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#catalinaberarducci
revistasentimental · 3 years
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EL JARDÍN DE LUIS CAMPOS
por Catalina Berarducci
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Durante todo ese día pensé que la expo se llamaba Garden of Deleite. Pensé ah, que gracioso, un chiste que mezclaba el Jardín de las Delicias y una anécdota personal que me desvía un poco del tema pero la cuento igual, total hace a la historia y me ayuda a entretejer este texto que seguro lo vengo caldeando desde hace no sé cuánto. La cosa es que fui a ver otra expo, no de la que voy a hablar ahora, pero una de mi amigo Nico Oyuela, dentro de la Feria Fain y pensé mientras veía sus pinturas que se veía todo muy Jardín de las Delicias. Por la paleta que era color caramelo de uva, por los arbustos de rubí y las criaturas del Dulce Reino. Todo mezclado y conviviendo en una visión extática y apetecible a mis ojos y a mi boca. Una semana después me llega a través de las redes sociales la promoción de Garden of Delete, una expo de Luis Campos curada por RRPP aka Antonella Rava aka Relaciones Públicas. Quiero ir fue lo primero que pensé. Quiero ir porque a mí la pintura me gusta más que cualquier otra cosa. Las ideas por lo general me aburren muchísimo ya que las certezas me interesan muy poco y siento que las ideas son por lo general intentos de crear certezas. La pintura en cambio es caprichosa, sexy, pero lo que más me gusta de la pintura es el detalle y la delicadeza. Yo no pinto eh, solo soy fan. Tampoco hablo de toda la pintura, pero sí de la que yo considero buena porque yo también soy caprichosa. 
Fui con mi amigo Dan, que acababa de llegar a la Ciudad de México y su amigo Jacob que también acababa de llegar. Entramos y ellos se quisieron ir enseguida. Otro amigo, Jason, los iba a llevar a un lugar dónde iba a haber más chicos y como andamos todas buscando algo, fueron a ver qué onda. Después resultó que los chicos eran hetero a lo que yo pregunté si eran lindos o interesantes y me respondieron que no. Yo no sabía muy bien si irme a mi casa o quedarme, si Dan y Jacob se iban, me quedaba sola en un lugar donde solo conocía vagamente a Susana y a Antonella. Dudé unos quince minutos, pedí un Uber y lo cancelé, hasta que finalmente me paré en el medio del espacio -algo sobre lo que voy a hablar a continuación- y me dije a mí misma Me quedo acá, voy a hablar con el artista que además de que me gustan sus pinturas me parece lindo y además voy a hablar con Susana y con Antonella que me parecen lindas y creo que me caen bien. Me conseguí una copa, la llené de vino y empecé a hacer preguntas. Lo primero que me contó Luis Campos fue que la muestra se llama así por el disco de Oneothrix Point Never. No conocía la banda, pero me imaginaba el sonido a partir de las pinturas, pensaba que podía sonar a algo fragmentado y caótico pero fundamental y subyacente. Como los parásitos que según yo veía en muchas de las pinturas y los que según yo, componen parte fundamental de nuestro organismo, lo queramos o no. Parásitos, cosas eliminadas que en realidad no desaparecen, andamios, estructuras para todo lo que no sabemos para qué sirve pero está ahí. Como si la realidad fuera un lienzo y las pinturas de Luis fueran tajos en ese lienzo que dejan ver lo que hay detrás. El pincel como una navaja es una imagen recurrente en mi corta, espasmódica y amateur carrera de escritora sobre arte.   Mientras caminaba a través de ese jardín de la eliminación pensaba ¿a dónde se van las cosas que borramos y después eliminamos de la papelera de reciclaje? Lo iba a googlear, pero no importa porque en parte sé que no desaparecen, como no desaparece nada ni aunque intentemos darle delete y después vaciemos nuestras papeleras. Se queda ahí y estas pinturas me lo mostraron. Es lindo cuando el óleo sobre el lienzo hace una magia. Para mí los lienzos de Luis eran un hackeo a mi realidad visual esa noche. Pequeñas ventanas, algunas más pequeñas que otras, cosa que a mí me Deleitó muchísimo. Demuéstrame qué tan sutil, qué tan detallista, qué tan suave podes ser con ese pincel y llegarás a mi corazón. Había dos pinturas pequeñas y preciosas, una sobrepuesta sobre otras dos o tres, pegadas intentando borrar a la anterior, pero en ese movimiento lo único que lograban era insistir más en su punción reveladora. Enmarcada con piedras, la otra verdad se asomaba en una composición a la que no le faltaban los andamios siempre presentes, los parásitos intrépidos y algunos objetos random derritiéndose entre sí, formando lo más parecido a la memoria y a la consciencia. Un jarrón, una mano, y lo demás es forma que se derrite y me absorbe. El otro, mi otro favorito, es el que quiere borrar a otros dos que nunca veré, pero que tanto el artista como Susana me dijeron que eran lindos. En el fondo amarillo se confirmaba mi hipótesis, el desgarramiento del lienzo que desgarra y abre ahora adentro del portal que hackea, otra dimensión que apenas veo a través de unos rasguños. Demuéstrame que tan febril puedes ser con tu pincel, oh pintor, y tendrás mi corazón, pienso. A Luis Campos no pude ligármelo porque está comprometido, pero pude seducir y ser seducida por sus pinturas que me envolvieron en una atmósfera charlatana y coqueta. Gracias a ellas pude catalizarme y hacerme amiga de Susana y Antonella, ambas viven en ese edificio en la calle Ciencias. Antonella vive de hecho en ese mismo espacio, tema con el que me gustaría terminar esta nota. Quiero decir que hacía mucho que no iba a un lugar tan genial a ver obras de arte. Más allá de que la sala en sí misma es linda y propone una dinámica para ir y venir y circular, Antonella hizo un trabajo muy bueno de curadora y montajista. Pensé en Lagos y en cómo nunca podía verla a ella totalmente, siempre era una figura que se me perdía en un espacio gigante lleno de gente y obras. Acá la veía todo el tiempo, no solo porque estaba ahí, si no porque sentía su presencia en los detalles. Dame detalles curadora, y tendrás mi atención. Pienso… Es cierto que no hablé de las instalaciones, no sé qué decir, no es algo ni bueno ni malo, solo que como ya repetí mucho: amo la pintura más que cualquier otra cosa.
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revistasentimental · 4 years
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AMADO ESCRITOR
Por Catalina Berarducci
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Amado escritor, 
Estoy leyendo tu último libro, Amado Señor, editado el mes pasado en Buenos Aires por la editorial Blatt & Ríos. Ahora mismo estoy en una isla y entre el sonido del mar salvaje y la lectura, siento que lentamente se va cerrando alrededor mío una esfera mística. Y floto. Cuando cierro los ojos aparece la imagen de un repollo blanco, como metáfora de la psiquis y el universo. No sé de dónde saqué eso, pero estoy segura de que esa idea no es mía. 
No puedo evitar relacionar el repollo con tu libro. Como una narración que va para adentro y no para adelante. Pienso que tu escritura hace mucho ese movimiento, hacia adentro y no hacia adelante, y es algo que me gusta mucho. Porque lo hacés de una forma muy simple, y muy maternal. Cuando leo Amado Señor siento al Señor igual que vos, amado escritor. Esto sucede porque tenés mucha fe en la escritura, y hay una transparencia en la forma que me permite no perderme dentro de este viaje a través del caleidoscopio de tu psiquis. 
Pienso en vos y pienso en Santa Teresa de Jesús, creo que son parecidas, pienso que quizás Santa Teresa vive a través tuyo y por eso escribiste este libro, y tus otros libros que son místicos también aunque no de una forma tan directa. Tus amadas moradas van mutando, insisto, como un caleidoscopio, que se lleva algunos colores y patrones de su forma previa para devenir en otra, distinta, ni más abierta ni menos abierta. Creo que en este libro puedo entender mejor el castillo que es tu mente, así como tu destino de escritor y místico. Además hay un conjuro, que se manifiesta sutilmente. Si leo durante mucho tiempo tu libro, y luego veo el mar, no puedo sostener demasiado la mirada, porque siento que cuando la ola se rompe, yo soy la ola. Sobre todo al llegar a la parte de la Amada Rosca, que es la parte más islámica de tu libro, pero también más carmelita descalza (como Teresa). Esa parte gira y gira como una sema sufí y sospecho que ahí lanzás tu conjuro (o maldición) desde el brujo gitano que no dudo que seas. Es increíble como un texto puede tener tanto movimiento y al mismo tiempo estar tan quieto. Qué hermosa es la literatura de viaje interior. Cuánto territorio salvaje que permanece igual de incierto que hace miles y miles de años. Algo que también me gusta mucho de tu escritura, y sucede mucho en El caballo y el gaucho (también editado por Blatt & Ríos), es cómo conectas los tiempos con las ideas y los conceptos, para recordarnos sobre la circularidad del pensamiento, o sobre la no-linealidad del tiempo y el espacio. Es tan difícil a veces, amado escritor, escribir, pues como decís “las palabras no me resultan lo suficientemente ambiguas”. Pero gracias a tu libro (amado libro), me fue devuelto algo parecido a un brillo. Julia Kristeva escribe en su libro Teresa, ¡amor mío! Que la escritura mística (yo pienso que la escritura en general) “hace nacer el mundo terrenal gracias a la mediación de las veintidós letras originales que operan en el aire: la permutación de estas entidades creadoras expresa todas las ideas y todos los objetos”. Escribir es hacer magia primitiva. 
Dudo un poco sobre lo que dije con anterioridad sobre la progresión no-lineal o invertida de tu libro, porque ahora que lo pienso, hay algo en la forma que se va asentando. Como la caravana de tus antepasados gitanos, que pasó del movimiento constante al asentamiento. Me refiero a que los últimos capítulos son más largos, menos ambiguos. Como si hubieras necesitado definirte un poco más…
Amado escritor, vuelvo a esta carta para terminarla, después de que haya pasado por la isla una tormenta tropical que me hizo imposible seguir escribiendo. Algo lindo fue que yo estaba en la arena, viendo cómo se iba formando la tormenta en el horizonte, rayos caían, truenos sonaban, y junto a mi había un bebé, o un infante mejor dicho, que al igual que yo, estaba muy concentrado en ver el nacimiento de el evento meteorológico. Él estaba más cerca de la tormenta que yo, eso pensé, ya que cada vez que caía un rayo, y casi sincronizado con el trueno, el infante imitaba el sonido casi perfectamente. No tenía miedo, porque él estaba ahí (allá). Y yo tuve menos miedo, porque estaba al lado de él. Nada, me pareció algo especial que creo que la lectura de tu libro me ayudó a notar. Espero con ansias el próximo. Un abrazo.
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revistasentimental · 4 years
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LECHE
Por Catalina Berarducci
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Salí de mi casa pasado el mediodía, hablé con mi amiga Luba a la que no veía desde que empezó todo este tema de la pandemia. Quedamos de vernos en el Parque Hundido, un parque que queda a unos 10 kilómetros de mi casa. Nunca había entrado. Siempre me remitía a circundar la periferia, incluso cuando frecuentaba mucho la zona porque por ahí vivía el chico que fue mi primer novio. No sé por qué, porque realmente es un parque hermoso y muy interesante. Mientras esperaba a Luba entré. Me recordó mucho a los parques diseñados por Carlos Thays en Buenos Aires. Tiene algo de ese naturalismo medio pop, de poner muchas especies de árboles de diferentes partes del mundo juntos. El Parque Hundido es así, pero además es mucho más tupido que cualquier parque en Buenos Aires y está repleto de ardillas y réplicas de cabezas Olmecas gigantes. La réplica de la cabeza más famosa tenía la boca cubierta con un cubrebocas que decía “nos cuidamos entre todos”. Me inquieta un poco porque me hace acordar que yo olvidé el mío en casa y me vine en bici sin protección. La calle está tranquila pero no es algo completamente positivo. Hay algo inquietante en el paisaje urbano vaciado de gente y de actividades que realiza la gente. No quiero explicarlo muy bien ahora, no quiero llenar de interpretaciones este momento que es tan extraño, por eso no leo las notas que escriben los filósofos contemporáneos, me dan una especie de vértigo y asco. No sé si esos sentimientos son negativos. Simplemente siento que necesito un balbuceo más deforme en este momento, el lenguaje preciso me hace sentir presionada. 
Me encuentro con mi amiga y su hija y entre las dos acordamos abrazarnos brevemente, sin respirar. Alba, su hija de un año y medio, nos acompaña, se parece a Bjork en una versión miniatura y descubro que tiene un amor incondicional hacia lxs perrxs. Nos cruzamos con un siberiano al que ella insiste en llamar Maggie porque recientemente conoció a una siberiana llamada así. Asume que lxs perrxs son Maggies. Se le acerca a ese perro y a otro completamente negro y peludo, que la supera en altura. Lo hace sin miedo, y con mucha insistencia. A lo largo de nuestro paseo por el parque en el cual mi amiga y yo intercambiamos las más recientes anécdotas de nuestros últimos días, Alba se dedica a entablar una relación directa y asertiva con su entorno. Hay algo salvaje e inagotable en ella. El parque está casi sin gente, solo nosotras y algunxs oficinistas que almuerzan en las mesas entre los árboles. Después de caminar un rato largo, Alba se cansa y Luba decide cargarla. Al hacerlo dice “mmm quesito” a lo que yo pregunto “¿quesito?” y ella me dice que sí, que Alba aún tiene su costra láctea y que huele a quesito. Pienso en la costra láctea, esa fina capa de lactosa que se nos forma en los primeros meses de vida, porque nos alimentamos casi únicamente de pura leche. La leche debería ser más valiosa que el oro, pienso, deberían escribir más sobre la leche y menos sobre la sangre, pienso. La leche, esa sustancia primordial, medio sucia. Pienso, pienso, pienso. Y de tanto pensar se abre una dicotomía en mí que me permite tanto apreciar el entorno como escuchar a mi amiga. La flora urbana me recuerda a una obra que vi hace unos años de Esthel Vogrig, Nadia Lartigue y Juan Francisco Maldonado en la que también participaban Mariana Villegas, María Villalonga, Arely Delgado, Karina Terán. Fue en el 2016 en el Jardín Botánico de la UNAM, la obra duraba cinco horas, y se llamaba Tiempo de híbridos desde el bosque cibernético. Era hermosa y ahora que la recuerdo y veo este parque tupido -me gustaría decirle vergel-, el recuerdo se transforma en una especie de esperanza. Durante las cinco horas que duraba la obra, lxs performers se vinculaban con las plantas con movimientos chiquititos casi imperceptibles. Los movimientos eran sexuales, porque involucraban la pelvis haciendo ese movimiento para adelante y para atrás que hacemos todxs lxs animales. Se quedaban las cinco horas en un lugar, con una especie, con un arbusto pequeño autóctono o un árbol de corteza suave australiano, con el pasto o una piedra volcánica. Daba la sensación de que estaban creando un vínculo, de que la planta o la piedra se iban a acordar de ellxs cuando la obra terminara. Recuerdo recostarme a la sombra de un árbol y mirarlxs. También me habré dormido un poco. (Que lindo dormir a la sombra de un árbol). Algo que pasó durante esa obra, de lo que sólo yo fui testigo porque creo que fui la única espectadora que se quedó las cinco horas, fue que un hombre atrás mío, metido entre unos arbustos espinosos y secos, medio tapado por unos pastos largos, se masturbó. Fue genial, en ese momento sentí que la obra se completaba, porque se desparramaba de su formato y se encarnaba en un humano que pasaba por ahí. Creo que nunca volví a sentir esa fusión entre obra y realidad. Pero ahora, caminando por el Parque Hundido me imagino un posible futuro en el cual nos volvamos biofílicos. Los parques volverán a ser esos oscuros puntos de encuentro para el sexo, pero esta vez será interespecie. Insistiremos tanto en ese vínculo que comenzarán a brotar brevas de los árboles y esas brevas tendrán formas de bebés, que en vez de tomar leche, chuparán savia y serán de otro color, y no olerán a “quesito” si no a lo que huele la resina. Alba será amiga de esos bebés, también los perros y quizás también los oficinistas que les tirarán alguna sobra de sus almuerzos. Nuestro paseo está llegando a su fin. Nos embadurnamos las manos con mucho alcohol en gel y nuevamente decidimos darnos un breve abrazo sin respirar. Me subo a mi bici y emprendo el camino de vuelta. En el trayecto lo que más observo es que los carteles espectaculares de publicidades de ropa se están poniendo viejos, el papel se secó y se desgarró por partes.
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