajes quienes llevan el peso de la historia en El santo al cielo.
Monteiro, profundo conocedor del martirologio, se define a sí mismo como «un ateo recalcitrante y sin fisuras (…) me divierte el psicoanálisis, la psicomagia, la interpretación de los sueños y todos los santos», aunque no hay duda de que es la mente más brillante de las tres.
Julio Mataró es un inseguro guardia civil que actúa como el Sancho Panza de Monteiro ya que, admirando su genialidad, intenta ser el contrapunto de sus excentricidades de manera apenas consciente. Es un personaje lleno de matices. Comienza siendo un Guardia Civil riguroso con las normas y escandalizado con los métodos de Monteiro, pero, poco a poco, acaba ablandando la coraza (quizás con cada cigarro que fuma casi a escondidas) y mostrando sus propias debilidades, que no lo son tanto ya que Mataró es el personaje más humano de la novela y el que aporta los guiños humorísticos al caso, que, como define Monteiro es un caso «amargo y frío».
Silvia, como la princesa de la Sonatina de Rubén Darío, poema con el que empieza la novela, quiere amor despreciando todo lo material y vive aislada en esa ciudad sin nombre, con miedo a compartir su soledad y sus secretos.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
La princesa persigue por el cielo de Oriente
La libélula vaga de una vaga ilusión.
Siendo una novela tan extensa es inevitable comentar algunos de los personajes secundarios que pueblan la Navidad de esta ciudad.
Waldo, alias el Santito, sicario con pocas luces, su mujer Ana Goicoechea, oronda exprostituta reconvertida en madre amantísima y su hijo Yeimer, alumno de Silvia, que protagonizan el secuestro más absurdo y grotesco que podamos imaginar.
#LecturaRecomendada: #ElSantoAlCielo, de Carlos Ortega Vilas, @DosBigotesEdit @almudenatalias
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La novela se estructura en tres partes y un epílogo. Los capítulos son breves y en cada uno de ellos el narrador nos muestra el punto de vista de un personaje diferente, lo que dota a la historia de una agilidad impropia de una novela tan larga.
El asesinato de Orion Dauber es solo el punto de partida. Este crimen pertenece al subgénero de «misterio de tipo cuarto cerrado», uno de los esquemas más clásicos de la novela policiaca, recordándonos Los Crímenes de la Calle Morgue de Poe, El Misterio del Cuarto Amarillo de Leroux; si la casa está cerrada y el asesino no puede salir de otra manera… ¿cómo pudo escapar? Carlos Ortega Villas recupera un género que nos remite a las novelas del XIX sin hacer ninguna trampa de última hora. Monteiro y Mataró tienen que resolver el misterio utilizando el razonamiento y la lógica, sin dejar ningún cabo suelto.
El lector se adelanta a la investigación al conocer la identidad de la víctima y la identidad del asesino, por lo que puede centrarse en descubrir la personalidad y el pasado de algunos personajes, pasado que irremediablemente entorpece la investigación. Una antigua desaparición, un secuestro, blanqueo de dinero, unas relaciones incestuosas, otro asesinato, actos de vandalismo, todo esto se mezcla en esta historia convirtiéndola en un puzle a completar.
Los diálogos son ágiles y útiles, sobre todo las conversaciones entre el Inspector y el teniente:
—Quizás es un delirio de Ana. Igual tiene astenia, después de todo…
—Isquemia, teniente.
—¿Y qué dije?
—Astenia.
—Ah. Eso es lo que tengo yo.
El Santo al Cielo es, por tanto, una historia que obliga al lector a permanecer leyendo hasta desentrañar el entramado de historias que rodean al crimen. Hoy es 17 de octubre —como diría Monteiro al empezar el día—, encomendémonos a Santa Teresa de Ávila, Virgen y Doctora de la Iglesia, Reformadora del Carmelo y patrona de los escritores católicos, para que podamos disfrutar de más investigaciones de estos peculiares detectives.
@almudenatalias se encomienda al santoral: quiere más novelas de Carlos Ortega Vilas. 
El santo al cielo
Reseña de Almudena Natalías
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carlosortegavilas · 7 years
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Entrevista de Eduardo García Rojas para Diario de Avisos
“No puedo evitar verlo todo un poco negro, escriba lo que escriba”
El santo al cielo es la primera novela de Carlos Ortega Vilas (Las Palmas de Gran Canaria, 1972), un libro que desde que circula en librerías ha logrado que se acerquen a él lectores aficionados al policíaco como los que se encuentran en las antípodas del género. Estilo, gracia y sobre todo un acerado retrato de la condición humanase son algunas de las claves que han hecho de El santo al cielo un título revelación. Carlos Ortega Vilas es además escritor de relatos cortos, territorio en el que se mueve con comodidad y que ha dado como resultados Manuel de depredadores y Tuve que hacerlo y otros relatos, precisamente son cuentos pero también una nueva novela los materiales con los que el escritor trabaja en la actualidad, obras de las que no quiere avanzar mucho aunque asegura que serán, inevitablemente, negras.
- Uno de los protagonistas de la novela, Aldo Monteiro, siente debilidad por los santos. ¿Siente Carlos Ortega Vilas debilidad por los santos?
“Esa debilidad por los santos, en el caso de la novela, es ante todo un rasgo que define la personalidad del personaje. El martirologio cristiano es una fuente inagotable de historias truculentas que me venían muy bien –o le venían muy bien a Aldo, mejor dicho– para ilustrar algún aspecto de la investigación. Al principio me pareció que era una contradicción interesante, porque Aldo se declara ateo. Sin embargo, a medida que iba profundizando en el personaje, comprendí que la contradicción no era tal. Aldo tiene un concepto muy estricto de la justicia –inflexible, casi–, una ética personal inquebrantable. Y ahí es donde conecta con estos primeros mártires, que murieron por defender un ideal. Aldo, al citarlos, no hace otra cosa que ponerse en la piel de esos personajes –con ironía, pero también con respeto– porque sabe que en otra coyuntura su propio sentido de la ética, de la justicia, podría acarrearle problemas muy serios. A lo largo de la historia, ¿cuántas personas con una ética inquebrantable no han sido también asesinadas por defender unos valores, como esos mártires primitivos? No los conocemos porque, curiosamente, las víctimas suelen perder el derecho a la individualidad. Son una masa informe sin nombre ni rostro, salvo en escasísimas ocasiones.”
- Pero sí se conoce a los verdugos.
“Los conocemos hasta la saciedad. Uno acaba preguntándose si no debería ser al contrario. Aldo, al menos, es de los que se hacen esa pregunta. Mi debilidad por los santos surge también de una contradicción que descubrí de pequeño: mis padres eran ateos –y yo también, claro–, pero siempre que surgía un problema llamábamos a mi abuela para que intercediera por nosotros ante algún santo –normalmente recurría a san Benito, por ser gallega, o a santa Rita–. Y, oye, siempre resultaba. Aprendí pronto que todos tenemos un agujero en el zapato. Es una de las lecciones que más me han servido a la hora de escribir.”
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- ¿Y cómo fue el proceso de creación de los personajes?
“El proceso de creación de personajes es siempre muy intuitivo. Quizás lo más difícil sea individualizarlos, otorgarles una voz propia –me molesta cuando leo novelas en las que todos se expresan de la misma manera y en el mismo tono, como si al autor le preocupase más escucharse a sí mismo que dotar de entidad a sus personajes–. Yo parto de la siguiente premisa: cada acción tiene consecuencias. Es ahí, donde se quiebra el equilibrio, que puedo intuir de qué pie cojea cada uno. Siempre trabajo a partir de las contradicciones de los personajes.”
- ¿Pero cuál le costó más trabajar?
“La protagonista femenina, Silvia, quizás fue el que más me preocupaba, porque no quería que cayese en el estereotipo de mujer fatal propio del género ni que fuera un personaje supeditado por completo a la historia de la investigación. Debía tener la misma importancia –o más– que los dos investigadores. Para lograrlo tuve que idear una serie de situaciones que me permitieran mostrar un arco evolutivo propio, lo más completo posible. De ahí, en gran medida, las subtramas que van entrelazándose a lo largo de la novela. El resto de personajes surgieron al tiempo que esas historias paralelas iban cobrando peso. Quizás el que más claro tenía desde el principio –aunque apenas aparece– sea Daniel, el adolescente desaparecido. Él es el verdadero origen de todos los acontecimientos. En cuanto a los secundarios, procuré tratarlos con idéntico mimo y respeto que al resto. Por breve que sea su aparición, todos tienen su momento de protagonismo, su peso en la trama.”
- ¿Y quiénes son Aldo Monteiro, inspector jefe de la Brigada de Homicidios y Desaparecidos de la Policía Nacional y el teniente Julio Mataró, su enlace con la Guardia Civil?
“Tanto Aldo como Julio surgieron en un relato anterior a la novela. En principio, ambos eran policías, pero decidí que Julio pasara a formar parte de la Guardia Civil para crear un conflicto añadido. Por entonces –en 2006, cuando comencé a escribir El santo al cielo– se había vuelto a reavivar un viejo debate: la unificación de los dos cuerpos. Me pareció una buena metáfora de situación. A lo largo de toda la novela se alude varias veces a esa posibilidad, que despierta recelos y malestar en ciertos círculos muy conservadores –y homófonos–, al tiempo que Julio va sintiendo una atracción cada vez mayor hacia Aldo. Hay un doble sentido en ese deseo de «unificación» de los cuerpos que trasciende los límites de lo estrictamente policial. De Aldo creo que ya he hablado bastante cuando tratamos su afición por el santoral. En cuanto a Julio, creo que es algo más ingenuo que el inspector —aunque a veces su actitud parece más una pose, una forma de protegerse— y mucho más flexible, más humano: comprende la debilidad de los demás. Ambos comparten un sentido de la ética y del deber —no de la justicia— bastante similar. Julio no es un héroe, pero es capaz de realizar algún que otro acto heroico, sin pretenderlo. Y eso es lo que, quizás, más valora Aldo en él. De alguna forma, se complementan. Creo que no puedo desvelar mucho más…”
- ¿Volveremos a verlos juntos en otra historia?
“Eso espero. De momento, tendrán que esperar un poco. De todos modos, hay una segunda novela esbozada donde los dos personajes vuelven a encontrarse. Lo bueno de las sagas es que una vez que has interiorizado a los protagonistas, sus voces permanecen.”
- ¿Cómo fraguó el diseño de la trama?
“En principio, El santo al cielo surgió de una propuesta de ejercicio en el marco de un taller de novela negra: resolver un misterio de habitación cerrada (un cadáver, una estancia cerrada desde dentro, un asesinato). Normalmente este tipo de historias se centra en averiguar el cómo. Las novelas enigma no me interesan en particular, de modo que me centré en los personajes. Mi principal preocupación a la hora de diseñar la trama fue reflejar sus motivaciones, en particular, las de Silvia —la asesina—. Planifiqué de antemano la estructura, capítulo por capítulo, hasta el epílogo, que para mí es la piedra angular de toda la novela. Es lo que suelo hacer cuando comienzo un proyecto, ya sea un relato breve o una novela: tengo una escena final en mente que muchas veces es también el origen de la trama, y voy reconstruyendo la historia con ese desenlace en la cabeza. No lo escribo hasta el final, me obsesiona de tal modo que actúa como un detonante con efecto retardado. Tengo que llegar a él, antes de que explote… Aunque tarde tres años, como en este caso. Reconozco que a veces resulta un tanto agónico trabajar así, pero es la expectativa lo que mueve toda narración. Siempre hay que mantener una puerta abierta a la incertidumbre.”
- ¿Y qué atractivos tiene para usted el género policíaco?
“En primer lugar, me gusta cuestionar los estereotipos. Quizás fue uno de los retos que más me motivó a la hora de utilizar el género para contar esta historia. Ver de qué manera podía darle un vuelco a todos esos personajes de novela negra que me parecían muy manidos, que me provocaban antipatía o con los que no lograba empatizar —en especial cuando se trataba de protagonistas femeninas o de personajes homosexuales, tan planos en ocasiones, tan poco humanos—. Lo demás, tuvo que ver con mi manera de entender la escritura. No concibo contar sin utilizar el suspense, por ejemplo. También me gusta el ritmo propio del género, donde prima la acción sobre la descripción, los diálogos, el lenguaje cinematográfico, una cierta sensibilidad para contar que a veces se aproxima a la del realismo sucio. Me gusta el trasfondo de crítica social que suele contener este tipo de novela, la capacidad de retratar una época y sus miserias. Por último, creo que lo negro es una forma de mirar, más que una fórmula para crear tramas. Y yo no puedo evitar verlo todo un poco negro, escriba lo que escriba.”
- Usted que imparte talleres literarios, ¿cree que son necesarios para aprender a escribir una historia?
“Creo que los talleres de escritura sirven para adquirir una rutina de trabajo, para experimentar con tus propias posibilidades y sorprenderte. Es útil para conocer técnicas y desechar «vicios», para afianzar un deseo, expandir límites, descubrir nuevas lecturas, nuevos autores. Quizás, lo más importante que puede aprenderse en un taller es a concebir la escritura como un oficio, y no precisamente fácil. Aquí no hay fórmulas matemáticas —ni mágicas— para conseguir un resultado idóneo. Luchamos constantemente con la inseguridad, con el miedo a exponernos ante la mirada crítica de los demás. La literatura nace de la intuición, y de la propia literatura. La intuición no se puede enseñar, y la literatura precisa de una inmersión demasiado íntima para ser impuesta. Pero sí se puede entrenar la capacidad de observación, la mirada —cómo objetivar el tema, cómo seleccionar y dosificar la información—, la lectura crítica… Lo demás es empeño personal y, lo más importante, una mente abierta. Los prejuicios y los lugares comunes deberían quedar desterrados del papel.”
Carlos Ortega Vila explica que cuando escribe relato “tengo muy claro lo que debo callarme” mientras que cuando escribe novela “intento centrarme más en lo que debo contar para que los personajes hundan las raíces en la historia y se agarren bien a ella; que no los tumbe una corriente de aire.” No obstante, reconoce que en esencia aborda de la misma manera tanto un género como el otro y huye de las digresiones interminables “aunque digan que en la novela están permitidas” porque intenta que todo resulte relevante en el texto, que tenga una función, da igual que sea novela o cuento. “No soy un lector sufriente, y por tanto no me gusta hacer sufrir a nadie. Creo que la literatura no está reñida con el entretenimiento, y que muchos de los mecanismos que funcionan en el relato no hay que perderlos de vista al escribir novela: síntesis, acción, esfericidad…, incluso la irrupción de un elemento extraño son algunas de las cosas que tengo muy en cuenta a la hora de escribir, da igual el género.
Saludos, santo, santo es el Señor, desde este lado del ordenador.
Por Eduardo García Rojas (29/07/2017)
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carlosortegavilas · 7 years
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carlosortegavilas · 7 years
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El santo al cielo: cuando el monstruo es tu familia
Por Carlos Augusto Casas
Da un poco de vértigo pensar que uno no puede elegir las cosas verdaderamente relevantes de la vida. La familia, por ejemplo. O la salud o el amor. La rueda de la fortuna gira y nosotros atados a ella mientras el hombre con los ojos vendados lanza los cuchillos. No suele fallar. Las hojas de metal se quedan a pocos centímetros de nuestro rostro. Pero a veces al azar le tiembla el pulso, arroja el cuchillo antes de tiempo y…
Sólo damos importancia a la familia cuando nos falta o cuando es mala (como la salud, como el amor). Si tienes una familia normal, (cada vez entiendo menos este término, los vecinos de los asesinos en serie siempre dicen de ellos que era personas normales) quiero decir que te quiera y que te respete, tiendes a pensar que eso es lo habitual, que todas las familias son así. Pero no. A veces, el horror se esconde en nuestro círculo más próximo. Del que es más difícil de escapar. Formado por los que tienen que protegernos, educarnos, cuidarnos, amarnos. Monstruos que con toda seguridad criaran monstruos. A veces al azar le tiembla el pulso y el cuchillo se nos clava para quedarse dentro de nosotros para siempre.
De eso habla la novela El santo al cielo, escrita por Carlos Ortega Vilas y editada por Dos Bigotes. Un inspector jefe de la Policía Nacional, con debilidad por los santos, y un teniente de la Guardia Civil colaboran en la resolución de un extraño caso. Un hombre aparece muerto en su casa con una herida punzante en el corazón. Lo extraño es que toda la vivienda está cerrada por dentro. Nadie pudo entrar para cometer el crimen y después salir. Un suceso que tiene que ver con Silvia, una joven que lleva una vida gris y monótona aparentemente autoimpuesta. Su relación con el cadáver destapará una oscura trama en esta novela policiaca llena de giros argumentales.
Una novela de más de 500 páginas que no deja de sorprender al lector. Quizás ese sea uno de los puntos fuertes de la obra unido a la solidez de la trama. Un thriller muy bien construido que no defraudará al lector. La obra ha sido finalista del premio Silverio Cañadas a la mejor primera novela negra en la edición de este año de la Semana Negra de Gijón.
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carlosortegavilas · 7 years
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Momentos gastronómicos de novela: ‘El santo al cielo’ de Carlos Ortega Vilas
Por Yanet Acosta en The Foodie Studies
El santo al cielo es una novela negra del escritor Carlos Ortega Vilas protagonizada por Aldo y Julio, un policía nacional y un guardia civil, respectivamente. Es una novela de resacas, cigarrillos consumidos con culpabilidad, muchos zumos de naranja y café. Pero en un momento delicioso de la novela la acción se da un respiro. Aldo prepara con complicidad un almuerzo en el que la pasta es la protagonista y ahí, solo en ese momento, la sensibilidad que lleva escondida bajo su capa de socarronería se revela.  El plato elegido es Bucatini all’amatriciana con bacon en lugar de guanciale y sin guindilla (aclara el cocinero).
En la novela —publicada en España por Dos Bigotes en 2016— destaco una frase que aunque no sea gastronómica, me parece muy cercana a los sentidos:
“La razón es cobarde, Julio. No analiza todas las posibilidades, solo aquellas que son lógicas. La intuición va más allá: rastrea todas las alternativas, incluso las más disparatadas, y es justo ahí donde puede estar la respuesta”.
Admito que disfruto de la creatividad literaria para denominar platos de restaurantes y en El santo al cielo el autor nos propone un mero langostinado, del que dice uno de sus personajes que suena exótico, mientras el otro se zampa un solomillo a la brasa con teja de vinagre de sidra.
La novela se come de un bocado pese a ser algo voluminosa y desvela una vez más el uso como herramienta de la gastronomía en la Literatura.
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carlosortegavilas · 7 years
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‘El santo al cielo’ en el blog ‘Durante mucho tiempo me acosté con Proust’
Por Antonio Bordón
La banalización del mal
La novela negra ha experimentado en los últimos tiempos cambios drásticos, o lo que es lo mismo, ha sufrido un retroceso, un descenso deshonroso a las formas y maneras de consumo popular de donde la rescataron el siglo pasado autores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler o Patricia Highsmith. Y lo hicieron adoptando sin contravenirlos los hilos y   mimbres del relato policíaco clásico para, eso sí, malear sus convenciones de escritura, poniendo el celo máximo en el lenguaje y en unos diálogos agudos, ocurrentes e inteligentes. En la actualidad, poco de esto queda, ya que la "banalización del mal" ha llegado también hasta la novela negra, especialmente en nuestro país, donde la anécdota deviene categoría, lo trivial se trasmuta en estilo y lo ordinario adquiere naturaleza de extraordinario. Al menos eso es lo que se premia hoy en las “semanas negras” de la España más negra, que no es precisamente la de Puerto Hurraco, Alcácer o Fago. Por eso hay que saludar con entusiasmo El santo al cielo (Dos bigotes, 2016), de Carlos Ortega Vilas, una novela negra sobre la violencia como trance real, y no como una vaga entelequia, en el contexto de una oscura historia familiar que reúne todos los atributos temáticos del género —asesinatos, desapariciones, complots, relación amorosa entre agentes: un inspector de la Policía Nacional y un teniente de la Guardia Civil— sin que la trama, por decirlo de alguna forma, sea lo más importante. Ortega Vilas evidencia a lo largo de El santo al cielo su gusto por las emociones fuertes hasta el punto de que nos niega la catarsis que, sometido a la ferocidad de los sucesos que relata, cualquier lector mínimamente sensible exige casi a gritos después de acumular tanta tensión, tanto desasosiego. Siempre son odiosas las comparaciones, desde luego, y a menudo suelen esgrimirse cuando se carece de argumentos de peso para demostrar ciertas cosas. Sin embargo, a veces ayudan a clarificar los conceptos. Por eso, leyendo El santo al cielo, uno no puede dejar de pensar en algunas novelas de Highsmith, como Ese dulce mal o El grito de la lechuza, cuyos protagonistas, por encima de los artificios del género, actúan de manera natural con la situación dramática planteada. Con El santo al cielo, por su avasalladora rareza, su ritmo vertiginoso —la pausa es la fuente de inquietud—, y su vocación de estilo, Ortega Vilas se confirma como un escritor a seguir muy de cerca en el futuro.
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"Qué alivio sentir que otro tomaba decisiones por ella, aunque fuera una tan simple como situarla en un espacio concreto, con un fin concreto. ‘Descansa’, le dijo. Ese era el fin. Silvia se volvió de cara a la pared. Él llamará ahora a la policía y ellos me reubicarán en otro espacio, pensó casi con indolencia. Tenía que aceptar que la vida no era más que eso: una mudanza continua. Un dolor agudo en el costado. Y un tener que afrontar la verdad en el momento menos oportuno. Pero, ¿acaso existía un momento oportuno para encarar una verdad como la suya?"
Carlos Ortega Vilas, El santo al cielo
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carlosortegavilas · 7 years
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Entrevista realizada por Eduardo García Rojas para “El Perseguidor”, página cultural del Diario de Avisos.
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