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manuelaolavarria · 1 month
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manuelaolavarria · 1 month
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VIAJAR SIN SALIR DE CASA
Al parecer conmoverse no es algo tan malo al fin y al cabo. Con el paso de los años he tendido a pensar que es una debilidad, ya que me ha traído múltiples dificultades, no obstante, antes incluso lo consideraba una ventaja. Cuando se entrelazan mis emociones con la realidad hay veces en las que se abre un abismo por el que inevitablemente caigo y acabo en lugares que no siempre son de mi agrado. En algunas ocasiones se produce el milagro en el que alcanzo a plasmar mi inquietud antes de que el abismo despierte. Así voy coleccionando poemas, frases, canciones, pensamientos hechos materia, emociones transformadas en frecuencias; todo lo que voy acumulando va escribiendo mi historia, en vez de perderme con desesperación en un único capítulo. Porque lo que entra en el abismo queda atrapado en el tiempo y ese tiempo se dilata tanto que pareciera que la emoción que me tiene presa nunca va a dejarme ir. En esos momentos pierdo mi libertad, soy esclava de algo más grande que yo, y que al mismo tiempo no es más que una ínfima partícula dentro de mi mente, pero está fijada en un punto de atracción tan fuerte que engulle todo lo que le rodea y no deja espacio para el espacio. La realidad acaba siendo sometida por este punto y se deforma en pos de lo que éste dictamine. Me sumerjo en escenarios donde reina la hecatombe, sólo logro librarme a través de golpes de frío, del correr de mi sangre o del socorro de las pastillas.
Conmoverse tiene su precio. Temblar ante lo vasto que es el mundo, estremecerse con un atardecer, ser noqueada por una frase y fundirte en sus palabras olvidando todo lo demás. Percibes la realidad con un lente demasiado sensible que por consecuencia acaba desbarajustándose, se queda enfocado en los detalles y lo demás se le hace imposible conciliar, todo es demasiado potente, demasiado inabarcable. Y esa magnitud es la que te desmorona; se edifica dentro de ti un descubrimiento que luego debes destruir porque su verdad se te hace insoportable. Habitan en mí las ruinas de miles de ciudades que construí para luego hacerlas arder, monumentos de lo sacro que sintetizo y después apuñalo hasta desangrarles y me uno a ese desangre como si alguien más tuviese la culpa de mis propias paradojas.
Son incesantes caídas al vacío y posteriormente resucitaciones en las que emerjo hacia el cielo para tomar aire después de haber sido revolcada por las olas. Transito el mundo en un constante devenir, voy de un polo a otro polo en una peligrosa danza que con facilidad podría arrebatarme la vida. Soy consciente de ello, pero eso no evita mi baile, es mi naturaleza, convivo comprometida tanto con la agonía, así como con el éxtasis. En ocasiones he tomado la mano de la muerte en búsqueda de un cese de este mareo que llevo dentro, pero ella dulcemente me ha devuelto al mundo de los demasiado vivos; lugar en el que no resuelvo encontrar un lugar. No sé cómo habitarlo. Pareciera que al resto de la gente esto se le da de manera natural, recorren los senderos establecidos con pasos calmos y la frente en alto. Yo en cambio corro frenéticamente en círculos satelitando la nada con mi cabeza girando a toda velocidad. Se hace difícil avanzar con este particular mecanismo de traslación. A veces creo haberme encontrado, a veces creo haberme acercado a ese lugar al que todos se dirigen con tanta convicción, pero pronto me doy cuenta de que soy sólo yo persiguiendo mi propia cola.
Hay situaciones en las que consigo salir de mi ensimismamiento rotatorio y puedo observar con espanto el rastro de lo que mi viaje ha trazado. Es como si un tornado hubiese arrasado con todo a su paso, colocando las cosas fuera de su lugar, aniquilando mis anhelos, desmantelando mis relaciones, ajando la marca del camino que me correspondía dejándome en medio de la nada sin señas que me indiquen cómo proseguir. Con este peculiar comportamiento intento sobrevivirle al tiempo, y los días de mi existencia van pincelando una imagen que me aterroriza. La composición en proceso no tiene orden ni sentido, colores estridentes son contrastados con sus complementarios y los tonos yuxtapuestos vibran de manera inquietante hiriendo mis ojos. Pero es mi propia historia, debería de contemplarla con amor, sin embargo, no importa cuánto tiempo pase, yo todavía estoy aprendiendo a mirarla.
Vivo desde la conmoción, es un estado sumamente volátil. Mi mente y mi cuerpo son los estandartes lastimados que llevan consigo las llagas de este pasar, pero de manera discordante no las develan al mundo; por lo que mi cotidianidad es un tormento silencioso en el cual me acribillan los relámpagos, pero nadie escucha los truenos.
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