Tumgik
noviembrealsur · 2 years
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Del lugar al que no puedo volver me acuerdo cada vez menos cosas. No volvería tampoco si pudiera. ¿Para qué? Mi vida está en otro lado. Prefiero cristalizar los recuerdos que me quedan, nomenclarlos, hacer materia prima para guardar en frascos que algún día tal vez necesite abrir para robarles el perfume y llamarlos inspiración.
Una casa con un living con un timbre para llamar a una mucama que nunca llegué a ver. Una casa con un living tan grande que se podía hacer una fiesta adentro.
Las constructoras modernas nos quieren alienar del derecho a entrar a la casa de uno y ver un espacio bello, reposado, que no desnude la intimidad de las zapatillas recién llegadas de la calle ni de una canasta endeble con un par de cables que nadie osa tirar. Yo no puedo dejar de sentir que me merezco una casa con un buen living. Y la culpa la tienen esa casa y sus molduras, su madera maciza, su cuarto de servicio, sus calderas color manteca.
Ya no me acuerdo de cómo era la puerta de entrada. Ya no me acuerdo de qué puerta cerraba mal. Me acuerdo de que era un mundo que estaba muerto y no lo sabía.
La familia, la propiedad privada y el amor
A veces cuando tengo fiebre sueño con una versión alienígena de ese lugar. El cielo es más bajo y la noche es más verde. Las calles internas son más largas y no llevan a ningún lado. Voy en el auto que nunca manejé porque cuando vivía ahí solamente andaba en bicicleta. Las luces sondean el asfalto que tienen adelante pero nunca me dicen qué están buscando y el auto sigue andando hasta que me despierto y se corta la escena.
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noviembrealsur · 2 years
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Interior. El departamento de Avenida San Martín
La últimas 72 horas del 2021 me pegaron una trompada que todavía me deja la boca picando. Por suerte los plazos para apelar las malas decisiones se suspenden durante las fiestas. Llorar sale más barato si la angustia se diluye en sidra caliente. Prefiero tratar de prestar atención a lo que pasa afuera, en la mesa. Nadie debería ser tan importante ni en su propia cabeza. Hablamos de la ética de cocinar para uno y mi tía se acuerda del departamento que tenía en San Lorenzo. El mejor departamento del mundo.
J K Rowling no se dio cuenta de que la casa que escribió para los Dursley había sido su casa de la infancia hasta que llegó al set de filmación. El departamento de mi tía en San Lorenzo era exactamente la clase de departamento que tendría Valeria Bertuccelli en una película de las que pasan en un centro cultural los miércoles a la tarde en invierno.
Exterior. Avenida doble mano en una ciudad portuaria, apenas saliendo del centro. Hay más espacio entre los edificios, como si alguien con la mano hubiera amasado un poco la grilla urbana. Estética y estabilidad: post 2001. Todos los negocios son o fueron blancos.
Abajo a la izquierda un local de celulares donde desde un cartel desteñido David Beckham sostiene un Motorola V3 y se le enrosca una serpiente en los brazos. Mi tía tiene un V3 porque es una tía copada y nos deja cambiarle el fondo de pantalla y descargarnos algún ringtone polifónico de Miranda.
Abajo a la derecha la casa de decoración donde compramos los pocillos de colores pastel que todavía tenemos. Cuencos con grajeas de cristal de colores. Llamadores de ángeles. Esas fuentes de interior que quieren ser Feng Shui y son plástico made in China.
Enfrente el videoclub que es cancherisimo porque estamos en el 2005 y ya se pasó a DVD. Todos los viernes alquilamos alguna película y a la mitad nos tenemos que levantar para cambiar de disco. Harry Potter, alguna de Spiderman, Piratas del Caribe. La industria del cine todavía tiene buenas ideas, o por lo menos todavía no empezó a insistir con mostrarnos el lado oscuro del héroe. Una noche nos confundimos de disco y empezamos a ver La nueva gran estafa por la mitad.
Interior. El departamento. Una escalera imposible y doblar a la derecha. La biblioteca abajo de otra escalera, con todos los libros que a mi mamá no le gustan. Saramago, Salman Rushdie, García Márquez. Leer a escondidas algunas páginas de Ángeles y demonios hasta poder retomar el próximo viernes. La computadora de escritorio con la funda de plástico opaco para que no junte polvo. Delivery, mucho delivery. La aventura de salir cada viernes a buscar la comida más chatarra que la ciudad pueda ofrecer. Los conos de cartón de Mostaza llenos de papas mientras esperamos los lomitos. Comer tacos por primera vez y saber que hay vida más allá de la harina de trigo, la papa criolla y el tomate redondo. Una cocina pintada de verde donde casi no se cocina. Tazas, muchas tazas de todo el mundo... No me acuerdo de la disposición. La cocina y el horno estaban a la izquierda, pero nada más. ¿Tenía una mesa en algún lado? ¿Tenía una barra? Era bastante grande, algo tenía que haber. ¿Dónde desayunábamos los sábados a la mañana? A la derecha está la escalera que lleva a la terraza, eso seguro, es la misma escalera en cuyo hueco se hace la biblioteca del otro lado, en el hall. Sigo avanzando en el plano.
Un patio alienígena lleno de plantas que fosforescen los días grises y un lavadero donde casi no se lava y se apilan más libros. Un gato atrevido y colorado que se firmó su propia adopción y no se fue nunca más. El perfume de la verbena, que es el del lado alegre de la vida.
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noviembrealsur · 2 years
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Receta para ser
A veces pienso -he pensado- en el guión de mi vida.
Las cosas que amás ya no existen, se encargan de recordar cada varios días en Twitter. Pero se puede reconstruir la base de datos del amor antes de que la memoria empiece a descascararse como una pared en un baldío.
Exteriores. Ambiente urbano. Una esquina de un boulevard. Parada de colectivo.
La palabra boulevard puede querer engañarnos con su remisión a la elegancia, pero Rondeau al 2800 es mugre, vidrieras con ropa de poliester, olor a cigarrillo y un billar con machimbre que debe haber visto cuentas pagadas con australes.
Una chica de dieciséis años que todavía no sabe que es linda y que tiene un montón de amigos se sube a un colectivo amarillo. El de cartel azul cuesta $2,50. El de cartel rojo cuesta $2 porque no tiene aire acondicionado. Ella suele subirse al azul, no porque le interese tanto el aire acondicionado sino porque hay más chances de viajar sentada los trece kilómetros hasta la parada de su casa. Se paga en efectivo, todavía hay monedas de 25 centavos dando vueltas por Rosario.
Sube, se sienta y saca de la mochila el libro diminuto de tapa rosa que le prestó su profesora de inglés, una señora viejita y frágil que toca el piano y que apenas prende la luz cuando da clases.
Persuasión sea tal vez el libro menos comentado de Jane Austen, y mirá que hay pocos para elegir. O será Northanger Abbey? La chica lee y no puede creer que la hermana tarada hable tanto, y menos que se haya casado con las sobras del amor que su hermana no quiso agarrar.
La ruta del colectivo se podría reconstruir solamente oliendo el camino. La fábrica de 9 de Oro que huele como seguro debe oler la casita del juego de hacer tortas que venía en el Windows 7. Celulosa es coliflor y cloro. Bermúdez es tierra seca.
Se baja y los zapatos se le llenan de polvo. Camina unos cincuenta metros hasta un torreón de mentira, la primera muestra gratis de esa estética inventada en algún despacho beige que se quedó congelada para siempre en el fraude patriótico. Quién estará de guardia hoy en la garita? El gordito es el más simpático.
Cruza sola el portón gigante como una princesa que vuelve a su reino de eucaliptus y todo el ruido de la ruta se apaga. Sigue caminando hasta la primera casa a la derecha de la izquierda.
La llave del lavadero es chiquita y no está en el bolso. Busca por reflejo pero ya sabe que no se la llevó. Da vuelta a la casa y le pega un golpe seco al ventanal en el lugar exacto. La hoja se abre sola y salta para afuera. Entra despacio y se saca los zapatos.
Interior. Una casa gigante. El living es exorbitantemente grande pero la chica piensa que es normal vivir así. Con un living doble que si se toca en el lugar justo de la pared tiene escondido un timbre que se usaba para llamar a la mucama cama adentro.
Hay comida en la mesa verde de la cocina. La cocina es chica y angosta porque la diseñó alguien que pensaba que todas las familias que pasaran por esa casa iban a tener mucama cama adentro y esa mucama iba a ser la única persona que iba a cocinar. La chica se sirve en un plato que no se molesta en calentar y pasa al comedor que es casi cuadrado y tiene un televisor de tubo en una esquina. Engancha las piernas en el centro de una mesa hexagonal de vidrio y prende el televisor. En MTV pasan Enchúlame la máquina y después Gilmore Girls. Lorelai le grita a Rory you are the other woman y la chica siente algo raro pero no se anima todavía a pensar que en realidad es una Paris y no una Rory. Rory no tiene sangre, tiene sueños pero no tiene planes y cada vez es más difícil tapar que tampoco tiene cerebro. Paris es genial, es aguda,tiene la valentía de pecar, piensa que el universo la castiga por eso pero lo acepta en un delirio místico en público. Paris es Paris, no es el espejismo de una madre frustrada. Después pasan media hora de videos y la chica deja de pensar un poco.
La vida es buena en una casa gigante sin banda ancha con MTV.
Confieso, lector, que ya casi no me acuerdo de la mesa verde de la cocina. Sé que tenía el borde redondo y una quemadura chiquita que llegó antes que nosotros. Por eso hay que escribir antes de que la memoria se sobreescriba.
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