Tumgik
marianopoesia · 4 years
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Elegía en Campos Blancos
                                                           Pájaros salpican el aire azul de la tarde donde tu sonrisa anida desde el amanecer. Esperas que la nostalgia ascienda desde los suburbios de un corazón deshabitado pero ya ha llegado la noche. No tengas miedo. Alguien te espera para acostar tus sienes sobre la oscuridad. Bésame. Déjame tus labios para deshacer mi sonrisa, para que mi llanto pasee como un río entre los alacranes. Otro día encenderemos la fría antorcha para no perder la luz que se oculta tras los párpados vacíos. No sabes, no sabíamos lo que ocurría en Campos Blancos pero nuestros pies ya estaban huyendo de sus huellas y nuestros pasos se olvidaban del amanecer. Indecisos subíamos la retorcida escalera hacia la habitación de los sueños apagados. La infancia se escondía como un barco de viento moviendo las cortinas y otra vez las sonrisas vagaban sin rumbo y escuchábamos sin temor las voces de los seres que  habíamos querido .Ahora sólo deseo dormir y despertar cuando sea el momento de contemplar la aurora.
                                                                  Solos ante el ascua de luz que quemaba la seda suave del atardecer. Alguien nos habló de los caballos. Locos relinchaban añorando a las yeguas. Por qué tardamos tanto en encontrar el rastro de los astros. Los caballos destilaban furor y espanto. Nosotros, tímidos sauces, besábamos con suavidad el agua iluminada. Volvió a llegar la noche quebrando los espejos. En tu mirada se perdió mi mirada y no veía nada. Alabastro traslúcido  y estatuas en el suelo. Fue entonces cuando el sueño comenzó a devorarnos. Nacimos a la vida casi sin darnos cuenta pero nadie esperaba. En la noche del huerto  un enjambre de pétalos lloraba por sus rosas. Casi estábamos tristes y el viento lo sabia. Acunaba en su seno silencios y rumores. Entonces no queríamos descifrar nuestros nombres aunque la herida roja de tus labios abiertos se acercaba temblando hacia la celosía. Recuerdo Campos Blancos, la nieve que caía, el corazón sangrando, ventisca e inocencia. Fugitivos los copos tapaban nuestra dicha mientras se oía el grito de los caballos locos trotando por los montes. Las sábanas del miedo colgaban de la sierra y en el pueblo los niños jugaban a esconderse tras las sombras queridas.
                                                                  Los pañuelos de nubes agitaban adioses. El cabello del sauce se mecía en el agua. Se abrían las pupilas buscando las palabras. No había resplandor y seguíamos ciegos aunque dentro, muy dentro sonaban nuestros nombres. Quisimos decir algo, algo que se entendiera como callada música vibrando en la distancia , pura melancolía brotando de los astros. Las esferas del cielo estaban alineadas y los relojes muertos llamaban al silencio y las campanas rotas tañian por su bronce. Alguien comprendería nuestros gritos ahogados. Tal vez fuimos culpables de no decirnos nada, de dejar que los besos pasasen como nubes, que la vida fuera solo un valle de lágrimas. Había mucha gente detrás de los cipreses esperando un suspiro o un abrazo silente. No teníamos fuerza y el invierno llegaba con sus lobos hambrientos bajando de los montes. Con sordina el viento soplaba entre los árboles susurrando unos versos que aún no comprendíamos. Por eso los pañuelos dijeron sus adioses y el silencio no pudo articular palabra.
                                                                   Nunca he pretendido conocer por qué llueve ,por qué el llanto gotea sobre el dolor del cisne. La incomprensión golpea los corazones muertos y todo sigue igual porque no nos amamos. A veces casi vuela un beso de cariño y los cisnes agitan sus alas de misterio en aguas temblorosas que quieren abrazarlos. No, no pueden huir del imán plateado que apresa sus reflejos, sus azules recuerdos. La ciudad sigue andando por sus calles vacías y allí nos encontramos aunque estábamos lejos. No podrás entenderme porque yo no me entiendo, no podrás abrazarme porque yo no te abrazo. Se derrumba una cúspide como nave de juncos y lo efímero crece entre los arrabales. Quizá sepamos algo aunque no lo digamos, aunque no haya palabra para expresar el eco. Que el agua llene el caz y corra hacia los ríos, que los ríos empapen el cansancio del sauce, que un cuchillo de escarcha atraviese el invierno y su blancor deslumbre los ojos de la noche. En la alcoba la seda florece en las ventanas y un vidrio de pupilas se asoma hacia el paisaje y un rayo de esperanza atisba entre los árboles.
                                                                          Algo quiero decir, algo bulle muy dentro. No merece la pena que escuchéis al poeta. Su dolor no es el vuestro, su herida ya no sangra. La rosa abre su seno para beber el viento. Los pétalos estallan, inflamación y gozo, mas la tarde del huerto sigue con su agonia. Nadie comprende nada. Algo quiero decirte, algo que si comprendas porque también la fiebre florece por tus venas.  Hay que encontrar el pozo, el manantial del río que nos lleva a la sangre. Hay que encontrar la túnica que vista la poesía, el acorde perfecto que destruya la orquesta. Nunca estaremos solos aunque siempre lo estemos. El bosque ama sus árboles y los abraza a todos aunque el otoño aceche con su guadaña fría, aunque tiemblen las hojas y se suban al viento para volar flotando a ignotos precipicios. Vivimos aquí todos, el azul de las calles de la ciudad perdida que mira a las montañas vestidas por el velo tenue de las estrellas. Añoranza y misterio cerca de los cometas que huyen de sus planetas que sorprendidos miran los rastros fugitivos, estallido de pájaros desde el zarzal heridos que gotean su llanto, su suave melodía. Incomprensible  el canto cuando el dolor te quema. El poeta es un barco de Luna a la deriva. Brilla pero su luz es una luz prestada, canta pero su canto se debilita tras , la delgada patina que dibujan las lágrimas.                                                          
                                                                       Campos Blancos, la noche, los álamos de estrellas, los abrazos, los besos, los rastros fugitivos. Amamos la montaña porque amamos su noche, su nieve iluminada,porque allí aterrizamos cuando huimos de Andrómeda, nuestra patria, ¿recuerdas como el polvo galáctico acarició tu cuerpo cuando los dedos débiles se vistieron de plumas?. Hubo un juego de tronos. Ganaron los bastardos. El invierno llegaba huyendo de los lobos, sIniestras alimañas que ya nos han mordido.  Caminamos despacio seguros al destino, a la muerte que espera como una loba triste que regresen sus hijos. Hay un cierto consuelo en la desesperanza. Después de  esta muerte no tendremos mas muertes. Se ha acabado el errar por la vida cansados. Se ha acabado el camino  pero el fuego, la luz, las antorchas prendidas en duermevela pintan auroras boreales en donde el sol habita. Quizás haya esperanza.
                                                                   Volví a ver gotas de sangre cayendo como estrellas, volví a ver corazones latiendo en los relojes, pupilas abrasadas quemándonos la vida, las temblorosas brasas que aún salvan  el rescoldo. Volví otra vez allí, a nuestros Campos  Blancos pero la última nieve se había derretido. El agua del arroyo aún reflejaba rostros pero si eran los nuestros ya no los reconocía. Por qué si hemos amado no seguimos amando. Por qué si el fuego quema no abrasa ya los árboles. Quiero que brote el canto, que murmuré la fuente, que sintamos temblor al rozar las mejillas, que de nuevo las larvas suelten sus mariposas, que la noche se llene de alas y de colores. Otra vez, otra vez volvamos a los sueños. Debemos despertar porque aún estamos vivos, porque aún rezuma sabia el tronco envejecido. El poema es un grito de ansiedad en la noche, en esta noche azul donde vibran los pájaros. Armonía y dulzura, esperanza del canto. Mi poesía va sola perdiendo sus matices, buscando alguna rima que decore su manto, pero quiero decir que no importa, no importa, todavía el poeta está aquí y su leve tristeza casi es alegría.  Veo que nuestra Sierra es eterna y nos llama. Bajo sus rocas firmes de granito y de escarcha, bajo sus acebales de alfileres  ardientes, bajos los finos álamos que taladran el cielo, bajo el amplio helechal que trenza su verdor bajo las altas copas, tiene un vientre de madre que a todos nos acoge, que a todos nos protege, que a todos nos espera.
Mariano González Ferreras.
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