Transformo mi realidad empezando por transformar mi realidad interior.

De una cuerda floja cuelgan mis palabras. Entre el abismo y el sol que lo revela todo, aprieto la cuerda en el espectáculo de las voces mientras mi corazón desborda entre coladeras lo que no se quiere callar.

Quiero acallar mis pensamientos y las voces que me rodean. Algo desde mi interior me dice que en el silencio encontraré el camino, como una gota lo sigue en un mar infinito y desconocido.

Miro las cascadas congeladas que abandonaste, palpo sus ásperos torrentes cristalizados y el hueco a la orilla en donde nos sumergimos a medio cuerpo; era nuestra laguna, alguna vez calentada por el sol y el azufre de tus pensamientos.

Ya no sé si siento hambre o dolor porque se confunden mis sensaciones con mis pensamientos, el paso del pasado con el ritmo del presente, y ya no quiero lamentarme por lo que no puedo recoger y que para siempre quedará derramado.

Corta la navaja mis decisiones que en el aire quedan expuestas; de un lado del filo, el mismo camino, del otro, la apreciación de lo interno, sin que nadie lo sepa.

Llévate tus fotos pero no la brisa que acaricia la arena, ni los mates que sellaron nuestras pláticas con las olas bajo la liviana luna. En el lenguaje del vapor tus recuerdos se subliman al paso del pulmón.

En este laberinto sin entrada ni salida, me disuelvo lentamente con gusto en sus pasillos que son tus cabellos. Palpo torpemente tus alas, me guían entre tus constelaciones y me hablan más que tus labios al intemperie.

Desistimos de caminar sobre ese acantilado porque era cuestión de tiempo para que las nubes dejaran pasar la verdad; pero disfrutamos mirar el precipicio de lo que ganaríamos y nos costaría, mientras el viento nos acariciaba con sus frías dudas.

Me someto a una tortura más: tratar de descifrar por qué te has quedado tanto tiempo en mí con todas esas raíces que dejaste en mi alma.

Me someto a una tortura más: tratar de descifrar por qué te has quedado tanto tiempo en mi corazón.

Para la familia no se miran etiquetas de precio, ni el reloj, se le da sin esperar nada a cambio y en ella también encontramos el regalo del perdón.

Ya no tengo otra ventana hacia ti, sino mis sueños.

Al fin te perseguí cuando, estremecido, supe que eras tú, grité tu nombre desde lejos, atravesé calles para llegar hasta ti, y cuando tomé los bordes de tu gabardina, no sabía qué hacer con mis manos, ni con mi voz, no tenía palabras sino solo tu nombre e impotentes lágrimas mientras veía tu acongojado rostro.

Trato de reconstruir tu imagen en mi recuerdo antes de que se disipe; solo me queda el contorno de la impresión que me dejaste, labios que podrían estar hablando de estos mismos deseos, y esos brillantes ojos en lo que quiero volver a coincidir.

Solo una mirada inocente y el deseo fue lo que nos atrajo, sin duda, todo lo que queremos y cae en el pozo del corazón se cumple y muy pronto nos unió el destino y —con la más mínima posibilidad de encontrarnos y sin explicación alguna— ya compartíamos pasos de baile tan fuertes como los golpes del tambor que golpeamos hasta el cansancio, hasta quedarnos sin un respiro, hasta atraparnos sin fuerza y solo quedó la última vía de la conversación.

La música se oye más fresca al viajar con tu compañía, atravesando las sinuosas curvas de tu deliciosa conversación.