The Fall of the Damned. David Scott, after Rubens , 19th century. National Galleries Scotland

Quien lleva ojos a sus espaldas y celebra la amanecida, que el agua de su estero riega las casualidades y que sus palabras son un puente que pende del abismo, que lleva ojos en el acantilado y que conoce sus superficies y honduras, que ha acariciado cada aspereza y ha sanado a cada abatido, que se ha cansado de descansar y ha salido de paseo entre las explosiones, que se ha hecho parte del clamor y lanza un alarido belicoso cada vez que recuerda el rostro inexpresivo del enemigo, se diluye en el agua y se expande con el fuego, su forma podría ser cualquiera, la tuya o la mía, guarda mis secretos y los reparte entre el manto extendido para fragmentar el cansancio, calma los sismos ahuyentando la cautela, rebosa la desnudez y se funde en la oscuridad, conoce el ruido tenue que hacen los depredadores al salir de cacería para advertir el refugio.

He mirado tu rostro furtivo y encandilante en cada muralla y pared, he visto tu silueta entre la espesura y siguiendo el curso de las nubes, he abierto mis ojos en medio de la noche para contemplar el silencio y percatarme que aun somnoliento sigo a la espera de tu llegada.

Acorralado me he escapado cada vez que te he traído de vuelta a mi memoria.

Aprendí a traicionarme y perdonarme cada vez que las marejada se acrecientan para azotarnos las espaldas pedregosas, a desanudar la maraña de contradicciones que cruza esta forma de habitar el encuentro entre mundos disímiles, a mirar desde la altura mi caída libre.

He de escurrirme entre la fisura de la ausencia de sí, cavar la tierra que albergará mis huesos para nacer con el Sol.

Recuerdos rondan raudos regando la tensión, escarbando entre raíces que rasgan la gravilla buscando una tierra próspera.

Soterrando mis pisadas, palpo el suelo en que me tenderé a descansar por última vez antes de saber quién soy.

Corretea esparciendo el polvo de cualquier día, podrías volver a encontrarte fulgurando bajo un techo mojado por la mañana, con el pecho desnudo, tronando los huesos bajo la sombra de un brezo floreciente, acompañado del gusto febril de una despedida del lugar al que no volverás.

Ya no hay adulación posible, sabrás donde cavar para encontrarme.

“Advertisement of the Stock Size.” Austin Osman Spare. A Book Of Satyrs. 1907.

Internet Archive

The rooftops of Ginza, 1958

by Seiichi Nagano

Estoy aquí

Nicola Samorì (Italian, b. 1977, Forli, Emilia-Romagna, Italy, based Bagnacavallo, Province of Ravenna, Italy) - Caton, 2014, Paintings: Oil on Copper

Al llegar todos mantuvimos silencio, en cada rincón las formas sonoras de los pequeños habitantes de la espesura se iban colando en nuestras palabras, desplegando su presencia y sus aromas en todas direcciones como visitantes que no se anuncian. Nuestros rostros ahora brillando en una palidez plateada replegaban el habla para contemplar en mutis el diálogo de cada existencia con el todo. El viento iba variando su destino mesciendo las flores y variábamos nosotros con el, en este tiempo suspendido, el movimiento quieto de nuestros cuerpos era una transición, un fulgor iba emergiendo desde dentro. Nos abrazábamos y el entorno nos brindaba alrededor de nuestra cercanía también su abrazo. Las formas vacilantes de la noche también eran invitadas por nuestros ojos a sumarse a nuestra celebración, que había comenzado sin nosotros.

Quise creer que habrían motivos indistintos que nos llevaron hasta ese lugar, que fuimos nosotros quienes dirigieron su caminar hasta aquel cubil conformado por ramajes, oscilar en ese monólogo interino que se desplaza de una interrogante a otra mayor, pero bastó el acallar los susurros -- que guardaba para mi -- para comprender que aquel destino danzante siempre estuvo esperándonos. Fuimos, aunque por un instante, otra figura respirando ese paisaje.

Recibía la caricia del plenilunio en el puñal que abría mis entrañas. El flujo de la sangre emergente arrastraría hasta el cuerpo del mundo la sed de las hordas que yacen escondidas en el lóbrego céfiro infausto, aquel que los ojos del hijo del hombre no podrían mirar, pero que en el viaje de sus lágrimas lograría recorrer. Entre los murmullos, que serían el diálogo de los sin forma, danzaba esta carne a contratiempo, y en el compás arrítmico de mi extensión la luna se vestía envuelta de una rojiza sotana entre la que me invitaba a caer y perderme, para entonar en su arrullo el cántico inaudible de los incorpóreos, que hoy y hasta siempre festinarían tras los muros del mundo.

En una esquina lloraba hilando su sombra, el demonio de mis inviernos, perseguido por los garrotes de una culpa forastera.

Posado por sobre el tiempo, el juicio y la sentencia, contemplaría indiferente el pasar de los mortales — y la inherente e inexorable angustia de este — con indolencia casi compasiva, perpetuado a ser el cancerbero y el errabundo espectador del palacio de nuestra afección, que pareció desde lo eterno, tan inescrutable y foráneo para sí.

Mientras tanto aquí, hay tifones cuya desatada tempestad devora y arrastra incluso a extranjeros del reloj, a observadores estoicos, a los caminantes que circunvalan el borde de nuestro precipicio curvado y eterno, donde nada es lo que es, y lo que parece ser es nada para ser.

Así, arrastrado a estos vendavales impiadosos, la pseudo-presencia del vigía inconmovible cayó y se perpetuó aquí, donde la vida es dolor, donde la vida es horror. En sus espaldas me posaba yo, consolando su congoja desconcertada y su llanto incontenible resonándome en los rincones.

En sus espaldas me posaba yo, consolando su consternación, porque el demonio de mis inviernos en aquella esquina, solloza a través de mis ojos.

El mundo de esta vida es un horror, tan absurdo que no puedo dejar de burlarme

Kalte Tage

Hay días fríos en esta ocasión,

y, a veces me gustaría ser ciego y sordo, aislarme aún más, A todo y todos darle la espalda. Pero entonces mis ojos se extiende sobre el sol, las rocas y los árboles e imploro ¿Por qué llora mi corazón, si está en su hogar? Pero ¿Por qué debo yo trabajar? ¿Por qué he de luchar? ¿Para qué un hogar? Me habría ido hace mucho tiempo, pero el adiós siempre es difícil. Me deleito en los sueños, estúpidos como yo, porque cuando miro bien, Soy sordo y ciego, ¿Qué, de lo contrario, sería luchar, esforzarse Si él sabe del conocimiento y la verdad? Hay días fríos en esta ocasión, sin hogar, ni descanso, ni paz; sin un lugar para respirar, En estos tiempos, En los que uno debe buscar la felicidad, En los que se ha de imaginar la felicidad. Una locura, de esas sin límites.