Tumgik
lobablancamag · 4 years
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Francisca Pageo
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lobablancamag · 5 years
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Jane Graverol
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lobablancamag · 5 years
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Mary Macomber
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lobablancamag · 5 years
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Dod Procter
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lobablancamag · 5 years
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Abro los ojos y me aventuro en la espesura del bosque. Sigo el rastro de los hongos; los helechos, pálidos, estremecidos por un viento dulce, me tienden sus dedos delgados y me incitan para que los siga. Rastréanos, susurra una voz. Estamos aquí, hermana. Hemos aprendido el baile y el conjuro; de nuestras bocas abiertas bebe su néctar la serpiente. Alimentamos fuegos que no pueden consumirse. Somos las últimas brujas, las mujeres del bosque; en nuestras manos se halla la sabiduría. La savia que humedece los labios. El rastro tibio del otoño. ¿Escuchas el latido del bosque? Ven, hace largo tiempo que te esperamos. Trenzaremos tu cabello rubio. El lobo lamerá tus mejillas. No temas, estás en casa. El bosque te ha reconocido.
No temo al adentrarme en el universo hermoso de Alexandra Dvornikova. Me reconozco en sus mujeres pálidas, en la exuberancia arbórea, en la noche estrellada que planea sobre sus brujas. Sus ilustraciones narran con la voz oral y antigua de la tradición. Aprendo cuentos que imagino reales, otro tiempo en el que, en la espesura, conjuros y cantos se hermanaban. Dvornikova comprende el reflejo de la luna. El lenguaje único del animal que tiende su zarpa a la mujer desnuda. Ha reaprendido los códigos de la magia y nos los entrega ahora velados en gris, nocturnos y otoñales. Como un regalo envenenado: si entramos, las ramas negras de los saucos nos retendrán por siempre en su misterio.
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lobablancamag · 5 years
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Siento el peso de las esculturas de Kate MacDowell sobre mis palmas. Su levedad, una palpitación suave a pesar de la quietud, de la aparente muerte. Su blancura me sobrecoge; tiendo mis dedos delgados, acaricio el pelaje del animal, el tacto helado del pulmón, el cráneo que asoma por una abertura limpia. Como diseccionadas, sus criaturas se exhiben ante mis ojos, deseo poseerlas, poseer su blancura, su quietud, el corazón salvaje que, a pesar de todo las habita. ¿Podéis oírlo? Un latido hermoso, rítmico, en el centro exacto de cada escultura. Su belleza expandida, magnificada: poemas de porcelana y delicadeza. Lo irreal transformado en posible, en tacto y luz, en vuelo detenido. Como un universo que, al contemplarlo en la imaginación, se transforma ante nuestros ojos en un hecho de una belleza abrumadora.
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lobablancamag · 5 years
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Sacudidas por vientos que parecen susurrar conjuros, las mujeres de Andrea Kowch habitan una naturaleza que parece volverse en su contra. Una ensoñación bucólica que esconde, afilada y hostil, una pesadilla a punto de revelarse. La del árbol que prende en la distancia. El océano como un rumor de tormenta. El ave mansa que sigue con la mirada fija a aquellas que atraviesan su territorio. Bellísimo, pulido y de una aterradora exactitud en sus gestos, las obras de Kowch pronuncian metáforas que nos seducen, extendiendo ante nosotros un universo irreal de ocres y vuelos, cabellos que se alzan como nidos vacíos, bailes que anteceden al desastre. Nos es extrañamente familiar, este universo nacido de un sueño turbio, pues de algún modo también nosotras hemos experimentado el encierro, la mirada fija, la podredumbre como un lecho tierno bajo nuestros cuerpos. Sus mujeres, siempre serias, iluminadas por la luz de otra época, por la noche rural, dirigen su rostro hacia la nada, hacia un interior que parece reflejarse en el caos que las rodea. Como si ellas, mujeres del hogar y de la tierra, de manos que comprenden el trabajo, sólo pudieran liberarse en el interior de sus sueños. Como el espejo que deforma su realidad y, sin embargo, nos revela exactamente qué habita en sus corazones.
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lobablancamag · 5 years
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Dorothea Tanning (1910)
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lobablancamag · 5 years
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Zinaída Serebriakova (1884)
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lobablancamag · 5 years
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Aquí la infancia habita el reino de los sueños. La luz nebulosa, de una belleza delicadísima, flota sobre nuestros párpados cerrados. Nos acaricia, esta luz, un temblor de nieve, el último resquicio de la memoria. Al contemplarlos, niños que duermen con los ojos abiertos, que comprenden con una mirada antigua, total, la voz opaca de la nostalgia, nos vemos tal vez a nosotras mismas: desnudas y blancas, en una lejanía de las cosas, de los mayores, entregadas por completo al sueño. La ensoñación propia de la infancia, su universo privado, bello y en ocasiones cruel como un estanque que nos oculta un misterio bajo sus aguas. Así experimento la fotografía de Jacqueline Roberts: un misterio de luz opaca, una mirada de niña antigua, niña alejada, lugar que ya no me pertenece. Quiero habitar sus sueños pero las niñas me expulsan, señalan mi cuerpo, mi lengua, el rostro que empieza a resquebrajarse. Como si sólo pudiera contemplarlas. Como si sólo a través de la imagen, colodión húmedo, sepia ensombrecido, pudiera regresar a un estado primario, a mi infancia total, a la belleza sin fisuras que atesoramos a los siete años.
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lobablancamag · 5 years
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Un trazo gris se extiende como una niebla fina. La belleza de la línea negra, un contorno que se vuelve a veces sinuoso, seductor, impenetrable. Las mujeres de Noell Oszvald nos ocultan su rostro; a cambio, tienden ante nosotros un misterio opaco, preñado de luz y sin embargo hermético, invisible a nuestros ojos. ¿Por qué se ocultan en los márgenes? ¿Por qué la sombra es pájaro y no mirada? Hay algo en su limpieza que nos desarma. La ausencia brutal de distracciones: ahí está el cuerpo, una figura geométrica. El frío de esta luz de una blancura total que enmascara tanto como un negro. Una belleza que habita en lo que imaginamos, el borde afilado del hueso, el ala que se extiende, la frente que encuentra, tal vez, calor en su mismo gesto. Temblamos al contemplar estas fotografías, ante su arquitectura helada: un misterio que se nos escapa. No nos dejan penetrarlas, y sin embargo ellas nos atraviesan, se asientan ahí donde no llegamos a alcanzarlas, nos acompañan siempre. Atrapadas, también nosotras, en esa entrada que no termina de cerrarse. En la luz que funde el cuerpo y lo transforma en árbol, agua, pared lisa donde diluir su espíritu.
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lobablancamag · 5 years
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Un temblor sacude la infancia. Una sombra la atraviesa, oculta la inocencia, perturba su sueño frágil. Estos niños hablan la voz de las polillas. La voz de aquello que se pudre y regresa de nuevo a la tierra fértil. No temen mirarnos fijamente a los ojos. Decirnos: somos carne, somos animales que aúllan, somos como vosotros. Conocemos vuestra miseria: miradnos, también la muerte nos sobreviene. Esa es la infancia que habita en el imaginario de Kikyz1313. Una infancia donde el lobo acecha y la carne se descompone, donde el niño asimila la violencia y la caducidad de su propio cuerpo. No hay espacio para lo ingenuo, para una inocencia blanda, blanqueada desde nuestra mirada adulta. En la obra de Kikyz1313 no existen los niños que ríen, impolutos, irreales. Existe una verdad dolorosa que nos arroja a la cara, que nos incomoda, y sin embargo, hay en ella una belleza deslumbrante que no podemos dejar de contemplar. Como quien observa el accidente en el asfalto, las obras de Kikyz1313 nos acongojan, pero allí seguimos, quietas, las manos a los costados, el olor atravesándonos hasta el tuétano.
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lobablancamag · 5 years
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Susanna Majuri
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lobablancamag · 5 years
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Annie Murphy-Robinson
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lobablancamag · 5 years
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Hay en la obra de Leila Amat una quietud aparente, animal y hermosa, salvaje como sólo pueden serlo las criaturas que se nos escapan. Una quietud que vibra, el cuerpo tenso al borde del salto, abismo que se abre y acaricia: una seducción. La de la luz haciendo suya la carne, la de la sombra al acecho, serpiente que se desliza húmeda y voraz hasta alcanzarnos. Espacios abiertos que nos encierran. Una verdad brutal expuesta hasta su último recodo. Porque en la obra de Leila el color nos entrega la sangre, la entraña, un temblor que nos sacude. Se entrega, tierra y carne entrelazada, voz que desgarra el grito, todos sus fantasmas. Una miseria que tememos reconocer a pesar de la belleza y del abrazo.
Hoy hablamos con ella, y es su voz la que se tiende como una mano solícita, sus palabras lúcidas, bellas como cada línea de sus fotografías. Ella, Leila, quien mejor puede definir qué universo anida en su garganta.
¿Por qué la fotografía? ¿Podría haber sido otra disciplina artística? ¿Te habrías entregado a algo completamente diferente?
Es una pregunta que hace años que me formulo. Junto al cine, es una de las disciplinas artísticas más jóvenes que existen. Me pregunto si hubiera nacido en el s.XVII a qué arte me habría dedicado. Supongo que entre el rato que me dejara tener cinco o diez hijos, con las manos escocidas de limpiar, labrar o cocinar, me habría dedicado a escribir hasta que me quemaran por bruja en la hoguera. De hecho, creo que si me quedara ciega, la escritura sería mi salvaguarda. Podría escribir fotografías o cuadros. Siempre se me ha dado muy bien dibujar y sin embargo, fue la fotografía lo que ha marcado mi manera de comunicarme y expresarme. Algún día daré con la respuesta. La fotografía me llovió encima. Con toda su inmediatez, con toda su crudeza. Y yo la abracé entregada, agradecida, desnuda, sin preguntar.
¿Siempre hay verdad en tus fotografías? ¿Todas ellas te contienen o alguna vez has construido mundos o personajes que te eran ajenos?
Creo que la fotografía en la que no te derramas, no es arte. Cualquier disciplina artística hay que desarrollarla con las tripas, si no, no sería arte, no tendría esa unicidad o transgresión. Sí es verdad que en hay diferentes planos de una fotografía si se analiza desde un plano semiólógico. Barthes decía “Quien habla no es quien escribe. Y quien escribe no es quien existe”. Aquí hablaba de personaje, narrador y autor ¿Qué contenido de verdad tiene cada una de estas dimensiones en fotografía? Puede que se esté creando un personaje ajeno a nosotros, pero la autoría es un elemento que lo empapa todo. Quiero el adn de cada uno en cada pieza artística. Si no encuentro esa unidad, si no la vierto en mi trabajo, estaría creando fotografía, sí, pero en su vertiente más artesanal. En ese aspecto, todas mis fotografías están chorreando Verdad, apenas hay una ruptura entre Fotografía y Realidad.
Muchas de tus fotografías son heridas abiertas, una llaga que tiembla al acercarnos: ¿sana la herida al nacer la imagen? ¿Crees que pueden sanar a quienes las contemplen?
Si te digo la verdad, no sana. Pero es un buen febrífugo. Aletarga, da respuestas a algunas preguntas, me genera un bienestar rápido. Si sanara las heridas, ya haría mucho tiempo que habría abandonado la fotografía y no estaría dándole a las benzodiacepinas. La fotografía es un quehacer o necesidad existencial, como tener sed y beber agua. Pero tres días sin beber agua y moriríamos. Yo sé que dejo de hacer fotos y algo moriría en mí. Creo que más que sanar, es terapéutico, una constante vital, un tratamiento abocado al alivio. Desde el punto de vista del espectador, es casi lo mismo. La fotografía es una vía comunicativa muy potente, creo que a veces puede lanzar un mensaje que atenúa soledades.
¿Cuánto se parece la fotografía final a lo que habita en tu cabeza? ¿Hasta qué punto construyes la imagen? ¿Hay espacio para lo que florece por sorpresa? 
Sí que hay espacio para la sorpresa. De eso me he dado cuenta teniendo a le niñe verano, que no para quieta. Suelo ser muy exacta en el proceso, pero es verdad que siempre hay algo que la altera, aunque sea ligeramente. Cuando hago las fotos pienso en los colores, en los cuerpos, los rostros, la iluminación. Pero definitivamente, tengo que confesar que la fotografía actúa a veces como un ente independiente a mí, como si fuera líquida. Es a veces río-torrente, otras lago-espejo, otras agua retenida en un vaso. Este último símil encaja mucho en esa filosofía de que lo único que lo único que se debería cazar, son fotografías… aunque sea cazar en  nuestra propia mente.
Tres palabras: entraña, horizonte, mujer. ¿Qué responderías?
Las tripas son la herramienta con la que cincelo cada foto. El horizonte hace tiempo que lo he perdido, aunque lo busco desesperada, como una madre a un hijo en el tumulto. Y últimamente el feminismo le ha dado a mi condición de mujer una fuerza motora a la que me debo muchísimo. Mi género me empodera.
De tus obras, concebidas en su mayoría como cuadros, como lienzos de luz y gesto, ¿con cuál de ellas te quedarías? ¿Y cuál de ellas regalarías a alguien a quien amas?
Bueno, ya se sabe que a los hijos se les quiere a todos por igual, pero podemos sentirnos con unos más identificados que con otros. En la actualidad “Al completo” es una fotografía que me representa mucho. Para regalar, yo amo a muchas personas, pero esas personas no se parecen nada entre sí. Si fuera mi madre, una con mi hermana Mónica, como “Retales de infancia”, si fuera a Guille, una en la que apareciera desnuda, porque de todas aquellas personas a las que amo, él es único que comprende mi desnudez de una forma profunda y sin secretos. A Guille le regalaría “Rascador, Pedernal, Luz”. Sin duda. Y así lo he hecho.
Leila, dinos: ¿qué te seduce? ¿Qué alimenta tu universo artístico, qué hace crecer tu aullido?
La niñe verano, Guille… también mis cuidadoras. Pero mi madre no se deja retratar tan fácilmente y a mi suegra debería retratarla más, pero me siento insegura. Los seres amados son mi fuerza motora. Quería mentarlos primero, para quien diga que sólo se puede crear arte desde la depresión o el dolor. No es cierto… aunque desde el pozo también hago fotos. En las cavernas más profundas empecé a fotografiar. Fotografío cuando me pierdo a mí misma, cuando quiero formular preguntas y hallar respuestas, aunque estas me lleguen incluso años después. Mis fotos son una caricia (ay, yo acaricio las caras editando, con mi tableta gráfica). Mis fotos también son un quejío que sale solo.
Y por último: tres fotógrafas que formen parte de tu genealogía, tres voces de luz que quieras compartir con nosotras.
Me pasa que vienen y van. Nunca son fijas. Pero puedo hacer un esfuerzo por citar   a tres. Las muertas siempre son fijas. Nombro a Francesca Woodman, porque fue la primera fotógrafa que conocí, herida en un psiquiátrico. Nombro a Brooke Shaden que, aunque mi trabajo ya no tiene nada que ver con el suyo, fue cuando me perdí en sus fotos, hace ya 13 años, cuando empecé a reconocerme como fotógrafa que hacía un trabajo medianamente aceptable. Ella me ayudó a reconocerme. También la he visto en persona y me eligió, sin conocerme de nada, entre cientos de personas, para posarle. Estaba embarazada de Luz. Estas cosas me llegan a la patata. Y por último te nombro a ti, Dara. Queda mal que mencione a la entrevistadora, pero es que la entrevistadora tiene un talento arrollador, cree en mí, no me suelta de la mano. No me has dejado otra opción, porque ya que estamos entre lobas, hablemos de manadas.
Podéis adentraros en el universo de Leila Amat en su web, instagram y facebook.
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lobablancamag · 5 years
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Hay una nostalgia hermosa y azul en la obra de Geneviève Daël, en sus interiores habitados por la luz nítida de unos ventanales que no nos está permitido atravesar. Contemplamos, en nuestra quietud helada, ese exterior variable, como un anhelo que nos atraviesa aunque sepamos que pasará de largo. Las mujeres de Daël, hermanas de las de Hammershøi -los mismos gestos, el rostro oculto, ese darnos la espalda como si nos ocultaran un dolor impronunciable- son como hermosos pájaros en sus jaulas grises, criaturas que se deslizan en un silencio neutro, que atraviesan la luz sin tocarla, replegadas sus alas como animales dormidos. Al contemplarlas, deseamos abrir todos los ventanales, airear los cuartos, que el azul se diluya hasta volverse pura luz, puro blanco sobre el que, al fin, alzar la pureza de nuestro vuelo.
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lobablancamag · 5 years
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Ata Kandó (1913)
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