Tumgik
#(por cierto: lo de 2001 no fue un golpe fue una revolución popular y el hecho que lo quieran decir golpe es revisionismo de derecha)
elbiotipo · 5 months
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Banco igual que Lousteau haya dicho que no va a acompañar la privatización de YPF. Ojalá lo sostenga y que la UCR lo acompañe.
Miren, hablando desde un punto de vista puramente político chanta, si yo fuera diputado pajero y cómodo, igual haría todo lo posible para distanciarme lo más posible del desastre que se viene con Milei. Si se viene un nuevo "que se vayan todos" agarrate
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revistalamancha · 7 years
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Políticas del sobrenombre
“Hay algo de mote en cualquier palabra: de sobre-nombre”, escribe Victoria García a porósito de los apodos que se usan en la vida política. Formas de identificación, de señalar al otro, de convertir el estigma en virtud. Todo mote tiene algo de reduccionismo pero además esconde relaciones sociales y políticas.
Por Victoria García
 I.
Hay algo de mote en cualquier palabra: de sobre-nombre, denominación arbitraria y un poco ajena que reduce, aprisiona y opaca. En francés -notablemente-, “mot” es una de las formas de decir palabra. “Mot es justamente cuando ninguna palabra es pronunciada”, señalaba Lacan en La ética del psicoanálisis. Es que las palabras incluyen cierto mutismo. Se refieren a la cosa sin alcanzarla. Al mismo tiempo, son constitutivas. Necesarias. Inevitables.
En política las palabras, los motes, definen identificaciones de sí y caracterizaciones del adversario. Sustentan papeles en el juego político. Conforman jergas que refuerzan identidades colectivas. Establecen enemistades irreconciliables entre nosotros y ellos, así como marcan diferencias más o menos salvables entre nosotros y los otros -esos que no son enemigos pero, estrictamente, tampoco son camaradas-.
La cultura política argentina puede pensarse a partir de sus motes. Nombres y sobrenombres que sus actores generan y reproducen para afianzarse en los cimientos firmes de lo ya-dicho y lo ya construido. Motes que, no obstante, en distintos contextos pueden variar en forma y alcance. Especialmente cuando, como ocurre en estos días, las circunstancias llaman a entender lo nuevo -lo antes impensable-, a actualizar lo viejo y, eventualmente, a reorientarse.
 II.
Para los peronistas, cualquiera que los critica desde la izquierda califica como trosko. No desconocen que en la Argentina no hay izquierda sino, en todo caso, izquierdas. Pero precisamente por eso recurren a una sola denominación: para reírse del plural, y porque las infinitas divisiones de la militancia anticapitalista -con cierta justicia- los superan[1]. Trosko, en ese sentido, introduce una doble reducción descalificadora: la que consiste en minimizar diferencias que para los izquierdistas son vitales, y la que reside en negar que la política de izquierdas tenga estatuto de teoría, doctrina o incluso de movimiento. El apelativo en cuestión, por eso, no podría ser trotskista, aunque remita a la doctrina de la revolución permanente ideada por el líder ruso homónimo. La supresión del sufijo del adjetivo original es casi un gesto de violencia simbólica que realiza la subestimación de dicha postura doctrinaria, su destrato como izquierdismo obstinado. Y así surge trosko, que es más tosco que trotskista -tiene menos vuelo que cualquiera de los -ismos que integran la izquierda-. En la misma línea, si a los peronistas los supera el eterno divisionismo de los partidos marxistas -como decíamos más arriba-, es también porque, frente a la izquierda, ellos se posicionan como “los superados”: mientras los izquierdistas desperdician su tiempo en discusiones estériles, los peronistas se ocupan de lo importante, esto es el poder y el gobierno, y si se agrandan es porque -a decir verdad- en tales planos de la historia política nacional han alcanzado un considerable éxito.
En tanto, para quienes se identifican con la(s) izquierda(s), las confusiones entre distintas tendencias del marxismo militante son expresiones de ignorancia y/o de deliberado ninguneo. Al peronismo le basta con recordar que los principales partidos de izquierda argentinos se opusieron al gobierno de Perón, apoyaron el golpe del 55 y justificaron los fusilamientos del 56. Para la izquierda, en cambio, es todo mucho más complejo. El peronismo polariza; la izquierda impugna tal polarización, multiplicando los debates y dilemas del campo popular, en los dichos y en los hechos. Es que hay toda una Historia de luchas, extensa e intrincada, y no solo argentina sino internacional, en la que se arraigan las identidades particulares de los partidos de izquierda. El peronismo tendrá poder pero la izquierda tiene historia, desde Lenin hasta Chávez y desde el subcomandante Marcos hasta Podemos. El peronismo podrá jactarse de ser un fenómeno político característicamente argentino y hasta único en el mundo. Para la izquierda, en cambio, es motivo de orgullo que su ámbito de incumbencia no sea el país sino el capitalismo global, o sea el mundo entero.
Cada uno recurre, para legitimarse, al capital político que puede. En definitiva, como dijo alguna vez Perón, es por una misma clientela que compiten el peronismo y la izquierda[2]. En esa línea, la jerga política nacional provee un apelativo similar a trosko: peroncho, que condensa la descalificación al peronismo por su afición al poder y por el desapego respecto de las formas institucionales que aquella conlleva -clientelismo, personalismo, autoritarismo, etcétera-. Peroncho, no obstante, suena gorila incluso pronunciado desde la izquierda. El mismo peronismo se lo ha apropiado volviendo positivas sus connotaciones, como ocurrió desde el mismo origen del fenómeno peronista con otros términos de cuño liberal y uso despectivo, que pasaron a formar parte de su léxico: “descamisado”, “barbarie”, “grasa”, “montoneros”. Una canción de la joven organización La Cámpora recurre al término peroncho para resumir el orgullo peronista, actualizado como lealtad hacia sus líderes post 2001, Néstor y Cristina Kirchner: “Peroncho siempre, nunca me voy a olvidar/ Cuando bajaste los cuadros / todo empezó a cambiar…”. En cambio, que un militante de izquierda incluso siendo trotskista se refiera a sí mismo como trosko, es inusual (cuando ocurre, suena menos a henchido orgullo que a autoestigmatización terca). En política, para reírse del que se ríe de uno, en gesto un poco sobrador, se necesita haber saboreado el triunfo, esto es, tener motivos para el alarde jocoso, para la alegría y para el festejo.
 III.
Mientras tanto, la derecha -que en estos días goza del patrimonio de la alegría y del festejo del triunfo- es una sola y se dice en singular. No la acompleja la memoria de las tradiciones políticas que apuntala la diversificación del campo popular. Aunque integre matices ideológicos y grupos sociales y políticos diversos, esas diferencias resultan desdeñables cuando se trata de abroquelarse en pos de la reproducción del capital y, en ese sentido, de evitar el avance de la movilización social, sea esta del signo político que sea. De hecho, todas las militancias populares son todas más o menos iguales para la derecha, que aplica la misma lógica unitaria que colabora a su hegemonía, al análisis de sus adversarios y al combate contra ellos. No habría que confundir dicha postura con el desdén peronista frente las divisiones de la izquierda, cuyo fundamento en definitiva es el reproche de por qué, si los troskos buscan el cambio social, no admiten la afinidad de las masas con el peronismo y se vuelven peronistas de una vez. La asimilación derechosa del peronismo y la izquierda deriva, más bien, de considerarlos como parte de una sola amenaza para la conservación del statu quo que favorece a la derecha. Antes se los denominaba “subversivos”, ahora más sencillamente se los llama “militantes”. En efecto, desde el punto de vista diacrónico sí existen las derechas -en plural-, por cómo han mutado para reajustar sus métodos. La nueva derecha de hoy tiene, en esa línea, un particular cinismo new age. Construye un lenguaje político cuyas pretensiones de apolítico sirven para naturalizar no solo ciertos sentidos y prácticas sino también el lugar de poder de quienes lo profieren. La figura del militante, desde esa perspectiva, es central. La evidente politicidad de su significado denotativo contrasta con la aparente apoliticidad de quienes corporizan la enunciación: sujetos en buena parte ajenos a la política, cuya experiencia exitosa en el ámbito empresarial vendría a aportar eficiencia, austeridad y orden a un Estado desvencijado, vapuleado por su politización autoritaria. El PRO instala una mirada “limpia” de la militancia. Una pose “neutral” destinada precisamente a neutralizarla. Una desideologización violenta -brutal como la persecución política y la represión institucionalizada de la protesta-, llevada adelante a cara de piedra.
 IV.  
Después del balotaje que llevó a la presidencia a Mauricio Macri, Esperanza Aguirre, líder del Partido Popular de Madrid, escribió en Twitter que el triunfo de Cambiemos representaba “el fin del comunismo en Argentina”. Luego adujo un error de su equipo de prensa y se corrigió, “el fin del populismo”. La confusión fue blanco de burlas y bromas. Pero quizás haya que tomarla más en serio. Quizás izquierda y peronismo deban confundirse un poco frente a la nueva derecha: moderar el orgullo, admitir que ningún capital político evitó que esta vez perdiéramos, abrir debates más allá del chiste interno y habilitar nuevos puntos de encuentro. Quizás, para perseguir la unión y la fuerza de identidades políticas diferentes, tengan que sopesarse no solo esencias sino también circunstancias. No solo causas -fundamentos de la acción política- sino también consecuencias. No solo principios -y principismos-, sino también efectos.
[1] A los fines de esta nota, “peronismo” y “peronistas” funcionan como términos abstrusos, de difícil definición, cuyo significado, sin embargo, todos conocemos. Cuando se habla de ellos, al mismo tiempo se remite al kirchnerismo, aunque se admita que los dos conceptos no pueden presuponerse como idénticos. Incluso cierta izquierda se acercaría al peronismo cuando ella misma practica la crítica al trosko. Las posiciones de las organizaciones de izquierda frente al último balotaje presidencial, divididas entre quienes llamaron a votar contra Macri al FPV y quienes militaron el voto en blanco, resultan ilustrativas a ese respecto.
[2][2] Tomás Eloy Martínez (1996), Las memorias del General. Buenos Aires: Planeta, página 53.
Vía Los Efectos
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