Vamos de la mano por tus calles favoritas, descubro la ciudad del amor a través de tus ojos y me enamoro. No de las calles ni de la Tour Eifel, me enamoro de tu risa y tus gestos, de tu caminar y tu pensar. Me enamoro de ti mil veces en esas calles que nos observan. Y lo hago sabiendo que mi tren solo tardará unos días en llevarme a casa de nuevo, lo hago sabiendo que no habrá nunca un París tan bonito como el de tus ojos. Me enamoro de ti aún con el riesgo de no poder hacerlo de nuevo.
Nos pasamos las horas enredados en unas sábanas de un estudio perdido a las afueras de la ciudad, uno que puedo pagar y que tiene encanto. Cuento tus lunares mientras me hablas de mil cosas por hacer y de mil sitios que visitar. Te beso para no llorar por saber que nunca habrá tiempo suficiente de descubrir París juntos y tú me sigues el juego. Lo haces sin saber que mi corazón acaba de perder otro pedazo.
Por las mañanas me despiertas con un croissant de esos que me gustan y con un café cargado, porque apenas pego ojo contigo a mi lado. Yo te insto a salir a la terraza y disfrutar de la primera brisa matutina, mientras me fumo un cigarro y pienso en lo que te voy a echar de menos.
Los mediodías me dejas sorprenderte cocinandote mis mejores platos, aunque sea mediocre en la cocina. Nos bebemos unas copas de vino mientras charlamos de los planes de la tarde y, aunque sé que va a doler irme, dejo que la felicidad, de tenerte, me invada.
Las tardes son tan tuyas que a veces siento que solo sueño, que lo hago sin remedio. Siento que si cierro los ojos unos segundos al abrirlos volveré a una realidad sin ti. Pero cuando los abro sigues ahí, con tu sonrisa eterna diciéndome que es preciosa, la ciudad, aunque solo me mires a mi. Yo te digo que eres un romántico y me miras fatal. Sonrío tanto que duele.
Las noches son de los dos, llenas de locura y sin sentidos. Llenas de amor. Ponemos ese candado en el puente, aunque ya no se pueda hacer. Luego corremos por si llega la policia, aunque tenemos un plan B si nos pillan. No dejo de reír mientras corremos por esas calles tan bonitas que tienen escrito tu nombre en todas sus fachadas. Llegamos a un bar cualquiera y me lo paso mejor que en toda mi vida. Solo porque tú estás ahí, riéndote de algo que te cuento y de lo mal que bailo. Porque lo hago fatal y, aún así, sigo bailando. Todas la noches cambio la canción que me gusta para nosotros, porque soy así. Porque no hay una que sea lo suficientemente buena para definirnos, para escucharla y sentirte en cada nota.
El último día te pido que me acompañes a la estación, porque irme supone demasiadas cosas. Cuando veo que mi viaje se termina lloro, de forma silenciosa porque mi corazón se rompe sin hacer ruido, y tú secas esas estúpidas lágrimas que no dejan de caer. Te abrazo tan fuerte que siento que te voy a romper algo, seguramente lo hago. También te beso, despacio y con todo el amor que tengo, para que me recuerdes así. Inestable pero llena de cosas bonitas, llena de ti y tu sonrisa. También lo hago para recordarte así, calmado y etéreo. Tuyo.
El tren llega y cojo la maleta, te doy un último beso y te digo que nos volveremos a cruzar, aunque lo más probable es que no lo hagamos. También te digo que te quiero y que te cuides, que encuentres a alguien que no se parezca a mi en París, que por favor no se asimile en nada a mi. Y me voy, me subo a ese jodido tren sin alcanzar a escucharte, porque si lo hago me quedaré y no puedo, no debo.
El viaje es tan largo que siento que me voy a dormir en cualquier momento, pero no lo hago. Me paso el viaje escuchando todas esas canciones y viendo nuestras fotos. También me río de vez en cuando, recordando todas esas locuras y sin sentidos que nos hacían tan nosotros. Y lloro, mucho. Porque París es bonito sin ti, pero contigo es precioso, único. También lo hago porque se que te enamorarás de alguien que valga la pena, que te lo pueda ofrecer todo sin pestañear, sin dudar. Y sonrío porque sé que, a diferencia de mi, serás feliz con otra persona.