Tumgik
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Popotito
Del vagón contiguo llegan chistes, malos, y para mi desgracia de madrugado: cada vez más audibles.
La señal en el subte siempre es mala y aunque tenga los auriculares puestos no puedo reproducir la música que nunca se me ocurrió descargar. Si no puedo escuchar, al menos que la función cancelación de sonido haga lo suyo (mantenerme un poquito más lejos de todas estas personas, todavía es muy temprano y no estoy despierto harán más de diez minutos).
-... suegra..-
No descifro qué es lo más molesto de todo: lo deplorable de los chistes, la voz de tuerca del hombre que se acerca, o que tenga un micrófono de vincha sin que esté conectado a ningún dispositivo.
El hombre, de regular aspecto a malo, alrededor de 60 años mal llevados, parece haber despertado recién también, después de dormir en un gallinero en el que para poder pasar la noche tuvo que pelearse contra un grupo de gallinas ponedoras que además de arruinarle las zapatillas le picotearon todas las piernas flacas expuestas por un pantalón corto y oversize.
En el vagón hay un par de personas más, algunos lo miran. Sus palabras indefectiblemente le llegan a todos pero nadie se ríe. Él lo nota y hace algún comentario al respecto. Guardo los auriculares en el bolsillo e inmediatamente me avergüenzo en secreto de cómo mi mente se adelanta y conoce el remate de cada uno de los chistes que hace el payaso linyeresco. Recién después de un par de intentos más por entrar por el lado del chiste se hizo responsable del fracaso y ataca por otro flanco
-...y ahora para terminar el show ¡voy a pararme en dos manos con el tren en movimiento!"
Me sorprendió bastante la agilidad con la que logró su cometido y pudo equilibrarse haciendo la vertical sobre un balde de pintura en un tren en movimiento. Sumado al mérito extra de que sean las siete de la mañana. Se presenta y dispone a pasar la gorra.
-Acá no se ríe nadie eh. Mi nombre es Esteban Suárez...- y lo que dijo después no lo escuché.
Cuando la gorra estuvo delante mío le puse algo adentro, en voz baja y tratando de descifrar su mirada le dije -Popotito-. No tengo forma de saber qué pensó en el lapso de tiempo entre que yo hablé y él respondió, con la misma voz de tuerca. -¡Y todavía no me muero, eh!
Pude sentir la tristeza disfrazada de ternura en sus palabras. Tuve por un momento la imagen de aquel payasito de La Costa que veinte años atrás hacía juntar cientos de personas en la playa de Santa Teresita, con producción, luces, música, todas las noches de temporada. Lo vi escupiendo fuego por la boca y saltando por la pasarela. Lo escuché contando chistes antes de que fueran socialmente inaceptables. Lo miré con compasión, sin lastima. Pude sentir el ruido del mar disfrazando su voz de tuerca, y cómo se derrumba la infancia al comenzar la mañana.
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Lola
El andar tórpido, en parte porque siempre lo fue. La respiración agitada: el aire cambiando de dirección mil veces por segundo adentro de un hocico raspado contra la tierra. Vicios de cachorra que no se fueron nunca.
El jadeo y los pelos entre las almohadillas de las patas, y empiezan: que te cuesta subir la escalera que el hocico está más blanco que comés un poquito menos que estás más callada qué tenés más sueño. Yo lo niego y me enojo: que tiene que subir igual que siempre estuvo así de rubia que mirá cómo se enloquece por el pan que cuando yo llego, escuchá el lío que hace, cuando llego. Y quizás ya no lo niego.
Habrá que sacarte a pasear más y no menos, ayudarte a subir al auto, dejarte que nades en la pileta si hace calor, retarte con la misma dulzura cuando robás un pan, cuidarte más del sol, Quiero aislarte del tiempo y todo lo que desde el primer instante me prometí no pensar nunca. Y quizás ya no lo niego, pero me enojo. Es el tiempo que nos impacta con distinta magnitud, pero que seguís viva, mi enorme amiga, lo sabés perfectamente.
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Movimiento
Cierro los ojos al abrirlos después de un rato estás en otro país, me quedo dormido y cuando despierto viajaste de Barcelona a Ámsterdam. Cierro los ojos mientras te subís a aviones.
Traspasás fronteras me quedo quieto me duermo y ya te rodean un idioma y clima distintos. Así son tu tiempo y tus apariciones. (todavía sin abrirlos) La densa luz solar intenta ocupar el espacio que por su naturaleza de onda nunca va a poder, si no se queda quieta. Adónde me iré cuando duermas vos
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No en vano el insondable silencio de la noche austera desmerece el sol tibio de una mañana, cualquiera.
Qué serían de los días si no tuvieran un fin si no estuvieran separados por este manto de oscuridad negrísima y honda. Cómo saber lo que transcurre y nos atraviesa si no existieran los contrastes y esto de verte de a ratos, cada cierto tiempo cobra algo de sentido.
Lo que para mí tiene valor, para vos puede tener absolutamente ninguno: solamente el valor compartido le adjudica el real valor absoluto a las cosas
Aceptar la finitud y la inutilidad como paso para transitar sin dolecer, para desmentir la angustia o humanizar lo divino para entender que hay un sentido que es anterior a estas palabras y justifica todo lo que sea en vano.
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Argot Benteveos, zorzales                                                      horneros, calandrias                                                        Acá hay más pájaros que canciones con tu nombre, más de los que puedo recordar.
En inglés no hay una única palabra                            para decir soledad.                                                 Solitude y loneliness tienen significados diferentes:   la primera introspectiva, melancólica                             la segunda intempestiva, desesperanzadora.
Hay algo extraño -pero no ajeno-                                  en la memoria de forma de un pedazo de alambre en los vínculos pensados como un resorte: dos cabos       unidos        por una espiral que mientras más alejan, más se extrañan y cuanto más se acercan, más empujan para separarse No hay fuerza elástica en lo rígido e inflexible -tampoco en lo inconexo- Así funciona Sin embargo existe el punto preciso e inequívoco, en que todas las fuerzas están en reposo que no es ni muy cerca ni muy lejos
-que si se corta el alambre                                             no pasa     absolutamente nada-
Hay algo extraño -pero no ajeno- en decir que te paso a buscar, en pensar que te vi dormir
Hay algo tan simple y poderoso, como romper el loop infinito de la inagotable repetición de dos espejos enfrentados, como corromper esa aparente inalterable perpetuidad eso es verte.
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Evocar
Al cerrar la puerta de la habitación de un hotel donde habré pasado algunos días no puedo dejar de echar un vistazo, un paneo general, tratar de reparar en algún detalle de ese cuarto que, con mucha seguridad, nunca voy a volver a ver.
Y pensar en eso: que nunca más lo vuelva a ver. Como si fuera una forma de saludar al espacio y acomodarlo en algún lugar de la memoria, solo por si quisiera evocarlo                       alguna vez
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Alma del bosque
La parte inconexa y la parte inconclusa los mecanismos para poder desangelarte no poder tomar una sola decisión inocente
Lo inminente se niega en lo inmediato El silencio entre la última nota y el comienzo del aplauso lo que dura tu perfume evaporándose del costado de mi cara después de un abrazo
La intención de encontrar el punto desde el que adoptar el lugar para poderte explicar lo indecible
Cuando todo conspire contra mi encuentro con vos y nos alejamos exponencialmente en sentidos opuestos voy a seguir sin saber qué abrazo cuando te abrazo
Alma del bosque, porque cuando todo está oscuro la única forma de saber que todavía existe el sol en el medio de la hondura de la noche es verlo reflejarse en la luna
Y algún día vas a estar mirando a la luna desde Barcelona, yo todavía sienta el calor del sol que la ilumina desde el otro lado, y solo nos separe                               este pedacito                                                      de cielo                                                                       espejado.
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Es imposible sincerarte sin ser arte:  La espontaneidad con la que Improvisás un portasahumerios con una cajita de jugo vacía, elegís uno para encender y nos acostamos a dormir la siesta.
El cansancio pesado, el frío húmedo,  los problemas del mundo y el universo mismo  la insoportable existencia de una vida social,  los kilómetros, el diseño, la anestesia: todo queda afuera.
La ventana apenas abierta solo le da el permiso de entrar al aire serrano para envolvernos y disolver el humo. Adentro, infranqueable: La música que elegís, el crujir del piso de madera el silencio de fondo. La comodidad se representa tan bien en esto.
Después, el agua caliente y la rendición de toda contracción muscular Después su voz en reverberación en el baño
Después
la imagen de ella paseándose en tanga por el living me tortura Después, lo que quede pero sobre todo lo que pase.
Es imposible sincerarte sin ser arte. Puedo estar, o no estar Puedo lo que vos quieras pero hoy te disfruto desde esta noche tan oscura.
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El agua de la laguna
Hecha y deshecha está ocupando entero el espacio de la laguna artificial.
Empujada solo por si misma, a qué parte de toda le tocará hacerse estrecha y entrar por los tubos hasta la bomba, atravesar la turbina, presionarse, fluir y salir hacia la luz celeste para desarmarse en gotas casi desaparecer en vapor y volver a ser la laguna; como si en algún momento hubiera sido parte de otra cosa.
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Epecuento
De un extremo al otro lo negro se transforma en violeta. La metamorfosis cromática de un pelo que fue suyo, ahora en mi suéter todavía ahumado por la leña del hogar de la noche en Villa Ventana. En la naturaleza no hay muchas cosas que sean violetas, eso me lo dijo camino a Carhué mientras miraba las sierras a través de la ventana del auto y del invierno. En este lugar el agua llegó hasta el techo. Las casas destruidas de un pueblo abandonado devenido en atracción turística. Árboles podados al ras ya no hacen uso de las internas instrucciones secretas para volver a crecer. Los marcos de las aberturas, de madera hinchada y reseca, extrañamente aún en pie. Mudaron todo a la localidad más cercana y se reinventaron. Una pareja de teros gritando anunciaba que pronto se nos terminaría el tiempo (el nuestro). El suéter. Los marcos de las ventanas, los quicios, los contextos. El humo y el agua subiendo otra vez hasta el techo de mi corazón que se disgrega y se mimetiza entre estos escombros y este viento sin reparos.
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Imposición social
-Solo hablá si lo que vas a decir suma más que el silencio. -Y por qué vas a hablar para sumar? Yo hablo y no siempre pienso antes lo que digo, no me voy a callar. Una charla tiene que ser así, no es un rompecabezas.
El primero que habló fue el Negro, pero yo le respondí a Carlos.
-Es como la música, Charly, yo puedo ponerme a tocar todas las teclas del piano y voy a hacer ruido, no aporta a nada, y me vas a revolear la pedalera por la cabeza. -Una conversación es distinto, no es música. La música tiene reglas y pautas que hay que respetar. Le dije algo sobre la música atonal y nadie escucho, o pareció escuchar. El negro vuelve a hablar sobre cómo varió su forma de ver la existencia: -Yo le digo Loca, arreglate con tu viejo, entendés? Sabés lo que daría por tomar un mate con mi papá? Nadie dice nada. El que rompe el silencio es Charly. -Yo nunca dije “papá”. A nadie.
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La naturaleza de tus cosas
El escenario reiteradamente el mismo: molinos y camiones de YPF en bucle. El sol dispersándose en rayos por las grietas de la rajadura de un golpe en el parabrisas, cerca de tu dibujo. No entiendo por qué teniendo toda la altura del cielo a disposición los pájaros cruzan razando la ruta. Si acelerara, todo duraría menos. Nos vimos algunos días en el año, voy a querer descubrir entonces cómo está ensamblada tu cotidianeidad, las cosas que sin definirte te nombran, abrir al azar las hojas de un libro y leer el último renglón, cortar en pedacitos las pastas (como una nena) oler el pan, dormir con el televisor, tu miedo a la oscuridad, que el agua no te saca la sed (la Coca-Cola sí) la cicatriz de la apendicitis, la llanura en tus pies planos, cada nudo de tu espalda que puedo desatarte pero igual se van a volver a formar en cuanto te suelte como el cable de un teléfono fijo en cuanto te suelte y te vuelvas a armar en la naturaleza de tus cosas Ahora el sol se pone en la ruta, la soledad en el inverso del alba, la soledad se asusta de estar sola. Tu nombre en todo.
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En algún fondo todos tenemos una renuncia secreta Una renuncia que los demás no conocen que renunciamos  porque seguimos ahí pero en cuerpo,  no en alma
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Un jardín de senderos de polvo de ladrillos
bajo tus borcegos, siempre negros,
me lees los nombres de los pájaros
escritos
algunos en carteles de madera, otros en tu memoria.
Seguías estando igual de resfriada que la última vez que nos vimos hace [dos meses]
como si el catarro tuviera no más de dos o tres días de evolución
alguno de los indicios que me sugieren
que sos ajena al tiempo
Salimos del microclima del Jardín Botánico
y pienso en un simbolismo,
algo que le dé rigor.
Mi vida me mata
la vida nos mata
hablás de morir
pero apagás la estufa a la noche
(no vaya a ser que una sustancia invisible
te robe esa decisión)
Hablamos de un pueblo inundado, vamos a ir.
Me contás que de chica hacías velas,
que es muy fácil,
que la parafina
pero yo no sé.
Y me atrae tu curiosidad
tu perecedero y fugaz estar
presencia etérea
la cadencia con la que me hablás cuando
aparecés
te quiero cuidar
te acomodás el pelo
después te arrancas un pedacito de esmalte violeta de la uña
entonces sucede el milagro estético:
tu presencia, aunque sea etérea y fugaz
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La reina de los gansos
La condecoré la Reina de los gansos
Yo no sé bien cómo encontrarla, porque es ella la que tiene la potestad de aparecer, hacer y deshacer.
El título nobiliario se lo adjudiqué una tarde de esa semana de marzo en el Parque Centenario. Le estaba dando de comer a los gansos y ellos se acercaban, salían del agua calma y estanca para ir hacia ella. Me sentí completamente identificado con esos pájaros ruidosos y entendí que yo también quería salir del agua y merodearla haciendo gansadas.
Ahí la condecoré Reina y Ama de los gansos porteños.
Ese fue su segundo advenimiento, y a lo largo de una semana la pude ver casi todos los días. Estaba fascinado (lo estoy) con lo agradable de su presencia. Cada vez que coincidíamos en lugar, el tiempo se transformaba en una sustancia inmóvil.
No quiero decir con esto que tenía la capacidad de frenar el paso del tiempo, sino que realmente y sin ser una metáfora, el tiempo con la Reina de los gansos era otro, corría en un sentido y una dirección que no coincidían con el del resto de las personas.
Y con esa a-temporalidad uno de los días sucedió de llegar al MALBA cuando estaba por cerrar, o sentarnos en una mesa en la vereda a instantes de tormentar, o casi hacerla perder el micro en la terminal de Retiro cuando la acabo de ver por última vez. Ella, sentada en el asiento del acompañante, mientras contorneaba con su dedo en el parabrisas una hoja pegada en el lado de afuera, iba avisándome las indicaciones del GPS pero en la transición de su tiempo al tiempo de Buenos Aires la interpretación de dónde tenía que girar exactamente me llegaba cuando ya habíamos pasado el cruce. Como si ella, con su tiempo del interior y su ternura estuviera deformando y aletargando la natural sucesión de la realidad dentro del auto.
Así pasaron los días, los nuestros. Intuyo que también pasaron los días, los de todos los días, y que invariablemente cuando esta noche me duerma me voy a despertar en ellos mañana.
Cómo quisiera quedarme a vivir en esa semana.
Lo que ella no sabe aunque probablemente lo intuya es que en realidad es un ángel que hizo su aparición durante una semana, y que me espera en el sueño de siempre, donde  no hay forma de llegar tarde
porque con su intervención divina logró hacerme vivir por un rato en ese idilio paralelo en un plano incorpóreo y completamente atemporal del color rosa de su pelo.
Un Ángel Santísimo y Rosa como la mismísima Pampa.
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Una a una las casas del barrio se van deshabitando Nosotros, los intransigentes, nos deshabituamos Espectadores insignes de una sucesión de ausencias naturales tan silenciosas como inequívocas y cada una se roba una actualidad transitoria Cuando sos chico el barrio no envejece nunca, los vecinos no se mueren. La forma del tiempo está hecha únicamente de tardes -que ya lo dijo Borges: son una sola- y no de casas que quedan vacías y cerradas si quedan Casi todas las noches sueño con mi barrio y la infancia. El desarraigo llama al insigne refugio donde volver cada noche Ciertamente en la entremezcla de realidades en los albores de mi memoria, siento que tengo que hacer algo aferrarme a estas imágenes Entonces lo realmente triste del paso del tiempo que ya no son tardes que ya no son casas radica en notarlo en las personas que queremos esa arruga de sol nueva esa barba blanca alejar la vista para leer Me encuentro como cuando te empieza a crecer un árbol en la vereda rompiéndola con la raíces que intentan aferrarse
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