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arqueologiadelperu · 4 years
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Ricardo Morales Gamarra: “La historia me abrió el libro”
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Reproducimos la entrevista a Ricardo Morales Gamarra, una eminencia de la restauración en el Perú y en el mundo. El Hoy Director del Proyecto Arqueológico Huacas de la Luna –la que inicio con su gran compañero Santiago Uceda Castillo– nos habla de sus vivencias y cómo se inició su fructífera vida en la arqueología peruana.
“La historia me abrió el libro” – Entrevista a Ricardo Morales
La historia me abrió el libro, y me dijo: “ingresa, este párrafo quizás es para ti” Entrevista a Ricardo Morales Gamarra, director del proyecto arqueológico Huacas de Moche, por la revista en linea CLIO
Hablar de Ricardo Morales nos llevaría varios artículos y publicaciones. No sabríamos si empezar mencionando que descubrió los relieves policromados de la huaca de la luna, hace ya treinta años, o que ha cruzado la cordillera de los andes cuatro veces, entre otras cosas.
A sus 74 años, este chalaco de herencia tarapaqueña y corazón trujillano, ha acumulado varios títulos en su formación académica y vida profesional. Es licenciado en Historia, tiene una maestría en Gestión Ambiental y un doctorado en Ciencias Biológicas (todos emitidos por la Universidad Nacional de Trujillo) y un título de “Especialización en conservación y restauración del patrimonio cultural”, por la Universidad de Alcalá (Henares, España). Además, ha realizado cursos de especialización profesional en: Conservación de sitios y monumentos arqueológicos, conservación de pintura mural, conservación de museos, investigación histórica y restauración del patrimonio cultural. Esto, más allá de mostrar el nivel profesional que tiene, demuestra su compromiso con el patrimonio de nuestro país y el trabajo que realiza para su gestión y uso social.
Sin duda, Ricardo Morales Gamarra es un referente de la arqueo-conservación nacional e internacional. Desde el año 1991 es director del Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, uno de los sitios arqueológicos más representativos en el departamento de La Libertad y del norte del Perú. Esta entrevista nos permite conocer a la persona y al profesional a través de las anécdotas, que no muchos conocen, sobre el trabajo realizado en las huacas de Moche y otros proyectos importantes que ha desarrollado a lo largo de su carrera.
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Ricardo Morales Gamarra en el muro de la deidad de las montañas, más conocido como Ai Apaec. Foto: Archivo Ricardo Morales Gamarra.
¿Cuál es la historia detrás del inicio y puesta en marcha del Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna?
Esa es una larga historia, me estás llevando a enero, febrero de 1980. Ese año hicimos unos trabajos ordenados por el INC (Instituto Nacional de Cultura – Sede Central). En ese tiempo yo trabajaba en el Instituto Nacional de Cultura de Trujillo y me ordenaron reabrir el espacio que había sido investigado por una expedición extranjera. Así lo hicimos y en ese subir y bajar de la huaca encontré un fragmento de relieve pintado por un color gris. Esta es una historia que muy pocos saben.
A raíz de ese trabajo, Elías Mujica me dijo: “Escribe una nota en la revista Histórica de la Católica”. Yo, muy obediente, lo hice. En ese proceso tuve, ¿qué se podría decir?, la fortuna o quizás un mal momento. Recibí críticas muy ácidas de parte de un distinguido arqueólogo. Hay dos publicaciones ese año, una que yo escribo y una donde me reviran, me dan como se dice criollamente “con palo”.
Posteriormente en el año 90, cuando se abren los trabajos en Huaca Cao Viejo (en el Brujo) y se ven los relieves Moche, estas personas entendieron que yo tenía razón. Sin embargo, yo me quedé callado, nunca reclamé ni dije nada. Estas son cosas con las que uno va ganando experiencia en la vida. En fin, nunca me he preocupado por la revancha. Solo me queda el recuerdo de lo que había significado para mí esa desabrida respuesta. Pero ese mismo año la historia me abrió el libro y me dijo ingresa, este párrafo quizás es para ti. Tuve la suerte de encontrar fragmentos de relieve policromados, al subir por el lado sur de la huaca, y ya no eran simplemente el color azul o gris, sino era un rojo con blanco y un negro con amarillo, intensos. Mis ojos se desorbitaron totalmente. Eso fue un 20 de octubre de 1990. Vamos a cumplir 30 años y voy a celebrarlo con bombos y platillos y todo lo demás.
Ese es el inicio, tuve la suerte de descubrir en el lado sur de la huaca de la luna un muro con relieves que dibujaban a quien después todos hemos conocido como la deidad mayor de las montañas. Este monstruo era felínico, de colmillos entrecruzados, de una mirada desorbitada y fiera, quizá perdido por el San Pedro que ha bebido (Ai Apaec). Pero lo interesante es cómo llego a este punto y me enfrento a una realidad. Yo no soy arqueólogo, soy conservador o arqueo-conservador, como me gusta llamarlo. En ese momento me pregunté: ¿cómo manejar esto?, aquí tenemos algo muy importante. Miré en trescientos sesenta grados en el panorama de Trujillo y encontré a una persona: Santiago Uceda. Conversé con él y lo invité a formar parte del proyecto y, entre los dos, armamos el equipo con otros profesionales.
Con Santiago diseñamos un plan muy, ¿qué les puedo decir?, ¿ambicioso?, pero convencidos que lo podíamos lograr y lo hicimos. Ya son treinta años prácticamente y hemos hecho la parte más importante que es el museo, la carretera de la panamericana a la huaca, que ha sido una gestión nuestra, disculpen la modestia, mi gestión, porque yo personalmente gestioné el presupuesto para la carretera a las huacas de Moche y realicé un convenio entre la Municipalidad de Moche, el Patronato de las Huacas y el Ministerio de Turismo. El resultado fue la construcción de la carretera enbloquetada, que es un ejemplo en todo el Perú. Disculpen la inmodestia nuevamente, pero eso de trabajar con asfalto en sitios arqueológicos no funciona. Los bloques de concreto son lo mejor, incluso para el centro histórico de Trujillo, pero hay veces que el asfalto nos llama más la atención. En fin, esa es la historia, mira cuanto me he dilatado para contar cómo comenzó la huaca de la luna.
Ricardo, sabemos que un sitio arqueológico implica muchos años de trabajo, incluso generaciones de profesionales interviniendo en el desarrollo del mismo, hay etapas que se cierran, otras que se abren y que en la gestión inicial del proyecto se plantean objetivos que con el tiempo van cambiando gradualmente. ¿Cuál fue el objetivo inicial del proyecto de la huaca?
El proyecto comienza en un nivel académico – científico y para nosotros era hacer un trabajo de arqueología y conservación de forma paralela. Comenzamos con once o doce personas, de las cuales tres aún están en el campo todavía con nosotros ya veintinueve años trabajando en la huaca. Lo que planteamos con Santiago fue una perspectiva arqueológica, es decir, las huacas de Moche, ¿qué función cumplieron?
Anteriormente algunos plantearon que entre la huaca de la luna y la huaca del sol no había nada, que en esa explanada no había nada. Fue un arqueólogo norteamericano, no voy a hablar con nombres, no es que no me acuerde, solo que creo injusto mencionarlo en una cuestión como esta. Del mismo modo, otro grupo que llegó a hacer después excavaciones encuentra que hay estructuras, que hay un posible uso doméstico, arquitectura doméstica, es decir una ciudad o una aldea. Entonces el primer objetivo fue tratar de buscar la respuesta a esta inquietud.
El segundo objetivo fue conocer: ¿cuál fue la función que cumplieron cada uno de los componentes arqueológicos? Por ejemplo: huaca del sol, huaca de la luna, ¿qué hay entre ellas?, ¿qué hay con la huaca de las estrellas o huaca de la cruz que está un poco al sur?, ¿qué otras huacas pueden haber existido en el entorno?
Y el tercer objetivo fue identificar la técnica constructiva. ¿Cómo se trabajaron los materiales?, ¿qué técnicas se emplearon?, ¿las técnicas evolucionaron en el tiempo o simplemente tienen un mismo patrón durante varios ciclos de ocupación?
Entonces fíjate, de estas tres simples preguntas, aparentemente simples preguntas, se comienza a trabajar el primer decenio. Nosotros tenemos una política, trabajar de 10 en 10 años. Algo importante de mencionar es que con Santiago, dijimos: “Bueno, hay que trabajar todos a una”, y comenzamos con un sueldo como cualquier otro, eso es muy importante decirlo, porque a veces piensan que uno está por la repartija, pero eso nunca ha habido.
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Ricardo Morales y Santiago Uceda, la dupla que dió inicio a uno de los proyectos arqueológicos más grandes del norte peruano. Foto: Dante Piaggio.
¿Cómo obtuvieron el apoyo y presupuesto para iniciar con las excavaciones e investigaciones?
En 1992, con los objetivos ya definidos, tocamos la puerta de la fundación Ford y nos dieron 75 mil dólares con los cuales hicimos los trabajos de excavación en el muro sur, el flanco sur de la huaca, por donde ahora se sube y próximamente por ahí ya se va a bajar, pero esa será otra historia para el futuro inmediato.
Comenzamos a buscar plata para trabajar ese muro, entonces tocamos la puerta de la fundación y ahí encontramos a una dignísima persona, Antonio Muñoz Najar, un arequipeño que siempre nos regalaba Anís del Mono (Ricardo se carcajea con el recuerdo). Él tenía su comité de historiadores, ¡qué personajes! María Rostworowski, ¡imagínense! Marita nos ayudaba mucho y nos alegraba con su presencia y sus visitas, nos levantaba mucho la moral. También estaba Juan Ossio, un antropólogo que fue el primer ministro de cultura, y Duccio Bonavia, arqueólogo que también firmó a favor del proyecto y así nos dieron el dinero.
Por otro lado, a partir de enero o febrero de 1992, me acuerdo que hablé con Don Alfredo Pinillos Hoyle, él trabajaba en Pilsen Trujillo y gracias a su gestión nosotros empezamos a recibir dos mil soles mensuales que también nos ayudaron en el proyecto. Don Pepe Casinelli, que nos regalaba combustible de su grifo para cargar el bus que nos daba la universidad como transporte del equipo, durante 3 o 4 años nos regaló el diesel que nos permitió ir y regresar de la huaca todos los días. Incluso el 24 de junio de 1991, que aun siendo feriado decidimos ir a trabajar; y para suerte nuestra encontramos la primera tumba, que es el “Juancho”. Le pusimos así porque fue el 24 de junio.
También nos ayudó Julio Lau León, de su ferretería nos regalaba herramientas, serruchos, clavos, clavitos y alojamiento para los especialistas que nosotros traíamos, en su Hotel Continental. Esto no es un comercial, pero son personas que en un momento nos ayudaron. Andrés Arenas, de la librería Bolígrafo, nos regalaba todos los lapiceros, borradores, papel bond, papel milimetrado. Así nació el Proyecto Huaca de la Luna, no teníamos plata.
En el ‘94 Pilsen Trujillo pasa a ser Backus, y es ahí donde nos asustamos, dijimos: “Seguro que no van a continuar con el apoyo”; pero fue al contrario, duplicó el aporte que daba. Y así hemos ido creciendo; hemos tenido momentos duros, difíciles, pero ahora ya con la huaca consolidada tenemos fuerza para decir que no tenemos miedo, peores cosas hemos pasado. Ese mismo año, la fundación Ford se retira del Perú y nos quedamos sin su apoyo.
Con Santiago hemos pasado por todo, pero hemos sacado adelante a la huaca a pesar que algunas personas nos criticaban con petardos anónimos. Durante un año y medio con Santiago no cobrábamos nuestro mísero sueldo, pero teníamos el de la universidad, por ejemplo, y eso nos ayudó a seguir hasta que pudimos contar con organizaciones importantes como la World Monuments Fund, que al final nos ha dado un millón ochocientos mil dólares. Para que tengan una idea de la confianza de estas instituciones en un proyectito que podría generar desconfianza a muchos pero que, sin embargo, los resultados son los que hablan por uno.
¿A qué te refieres cuando mencionas “petardos anónimos”?
Cuando la Fundación Ford comenzó a apoyar nuestro trabajo en la huaca, empezaron a bombardearnos desde el interior de la facultad. Algunos personajes que no creían en nosotros hacían unos panfletos anónimos que llegaron a la fundación con el objetivo de que nos quiten el dinero. Esto ocasionó una visita de la fundación enviada de Estados Unidos para ver si era cierto que nosotros estábamos malogrando la huaca y robando cosas.
Estos pasajes uno los recuerda con mucha gratitud porque hay gente que piensa en hacer daño, pero no saben que te están haciendo un gran favor. Gracias a estos ataques arteros nació la idea de los “Coloquios de la Cultura Moche”. Tomamos una decisión e incluimos una política en nuestro proyecto: si nos atacan nunca les respondamos. Y nunca lo hemos hecho, solo respondemos con trabajo.
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Ricardo Morales y Santiago Uceda, codirectores del Proyecto Arqueológico Huacas de Moche, con el equipo inicial en 1991. Foto: Libro “Huaca de la luna, templos y dioses moche”, 2016.
Este año el descubrimiento de la huaca cumple treinta años y 29 como proyecto en ejecución. ¿Actualmente cuáles son los objetivos?
Los objetivos van cambiando con el tiempo de acuerdo a cómo se van respondiendo las grandes preguntas que se generan, precisamente, como un problema científico, hipótesis y estas se transforman en objetivos; esa es la línea metodológica.
Nosotros tenemos un objetivo transversal: “lo moche”, donde no solo es huacas de Moche sino también Sipán y El Brujo. Entonces, ¿cómo nos encontramos horizontalmente?, ¿qué diferencias o cercanías hay entre ellos?, ¿qué características específicas encontramos?, ¿se puede hablar de un moche norte y un moche sur? Todo esto está en discusión.
El otro punto que tenemos que ver para el tercer coloquio es ¿cómo se transforman y se convierten los moche en un estado? Porque acá no hubo intervención externa, no es que vino una tribu de afuera y civilizó sobre lo que ya estaba civilizado por los moche, fueron ellos mismos. Los moche han sido unos grandes genios, no solo hay que verlos como grandes artesanos que han hecho alfarería excelente. La gente tiene que conocer que los grandes ingenieros hidráulicos han sido los moche y los nazca; y que los incas han aprendido de ellos.
Aquí también salta otra pregunta, ¿en qué momento colapsa el estado moche? Eso es lo que hay que discutir. ¿Qué factores ambientales han generado cambios brutales en la ideología, filosofía, religión y en la iconografía? Muchos de estos cambios los encontramos en sus expresiones artísticas. Por ejemplo, en la huaca de la Luna tenemos dos templos, en el viejo templo se le rinde culto a la deidad felínica hasta los 600 o 650, pero cuando nos trasladamos unos cien metros más arriba, al templo nuevo, ya no encontramos a esta deidad. Entonces, si la iconografía ha cambiado, algo tiene que haber generado ese cambio. El arte demuestra el constructo imaginario que ellos tenían. La interpretación iconográfica de los relieves de la huaca de la luna nos puede dar respuestas que, a manera de primicia se los comento, serán temas que incluiremos en el tercer coloquio.
La idea es seguir construyendo conocimiento. ¿Cuánto conocimiento hay en todos estos monumentos arqueológicos? No lo sabemos. Imagínense ustedes cuánto conocimiento podríamos obtener si excaváramos el 80% del complejo arqueológico, lo que hemos hecho hasta ahora no llega ni al 30%. Lo que hemos trabajado nosotros es la huaca de la luna, la huaca del sol apenas cuatro veces hicimos excavaciones y se volvió a cerrar. Además, falta trabajar la falda del cerro, está llena de arquitectura.
Esto último, en realidad, ya es para otra generación. Estos son proyectos de varias generaciones. Mi generación va terminando poco a poco, quizás en unos 5 o 10 años más tendrá que entrar otro equipo a la dirección; tienen que ser los chicos que ya se están formando con nosotros, que tengan esta mística que no se puede explicar y que sigan la línea dentro de la universidad y el Patronato Huacas de Moche. Lo importante es que mi generación ya marcó una huella, esa huella no se va a perder, pero quienes van a continuar deben seguir trabajando bien, si no, desde el otro mundo les vamos a jalar las patas. El trabajo es y debe continuar siendo organizado. En las huacas nunca se ha hecho una excavación que no responda a un problema de investigación.
Respecto al trabajo que se viene realizando en huaca de la luna y al trabajo que tú has realizado en el valle de moche. ¿Cuál ha sido el hallazgo o la gestión que más ha calado en ti o el que te ha dado más satisfacción personal? Debe haber uno al que le tengas personal aprecio y memoria.
El hallazgo principal, único e incomparable a todo lo que puede haber pasado, fue el hallazgo de los relieves el 20 de octubre de 1990, ese es el que da inicio al proyecto. Gracias a ese hallazgo se inicia el proyecto y con ello cambia la vida de mucha gente, incluida la mía.
Nos contaste como sucedió, pero nos gustaría saber, ¿cómo te sentiste?
Bueno, en ese momento sentí mucha emoción, es indescriptible, pero más recuerdo lo que pensé, el cerebro es más rápido que uno mismo y ahí en fracciones de segundos tuve una proyección rápida en el tiempo y me imaginé muchas cosas en ese momento y algunas las hicimos realidad, como el museo, por ejemplo.
Para que tengan idea estamos hablando de un muro que calculamos tenía veinte metros, entonces pensé: “esto tiene que ser descomunal”. ¿Qué habrá delante de este muro? Si aquí hay un muro entonces tiene que haber un patio, como se vio en Chan Chan. O sea, en ese momento la imaginación es muy rápida, uno vuela.
Ricardo en Los Pinchudos, Parque nacional del Río Abiseo. Foto: Archivo Ricardo Morales Gamarra.
En cuanto a gestiones, de todas las que se han hecho, es el ingreso de la World Monuments Found la que más satisfacción me ha dado, porque eso tiene su partida en Los Pinchudos y Pajatén, en el parque Nacional Río Abiseo. Yo gané una beca de cuarenta y siete mil dólares de la World Monuments Found y conseguí ser auspiciado por Warren Church, que en ese tiempo estaba en la universidad de Colorado y consiguió de la National Geographic ocho mil dólares más para el proyecto. Es que la beca no da dinero para arqueología sino para conservación o investigación para la conservación, entonces armamos un equipo y nos fuimos a la selva. Estuvimos dos meses en la selva virgen, fue una experiencia gratísima.
Después de ello me invitaron a Sao Paulo para hacer la presentación de esos trabajos y ellos se quedaron cautivados con el monumento en plena selva virgen. Fue ahí que me comentan que querían apoyarme en un trabajo que yo tuviese. Entonces les presenté el proyecto de la huaca y es así como el 2002 ingresa la World Monuments Found, gracias a un trabajo anterior que hicimos en el año 2000.
Pero considero que lo más importante en toda la gestión fue la creación del Patronato Huacas del Valle de Moche, presidido por nuestro querido y siempre recordado maestro Alfredo Pinillos Hoyle, Don Fefe, un caballero. El equipo está formado por Alfredo Pinillos hijo, Tom Barger, Victor Urquiaga, Ricardo Ganoza, entre otras personas. Todos ellos han llegado a interiorizarse con el monumento, eso se ve en sus logros. Mucha gente me dice: “Oye pásame los estatutos del patronato”, al ver que funcionan. Pero eso no lo hacen los documentos sino la gente y es su trujillanismo la motivación que los impulsa. Esto es una lección. Son treinta años trabajando y nos siguen apoyando y eso creo que solo se puede traducir en una sola palabra: transparencia.
Tantas historias, anécdotas y recuerdos que nos estás contando solo nos hace preguntarnos: ¿Cómo empieza todo esto para ti? ¿Cómo es que llega el joven Ricardo Morales al mundo de la historia, la arqueología y el patrimonio en general? ¿Te imaginabas que llegarías a ser uno de los referentes en la historia del Perú y el mundo?
Bueno (Ricardo se carcajea). ¡No exageren! (Parece no creer lo que escucha). La historia es algo que siempre me ha atraído. He tenido una madre que supo sembrar muchas cosas en mí, pero yo también tenía inquietudes y siempre me ha gustado la aventura.
Yo, durante mi primer año de secundaria vivía en Pueblo Libre, en Lima, en la avenida San Martín, a unas cinco o seis cuadras del Museo Arqueológico de Pueblo Libre. Entonces para mí era muy fácil hacerme “la vaca”, no iba al colegio para irme al museo. Hasta ahora me acuerdo, hasta la puedo dibujar, siempre que voy busco esa maqueta, la maqueta de Machu Picchu y me paseaba por el museo. Ya la gente me conocía, me dejaban pasar. “A ese niño déjenlo pasar”, decían. Yo no pagaba, yo me acuerdo que iba con mi carnet de la Biblioteca Nacional para pasar, yo no tenía plata para pagar. Es más, ni sabía que se pagaba para ingresar a un museo. Ese museo lo conozco desde que tuve 13 años. Ya sabía distinguir algunos elementos.
Por otro lado, mi madre me llevaba a muestras. Me acuerdo mucho de una exposición francesa, en lo que ahora es el MALI. La Embajada Francesa hizo una exposición en el paseo Colón, que fue una maravilla. Me acuerdo perfectamente de todos los salones, eso lo tengo muy grabado en mi cerebrito, por eso es que quiero mucho a Francia, a pesar de que no he tenido la suerte de estudiar ahí.
Además, puedo decir que he tenido profesores como Alberto Pinillos, por ejemplo, que siempre me ha motivado e incentivado. Rafael Narváez Cadenillas, el doctor Jorge Zevallos Quiñones, personas importantes que uno no puede olvidar. Son personas y experiencias que van calando en ti sin que te des cuenta y se van consolidando en una plataforma. Entonces, cuando llega el momento en que uno se pregunta ¿qué hago yo aquí?, ya tienes esta plataforma sólida que te da el impulso para saltar.
Y la aventura siempre me ha llamado, como irme a la selva. Mi madre me decía: ¿a qué te vas allá arriesgando tu vida si puedes estar aquí tranquilo? Me lo decía, pero ella sabía que yo no iba a aceptar su negativa. Me he ido a Los Pinchudos tres veces, he cruzado la cordillera de los andes a caballo y en mula; no tienen idea como la condición humana sube a niveles de estratósfera total. Porque no es lo mismo ir en un helicóptero que cruzar a caballo y caminar en el fango. Como decía uno de los chicos que nos acompañaron: “Yo cargo mi caballo, pero no lo dejo”.
Todas esas cosas a uno lo fortalecen espiritualmente. Yo tengo ahorita 74 años y no me siento viejo. Yo sé que todavía tengo mucha cuerda para tirar duro hacia adelante. A los 75 me van a decir muchas gracias señor por los servicios prestados a la nación, pase usted al invernadero. ¡No! Es algo que nunca voy a aceptar, pues tengo mucho fuelle y mucho carácter para seguir trabajando. Además,  siempre me van a necesitar en otros sitios, de eso estoy seguro.
Ricardo, por tu profesionalismo y por tu experiencia es fácil caer en cuenta que debió haber otras ofertas, otras propuestas para dirigir proyectos nuevos, en otros lugares, pero has decidido permanecer aquí todo este tiempo. ¿Qué es lo que te mantiene en constante relación con la huaca, el museo, con Moche, con Trujillo?
Son sentimientos que a veces uno no los entiende. ¿Cómo uno puede haberse encariñado tanto con una tierra? Sí, he tenido varios ofrecimientos. En el 75, después de terminar mi trabajo con la Unesco en Cusco, me ofrecieron una dirección para quedarme. Me acuerdo que un amigo chileno, Abel Bubenik, me dijo: “Ricardo, ándate a Trujillo, que allá vas a ser cabeza de ratón y aquí cola de león”. Recuerdo mucho de ese consejo. De todas maneras quedarme en el Cusco iba a ser muy difícil. Me gusta la sierra, pero no para vivir en ella. Yo tengo que ver el mar, sino no vivo, tengo que sentir que está cerca.
La segunda invitación fue a Bogotá, ahí tengo aún la cartita. Me invitaron ya nombrado y todo para hacerme cargo del área de restauración en Bogotá y no acepté, con buen sueldo y todo, a pesar de la bronca que generé en una persona que fue mi mentor, un mexicano, Rodolfo Vallín Magaña.
La tercera fue en Nueva York, en el año 97. El sueldo era realmente atractivo, me ofrecieron un trabajo en restauración, pero no, tampoco. Ya por entonces yo tenía mi bebé de siete años y era difícil para mí alejarme más de lo que ya me había alejado, estuve cinco meses en Estados Unidos.
Dejar un sitio como Trujillo, que para mí es la sucursal del cielo, para irme a otro lugar no era posible. Los ofrecimientos han seguido. Tuve una invitación para Bolivia y la última fue de Costa Rica cuando fui a trabajar a un sitio que se llama Guayabo, al pie del volcán Torre Alba.
Pero hay algo en todos estos sitios que no hay y es la comida, ¡cierto ah! Además, yo diría que hay dos elementos que son muy importantes en mi formación: Uno es Chan Chan, trabajé trece años ahí, conozco Chan Chan como muchos, pero esos muchos no saben lo que yo conozco y no hablo necesariamente de lo arqueológico. Y el segundo reto importante fue la restauración del retablo mayor de la catedral, porque cuando recibimos los restos del retablo eran fragmentos y esculturas rotas. Fue una bonita experiencia y un reto porque significaba armar un gran rompecabezas sin tener referencias, eso también me motivó a dedicarme a la investigación.
Ahora que veo cómo van deformando el retablo siento que el Morales y el Gamarra, y cuidado con el Gamarra que es terrible, se me quieren salir. Mi madre fue tarapaqueña, ella fue de las familias que nunca se rindieron ante Chile y que prefirieron dejar todas sus propiedades para venirse. Entonces yo, siendo de esas heroicas familias tarapaqueñas y siendo a la vez muy duro, cuando digo las cosas fuertes soy bastante de “machete en mano”, porque defiendo lo mío. A mí nadie me puede levantar el dedo o acusar, yo no tengo rabo de paja. Más bien me pueden investigar como ya lo han hecho y no me van a encontrar nada. Prueba de ello es todo lo que he hecho, no solo Chan Chan y la huaca, es la catedral, es El Carmen, la casa del mariscal Orbegoso, la casa Risco.
Portada de la Casona Ramírez y Laredo, actual Café Casona Deza. Foto: Clío Cultura y Ciudadanía.
La primera casa que restauramos en Trujillo fue la Ganoza Chopitea o Ramírez y Laredo. ¿Iglesias? ¡Ufff! ¿Cuántas? Belén, El Carmen, Huamán y Santa Rosa. Entonces creo que si Diosito toma en cuenta todo eso ya tengo seguro el ingreso. Me acuerdo cuando trabajaba en las pinturas murales de la casa Ganoza, pasaban los taxistas gritando ¡boten esa vejez! y hagan un edificio de diez pisos, nosotros jóvenes nos reíamos.
¿Cuántos metros cuadrados de pintura mural hemos descubierto y trabajado en Trujillo? Bueno, más de tres mil metros cuadrados. Actualmente estoy haciendo un estudio de eso.
¿Cómo es que tu constante formación académica ha sido un motor para tu desarrollo profesional?
Yo soy profesor, profesor formado en la Universidad Nacional de Trujillo. Mi promoción se llama Alberto Pinillos Rodríguez, en un reconocimiento al cariño que le alcanzamos a este digno profesor universitario.
Después he estudiado otras cosas, y dentro de ellas, la conservación. Estudié también bibliotecas, pero llegó un momento en la universidad en que tuve que decidirme. Un camino a la izquierda que eran las bibliotecas, tenía una plaza ya ganada en concurso y otra que era la restauración y la UNESCO me puso una beca, y me fui con la beca. Renuncié a la universidad, trabajaba en la facultad de medicina en el año 74.
La beca de UNESCO fue gracias a mis buenos rendimientos, no hay porque ocultarlo. Me dieron una beca, que creo fue muy generosa. Fueron tres en una: Estudié en Roma, en Madrid y en Bruselas. Gracias a esta beca triple pude abrir los ojos más de lo que los tenía, pero creo que finalmente en mi formación profesional han tenido mucho que ver mis estudios de maestría y doctorado en ciencias ambientales, ello me ha dado una visión más amplia, más holística de lo que es el monumento arqueológico. En realidad yo ya no veo al monumento arqueológico horizontalmente, en plano suelo, lo veo de forma vertical y antes que el monumento veo el medio ambiente.
Estoy convencido que los monumentos arqueológicos no se van a conservar si no hay una política estatal de prevención del medio ambiente que rodea el entorno inmediato del monumento arqueológico. Si mejoramos las condiciones ambientales, vamos a darle a ese enfermo, a ese viejo que está fatigado y vulnerable por todas las actividades que nosotros hacemos, mejores condiciones, entonces va a vivir más tiempo. La conservación lo que hace es mitigar el impacto del tiempo, de la naturaleza y de nosotros que somos unos bárbaros.
Decidí dedicarme a la restauración y trabajé en el plan maestro que generó Lucho Alva Castro y el Banco Central de Reserva. Formé parte del equipo que manejó el Proyecto de Chan Chan, el Proyecto de la Iglesia y Monasterio del Carmen y la catedral, en donde inauguramos el museo catedralicio el 29 de diciembre de 1997. Entonces creo que esta experiencia fue muy importante, aparte de la que ya había obtenido yo como jefe y en algún momento como Director de Patrimonio Cultural en el INC. La gestión, la capacidad de gestión que a mí no me la enseñaron en un aula, sino que la aprendí en el campo moviendo adobes, moviendo andamios, agarrando carretillas; tantas cosas. Ustedes me van a hacer llorar, que realmente son un recuerdo inmenso. Supongo que en algún momento tendré que escribir algo sobre todo esto.
Hay tantas experiencias, tantas anécdotas, como haber viajado a El Gran Pajatén tres veces, haber cruzado la cordillera de los andes una cuarta vez para ir a la laguna de los cóndores, participar en proyectos grandes como planes de manejo de Nazca, Pachacamac, Chavín, Túcume, Kuelap, Chan Chan (dos veces). Eso le da a uno un campo bastante rico de experiencias. Recordar todo lo que he hecho, me hace pensar: ¿por qué no vivir más tiempo?
Entrevista realizada por la plataforma virtual Zoom el lunes 25/05/2020 – 4:00 pm Fuente: https://clio.pe
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adondeircity · 6 years
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31 Julio Ceremonia de Nominación de Museo de Huacas de Moche "Santiago Uceda Castillo"
31 Julio Ceremonia de Nominación de Museo de Huacas de Moche “Santiago Uceda Castillo”
Días: Martes 31 de Julio Hora: 10:30 a.m. Lugar: Museo Huacas de Moche – Moche – Trujillo Link de Evento y Organizador:     https://www.facebook.com/huacasdemoc…-En tu Celular o Tablet, expande la pantalla ⇔ para ver los detalles de cada imagen- Te invitamos a participar de la Nominación del Museo Huacas de Moche: Santiago Uceda Castillo, en honor al gran aporte cultural y dedicación a nuestro…
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bottocayo · 7 years
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La Huaca de la Luna no deja de sorprendernos con sus descubrimientos y misterios. Esta vez, se trata del hallazgo de una “nueva” Plaza ceremonial, ubicada bajo las faldas de la Huaca de la Luna.
Los co-directores del proyecto arqueológico Huacas del Sol y la Luna de la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), Santiago Uceda Castillo y Ricardo Morales Gamarra mostraron el Muro Este con rastros de un decorado en relieve del Degollador y el Demonio Marino; en el Muro Sur 21 representaciones de serpientes; 3 tumbas excavadas (7 quedan para ser excavadas en el futuro), así como 20 pozos cuya función aún es materia de indagación.
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El arqueólogo Enrique Zavaleta Paredes, explicó que la zona fue usada como espacio de una batalla ritual hacia los años 650 después de Cristo por la élite Moche, teniendo delante en el Muro Este a dos personajes que por primera vez son representados juntos y peleando.
“Son el conocido como el Dios de las Montañas (el Degollador o Decapitador) y el Demonio Marino, que se enfrascan en una pelea. Se ve que el ganador será el Dios Degollador por la posición dominante encima como ha sido representado”, apuntó en el mismo lugar el investigador Zavaleta Paredes.
Agregó que los grupos que se enfrentaban en la batalla ritual no eran enemigos, eran guerreros u oficiantes de la misma comunidad y clase social, pues así lo ha determinado un examen de ADN mitocondrial. “¿Por qué peleaban? Para validar la autoridad de los gobernantes”, responde Enrique Zavaleta.
Al mismo tiempo, señaló que las tumbas son tardías. En cuanto a las pozas circulares, afirmó que es un misterio por resolver el uso que les dieron los mochicas, pues están vacías, aún así se recolecta material de sus paredes para realizar análisis químicos.
NUEVA ENTRADA AL TURISMO Precisamente, el co-director Ricardo Morales Gamarra informó que la zona será la primera parada de visita del circuito turístico definitivo de Huaca de la Luna, aprobado por el Plan Copesco del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur).
El proyecto de la Universidad Nacional de Trujillo (UN) que usa el canon minero se denomina: “El urbanismo en el sitio huacas del Sol y de la Luna, valle de Moche: La complejidad de la estructura urbana y la problemática de conservación en edificios en barro”.
Trujillo: Descubren nueva Plaza Ceremonial en la Huaca de la Luna La Huaca de la Luna no deja de sorprendernos con sus descubrimientos y misterios. Esta vez, se trata del hallazgo de una "nueva" Plaza ceremonial, ubicada bajo las faldas de la Huaca de la Luna.
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literensics · 6 years
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Critiques: Le Pérou avant les Incas par Santiago Uceda et Luis Jaime Castillo https://t.co/J1MrzpMkKX @literensics https://t.co/AWd6D8S738
Critiques: Le Pérou avant les Incas par Santiago Uceda et Luis Jaime Castillo https://t.co/J1MrzpMkKX @literensics pic.twitter.com/AWd6D8S738
— Literensics (@literensics) January 21, 2018
via Twitter https://twitter.com/literensics January 21, 2018 at 12:25PM
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arqueologiadelperu · 4 years
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Ricardo Morales Gamarra: “La historia me abrió el libro”
Ricardo Morales Gamarra: “La historia me abrió el libro”
Reproducimos la entrevista a Ricardo Morales Gamarra, una eminencia de la restauración en el Perú y en el mundo. El Hoy Director del Proyecto Arqueológico Huacas de la Luna –la que inicio con su gran compañero Santiago Uceda Castillo– nos habla de sus vivencias y cómo se inicio su fructífera vida en la arqueología peruana.
“La historia me abrió el libro” – Entrevista a Ricardo Morales.
La…
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arqueologiadelperu · 6 years
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Falleció el destacado arqueólogo Santiago Uceda Castillo
El arqueólogo, docente e investigador Santiago Uceda Castillo falleció el 14 de enero del 2018 en horas de la noche a los 63 años de edad a causa de una falla cardíaca. La noticia fue confirmada por el Ministerio de Cultura.Trujillo le dice adiós a una de sus figuras más importantes de la cultura y las ciencias sociales.
Santiago Uceda se desempeñó como director del Museo Bruning de 1981 a 1982,…
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arqueologiadelperu · 5 years
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En memoria de Santiago Uceda Castillo
Santiago Uceda
Santiago Uceda Castillo (12 Octubre 1954 – †14 enero 2018). Personalidad Meritoria de la Cultura Peruana, fue un prominente investigador de la cultura moche, recordado y reconocido por la comunidad científica peruana y mundial por la importancia de su aporte a la cultura. Arqueólogo de profesión y profesor principal de la Universidad Nacional de Trujillo, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y director del Proyecto Arqueológico Huacas de Moche. En este articulo compartimos texto que fuera escrito por su hermano Manual con motivo de recordar un año mas de su nacimiento.
FELIZ DÍA EN EL CIELO
Por: Manuel Uceda Castillo facebook.com/manuel.ucedacastillo
Es costumbre en nuestra familia, recordar el natalicio de nuestros familiares con una misa, estén o no con vida. Hace algunos años atrás, pague la celebración de una misa en una Iglesia ubicada en San Borja para recordar el natalicio de mi padre quien había partido al encuentro de sus padres, asistimos a la misa, los hermanos que residíamos en Lima y nuestra familia más cercana, en la homilía el cura molesto nos dijo que a una persona fallecida no se le debía celebrar su natalicio, yo quiero creer que solo es o fue dicho cura, quien piensa o pensaba que cuando una persona fallece ya no se debe recordad su natalicio en este mundo y solo debemos recordar el nacimiento a su nueva vida.
Con el perdón del cura y todos los que piensan así, debemos decir que el nacimiento de un ser humano en este mundo, marca el inicio de su vida, llena de tristeza, penurias sinsabores, odios, venganzas y todos los sentimientos que empobrecen al alma de un ser humano, pero también esta lo bueno, lo importante, lo grandioso lo maravilloso lo noble lo amable, lo amoroso, lo cariñoso, lo amigable, lo sencillo, lo alegre, lo honesto, lo honrado, que es o fue la persona que no solamente compartió con sus familiares, amigos, discípulos y condiscípulos estos invaluables sentimientos y valores, sino que nos ha dejado un gran legado histórico.
Un día como hoy, 12 de octubre de 1954, nace en Santiago de Chuco, Santiago E. Uceda Castillo, que no solamente trajo alegría y felicidad a la familia con su primer llanto, sino que trajo el inicio de un camino pletórico de éxitos, logros personales y luego profesionales, los cuales llenan de orgullo a la familia, a los amigos entrañables, a nuestra tierra Santiago de Chuco y al Perú, por todos los reconocimientos y premios internacionales logrados.
Quienes conocieron a Santiago Uceda, recordaran al niño inteligente, vivaracho, amigable y comunicativo, para quien, era lo mismo compartir una conversación entretenida y amena con un niño de su edad, que, con un adulto; las personas que conocían a Santiago como poseedor del arte de la conversación, no dudaban en llamarlo para conversar, cuando Santiaguito como lo llamaban paseaba por las calles inclinadas de nuestro pueblo, silbando alguna tonada que había escuchado.
Las interminables horas de conversación con los adultos se hacían tan cortas porque, no solamente disfrutaban de su inteligencia y locuacidad, así como de sus relatos que fluían de su imaginación, virtud de la que hizo uso en todos los actos de su vida, tanto familiar, como profesional.
Cuando Santiago tenia entre ocho a nueve años, llego a la casa muy contento y nos comunicó que había conseguido trabajo, Carmen mi hermana mayor, le inquirió por el trabajo, donde queda y que haces en el trabajo, Santiago respondió orgullosamente, lijo carros. El mencionado “trabajo” lo obtuvo Santiago (solo por un día), por su don de comunicación con las personas y fundamentalmente por su sencillez, porque él no hacía distingo de las personas por su posición económica o social, a todos los trataba con la misma naturalidad, aprecio y respeto, como solo un hombre con grandeza espiritual lo hace.
Un hombre inteligente, soñador grande de espíritu, debe instruirse y prepararse para afrontar la vida y hacer realidad sus objetivos, metas y sus sueños. Santiago lo hizo destacando sobre sus compañeros de promoción. Primer puesto en los seis años de instrucción primaria. Primer puesto y puesto de honor en los cinco años de estudios en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo. Primer puesto en su formación profesional en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo. Destacado estudiante de Post grado en la UNIVERSITE DE BORDEAUX, donde obtuvo primero el grado de Magister D.E.A. – Geologie Du Quaternaire y luego el Doctorado de Estado en Ciencias, reconocido por el gobierno francés como el grado más alto que un estudiante puede aspirar.
Celebramos hoy día 12 de octubre, el nacimiento de quien desempeño diferentes cargos públicos y académicos con la transparencia, honestidad y honradez que su grandeza exigía. Gracias hermano a nombre de toda la familia por haber desempeñado tus cargos con la pulcritud que nos enorgullece, ahora que vivimos una vorágine de corrupción.
Natalia, mis hijos José, Emerson, Sheila, Erick y Lizet y mis nietos Heinrich, Salvador, Bruno, Flavia, Santino y Camila, celebramos tu cumpleaños y tu legado histórico como investigador de la Cultura Mochica y Moche, celebramos tus éxitos y premios obtenidos para el Perú, así mismo, celebramos tu inmortalidad por tu obra y tu legado. Un abrazo de toda mi familia hasta donde te encuentres que sabemos estas con nuestra querida y amada Ninoshka.
Fuente: Post publicado en Facebook: https://www.facebook.com/SantiagoUcedaCastillo/posts/2158804081035012
  Santiago Uceda Castillo
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arqueologiadelperu · 4 years
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Cuando los muertos hablan en Moche
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INTRODUCCIÓN.
La arqueología denomina indistintamente Moche o Mochica a una compleja cultura pre-inca, cuyo pueblo vivió en gran parte de la costa norte del actual Perú,desde inicios de nuestra era hasta mediados del siglo IX. Lo que hasta fi nes de la década de los 80sfue pensado como un Estado Moche monolítico y centralizado (Larco 1945), ha sido re-interpretadoen los últimos años como una serie de entidades políticamente independientes pero interrelacionadas por la ideología (Bawden 1995; Castillo y Donnan1994), cuya complejidad social se dio a diferentes niveles, en los diferentes territorios que los moches ocuparon (Castillo y Uceda 2008). Una de las variables en las que se observa las particularidades de las diferentes entidades políticas moches, es la de los patrones funerarios (Kaulicke 2001: 245).
Autores: Henry Gayoso Rullier y Santiago Uceda Castillo Titulo original:  Cuando los Muertos Hablan en Moche. Los Patrones Funerarios en un Conjunto Arquitectónico del Núcleo Urbano
El complejo arqueológico Huacas del Sol y de la Luna es considerado como uno de los sitios moches más importantes, acaso la ciudad capital del denominado Estado Moche del Sur (Castillo y Donnan 1994). Éste habría ocupado los actuales valles de Chicama y Moche, ambos considerados como el área nuclear, desde donde los moches se habrían expandido, en su época de máximo esplendor, hacia los valles sureños de Chao, Virú, Santa y Nepeña. Los restos de la otrora ciudad de Huacas del Sol y de la Luna se ubican en la zona sur del valle de Moche, en su parte baja, a 6 kilómetros de la línea costera y a 5 kilómetros de la moderna ciudad de Trujillo. La ciudad se asienta al oeste del río Moche y al este del mítico Cerro Blanco. Si bien hubo estudios anteriores muy puntuales desde fi nes del siglo XIX (p.e. Uhle 1915; Topic 1977), el sitio se ha estudiado de manera intensiva y continua desde el año 1991, gracias al Proyecto Huaca de la Luna, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo. Los estudios del Proyecto han permitido establecer en el área arqueológica nuclear, que ocupa un espacio de aproximadamente 750,000 m2, tres elementos mayores: la Huaca del Sol, la Huaca de la Luna (ambos, sus edifi cios mayores) y el Núcleo Urbano.
Fig. 1. Mapa General del sitio y detalle de ubicación del CA35.
La Huaca del Sol se ubica en el extremo oeste de la ciudad. Es una estructura piramidal de adobe que, en su último proyecto arquitectónico, llegó a tener 345 m de largo, 160 m de ancho y 30 m de altura máxima, siendo considerada una de las pirámides de barro más grandes de América. Huaca de la Luna, es un complejo arquitectónico compuesto por dos templos de adobe, ambos ubicados a los pies del Cerro Blanco, en el extremo este. El Templo Viejo, que está compuesto por dos plataformas y tres plazas, ocupa un espacio de 31.806 m2, donde su estructura mayor, la Plataforma I, destaca con sus 100 m de lado y 24 m de altura, con forma de pirámide escalonada, y su eje principal en sentido norte-sur. El Templo Nuevo, compuesto por una plataforma aterrazada y acaso una plaza, se ubica inmediatamente al este del Templo Viejo y su eje principal se orienta de este a oeste; los trabajos en este templo son aún iniciales. Los muros de ambos templos fueron primorosamente decorados con motivos iconográfi cos policromos. Finalmente, el Núcleo Urbano se halla en la planicie que separa las dos huacas, donde se ubicaron las áreas residenciales, de producción, de almacenaje, administrativas y de relaciones sociales recíprocas (fi gura 1). Prácticamente en todas las publicaciones sobre el sitio arqueológico, se menciona y describe tumbas moches. Sin embargo, el estudio específi co sobre sus prácticas funerarias se inició con el trabajo de Donnan y Mackey (1978), quienes publicaron un libro sobre patrones funerarios antiguos, a partir del análisis de tumbas excavadas en el valle de Moche, incluyendo las Huacas del Sol y la Luna; luego Tello, Armas y Chapdelaine (2003), hicieron un estudio comparativo de las prácticas funerarias moches, a partir de tumbas del Núcleo Urbano y de la Huaca de la Luna, excavadas entre 1991 y 1998.
Fig. 2. Fotografía aérea del CA35.
Para cumplir con el objetivo de la presente investigación, hemos tomado como muestra un grupo de tumbas registradas en el Conjunto Arquitectónico 35 (CA35). Este Conjunto tiene un área total de 495 m2; se ubica en la zona central del Núcleo Urbano, unos 120 metros al oeste del Templo Antiguo de Huaca de la Luna. Ha sido estudiado entre los años 2000 y 2005 (Tello et al. 2006; Tello et al. 2008; Tello et al. 2004; Tello et al. 2005; Seoane et al. 2006). Se ha excavado y registrado la mayor parte de su extensión, hasta el sexto piso de ocupación, salvo en el ambiente 35-5. En este ambiente se excavó hasta la capa estéril, 8 metros abajo, lográndose defi nir 13 pisos de ocupación cultural asociados a los estilos cerámicos Moche II, III y IV. Un muro grueso divide el CA35 en dos subconjuntos: el subconjunto 1, al este, ha sido defi nido como un área pública administrativa, mientras el subconjunto 2, al oeste, como un área residencial y de producción de chicha. Es probable que al menos durante el periodo Moche IV, el CA35 haya formado parte de un bloque arquitectónico complementado con los CAs 17 y 21 (Chiguala et al. 2006: 199), ambos identifi cados como talleres de producción artesanal, probablemente controlada por los habitantes del CA35. Los límites del CA35 no han variado en los últimos seis pisos de ocupación; por lo tanto, es muy probable que dicho Conjunto haya sido, a lo largo del tiempo, la residencia del mismo grupo social. De allí la relevancia del estudio de su variabilidad a través del tiempo (fi gura 2). Los resultados obtenidos nos han permitido establecer patrones de enterramiento típicamente moches (Donnan y Mackey 1978), pero también algunas variantes particulares. Algunas características observadas en nuestra muestra coinciden con las informaciones recuperadas por los cronistas sobre las costumbres de enterrar muertos, particularmente en los pueblos de la Costa Norte. LAS
TUMBAS Y SUS ASOCIACIONES
La muestra procedente de este Conjunto agrupó un total de 25 tumbas entre los pisos de ocupación 7 y 1, asociados a las fases estilísticas de cerámica Moche III y Moche IV (fi gura 3). A partir de fechas radiocarbónicas obtenidas para el Núcleo Urbano (Uceda et al. 2008), podemos decir que las tumbas asociadas a la fase estilística Moche III se ubican cronológicamente entre el 240 y el 600 d.C. Para esta fase, contamos con 18 tumbas. Las 7 tumbas Moche IV se ubican entre el 600 d.C. y el momento de abandono del sitio, hacia el 850 d.C. No se ha registrado tumbas anteriores al piso 7, menos aún asociadas a la fase estilística Moche II, probablemente debido a que el CA35 no ha sido excavado en su totalidad hasta el nivel estéril. Características estructurales de las tumbas Según las características constructivas, las tumbas del CA35 se clasifi can en tumbas de fosa y tumbas de cámara, siguiendo la clasifi cación previa hecha para las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna (Tello et al. 2003:154-155). Si hacemos un cruce entre las características constructivas de las tumbas, y el número de individuos que contienen, son cuatro los subtipos de tumbas identificados dentro de los límites del CA35: (1) las tumbas de Fosa de entierro Individual (FI); las tumbas de Fosa de entierro Grupal (FG); las tumbas de Cámara de entierro Individual (CI) y las tumbas de Cámara de entierro Grupal (CG).
Fig. 3. Correlación de las tumbas del CA35
Tumbas de fosa
Las tumbas de fosa son las más simples en términos estructurales. Para nuestra muestra contamos con 20 tumbas, de las cuales 18 son FI y 2 son FG (cuadro 1). Son hoyos que se excavan en el suelo, de dimensiones variables, generalmente oblongas. En algunos casos tienen la base en forma de «v», probablemente debido al tipo de herramienta utilizada para su excavación. Para su construcción, se tuvo que romper pisos de arquitectura y los rellenos de dichos pisos. La variable que parece determinar el tamaño de la fosa es el número de individuos que contiene, pues las fosas más grandes son del subtipo FG. Sin embargo, en el caso específi co de las tumbas FI, no es clara cual es la variable que determina el tamaño de la fosa aunque el rango o estatus, traducido en la cantidad de ofrendas, parece ser más importante que el tamaño del individuo (incluido edad y género). Por ejemplo, la tumba que contiene la mayor cantidad de cerámica (tumba 23), contiene un niño de entre 12 y 18 meses de edad, y la fosa mide 200 cm de largo por 150 cm de ancho y 62 cm de profundidad. La fosa de la tumba 11, que también contiene un infante de entre 8 y 16 meses de edad, tiene apenas 65 cm de largo por 37 cm de ancho y 30 cm de profundidad. La tumba del individuo de mayor estatura (tumba 20) tiene sólo una vasija de cerámica y mide 170 x 70 x 56 cm. Un ejemplo «clásico» de tumba de fosa es la Tumba 4 (fi gura 4), de subtipo FI. Está asociada al piso 3 (Moche III) y tiene como dimensiones: 170 cm de largo, 70 cm de ancho y 56 cm de profundidad. El cadáver se encontró en posición decúbito dorsal o supino, con la cabeza al sur y los pies al norte. El cráneo estaba ligeramente inclinado sobre el hombro izquierdo, mirando al oeste. Los miembros superiores e inferiores estaban extendidos. Se registró un efecto de pared en ambos lados del cuerpo, lo que indicaría la presencia de un ataúd al momento de su inhumación. Se trata de un adulto mayor, posiblemente una mujer. La estatura se estimó en 153,3 cm (± 3,82 cm). Sobre los pies se ubicó una botella. De la boca se recuperó una lámina gruesa de cobre; sobre la pelvis, una lámina delgada, asociada a la mano izquierda. Junto a la tibia izquierda, se ubicó un hueso de extremidad de camélido (Tello y Delabarde 2008: 133-134).
Cuadro1. Características constructivas de las tumbas del CA35.
Tumbas de cámara
Son las tumbas formalmente más complejas. Se denominan así porque su estructura está conformada por 4 muros de adobes construidos dentro de una fosa, sin que la altura de los muros llegue hasta la boca de dicha fosa. Los 4 muros forman una cámara de dimensión paralelepípeda. Puesto que el primer paso es excavar una fosa, también se tuvo que romper pisos de arquitectura, y los rellenos de dichos pisos, para su construcción. En nuestra muestra, se ha registrado 5 tumbas, de las cuales una es del subtipo CI (tumba 5), y las cuatro restantes son CG (cuadro 1).
Fig. 4. Dibujo de planta y fotografía de la tumba 4, de subtipo fosa individual.
Tres de las tumbas de cámara registradas en el CA35 (tumbas 9, 10 y 14; fase estilística Moche III) presentan un techo compuesto por un nivel de vigas de «algarrobo» (Prosopis pallida) o de «caña de guayaquil» (Guadua angustifolia) dispuestas a lo largo de la cámara descansando sobre las cabeceras de los muros norte y sur. Estas vigas a su vez soportaban un nivel de «caña brava» (Gynerium sagittatum), dispuesto de manera transversal a dichas vigas. Sobre el nivel de cañas, iba un nivel de adobes, para finalmente ser sellado por un relleno, es decir, un nivel de tierra de entre 20 y 97 cm de espesor, hasta alcanzar la boca de la matriz. Este relleno final estuvo generalmente compuesto por tierra y adobes, tanto enteros como fragmentados, muy compacto. Tello y Delabarde (2008: 147) asumen que el relleno fue humedecido y apisonado durante su depósito en la matriz. En los otros dos casos (tumbas 5 y 6, fase estilística Moche IV), las cámaras eran simplemente selladas por el mismo relleno de la tumba y un piso, sin arreglo de techo alguno (cuadro 1). Los adobes de los muros que configuraban las cámaras están dispuestos, en la mayoría de los casos, de soga, salvo en el caso de una cámara (tumba 10, fi gura 5) que tiene hornacinas en los muros este y oeste, donde los adobes están colocados tanto de soga como de canto. Las paredes de los muros de las cámaras estuvieron enlucidas con barro, sin evidencia de pintura. La base de las cámaras también era tratada mediante un apisonamiento compuesto por una capa de barro que descansaba sobre una capa de arena, o de arena y tierra.
Las dimensiones de las cámaras también varían, y no es clara ninguna variable que las determine. La cámara más pequeña (tumba 9), de subtipo CG, tiene en su interior 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de profundidad. La más grande (tumba 14), también del subtipo CG, tiene en su interior 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad.
Una tumba de cámara «clásica», desde el punto de vista formal, es la tumba 14. Se trata de una cámara de adobes construida dentro de una fosa excavada desde el piso 6. La fosa tiene 257 cm de largo por 178 cm de ancho y 125 cm de profundidad. Dentro de ella se habilitó la cámara, de 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad, cuya base estaba constituida por una capa de tierra apisonada de unos 5 cm de espesor. Dentro de ella se colocaron los cuerpos de tres individuos, de los cuales uno es el entierro original y los dos restantes, re-entierros. La cámara se rellenó con arena semi-compacta, mezclada con pedazos de piso, adobes quebrados y fragmentos de material cultural. La cámara presentó un techo compuesto por tres «cañas de guayaquil» dispuestas a lo largo sobre los muros norte y sur, sobre las cuales se colocó una trama de «caña brava» de manera transversal, para fi nalmente ser cubierto por una capa de adobes. Sobre este techo se colocó un relleno, compuesto de tierra y pedazos de adobe, hasta sellar la tumba (Tello en prensa: 179-184) (Figura 6).
Proceso de enterramiento
Los datos etnohistóricos proporcionados por los cronistas coloniales indican que, en el mundo andino, la muerte de una persona era un acontecimiento importante dentro de su familia y de su comunidad, y su importancia variaba según su posición social. La importancia social infl uía en el tiempo de duración del velatorio, dónde era enterrado, cómo y con qué era enterrado, la cantidad de asistentes a su sepelio, entre otros aspectos. Se desconoce en qué momento del velatorio el muerto era amortajado y/o colocado en un ataúd. De un dato proporcionado por Bartolomé de las Casas (1939 [1550], capítulo XV), respecto a que durante el velatorio «Ponenle cada dia ropa y vestidos nuevos sobre los que tiene, sin quitalle nada» se deduce a priori que la colocación del difunto en la mortaja y/o ataúd se debió hacer en las instancias finales.
Luego del velatorio, que podía durar varios días dependiendo de la clase social del difunto1, se procedía al entierro. El difunto era llevado por sus parientes y amigos en procesión hasta la sepultura, Según Bernabé Cobo (1964 [1653], capítulo VII), «Celebraban las obsequias acompañando al muerto sus parientes y amigos hasta la sepultura con cantares lúgubres, bailes y borracheras, que duraban tanto más tiempo cuanto era mayor la calidad del difunto».
En el caso de la tumbas de fosa, el proceso de enterramiento parece fácil de deducir. Uno o dos sepultureros cavaron la fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas 2. Luego se procedió a colocar el cuerpo del difunto (o difuntos), el ajuar funerario y ofrendas correspondientes. Finalmente, los sepultureros rellenaron la fosa con tierra hasta sellarla; incluso, se pudo sellar con un piso arquitectónico.
En el caso de las tumbas de cámara, los sepultureros cavaron una fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas y dentro de ella arreglaron la disposición de los 4 muros que dan forma paralelepípeda a la cámara. La disposición de los adobes dependerá de la presencia o no de hornacinas. Se niveló la base de la cámara con barro, a manera de piso, y se procedió a la deposición del cuerpo o cuerpos humanos, y las asociaciones correspondientes. Las tumbas de cámara Moche III del CA35 fueron rellenadas hasta la base de la cámara, luego de lo cual se colocó el techo, para fi nalmente rellenar el resto de la fosa hasta la boca. Las tumbas de cámara Moche IV fueron rellenadas hasta la boca de la matriz, sin colocar techo alguno.
Este proceso «clásico» presenta dos variantes en el CA35, defi nidas por cuerpos inhumados fuera de la cámara, pero dentro de la fosa3 (tumbas 5 y 6). En el caso de la tumba 5, el difunto-ofrenda se entierra primero, en la base de la matriz de fosa, luego se rellena con tierra y se elabora el piso de la cámara. Luego se construye la cámara, es decir sus 4 muros, y en su interior se deposita el cuerpo. En la tumba 6, el proceso es el mismo, con la diferencia de que en el interior de la cámara se depositan el entierro principal y más difuntos-ofrenda4.
Fig. 5. Tumba 10. a. Plano de parte de la cubierta; b. Plano de planta de restos óseos y cerámica en la cámara; c. Plano de ubicación de las hornacinas de la cámara; d. Reconstrucción isométrica de la cámara.
Fig. 6. Tumba 14. a. Plano de planta de la cubierta; b. Plano de planta de las osamentas y de la cerámica.
Asociaciones
Las asociaciones se pueden separar en aquellas que están en directa relación con el cuerpo (relación directa) de aquellas que no lo están (relación indirecta). De los cronistas obtenemos descripciones sobre las asociaciones que acompañaban a los difuntos de elite. Las tumbas de los difuntos más importantes incluían en su ajuar a sus mujeres, sirvientes, vestidos, ornamentos, objetos de cerámica, objetos de metal, armas, instrumentos de ofi cio, comida y chicha, etc. Tomaremos como ejemplo, la descripción que hace Bernabé Cobo, quien describe con qué se enterraba a los difuntos:
«… aderezados y compuestos de las vestiduras mas preciosas, de todas las joyas y arreos con que solían engalanarse cuando vivían, con las armas que usaban en la guerra, y en muchas partes con los instrumentos del ofi cio que habían ejercitado en vida, como, si era pescador, con las redes y demás adherentes; y a este modo de los otros ofi cios. Ponían sobre el cuerpo difunto de sus comidas y bebidas; y con los caciques y señores enterraban parte de sus criados y de las mujeres mas queridas; destos, unos ahogaban antes y los echaban muertos, y a otros, habiéndolos primero emborrachado, los metían vivos en la sepultura, a que muchos de su voluntad se ofrecían» (Cobo, op. cit., capítulo VII).
Asociaciones de relación directa
Aquí incluimos aquellos objetos que están en contacto directo con el cuerpo, como objetos en la boca, manos y/o sobre diferentes partes del cuerpo; máscaras, collares, orejeras, narigueras y otros ornamentos puestos en sus sitios correspondientes o al menos dentro de receptáculos como ataúdes o fardos (Kaulicke 2001: 91) (ver cuadro 3).
Cuadro 3. Asociaciones directas e indirectas en las tumbas del CA35.
Ornamentos de metal
Generalmente los ornamentos que forman parte de la indumentaria del difunto son de metal, principalmente cobre. Sólo en siete tumbas se han registrado ornamentos completos o casi completos de metal reconocibles. Entre los ornamentos reconocidos se encuentras restos de máscaras, narigueras, orejeras, colgantes, collares, cuchillos, así como partes de ornamentos no identifi cados, como cuentas, láminas y discos. La tumba más rica en ofrendas de metal es la tumba 9, asociada a la fase estilística Moche III, que registra 2 orejeras de oro, un collar conformado por 12 grandes conos de cobre dorado en forma de búho y una cuenta alargada de este mismo material; un par de láminas alargadas con agujeros, de cobre dorado; un conjunto de pequeños discos de cobre dorado; pequeños discos y cuatro pequeños objetos globulares debajo de la mano del individuo principal (Figuras 7 y 8).
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Fig. 7. Vista en primer plano, in situ, de asociaciones de ornamentos del difunto principal de la tumba 9.
Fig. 8. Ornamentos de metal de la tumba 9. a. Orejeras de oro; b. Colgante en forma de cono; c. Objeto laminar alargado con agujeros.
Fragmentos de metal, cerámica y conchas
Fig. 9. Tumba 13. Asociaciones directas de fragmentos de cerámica.
En algunos casos, se ha registrado la costumbre de colocar piezas de cobre (láminas y fragmentos de láminas delgadas y gruesas, piezas pequeñas enteras y fragmentadas, en algunos casos dobladas, etc.) en la boca del difunto, a veces envueltos en un fragmento de textil de algodón. Estas piezas habrían sido deliberadamente dobladas o rotas antes de ser colocadas en las tumbas. Según Donnan y Mackey (1978:86) esta costumbre «is an extensión of the Salinar and Gallinazo practice of placing metal objects in the mouth». Estos investigadores señalan que esta práctica es muy común en las culturas prehispánicas subsecuentes (Ibid.). Sin embargo, su signifi cado simbólico, al menos en el mundo mochica, es desconocido5. Esta costumbre fue practicada, a decir del Padre Calancha (1934 [1638], capítulo 12), hasta algunas décadas después de la conquista:
«En los primeros años de su conversion desenterravan los difuntos de las Iglesias o cementerios, para enterrarlos en sus guacas, o cerros o llanadas, o en su mesma casa, i entonces beven, baylan i cantan, juntandose sus deudos i allegados, i les ponian como antes oro i plata en la boca, y ropa nueva tras la mortaja, para que les sirva en la otra vida. Esta supersticion mando arrancar el Concilio segundo Limense del ano de 1567 (…)».
La boca no es la única parte del cuerpo donde se colocaban pequeños objetos o fragmentos de objetos de metal. También se colocaron en antebrazos, manos, tórax, pelvis, piernas y pies. Esta costumbre no discrimina edad ni sexo, pero si el rol funerario del difunto, al menos en el CA35: de 36 individuos, al menos 12 tenían metal en algunas de las partes del cuerpo señaladas, pero ninguno de ellos es un acompañante o difunto-ofrenda, por lo cual esta costumbre está asociada a los difuntos principales. Otra costumbre que parece ser análoga, es la de colocar fragmentos de cerámica en vez de metal, pero esto sólo se da, al menos en el 35, en tumbas de fosa (Figura 9). Existe un caso donde el difunto tiene en las manos valvas de concha (ver cuadro 3).
Cinabrio
Si bien el uso del cinabrio (sulfuro de mercurio) para fi nes funerarios estuvo muy difundido en la zona central andina, no es común a todos los contextos mortuorios. En las Huacas del Sol y de la Luna se ha registrado cinabrio en las osamentas, en los arreglos (ataúd, envoltorio) o en las ofrendas asociadas (cerámica, metal, mates) de algunas tumbas, así como en algunos contextos arquitectónicos rituales. Pero no es lo común. En el caso específi co del CA35, se detectó en dos tumbas: tumba 5 (radio derecho del individuo principal) y tumba 19 (cuello).
Otros
Además del material descrito, también se pueden encontrar en las tumbas objetos de piedra y hueso, principalmente en forma de cuentas que habrían formado parte de collares.
Asociaciones de relación indirecta
En este grupo incluimos ofrendas que, estando dentro de la estructura funeraria, están separadas del individuo aunque ordenados en relación a él (Kaulicke op. cit.). En este grupo destacan la cerámica y las ofrendas de animales, especialmente camélidos (ver cuadro 3).
Objetos de Cerámica
Se ha registrado en total 143 piezas de cerámica, completas o casi completas, asociadas a las fases estilísticas Moche III (79 piezas) y Moche IV (64 piezas). Las formas de cerámica más recurrentes son las botellas y los cántaros6. Prácticamente todo el grupo de vasijas son fi nas; la calidad de la cerámica es buena en términos generales. Sin embargo, la cerámica de las tumbas Moche III (Figura 10) es de mejor acabado que la de las tumbas Moche IV (Figura 11). Cualitativamente, las piezas de cerámica registradas son piezas fi nas, escultóricas y/o pictóricas, de uso restringido. En un sólo caso, el ajuar cerámico incluye una vasija de cerámica para uso doméstico: una olla (tumba 23, ocupada por un infante)7.
Fig. 10. Muestra de vasijas de cerámica de tumbas Moche III del CA35. a. Botella asa-estribo con decoración pictórica; b. botella asaestribo escultórica.; c. Cántaro con decoración pictórica; d. Cántaro con decoración escultórica; e. Cuenco; f. Canchero; g. Olla; h. Crisol; i. Miniatura que representa un vaso escultórico.
No se han hecho estudios específicos para determinar si los objetos cerámicos fueron elaboradas ex profeso para la tumba o son piezas de uso restringido usadas por el difunto en vida. En el estudio sobre las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna previamente mencionado, al hablar sobre el ajuar cerámico, Tello y colegas (2003: 163) aseguran que sólo algunos ceramios de la mejor calidad, que posiblemente formaban parte de los objetos personales del difunto, presentaron huellas de uso; en la mayoría de los casos, no presentaban evidencias de uso y se tratarían de vasijas fabricadas ex profeso para el entierro. La presencia de vasijas crudas en algunas tumbas Moche IV de Plataforma Uhle (Chauchat y Gutiérrez 2006, 2008) indicaría también una tendencia a elaborar piezas de cerámica estrictamente para fi nes funerarios.
Normalmente, las ofrendas de cerámica en las tumbas de fosa, tanto Moche III como IV, oscilan entre 1 y 4 piezas. Los dos casos excepcionales son las tumbas 7B y 23 (9 piezas cada una). La tumba 23 contiene 1 olla, 1 botella asa-estribo escultórica, 2 cántaros y 5 miniaturas8. Esta tumba es la única en donde se registran una olla y miniaturas. Es en las tumbas de cámara donde se ha hallado la mayor cantidad de cerámica por tumba; en líneas generales, el número de piezas de cerámica en este tipo de tumba es muy variable, y no guarda relación con el número de individuos que la ocupan. Por ejemplo, la tumba 5 posee la mayor cantidad de ajuar cerámico, contando con 44 piezas de cerámica, y solamente fue ocupada por un individuo dentro de la cámara, y una ofrenda humana bajo la misma, la cual no posee cerámica asociada. Sin embargo, la tumba de cámara 14, que fue ocupada por 3 individuos, sólo contó con 8 vasijas asociadas.
Casi todas las tumbas tenían vasijas de cerámica. Sin embargo, cinco no contuvieron vasijas de cerámica como parte de su ajuar funerario (tumbas 13, 18, 19, 21 y 22)9. En los 5 casos se trata de tumbas de fosa ocupadas por infantes, de las cuales tres pertenecen a un mismo piso de ocupación (tumbas 18, 19 y 22, piso 4). Estos infantes, en 4 casos, presentaron fragmentos de cerámica doméstica en asociación directa al cuerpo, aparentemente de manera análoga a la costumbre de colocar láminas o fragmentos de láminas de metal, como ya se ha visto.
Fig. 11. Muestra de piezas de cerámica de tumbasMoche IV del CA35. a. Botella de asa lateral; b. Cántaro con aplicación escultórica; c. Cántaro con decoración pictórica; d. fl orero; e. cuenco; f. canchero; g. silbato; h. pututo; i. piruro.
Ofrendas de animales
Catorce tumbas presentan ofrendas de animales, de las cuales 12 son ofrendas de camélido; en un caso es un roedor (probablemente un «cuy», Cavia porcellus) y en otro caso es un pescado no identificado. Las partes de camélido que se ofrendan de manera más común son el cráneo, mandíbula, vértebras, costillas y extremidades. Parece que ciertas ofrendas de animales no habrían cumplido una función alimenticia en el marco ideológico funerario moche, como ya fue observado por Donnan y Mackey (1978: 210), en base a la pobreza del contenido de carne de las ofrendas de camélido. Recientemente, Nicolás Goepfert analizó una muestra de ofrendas de animales registradas en tumbas de la Plataforma Funeraria Uhle, al oeste del templo viejo de Huaca de la Luna. Corroboró lo observado por Donnan y Mackey y sugiere, haciendo uso de datos iconográficos y etnográficos, una función de psicopompa, «es decir, que el animal ayuda a llevar el alma del muerto al inframundo» (Goepfert 2008: 240). Al menos este parece ser el caso para las ofrendas de camélido, animal que es representado en la iconografía transportando esqueletos en el mundo de abajo.
Adicionalmente, se puede encontrar en algunas tumbas otras piezas como piedras trabajadas y pedazos de cuarzo.
LOS INDIVIDUOS ENTERRADOS Y SU TRATAMIENTO
En total, son 36 los individuos enterrados en las diferentes tumbas registradas en el CA35.
Orientación
La orientación predominante es la S-N, típica de los entierros moches en el sitio, en la cual el cuerpo está enterrado a lo largo de la matriz, con la cabeza al sur y los pies al norte; sin embargo, se han registrado 4 casos en los cuales el cuerpo está orientado en sentido E-W. La predominancia de la orientación S-N es recurrente para cada piso de ocupación. La orientación del cráneo parece ser irrelevante, pues se han registrado casos en que el individuo está con la mirada al frente, así como al este o al oeste (cuadro 2).
Posición
La posición más común del cadáver es decúbitodorsal o supina (DD), con las extremidades superiores e inferiores extendidas. En la mayoría de los casos, las extremidades superiores están recogidas a la altura de la pelvis, y las extremidades inferiores recogidas a la altura de los pies, uno sobre el otro. Sin embargo, existen algunas variantes en la posición de manos y los pies. Las manos pueden estar también paralelas a los costados, a la altura del fémur; recogidas ambas sobre el tórax; o una bajo el cuerpo y otra sobre la pelvis. Las extremidades inferiores pueden estar también extendidas con los pies paralelos, o ligeramente fl exionadas.
La posición DD, con 21 casos de los 36 registrados, equivale al 60% del total de difuntos del CA35. La preferencia por esta posición es constante para cada uno de los pisos de ocupación. Son menos comunes los casos de posición decúbito dorso-lateral o de costado (DDL, izquierda y derecha), decúbito ventral o prono (DV), posición sentada fl exionada (SIT) y posición decúbito ventro-lateral derecha, con las piernas hiper-fl exionadas (DVLd) (ver cuadro 2).
Cuadro 2. Características biológicas y de tratamiento del difunto de las tumbas del CA35.
La posición DV no es aplicada en ninguna de las tumbas de la fase estilística Moche III de nuestra muestra, sólo en las tumbas Moche IV. En los tres casos registrados, los individuos están en tumbas de cámara y en calidad de acompañantes, como difuntosofrenda. En dos casos, boca abajo y en un caso con el cráneo mirando al norte (fi gura 12a).
La posición DDL (de costado) se aplica en 3 tumbas de infantes del subtipo FI (Moche III) y una tumba de adulto de sexo masculino, de subtipo FG (Moche IV). No parece haber ningún tipo de relación entre esta posición y variables como género, fase estilística Moche, tipo de tumba u orientación (figura 12b). De igual modo, en el resto de tumbas del Núcleo Urbano, registradas hasta el momento, se han hallado en esta posición tanto infantes como adultos de ambos sexos, en las fases estilísticas Moche III y Moche IV, tanto en tumbas de fosa como de cámara, orientados en sentido S-N, aunque también en sentido E-W (ver Tello et al. 2003:153, cuadro 5.1).
Fig. 12. Tipos de posiciones de difuntos, no típicos, registrados en el CA35. a. Decúbito ventral (DV); b. Decúbito dorso-lateral (DDL); c. Decúbito ventro-lateral derecho con piernas hiper-fl exionadas (DVLd); d. Sentados (SIT).
Las posiciones SIT y DVLd son aún menos comunes dentro de las prácticas funerarias moches10 y son casos únicos, hasta el momento, en el Núcleo Urbano. El caso del individuo colocado en posición DVLd, corresponde a la tumba 6, la cual se describirá a detalle más adelante (fi gura 12c). El caso de los individuos sentados (SIT) corresponde a la tumba 9 (figura 12d). Esta tumba se ubica en el ambiente 35-5. Es del tipo cámara, conformada por adobes que delimitaban un espacio rectangular de 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de altura, orientado en sentido sur-norte. La profundidad de la cámara tiene evidentemente que ver con la forma de enterramiento. Al interior se encontraron los restos de dos individuos, ambos colocados en posición sentada, con las piernas fl exionadas. El individuo 1 era un hombre adulto de entre 30 y 35 años de edad, de unos 162,2 cm de estatura (± 3,42 cm) se encontraba sentado de frente hacia el norte, recostado en el muro sur de la cámara. Los miembros superiores se extendían junto al cuerpo y se unían en la pelvis, mientras que los inferiores se recogían hacia el tórax. Las improntas de textiles en los huesos, reducidas a polvo marrón, demuestran que el cuerpo fue depositado dentro de un envoltorio. El cuerpo del individuo 2 corresponde a una mujer joven, de entre 15 y 20 años de edad, con unos 140,9 cm (± 3,82 cm) de estatura. El cuerpo se halló en el extremo norte de la cámara, apoyando la espalda en el muro este, inclinado hacia el lado izquierdo. Al igual que el individuo 1, el cráneo estaba inclinado hacia abajo debido a un deslizamiento de su posición original. Los miembros superiores se hallaron retraídos hacia el tórax, pero con los codos retirados del cuerpo; los miembros inferiores estaban flexionados, pero hacia abajo, permitiendo que las rodillas se separen y sobresalgan hacia arriba, mientras que el pie derecho se superponía al izquierdo (Tello 2003: 176).
Número de individuos por tumba
Tanto las tumbas de fosa como las de cámara, pueden poseer un único individuo (de entierro individual) como una cantidad mayor (de entierro grupal). Los dos casos de tumbas de fosas de entierro grupal (tumbas 7A y 7B) son tumbas dobles, es decir, poseen sólo dos individuos11. Las cámaras de entierro grupal pueden poseer dos (tumbas 5,9 y 10), tres (tumba 14) o cuatro (tumba 6) individuos. En los casos de tumbas grupales, tanto de fosa como de cámara, aparentemente nos hallamos ante entierros múltiples, aunque al menos un caso parece ser un entierro colectivo (tumba 14)12.
Atributos paleodemográficos
Fig. 13. Gráfi co sobre periodo de vida y sexo de los difuntos del CA35.
El grupo de 36 individuos enterrados en las tumbas del CA35 incluye 2 fetos (5,56%), 17 infantes (47,22%) y 17 adultos (47,22%). Tal como se observa en el cuadro 2 y fi gura13, hay dos no natos o fetos, ambos registrados en una tumba de fosa grupal (tumba 7B, fase estilística Moche III, piso 4). Los dos tienen entre 7 y 9 meses lunar in utero. La presencia de una vasija de cerámica escultórica, que representa una curandera, es sugerente, y podría tener relación con la mujer que intervino en el parto fallido de uno o los dos fetos (Tello y Delabarde 2008: 141).
Hay 17 infantes cuyas edades oscilan entre los 6 meses y los 10-14 años. Aunque están presentes en todos los tipos de tumba de la muestra, es en las fosas individuales donde su presencia es abrumadoramente mayoritaria. No se dan casos en que la posición del cuerpo del infante sea DV, SIT o DVLd. Dentro del grupo de los adultos, hay cierto equilibrio en cuanto al género. De los 17 adultos identifi cados, 7 son mujeres, 8 son hombres y en 2 casos el género no se ha podido determinar. También hay un equilibrio en cuanto a su presencia según el tipo de tumba. Las edades oscilan entre los 15-20 años y los 40-55 años. Las mujeres son bastante jóvenes, pues sus edades oscilan entre 15-20 y 18-25 años; mientras que en el caso de los hombres, las edades oscilan entre 18-25 y 40-55 años. Las tallas de los individuos de sexo masculino oscilan entre 160 y 168 cm mientras que las de las mujeres, entre 140 y 153 cm. En nuestra muestra no existen tumbas con difunto de sexo femenino orientado en sentido E-W. Esta afi rmación preliminar se hace extensiva al resto de tumbas del Núcleo Urbano.
Envoltorio
Fig. 14. Caso atípico de uso de tinaja como ataúd. Tumba 23.
La preservación de elementos de origen orgánico es mala debido a la altura de la capa freática, pero sobre todo al uso del espacio en el Periodo Chimú como terreno de cultivo. Esto ha impedido que se conserven componentes como el ataúd, los envoltorios o mortajas, y el vestido. Sin embargo, se conservan algunas evidencias, como por ejemplo las improntas, la descomposición en espacio colmado de la osamenta, o efecto de pared en los huesos, que indican que los cuerpos estuvieron envueltos en textiles y/o dentro de ataúdes de cañas, la igual que en tumbas moches de otras zonas. Al menos en 11 de las 25 tumbas, esta evidencia es clara. En todos los casos de las tumbas de cámara, al menos el individuo considerado el difunto principal presenta evidencias de envoltorio y/o ataúd. En un único caso, la evidencia sugiere que el cuerpo fue depositado desnudo. Es el caso del individuo 2 de la tumba 9, del subtipo CG, una mujer que fue colocada sentada, acompañando a un hombre, también sentado.
Un caso atípico de «ataúd» es aquel de la tumba 23, del subtipo FI. Es una fosa de 150 cm de largo por 200 cm de ancho por 62 cm de profundidad, la cual fue sellada por una torta de barro. Dentro de la fosa se halló una vasija grande carente de borde y fragmentada, tapada por la base convexa de otra vasija. Dentro de ella se acomodó el cuerpo de un infante de menos de 6 meses de edad, «como dentro de un útero» (Tello et al. 2005: 234). Se hallaron ofrendas tanto en la fosa como en el interior de la vasija que contenía el cuerpo del infante. El ajuar cerámico está compuesto por objetos de cerámica, objetos de metal, y en menor medida de otros materiales, además de ofrendas de animales (fi gura 14).
Actores funerarios: principales y acompañantes
En las tumbas de entierro grupal registradas en el CA35 se pueden identifi car dos tipos de actores: el difunto principal y difunto-ofrenda o acompañante.
Los difuntos principales son los muertos que han motivado el ritual funerario. Puesto que tienen la capacidad de ocasionar la muerte de otras personas para que los acompañen en su viaje al mundo de los ancestros, se suponen personas del más alto nivel de la elite. Existen algunos aspectos que confl uyen para identifi carlos dentro de una tumba de entierro grupal. El primero es la orientación y disposición del cuerpo; en el caso moche, el cuerpo que se encuentre en sentido sur-norte, decúbito dorsal extendido, podría ser el difunto principal. Un segundo aspecto a tener en cuenta son las asociaciones. El difunto principal lleva asociaciones directas e indirectas siempre, mientras que los difuntos-ofrenda, como veremos más adelante, no. Las asociaciones indirectas son colocadas, claramente, en dirección al difunto principal.
Los difuntos-ofrenda o acompañantes son inmolados como parte del ritual funerario de entierro, para acompañar a los difuntos principales al mundo de los ancestros; son ofrendas humanas. Dentro de nuestra muestra, al menos 5 individuos presentan evidencias de ser ofrendas humanas. Estos se encontraron inhumados en las tumbas de cámara 5, 6 (Moche IV) y 9 (Moche III). En el caso de la tumba 5, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara mientras el entierro principal se encontraba dentro de la misma.
El individuo considerado ofrenda, una mujer, se encontraba en posición decúbito ventral, ubicado bajo el muro este de la cámara y no tenía ninguna asociación, aunque posiblemente fue inhumado con un envoltorio. En el caso de la tumba 6, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara, y dos más fueron colocadas dentro de la cámara, junto al entierro principal. Las posiciones de los individuos ofrenda son sugerentes. El individuo-ofrenda que se halló bajo la cámara, de sexo masculino, se encontró en posición decúbito ventro-lateral derecha con los brazos flexionados y las piernas hiperflexionadas, y el muro oeste de la cámara pasaba por encima de su pelvis; su cuerpo se halló sin asociación alguna. Uno de los individuos-ofrenda depositados dentro de la cámara es un adulto de sexo femenino, que se ubicó al costado derecho del individuo principal, en la misma orientación (S-N), pero decúbito ventral y fl exionado. Los miembros inferiores estaban hiperflexionados hacia el abdomen, con las rodillas al nivel del tórax y los pies por debajo del miembro derecho del individuo principal. Esto sugiere que el individuo fue arrojado y que las piernas fueron flexionadas para permitir el depósito del individuo principal. La mayoría de las conexiones están preservadas y la organización de los huesos muestra que no hubo perturbación al momento del depósito de los otros cuerpos, por lo tanto sería un depósito simultáneo. Para Tello y Delabarde (op. cit.), la posición es característica, más de una ofrenda, que de un entierro moche. El otro individuo-ofrenda es un niño de entre 4 y 5 años de edad. Se localizó a los pies del individuo principal, en posición decúbito ventral y estaba dispuesto con la cabeza hacia el noreste y los pies al suroeste. Los miembros inferiores se encontraron extendidos y pasaban debajo de la pierna derecha del individuo 1. Esta forma de enterramiento tampoco es común para los moches y se parece a la inhumación de los otros individuos-ofrenda. Todas las ofrendas materiales de la tumba se encuentran asociadas al difunto principal, inhumado al final (figura 15).
Fig. 15. Tumba 6. a. Plano de planta de difunto principal y difuntosofrenda, así como sus asociaciones; b. Plano de planta de difunto ofrenda (individuo 4) bajo la cámara.
En el caso de la tumba 9, la ofrenda humana fue colocada dentro de la cámara, junto al difunto principal. Las posiciones de ambos, son poco ortodoxas, pues se encontraban sentados. El difunto-ofrenda es un adulto de sexo femenino, y su osamenta no mostraba rastros de ningún tipo de envoltorio y no presentaba asociaciones. A partir de la diferencia en el tratamiento del los cuerpos, Tello asume que el hombre sería el personaje principal de la tumba, mientras que la mujer habría sido sepultada desnuda como acompañante. Como ajuar funerario se registró vasijas de cerámica, ornamentos de metal y ofrendas de camélido (Tello en prensa). Todas las asociaciones correspondían al individuo considerado el entierro principal. Manipulación post-entierro En el CA35 hay evidencias de manipulación posterior al entierro, realizada por los mismos moches. Este es el caso de las tumbas 7-A, 14 y 23, consideradas re-entierros, y las tumbas 5 y 10, donde se ha desenterrado la tumba, manipulado los huesos, y vuelto a enterrar.
Re-entierros
La tumba 7-A, de subtipo FG y fi liación Moche IV, ha sido interpretada por sus investigadores (Tello y Delabarde 2008: 140-141) como un re-entierro. Esta ocupada por un adulto de sexo masculino y un infante. Al adulto se le halló sin ningún hueso de la mano izquierda, y los huesos de los pies estaban incompletos; también se registró una perturbación en la organización de la osamenta. Además, al levantar el sacro, se registró dos carpos de la mano derecha de otro individuo adulto. Los huesos faltantes se habrían perdido antes de ser depositado el cadáver en la tumba, aunque no hay ninguna explicación lógica para la presencia de los carpos del otro adulto. La osamenta del niño también se halló con algunas alteraciones: la mayoría de los elementos del tórax y de la cintura pélvica estaban desplazados, las costillas se encontraron en paquete, y el fémur derecho se registró al lado izquierdo, mientras que el izquierdo al lado derecho. Algunos fragmentos de la pelvis se ubicaron hacia los miembros inferiores. Puesto que los cuerpos presentan algunas conexiones preservadas, Tello y Delabarde (2008: 141) sugieren que «el enterramiento se realizó cuando la descomposición del cuerpo no era total (…)».
La tumba 14, de subtipo CG, asociado a la fase estilística Moche III, presenta clara evidencias de re-entierro. En su contexto primario debió ser una tumba individual de un adulto de sexo masculino, que luego se reabrió para colocar dos re-entierros de infantes. Mientras la osamenta del adulto se encontraba articulada, algunos huesos de los infantes, como por ejemplo el cráneo y las extremidades superiores e inferiores, se extendían fuera de sus posiciones anatómicas, de lo cual se deduce que estos habrían sido traídos de otro lugar cuando sus tejidos blandos ya estaban decompuestos (Tello en prensa: 182) La tumba 23, es una tumba FI, donde el cuerpo de un infante fue depositado dentro de una vasija grande, posiblemente una tinaja y esta a su vez, dentro de la fosa. El esqueleto se encontraba en posición DD, pero sus huesos no se encontraban en posición anatómica, lo que indicaría que el cuerpo fue depositado parcialmente descompuesto dentro de la vasija.
Estos son ejemplos que indicarían la costumbre de desenterrar difuntos enterrados en lugares distantes, y que se re-entierran en la ciudad. La práctica de reenterramientos ha sido registrada en otros contextos moches. En la Huaca Cao Viejo, en el Complejo Arqueológico El Brujo (valle de Chicama), se registró una tumba de cámara con evidencias de remoción de la osamenta del personaje principal, remoción de ofrendas, rotura de ofrendas, desplazamiento de parte del ajuar afuera de la tumba y desarticulación de los esqueletos que acompañaban al personaje principal, el cual debió ser re-enterrado en otro lugar, como ha sido registrado en una tumba de cámara en Huaca Cao Viejo (valle de Chicama) (ver Franco et al. 1998, 2003: 165).
Sin embargo, existe la posibilidad de que no se traten de re-entierros sino de entierros primarios de difuntos que fueron trasladados, luego del velatorio, desde lejos del lugar de entierro. Nelson y Castillo (1997) registraron que la osamenta de la mayor parte de los individuos enterrados en tumbas del periodo Moche Medio, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) estuvo desarticulada en zonas como el cráneo, los pies, las costillas y vértebras. Estos investigadores aseguran que cuando se depositaron los cuerpos en las tumbas, estos se encontraban en un avanzado proceso de descomposición, y que esto se debería a un prolongado ritual funerario pre-entierro de algunas semanas de duración, incluido el traslado desde zonas distantes a San José de Moro.
Entierro-desentierro-entierro
La tumba 9, es de subtipo CG y está asociada con cerámica de la fase estilística Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son las siguientes: (1) el centro del relleno de la tumba estaba más suelto, compuesto por arena, y dicho espacio se reducía conforme se ingresaba a la cámara; (2) el techo de adobes y algarrobo había sido removido y cortado; (3) el muro este de la cámara fue parcialmente destruido. Para Tello (en prensa: 174) este proceso tuvo por fi nalidad «depositar o extraer algún elemento de la tumba». Las osamentas de los dos individuos que ocupan la cámara están completas y no presentan huellas visibles de manipulación por lo que se podría suponer que la tumba se re-abrió con la fi nalidad de darle de comer y beber al difunto principal, proceso que incluyó la manipulación del ajuar. Al menos existe evidencia de un cántaro que fue introducido en la tumba «después que se sella la cámara» (Tello en prensa: 177).
Fig. 16. Tumba 10. a. Restos óseos disturbados del primer nivel; b. Restos óseos disturbados del segundo nivel.
La evidencia sobre la costumbre de desenterrar las tumbas para darles de comer a los difuntos y renovar su ropa, dentro de un periodo de tiempo establecido, ha sido registrada por diferentes cronistas, a lo largo de los llanos y la sierra andina (p.e. Francisco de Ávila 1987 [1598], capítulo 28; Cieza de León 1946 [1553], capítulo LXIII; Calancha 1934 [1638], Capitulo 12; Las Casas 1939 [1550], capítulo XV). Por ejemplo, Cieza de León dice que «… usaron en los tiempos pasados de abrir las sepulturas [el subrayado es nuestro] y renovar la ropa y comida que en ellas habían puesto». En el mismo sentido, Francisco de Ávila señala como «… decían a propósito de la fi esta de Todos los Santos que los huiracochas también ofrecían comida de la misma manera que ellos solían hacer a sus cadáveres y a sus huesos [el subrayado es nuestro]; y así, en los tiempos antiguos, llevaban toda clase de comida, toda muy bien preparada, diciendo: ¡Vamos a la iglesia! ¡Demos de comer a nuestros muertos!».
La tumba 10, es de subtipo CG y fi liación Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son varias. La cubierta de adobes rota es la primera evidencia. Una segunda evidencia es las características del relleno: hacia el centro y parte superior, el relleno estaba conformado por tierra con pedazos de adobes, de consistencia compacta, mientras que los extremos y la base estuvieron rellenados con material semicompacto, conformado por arena y algunas concentraciones de tierra, que sería el relleno original. La tercera evidencia está conformada por las osamentas: se identifi caron tres individuos dentro de un depósito de huesos perturbados, los cuales, en algunos casos están en paquete o preservando conexiones anatómicas. En la fosa, pero fuera de la cámara (primer nivel, fi gura 16a), se encontró los miembros inferiores de un niño; dentro de la cámara (segundo nivel, fi gura 16b) se hallaron los huesos de los adultos, pero sin los huesos de la pelvis y el cráneo, lo cual impidió determinar el sexo. El orden en que se hallaron las vasijas tanto dentro como fuera de la cámara, fue muy particular «y estaría indicando que el ajuar funerario también fue disturbado. Es muy posible que se sacaran y/o ingresaran elementos, incluso los ceramios del primer nivel podrían haber estado originalmente dentro de la cámara» (Tello y Delabarde 2008: 154). Este es un proceso tafonómico diferente al de la tumba 9. Belkis Gutiérrez (2008) nos ofrece una primera interpretación de este tipo de contextos. Ella reporta procesos de alteración post-entierro en la Plataforma Uhle, ubicada al pie de la Huaca de la Luna. Según Gutiérrez hay un orden pre-establecido que se inicia con el entierro primario, luego el desentierro del mismo, generalmente cuando el cuerpo está parcialmente articulado. En dicho desentierro, se remueve una parte del cuerpo, o la mayor parte del mismo, quedando algunos huesos como prueba de que el cuerpo estuvo en la cámara. El ritual termina con el re-entierro «sin inhumación, es decir se sella la tumba manipulada dejándola casi vacía»; esto entierros habrían estado ligados a eventos El Niño (Gutiérrez 2008: 248). ¿A dónde se llevan los huesos extraídos? Se han registrado casos en diferentes zonas del complejo arqueológico donde se han hallado partes de cuerpos humanos enterrados en contextos no funerarios. Por ejemplo, en el CA39, Seoane y co-autores reportan el hallazgo de 2 cráneos así como dos miembros inferiores en conexión anatómica en una zona de almacenes (ambiente 6); igualmente extremidades humanas de al menos una mujer y dos adolescentes en otra zona de almacenamiento (ambiente 13), también anatómicamente articulados (Seoane et al. 2007: 183).
Siguiendo las evidencias de la tumba 10, quisiéramos sugerir otra posibilidad de interpretación a la propuesta de Gutiérrez. Podría ser que la osamenta fue sacada de la tumba para cumplir algún ritual donde esta fue manipulada, luego de lo cual fue re-depositada. En el lapso de tiempo entre la extracción de la osamenta y su re-entierro, la manipulación de los huesos pudo ocasionar el desprendimiento y pérdida de algunos de ellos, por lo que al re-enterrarse, los cuerpos se encontraron incompletos. Margarita Gentile reporta, gracias a un documento etnohistórico, la práctica de desenterrar muertos en 1784, en la ciudad boliviana de Cochabamba. Aún cuando esta ciudad está muy lejana de la costa norte del Perú, los datos que proporciona Gentile son muy interesantes. Por ejemplo, cuando habla de la práctica de desenterrar muertos dice que:
«Hasta la tarde brindan y se convidan unos a otros, en el atrio de la iglesia. Luego pasan al camposanto y comienzan a desenterrar los cadáveres enterrados el año anterior, tarea que dura hasta la noche. Después dichos cadáveres son depositados en la iglesia, en féretros, pero las calaveras, y parece que parte de algunos cuerpos, se llevan envueltos en mantas, llamadas también aquí quepes y llicllas (…), a las casas de los alfereces. Allí se baila ‘cargados a las espaldas los huesos, para que también se festejen, y alegren los difuntos’ Al día siguiente, al medio día, los alfereces encabezaban una procesión llevando las calaveras adornadas con fl ores, sostenidas en pañuelos (telas o paños pequeños). Luego sacan los féretros que estaban dentro de la iglesia, adornados con guirnaldas de fl ores, y salen todos en procesión alrededor del camposanto precedidos por un sacerdote con capa negra y otros con túnicas de mangas anchas, acompañados de muchas velas y los alfereces con sus pendones distintivos. El último acto público es el entierro en el interior de la iglesia, posiblemente en una fosa común (…) ya que en esta circunstancia no cabe pensar que se pudiera respetar ninguna manda testamentaria referida al lugar de entierro …» (Gentile 1994: 72-73).
Al respecto, Gentile (1994: 74) sostiene que se trata de una ceremonia «para rogar por el agua necesaria para las chacras…», donde se compromete a los difuntos «a ser buenos intermediarios a cambio de un festejo». Gentile (ibid.) añade que «No hay que perder de vista tampoco que, en los Andes en general, los difuntos no entran en tal categoría sino hasta los tres años de fallecidos, de manera que al año, como en este caso, todavía no se han ido del todo (para expresarlo de alguna forma». La procesión de los alfereces llevando las calaveras adornadas con fl ores «retrotrae sin esfuerzo a las escenas representadas en huacos mochicas y nasca».
SÍNTESIS Y COMENTARIOS FINALES
La información arriba presentada, complementada con los cuadros 1, 2 y 3, nos permite hacer un análisis sincrónico y diacrónico, a partir del cual sintetizar y discutir algunos aspectos interesantes, ligados a rasgos particulares de cada piso de ocupación y variantes temporales, para finalmente acercarnos a conocer parte de la identidad social de los difuntos del CA35.
Sobre el tratamiento del difunto
En líneas generales, dentro de cada piso de ocupación, la posición predominante de los cuerpos es decúbito dorsal extendido, con la cabeza orientada al sur y los pies al norte. Estos rasgos funerarios son considerados típicos de Moche (Ubbelohde-Doering 1967: 22; Donnan y Mackey 1978: 63, 86, 208; Donnan 1995; Armas et al. 2003: 156; Castillo 2003: 90-91), aunque se observan algunas variantes particulares, que también se han visto en otros contextos del complejo arqueológico y en otros sitios moches de la Costa Norte. Desconocemos cual es la razón por la cual los enterradores optan algunas veces por colocar los cuerpos orientados en sentido este-oeste13, o en posición DDL o SIT. Cualquier intento de explicación a la luz de los datos que disponemos, sería mera especulación. Sin embargo, es sugerente el hecho de que la posición DV se asocia en nuestra muestra sólo a difuntos-ofrenda, en tumbas de cámara Moche IV. En el resto del Núcleo Urbano sólo se ha registrado una tumba (Moche III de subtipo FG) con dos individuos en esta posición, sin mayores asociaciones e identificados también como difuntos-ofrenda.
A este punto del análisis, dos aspectos generales llaman la atención: las particularidades sincrónicas y las variantes temporales.
a) Particularidades sincrónicas
El piso 6 (Moche III), que reportó cinco tumbas, muestra como rasgo común la ausencia de la costumbre de colocar fragmentos de metal, cerámica, o malacológico, en asociación directa con el cuerpo del difunto, salvo en un caso. Esta costumbre se observa recién como una constante a partir del piso 5, y pudo ser retomada de las culturas Salinar y Gallinazo (Donnan y Mackey 1978). El piso 4 (Moche III) es muy peculiar, pues sólo presenta tumbas del tipo fosa y ocupadas por infantes (a excepción de una tumba de fetos) de entre 9 y 24 meses de edad, sin vasijas de cerámica como parte de sus asociaciones. No hay ninguna tumba de adultos. El piso 2 (Moche IV) muestra como rasgo común el patrón de enterramiento en las tumbas de cámara, con una ofrenda-humana por debajo de dicha cámara y sin techo.
b) Variantes temporales
Las tumbas de fosa no presentan alguna variante signifi cativa entre piso y piso, o entre fases estilísticas. Sin embargo, la forma estructural y de enterramiento como variable comparativa, nos lleva a pensar de manera preliminar que las tumbas de cámara Moche III constituye un grupo funerario diferente al grupo Moche IV. Mientras que en Moche III, los difuntos y ofrendas se colocan dentro de la cámara, se rellenan y luego se techan, para fi nalmente rellenar hasta la boca de la tumba, con manipulación post entierro; en Moche IV, un difunto-ofrenda se coloca debajo de la cámara (rasgo para el cual no hay antecedentes en el sitio), y dentro de la cámara el personaje principal, algunas veces con ofrendas-humanas también al interior; luego se procede a rellenar la tumba hasta la boca, sin elaborar techo alguno, y sin manipulación post-entierro.
Sobre la identidad de los difuntos
Las tumbas que, dentro de un conjunto arquitectónico debidamente delimitado, están asociadas al mismo piso de ocupación, son relativamente contemporáneas y los individuos que las ocupan podrían haber formado grupos consanguíneos o de otro tipo de nexo social. Mario Millones afirma que «existe un corolario a los entierros como «decodificadores de parentesco» y éste es que efectivamente, se encuentren en la unidad residencial y que representen al grupo doméstico, o por lo menos abstraigan una coherencia de éste» (Millones 1996: 51). En el mismo sentido, Kaulicke sostiene que para reconocer grupos sociales hay que partir de la hipótesis de que «los individuos que comparten una afinidad consanguínea o de otro tipo de nexo social están enterrados en espacios contiguos. Además de ello compartirán otros rasgos como posición, tipo de asociación y, sobre todo, la orientación» (Kaulicke 2001: 93).
Si tenemos en cuenta lo sostenido por Millones y por Kaulicke, y que los individuos de la muestra están enterrados dentro de los límites del mismo conjunto arquitectónico, comparten patrones de enterramiento y semejanzas de estilo en las asociaciones, se infiere que dichos individuos formaban parte del mismo grupo social. La evidencia es contundente al señalar que dichos individuos pertenecían a la elite14 del grupo al momento de su muerte. Las diferencias estructurales (tumbas de fosa versus tumbas de cámara) y de asociaciones entre cada tumba, indicarían diferencias de estatus al interior del grupo, toda vez que el tratamiento mortuorio del individuo es consistente con la posición social que ocupó en vida (O’Shea 1984: 36). Estas diferencias obedecerían a los diferentes roles que pudieron cumplir los difuntos durante su vida y hasta antes de su muerte, en el marco de las relaciones sociales y de producción, algo que Saxe (1970: 7) ha llamado identidades sociales.
¿Fue el mismo grupo social el que habitó el Conjunto Arquitectónico durante toda su historia ocupacional? Parece que fue el mismo durante la vigencia de la fase estilística Moche III, puesto que la arquitectura interior no presenta cambios signifi cativos ni tampoco los patrones funerarios. Pero, ¿siguió este mismo grupo habitando el conjunto durante la fase estilística Moche IV? Las diferencias de entierro entre las tumbas de cámara Moche III y Moche IV nos ofrecen dos posibilidades de interpretación: (1) Si habría sido el mismo grupo, y estas diferencias de entierro se habrían dado por cambios en la estructura social de los residentes, dentro de la sociedad moche (Uceda 2007); o (2) hubo un cambio de grupo social residente en dicho conjunto arquitectónico durante la fase estilística Moche IV, donde estos nuevos residentes habrían realizado los cambios arquitectónicos observados por Tello (2008: 447), ampliando el número de habitaciones pero en espacios más reducidos y especializados. Futuros análisis de ADN nos permitirán optar por una de estas dos posibilidades.
Lo que no queda claro aún es el nexo del grupo social, es decir, si este involucra una agrupación familiar o de linajes unidas por un nexo de parentesco, o de personas que comparten un origen común; ni tampoco el tamaño del grupo social. Los estudios en el sitio para la fase estilística Moche III son muy limitados. Nuestra visión para la siguiente fase estilística es más clara, pues ya en otras publicaciones hemos sostenido que los habitantes de los conjuntos arquitectónicos del Núcleo Urbano, durante la vigencia de la fase estilística Moche IV, formarían parte de diferentes grupos corporativos (grupos de fi liación familiar que poseen grupos no familiares adscritos a él) (Uceda 2007: 42) o parcialidades (Gayoso 2007: 154, 162) y que las actividades desarrolladas al interior de un conjunto arquitectónico son efectuadas por algunos de sus miembros bajo la administración de su elite mayor. Dichas actividades o roles conferían a los miembros que las ejecutaban un estatus mayor en relación a los demás miembros del grupo social. Lo que no queda claro aún es si los señores de los conjuntos arquitectónicos son señores de parcialidades o de estratos de la misma unidad.
Edad y género versus estatus y división sexual del trabajo
En los pisos donde hay tumbas de hombres adultos, mujeres adultas y niños, las tumbas de los hombres adultos son las que poseen una mayor cantidad de ofrendas, en especial cerámica y metales. En el mismo sentido, en 4 de las 5 tumbas de cámara el personaje principal es un hombre adulto; en la otra es una mujer adulta. Sin embargo, contamos también con tumbas de fosa de niños o de mujeres adultas con mayor cantidad de asociaciones que algunas tumbas de fosa de hombres adultos. Esto indica que si bien el poder fue ejercido por los miembros adultos masculinos de la sociedad mochica, mujeres y niños pudieron obtener mayor rango o estatus social que algunos hombres, pero este rango se habría adquirido por el grado de parentesco que tuvieron con los hombres adultos que detentaban el poder. Uno de nosotros llegó a la misma conclusión en un trabajo anterior, al afi rmar que «por las ofrendas de cerámica y metales, los hombres tuvieron un mayor estatus entre los pobladores del Núcleo Urbano que las mujeres y niños» (Uceda 2007: 31).
No existen asociaciones que sirvan como indicadores de género y de división sexual del trabajo, como si sucede en otros sitios arqueológicos. Por ejemplo, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) los piruros y otros elementos del hilado y el tejido, están asociados a tumbas de mujeres, mientras que los elementos de trabajo de metal están asociados a tumbas de hombres; puesto que el hilado y el tejido fueron actividades asociadas tradicionalmente al sexo femenino, mientras que la metalurgia se asocia al sexo masculino, su presencia en las tumbas son indicadores de género y de división sexual del trabajo. En el CA35, se encontraron como asociación directa sólo 2 piruros en dos tumbas diferentes: una tumba de fosa de un infante y una tumba de cámara, asociado a una mujer. Las evidencias encontradas en otros contextos funerarios del sitio indican una presencia pareja de piruros en tumbas de hombres y mujeres. Esto nos llevó a meditar, en el caso de Huacas del Sol y de la Luna, «si efectivamente la presencia del piruro en una tumba es un indicador de actividad productiva realizada en vida del individuo o nos encontramos frente a un signifi cado ideológico que se escapa a nuestro entendimiento» (Gayoso 2007: 152).
Los difuntos-ofrenda
Finalmente, queremos señalar dos criterios que se podrían utilizar para identifi car un difunto-ofrenda en los contextos funerarios del sitio, a partir de las evidencias en el CA35. Un primer criterio podría ser la posición del cuerpo – que no es decúbito dorsal – aunque esta no es determinante; este criterio parece débil aunque no por eso debemos dejarlo de lado. Lo que sí parece determinante es la carencia de asociaciones, en especial aquellas de relación directa con el individuo. Por ejemplo, ningún difunto-ofrenda presenta láminas de metal en la boca u otras partes del cuerpo. Las tumbas con difuntos-ofrenda se encuentran tanto en la estilística Moche III como en la fase estilística Moche IV, asociadas a tumbas de cámara. En la fase estilística Moche III sólo una tumba de cámara presenta un difunto ofrenda, mientras que en la fase estilística Moche IV hay una tumba con 3 difuntos ofrenda, uno de ellos colado debajo de la cámara. Aunque la evidencia de la muestra es estadísticamente baja, esto corroboraría la idea propuesta por uno de nosotros (Uceda 2007) en el sentido de que entrada la fase estilística Moche IV, la elite urbana adquiere mayor poder que la elite religiosa, la cual se traduce en un mayor acceso a los recursos, entre ellos, las vidas humanas.
Queda pendiente un estudio a mayor escala de los patrones funerarios en el sitio y en el valle que nos permitirían enriquecer el conocimiento sobre las particularidades del sitio, del valle, así como del moche sureño en relación a otros grupos políticos moches.
CONCLUSIONES
1. Las tumbas excavadas en el CA35 son típicas de la cultura moche, pues guardan el patrón de enterramiento conocido para esta cultura. El porqué se escoge en algunos casos una orientación o posición diferente a la moche es una respuesta que se obtendrá a la luz de una mayor cantidad de datos.
2. Las tumbas corresponden a individuos de la elite moche, pero de estatus variable. Esta variabilidad se debería a los diferentes roles cumplidos en vida por los difuntos, o por su relación de parentesco con personas de roles importantes dentro de las actividades sociales, políticas y económicos del grupo social al cual pertenecieron. El segundo argumento explicaría el alto número de entierros de infantes.
3. Aquellos cuerpos identifi cados como difuntosofrenda corresponderían a sirvientes. Por lo tanto, no se tratarían de miembros de la elite, pero si de miembros del mismo grupo social, posiblemente por adscripción.
4. Los contextos identifi cados como re-entierros o entierros de difuntos de procedencia lejana, podrían indicar que no necesariamente todos los muertos vivieron en el CA35, pero si que pertenecían al grupo social que operaba en dicho conjunto. La necesidad de enterrarse en este conjunto tendría que ver con el hecho de yacer dentro de un sitio considerado sagrado (cercanía al templo y al divino Cerro Blanco), es decir, por cuestión de ideología o de prestigio. Este hecho permitiría abrir una nueva visión sobre las relaciones entre las elites urbanas y grupos no urbanos a los cuales pudieron estar ligados, en el sentido de grupo corporativo o parcialidad.
5. Las diversas interpretaciones vertidas sobre las evidencias de manipulación post entierro no son del todo excluyentes. Existe la posibilidad de que este comportamiento con los muertos sea aún mucho más compleja, y obedezca a diferentes rituales, por lo que tanto las interpretaciones planteadas por Gutiérrez como las nuestras se apliquen para el caso del sitio, en diferentes situaciones o contextos. Vemos que las fuentes de información etnohistórica, arqueológica y etnográfica se complementan con la evidencia del CA35 como en el resto del sitio, y nos permiten observar una rica y compleja relación entre vivos y muertos en el mundo moche y andino.
  Pie de página
Mientras mayor estatus o rango social tenía el difunto, más días se le velaba, como lo señala Pedro de Cieza de León (1946[1553], Capítulo LXII): “Y guardaron, y aun agora lo acostumbran generalmente, que antes que los metian en las sepulturas los lloran cuatro o cinco o seis dias, o diez, segun es la persona del muerto, porque mientras mayor señor es, mas honra se le hace y mayor sentimiento muestran, llorandolo con grandes gemidos y endechandolo con musica dolorosa, diciendo en sus cantares todas las cosas que sucedieron al muerto siendo vivo”. Esto se confirma cuando, por ejemplo, Pablo José de Arriaga (1968 [1621], capítulo VI) señala que en algunos pueblos de los llanos (la costa) el muerto se velaba por 10 días. Francisco de Ávila (1987 [1598], capítulo 27) dice que “en los tiempos muy antiguos, cuando un hombre moría, velaban su cadáver durante cinco días”. Ambos cronistas basan la duración del velatorio en la importancia del difunto. Así, el difunto descrito por Arriaga parece describir el velatorio de un individuo de elite, probablemente un principal o un curaca, mientras Ávila parece señalar el velatorio de un individuo del común.
Se desconoce el tipo de instrumento que utilizaron para tal fi n. Para el caso de las tumbas del Periodo Mochica Medio de San José de Moro, en el valle de Jequetepeque, Martín del Carpio (2008: 91) sostiene que “El proceso de cavado del pozo de acceso y la cámara debió hacerse con un instrumento de cobre o madera, una especie de palo cavador que, por las improntas halladas en las tumbas, debió tener un ancho de hoja de unos 15 cm”. Esta labor, según del Carpio, se pudo realizar en unas pocas horas.
Según Tello y Delabarde (2008) las evidencias son claras para afi rmar que se trata de un mismo evento de entierro, y no de entierros diferentes superpuestos.
Hay un caso en que uno de los ocupantes de la tumba está fuera de la cámara, pero dentro de la fosa de la tumba por encima de la cámara, pero es un contexto alterado por los moches, por lo cual se desconoce si originalmente esa fue la disposición de los cuerpos: es el caso de la tumba 10.
En la zona mesoamericana, los mexicas colocaban en la boca de los cadáveres de los señores y nobles una piedra verde llamada chalchihuitl simulando su corazón (Murillo 2002: 61, 74).
En total son 138 vasijas (43 botellas, 74 cántaros, 10 floreros, 3 cancheros, 2 cuencos, 1 olla, 5 miniaturas), 2 piruros, 2 instrumentos musicales (1 pututo y 1 silbato) y una cuchara con mango escultórico. Los floreros son vasos de borde acampanulado; los cántaros mencionados son pequeños, del tipo jarra; los cancheros son cuencos de borde cerrado con mango; el piruro es un volante de huso; el pututo es una trompeta con forma de caracol.
Las ollas y tinajas están tradicionalmente asociadas a la cocción de alimentos y la chicha (cerveza de maíz); las tinajas también se habrían usado para el almacenamiento de la chicha.
Originalmente estas piezas fueron definidas como crisoles, por su pequeño tamaño (Tello et al. 2005: 235-236).
Sólo hemos considerado en este punto las tumbas intactas. Las tumbas 1, 2, 15 y 24 tampoco tuvieron cerámica al momento de ser excavadas, pero se registraron completamente disturbadas por huaqueros, con lo cual la presencia o no de cerámica en su contexto original es desconocida.
La posición sentada es reportada por Max Uhle (en Tello 2003: 176) cerca de Huaca de la Luna, donde encuentra, a 4 metros de la superfi cie, tanto tumbas individuales como grupales en esta posición, pero podrían ser tumbas chimúes intrusas, pues según Donnan y Mackey (1978: 242-366) la posición sentada es común en entierros chimúes registrados en las Huacas del Sol y de la Luna. Chauchat y Gutiérrez (2006) reportan una tumba de tipo FG, de transición Moche II-III, en la Plataforma Funeraria Uhle, al pie de la Huaca de la Luna.
Hasta el momento, no se registrado ninguna tumba de fosa grupal (FG) en el Núcleo Urbano que contenga más de dos individuos.
En la teoría de la antropología forense y ciencias afi}nes, los entierros múltiples implican inhumación simultánea de los difuntos que ocupan una tumba, que por lo general son individuos que acompañan a un personaje principal; mientras que los entierros colectivos identifi can a tumbas donde las inhumaciones no son simultáneas, y tienen un periodo de utilización largo (ver p.e. Alfonso y Alesan 2003: 15).
Donnan y Mackey (1978: 208) sugieren una relación entre la orientación del cuerpo y el sitio arqueológico para el caso Moche IV. Mientras que en sitios como Huanchaco, Huacas del Sol y de la Luna o Pacatnamu, la orientación sur-norte es predominante; en el caso del valle de Santa, en el sitio de Pampa Banca, los cuerpos están generalmente orientados en sentido oeste-este.
No hay tumbas de sirvientes en el CA35, al menos dentro del rango de difuntos principales. Los únicos individuos enterrados que se podrían considerar sirvientes son los difuntos-ofrenda. Incluso las tumbas más sencillas tienen asociaciones que implican cierta capacidad de acceso a recursos socialmente restringidos a la elite. Por ejemplo, la tumba FI 16 no posee mayor asociación que tres vasijas de cerámica, sin embargo una de ellas es una botella de asa estribo con representación iconográfica, y las otras dos son cántaros tipo jarra. La tumba FI 20 posee un individuo con fragmentos de cerámica en asociación directa y una sola vasija, pero de buena calidad: es una botella asa estribo con representación en alto relieve de la cacería del venado. La tumba FI 18 posee fragmentos de cerámica en asociación directa al cuerpo del difunto y ofrendas de camélidos. Dentro de este grupo de elite enterrado en el CA35 se observan diferencias. Por ejemplo, si tomamos en cuenta las características formales de las tumbas, aquellos individuos enterrados en tumbas de cámara tendrían un mayor status. Por añadidura, las tumbas de fosa, más simples, parecen estar asociadas a individuos de menor status. Dentro del grupo de las ofrendas, creemos que las ofrendas humanas tienen un mayor valor, por lo que aquellos enterrados en cámara con ofrendas humanas, tienen mucho mayor status aún. A priori, una mayor cantidad y calidad de las ofrendas de cerámica y metales indicarían también un mayor status.
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Los Últimos Mochicas en Jequetepeque
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    EL PROYECTO ARQUEOLÓGICO SAN JOSÉ DE MORO 1991-2000.
Las investigaciones arqueológicas de San José de Moro, y de la parte norte del valle de Jequetepeque, se iniciaron en 1991 y han continuado hasta la fecha, permitiéndonos registrar más de 150 contextos funerarios, planteándonos nuevas y más complejas preguntas de investigación y contribuyendo al desarrollo sostenible de la comunidad. Los objetivos iniciales del proyecto fueron estudiar los patrones funerarios Mochicas a partir de la excavación de tumbas y reconstruir, sobre la base de estudios estratigráficos, la secuencia ocupacional del sitio. No éramos conscientes entonces que la secuencia ocupacional sería tan compleja, ni que el sitio había sido el resultado de tantas fases de ocupación. Tampoco intuíamos que los patrones funerarios presentarían tantas variedades formales, ni que la preservación del sitio nos permitiría inferir aspecto relacionados con la organización espacial del cementerio, la riqueza y variabilidad de las asociaciones o los rituales funerarios. Como suele suceder, los objetivos con los que se
Moche: hacia el final del milenio. Actas del Segundo Coloquio sobre la Cultura Moche (Trujillo, 1 al 7 de agosto de 1999), Santiago Uceda y Elías Mujica, editores, T. II, págs. 65-123. Lima, Universidad Nacional de Trujillo y Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003.
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inició la investigación fueron agotándose en los primeros años, pero éstos fueron derivando en una serie de nuevos problemas e interrogantes. En la actualidad el objetivo central del proyecto es el estudio de los procesos culturales en el sitio como centro ceremonial y funerario regional. Este objetivo central puede, a su vez, descomponerse en una larga lista de objetivos particulares. Para lograr resolver este objetivo central debemos estudiar, ente otras cosas, las particularidades de la ocupación en cada periodo, las modalidades de tumbas y sus contenidos, las evidencias de actividades ocupacionales asociadas a las tumbas, las formas de la cerámica en cada periodo, las influencias externas en los estilos cerámicos, la caracterización bioantropológica de las poblaciones en cada periodo y los contenidos iconográficos de la cerámica.
Luis Jaime Castillo Butters
Para Alonso
A fin de contestar a las preguntas que se generan de estos objetivos, los métodos empleados en las excavaciones en San José de Moro han ido cambiando a lo largo de los años, adaptándose al tipo de preguntas, a las condiciones del sitio y al progreso que se hace en la comprensión general del fenómeno Mochica. Las excavaciones, en general, han ido aumentando en escala. En la actualidad excavamos unidades de 100 metros cuadrados, que se llevan a las capas estériles, aproximadamente a 4 metros de profundidad. Estas áreas, si bien resultan ideales para estudiar las tumbas e incluso sus concentraciones, están resultando pequeñas para poder entender la complejidad de los contextos que aparecen sobre ellas, donde encontramos extensas áreas de actividad y núcleos de grandes depósitos de cerámica asociados con la producción de chicha (ver más adelante). La metodología de excavación de las tumbas mismas ha ido perfeccionándose; cuando es posible tratamos de excavarlas combinando una aproximación en planta con otra lateral, que nos permita entender la forma de la fosa en perfil.
Las investigaciones en San José de Moro se han dado en el contexto de un importante desarrollo de los estudios sobre la sociedad Mochica que han generado un efecto sinérgico muy positivo entre los diferentes proyectos. Esenciales para esta comunicación han sido las numerosas conferencias especializadas y la actitud de coordinación entre los principales investigadores. Para el proyecto San José de Moro este clima de apertura y rápido desarrollo ha sido enormemente beneficioso, puesto que coincidimos con otros proyectos en nuestro interés en temas tales como: a) el periodo tardío de esta cultura y su eventual colapso, b) el estudio de sus patrones funerarios y ceremoniales, c) el estudio de sus secuencias cerámicas,
el estudio del papel de la ideología en la organización política de esta sociedad, y e) con el periodo de tránsito luego de su colapso. Adicionalmente, el valle del Jequetepeque, antes periférico para la investigación arqueológica, se ha convertido en una de las más importantes áreas de trabajo, con proyectos de excavación en Puémape, Mazanca, La Mina, Dos Cabezas, Pacatnamú, San José de Moro, Cerro Chepén, El Algarrobal de Moro, Farfán, Cavur, así como reconocimientos sistemáticos parciales en diferentes zonas del valle.
El énfasis en el estudio de la historia ocupacional del sitio y en las tradiciones rituales y funerarias de San José de Moro ha determinado que nuestros planteamientos y marco teórico difieran de los que impera en otros estudios Mochicas (ver contribuciones en este volumen). Por ejemplo, el tema del colapso social, o del manejo político e ideológico de una sociedad en crisis son aspectos fundamentales para nosotros, mientras que resultan menos importantes en otros momentos del desarrollo de esta sociedad y para otros proyectos de investigación.
San José de Moro ofrece condiciones excepcionales para estudiar la evolución de las prácticas funerarias y ceremoniales, tanto a través del registro de entierros como de la iconografía
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de línea fina asociada a ellos. En los cambios de los patrones funerarios, de las ceremonias practicadas en asociación con ellos, y de la cerámica que encontramos en las tumbas podemos ver una compleja historia de influencias culturales, de estrategias de poder basadas en complejos manejos ideológicos y de absorción y resistencia a la presión de sociedades foráneas.
Antes de iniciar nuestro análisis de los datos de San José de Moro queremos señalar que, para una mejor comprensión de los procesos, en nuestras investigaciones asumimos dos supuestos teóricos, uno sobre la organización geopolítica Mochica y otro sobre las secuencias cronológicas y cerámicas de las diferentes regiones. En primer lugar, creemos que la evidencia material permite afirmar que el territorio Mochica estuvo dividido en dos regiones claramente definidas: la Región Mochica Norte, que comprende los valles de Piura, Lambayeque y Jequetepeque, que coexistieron con mayor o menor independencia política entre sí (Castillo y Donnan 1994b, Donnan y Cock 1986); y la Región Mochica Sur, que incluyó los valles de Chicama y Moche como zona nuclear y los valles de Virú, Chao, Santa y Nepeña, que habrían sido incorporados a través de una conquista (Willey 1953) (Fig. 18.1). En segundo lugar, y como consecuencia necesaria del primer supuesto, la secuencia cerámica del valle de Jequetepeque es diferente a la que encontramos en la región Mochica Sur y que ha sido dividida en cinco fases por Larco (1948). La secuencia cerámica en Jequetepeque comprende tres periodos: Mochica Temprano, correspondiente a las fases I y
del sur; Mochica Medio, contemporáneo con la fase III y parte de la fase IV; y Mochica Tardío, coetánea con la parte final de la fase IV y la fase V. En Jequetepeque sigue al Mochica Tardío el periodo Transicional y la ocupación Lambayeque. La secuencia de tres fases: Temprana, Media y Tardía, aparentemente, también se aplicaría a la evolución de la cerámica Mochica en Lambayeque y Piura (Castillo y Donnan 1994b). Las investigaciones llevadas a cabo en los últimos años en las dos regiones confirman la existencia de las dos secuencias, su marcada adscripción territorial y su secuencia diferenciada. Aún queda por estudiar algunas zonas donde la secuencia parece ser diferente, por ejemplo el alto Chao, el valle de Zaña y Virú. Asimismo, y como es de esperarse, en cada región existen ejemplos de artefactos de cerámica de la otra. Por ejemplo, cerámica Mochica Temprana muy semejante a la hallada en Pacatnamú fue registrada en una tumba Mochica en San Diego, en el valle de Casma (Pozorski y Pozorski 1996) y cerámica Mochica de estilo IV-V, tanto escultórica como pictórica fue encontrada en una de las tumbas complejas excavadas por Ubbelohde-Doering en Pacatnamú (Ubbelohde-Doering 1983).
EL COLAPSO DE LA SOCIEDAD MOCHICA
Aún cuando actualmente hay una gran cantidad de investigaciones centradas en el estudio de la sociedad Mochica, sólo tres proyectos han abordado sistemáticamente la parte final del desarrollo de esta cultura: el que dirigieron Kent Day e Izumi Shimada en Pampa Grande (Shimada 1994), el estudio de Galindo hecho por Garth Bawden (1977, 1982) y el Proyecto Arqueológico San José de Moro (Fig. 18.1). Además de estos tres proyectos, nuestra información acerca de los últimos periodos y el final de los Mochicas proviene de numerosos hallazgos aislados, y a veces casuales, de tumbas, pinturas murales y artefactos, así como de ceramios y objetos de metal que están diseminados en colecciones en todo el mundo. También han aportado
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a Chir LOMA NEGRA ura i N P
MOCHICA NORTE C o e r h d c La Le i aye l l b que m e a L r SIPÁN aña a d PAMPA GRANDE Z CERRO CHEPEN e SAN JOSÉ DE MORO uetepeque l PACATNAMÚ Jeq o s DOS CABEZAS a am A ic LA MINA h C ASCOPE n HUANCHACO d e e HUACA EL BRUJO ch o s MOCOLLOPE Y CERRO MAYAL M GALINDO
1
PIRÁMIDES DE MOCHE
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HUANCACO
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MOCHICA
SUR
Sitio Arqueológico bajo Excavación PAMPA DE LOS INCAS Sitio Arqueológico
ú r HUACA DE LA CRUZ i V o a h C a t n Sa
ña e N e p
0 100 PAÑAMARCA asma KILOMETROS C s ra b le u C
Fig. 18.1. Mapa de la costa norte del Perú con indicación de los sitios Mochica más importantes.
(Dibujo LJC).
datos los proyectos de análisis de los patrones de asentamiento, que si bien no se centraron en el estudio del final de Moche, han investigado esta problemática como parte de la historia ocupacional de un valle o región (Willey 1953, Prouxl 1973, Wilson 1988, Russell 1990, entre otros).
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El carácter fundamental del periodo Mochica Tardío está marcado por el colapso de esta sociedad. En la literatura se reconocen tres grandes factores que habrían originado el fin de Moche: a) la inestabilidad del medio ambiente desde mediados del siglo VI d.C., b) la influencia de la sociedad Wari y las sociedades derivadas de ella, y c) el colapso interno de la sociedad Mochica, particularmente de sus estructuras política e ideológica. Los investigadores que han estudiado este periodo enfatizan uno u otro de estos factores. Así, mientras Shimada (1994, Shimada et al. 1991) da prioridad a los factores medio ambientales, Bawden (1996) y Castillo y Donnan (1994a) se inclinan más por el debilitamiento interno de la sociedad Mochica. Para todos es cada vez más evidente que el papel de la difusión de la cultura Wari es contingente a los otros dos, y que muy probablemente no se produjo una conquista militar, tal como lo había previsto Willey (1953). Wari sí tuvo una significativa influencia en la costa norte, particularmente en aspectos ideológicos, pero esta ocurrió solamente después que se debilitara la elite gobernante Mochica, lo que sólo pudo generarse por la combinación de los otros dos factores.
Resulta peculiar, por otro lado, que la presencia Wari en realidad se manifieste en el registro en la presencia de estilos de cerámica asociados con ésta, como Nievería, Pachacámac, Atarco o Viñaque y muy infrecuentemente en cerámica del estilo Wari propiamente dicho. La capacidad que tenemos de entender el impacto del fenómeno Wari se debilita por cuanto no se tiene una idea clara de los mecanismos de interacción cultural entre Wari y estas otras tradiciones menores y regionales, que aparentemente derivarían de ella. Estas limitaciones han hecho que no sea posible entender a cabalidad la naturaleza de su presencia en la costa norte. Quedan muchas preguntas por contestar acerca del carácter de Wari, y particularmente de su peculiar forma de dispersión en los Andes centrales. La evidencia con que contamos, y que se presentará a continuación, nos inclina a pensar que Wari tuvo en la costa norte una presencia indirecta y de carácter eminentemente ideológico, mediada por la acción de otras sociedades, particularmente de la costa central. La mediación parece haber tenido dos formas: los símbolos e ideas Wari fueron reelaborados por sociedades intermedias de la costa central y la sierra norte y a través de ellas pasan al valle de Jequetepeque, o estas mismas sociedades sirvieron como agentes distribuidores de artefactos producidos originalmente en el sur.
El debilitamiento interno de la sociedad Mochica Tardía ha sido interpretado de diversas maneras. Shimada (1994) asume que existió un marcado conflicto social latente, generado por la política de una elite opresiva que subordinó pueblos de otras etnias, que finalmente se habrían sublevado contra sus opresores. Bawden explica el debilitamiento interno como el efecto de una falla estructural que inevitablemente se produjo por las contradicciones de la ideología política Mochica que tendía a favorecer a la elite en desmedro del pueblo, enfrentada a los principios andinos de reciprocidad y solidaridad (Bawden 1996). En consecuencia, interpreta el plano del sitio de Galindo, sitio tipo para la fase V en el valle de Moche, como la expresión física de estos conflictos entre segmentos de la sociedad, donde la elite se aísla del pueblo llano a través de grandes muros y portales que dificultaron y permitieron controlar el acceso entre barrios y ejercer simultáneamente el control de los recursos almacenados.
Las presiones externas e internas habrían acelerado la crisis de la sociedad Mochica Tardía. Diversos autores han planteado que en este punto ocurrieron dos cambios importantes en el patrón de asentamiento. Primero, los centros poblados más importantes pasan a situarse en los cuellos de los valles, a fin de controlar las bocatomas de los sistemas de irrigación
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(Moseley 1992)1 . Segundo, al agravarse la crisis se habría trasladado la capital del supuesto Estado mochica de las Huacas de Moche a Pampa Grande, en Lambayeque. Lamentablemente no existe suficiente información para sustentar esta hipótesis.
Tanto en Pampa Grande como en Galindo uno de los principales problemas que se debe aclarar es el proceso que les dio origen, ya que ambos sitios fueron construidos en un plazo relativamente corto y habitados por poco tiempo, pero las tradiciones cerámicas que los caracteriza, Mochica tardía en el primero, Mochica V en el segundo, están plenamente desarrolladas cuando estos sitios se habitan. Si Galindo fue, como se plantea, el lugar donde los Mochicas huyen luego de abandonar las Huacas de Moche, y en éstas no se ha encontrado cerámica de estilo Mochica V, cabe preguntarnos de dónde proviene esta tradición, por demás escasa en el valle de Moche, pero aparentemente frecuente en Chicama. En el caso de Pampa Grande, se ha planteado que el sitio fue construido rápidamente, posiblemente por una población que huía del sur. Si este fuera el caso tendríamos el mismo problema que en Galindo. Parecería que el argumento plantea que es en la huida que se gesta el estilo Mochica tardío. Lamentablemente la cerámica de ambos sitios ha sido publicada de manera muy parcial. Como es obvio, los estilos y tradiciones cerámicas no pueden surgir de la nada y tienen por lo general largos procesos de gestación, a menos que sean el resultado de migraciones o préstamos.
La naturaleza del Proyecto Arqueológico San José de Moro, enfocado en un sitio ceremonial y funerario, no nos ha permitido abordar el factor medio ambiental antes enunciado, y a decir verdad en el sitio no hemos encontrado evidencia de un dramático deterioro producto de lluvias catastróficas o sequías prolongadas. En cualquier caso, parecería que la inestabilidad climática tuvo una influencia mayor en el tránsito entre los periodos Mochica Medio y Tardío, que a su vez pudo provocar los movimientos de artesanos de la Región Mochica Sur a la Norte que se postulan más adelante, o entre los periodos Temprano y Medio, coincidiendo con el abandono de Dos Cabezas (Donnan, comunicación personal). Afortunadamente este factor está siendo estudiado en el valle de Jequetepeque por otros programas de investigación (Dillehay 2001). A falta de posibilidades de abordar el aspecto climático, nos hemos abocado a investigar los dos factores restantes, es decir, la influencia Wari y el deterioro interno de la sociedad Mochica.
INVESTIGACIONES EN SAN JOSÉ DE MORO
El proyecto arqueológico San José de Moro difiere de otros proyectos que han abordado el final de la sociedad Mochica por la peculiar naturaleza del sitio que estudiamos (Fig. 18.2). Mientras que Galindo y Pampa Grande son sitios de carácter habitacional que incluyen estructuras ceremoniales monumentales y que fueron ocupados sólo durante un corto periodo
En Jequetepeque los sitios Mochica Tardíos más importantes no se encuentran en esta zona, sin embargo podemos ver que existió esta tensión a través de la tendencia a que los sitios estén amurallados y se localicen cerca de las monta��as. Estos habría servido para defenderse tanto de agresores externos como internos.
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Excavaciones1991 Excavaciones1992 Excavaciones1995 Excavaciones1996-2001 AlgarrobaldeMoro ModulosTurísticos a Por construir AChepén AreasHabitadas turístico.(DibujoLJC). Construidos a n a ic r e m a P n ra indicacióndelaszonasexcavadasporañosyelcircuito AChiclayo HuacaLaCapilla HuacaAlta te HuacaChodoff re r a C N HuacaCuadrángulo HuacaSuroeste Huaca Luz 0 50 100 Metros de San José de Moro con Fig. 18.2. Plano
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Inca
Chimú
Lambayeque
de otras
regiones
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Wari,
Pachacamac
Cajamarca
Sierra Norte Fina (Cajamarca) deLinea Costa Central (Nievería, Pictorico Pachacamac, Teatino? Casma?)
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Cerámica Pictórica Mochica IV y V del
Sur
Tipo San José de Moro
Proto-Lambayeque Cajamarca CosteñoProto-Chimú Impreso tipo CasmaOtrosEstilosMenores Moche Wari
Moche Polícromo
y copias Moche de
Estilos de la Costa
Central
Estilo de Linea Fina
Mochica Tardío
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Cerámica Fina
Virú de
Jequetepeque
Ceramica Fina Ceramica deCalidadMedia
Posible influencia
en Vicús, Piura
Fig. 18.3. Secuencia ocupacional de San José de Moro. (Dibujo LJC).
de tiempo, San José de Moro fue esencialmente un cementerio y centro ceremonial ocupado continuamente durante más de mil años. San José de Moro tiene una historia ocupacional que se inició en el periodo Mochica Medio y duró hasta la conquista Inca, siendo su ocupación más intensa en los periodos Mochica Tardío y Transicional (Fig. 18.3).
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Dado que los montículos domésticos y ceremoniales que existieron en el sitio habían sido destruidos por huaqueros, desde 1991 nuestro trabajo se centró en la excavación de las zonas llanas ubicadas alrededor de ellos, las que parecen haber servido como plazas rituales y cementerios. Entre 1991 y 1992 excavamos la zona ubicada frente a la Huaca la Capilla, donde ubicamos cinco grandes tumbas de cámara, dos de las cuales pertenecían a las Sacerdotisas de Moro (Castillo 1996b, Castillo y Donnan 1994a y 1994b, Donnan y Castillo 1994). Desde 1995 nuestras excavaciones se han concentrado en la zona de la “Cancha de Fútbol”, directamente al norte de la Huaca Alta. Además, hemos realizado sondeos en diferentes partes del sitio, a fin de definir si la ocupación fue homogénea (Fig. 18.2). El resultado de estas excavaciones fue descubrir que el sitio fue usado de muy diversas formas y con diferentes grados de intensidad en diferentes periodos. Algunas áreas tuvieron una ocupación continua de carácter doméstico, particularmente los montículos, mientras que otras zonas parecen haber sido siempre de uso ceremonial o funerario. Algunas zonas presentaron altas concentraciones de tumbas de un periodo en particular, otras combinan tumbas de todos los periodos, mientras que otras parecen no contener ninguna tumba.
En los últimos años de investigación en San José de Moro nuestra concepción de la función general del sitio ha variado, puesto que de concebirlo como un cementerio donde se realizaron actividades ceremoniales, es decir, donde el énfasis estaba en lo funerario, hemos pasado a concebirlo como un gran centro ceremonial regional, donde las actividades predominantes son celebratorias y donde se realizan entierros de individuos de las clases altas dispuestas de manera ordenada. Es decir que la función permanente del sitio fue ceremonial, y los entierros, que seguramente eran las actividades más complejas ejecutadas en él, se realizaron cuando se producía la muerte de un individuo de la elite. Los entierros de elite y la celebración de ceremonias le confirieron al sitio un carácter sagrado, que perduró hasta la Colonia, pero mientras que su carácter permanente como campo santo estuvo ligado a los entierros y a los cultos de los ancestros, su carácter temporal como lugar de celebración se restauraba constantemente en las fiestas y cerebraciones que debían reproducirse de acuerdo al calendario ceremonial.
Las más de doscientas tumbas excavadas, pertenecientes a la ocupación Mochica o a ocupaciones posteriores, aparecen en concentraciones o alineamientos. Tumbas del mismo periodo y complejidad tienden a agruparse, por ejemplo encontramos “concentraciones” de tumbas Mochica Medio, Lambayeque y Mochica Tardío. Asimismo, hemos encontrado “concentraciones” de tumbas muy ricas, como las cinco cámaras encontradas en 1991-1992, y otras de tumbas muy pobres. En la temporada del 2000 Martín del Carpio, investigador asociado al proyecto, excavó en un área de 9 por 10 metros, una concentración de 23 tumbas Mochica Medio alineadas, una al lado de la otra (Lám. 18.1a). Concentraciones de tumbas pertenecientes al periodo Lambayeque, sin un aparente alineamiento, han aparecido hasta en dos sectores del sitio (Fig. 18.4). Así mismo, en sucesivas campañas de excavaciones seguimos un alineamiento de tumbas de bota Mochica Tardías (Fig. 18.5). Las agrupaciones y alineaciones estarían revelando subdivisiones al interior del cementerio, que podrían corresponder con diferentes grupos, quizás originarios de diferentes comunidades del valle de Jequetepeque u otras regiones, o a zonas utilizadas más intensivamente en diferentes periodos de la ocupación del sitio. Al interior de estos grupos se encuentra una fuerte homogeneidad en los patrones funerarios, particularmente en lo que se refiere a alineamiento, orientación y artefactos asociados a las tumbas. Algunas de las tumbas, además parecen haber tenido grandes botellas o paicas como marcadores externos (Fig. 18.6).
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Matriz
M- U 621
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Mancha
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M- U 614
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Matriz
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Mancha Mancha M- U 608 M- U 627
OA 1 C- 05
Matriz
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Mancha
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M- U 610
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Fig. 18.4. Concentración de tumbas Lambayeque en la unidad 9. (Dibujo LJC).
San José de Moro no sólo fue un cementerio, sino que en las superficies que rodeaban las tumbas se han conservado evidencias materiales de actividades de carácter doméstico y ceremonial que permiten aproximarnos a los aspectos del ritual funerario que no corresponden con el entierro mismo. Fruto de este tipo de ocupación se ha hallado zonas con densas concentraciones de ceniza y carbón, basura doméstica, alineamientos de adobes, desechos constructivos, fragmentería de cerámica y particularmente capas de relleno compuestas por uno o más de este tipo de desechos. Sin embargo, parecería que las zonas planas frente a los montículos no fueron empleadas para el establecimiento de unidades domésticas permanentes,
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Lám. 18.1a. Concentración de tumbas Mochica Medio en la unidad 15 – 16. (Foto Martín del Carpio).
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Lám. 18.1b. Paicas alineadas en asociación con contextos domésticos en el área 24. (Foto Martín del Carpio).
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Lám. 18.2a. Cámara subterránea que contenía ceramios de diferentes tipos utilizados para la preparación de chicha, rasgo15. (Foto Martín del Carpio).
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Lám. 18.2b. Tumba Mochica Medio, M-U725. (Foto Martín del Carpio).
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N
Fig. 18.5. Alineamiento de tumbas Mochicas en las unidades 4, 6, 7, 8a, y 11. (Dibujo LJC).
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Fig. 18.6. Tumba de bota vista de perfil con una paica como marcador. (Foto Juan Pablo Murrugarra).
o al menos no fue esta su principal función. Se han encontrado evidencias de estructuras livianas formadas por alineamientos de adobes que forman espacios rectangulares, una suerte de habitaciones o cámaras, dentro de las cuales es frecuente hallar grandes recipientes para la preparación y el almacenamiento de chica o de algún producto sólido, posiblemente maíz (Fig. 18.7). Los alineamientos de adobes, sin embargo, no parecen formar muros de estructuras permanentes, puesto que aparecen sin cimentación. En otros casos han aparecido capas compuestas por pisos sucesivos, algunos de los cuales parecerían haber sido vaciados como barro líquido. Estos piso con frecuencia están horadados por numerosos huecos de postes, lo que revelaría cambios frecuentes en la disposición y función de estos espacios delimitados. La orientación de los alineamientos de los muros en todos los periodos de ocupación del sitio es aproximadamente la misma, que tiende a coincidir con la orientación predominante de las tumbas (entre 15 y 20 grados al este del norte magnético). Finalmente, se ha encontrado en el sitio una serie de grandes muros, de hasta cinco hiladas de adobes (aprox. 1 m de alto), por dos adobes de ancho (aprox. 80 cm). Estos muros, por su extensión, parecen delimitar grandes áreas en el sitio. No hemos podido definir aún si estas áreas son de carácter funcional o si delimitan áreas donde encontraríamos tumbas de un periodo en particular. La mayoría de estos muros parecerían haber sido construidos en el periodo Mochica Tardío, aunque fueron utilizados hasta el periodo Transicional. Una peculiaridad de estos muros es que debajo de ellos se han hallado con frecuencia tumbas, incluso de cámara. Una posibilidad es que los muros, por su inusual anchura, hayan sido usados como veredas para moverse dentro del sitio.
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Fig. 18.7. Espacios domésticos Mochicas en San José de Moro. (Foto Martín del Carpio).
La creciente complejidad de los datos, que no siendo funerarios clarifican la naturaleza de la ocupación del sitio, nos permiten afirmar que las tumbas encontradas en San José de Moro fueron el resultado de complejos rituales funerarios, de los que éstas son sólo la expresión material de las últimas incidencias. Procesiones fúnebres, rituales de oración y de sacrificio, bebida y comida ritual, entrega de ofrendas y otras acciones ceremoniales ejecutadas a lo largo de un calendario litúrgico que suele extenderse más allá del entierro mismo debieron efectuarse en San José de Moro, en las capas de ocupación descritas anteriormente. Existen algunos ejemplos en la iconografía Moche que ilustran este tipo de comportamientos rituales que cabe analizar y comparar con los contextos arqueológicos registrados (Castillo 2000b). Fruto de esta intensa actividad paralela a los rituales funerarios es que notamos en el sitio una enorme cantidad de grandes recipientes para la preparación y maceración masiva de chicha, para su almacenamiento y el de sus ingredientes y para su ingestión (Lám. 18.1b). Hemos hallado incluso una habitación subterránea dentro de la cual se pudo encontrar ollas, cántaros y bateas de formas y tamaños variados que, en conjunto, habrían funcionado para la preparación de chicha (Lám. 18.2a). Augusto Amador, otro investigador asociado del proyecto, viene estudiando las evidencias de producción de chicha y, en general, el patrón de uso del espacio en las capas que se sobreponen a las tumbas. Lo que este estudio está demostrando es que en San José de Moro, además de fastuosos entierros para individuos de la elite, se estaban realizando grandes celebraciones donde participaban muchísimas personas, muchas más de las que pudieron residir en el sitio en cualquier momento. Es decir, que para estas fiestas el sitio pudo
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Fig. 18.8. Modulo de exhibición en San José de Moro. (Foto LJC).
servir como centro ceremonial regional, lugar de encuentro de Mochicas de diferentes pueblos, lugar de transacciones, negociaciones y alianzas, tanto sociales, políticas y económicas. Por estas funciones el sitio debió haber tenido un gran prestigio en la región, que continuó mucho tiempo después que se extinguieran los Mochicas.
Además de las tumbas y los espacios ceremoniales se han estudiado en San José de Moro los montículos habitacionales, que presentan una estratificación muy compleja que se inicia con el periodo Mochica Medio y culminan en la ocupación Chimú (Castillo y Donnan 1994a, Rosas 1999). Estos ya habían sido registrados por H. Disselhoff (1958a y 1958b) y D. Chodoff (1979), quienes realizaron las primeras excavaciones estratigráficas en el sitio. La secuencia cerámica que se ha podido reconstruir a través del estudio estratigráfico es obviamente muy rica, más aún por cuanto ha podido ser refinada, corregida y complementada por las formas que aparecen en las tumbas de los periodos correspondientes. En los perfiles estratigráficos rara vez se encuentra cerámica “fina”, y nunca aparecen formas completas, cosa que sí ocurre en las tumbas, pero en éstas se da la coincidencia de la cerámica de diferentes calidades, por lo que la secuencia resulta muy útil para la filiación cronológica y cultural de otros sitios.
Un aspecto importante del proyecto ha sido la formación de un número creciente de estudiantes, de pre y postgrado de universidades peruanas, europeas y norteamericanas. Estos estudiantes han comenzado ya a asumir temas específicos de investigación, como el estudio de los periodos Mochica Medio, Lambayeque y Transicional, la prospección del valle del río Chamán, y el mapeo y excavación del cerro Chepén, un impresionante sitio amurallado Mochica Tardío ubicado en la cumbre del cerro del mismo nombre a sólo dos kilómetros de San José de
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Moro, y probable sitio de residencia de algunas de las personas enterradas allí (Fig. 18.1). El proyecto también se ha propuesto contribuir al desarrollo sostenible de los habitantes de San José de Moro, integrando el sitio en la Ruta Moche, circuito turístico que une los sitos arqueológicos más importantes en los departamentos de Lambayeque y La Libertad. Nuestro plan es construir ocho módulos pequeños en diferentes puntos del pueblo, asociados a las unidades de excavación (Fig. 18.2). El recorrido de los módulos será una visita obligada al pueblo, y pondrá a los turistas en contacto con servicios y bienes producidos por los habitantes. Con apoyo de las fundaciones Kaufman y Bruno se han construido ya cuatro módulos dedicados a la tumba de la Sacerdotisa de Moro, a un Museo Infantil, a una exhibición de las tumbas tipo para cada periodo de ocupación y a una centro de visitantes y caseta para el guardián. Un programa paralelo con los niños del colegio primario local destinado a incentivar la identidad local a través de programas de actividades en las que se les transfiera información sobre los hallazgos realizados también está en marcha (Fig. 18.8).
LOS MOCHICAS EN SAN JOSÉ DE MORO
La ocupación Mochica en San José de Moro se inicia con del periodo Medio y culmina al final del periodo Tardío (Fig. 18.3). Definir el fin de Moche no es tan simple, puesto que las influencias de esta tradición se extienden en el tiempo en este sitio y cuando pensamos que ya han de concluir, aparece algún contexto que muestra una clara influencia Mochica. En esta sección se presentará la evidencia del fin de la sociedad Mochica en San José de Moro y se propondrán algunas de las hipótesis que venimos desarrollando para explicar esta evidencia. El recuento, sin embargo, empieza en el periodo Mochica Medio, puesto que primero es necesario identificar cuáles son los antecedentes del desarrollo que caracterizó al periodo Tardío. Nuestro recuento no acaba con el fin de Moche, sino que se extiende ligeramente al periodo Transicional, puesto que en él vemos aún algunos aspectos importantes de la cultura Mochica conservados como remanentes e influencias. Debemos advertir al lector, sin embargo, que nuestras conclusiones con respecto al periodo Transicional son aún preliminares, puesto que sus evidencias más importantes aún están siendo descubiertas y analizadas.
Mochica Medio
En la secuencia propuesta para el valle de Jequetepeque (Castillo y Donnan 1994b), empezaremos por el periodo Mochica Medio, que como se ha dicho anteriormente no es una variante local de la fase Mochica III de Larco (1948), sino una expresión regional que posiblemente tiene aplicación sólo en la región Mochica-Norte. Mientras que la fase III del sur está caracterizada por cerámica de una calidad notablemente mayor a la que encontramos en el periodo Mochica Medio, particularmente en modelado y diseños pictóricos (Donnan y McClelland 1999), la cerámica que caracteriza al periodo Mochica Medio es de baja calidad técnica y de pobre contenido iconográfico (Fig. 18.9). En este periodo predominan ceramios de asa estribo de cuerpo achatado y base anular. La decoración, en la que encontramos el uso del crema, ocre y morado, es muy simple, siendo sus diseños más elaborados representaciones
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Fig. 18.9. Ejemplos de cerámica Mochica Medio de San José de Moro. (Dibujos Percy Fiestas).
de peces de cuellos largos pescando lifes, o diseños en relieve de personajes mitológicos. Cántaros con caras modeladas en los cuellos son muy frecuentes. Una variante de este tipo de cerámica son las botellas o cántaros que combinan una cara de animal modelada en el cuello, y la figura del animal pintada en el cuerpo de la vasija o que presentan el cuerpo de la vasija decorado como la cara de un animal (Ubbelohde-Doering 1983: Figs. 7.3, 8.3, 17.4, 18.2, 19.2, 23.4, 23.5, 26.1 y 26.2; Alva y Donnan 1993: Figs. 181 y 187; Pozorski y Pozorski 1996:
Fig. 5 a 8; Donnan y McClelland 1997: Figs. 10a y b, 12a; pp. 46 (1), 57 (1), 68 (3), 85 (2), 104 (1), 110 (1 y 2), 117 (3) y 135 (1)).
En el valle de Lambayeque el estilo cerámico que correspondería con el Mochica Medio de Jequetepeque sería el que aparece en las tumbas de Sipán, donde la cerámica es sorprendentemente pobre. En este estilo sobresalen representaciones muy burdas como los búhos, cañanes y personajes sentados encontrados en la tumba del Señor de Sipán o los cántaros de cuello efigie con figuras de animales que aparecieron en la tumba de Viejo señor de Sipán (ver Alva y Donnan 1993: Figs. 127-131, 181 y 187). En Piura, el estilo que correspondería con las características antes señaladas es una cerámica muy poco conocida, pero recientemente publicada por Makowski (1994: 328-329). Sobre la base de criterios estilísticos y cronológicos pensamos que el Mochica Medio sería contemporáneo con la fase III y posiblemente con parte de la fase IV del sur, aún cuando no se han podido establecer correspondencias firmes.
La información con que contamos para este periodo en el valle de Jequetepeque proviene tanto de las excavaciones hechas en San José de Moro, como de las realizadas en Pacatnamú
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Fig. 18.10. Tumba Mochica Medio típica de San José de Moro, M-U111. (Dibujo LJC).
420 418 M- U111- C01 415 361 Contorno de la Matriz 388 258 412 Tapa de Adobes 235 Tumba M- U111 0 5 10 cm Orificio de Entrada
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por H. Ubbelohde-Doering (1983) y C. Donnan y G. Cock (1986 y 1997). En San José de Moro hemos ubicado 41 tumbas de bota y pozo, las primeras generalmente contienen adultos, mientras que las segundas suelen contener niños. Las tumbas de bota consisten en un pozo vertical de profundidad variable (desde medio metro hasta más de dos metros), que termina en una cámara funeraria lateral muy restringida en su altura y extensión (Fig. 18.10). Si bien la preservación orgánica es muy pobre, existen indicios para presumir que los individuos fueron enterrados envueltos en telas gruesas y echados sobre petates de caña, tal como describe Donnan
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Fig. 18.11. Tumba Mochica Medio, M-U813. (Foto Martín del Carpio).
(1995) en su estudio de las costumbres funerarias Moche. Bandas de fibra parecen sujetarlos, a la altura de la pelvis, al petate que bien pudo ser semi rígido. Alrededor y dentro del envoltorio funerario se colocan ofrendas de cerámica, metales y textiles, cuentas en el cuello y muñecas, platos de calabaza y adornos de concha o hueso. En San José de Moro sólo se conservan los objetos de cerámica, los metales que aparecen en la boca y manos de algunos individuos, y ocasionalmente las cuentas. Las cámaras funerarias parecen haber sido rellenadas con arena limpia antes de que se sellaran con muros de adobes. Es interesante anotar que no todas las ofrendas aparecen directamente asociadas con el piso de la cámara funeraria, sino que muchas veces se encuentran “flotando” en el relleno. Es decir que fueron colocadas cuando la tumba estaba siendo rellenada. En general, los adobes que se asocian con tumbas Mochica Medio presentan marcas de gavera y son bastante delgados (aproximadamente doce centímetros), sobretodo comparados con los adobes Mochica Tardíos que suelen ser más gruesos. Finalmente, el pozo vertical de entrada fue rellenado con material limpio.
Hemos podido documentar en una serie de casos la presencia de grandes recipientes de cerámica o “paicas”, como marcadores de las tumbas (Fig. 18.6). Estas “paicas” aparecen en el relleno de los pozos, a la altura de la boca de la tumba, quizá sobresaliendo ligeramente en el piso de ocupación y podrían haber sido usadas en los rituales de clausura de las tumbas y los rituales funerarios subsiguientes de ofrenda o celebración. En algunos casos hemos encontrado, al interior de paicas como éstas, restos óseos de camélidos parcialmente quemados.
Una singularidad de las tumbas Mochica Medio de San José de Moro es que contienen, en la mayoría de los casos, sólo una pieza de cerámica fina, generalmente de asa estribo. Sólo
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Fig. 18.12. Cerámica de las tumbas Mochica Medio M-U813 y M-U725. (Dibujo Percy Fiestas).
en dos casos se han encontrado artefactos más simples, como ollas y cántaros, siempre en número limitado, sobre todo si los comparamos con la cantidad de cerámica que, como veremos, aparece en tumbas Mochica Tardías. Estas piezas suelen ubicarse cerca del cuerpo: a los lados de la cabeza, o a los pies, e incluso sobre el cuerpo.
Dos tumbas Mochica Medio excavadas en San José de Moro merecen mención aparte por su complejidad y por la riqueza relativa de sus ofrendas (Figs. 18.11 y 18.12, Lám. 18.2b): las tumbas M-U725 y M-U813. Ambas fueron tumbas de bota con sello de adobes que contenían a un solo individuo masculino cada una. En ambos casos se encontraron tres piezas de cerámica asociadas con el cuerpo, entre ellas algunos de los especímenes más finos de cerámica Mochica Medio hallados en San José de Moro a la fecha (Fig. 18.12). Asimismo, estas tumbas contenían una cantidad de metales mayor a la usual. En la tumba M-U725 encontramos un conjunto formado por los restos muy oxidados de discos, una pieza en forma de cabeza de zorro y cuatro piezas en forma de patas con pequeñas garras. El conjunto parece ser parte de un una prenda o bolsa del mismo tipo que el “atuendo ceremonial” encontrado en la Huaca de la Luna (ver Uceda en este volumen). En la Tumba M-U813 se encontraron dos cuchillos de cobre bastante macizos, dos cuchillos laminares y otros artefactos y fragmentos. Ambas tumbas se encontraron en agrupaciones de tumbas del mismo periodo.
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Fig. 18.13. Tumba EI excavada por Ubbelohde-Doering en Pacatnamú. (Ubbelohde-Doering 1983, Abb.
13, Abb. 16.2).
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Otros hallazgos de tumbas Mochica Medio se han dado en Pacatnamú, donde el patrón funerario es el mismo en la mayoría de las tumbas, pero donde también se han encontrado tumbas mucho más elaboradas. En Pacatnamú se han ubicado más de ochenta entierros en dos áreas que corresponderían a la ocupación Mochica; de estos la mayoría se pueden atribuir al periodo Mochica Medio. En 1938 Ubbelohde-Doering (1983) encontró una serie de tumbas Mochica en las inmediaciones de la Huaca 31, posteriormente Donnan y Cock ubicaron un cementerio Mochica de la misma época al que denominaron H45CM1 (Donnan y Cock 1997). Ahora bien, estos dos cementerios son muy diferentes en cuanto al tipo de tumbas que incluían. El cementerio encontrado por Ubbelohde-Doering parecería ser de individuos de elite, con presencia de múltiples tumbas de pozo superficiales y tres enormes tumbas múltiples de bota excavadas en el cascajo y con muchas y variadas asociaciones2 (Fig. 18.13). Las tumbas del cementerio H45CM1 pertenecen a individuos de las capas más bajas de la sociedad, posiblemente campesinos y pescadores, y por lo tanto incluían sólo ofrendas muy simples como cerámica de tipo intermedio y doméstico, fragmentos de artefactos metálicos y textiles desgastados. Las tumbas Mochica Medio encontradas en San José de Moro parecen corresponder a un segmento social intermedio, puesto que no son tan ricas o complejas como algunas del cementerio de la Huaca 31, pero contienen ofrendas de cerámica generalmente más finas que las encontradas en H45CM1.
Las semejanzas entre la cerámica Mochica Medio encontrada en Pacatnamú y la de San José de Moro son innegables, a tal punto que se han ubicado piezas que podrían haber sido hechas con el mismo molde (comparar Fig. 18.9a con Ubbelohde-Doering 1983: Figs. 21.1-2, 28.2 y 57.1). En las tumbas de Pacatnamú, a diferencia de San José de Moro, se ha encontrado una gran cantidad de cerámica de calidad intermedia y doméstica.
Un aspecto que resulta evidente del análisis de la cerámica Mochica Medio de ambos sitios es que no existe la cerámica de línea fina ni cerámica con una decoración pictórica elaborada. Contemporáneamente con el periodo Mochica Medio, en la zona Mochica-Sur se
Las tres grandes tumbas de bota encontradas por Ubbelohde-Doering en Pacatnamú (EI, MXI y MXII) no han sido propiamente estudiadas hasta la fecha. Éstas y las demás tumbas encontradas sólo fueron publicadas parcialmente por el investigador en 1967, y posteriormente, en 1983 por Gisella y Wolfgang Hecker, en base a un reestudio de las notas y fotografías originales de 1938. No se ha llegado a un acuerdo respecto a la fase a la que correspondería cada una de las tumbas, más aún en el caso de las tumbas múltiples EI, MXI y MXII. Nuestro parecer es que la tumba EI corresponde a la fase Mochica Medio, dado que todos los materiales en ella son semejantes a los encontrados por Donnan en H45CM1 y en tumbas Mochica Medio de San José de Moro. La Tumba MXI, por su parte, aún cuando incompleta por efecto de un antiguo huaqueo, parecería ser íntegramente de la fase Mochica Tardío, en base a las semejanzas con tumbas de San José de Moro. Finalmente, la tumba MXII, la más complicada de las tres, parece haber tenido dos ocupaciones: primero una ocupación múltiple durante el periodo Mochica Medio en toda la extensión de la cámara, y segundo, una reocupación en el periodo Mochica Tardío que introdujo a un individuo en la parte este de la cámara funeraria, empujando hacia ambos lados a los primeros ocupantes y sus asociaciones. El individuo que reocupó la tumba MXII debe haber sido bastante importante por cuanto incluía en su ajuar orejeras elaboradas y un cetro sonajero, así como piezas metálicas en forma de brazos y piernas semejantes a las que adornaban los ataúdes de las Sacerdotisas de San José de Moro (Donnan y Castillo 1994a).
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Fig. 18.14. Ejemplos de crisoles decorados de tumbas Mochica Tardío. Tumbas M-U314 y M-U729.
(Dibujos Percy Fiestas).
habrían estado desarrollando las fases III y IV, ambas con un uso muy avanzado de los diseños lineales, y con esquemas iconográficos narrativos. Mientras tanto, los motivos decorativos más complejos en Jequetepeque eran figuras pintadas con líneas gruesas en los cuerpos de las piezas (Donnan y McClelland 1997: Figs. 10a, 10b y 12a). A diferencia de otras regiones se usó, además de las pinturas crema y ocre, una pintura de color morado para decorar los cuerpos de las piezas con líneas y bandas (Donnan y McClelland 1997: Fig. 11a y 11c). Otra característica de la cerámica Mochica Medio es que frecuentemente se encuentran piezas con detalles decorativos que muestran una clara continuidad con el estilo Virú, particularmente ojos hechos con líneas y puntos incisos, “lágrimas” y otros rasgos faciales característicos de este estilo (Donnan y McClelland 1997: 31d, 205 y 108). Si bien esta modalidad estilística va desapareciendo con el tiempo, persiste en unos objetos singulares llamados “crisoles” u ofrendas que aparecen en grandes números en las tumbas ricas del periodo Mochica Tardío. En algunos casos los crisoles presentan decoración modelada e incisa que claramente se asemeja a la tradición Virú (Fig. 18.14).
La presencia de un componente Virú en la cerámica Mochica Medio es congruente con los hallazgos de Donnan en Dos Cabezas y Mazanca (Donnan 1999, comunicación personal), que permiten ver que el estilo Mochica habría derivado de un sustrato Virú. Este sustrato no desaparece a medida que se va cristalizando el estilo Mochica sino que persiste como una
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línea estilística dentro de las varias que lo componen. Esta línea estilística persiste incluso hasta el periodo Tardío al lado de otras que pueden resultar más familiarmente Mochica (Fig. 18.3).
Así como no existe cerámica de línea fina en la matriz estilística Mochica Medio, tampoco se ha documentado ninguna influencia externa apreciable. No hay elementos que podrían interpretarse como estilos serranos, aún cuando muy cerca se desarrolló el estilo Cajamarca. Estilos más distantes, de la Costa Central, tampoco aparecen. Incluso la cerámica estrictamente Mochica III de Chicama y Moche, o su influencia, tampoco se dejan sentir. La cerámica Mochica Medio, por lo tanto, es tecnológicamente más simple y menos refinada, y más bien presenta una continuidad con formas simples de la cerámica Mochica Temprano (ver Castillo y Donnan 1994a: 162-169).
La inexistencia de cerámica con decoración pictórica elaborada, y en general la pérdida de calidad en relación con la cerámica Mochica Temprano de Jequetepeque (ver Donnan este volumen), es una característica del periodo Medio de la cerámica Mochica-Norte. Este es el caso incluso en un sitio Mochica Medio de la jerarquía de Sipán, donde la extraordinaria calidad de la orfebrería contrasta con la relativa mala calidad de la cerámica.3 Finalmente, esta ausencia de calidad abre la interrogante acerca del origen de los elaborados estilos pictóricos que caracterizan a la cerámica de línea fina en la fase Mochica Tardío.
Mochica Tardío
Hasta ahora uno de los procesos más difíciles de entender en el valle de Jequetepeque ha sido el tránsito del periodo Mochica Medio al periodo Tardío. Lo que no encajaba en ninguna explicación era la súbita aparición de la cerámica de línea fina que caracteriza al periodo Tardío, particularmente la proveniente de San José de Moro. Como veremos, el habernos enfocado casi exclusivamente en el estudio de la iconografía de la cerámica de línea fina ha tenido el efecto de distraernos de la naturaleza del tránsito entre los periodos Medio y Tardío. Los datos con los que contamos ahora nos indican que existió un tránsito fluido entre estos periodos, y que en el periodo Tardío aparece en la secuencia la cerámica de línea fina, aparentemente como resultado de influencias foráneas.
Para el periodo Tardío de la ocupación Mochica en Jequetepeque contamos con información funeraria proveniente de los sitios de Pacatnamú (Ubbelohde-Doering 1983) y de
La cerámica encontrada en asociación con las tumbas reales de Sipán, que pertenecerían al periodo Mochica Medio, sorprendió desde su descubrimiento por su simplicidad formal y decorativa. La tumba del Viejo Señor de Sipán incluyó un número elevado de cántaros con cuellos efigie, decorados crudamente en los cuerpos con formas de animales y seres humanos (Alva 1995, figuras 160, 199, 333 y 334). La tumba del Señor de Sipán incluyó una enorme cantidad de cerámica en un repositorio lateral (Alva 1995, figura 26, 283-296) y al interior de la cámara funeraria misma (Alva 1995, figuras 129, 134, 135, 140, y 297-308), pero muy simple, en estilo y forma.
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70 tumbas y otros contextos registrados en San José de Moro (Castillo y Donnan 1994b; Castillo, Mackey y Nelson 1996-98; Castillo 1999, 2000a, 2001). Las tumbas presentan una amplia gama de posiciones y funciones sociales, desde las extremadamente elaboradas tumbas de las Sacerdotisas (Donnan y Castillo 1994), hasta tumbas de pozo muy simples y sin asociaciones (Castillo y Donnan 1994a). Las tumbas más comunes para este periodo, sin embargo, siguen siendo las de bota con sello de adobes, en las que se mantienen muchas de las características de las tumbas del periodo Mochica Medio. Los cambios más importantes se dan no en la forma de la tumba, sino en su contenido. La cantidad de cerámica es mayor, particularmente en las tumbas ricas que pueden contener decenas de piezas.
Quizá uno de los aportes más importantes para el entendimiento del comportamiento funerario de la sociedad Mochica Tardía ha sido la asociación entre la arqueología y la iconografía. A partir del estudio de las asociaciones funerarias ha sido posible reconocer a dos de los individuos enterrados en San José de Moro como una divinidad a la que conocemos como la “Sacerdotisa” (Donnan y Castillo 1994). Estos personajes aparecen en una serie de acciones rituales en el arte Mochica, particular y conspicuamente en las escenas de “Sacrificio de prisioneros” y “Presentación de la copa con su sangre” (Donnan 1978, Alva y Donnan 1993), en la escena de la “Rebelión de los objetos” (Lyon 1981, Quilter 1990) y en una serie de escenas marinas, en que la Sacerdotisa cabalga una balsa de totora que se trasforma en una luna creciente (Cordy-Collins 1977). Ahora bien, cabe señalar que en realidad lo que se ha ubicado son tumbas de mujeres que fueron enterradas en ataúdes decorados con algunos de los implementos que caracterizan a la Sacerdotisa, como la copa con pedestal alto y el tocado de bordes aserrados. De esta asociación funeraria inferimos que durante sus vidas estas mujeres desempeñaron el papel de la Sacerdotisa que aparece en la iconografía, o que al menos estuvieron íntimamente ligadas a ésta, al punto de ser enterradas con sus atributos. Esta asociación entre la elite Mochica y los dioses más importantes de su panteón no es nueva, puesto que en base a los artefactos hallados en su tumba se ha planteado que el Señor de Sipán habría sido en vida la divinidad principal de la escena del Sacrificio (Alva y Donnan 1993). En ningún otro entierro encontrado en San José de Moro hasta ahora ha sido posible establecer una identificación con divinidades, pero queda abierta la posibilidad. Quizá más importante que la identificación precisa de identidades religiosas en las tumbas de elite sea la confirmación que la elite Mochica tuvo una clara asociación con las deidades de su panteón.
Los entierros de las Sacerdotisas fueron sobresalientemente complejos, incluso para su tiempo, e incluían no sólo los artefactos que las identifican como tales, sino también cerámica importada, individuos sacrificados y un altísimo número de vasijas de cerámica y crisoles. Pese a ello, cuando comparamos estos entierros de elite Mochica Tardío con sus contrapartes de los periodos Temprano y Medio (Sipán, La Mina, Loma Negra, Dos Cabezas), resulta sorprendente la ausencia de artefactos de oro y plata. En estos periodos es común encontrar en las tumbas de elite una alta concentración de coronas, tocados y adornos de oro y figuras de cobre dorado. No sólo se trata de una marcada carencia de metales preciosos sino de una disminución general en el contenido de metales.
La mayoría de los entierros ubicados en San José de Moro no corresponden a la parte alta de la elite, que presumiblemente se enterró en las tumbas de cámara que encontramos, sino a un segmento ubicado inmediatamente debajo de ésta, en el que la tumba de bota es la forma predominante. Los entierros continúan siendo extendidos y preferentemente orientados hacia
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el sur. Este patrón se mantiene no sólo hasta el fin del periodo Mochica Tardío, sino que continúa en la mayoría de entierros del periodo Transicional.4
La cerámica de tipo intermedio del periodo Mochica Tardío, es decir que no es “fina” ni tampoco burda o doméstica, presenta una clara continuidad en forma y decoración con artefactos que se encontraban en las tumbas del periodo Medio. Predominan aún los cántaros con cuello efigie, las botellas de cuerpo achatado (“flasks”) con pequeñas asitas laterales, las jarras de cuellos abiertos, los crisoles ligeramente cocidos, entre otros. Por supuesto, nuevas formas aparecen en el periodo Tardío, y otras desaparecen. Formas poco comunes en el periodo Medio, como las pequeñas jarras de base plana, cuerpo ligeramente carenado y cuello recto evertido se vuelven muy populares. En la cerámica doméstica se producen algunos cambios importantes; por ejemplo, desaparecen las ollas de cuellos compuestos típicas del periodo Medio que son reemplazadas por las muy diagnósticas ollas de “cuello plataforma” (Fig. 18.15). Algunas formas tienen una singular longevidad, y se van adaptando a los cambios en los diferentes periodos, tal es el caso de un tipo de cántaro con cuello efigie en el que aparece un brazo modelado proyectado sobre la cara, tapando la boca o un ojo. Esta forma se registra desde la época Virú 5 y aparece en contextos tardíos en Pacatnamú, San José de Moro y Pampa Grande (Fig. 18.16). En resumen, al concentrarnos en la cerámica intermedia no vemos una ruptura ente las fases Medio y Tardío, sino más bien una continuidad, con una serie de formas evolucionando, otras desapareciendo, mientras que comienzan a surgir nuevas modalidades basadas en las anteriores.
Lo que sí constituye una innovación en el periodo Tardío es la irrupción de lo que llamaremos, siguiendo a Donna McClelland (1990), el “estilo iconográfico de línea fina”, que es característico de la fase Mochica Tardío de Jequetepeque y en particular en San José de Moro (Fig. 18.17). Este estilo ha recibido mucha atención por su alta calidad formal y
Shimada (1994) plantea que uno de los cambio importantes en las costumbres funerarias al final de Mochica es el cambio en la posición hacia entierros altamente flexionados y extendidos sobre el lado. Esta afirmación está basada en algunos ejemplos publicados por Disselhoff (1941) para la zona de El Brujo y en un entierro excavado por él mismo en la Huaca Lucía, en Batán Grande. En San José de Moro y Pacatnamú, sin embargo, los entierros extendidos continúan hasta la conquista Lambayeque. Shimada plantea que este cambio de posición coincide con otros cambios, como la aparición de pequeñas asas laterales y decoración en relieve impresa con moldes (“symmetrically placed shoulder lug handles and press-mold decorated ceramics”). Sin embargo, estas formas aparecen antes en la cerámica del periodo Mochica Medio en Pacatnamú y San José de Moro (Ubbelohde-Doering 1983, Figs. 17.2, 17.5, 20.7 y 21.3).
Donnan ha publicado dos piezas con esta decoración procedentes de sus excavaciones en Mazanca (Donnan, Navarro y Cordy-Collins 1998: 26 y 49). Estas piezas provienen de contextos ubicados en el tránsito entre Virú y Mochica. Ubbelohde-Doering (1983, Fig. 19.3) publica una pieza semejante encontrada en la tumba E-1, perteneciente al periodo Mochica Medio en Pacatnamú. Para el periodo Mochica Tardío tenemos dos ejemplos, uno publicado por Shimada de Pampa Grande (Shimada y Maguiña 1994, Fig. 1.17); y otro encontrado en una tumba de un niño en San José de Moro (Castillo y Donnan 1994a, Fig. 358). Finalmente, en San José de Moro se han encontrado piezas de esta peculiar forma en un entierro Transicional.
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M-U405-C3 M-U405-C8 M-U102-C8 M-U104A-C4
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M-U15-C9 M-U311-C2 M-U622-C7 M-U624-C31
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M-U409-C9 M-U409-C2 M-U602-C9 M-U030-C20
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M-U026-C57 M-U409-C3 M-U509-C37 M-U27-C1
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M-U509-C18 M-U602-C22 M-U102-C19 M-U409-C5
Fig. 18.15. Ejemplos de cerámica Mochica Tardío de San José de Moro. (Dibujos Percy Fiestas).
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a b c d
e f g h
i j
Fig. 18.16. Ejemplos Virú, Mochica Medio, Mochica Tardío y Transicional de personaje que se toca la cara. (a, b y c: Virú – Mochica Temprano, Mazanca; d y e: Mochica Medio, Pacatnamú; f : Mochica Tardío, San José de Moro; g: Mochica Tardío, Pampa Grande; h, i y j: Transicional, San José de Moro). (Dibujos Percy Fiestas).
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Fig. 18.17. Ejemplos de botellas del estilo iconográfico de línea fina excavados en San José de Moro.
(Dibujo Percy Fiestas).
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tecnológica y por su elaborada iconografía narrativa (Donnan y McClelland 1979, McClelland 1990). Una variante aparece en botellas de doble pico y puente (Rowe 1942; Larco 1967: Figs. 108 y 109) o en ceramios de ase estribo decorados con iconografía Mochica pero policroma (Shimada 1994: Fig. 9.1) (Lám. 18.3).
Especímenes con decoración de línea fina han sido encontrados ocasionalmente en sitios Mochica Sur como El Carmelo (Larco 1967: Figs. 106 y 107), El Brujo y Mayal (comunicación personal de R. Franco y G. Russell, respectivamente), e incluso en Paredones en Lima (Stumer 1958) y en el valle de Piura (Larco 1967: 107). Adicionalmente, en Pampa Grande se han identificado algunos especímenes en contextos ceremoniales y productivos (Shimada 1994: Figs. 7.35.C, 8.12.B y 9.7). Sin embargo, la gran mayoría de los especímenes de este estilo excavados arqueológicamente y casi la totalidad de los que existen en colecciones y de los que se sabe el origen, provienen de San José de Moro.
Como se dijo al principio de esta sección, el estilo de línea fina no tiene antecedentes en los estilos del periodo Mochica Medio de Jequetepeque, y por lo tanto aparece sin que medie un proceso de formación. No encontramos ceramios con decoración pictórica que podríamos llamar transitorios entre los periodos Medio y Tardío. Por un momento se pensó que esta carencia podría atribuirse a un vacío en la secuencia, es decir, a que no habíamos encontrado las capas de ocupación o las tumbas que reflejaran el tránsito entre los periodos Medio y Tardío. Sin embargo, en las investigaciones conducidas por Marco Rosas (1999) en San José de Moro, en seis cortes estratigráficos de hasta seis metros de profundidad, no encontramos ninguna interrupción en la secuencia sino más bien un tránsito y una continuidad ocupacional, lo que se verifica también en la continuidad estilística de la cerámica de tipo Intermedio. Tampoco existen en las colecciones locales o nacionales especímenes que puedan ser atribuidos a una fase transitoria entre la cerámica Mochica Medio y la del Tardío. Es decir que la secuencia es aparentemente correcta y la cerámica de línea fina no evoluciona dentro de ella sino que aparece repentinamente. Si éste es el caso, entonces hay que definir de dónde provienen las influencias que permiten que aparezca el estilo de línea fina en Jequetepeque.
En Lambayeque y Piura la cerámica Mochica Medio es tan poco elaborada como la de Jequetepeque. En su artículo sobre los señores de Loma Negra, Cristóbal Makowski presenta una serie de especímenes cerámicos que atribuye a los periodos “Mochica Tardío A y B” (Makowski 1994: figs 89 a 91), contemporáneos con el Mochica Medio de Jequetepeque. En ellos podemos ver cuan simples son los diseños pictóricos de esta región, por lo que es probablemente correcto asumir que este estilo no conduciría al elaborado estilo de “línea fina” de San José de Moro. Tampoco podemos encontrar antecedentes en los estilos que se desarrollaban en las serranías de Cajamarca, al este de Jequetepeque. Allí los más elaborados estilos cursivos no aparecerán hasta después del declinar Mochica, y más bien parecería que los Cajamarca fueron influenciados por los Mochica Tardío.
Si el estilo de línea fina no evolucionó en el seno de la cultura Mochica en Jequetepeque, ni la influencia que lo generó vino del norte o del este, entonces es importante examinar con cuidado la posibilidad que proviniera del sur. Esta línea de indagación nos enfrenta a un problema de orden cronológico, ya que no sabemos a ciencia cierta cuándo se comenzó a formar este estilo y, por lo tanto, no sabemos qué es lo que ocurría simultáneamente en el territorio Mochica-Sur. En el estado de nuestras investigaciones sólo es posible presumir que el inicio del periodo
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Fig. 18.18. Tumba M-XII de Pacatnamú excavada por Ubbelohde Doering, y cerámica de estilo Moche V. (Ubbelohde Doering 1983, Abb. 52, Abb 55.1, 55.2, 55.3, 56.1, 56.3, 57.2a).
Mochica Tardío del Norte es contemporáneo con el final de la fase Mochica IV y el comienzo de la fase V. La tumba M-XII de Pacatnamú (Ubbelohde-Doering 1967, 1983: 111-122) constituye el único vínculo entre estas dos tradiciones, puesto que contiene seis piezas importadas que parecerían ser del tránsito entre las fases IV y V del Sur (Fig. 18.18). Éstas aparecen asociadas a cerámica intermedia y doméstica del estilo Mochica Tardío del Norte. Ahora bien, como se ha dicho antes, esta tumba es particularmente compleja, pues contenía dos ocupaciones, una original perteneciente al periodo Mochica Medio, y otra intrusiva perteneciente al periodo Tardío. Si nuestra interpretación es correcta, este contexto nos ayudaría a situar el inicio del Mochica Tardío en los albores de la fase Mochica V de Larco.
Ahora bien, si aceptamos que el estilo de línea fina puede rastrearse a influencias venidas del sur, es importante analizar bajo qué condiciones se dio la transferencia. Cabría preguntarnos si esta transferencia pudo ser sólo el efecto de una influencia artística que no requirió la presencia de individuos del sur en Jequetepeque, o si la aparición súbita de este estilo depurado y maduro fue el resultado de una migración de artesanos formados en los talleres del sur o si fue el efecto de la conquista del valle de Jequetepeque por el estado Mochica-Sur.
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La opción menos intrusiva, la influencia artística en los artesanos del norte parece altamente improbable, puesto que difícilmente éstos podría haber improvisado las capacidades técnicas y artísticas que se requerirían para fabricar las piezas de línea fina en base a la sola imitación o incluso contando con un “curso rápido” de pictografía cerámica. La opción más intrusiva, una conquista del valle de Jequetepeque por el estado Mochica-Sur, tampoco parece probable, ya que toda nuestra evidencia se limita a un entierro intrusivo, no habiéndose producido cambios en ninguna otra área de la producción material. Sin embargo, la presencia de la tumba M-XII en Pacatnamú es significativa, dado que nos confirma que si bien políticamente independientes, los estados Mochica-Norte y Mochica-Sur mantuvieron abiertas vías de comunicación e intercambio.
Por la súbita aparición de un estilo claramente maduro en sus aspectos artísticos e iconográficos nos inclinaríamos a pensar que necesariamente hubo algún movimiento de personas. Es decir, que artesanos sureños del más alto nivel, se trasladaron al valle de Jequetepeque. Estos debieron traer consigo todo su bagaje de temas iconográficos y su alta calidad técnica para la elaboración de cerámica de alta calidad, y para la decoración con motivos de líneas finas. Es posible que no se tratara de un solo artista sino de talleres completos que emprendieron la producción de este tipo de cerámica con sus estándares de calidad, pero bajo la supervisión de los señores de Jequetepeque. Sin embargo, no todo parece haber sido tan simple. Los artistas debieron adaptarse a las peculiaridades de la sociedad Mochica de Jequetepeque y, como veremos, en este proceso se dieron una serie de importantes cambios en el repertorio iconográfico y en el estilo cerámico.
En síntesis, nos inclinamos a pensar que las elites de Jequetepeque no fueron reemplazadas, ni su territorio conquistado por las sociedades del sur. Si éste hubiera sido el caso, veríamos una presencia más definida de todo el repertorio cerámico e iconográfico sureño reproducido en los nuevos estilos cerámicos. Sin embargo y a pesar de la aparición de la cerámica de línea fina, sigue produciéndose mayoritariamente cerámica intermedia y doméstica de acuerdo a los cánones locales. Lo que ocurre, por lo tanto, es que sólo se adopta un aspecto muy restringido de la tradición sureña: el estilo pictórico.
La cerámica de línea fina aparece en los entierros de San José de Moro en condiciones singulares. Lo primero que salta a la vista es su relativa escasez. Las tumbas Mochica Tardío, incluso las más elaboradas, contienen por lo general sólo una o dos piezas de este estilo (Fig. 18.19). Esta limitación se cumple incluso en el caso de las tumbas de cámara de las Sacerdotisas, donde sólo se hallaron dos y cuatro piezas pintadas en el estilo de línea fina (Tumba M-U 41 y M-U 103, respectivamente). El limitado número de piezas de línea fina en las tumbas Mochica Tardío es análogo a lo que hemos mencionado para el periodo Medio, en el que encontrábamos una sola pieza de asa estribo por tumba. En las tumbas del periodo Tardío encontramos, además, una gran cantidad de cerámica intermedia y doméstica.6 Existiría, aparentemente, un cierto
Una característica importante en las costumbres funerarias Mochica Tardío de Jequetepeque, es la inclusión dentro de las tumbas de cerámica intermedia y doméstica en cantidades apreciables. Así, las tumbas de elite pueden incluir hasta veinte o treinta piezas, entre las cuales figuran ollas de diversos tamaños, muchas con manchas de hollín, cántaros, escudillas simples, entre otras formas. La inclusión de cerámica simple en las tumbas tardías es afortunada para el análisis cronológico, puesto que permite relacionar muy bien las formas más diagnósticas, como las botellas de asas de estribo, con formas no tan sensibles al tiempo, como las ollas.
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C- 05 Cuentas de Sodalita C- 01 C- 26 C- 09 C- 07 C- 06 C- 27 C- 28 C- 25 C- 24 C- 08 C- 17 C- 18 C- 21 C- 10 C- 22 C- 19 Cuentas de C- 16 C- 20 C- 23 Sodalita C- 14 Cobre C- 15 C- 11 384 351 Tapa de Adobes C- 12 360 372 C- 13 382 393 Contorno de la Matriz 360 349 372341 359 384 351 394 373 361 340 350 360 383 360 1998 Adulto
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Fig. 18.19. Tumba Mochica Tardío, M-U602 con indicación de la cerámica de línea fina. (Dibujo LJC).
control sobre el número de piezas de línea fina que un individuo podía recibir como ofrenda funeraria. Su estatus, si bien influyó ligeramente sobre el número de piezas, no implicó que pueda recibir un número desproporcionado. Parecería más bien que hay una cierta lógica en la combinación de piezas, y que más importante que recibir muchas piezas de línea fina, fue construir la combinación correcta de cántaros, ollas, botellas y jarras. Queda aún por definir cómo se construyen estas combinaciones.
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Lám. 18.3. Botellas de estilo iconográfico de línea fina de doble pico y puente y botella de asa estribo con decoración policroma (Colección Rodríguez Razetto). (Fotos LJC).
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Lám. 18.4a. Botella de estilo pictórico de línea fina de la Tumba M-U509-C33, mutilada al momento de la deposición. (Foto Juan Pablo Murrugarra).
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Lám. 18.4b. Copa ceremonial encontrada en la tumba de la Sacerdotisa de San José de Moro. (Foto Juan Pablo Murrugarra).
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Una peculiaridad de las botellas de línea fina encontradas en las tumbas de San José de Moro es que, en un alto porcentaje, aparecen sin el asa estribo. Aparentemente las botellas son mutiladas, retirándoseles violentamente las asas antes del entierro, en una acción que por su recurrencia parecería ritual. Las asas faltantes no se encuentran dentro de las cámaras funerarias, ni en el relleno con que se sella las tumbas, o en los pisos de ocupación aledaños. Éstas aparecen más bien en capas de relleno sobre los pisos, entre otros artefactos desechados. En la Tumba M-U509, por ejemplo, encontramos el caso extremo de mutilación de una botella de asa estribo de línea fina cuidadosamente decorada, que carecía no sólo del asa estribo, sino de toda la parte superior del cuerpo (Lám. 18.4a). Aparentemente, al romperla para desechar el asa se rompió también el cuerpo de la botella. Ni el asa estribo ni el pedazo faltante del cuerpo fueron encontradas dentro de la cámara funeraria, ni en los alrededores. Mutilaciones de este tipo no se han registrado para el Mochica-Sur o para los periodos Temprano y Medio del norte, aún cuando existen otras modalidades (Uceda et al. 1994: 296). Sin embargo, es interesante anotar que mutilaciones de cerámica fina son frecuentes en contextos asociados con la tradición Wari.
Si bien existen muchas semejanzas entre la cerámica de línea fina de San José de Moro y su contraparte en la región Mochica-Sur, encontramos también una serie de diferencias específicas que estarían relacionadas con el traspaso de una región a la otra, y con la consecuente necesidad de adecuar el estilo y la temática a las peculiaridades de la región norte. Cuatro diferencias son importantes en el ámbito iconográfico: a) la reducción de temas iconográficos;
el nuevo énfasis en temas de carácter marino (McClelland 1990); c) la alta frecuencia de representaciones de la “Sacerdotisa” o “Mujer supernatural” (Hocquenghem y Lyon 1980, Holmquist 1992); y d) la casi completa desaparición de seres humanos del registro iconográfico.
Del amplio repertorio de temas que aparecen en la iconografía Mochica IV, el estilo de línea fina Mochica Tardío recoge sólo una pequeña fracción. Es notoria la ausencia de escenas de corredores, de combates entre seres humanos, de caza de venados o focas, de danzas, de consumo de coca, o de la danza de los muertos. Otros temas, como los curanderos o las mujeres dando a luz, que son característicos para la cerámica escultórica, también están ausentes. Algunos temas no desaparecen por completo sino que sólo encontramos parte de ellos. Este es el caso del tema del Sacrificio del que encontramos uno de sus personajes, la porra antropomorfizada, en la copa de la sacerdotisa de San José de Moro (Lám. 18.4b), y un fragmento un poco mayor en un cuenco excavado en Pampa Grande (Shimada 1994: Fig. 2.10).
Los temas representados en el estilo Mochica Tardío de línea fina son pocos y muy repetitivos: el Entierro, el Combate mítico entre seres supernaturales, la Navegación en balsas de totora, las Sacerdotisas sobre la luna creciente, la Ola antropomorfa (Fig. 18.20). Se representa con frecuencia a seres que combinan apariencias humanas con rasgos de seres marinos (peces o caracoles) o colmillos de felinos. McClelland (1990) ha planteado que, además, se da un nuevo énfasis en temas de carácter marítimo, que sería un antecedente de los temas y motivos que fueron luego prioritarios en la iconografía Chimú y Lambayeque, donde también encontramos representaciones de balsas de totora, pescadores, aves marinas y olas antropomorfizadas.
La Sacerdotisa, o Mujer sobrenatural (Hocquenghem y Lyon 1980, Holmquist 1992), se convierte en uno de los personajes más comunes de la iconografía del periodo Tardío. Esta
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Fig. 18.20. Ejemplos de las representaciones más frecuentes en la iconografía Mochica Tardío pictórica de línea fina. (Donnan y McClelland 1999, Fig. 6.150 y 6.152) (Dibujos Donna McClelland).
popularidad es un efecto de la alta frecuencia de representación de los temas donde ella aparece, principalmente el tema del Entierro y de la Navegación en balsas de totora, junto con la versión simplificada donde una mujer cabalga sobre una luna creciente (Fig. 18.21). Es interesante verificar cómo el aumento en la popularidad iconográfica de las mujeres coincide con la presencia de tumbas femeninas de elite. Parecería que la iconografía refleja un aumento en la importancia relativa de las mujeres en la sociedad Mochica. Otros dos personajes que alcanzan una muy alta popularidad son el “Aia Paec” (Larco 1945), también llamado “Wrinkled Face” por Donnan (1978) o “Personaje antropomorfo de cinturones de serpientes” (Castillo 1989), y la “Iguana antropomorfizada”. Ambos personajes figuran en tres escenas muy frecuentes: el entierro, el combate mítico y un juego con palillos y pallares al que Larco (1944) llamaba la escena de los descifradores.
Finalmente, quizá el rasgo más peculiar de la iconografía Mochica Tardío pictórica de línea fina es la casi completa desaparición de seres humanos como personajes principales de las representaciones. Esto es particularmente cierto en San José de Moro, donde los seres humanos sólo figuran en la Escena del entierro y de manera secundaria. La carencia de seres humanos es aún más ilustrativa cuando volvemos a considerar la estrecha asociación que habría existido entre la elite gobernante Mochica y los personajes divinizados que se representan en la iconografía tardía.
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Fig. 18.21. Representación iconográfica de la Mujer en la balsa de totora, según Donnan y McClelland 1999, Fig. 6.148. (Dibujo Donna McClelland).
Si la sociedad Mochica Tardía, como venimos sosteniendo, estuvo fuertemente amenazada por fuerzas externas (la inestabilidad climática y la amenaza de sociedades expansivas) e internas (las contradicciones sociales que habían generado una política elitista), entonces el arte habría cumplido la función de legitimar el sistema social imperante. Al traducir los contenidos iconográficos del elaborado arte Mochica Sureño, a la aparentemente menos diversa sociedad norteña, se produce una selección temática donde se priorizan aquellos esquemas iconográficos que favorecen la posición de la elite gobernante. La iconografía se convierte, entonces, en una suerte de álbum de familia, donde se representa a los gobernantes y sus cortes ejecutando los rituales reservados para ellos. Cualquier otro segmento de la sociedad habría sido excluido de las representaciones, y cualquier modificación en el repertorio iconográfico habría sido controlada a través de artesanos asociados a la elite (“attached specialists”) a cargo de la producción de artefactos con contenido iconográfico elaborado. Es decir, que las capas bajas de la sociedad habrían sido excluidas de aparecer y de poseer este tipo de artefactos. El estilo iconográfico de línea fina, por lo tanto, habría sido estrechamente asociado a la elite Mochica y a su ejercicio del poder.
EL FIN DE MOCHE EN JEQUETEPEQUE
El declinar de la sociedad Mochica en San José de Moro está marcado arqueológicamente por tres factores: los cambios en los estilos cerámicos, los cambios en los patrones funerarios y la desaparición de la cerámica de línea fina. Estos factores son el reflejo de los cambios ocurridos en la sociedad por efecto de las presiones externas y de la grave crisis interna. En San José de Moro se ha encontrado más evidencia de las sociedades del Horizonte Medio de la costa central que en casi cualquier otro sitio de la costa norte. Sin embargo, es imprescindible examinar cuidadosamente cuál es el contexto en que aparecen estos artefactos. Asimismo, es
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importante identificar en qué momento de la secuencia ocupacional comienzan a ocurrir los cambios estilísticos que reflejan la interacción con otras sociedades. Por ejemplo, las primeras evidencias de cerámica Wari o derivada aparecen claramente durante el periodo Mochica Tardío y circunscritas a los entierros más complejos. Asimismo, contra el sentido común, las copias locales de piezas Wari se producen ya durante el periodo Mochica Tardío, y no después de su colapso. Analizaremos en primer término la forma que toman las influencias externas para luego ver los otros dos factores.
En San José de Moro, antes de la ocupación Lambayeque, nunca se ha encontrado una tumba foránea y menos una tumba Wari. Las influencias externas, si bien numerosas en los periodos Tardío y Transicional, no permiten reconocer la anexión a un estado foráneo o siquiera la presencia de individuos que representen a una entidad política extranjera. Nunca se ha ubicado una tumba donde la mayoría de artefactos sea de origen foráneo y, más bien, siempre que encontramos artefactos importados, copias locales de ellos, o incluso artefactos localmente producidos con un estilo híbrido, éstos son minoritarios y aparecen sólo en las tumbas muy complejas que siguen el patrón funerario Mochica. Esto no implica, sin embargo, que estos artefactos no hayan tenido un importante efecto sobre el desarrollo de los estilos locales.
Si analizamos la evolución de los estilos complejos de cerámica en San José de Moro, particularmente en los ceramios que tienen una iconografía más compleja, podemos distinguir hasta tres fases en el periodo Mochica Tardío.
En la primera fase no hubo influencia de Wari o sus derivados, es decir, el estilo más elaborado fue el de línea fina canónicamente Mochica Tardío. El sitio de Pampa Grande, donde no se ha registrado ninguna evidencia de cerámica Wari, correspondería a este periodo (Shimada 1994).
En la segunda fase aparecen las primeras piezas de cerámica importada y florece un nuevo estilo, o estilos, derivados de la influencia externa. Esta fase quizá puede subdividirse en dos etapas: primero, el momento en el que aparecen los primeros ceramios importados que son incorporados a las tumbas Mochica Tardío de elite, y luego una segunda etapa donde se inicia la producción de ceramios con estilos híbridos y la producción de copias locales de ceramios de estilo foráneo. La tumba de la Sacerdotisa excavada en 1991 (M-U 41, Donnan y Castillo 1994) pertenece a la primera etapa, dado que en ella encontramos sólo artefactos importados de estilo Nievería y Cajamarca en asociación con cerámica Mochica de línea fina.
En la tercera fase desaparece la cerámica de línea fina, pero subsisten las copias, se afianza un estilo cerámico híbrido en el que se combinan rasgos de la iconografía Mochica y las formas, colores y diseños venidos de fuera. Esta fase corresponde parcialmente con lo que veremos más adelante como el periodo Transicional.
De estas tres fases la más compleja es la segunda, ya que muestra la mayor cantidad de vectores culturales encontrándose e interactuando. En este periodo se producen las primeras versiones de la cerámica policroma Mochica y se genera y perfecciona la cerámica de estilo híbrido. Para comprender la evolución del estilo de línea fina en este periodo turbulento de fines de Moche conviene analizar independientemente tres de sus aspectos formales contrastando las fuentes locales con las influencias externas. Si analizamos la forma del recipiente, los
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colores empleados y los motivos iconográficos en la cerámica en cuestión, encontraremos dos claras líneas de influencia.
Formas: Las formas que se emplean son botellas de asa estribo, típicamente Mochicas (Fig. 18.17); o botellas de doble pico y puente, de claro origen sureño (Lám. 18.3). Ocasionalmente el estilo de línea fina, tanto bicromo como policromo, aparece decorando formas más simples como jarras, copas o cántaros achatados.
Colores: Los colores empleados para decorar la cerámica son el esquema ocre sobre crema (Fig. 18.17), que es predominante Mochica, o el esquema policromo, característico de la tradición sureña (Lám. 18.3).
Iconografía: Los motivos iconográficos van desde los más rigurosos esquemas narrativos Mochicas (Fig. 18.20), como la escena del Entierro (Donnan y McClelland 1979) o de la Sacerdotisa en la balsa (Cordy-Collins 1977), hasta motivos geométricos y estilizados que muestran gran influencia de la tradición Wari (Fig. 18.22).
Al combinar las dos vertientes que presentan estos tres aspectos se definen dos extremos: por un lado, lo estrictamente Mochica, representado por los ceramios de asa estribo, decoración bicroma y motivos clásicos de su iconografía (ver, por ejemplo, Donnan y McClelland 1979); y por otro, los elementos que aparecen por influencia de Wari, representados por botellas de doble pico y puente, policromía y diseños geométricos (ver Castillo y Donnan 1994b: 112). Entre estos dos extremos encontramos una gran cantidad de artefactos en que se combinan los tres criterios. Si excluimos los ceramios con características exclusivamente Mochica o foráneas, la combinatoria de criterios nos da seis alternativas posibles, de las cuales encontramos ejemplos para sólo cuatro: 1) ceramios que combinan la forma e iconografía Mochica con la policromía foránea (ver el famoso ceramio del Museo Amano en Shimada 1994: Fig. 9.1); 2) ceramios que combinan la forma y policromía foránea con la iconografía Mochica (Rowe 1942; Larco 1967: Fig. 108 y 109); 3) ceramios que combinan la forma Mochica con la iconografía y la policromía foránea (Colección Rodríguez Razetto, acá Lám. 18.3b); y 4) ceramios con forma foránea pero iconografía y bicromía Mochica. El único ejemplo de esta combinación es un ceramio de doble pico y puente encontrado en la tumba Mochica Tardío de bota M-U 314, donde se representa al Aia-Paec sujetado por un gallinazo y una iguana antropomorfizados7 (Fig. 18.23).
No conocemos ejemplos de las dos combinaciones restantes, es decir, piezas de formas Mochica o foránea que contengan diseños foráneos en esquemas bicromos. Es posible que los motivos foráneos estén estrechamente atados a la policromía y que no se representen de otra forma. Los motivos de la iconografía Mochica, por el contrario, son susceptibles de aparecer en esquemas bicromos o policromos.
En la misma tumba, que contenía los cuerpos de dos mujeres y un niño, aparecieron dos botellas en forma de gota con decoración policroma (ver dos casos semejantes en Donnan 1973) y dos representaciones a escala de maquetas de templos hechas en barro crudo (Castillo et al. 1997).
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Fig. 18.22. Ceramios de estilo Wari producidos en San José de Moro: a) M-U26-C5, b) M-U314-C2, c)
M-U509-C14, d) M-U602-C28, e) M-U620-C26, f) M-U623-C5, g) M-U623-C9, h) M-U729-C19, i)
M-U736-C15, j) M-U820-C23). (Dibujos Percy Fiestas).
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Fig. 18.23. Botella de doble pico y puente de la tumba M-U314. M-U314-C1. (Foto Juan Pablo Murrugarra).
Otro cambio importante que podemos distinguir como marcador del colapso de la sociedad Mochica en Jequetepeque es la variación en la forma de la tumba. Durante el periodo Mochica Tardío la forma más común era la tumba de bota, que continúa en uso a medida que la influencia de los estilos cerámicos foráneos se hace más notoria. Sin embargo, cae en desuso a la vez que desaparece también la cerámica de línea fina. Las botas son reemplazadas por tumbas de pozo en el periodo Transicional, aún cuando se mantiene la orientación, con los pies al norte y la cabeza al sur, y la posición extendida dorsal. La desaparición de las tumbas de bota al fin de Moche marca el final de una tradición que existió desde el periodo Mochica Medio, y quizá antes y que estaba asociada a los segmentos medios y altos de la sociedad Mochica. Su reemplazo por las tumbas de pozo en el periodo Transicional significa que se impone la forma que era popular más bien entre los segmentos bajos de la sociedad Mochica. Antes de extinguirse, sin embargo, las tumbas de bota Mochica Tardío comienzan a mostrar ciertas variaciones sobre la norma, particularmente en lo que se refiere a su orientación (Fig. 18.24).8
El cambio más importante, que definitiva y permanentemente marca el final de los Mochica es la desaparición del estilo de línea fina, tanto en su forma bicroma como en su variante
En San José de Moro la tumba M-U 623 (Fig. 18.24) es un buen ejemplo de lo que ocurre al fin de Mochica. Está orientada de esta a oeste y contiene dos individuos de cúbito lateral, uno frente al otro, asociados con cerámica policroma y cerámica reducida. Muy poco en esta tumba parece ser Mochica, sólo un cántaro con cuello efigie (“face neck” jar), dos cántaros de cuerpo achatado y la forma de bota de la tumba.
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Huesos de Camélidos C- 03 C- 02 C- 04 Artefactos de Hueso C- 05 Huesos de Camélidos Huesos de Camélidos
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Proyecto Arqueológico San José de Moro
Tumba M-U623 1998 Mochica Tardío 010 cm 20
C- 07 Huesos de Cuy C- 08 C- 09 C- 06
Improntas de Caña
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Contorno Superior
de la Matriz
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de la Matriz
Punta de Obsidiana
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Tapa de Adobes
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Fig. 18.24. Tumba M-U623, Mochica Tardío final. (Dibujo y foto Martín del Carpio).
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policroma sobre botellas de doble pico y puente, lo que parece coincidir con la desaparición de las tumbas de bota. Durante el siguiente periodo se han registrado algunos remanentes y arcaísmos, e incluso piezas Mochica Tardío reutilizadas, pero en general cesa la producción de este tipo de ceramios y se pierde, por lo tanto, la tecnología involucrada en su manufactura.
Estos dos últimos factores son importantes de considerar a fin de entender qué pasó al final de la sociedad Mochica. Tanto las tumbas de bota como la cerámica de línea fina parecen haber estado restringidas a la elite Mochica. Sólo los miembros de la elite se enterraban en este tipo de tumbas, y sólo ellos consumían este tipo de cerámica. El final de Mochica, por lo tanto, estaría definido por la desaparición de formas que habrían marcado las diferencias de clase. Es posible que el declinar en realidad haya sido sólo el colapso de la elite, que desaparece o simplemente deja de distinguirse, es decir, se amalgama con los segmentos sociales inferiores. Esta hipótesis reforzaría la idea que el final Mochica es eminentemente un proceso de crisis interna y de reconstitución del poder social (Castillo y Donnan 1994a; Bawden 1995, 1996; DeMarrais et al. 1996).
Para entender el impacto de Wari y sus derivados sobre la sociedad Mochica es útil analizar lo que sucedía al interior de ambas sociedades. Desde la perspectiva Mochica, al parecer, al inicio del Horizonte Medio se empieza a importar cerámica de estilo Wari o de los estilos de algunas de las sociedades derivadas o asociadas a ésta, como Nievería, Pachacámac y Atarco. Para esta época, probablemente, Wari era concebida como una exitosa sociedad en proceso de expansión, portadora de una refinada iconografía que, a su vez, simbolizaba su ideología y religión (Menzel 1964, 1977; Schreiber 1992). La elite Mochica habría considerado ventajoso para su manejo político contar con elementos de esta nueva ideología e iconografía, y quizá mostrar algún grado de comunicación con la elite Wari. Al importarse los primeros ejemplares de esta cerámica, se produce un fenómeno que nunca antes habíamos visto: se abren las barreras que impedían el acceso a los elementos de una cultura foránea. Los Mochica, hasta esta época, habían sido impermeables a toda influencia foránea, por lo que es muy raro encontrar artefactos importados antes de esta época. La apertura, sin embargo, se da en un marco de acceso diferencial en el que sólo la parte más alta de la elite tiene acceso a los nuevos objetos importados. Es por esta razón que ellos sólo se encuentran en las tumbas más complejas.
Una presencia Wari tan diversificada y compleja en la costa norte sólo se ha registrado en San José de Moro (Castillo y Donnan 1994a y 1994b). Hasta la fecha las evidencias disponibles permiten afirmar que ésta se da dentro de una matriz Mochica. Es decir, que son ellos quienes importan e incluyen en sus tumbas la cerámica foránea. No hay ninguna evidencia que permita afirmar que ésto se hizo bajo cualquier forma de coacción. Ahora bien, la presencia de artefactos Wari juzgada sin tener conocimiento de los contexto originales y sin saber que son muy escasos, ha llevado a pensar que la costa norte estuvo bajo el dominio imperial de esta sociedad (Menzel 1977, Schreiber 1992). Artefactos de estilo Mochica Tardío han sido registrados en sitios desde Piura (Larco 1965, 1967) hasta Lima (Stumer 1958), sin que por ello nadie haya planteado que la sociedad Mochica haya conquistado el territorio comprendido entre estos dos extremos.
¿Por qué se pudo concebir como beneficioso el importar artefactos de una cultura foránea, y por qué precisamente Wari? La respuesta a estas preguntas nos obliga a hacer un detallado recuento de lo que presumimos sucedió en los últimos años de la historia de los Mochicas en Jequetepeque. Los Mochicas habrían desarrollado, a lo largo de su historia, formas de control
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social fuertemente basadas en contenidos ideológicos, y en el manejo de sus manifestaciones (DeMarais, Castillo y Earle 1996). Este énfasis tendía a minimizar la disensión y aumentar el consenso, lo que repercutía directamente sobre la productividad, la solidaridad social y la legitimidad de los gobernantes. La elite Mochica habría llevado esta estrategia hasta sus límites, colocándose en la posición de ser concebidos como dioses vivos, o sus encarnaciones (Donnan y Castillo 1994). Recordemos que en esta época los seres humanos desaparecen casi por completo del registro iconográfico, y todas las escenas se centran en las acciones de los dioses. Es decir, que la elite no habría requerido de mediación en su interacción con los dioses, sino que los gobernantes habrían asumido directamente este papel. Esta estrategia es muy conveniente mientras todo marcha bien, pero ante una crisis no deja espacio para culpar a un intermediario. Las graves fluctuaciones climáticas que caracterizan a la parte temprana del periodo Mochica Tardío (Shimada et al. 1991) habrían debilitado a la elite puesto que, aún cuando reclamando para si el papel de los dioses vivos, no puede impedir la destrucción.
Debilitados, los gobernantes buscan reproducir las fuentes de poder que antes emplearon combinando el manejo político con la legitimidad ideológica, pero esta vez tratan de reforzar la estrategia introduciendo elementos de otro sistema ideológico de gran prestigio. De este modo, se establecen los primeros contactos con los Wari, y quizá no directamente sino a través de sociedades intermediarias, apareciendo así en Jequetepeque la primera cerámica importada de estilo Nievería, y en el cementerio de Nievería, en el valle del Rímac, la primera cerámica Mochica (Stumer 1958).
La ruta de acceso y comunicación con las sociedades del Horizonte Medio de la costa central no parece pasar por la costa, sino que habría conectado el valle de Jequetepeque con la sierra aledaña, donde la presencia Wari era más fuerte (Topic 1991). Esto lo podemos inferir de la ausencia de sitios intermedios con el tipo de asociaciones de San José de Moro, en el territorio Mochica Sur. La aparición de cerámica importada de estilo Wari coincide con la aparición de los primeros ejemplos de cerámica de estilo Cajamarca, en el que predomina el uso de una arcilla de color blanco con la que se producen cuencos y platos con engobe crema y decoraciones muy simples de líneas sinuosas y puntos de color ocre. El estilo de cerámica Cajamarca correspondería con la fase que precede la aparición del los estilos cursivos y la decoración tricolor mejor conocidos.
La elite Mochica, y sólo su segmento superior, habría monopolizado ese tipo de materiales, alterando así una de las normas básicas de su sistema social: la redistribución de los bienes suntuarios entre los segmentos medios e inferiores de su misma clase. Más grave aún, la elite gobernante por primera vez en su historia habría estado impedida de cumplir con su posibilidad de redistribuir este tipo de bienes, pues los artefactos que marcan la relación con la prestigiosa sociedad Wari no son producidos por ellos. Bawden ve en este tipo de menoscabos de los modelos de reciprocidad tradicionales una de las causas más importantes de la crisis interna de la sociedad Mochica (Bawden 1995, 1996).
Ante la imposibilidad de satisfacer las obligaciones con sus subordinados, y presionados por una fuerte demanda, se hace necesario fabricar localmente piezas que imiten las formas, los motivos iconográficos y la policromía de artefactos que antes sólo se importaban. Para satisfacer esta necesidad se desarrolla el estilo policromo de línea fina. Por lo tanto, poco después que se importaran las primeras piezas Wari, los Mochicas desarrollan nuevos tipos de
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artefactos de imitación que les permite mantener la red de reciprocidad con los otros segmentos de su propia clase. Hay que advertir que las piezas policromas, al igual que lo que ocurrió antes con el estilo de línea fina o la cerámica de asa estribo en el periodo Mochica Medio, aparecen en cantidades muy limitadas por tumba.
Ahora bien, si la importación de artefactos Wari y su inclusión en contextos de la alta elite reflejaba una aceptación de ciertos contenidos ideológicos patrocinados por Wari, una afiliación con esta sociedad y el inicio de una apertura cultural e ideológica; la extensión de esos productos a los segmentos inferiores de la elite, bajo la forma de artefactos de imitación, implica que las ideologías y las influencias de Wari sobre la sociedad Mochica Tardía se generalizan.
Las implicancias ideológicas de estos hechos son muy complejas y aparentemente de efectos insospechados en su momento. Las nuevas ideas, y la aparición de los estilos cerámicos policromos coincide en el registro arqueológico con la apertura estilística Mochica Tardío. Aparecen formas nuevas, estilos de decoración nunca antes vistos y una gran cantidad de cerámica reducida. En cualquier caso, el proceso de deterioro de la tradición Mochica que se genera no es abrupto, sino lento pero constante.
Ahora bien, no debe sorprendernos que se haya generado un estilo policromo a raíz del contacto con Wari. La evidencia arqueológica nos muestra que es muy común que después de la interacción con Wari, y como efecto de ésta, las sociedades locales desarrollen estilos híbridos. Esto pasó antes en Ica, en la costa sur, con el desarrollo del estilo Atarco que combina una base Nazca con un influjo Wari. También había sucedido en la costa central, donde el estilo Lima da paso a los estilos Nievería y Pachacámac de clara influencia Wari. Lamentablemente, la relación entre Wari y sus sociedades derivadas o asociadas no está clara, así como tampoco se entiende bien la estrategia de expansión, influencia y control territorial Wari.
En vista de este proceso de transformaciones resulta crítico definir en qué momento cesa la cultura Mochica y por qué. Ninguna de estas preguntas es de fácil respuesta. Hemos indicado más arriba que dos índices nos permiten definir el final de Mochica: la desaparición de la cerámica de línea fina, y de las tumbas de bota. Sin embargo, cabría señalar que a nivel de los estilos cerámicos muy poco más desaparece. Se continúa produciendo formas y estilos que caracterizaron a la cerámica de tipo intermedio durante el periodo Mochica Tardío, se continúa incluyendo muy poca cerámica policroma en las tumbas, y mientras que la cantidad de artefactos importados es muy pequeña, su variedad es muy grande. Aparecen en esta época ceramios de estilo Viñaque, Pachacámac y Casma.
Parecería que al final del proceso, lo único que desaparece es aquello que más directamente asociamos con la elite. Desaparecen las tumbas de los tipos que ellos utilizaban y se generalizan las formas más simples de tumbas de pozo. Desaparece la iconografía de línea fina, y los ceramios que les servían de soporte. Al desaparecer este tipo de cerámica también se extingue la iconografía religiosa compleja, que nunca reaparecerá en el arte cerámico de la costa norte. Esto implica que la elite, principal sujeto de las representaciones, desaparece del espacio iconográfico. La reemplazan los motivos geométricos, las pequeñas caras retrato, los animales simplificados, todos motivos que pueblan la iconografía y el arte Chimú y Lambayeque. Podemos inferir a partir de estas transformaciones que hubo un cambio de autoridad
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predominante, que la elite perdió el control y fue desterrada, por lo menos del espacio iconográfico. Cabría señalar que este proceso, un deterioro interno, pudo haber tenido un elemento de violencia, puesto que en esta época se multiplican los espacios defensivos, ciudades amuralladas, plazas fuertes en las cimas de los cerros, y otras indicaciones de que la inestabilidad pudo llegar a niveles de violencia que necesitó que se tomaran medidas (Dillehay 2001). ¿Dónde estaban las fuerzas del estado para evitar estas amenazas? Todo parece indicar que el principal afectado en esta crisis fue precisamente el estado y sus dirigentes, que mal podían haber impedido que se generalizara la violencia cuando ellos mismo no eran capaces de defenderse. Sin embargo, también hay evidencia para suponer que este deterioro no fue abrupto, sino que se produjo durante un largo periodo de tiempo, quizá una generación completa, y culminó con el debilitamiento de la elite, más que con su derrota.
EPÍLOGO, EL PERIODO TRANSICIONAL
Teóricamente podíamos haber supuesto que existiese un periodo de tránsito entre el fin de Mochica y el inicio de Lambayeque o Chimú. A lo largo de los años este tránsito ha recibido diferentes nombres: Larco lo llamó Huari Norteño (1966), en el área de Trujillo se le denomina Chimú Temprano (Donnan y Mackey 1978), y más al norte podría corresponder con las fases tempranas de Lambayeque (Shimada 1994), pero en todos los casos se ha mostrado muy difícil de definir, como suele ser el caso con los periodos intermedios. Generalmente ha sido más fácil asignar la evidencia a cualquiera de las sociedades que se ubican en los extremos, que definirla como una manifestación del tránsito en sí mismo. La arqueología del valle de Jequetepeque no ha sido una excepción, y por lo tanto no esperábamos encontrar ninguna evidencia clara del periodo inmediatamente posterior al Mochica.
En los primeros años de investigaciones en San José de Moro ubicamos algunas tumbas de pozo que contenían una mezcla de materiales que delataban un parecido a Mochica, pero con algunos elementos de Lambayeque. Asociados a esta cerámica aparecían platos con engobe blanco y diseños geométricos conocidos como Cajamarca Costeño (Disselhoff 1958a). Por esta razón asignamos las tumbas a un periodo que llamamos Lambayeque-Cajamarca. Al multiplicarse las muestras de este singular periodo resultó aparente que no se trataba del periodo Lambayeque, y que las relaciones con Cajamarca eran más bien lejanas. La cerámica parecía ser una combinación de muchas de las formas de cerámica de calidad intermedia y doméstica que se daban en Mochica Tardío con algunas formas derivadas de estilos foráneos. Abundan, por ejemplo, las botellas de cuerpo achatado (“flasks”), los cántaros de cuello efigie y las piezas de doble cuerpo (Ver Rucabado y Castillo, este volumen).
La combinación de estos tipos de cerámica en diversas tumbas de pozo ubicadas estratigráficamente por encima de las bocas de las tumbas Mochicas, y por debajo de las tumbas Lambayeque, que suelen ser intrusivas en el sitio, nos convenció que lo que en un principio parecía una peculiaridad en algunas tumbas era en realidad una verdadera fase de ocupación. En los últimos años de excavaciones se ha multiplicado este tipo de tumbas y ha sido posible asociarlas a una serie de alineaciones de adobes y paicas, lo que parecería indicar que los complejos rituales funerarios característicos del periodo Mochica Tardío continúan.
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Lo que en un principio se nos planteaba como un corto plazo de tránsito, resultó ser en realidad un periodo que hoy, a falta de fechados radiocarbónicos, estamos presumiendo se extendió ente el 800 y el 950 d.C. Ese es el periodo en el que se terminan de sintetizar las influencias Mochicas con las provenientes de las sociedades del Horizonte Medio de la costa central. Por todas estas características, lo estamos llamando periodo Transicional.
Los estilos de cerámica que se desarrollaron durante el Mochica Tardío persisten en el periodo Transicional. Parecería que los mismos artesanos que fabricaban cerámica con una gran liberalidad estilística continúan produciéndola, desapareciendo sólo los talleres que fabricaban la cerámica de línea fina. A los antiguos estilos se asocian algunos nuevos que parecen provenir de la zona de Casma, particularmente uno donde abunda la cerámica reducida con decoración impresa en relieve.
La desaparición del estilo cerámico y la forma de tumbas que identifica a la elite Mochica no significa que el periodo Transicional carezca de liderazgo. En 1998 identificamos dos tumbas de cámara superpuestas que representan al menos dos fases dentro del periodo Transicional, y que por su forma se asocian con individuos de la elite. La cámara superior, de aproximadamente 4 metros cuadrados, contenía una gran cantidad de cerámica Cajamarca Costeño de muy alta calidad y cerámica de tipo Transicional. La cámara inferior, de aproximadamente 16 metros cuadrados, contuvo a más de treinta individuos y más de 150 piezas de cerámica, máscaras de cobre, ornamentos de metal, cuentas de spondyllus, adornos de nácar y restos de camélidos. Parecería que esta cámara se mantuvo abierta durante un prolongado periodo de tiempo en el que los cuerpos eran dispuestos de manera extendida, orientados de norte a sur. A medida que más individuos eran introducidos, los anteriores, ya desarticulados, eran empujados a los lados al igual que sus ofrendas. Cámaras funerarias con tantos individuos no han sido reportadas para Mochica Tardío, aunque existe una tumba de bota múltiple Mochica Medio con más de 10 individuos en Pacatnamú excavada por Ubbelohde-Doering (1967, 1983).
La recomposición de la elite en el periodo Transicional, sin embargo, no significa que se haya podido controlar la proliferación de estilos cerámicos o la producción de estilos de imitación. Por el contrario, seguimos encontrando algunas evidencias de cerámica importada de estilo Viñaque, Pachacámac, Cajamarca y Casma Impreso y copias de estos estilos localmente producidas (Ver Rucabado y Castillo, este volumen). Como en el periodo Mochica Tardío, las piezas de cerámica importadas aparecen en pequeñas cantidades en tumbas de elite y rodeadas de especimenes de estilo local, delatando que continuó la restricción en la producción y distribución de este tipo de artefactos y que los individuos enterrados son de origen local.
El periodo Transicional acaba de manera abrupta alrededor del 950 d.C., cuando el valle de Jequetepeque es conquistado por el estado Lambayeque (Fig. 18.25). En este momento desaparece la complejidad de los estilos cerámicos característicos del periodo Transicional, y surge el estilo Lambayeque Medio, representado por el “huaco rey”, tanto en su versión reducida como oxidada, por platos de base anular y por ollas con decoración en relieve en la parte superior del cuerpo. Las tumbas conservan la forma de pozo pero los individuos son enterrados preferentemente en posición flexionada y frecuentemente asociados con grandes concentraciones de tiza. Lambayeque liquidó el liberalismo estilístico que caracterizó al periodo Transicional y devolvió la región al control centralizado de un estado expansivo. Con la
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C- 03 Spondylus C- 01 Tiza Tubos de Cobre Collar de Cuentas y Cobre Tiza C- 02 N C- 02 Spondylus Aguja de N madera Tubos de Aguja de Cobre Cobre
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C- 03
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C- 01
Contorno de la Matriz
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Fig. 18.25. Tumbas M-U412 y M-U501, y cerámica Lambayeque. (Dibujos de tumbas LJC, cerámica Percy Fiestas).
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conquista Lambayeque, y las posteriores conquistas Chimú e Inca, acaba para siempre la independencia del valle de Jequetepeque, que pasa a depender, de ahora y en adelante, de estados centrados en otras regiones. Convertida sólo en una provincia marginal, Jequetepeque pierde su vitalidad, lo que se refleja en una producción cultural cada vez más deprimida.
CONCLUSIONES
San José de Moro tuvo un papel muy importante como centro ceremonial y lugar de culto en el peculiar periodo final de la sociedad Mochica del Jequetepeque, y en el subsiguiente periodo de tránsito entre ésta y la conquista Lambayeque. Asimismo, existe en el sitio una gran abundancia de materiales estilísticamente asociados a culturas del Horizonte Medio de la región central y sur del Perú (Shimada 1994, Bawden 1996). San José de Moro, más que casi cualquier otro sitio de la costa norte, nos ofrece importantes claves para entender la relación que se establece entre la sociedad Mochica decadente y las florecientes sociedades de la sierra y costa sur. En base a los años de investigación en el sitio, podemos señalar algunas conclusiones para los temas propuestos como objetivos al iniciar la investigación.
La secuencia ocupacional, una de nuestras primeras preocupaciones en el estudio del norte del Jequetepeque, ha resultado ser mucho más compleja que lo que nos imaginábamos en los mil quinientos años comprendidos entre el principio de Moche y al abandono del sitio. Dado que San José de Moro presenta una densa estratificación, con periodos culturales representados a veces por decenas de capas en montículos domésticos y zonas ceremoniales, donde además se encuentran colecciones cerámicas muy ricas, ha sido posible reconstruir una secuencia de al menos cinco grandes periodos, divisibles, a su vez, en una serie de fases. No intentaremos entrar en detalle aquí, puesto que este tema será sujeto de una próxima publicación dedicada al estudio de la secuencia ocupacional y los estilos cerámicos de San José de Moro (Rosas y Castillo, 1999 ms.). Sin embargo, suficientes datos se han publicado ya para documentar esta complejidad ocupacional. Los cinco grandes periodos son: 1) Mochica Medio; 2) Mochica Tardío; 3) Transicional; 4) Lambayeque; y 5) Chimú (Fig. 18.3). Presumimos que a esta secuencia se podría agregar al menos cuatro periodos al inicio (Cupisnique, Salinar, Virú y Mochica Temprano) y uno más al final (Chimú-Inca). Hemos encontrado en San José de Moro algunos fragmentos de cerámica de estos periodos en capas de relleno del sitio, pero no en número suficiente como para definir una ocupación.
La secuencia es más compleja a medida que nos acercamos al fin de Moche, puesto que aumenta dramáticamente la cantidad de vectores culturales que entran en juego y que se producen por efecto de las interacciones (Fig. 18.3). El estudio de este periodo requiere del análisis de los estilos cerámicos en contexto, puesto que de otra manera resultan incomprensibles. Diferenciar estilos importados durante el periodo Mochica Tardío, no dominantes por lo tanto, de otros que si son dominantes en su momento es crítico para entender qué sucedió al fin de Moche. Los estilos relacionados con el fenómeno Wari, como hemos dicho, aparecen en contextos funerarios y rituales Moche en cantidades minoritarias y subordinados a artefactos Mochicas. Lambayeque, también foráneo al valle de Jequetepeque, se presentará como estilo dominante, al que se subordinan todas las expresiones locales, lo que permite inferir que esta
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cultura llegó a imponerse en le valle de Jequetepeque. Fuera de contexto ambos, tanto la cerámica Wari como Lambayeque, permitirían justificar ocupaciones o control geopolítico.
La secuencia ocupacional, y de variantes estilísticas de cerámica, encontrada en San José de Moro no necesariamente es igual a la que encontremos en otros sitios en el resto del valle de Jequetepeque, particularmente en su zona sur. Esto se debe a que otros sitios no tuvieron el mismo grado de complejidad ocupacional o que sus ocupaciones fueron generalmente más cortas o estuvieron intercaladas por periodos de abandono. Las diferencias también pueden deberse a que sus funciones diferían de las de San José de Moro. Otros sitios estudiados en el valle, como Dos Cabezas y Pacatnamú, reflejan una ocupación intensa pero circunscrita a periodos más cortos y funciones diferentes a las de San José de Moro. Sitios más cercanos, como Cerro Chepén, presentan cerámica muy semejante a la que aparece en San José de Moro, pero sólo correspondiente al periodo Mochica Tardío. Sin embargo, es sobre la base de los sitios más complejos que debemos establecer las secuencias maestras. Por comparación con estas secuencias se puede llegar a establecer si sitios menores han tenido ocupaciones continuas o de diferente función.
Hemos insistido en otras publicaciones acerca de las secuencias diferenciadas para la cerámica Mochica entre la zona norte y sur (Castillo y Donnan 1994b). Pero, lo que hace algunos años fue una afirmación novedosa que dividía el territorio, y la cultura Mochica, en dos grandes segmentos regionales, ahora parecería ser un esquema equivocado por ser muy generalizante y poco flexible, ya que al menos durante algunas épocas podrían haber existido, al interior de la misma secuencia de Jequetepeque, variantes estilísticas y locales en la producción de la cerámica. Por ejemplo, contenidos en el periodo que llamamos Mochica Tardío claramente habría una serie de fases identificables, desde su fase inicial en el que predomina botellas de cuello efigie y escasea la cerámica con decoración escenográfica; su fase media, cuando se consolidaría la cerámica pictórica de línea fina y aparecen nuevas formas de botellas y ollas y la cerámica del Horizonte Medio importada; hasta su fase tardía o de decadencia, cuando aparece la cerámica Mochica policroma, desaparece la cerámica pictórica de línea fina y se incrementa la cerámica negra y con decoración en relieve.
Después de siete temporadas de excavación en el sitio y de casi diez años de investigaciones continuas cabe preguntarse qué nos depara el futuro. San José de Moro es un sitio singular, como muchos otros sitios arqueológicos. San José de Moro guarda las claves más importantes para entender aspectos relacionados con la historia de los Mochicas, con sus sistemas religiosos y su ideología, con su colapso final y con el desarrollo de una muy peculiar sociedad post estatal durante el Periodo Transicional. Hacer una arqueología centrada en un sitio tiene muchas desventajas, pero también tiene muchísimas ventajas referidas a la intensidad y definición de los datos adquiridos. Afortunadamente en nuestro caso, y tal como ya se dijo, las investigaciones en el sitio se insertan en el marco de una gran actividad en el valle, en la que estudios de orden regional se están conduciendo en este momento y donde diferentes proyectos de investigación se ejecutarán en los próximos años, muchos a cargo de integrantes del proyecto. En la medida de lo posible las investigaciones en San José de Moro continuarán en el futuro. Aún quedan muchas incógnitas por resolver que requieren mayor trabajo, y aún existe la amenaza constante de la presión urbana. Es difícil, sin embargo, definir en qué se concentrará el proyecto en los próximos años. Por la naturaleza del sitio, donde no existe ninguna indicación en la superficie que nos indique los contextos que se encontrarán en el subsuelo, nos encontramos siguiendo
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en nuestra investigación dos vías paralelas, pero de muy diferente dirección: mientras que el trabajo de campo nos aporta de manera desigual datos de diferentes épocas, con temporadas en las que casi todo lo hallado pertenece a un periodo, o a un tipo de ocupación, el curso de análisis y la interpretación de los hallazgos y el énfasis en ciertos aspectos de la investigación continúa por una vía independientemente en la que se van perfilando, a lo largo del tiempo, diferentes líneas de interpretación.
AGRADECIMIENTOS
La investigación en San José de Moro ha pasado por tres fases. Entre 1991 y 1993, fue dirigida por Christopher B. Donnan y Luis Jaime Castillo (Castillo y Donnan 1994a). En esta fase las excavaciones se centraron en la zona de la Huaca la Capilla y resultaron en el descubrimiento de numerosas tumbas Lambayeque y Mochica Tardío, entre ellas cinco cámaras funerarias, dos de las cuales pertenecieron a las Sacerdotisas de Moro. Entre 1995 y 1997, el proyecto fue dirigido por Carol Mackey, Andrew Nelson y Luis Jaime Castillo (Castillo, Mackey y Nelson 1996-98). En esta fase se continuaron las investigaciones, básicamente en la zona de la “Cancha de Fútbol” y en el sitio administrativo Chimú provincial del Algarrobal de Moro. Desde 1997 el proyecto es dirigido por Luis Jaime Castillo y se concentra en la excavación de las zonas funerarias del sitio, y en el estudio de las áreas ceremoniales asociadas con los entierros. Paralelamente se ha emprendido el estudio de otros sitios en la región, así como la prospección del valle de Chamán.
El trabajo en San José de Moro ha sido posible sólo gracias a la contribución generosa de los habitantes locales, particularmente de Richard y Julio Ibarrola; del Dr. Lorenzo Sánchez Cabanillas y la Sra. Miriam Valle de Baltuano. Alana Cordy-Collins, Ulla Holmquist, Don y Donna McClelland, Marco Rosas y Carlos Wester formaron parte del equipo de investigación durante sus primeros dos años. A partir de 1995 fue decisiva la contribución de Carol Mackey, Andrew Nelson, Julio Rucabado, Flora Ugaz, Gabriela Freyre, Daniel Fernández-Dávila, así como de un gran número de alumnos de la Universidad Católica y de universidades norteamericanas y españolas. Walter y Susana Alva, Genaro, Javier, Luis y Clarisa Arana, Alberto Baltuano, Jesús Briceño, Guillermo Cock, Juan Chávarri, César Gálvez, Ana María Hoyle, Eduardo Ismodes, Sr. y Sra. Jay Last, Salomón Lerner, Luis Nieri, Roberto, Walberto y Herman Pérez, Damián y Armando Quiroz, Liliana Regalado, Oscar y Blanca Rodríguez Razetto, Baerbel Struthers, Nayo, Segundo y Jesús Vera, Carmela Zanelli y otros hicieron posible y satisfactorio este trabajo.
Las investigaciones se han realizado con la generosa ayuda financiera y la colaboración de muchas instituciones y personas. En particular quiero agradecer a la Fundación Altman y la Fundación Kaufman de Nueva York, la Dirección Académica de Investigación de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Fundación Bruno de Fresno, California, el Museo de la Abadía de Daoulas, Finistere, Francia, el Museo Municipal de Leoben, Austria, The John B. Hainz Charitable Trust, UCLA Friends of Archaeology, UCLA Academic Senate, Fowler Museum of Cultural History UCLA, el Banco de Crédito del Perú, la Municipalidad Provincial de Chepén, la Municipalidad Distrital de Pacanga, el Instituto Regional de Cultura de La
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Libertad, el Museo Bruning, Luz del Sur; Boyles Bros. Diamantina S.A., entre otras instituciones.
En la preparación de este texto ha sido muy importante la colaboración editorial de muchos de mis colegas y alumnos que con sus críticas y sugerencias han ido modelando mis ideas con respecto a los mochicas. Quiero agradecer en especial a Christopher Donnan, Carol Mackey, Alana Cordy-Collins, Andrew Nelson, Guillermo Cock, Santiago Uceda, Ulla Holmquist, Cristóbal Makowski, Garth Bawden, Julio Rucabado, Flora Ugaz, Gabriela Freyre, Patricia Pérez-Albela, Alexia Brazzini, Cecilia Pardo y Mónica Nobl. Muchas de las ideas surgieron de la necesidad de enseñar un curso monográfico sobre los Mochica a los alumnos de la Universidad Católica. Por sus críticas y sugerencias les extiendo mi agradecimiento. Los errores que subsisten, se deben a mi terquedad.
Todos los mochicólogos tenemos una gran deuda de gratitud con Santiago Uceda y Ricardo Morales, sin cuyo apoyo y amistad nuestro campo no hubiera avanzado como lo ha hecho. Al gran Elías Mujica, si bien sólo un mochicólogo honorario, le debemos su consejo y asesoría acertada.
El trabajo arqueológico en San José de Moro nos ha llevado a establecer una estrecha relación con la población local, de la que provienen nuestros trabajadores y con la que hemos desarrollado numerosas líneas de colaboración. En los últimos años se ha visto como necesario en el desenvolvimiento de los proyectos de investigación en la costa norte que nos involucremos con la protección a largo palazo de los sitio, y con el desarrollo sostenible de la comunidad. Así, es común en estos días ver museos y otras actividades locales, particularmente relacionadas con el trabajo con los niños y con el desarrollo turístico, promovidas por los proyectos de investigación. Si bien los arqueólogos no fuimos formados académicamente para este tipo de tareas, nos vemos en la imperiosa necesidad de afrontarlas. En San José de Moro hemos iniciado hace ya unos años la construcción de un museo modular que consiste de ocho pequeñas casetas distribuidas en el pueblo en las que se expondrán los descubrimientos realizados, haciendo que simultáneamente la visita arqueológica sea una visita al pueblo. Asimismo, se ha iniciado un programa de desarrollo de identidad local con los niños de la escuela primaria local y se iniciará un programa de entrenamiento con adultos en el desarrollo de pequeñas empresas de servicios turísticos. Nos parece imprescindible que paralelo a los descubrimientos se capacite a las población en estrategias de desarrollo sostenible que contribuyan a su bienestar, y por colación a la protección de los sitios.
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124 L. J. Castillo B.
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arqueologiadelperu · 5 years
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En memoria de Santiago Uceda Castillo
En memoria de Santiago Uceda Castillo
Santiago Uceda
Santiago Uceda Castillo (12 Octubre 1954 – †14 enero 2018). Personalidad Meritoria de la Cultura Peruana, fue un prominente investigador de la cultura moche, recordado y reconocido por la comunidad científica peruana y mundial por la importancia de su aporte a la cultura. Arqueólogo de profesión y profesor principal de la Universidad Nacional de Trujillo, decano de la Facultad de…
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adondeircity · 6 years
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21 al 29 Julio MOCHE I Semana del Renacimiento de la Identidad Cultural de la Campiña de Moche
21 al 29 Julio MOCHE I Semana del Renacimiento de la Identidad Cultural de la Campiña de Moche
Días: Del 21 al 29 de Julio Hora: Ver en programa Adjunto Lugar: Campiña de Moche – Moche – Trujillo Link del Evento y Organizador:   https://www.facebook.com/coliturll/posts/2118946-En tu Celular o Tablet, expande la pantalla ⇔ para ver los detalles de cada imagen- I SEMANA DEL RENACIMIENTO DE LA IDENTIDAD CULTURAL DE LA CAMPIÑA DE MOCHE. El Museo Huacas de Moche Santiago Uceda Castillo y la…
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arqueologiadelperu · 6 years
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"En honor a Santiago Uceda"
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Santiago Uceda (camisa blanca) junto a Ricardo Morales (camisa azul) en la Huaca de la Luna en la ciudad de Trujillo. [Foto: Dante Piaggio]
A semanas del fallecimiento del arqueólogo Santiago Uceda , un homenaje del Director del Proyecto Huacas del Sol y de la Luna, Ricardo Morales.
El notable avance de la ciencia arqueológica en la costa norte del país es producto de la dinámica que arqueólogos y conservadores han generado en estos últimos 30 años, organizando programas de investigación y conservación de sitios abandonados y saqueados, y estableciendo un exitoso corredor turístico que cubre la faja costera de Lambayeque y La Libertad.
Autor: Ricardo Morales Gamarra Fuente: El Comercio Fecha: 28.01.2018 / 09:00 am
Es decir, la transformación de un paisaje desértico en un polo de desarrollo socioeconómico y cultural como las huacas de Moche fue posible gracias al denodado esfuerzo y compromiso de profesionales, poseedores de una sólida formación académica, mística y visión de futuro. En este punto, destacó Santiago Uceda Castillo, arqueólogo y profesor principal de la Universidad Nacional de Trujillo, quien brilló con luz propia como decano de la Facultad de Ciencias Sociales y director del Proyecto Arqueológico Huacas de Moche.
Precisamente gracias a su aguda inteligencia, indesmayable capacidad de trabajo, sinceridad para expresar sus pensamientos en forma directa; a esa dinámica tan singular que lo caracterizó y lo llevó a formar en las aulas y en el campo a una generación de jóvenes arqueólogos que han retornado del extranjero con el grado de doctores, como hizo él mismo en la Universidad de Burdeos, en Francia.
En este incansable trajín ha dejado un patrón de investigación que se aprecia en su intensa labor editorial, rigurosa e innovadora, como la cuantiosa producción de artículos científicos en revistas y libros como la serie de “Investigaciones en Huaca de la Luna” y recientemente, Huaca de la Luna, templo y dioses moches, las más firmes expresiones de su madurez científica, que compartió con Elías Mujica y con quien escribe estas líneas.
Sin duda, el Proyecto Arqueológico Huacas de Moche es su obra emblemática, un modelo de gestión en el Perú, que hizo posible rescatar dichos espacios del saqueo y el desinterés colectivo.
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arqueologiadelperu · 7 years
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Nuevos hallazgos se realizaron en la Huaca de la Luna en el denominado “Patio” Uhle”. El considerado edificio religioso y ceremonial de la cultura Mochica, se ubica en el distrito de Moche en la provincia de Trujillo, departamento de La Libertad en Perú y corresponde a la reconocida Ruta Moche. Se trata de una “nueva” Plaza ceremonial, ubicada bajo las faldas de la Huaca de la Luna.
Los co-directores del proyecto arqueológico Huacas del Sol y la Luna, Santiago Uceda Castillo y Ricardo Morales Gamarra mostraron el Muro Este con rastros de un decorado en relieve del Degollador y el Demonio Marino; en el Muro Sur 21 representaciones de serpientes; tres tumbas excavadas (siete quedan para ser excavadas en el futuro), así como 20 pozos cuya función aún está por ser investigada.
“Son el conocido como el Dios de las Montañas (el Degollador o Decapitador) y el Demonio Marino, que se enfrascan en una pelea. Se ve que el ganador será el Dios Degollador por la posición dominante encima como ha sido representado”, apuntó en el mismo lugar el investigador Zavaleta Paredes.
Cabe destacar que arqueólogos y conservadores también vienen realizando trabajos de restauración de murales donde se aprecian imágenes de serpiente y el “Dios Degollador”.
El importante hallazgo es una plaza ceremonial asociada una plataforma funeraria que forma parte de lo que ellos llaman Moche IV, y que data aproximadamente del año 650 después de Cristo, revelaron los arqueólogos del proyecto
El hallazgo se produjo al lado norte de la huaca de la Luna, en la denominada Plaza Ceremonial Uhle, que tiene 53 metros de largo por 20 metros de ancho, y estaba cercada por muros policromados de aproximadamente tres metros de altura.Tenía un corredor, una banqueta esquinada, tres accesos y un altar.
En esta plaza se encontraron tres tumbas que aún se encuentran en proceso de excavación, pero que habrían pertenecido a personajes de la élite moche, informó en la víspera el arqueólogo residente Enrique Zavaleta Paredes.
En el proceso de excavación de la denominada tumba uno se pueden ver 20 vasijas, parte de los restos óseos del personaje, pero se espera que se puedan hallar joyas y otros objetos, lo cual advierten que se trataba de alguien muy importante.
En la tumba dos se encontró hasta ahora los restos óseos de un joven de entre 18 y 20 años, al que se le ha encontrado tres objetos de cobre, y la tercera tumba hasta el momento se ha desenterrado parte de una vasija en forma de un búho, pero apenas es la primera fase de la excavación.
“Esta es la primera vez que encontramos una plaza asociado a una plataforma funeraria, porque representa todo un reto para poder explicar todo ello. Tendremos que acudir a información etnográfica, bibliografía y cronistas para encontrar respuestas”, indicó Enrique Zavaleta Paredes.
El arqueólogo preciso que en la plaza se han encontrado 10 tumbas, pero solo tres son las que se van a excavar en esta oportunidad.
Muros policromados
De los cuatro muros que rodeaban la plaza, el muro sur posee pinturas policromadas que representan el combate entre dos deidades: el dios Aiapaec y el dios Marino. En la figura se observa que el primero se encuentra encima del segundo, lo que representa la superioridad del Dios moche.
En el muro oeste se encontró relieves de 21 serpientes que estaban decoradas con varios colores. Según Zavaleta, la serpiente estaba asociado al tema de la fertilidad, así como la sangre de los propios muertos que estaba asociada a darle vida a la tierra para prospere, para que haya más cultivos.
Pozos misteriosos
Lo que aún es un misterio para los arqueólogos son los 20 pozos que se han encontrado al costado del muro con relieves de serpientes, debido a que todos estaban vacíos y solo uno presenta sus paredes quemadas, por lo que aún se desconoce cuál habría sido el motivo por el que se hicieron esos huecos en esa parte de la plaza. Cada pozo tiene un metro de profundidad por 60 centímetros de diámetro.
Más turismo
Este nuevo descubrimiento formará parte del nuevo circuito turístico de Huaca de la Luna, y será el primer lugar que los turistas vean de todo este complejo arqueológico, informó Santiago Uceda, codirector del Proyecto Huacas del Sol y la Luna.
“Este proyecto de investigación es financiado con canon minero de la Universidad Nacional de Trujillo, cuyo presupuesto es de un millón 200,000 soles, que permite trabajar desde noviembre del 2016 a marzo del 2017, en proyectos arqueológicos en tres puntos, y uno de ellos es esta plaza ceremonial”, informó.
Uceda agradeció también el apoyo del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo, a través del Plan Copesco, El Ministerio de Cultura, la World Monuments Fund, la empresa Backus y la Municipalidad Provincial de Trujillo que ha ayuda con 90,000 soles.
Por su parte, Ricardo Morales, codirector del Proyecto Huacas del Sol y la Luna, informó que entre enero y diciembre del año 2016, la Huaca de la Luna recibió 134,000 turistas lo que significó un crecimiento de 8 por ciento respecto al 2015.
“Esperamos que con estos importantes hallazgos el número de visitantes aumente, ya que los moche aún tiene mucho que mostrar al mundo y esto es prueba de ello”, anotó.
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Nuevos importantes hallazgos en Huaca de la Luna, Trujillo, Perú Nuevos hallazgos se realizaron en la Huaca de la Luna en el denominado "Patio" Uhle". El considerado edificio religioso y ceremonial de la cultura Mochica, se ubica en el distrito de Moche en la provincia de Trujillo, departamento de La Libertad en Perú y corresponde a la reconocida Ruta Moche.
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arqueologiadelperu · 6 years
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Los buenos siempre mueren primero
Los buenos siempre mueren primero
Corría la década de 1980 cuando mi equipo de investigación decidió abrir un espacio norteño en nuestro trabajo de campo, que en general estaba dedicado al Cusco y Ayacucho. Convencimos sin esfuerzo a los habituales financiadores y, atraídos por las noticias de la fiesta dedicada a la Virgen de la Puerta, nos dirigimos a Otuzco, en la sierra de La Libertad.
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arqueologiadelperu · 6 years
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Falleció el destacado arqueólogo Santiago Uceda Castillo
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El arqueólogo, docente e investigador Santiago Uceda Castillo falleció el 14 de enero del 2018 en horas de la noche a los 63 años de edad a causa de una falla cardíaca. La noticia fue confirmada por el Ministerio de Cultura.Trujillo le dice adiós a una de sus figuras más importantes de la cultura y las ciencias sociales.
Santiago Uceda se desempeñó como director del Museo Bruning de 1981 a 1982, del Proyecto Arqueológico Chavimochic de 1987 a 1991, y como co-director del Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y la Luna desde 1991 hasta la fecha. Fué uno de los mas prominentes investigadores de la cultura moche, quien con sus estudios y descubrimientos cambio la historia de lo que se conocía de esa importante cultura que se desarrollo en el norte del Perú.
Uceda ocupó hasta el año pasado el cargo de decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo. Amante de las tecnologías de la información, hizo importantes avances en dicha casa de estudios superiores desde tiempos en que la tecnologia recien asomaba en el Perú y él promovio su aplicación en el trabajo diario de los proyectos que manejaba y en las áreas administrativas que dirigió.
Fue uno de los pioneros y promotores de la Internet en el norte del Perú, hizo importantes convenios con la Red Científica Peruana, siendo el promotor del servicio de correo electrónico en dicha parte del país y gestiono el primer backbone de INTERNET fuera de Lima.
En el 2013 el Ministerio de Cultura lo reconoció con el título de ‘Personalidad Meritoria de la Cultura’.
Natural de Santiago de Chuco, Uceda Castillo cumplió un papel fundamental en las investigaciones científicas de las culturas pre-incas peruanas. Obtuvo una licenciatura en Arqueología en la Universidad Nacional de Trujillo, y más tarde, una maestría y doctorado en la Université de Bordeaux, con tesis doctorales inéditas sobre las industrias de nuestros ancestros.
Así mismo, fue distinguido en Perú por el Congreso de la República y por la Municipalidad Provincial de Trujillo; en China por el Shangai Archaelogy Forum, y en Francia con las Palmas Académicas en la orden de Caballero. Asi se informa del lamentable deceso:
“Lamentamos informar que esta noche falleció Santiago Uceda, director del proyecto arqueológico Huacas del Sol y de la Luna desde 1991 y Personalidad Meritoria de la Cultura en 2013. Su ardua investigación deja un inigualable aporte a la arqueología peruana”, publicó el Ministerio de Cultura en su cuenta de Twitter.
    Lamentamos informar que esta noche falleció Santiago Uceda, director del proyecto arqueológico Huacas del Sol y de la Luna desde 1991 y Personalidad Meritoria de la Cultura en 2013. Su ardua investigación deja un inigualable aporte a la arqueología peruana. pic.twitter.com/ARUHsIXCl1
— Ministerio Cultura (@MinCulturaPe) January 15, 2018
  Santiago Uceda Castillo
http://laindustria.pe/noticia/fallece-el-arquelogo-e-investigador-santiago-uceda-16437
http://larepublica.pe/sociedad/1170967-fallecio-el-arqueologo-santiago-uceda-a-los-63-anos
  Fuente: La República, La Industria de Trujillo, Ministerio de Cultura, ArqueologiaDelPeru.com
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arqueologiadelperu · 9 years
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Santiago Uceda Castillo
Santiago Evaristo, Uceda Castillo es una Personalidad Meritoria de la Cultura Peruana, nació en Santiago de Chuco, provincia del mismo nombre, en el departamento de la Libertad en Perú,  es Docente del Departamento de Arqueología -Antropología de la Universidad Nacional de Trujillo. Con estudios de doctorado en Francia. En la actulidad trabaja sobre la sociedad Mochica, en los temas de urbanismo y arquitectura pública y domestica. Adicionalmente trabaja en programas de conservación y puesta en valor del complejo arqueológico huacas del Sol y de la Luna (Huacas de Moche).
Datos Acádemicos
Estudio en la Universidad Nacional de Trujillo desde 1973 a 1979 obteniendo el titulo de Licenciado en Arqueología, luego se traslada a Francia e inicia estudios de maestria en el año 1982, culminando en 1983 obteniendo el titulo de MAGISTER D.E.A. – GEOLOGIE DU QUATERNAIRE en la UNIVERSITÉ DE BORDEAUX I. El mismo año sigue estudios de doctorado en la misma universidad para en el año de 1986 obtener el grado de Doctor en Ciencias.
  Experiencia Laboral
Ha sido Director del Museo Bruning Lambayeque – Instituto Nacional de Cultura Filial Lambayeque desde el año 1981 a 1982, director del Proyecto Arqueológico Chavimochic, Programa de Rescate Arqueológico, Valles de Santa, Chao y Virú desde el año  1987 a 1991. Es director del Proyecto Arqueológico Huaca de la Luna desde 1991 hasta la fecha.
Ha ejercido cargos en el área administrativa como Jefe de la Oficina de Intercambio Universitario de la Universidad Nacional de Trujillo desde 1992 a 1994 , ha sido Decano de la facultad de Ciencias Sociales.  Tambien en el mismo centro de estudios ha sido Director Académico del Museo de Arqueología, Antropología e Historia entre los años 1995 y 2001.
Debido a su prestigio ha sido profesor invitado en los ciclos doctorales de la Universidad Pablo de Olavide – Sevilla en el 2001 y  en los ciclos doctorales de la Universidad Autónoma de Barcelona  en el 2004.
Honores
En el año 2013 y como director del Proyecto  “Huacas del Sol y de la Luna”, Santiago Uceda Castillo fue condecorado por el Ministerio de Cultura del Perú, como «Personalidad Meritoria de la Cultura» por su importante labor profesional.
Distinción Descripción País Fecha premiación Profesor invitado de la Universidad Nacional de Huamanga – Ayacucho PERÚ Agosto 1998 Premio Creatividad Empresaria. Universidad de Ciencias Aplicadas (Proyecto Huacas del Sol y de la Luna) PERÚ Junio 2001 Reconocimiento como asesor temático del Atlas Ambiental de la ciudad de Trujillo, Municipalidad Provincial de Trujillo PERÚ Octubre 2002 Palmas Académicas en la orden de Caballero FRANCIA Agosto 2005 Medalla de honor del Congreso de la supublica del Perú En reconocimiento a su destacada labor en la investigación y por la conservación y puesta en valor de la HUaca e la Luna; y por su aporte científico y académico al Museo de las Huacas de Moche. PERÚ Junio 2010 Diploma y medalla de honor En mérito a su brillante trayectoria personal, profesional y a su valiosa contribución a la investigación, Conservación y puesta en valor de nuestro patrimonio cultural. PERÚ Setiembre 2010 Personalidad meritoria de la cultura Distinción por el aporte dado en favor de la conservación y gestion del patrimonio cultural y los resultados logrados en el proyecto huaca de la Luna desde 1991. PERÚ Diciembre 2013 10 mejores proyectos arqueológicos en el Mundo Selección por un comite internacional de los 10 proyectos arqueologicos que han brindado aporte internacional a la disciplina. CHINA Agosto 2013
  Algunas publicaciones
Uceda Castillo cuenta con más de 80 publicaciones entre Libros, Artículos, Editoriales, etc.
Tipo de Producción Título Año de Producción Título de la fuente LIBRO EDITADO Moche: Propuestas y Perspectivas 1994 Libro LIBRO Investigaciones Huaca de la Luna 1995 1997 Libro LIBRO Investigaciones Huaca de la Luna 1997 1997 LIBRO Investigaciones Huaca de la Luna 1996 1998 CAPÍTULO DE LIBRO Investigations at Huaca de la Luna, Moche Valley: An exemple of Moche Religious Architecure 2001 Libro LIBRO EDITADO Moche: hacia el final del milenio 2003 Libro OTROS LA CULTURA MOCHE: A MANERA DE INTRODUCCIÓN 2004 Desarrollo Arqueológico Costa Norte del Perú. Luis Valle… LIBRO Investigaciones en la Huaca de la Luna 1998- 1999 2004 ARTÍCULO MAGAZINE LA HUACA DE LA LUNA: EL TEMPLO DEL DIOS DE LAS MONTAÑAS 2006 Artes & Culturas. Pp, 124-143. Publicación de las asoc… OTROS LA SECUENCIA OCUPACIONAL EN HUACAS DEL SOL Y DE LA LUNA 2006 Arkinka, Revista de Arquitectura, Diseño y Construcción… ARTÍCULO EN REVISTA CIENTÍFICA DES PIÈCES ESQUILLÉES GÉANTES DANS LE PAIJANIEN DE LA RÉGION DE CASMA 2007 Synergies, Pérou, Identitè purielle : regards croisés la… LIBRO RELACIONES SOCIALES, POLÍTICAS Y ECONÓMICAS ENTRE LOS HABITANTES EN EL NÚCLEO URBANO DE LAS HUACAS DEL SOL Y DE LA LUNA 2007 Mapa cultural y educación en el Perú. Selección y notas … ARTÍCULO EN CONGRESO ENTRE EL SOL Y LA LUNA: LA CIUDAD CAPITAL DE LOS MOCHICAS DEL SUR 2007 Pueblos, provincias y regiones en la historia del Perú, … LIBRO LA INDUSTRIA LÍTICA DE YANACOCHA 2007 Arqueología en Yanacocha; nuevos aportes para la arqueol… LIBRO LOS MOCHES Y LOS CHIMÚS: UNA RUTA POR DESCUBRIR”; “THE MOCHES AND CHIMU: AN ROUTE RIPE FOR DISCOVERY 2008 Perú Arqueológico, pp: 48-87. Lima, Perú Secreto. LIBRO EN BUSCA DE LOS PALACIOS DE LOS REYES MOCHE 2008 Señores de los reinos de la Luna. Compilador Krzysztof M… LIBRO RITUALES FUNERARIOS DE LOS REYES EN UNA MAQUETA CHIMÚ 2008 Señores de los reinos de la Luna. Compilador Krzysztof M… ARTÍCULO EN CONGRESO THE PRIESTS OF THE BICEPHALUS ARC: TOMBS AND EFFIGIES FOUND IN HUACA DE LA LUNA AND THEIR RELATION TO MOCHE RITUALS 2008 The Art and Archaeology of the Moche An Ancient Andean S… OTROS LA HUACA DE LA LUNA, VALLE DE MOCHE: UNA REEVALUACIÓN DEL SITIO”. (II PARTE) 2008 Arkinka, Revista de Arquitectura, Diseño y Construcción … OTROS LA HUACA DE LA LUNA, VALLE DE MOCHE: UNA REEVALUACIÓN DEL SITIO”. (I PARTE) 2008 Arkinka, Revista de Arquitectura, Diseño y Construcción … LIBRO EDITADO Investigaciones en la Huaca de la Luna 2001 2008 Libro LIBRO EDITADO Investigaciones en la Huaca de la Luna 2002 2008 Libro CAPÍTULO DE LIBRO An urban Pottery Workshop at the Site Of moche 2008 Libro CAPÍTULO DE LIBRO A mochica ritual Garment 2008 Libro LIBRO A MOCHICA RITUAL GARMET 2009 Gold in the Ameritas. Pp. 107-111. Editado por Hélène Di… CAPÍTULO DE LIBRO The Gallinazo at Huacas de Moche: Style or Culture 2009 Libro LIBRO THEOCRACY AND SECULARISM: RELATIONSHIPS BETWEEN THE TEMPLE AND URBAN NUCLEUS AND POLITICAL CHANGE AT THE HUACAS DE MOCHE 2010 New Perspectives on Moche Political Organization. Jeffre… CAPÍTULO DE LIBRO Huacas del Sol y de la Luna: cien años después de los trabajos de Max Uhle 2010 Libro LIBRO EDITADO Investigaciones en la Huaca de la Luna 2003 2012 Libro CAPÍTULO DE LIBRO Le culte des ancêtres dans le Pérou ancien 2012 Libro ARTÍCULO BOLETÍN “Marine radiocarbon reservoir age variation in Donax obeselus shells from northern Peru: 2013 Geology LIBRO EDITADO Investigaciones en la Huaca de la Luna 2004 2013 Libro ARTÍCULO EN CONGRESO Los Templos Moche en el complejo arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, valle de Moche, Per˙. 2013 ARTÍCULO EN CONGRESO Huacas del Sol y de la Luna Project: Inclusion of Local and Regional Social Development 2013 ARTÍCULO EN CONGRESO El urbanismo Moche, el surgimiento del estado territorial Moche sureño y la ciudad en los Nades Centrales 2014 ARTÍCULO EN CONGRESO “La Plataforma 2 del Nucleo Urbano Moche: De la destrucción a un hallazgo sorprendente” 2014 ARTÍCULO EN REVISTA CIENTÍFICA A rare case of os odontoideum from an Early Intermediate period tomb at the Huacas de Moche, Peru 2015 International Journal of Paleopathology ARTÍCULO EN CONGRESO EL ORIGEN DEL ESTADO EN LA COSTA NORTE DEL PERU: LOS MOCHES 2015 ARTÍCULO EN CONGRESO Nuevos descubrimientos y sus implicancias en el Complejo Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna 2015 CAPÍTULO DE LIBRO Huacas del Sol y de la Luna Project 2016 Libro LIBRO EDITADO Investigaciones en la Huaca de la Luna 2000 2016 Libro
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