Miro por la ventana del autobús sin realmente mirar.
En mis audífonos suena, a un volumen poco saludable, Coldplay.
Estoy cansada, suspiro y cierro los ojos. Presto más atención a la canción que se reproduce.
Are you lost or incomplete?
Do you feel like a puzzle?
You can't find your missing piece
Tell me, how do you feel?
Well, I feel like they're talking
In a language I don't speak
And they're talking it to me
Poco a poco logro comprender qué dice y suelto una risa que, más que risa, es la predecesora de un nudo en la garganta. De una u otra forma, las letras de Coldplay siempre encajan en mi vida, no sé a qué se deba, pero Talk habla por mi alma y me causa gracia que sea así porque, irónicamente, no quiero hablar.
La vida me ha tratado bien estos últimos meses, pero algo no encaja, me siento como si estuvieran hablando en un idioma que no conozco, y me hablan a mí.
Siento un vacío dentro y sé perfectamente el origen de ese sentir, pero no quiero verlo. Negación probablemente sea mi segundo o tercer nombre. Nunca quiero ver las cosas que están haciéndome sentir incómoda, les cambio la perspectiva: siguen ahí, siguen hiriéndome, pero la perspectiva me adormece el alma y, por un tiempo, deja de doler.
Hasta que explota. Que sólo sucede cuando algo, un pequeño alfiler, una delgada aguja, un problema de dimensiones irrisorias, revienta mi burbuja de adormecimiento. Ahí es cuando duele, duele todo de golpe. Y no sé qué hacer con ello, porque pasa de ser un dolor pequeño y momentáneo a ser miles de dolores pequeños, que se hacen grandes porque se mezclan, que crean un monstruo de dolor cuya duración es mucho mayor a un momento.
Tengo con quién hablar de esto, pero nunca encuentro el momento o la confianza suficiente para hacerlo. Me siento una carga, un lastre, no quiero estorbar y prefiero no hablar. Estoy bien, me digo, estoy bien y no necesito hablar de esto. No vale la pena, no duele demasiado, no es para tanto. No necesitan escucharlo, no necesitan saber que no estoy bien. Soy fuerte, puedo con esto. Es imposible que esto me afecte tanto.
Un día me sentía tan mal que decidí comprar un cigarro. Un cigarro no es nada, me dije. Es mejor un cigarro que una pastilla mágica. Es mejor un cigarro que llorar delante de cientos de desconocidos. Es mejor un cigarro (mal palpable) que el nudo en la garganta (mal impalpable).
El encendedor amarillo soltó un chasquido y en un instante se prendió una pequeña pero poderosa llamita. Me puse el cigarro en la boca y lo acerqué a la llama. Aspiré. Prendió. Solté, aspiré. Me picó la garganta. Supo mal y bien. Solté, aspiré. Tenía un regusto a químicos. Solté, aspiré. El humo me picó los ojos y me lagrimearon un poco. No llores, me dije, estamos fumando para no llorar. Repetí el ciclo una y otra vez, hasta que el cigarro se terminó. Había sabido mal, pero no era su culpa. Fumar no es lo mío, lo siento, le dije a la colilla, eras un mal (in)necesario.
Miré el piso con la misma intensidad que un niño al ver su helado tirado.
“Te ves terrible”, pensé. Y no supe si me refería a la colilla que yacía en el suelo, aplastada contra el concreto, o de mí, que me sentía aplastada contra un concreto invisible, aplastada por los sentimientos que me habían caído de golpe tras meses de ponerlos “en perspectiva”.
Tal vez me refería a las dos…
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El otro día fui a la cocina por un vaso de agua y posé mi vista en un agujero en la loza que, mes con mes, se ha ido haciendo grande. Intenté recordar en qué momento se hizo o por qué, también me pregunté en qué momento fue que creció tanto. Analizando esta situación, me percaté de otros desperfectos en mi casa, todos con el mismo resultado: llevaba rato sin recordar que estaban ahí.
Fue así que llegué a la conclusión de que, en esta vida, las casas son un reflejo de nuestras mentes. Mi cama eternamente deshecha, el perenne ropero atiborrado y mi triste librero empolvado (además de todas las pequeñas grandes cosas que aún no veo) lo confirman.
¿Por qué dejamos que los desperfectos en la vida se hagan más y más grandes?, ¿por qué no los curamos desde que aparecen? Porque nos acostumbramos a su presencia, porque estamos hechos para adaptarnos al cambio, porque tarde o temprano pierde la novedad de la incomodidad, y en este mundo de destrucción e inestabilidad, preferimos acostumbrarnos a lo roto y dejarlo como está, porque ya es así, porque siempre fue así, porque es más fácil olvidar que existe, porque nos aterra intentar arreglarlo.
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Nothing ‘bout the way that you were treated ever seemed especially alarming till now
[…] Matilda, you talk of the pain like it’s all alright
But I know that you feel like a piece of you’s dead inside
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Honey, all the movements you've started to make
See me crumble and fall on my face
And I know the mistakes that I made
See it all disappear without a trace
And they call as they beckon you on
They said start as you mean to go on
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