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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 33
HELICÓPTERO
Del fango nace la flor de loto y otros excesos de belleza absoluta.
Del fango nace la violencia de la que no siempre se puede apartar la mirada.
Espero no os haya salpicado ni una gota de ese magma vivo que estalla por amontonamiento de calentura. Y no por el bullicio de la letra transgresora sino por haberse reflejado en el delirio que es una mano temblorosa que apunta un arma contra tu sien.
Creo que viene a por mí.
Cuando un helicóptero sobrevuela la laguna, se eleva en vertical, planea en espiral, insiste, despeina el agua mansa, pienso que viene a por mí. No hace falta revisarme la conciencia, las palas de un helicóptero siempre vienen a buscarme y para nada bueno.
Una neurosis que se ha hecho un callo tras el encierro en un cuartito inmigratorio, en el que me acribillan a preguntas por 3 horas y media con un lenguaje triturado que solo busca una contradicción.
No importa que uno, por principio (no moral), no diga mentiras, pues no podría luego recordar por cuales vías alternas se fugaría aquella versión inventada de los hechos. Ellos siguen intentándolo.
Mi palabra no vale nada.
Tras un tiempo infinito que en el cuartito no pasa pero que en los días y meses sucesivos deja rastros como baba de caracol, me dejan en libertad condicional con fecha de caducidad. Y una recomendación, habla hoy mismo con tu abogado. Esto en nuestra lengua, para remarcar que es de los míos, pero ha hecho méritos para juzgar si puedo o no puedo entrar y quedarme en su nuevo país.
Recuerda, te quiero fuera de aquí para la fecha puesta en tu pasaporte, apostilla.
Lo de las hélices de helicóptero debe ser eso, la neurosis, las cicatrices, el dolor en los huesos, el olor a cuartito, la hipocondría de cuando nadie nos ve.
Con esa capacidad de angustia que crece con las décadas, el traqueteo de las palas, entre tantos otros de aviones, corta gramas, reggaetón, sirenas, gritos de placer o de espanto, (un don el poder separar cada sonido y escucharlo con devoción), convoca la imagen de un oficial inquisidor que, por osmosis, se va pareciendo al agente Smith. A quien he visto disfrazado de otros personajes, pero ningún maquillaje le quitará jamás el rictus de agente holográfico.
Sentada a orillas del agua, un coagulo de ansiedad se instala en la garganta mientras observo al piloto-agente, tan cerca ya, que puedo contar sus años.
¿Cómo me verá el agente Smith?
Hoy los helicópteros son dos. Alardean un vuelo transversal como de gaviota vencida por el coraje del viento.
En el otro margen de la bahía embustera, un momento huracanada, el momento siguiente en reposo zen, se mercadean mujeres, gangsters se enriquecen, enfermeras intercambian niños, maltratan ancianos, patean infantes, pero ellos, los agentes Smith que hoy son dos, me buscan a mí.
O tal vez no. Tal vez, detrás del telón, esté el afán de custodiar la bahía de enfermeras que matan ancianos, de gangsters que negocian mujeres asiáticas, de barquitos que quiebran la noche con escalofrío de luces. Como el que intenta llevar desde Macuro (siempre Macuro in my mind…) a Trinidad un periodista venezolano que ha cubierto, para un canal extranjero, una entrevista muy mediática. Interceptado y apresado por las fuerzas llamadas de Inteligencia Nacional, es torturado y vejado detrás de los cristales ahumados, de camino a la fábrica helicoidal del terror.
Se mueven hilos desde Miami. Una oficial de Seguridad Internacional da la orden de sacar al periodista del peligro inmediato primero y de Venezuela después. Un periodista afortunado para lo veterana de la mala suerte que es la colectividad informativa.
10 días tarda el traslado por tierra desde las afueras de la capital hasta el final de la carretera oriental donde mismo nace Guïria. De ahí el salto en peñero a Macuro. 10 días para sincronizar su travesía hasta la isla trinitaria con el bullicio del carnaval trinitario y escabullírsele al despliegue de fuerzas de la sempiterna Inteligencia nacional que espera apresar al Ingeniero que viene de las afueras internacionales.
10 días de brisa y paciencia a la espera de que las corrientes de las Bocas del Dragón corrijan su rumbo y dejen paso hasta el aeropuerto de Puerto España.
Ahora dudo de que el helicóptero venga a por mí. Tal vez traiga buenas noticias de Macuro y el periodista pise ya libre las aceras de Miami.
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
Bitácora 33
 Secuestro
Lo único que de verdad sucede es el tiempo, que va dejando a su paso un rastro… (Eloy Tizón).
¿Y si el tiempo no pasara, si estuviera siempre en el presente y los eventos fueran simultáneos y no consecutivos? La poesía quedaría hecha una chatarra en un patio con luz oblicua. Ni atardeceres ni amores lejanos ni recuerdos de hijos pequeños, ni rastro. Si el tiempo no fuera de verdad sino de mentira, no trajera la paz del espíritu a quienes atraviesan ciertas tempestades.
 Por un portoncito de entrar a pie, entallado en la tapia, salgo una tarde, ya amainando el día. Al contraluz, los espatulazos sobre la cal blanca cuentan el apuro de la mano desnuda de un albañil cansado de tanto alisar. Subo al carro de Adriano por el lado del copiloto.
Alguna tonta urgencia dilata unos instantes el cierre de la puerta.
Lo que tarda el índigo del cielo en volverse noche.
 Sendas pistolas nos encañonan, dos pértigas detrás de los reflejos metálicos hacen señas convulsas de que nos sentemos en los asientos posteriores. De un salto se acomodan en los delanteros. Un tercer individuo armado sale del mundo de la oscuridad y toma asiento al lado de Adriano, acorralándome al otro extremo.
Ha inundado la cabina un olor húmedo a sótanos y hambre.
— ¡Saquen las carteras! ¡Las tarjetas de crédito!
Una mirada de bisturí apunta a un reloj nuevo que no tiene más de una semana en mi muñeca ¡Dámelo!
— ¡Todo, rápido, el dinero, el relojito y esos lentecitos! Nuevos, ¿no?
Los corazones se nos quieren salir por la boca.
Una alucinación que no se parece a nada.
— ¿Cuál es tu pin, catira? ¿Y el tuyo, don?
Ponen en marcha el carro y empiezan a rodar exigiendo respuestas rápidas.
— ¿Nos vas a decir los pines sí o no? —grita con tono de látigo el que está al lado de Adriano, agitando la pistola bajo nuestros mentones.
— ¡Loco, vamos a llevarlos pa’ Pinto Salina!
—¡No, ‘perate! —Chilla otro, — ¿Vives en esa casa tan bonita? ¿Tienes hijos, ah? —las bisagras del corazón traquetean. Escalofríos de animal aterrado suben por la columna, ¡Vamos a marearlos y luego los quemamos!
El acento italiano de Adriano, que les advierte de su pertenencia a la diplomacia, en caso pueda ayudar a salvar el pellejo, desata risas de hiena.
—E lei sufre de tensione alta —sigue con voz rota.
— ¿En serio mi amor?, —sordo a la diplomacia italiana.
El individuo reclinado en el asiento delantero como en taguara de carretera, tuerce el cuello para arrojarme una insolente mirada. Cierto, confirmo, hablando por primera vez. Mirándole directo a las pupilas azabache, busco algo de la criatura que ha hecho de este mundo la misma morada que yo.
— ¡Y no nos miren a los ojos o no respondemos, que pueden terminar con la boca llena de moscas! ¡Avisados!
De fallar la comprensión de su jerga periférica y peliculera está el tonito sobrado para convencernos.
— ¿Qué quieren de nosotros? —pregunto (torpemente, como sucede cuando la ansiedad aprieta) al copiloto que parece el único ser vivo de los tres.
— ¡No es peo tuyo catira!
No conocen la zona, supongo, porque dan vueltas en círculo buscando una geometría desconocida, mientras se ponen de acuerdo acerca de si matarnos, ejecutarnos, o llevarnos a Pinto Salinas, el barrio del cual no se sale de pie.
— ¡Los llevamos pa’ la guarida pues!, —grita el del corazón pelúo. El copiloto lo mira y vuelve a torcer el cuello.
 —Mira mi vida —Sobresalto. Vuelve mi lógica vital que se ha ausentado por unos nanosegundos de aquella tribulación para perderse quién sabe por qué recovecos de una película de matones—, si me prometes que se van a bajar sin voltearse, sin gritar, sin correr, los soltamos.
— ¡Estás loco pana! —espeta otro, —Estos son unos cagaos, ¡nos delatarán! Se pondrán a gritar y nos va a tocar quemarlos. ¿Y a ti que te pasa huevón, se te sale la vena piadosa ahora?
—Que no ¡carajo! —ladra por no perder la cara el copiloto, — ¡que se vayan, lo que están es molestando, lo que queríamos ya lo tenemos!
Cuestión de honor y rapidez. Quiero confiar. Para seguir en este purgatorio, prefiero arriesgar. Sin dar tiempo a que brote otra genialidad del montón de escombros verbales, pongo sonrisa de mona lisa, echo una última mirada a los ojos del salvador, buscando su honor en algún destello de luz dentro de aquellas pupilas justicieras. Agarro con decisión la mano muerta y húmeda de Adriano, que no sale de su asombro por aquello de que la diplomacia no cuenta nada en uno de estos afanes, nos deslizamos del carro que desacelera sin parar. Acabamos de llegar de paseo, acabamos de llegar de paseo responde un eco en la cabeza, no pasa nada… sin volvernos, ponemos un pie tras otro, sin prisas, con el oído al motor, esperando oír la acelerada que los aleja.
— ¡Nos han dejado a pocos pasos de mi casa, mira! Tanta vuelta para quedar en el mismo lugar —susurro jadeando con la boca cementada.
La vida es líquida.
Le llaman secuestro exprés, como la pizza exprés, muy poca diferencia, excepto por el objeto secuestrado. Ha quedado una cicatriz de las que duelen con el mal tiempo. Podía haber durado horas, días, meses. O un disparo. O no suceder.
Hedor a violencia.
  Si la mar se seca
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
Bitácora 32
Desaparece y se reencuentra a si misma
Me pregunto en qué momento entró la realidad en mi vida y cuanta irrealidad se coló detrás de ella, disfrazada de lo que no era. (Juan José Millás)
Hay lugares así de extremos, que huelen a geografías remotas, que se lo juegan todo y engullen a quienes los habitan.
Inviernos desmedidos, cielos llenos de dudas, sol turbio, geologías desquiciadas, páramos troquelados de verde eléctrico cuando no ennegrecidos de lavas. Un lugar como Islandia, una isla muy joven, nacida hace solo 25 millones de años tras una serie de erupciones volcánicas que escupieron los infiernos. Muy reciente respecto a la mayoría de escenografías del planeta. Esta debe ser la causa de tanta seducción, el desgarrón de su hermosura, lucir hoy como debió lucir la tierra en el pasado, cuando no estábamos los que estamos, ni en el reino de las almas.
O estábamos y no lo sabíamos.
 Con estas premisas y orografías, conviene reescribir lo sucedido para entender la historia y llenarla de hechos en cadena. En esta tierra en la que es difícil confiar, tan joven e inexperta, es noticia la desaparición de una turista que ahí vacaciona.
Reza así:” una turista aparentemente desaparecida, cuyo nombre o nacionalidad no se ha facilitado, viajó en autocar hasta Eldgjá, un cañón volcánico de 75 kms. de longitud situado al sur del país (Islandia). Cuando llegó el momento de volver, el conductor esperó durante una hora, convencido de que faltaba una pasajera. Después de una larga espera, el hombre decidió reemprender la marcha con un turista menos”.
Al llegar al primer núcleo urbano, el conductor denuncia la desaparición de una mujer así y asao, de tal estatura, complexión tal, de origen asiático, ropa de color tal, zapatos cual. Ninguno de los viajeros del autocar consigue identificar a la supuesta desaparecida entre los pasajeros. Ni siquiera ella misma, enroscada en el asiento que ha ocupado de venida. Las generalidades no le suenan para nada.
Para sobreponerse al frio nocturno y a la incomodidad, esa noche las autoridades islandesas traen mantitas y comida suficiente para los viajeros que tienen prohibido abandonar el autocar.
Pero durante las horas de encierro, refiere la noticia, salen a relucir las inclinaciones de cada compañero, el que está molesto por la pérdida de tiempo, la que se divierte porque igual llegaría al hotel a aburrirse, los empáticos, numerosos, –pobre mujer, sola en aquel cañón secuestrado del mundo-, los antipáticos a los que igual les dan las canciones del viento, los barrancos desbocados, los pasos sin huella.
 “La situación duró más de un día, en el cual un nutrido grupo de turistas y agentes participaron en las tareas de búsqueda de la mujer. Incluso la Guardia Costera planteó un operativo de búsqueda del cuerpo en el mar, que fue cancelado por las condiciones climatológicas”.
Dos días, perdidos entre los días islandeses y cincuenta socorristas empeñados en la búsqueda de una turista extraviada saben ya a miserere. Ni rastro de la mujer, cuyo doble ha estado con los socorristas todo el día, buscando su cuerpo original por los vientos perdidos del cañón infinito.
A las 3:00 de la madrugada, la turista “desaparecida” reparó en que el perfil de la persona que buscaban era sospechosamente similar al suyo. Al final, la propia desaparecida acabó encontrándose a sí misma. Y la búsqueda se canceló”.
La misteriosa mujer había estado, por la noche, esperando a Godot dentro del bus. Al parecer un cambio inoportuno de ropa, mojada tal vez o enfangada, obró el milagro de la evanescente confusión.
 Pero vamos a ver.
Soy el conductor de un bus turístico, llevo 30 pasajeros de excursión, debo volver con 30. Si denuncio que me falta uno es porque tengo solo 29 montados en el bus de regreso. Pero no, tengo 30. ¿Cómo llega el autista a la conclusión de que falta uno y que es una mujer? Si está en el bus debe estar en una lista, una hojita mal escrita a mano, por lo menos, digo yo.
Había 31 entonces. Y me da por pensar:
Uno de los pasajeros no vuelve al bus porque está escapando de algo terrible así que en verdad falta un pasajero y el conductor tiene razones de sobra para preocuparse.
O bien alguien viaja de incognito, pero nadie quiere dar parte a las autoridades por solidaridad.
¿Un mensaje secreto proveniente de alguna realidad periférica? ¿Una ventana en la que se ha colado un personaje hiperreal?
De todas, la posibilidad que más me hubiera gustado, sería la de una turista, no la que estamos buscando, que en el trayecto se enamora de un turista y se vuelven uno solo para siempre. Ahora habrían 29 y existiría una buena excusa para buscar el 30º que se ha perdido.
 Se habrá dado el caso por zanjado, pero alguien puede seguir vagando por aquellos territorios de ficción, llorando sin lágrimas y sin bosques en los que ampararse, mas alla de donde la sombra huye de los cuerpos.
Corregirme por favor, si ando perdida en aquello de las cuentas matemáticas.
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
Bitácora 31
 Los peces de Tavira
…decidme cual es la lengua en que habláis cuando ahí abajo cruzáis las acuáticas aduanas…peces que vivís en esas confundidas aguas, que tan pronto estáis en una orilla como en otra, en gran hermandad de peces que unos a otros sólo se comen por necesidad de hambre y no por enfados de patria.
José Saramago
 Antes de descubrir una unión bajo el agua, mi nueva hermana Malena no podía ser más nueva y misteriosa, un fragmento separado del todo.
El vuelo me desembarca en Sevilla donde vienen a recogerme Malena y su esposo, que ni quiero llamarle por su nombre propio. Despreocupados, llegan tarde y apurados, olvidada la hora de diferencia que retrasa el día de Sevilla y que nos espera en la frontera para retomarse a sí misma.
Ese tiempo que nos separa del Algarve, donde viven, huele a tierra mojada, a días nuevos. Cruzamos el puente sobre el Guadiana, la antigua frontera con España. Pienso en Saramago y los peces del Douro, que no es el mismo rio, pero me vale.
—Conocerás a mi suegra, te encantará.
Llueve ahora, como si fuera el ultimo día. Detrás del telón de agua invernal se adivinan los tres mil años de historia de la ciudad encantada de Tavira, la villa fenicia oculta detrás de su puerto natural y antiguo centro en el que atracaban los mercaderes para abastecerse de higos y uvas, almendras, algarrobas, aceitunas, marisco y sal, piedras preciosas y esclavos. El escándalo que se disputaba a gritos la magnificencia de los productos y la posesión de la tierra aún aturde los muros de cal revestidos de azulejos, un alboroto sinfónico con su delirio de cúpulas y chimeneas árabes, arcos romanos, tejas de barro muy rojo, cruces cristianas enlosadas.
El señor, rebajado de esposo a otras categorías intermedias y finalmente a eso pues, señor, recalca un par de veces que venir a buscarme a Sevilla es poco práctico. Tiene razón, la próxima vez están invitados a venir ellos a mi isla.  Espero no haya, el señor, dejado de hacer cosas importantes por cruzar la frontera con España. Y aproveche el viaje para conocer Sevilla, señor, la disfrutaría.
Mi nueva hermana Malena, hallada por un milagro de las redes sociales y súbitamente querida, ondea la cabellera azabache, arquea hacia el sur los ojos moros.
En el umbral, encontramos instalada de esclusa, al lado de una rana naive espanta-ladrones, la suegra de Malena.
—Un placer señora.
—Te conozco, —y eso que aún no he entrado —te he visto tantas veces. Yo era la esposa del director del Banco tal. Conocía bien a tu padre y a tu madre, los he visto en las fiestas oficiales. Pero de lejos.
—Lamento no recordarle, señora.
Una montaña de ravioli hechos a mano, una azulada perra weimaraner de manto brilloso y ojos claros, dos enormes gatos persas esperan a que nos sentemos.
—Se parecen tú y Malena, ¿sabes? —sigue en un siseo continuo la señora, madre del señor, —pero tengo que decirte que tu padre amaba mucho la madre de Malena, mi amiga del alma y vecina. Más que a tu madre.
Excesos verbales. Los animales callan.
 Malena se ha mudado a Portugal por el cariño con el que su madre había hablado de ese país y por el amontonamiento de chimeneas que su padre, nuestro padre, le había ilustrado en sueños. De soñar, soñaba gestionar algún día, ahí, en el Algarve, una posada colmada de hijos, animales, huéspedes veganos.
Es un anhelo de los dos, dice convencida.
—No Malena, es un anhelo tuyo que hiciste de los dos. A él le viene bien vivir de tu cuenta bancaria, persiguiendo el anhelo que sea.
No ha sido fácil tejer esta nueva hermandad. Muchos silencios y estallidos de guerra han sonado, hasta aprender el respeto mutuo.
Malena y el señor se conocieron desde las panzas de sus respectivas madres, me confirma la suegra, mientras ellas cotorreaban todas las tardes desde balcones contiguos.
 Pero esa incidencia no iba a ser garantía del buen éxito de su unión. Lo podía leer en sus ojos escurridizos, el señor no apreciaba demasiado la nueva confraternidad, esperaba el desgarrón de una pregunta obvia mientras Malena zurcía el tejido desflecado de su vida conyugal.
—Malena, este señor ¿qué hace en la vida? Además de andar pegado de ti, de sacar el perro a hacer pis, cocinar platillos macrobióticos, que si he comido jamón en la calle debo arrepentirme y echarme una ducha purificadora ¿a qué horas trabaja este cristiano?
Miles las justificaciones, ninguna plausible. Si, una. La cuenta en el banco es de Malena.
Y así, de nueva hermana mayor.
   Si la mar se seca
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
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Bitácora 28
Por un temblor
La novedad ya no es novedad. La copiosa tribu Buendía llega a la pantalla de la mano de los propios hijos del Gabo. ¿No fue el Gabo quien dijo, acerca de algunos finales que si el lector corre al final del libro para saber cómo termina, pues él le contaría el final desde el principio para que se le quitara el afán?
Juraría que fue el gran Gabo.
La mente y sus malabarismos.
La ruta de Andy, el acompañante tardío y silencioso de la familia mínima de Eva y Sara, es ventosa y temeraria.  Se ha enamorado y ha vuelto a enamorarse, ha puesto un pie en el vacío y han nacido puentes por donde andar. Ha visto en el cielo flechas de nubes indicando hacia arriba dejadas por almas que se van, vestidas de fiesta.
Una infancia feliz y una adolescencia accidentada de equilibrios familiares deshilachados, incomprensiones y descuido, lo llevan a tener muy claro lo que no quiere que sea su vida: una novela mediocre, iterativa, que se repite a sí misma y a los errores de los padres hasta anularse. Para certezas, las suyas. Lo ignoto es lo que le interesa, dudas, retos, no ratificaciones.
Un temblor de tierra lo despeina todo (¿se nota mucho que ando leyendo Herido leve de Eloy Tizón?).
Por eso calla hasta después de muchas noches de sofá, para desenredar los laberintos de su alma que aún va desnuda. Y tramar su futuro.
Mas desavenencias que aciertos llenan los años de Barcelona y Madrid, con anhelos y caídas, aunque suman andadura. Pero la fuerza para la escalada definitiva le llega tras la desaparición de su madre. Cuando finalmente puede aliviar el alma llorando a la madre que ambos hubieran querido que fuese y en la que estaba a punto de convertirse los últimos meses de su vida si no se hubiese atravesado una bala. Y entonces la nostalgia abrasiva por el olor a cacao y café, que es a lo que huelen las infancias en Choroní, deja el lugar a memorias intactas, que sí las hubo, reconciliadas con el pasado, y llegan los éxitos, la paz doméstica.
Parece la sinopsis de una serie de televisión. Y lo es.
Atardeciendo ya, un inesperado movimiento de tuerca marea el estómago.
Un temblor.
Eva vuelve afanada. Sentada en los escalones de la puerta de casa está su hija hablando con alguien. Es Andy, un chico que ha visto un par de veces dando vueltas, encorvado, por el edificio.
— ¿Asustados?
—No mami. Esta oscuro y como no sabíamos cuánto iba a durar el corte de luz, estamos haciéndonos compañía.
Hace calor, apenas mitigado por una mínima brisa marina, no de  mucho alivio, que viene de la plancha de acero que se ha hecho el mar alla al fondo. El olor h��medo, el aire hechizado, la palmera estática. Huele a tormenta.
Andy no habla. Asiente, niega.
Tras la separación de sus padres, ha sido custodiado por su abuela hasta cumplida la mayoría de edad. Ese mismo día le ha puesto las maletas en la puerta para que vuele hasta la isla Margarita donde vive su madre.
— ¿Y Dónde está ahora tu madre?
Andy no habla. Asiente, niega.
Esa noche y muchas otras noches Andy duerme en el sofá.
 Tres años, 7 meses y 21 días (también sigo releyendo cien años de soledad, como para recordar de dónde vengo) ha dormido Andy en el sofá que se ha hecho el sofá de Andy. Se ha pintado el pelo de rosado, ha llorado y reído, se ha enamorado, se ha casado sorpresivamente, ha aprendido a enrollar sushi en el chiringuito de su suegra.
Cada vivencia tiene su espesor que va sumando.
Tras enterarse Eva que un bache gelatinoso, de esas depresiones que parece que quieren amputar lo conseguido hasta ahora, tiene atrapado a Andy, durmiendo bajo un escritorio para cuidar un piso lleno de cosas ilegal, le ofrece irse a Barcelona, donde está su hermana Sara que ha ido adelantándose a los eventos familiares. Ahí comparte piso con una amiga, varias comparsas y huéspedes ocasionales.
Andy sale con alma de fugitivo dejando atrás una ex esposa, un hijo y una ex suegra que le ha dado un oficio, porque él, de suyo, es un artista.
El traje de boda en el que Andy vuelve a casarse lo trae la madre desde Colombia.
Se lo hubiera puesto si no se hubiera atravesado una bala perdida.
Los altos muros levantados en años ceden.
Por primera vez Andy la llora.
   Si la mar se seca
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
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Bitácora 30
Dispepsias paralelas
Los humanos no estamos diseñados ni para el triunfo ni para la derrota. Tampoco nos consuela la idea de una vida tranquila y discreta, sin euforias ni tragedias.
Sergio del Molino
Ni lo uno ni lo otro, ni todo lo contrario.
Pero que no nos falte la emoción. ¿Quién podría vivir una vida sin emoción?
Sin ella la vida no ocurriría.
No asombra que, sea el contenido de los relatos mínimo o extenso, de eterna espera o de secuestros, de naufragios o incendios, solo son bienvenidos aquellos en los que salta de las líneas la emoción de quien ahí sangra, o llora, las letras que vienen del lugar donde se fraguan.
Tal vez, de faltar por momentos ese aletear, lo único que podría comparársele sería la ironía, la tragi-comicidad o lo absurdo, argamasa de nuestra cultura.
He de confesar, a corazón quitado, que en mi mesa de trabajo fermenta la emotividad de algunas historias que guardo con mucho esmero para no estorbar su crecimiento y su futuro desarrollo.
Algunas no saben estarse quietas y asoman por aquí en algún momento de desatención.
Los comensales comían y bebían las alegrías y las lágrimas que Tita había reído y llorado al preparar turrones, faisanes, codornices en pétalos de rosa. Estallaban copas, se prendían en fuego pasteles, pasiones se excedían, arcadas se desaguaban. Y es que Tita había sido literalmente empujada a este mundo por un torrente impresionante de lágrimas que se desbordaron sobre la mesa y el piso de la cocina.
Su inusitado nacimiento determinó el amor por los fogones y por las lágrimas que ahí se derraman por culpa de la cebolla. La verdad es que con la cebolla uno sabe cuándo comienza a lagrimear, pero no cuando termina por que, al tiempo, el lagrimeo se junta con lágrimas que esperaron largamente guardadas en lugares donde el alma se atasca la cebolla propicia para salir en desbandada.
Y no sabe uno cómo parar.
A la única a quien los platillos de Tita procuraban retorcijones y nauseas, fuera el que fuera el estado de ánimo con el que se preparaban, era su hermana Rosaura.
Sería porque se había casado con el novio de Tita. Y eso no se le hace a un amor de dos.
Rosaura muere entre terribles vapores irrespirables debidos a una dispepsia pútrida (adjetivo que no tiene definición elegante), un castigo acorde a su luciferina alevosía.
Con paralelismo asombroso, la dispepsia pútrida (que, con los últimos atracones literarios, no recuerdo cual autor ha hecho resonar en mis fibras nerviosas) también atacó a mis dos tías abuelas.
 De los 20 hermanos y hermanas de mi abuela (ay…), dos de ellas, Ágata y Noemí, no habían querido estudiar ni casarse. Porque le temían al amor, porque no querían separarse, porque implicaría un gran esfuerzo, o por las tres razones juntas. Tampoco habían dado pruebas de un espíritu emprendedor que les permitiera valerse por sí mismas. Había decidido entonces el progenitor juntar las dotes que les pertenecían para montarles una pastelería, que debió parecerle la lógica desembocadura a las naturales inclinaciones de sus hijas.
A las perdidas, no morirían de hambre. Les asignó además una suma extra que les alcanzaría para vivir con decencia y asegurarse la materia prima, sin tener que contar con las entradas de la actividad (un decir).
Las imagino echándose la una a la otra los cuentos de amores y desamores inexistentes mientras amasan pasteles y rosquillas (quién sabe si morcillas y chistorras entraban de contrabando para diversificar su alimentación) y comer y beber con sonrisas o con lágrimas, según el final. O con risitas alborotadas, por el encierro voluntario al que se habían sometido, digo.  
Cuando llegó a su fin el capital asignado, las tías-abuelas se esforzaron mucho por hacer de la pastelería un negocio provechoso, pero para ese momento la dimensión de sus humanidades era inversamente proporcional al tamaño de sus cerebros, los movimientos lentos y la mente lerda, que el azúcar, se sabe, no ayuda en nada a la función intelectual. En pocos meses las dos hermanas, náufragas en su propia tienda, trancaron las contraventanas, aseguraron las persianas, corrieron las cortinas, se empacharon de merengue, pan de España, rosquillas, mazapán y canelas.  
Un atasco en una tubería reveló el triste final. Caminantes nocturnos sorprendieron el agua brotar por las rendijas de las persianas junto con colorantes, velitas aplastadas, chocolate, nata. Y vaporones mefíticos.
Solo les faltó el incendio de pasiones para emular a Tita y Rosaura. Y un amor por el que morir.
(Ref. Como agua para chocolate/Laura Esquivel.)
  Si la mar se seca
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
Bitácora 29
El ejercicio de la amistad
Eso que llamamos “yo” es, bien mirado, una construcción narrativa. No somos más que el relato de lo que nos contamos que somos…
Eloy Tizón/Herido leve
Los números también, sospecho, no son otra cosa que símbolos por donde se cuelan las criaturas del aire para soplarnos los secretos del mundo.
Una fecha, que ha quedado aletargada en algún resquicio de la memoria, despierta saltando de las páginas de mi pasaporte. Visa verde, fecha de expedición: 9-11.
Se reaviva entonces mi memoria al igual que la de Proust al sumergir en una taza de té y saborear una magdalena. Inesperadamente, se le vinieron en torrentera los recuerdos que finalmente compensaron los afanes de la búsqueda del tiempo perdido que no aparecían en ninguna parte de los siete tomos que llevaba escritos.
Una magdalena. Una fecha en el pasaporte.
Puesta a fabular, en un Coffee shop del noroeste de la ciudad, al lado de las ciénagas cuajadas de pájaros y ristras de dientes, nos recibe una exuberancia de cappuccinos, un día de septiembre. Para hacer planes de trabajo. Mi amiga abre documentos, saca papeles donde anotar y calcular. Yo le ofrezco mi creatividad. Si puedo ponerla, seré buena socia.
Mas café, y un ponqué de limón, que sean dos, por favor, que hay mucho de qué hablar.
—¿Dónde estás? —interrumpe por el móvil mi hija que vive a una hora al norte de Miami.
—Con una amiga frente a un frappuccino, haciendo planes de futuro.
—¡Se están desplomando las Torres Gemelas, mami! ¿Qué haces en la calle? Vuelve a casa, por favor — en la voz la urgencia de un mundo en el acto de colapsar.
Esa precipitación nos exige aplazar los planes de futuro y acatar la orden de resguardo como niñas regañadas, libres de toda culpa. No tengo idea de lo que realmente habla Sara hasta que llego apresurada a instalarme frente a la tele.
No es solo lo que las imágenes transmiten, que ya es una enormidad inasumible.
Son las consecuencias que se extenderán por todo el planeta las que producen vértigo. Un nudo en el pecho que no sé. 9-11. Un sello.
A la sombra de números en carne viva también nacen amistades.
De inteligencias opuestas, lógica y legal la suya (lo que peor se me da), nerviosa y brumosa la mía, no es amistad de columpios y piscinadas. Ni de almidones ni de corsés. Se derrama en los salones de un curso de formación, con mi inglés caníbal recién aterrizado y el suyo domado, masticado y digerido. Del que aprendes tras una noche eterna de cuartico inmigratorio y un amanecer liberatorio de permiso permanente. Venimos de islas vecinas y eso basta para hermanar y cruzar de la mano el milenio con sus sobresaltos y tormentas de arena.
Pronto llegaría el tiempo de volar a San Diego, crecida a la orilla de la costa opuesta (y casi en la misma latitud), una mañana de marzo de mucha agua, que siempre encuentro de buen augurio porque enjuaga las penas y desagua la tristeza. Un mes de marzo que como siempre traía novedades, cambios de vestido para el alma nueva. Ella seguía el camino para el que se había entrenado, yo el que rechazaba cualquier trabajo pragmático en favor de uno en el que agitar una plumilla, un lápiz, un color.
Ríos de tiempo, días luminosos y lluvias oceánicas escanciaron contactos para ejercitar el músculo de la amistad y ponernos al día. Alguna rara visita de costa este a costa oeste reverdecía lo vivido hasta el momento y echaba unas semillas para los días futuros.
Vino también el tiempo de España, que lucía como un destino de larga estancia, al que me llevé el alma arropada para las largas noches de invierno.
Y se entregó cada una al cuerpo desnudo de su vida, con sus olas de vaivén, naufragios y ondulaciones (algún fantasma, otros payasos, mucha belleza). Ella se quedó custodiando el sueño de la ciudad desde las fundaciones coralinas de su casa, solida, resistente a toda intemperie, cobijo de generaciones. Las ciudades necesitan de guardianes del tiempo para sentirse seguras. Tal vez por eso.
Que pase el tiempo, sí, pero con nosotras combatiendo adentro. (A. García Ortega)
Se hizo esperar, pero vino el tiempo de volver sobre nuestros pasos –sorpresa para mí, certeza para ella-  por los caminos de las ciénagas miameras y de echarnos los cuentos, en absoluto teñidos de la nostalgia que padecen los tristes. Para juntar palabras que parecen nombrar por primera vez lo acontecido.
Con una buena, inocente nevada sobre el cabello, volvemos a los excesos de cappuccinos donde bartenders se disputan la más lograda distorsión de los nombres de sus clientes. Esta vez no miramos al futuro sino al presente.
Fabulas inconclusas de las que seguir escribiéndonos. Si no han sido ni 20 años.
Si la mar se seca
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
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Bitácora 27
 Celebración de lo imperfecto
Me mostró sus cicatrices. Un fino entramado en los antebrazos y la espalda. Parecía transportar un árbol. Luego el vio las mías. Nos sentimos livianos, un poco feos y muy bellos. Dos supervivientes.
                                                                                Andrés Neuman, Fractura
Es reflexión que nace de la lectura, que digo lectura, inmersión en las vísceras del señor Watanabe, anciano personaje literario (Fractura/Andrés Neuman) superviviente directo de Hiroshima, donde perdió a su padre, e indirecto de Nagasaki, donde perdió al resto de su familia.
Protegido por un milagroso murito del color del oro y del sol, el señor Watanabe se pregunta por qué es hombre vivo cuando debería estar muerto. Un hombre que no habla de su pasado ni de las cicatrices que lleva tatuadas en su espalda, un hombre cuya vida corre en dirección opuesta a una memoria inasumible. Hasta el accidente de la central nuclear de Fukushima, que reactiva, décadas más tarde, la herida nunca sanada. Un viaje catártico al epicentro de la zona cero, por la que deambula con su propia precaria soledad por el dolor y la ruina, le hará recuperar las estalladas piezas de su memoria, su particular kintsugi. 
No son literarios los ruinosos molinos de viento, recuperados en la belleza de la fotografía. Orgullosas palas veteranas, que dejaron su sombra en los trigales y siguen defendiendo la campiña de fantasmas muy antiguos, naufragan en el viento irreverente y azaroso que arrasa con la historia de una sola ráfaga, cambia la cara de los pueblos, destierra sus despojos, hechiza al fotógrafo que sabe leer, en el desgaste y la decadencia de sus hilachas, senderos, venas por donde corre la savia de sus relatos, imperfecciones y rajaduras de las que nace una belleza esencial e imperfecta. Supervivientes. 
Ni son de ficción los personajes de Agnés Varda, la súper abuela de la nueva ola del cine francés y del fotógrafo “clandestino”. Recorrieron Francia deteniéndose en diversos pueblos de la provincia para compartir vivencias con los pobladores. Rindieron homenaje a sus personajes con fotografías cuya gigantografia tapiza altos muros, fábricas, paredes y techos. Expuestas y celebradas quedan historias con fracturas y dignidades reparadas, llenas de conmoción compartida con viejos muros decadentes que han sido llevados a una nueva vida, un nuevo centro de la historia en el documental “Visages Villages”.
La calle es la galería más grande del mundo, creen.
Kintsugi (carpintería de oro) nombran los japoneses a esa nueva vida, nueva belleza y dignidad de cosas y personas desde que un tan ineficaz Shogun Kiotense como gran patrono de las artes enviara a China dos de sus tazones favoritos para ser reparados.
Las toscas grapas de metal que remendaron groseramente los fragmentos fueron tan de su desagrado que los maltratados tazones fueron a parar a manos de finísimos artesanos japoneses que cubrieron con polvo de oro las grietas, convirtiendo en arte los restos fracturados.
Hay una grieta en todo, así es como entra la luz ― Leonard Cohen
Es una mirada de ningún lugar y de todos los lugares la que conecta con la cultura japonesa, su lentitud, su simbolismo, su sabiduría que desagravia con polvos de oro o de plata los incidentes dolorosos y la historia de los objetos y convierte las heridas en otra forma de belleza, aceptándolas como una raya luminosa en la piel del tigre (que no es la misma piel de aquel dicho “¿qué es una raya más para un tigre?”).
La muda sencillez de la huella de unos labios rojos en la taza exalta la belleza lenta. Pictórica. Austera.
El sabor de cada cosa por separado, el suspiro del roce de la seda.
Y es como escuchar el silencio de los que bailan, inmóviles, una música.
El espíritu del Kintsugi asciende o desciende de la transitoriedad de la belleza, impermanente e imperfecta, del wabi, quietud, simpleza –sabi, belleza, serenidad que aparece cuando el insostenible peso de la levedad evidencia el desgaste y apariencia.
Arrugas, cicatrices esculpidas por los vientos huracanados, garabatos de grietas, ráfagas de viento benévolo en forma de anécdotas suspiradas, el mundo nos rompe a todos y a algunos les hace más fuertes en los lugares rotos (Ernest Hemingway).
Y siguen sintiéndose completos, (ese gesto de los calvos de peinarse).
Todo aquello que se cree perdurable, resulta de una fragilidad quebradiza, sospecho.
  Si la mar se seca
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leilatomaselli · 5 years
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Intrascendencias de lo cotidiano
Si la mar se seca
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Bitácora 26
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Un puesto de flores en el que comenzar, a vuelapluma, una historia menuda.
Es el puesto de Toni con i, como manda su lengua natal, que usa para las lides políticas y los asuntos familiares, de la que pasa sin vacilación a un español sagaz (no lo puede evitar), más acorde con el palabreo. Entonces hace bailar las sílabas, conversa largo y corto con sus interlocutoras, raramente interlocutores, instaladas en la fila por orden de llegada o según mande el respeto por las canas, a la espera de turno.
Nunca una afonía ni un dolor de oído.
El rostro angular de Toni asiente, traza paisajes propios en el aire como si la muerte morara solo en ciudades lejanas, limpia la hojarasca, los bolsillos llenos de briznas de tallos y hojas, sonríe con los dientes desnudos. Sus ojos siguen riendo aun cuando la bufanda le tapa la mitad de la cara.
A media mañana, cuando crecen los rumores del mundo y el Olivar huele a mercado medieval de especies, hierbas y frutas jugosas, un corro de postulantes a la confidencia se cierra sobre los cubos saciados de colores para preguntar por antiguos récipes mágicos que curen alergias, tos y pie plano, imagino.
Cada confesión es un nuevo capítulo de una novela de la que Toni no pierde el hilo, alimento de noches absortas.
Pido flores amarillas.
— ¿Me indica cuales por favor?
— Las que más le gusten, con que sean amarillas me basta — y sigo mi chat telefónico.
— Si no me indica cuales exactamente, no puedo vendérselas.
— Las que usted quiera.
—Sí, pero cuales.
—Amarillas señor, amarillas —y sigo en mi mundo.
—Le pido por favor que decida usted.
Lo miro. Me mira con trazas de ternura escorada.
 Toni siempre ha sido la alegría del huerto. Estudioso, virtuoso de la palabra, las manos ligeras para la ayuda, el mejor de los hijos. Sus compañeros de colegio preguntaban porque vestía siempre de un solo color. Por comodidad, chicos. Cuando su madre le llevaba de compras (la única madre de la comarca que no imponía su gusto en  la vestimenta de su hijo) siempre se decidía por un par de colores a lo sumo.
Pensaba que todos eran como él. Saludaba de lejos sin saber quién levantaba la mano desde la otra acera creyendo tal vez que gesticulaban a su hermano gemelo. Era alegre como fruta madura, feliz hasta los estribos.
— ¿Eres tonto, hijo, o qué? —preguntaba la madre.
A veces las vidas dan al traspatio en lugar de dar al mar o a los trigales.
Creció creyéndose tonto, monocolor y muy Clodomiro en busca de clavos, el de la canción que tal vez nadie recuerda.
La adolescencia, que arranca de un tajo la inocencia con sus clamores de heroicidad, puso las pasiones en su sitio.
—Quiero ser piloto. —Asi. Recio.
—Pues anda a que te examinen hijo, comienza por preguntar si estas capacitado.
 La doctora, bendita entre las doctoras de la ciudad, le mostró unos números escondidos entre burbujas de colores. Dudó mucho.
— ¿No ves el número escondido, verdad? Pues claro, ¡eres daltónico, mijo!
Una bendición.
—Corrí a casa a contarle a mi madre que no soy tonto, solo daltónico. Que no puedo ser piloto pero que soy enormemente feliz.
Ahí está en su puesto del mercado escuchando la música de las flores.
Las reconoce por la ubicación. El cubo de las rosas rojas al lado las amarillas. Detrás las calas. De memoria. Porque los colores de la naturaleza son los únicos que reconozco, el verde siempre será verde.
¿Y si te equivocas?  
Qué más da. Solo lamento no verle el color a los ojos de mi novia.
 Para descansar la memoria, algunos días perdidos entre tantos, solo expone plantas siempreverdes y flores blancas. Lo llama paisaje lunar.
Virtuoso de la escucha, Toni convoca el sueño nocturno, me arriesgo a afirmar, enganchado a alguna intrascendencia oída, fermentada en la trastienda de las palabras y dejada caer en la selva enmarañada y hermética de su mente divagadora.
Si lo veis, llevadle mis recuerdos, por favor.
  Si la mar se seca
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
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Bitácora 25
Mi prima de Jerusalén
Se ha casado Clara con Nico, el único yerno hebreo del viejo patriarca Isaac. Ante los tumultos de la II guerra, los recién casados deciden viajar al flamante estado de Israel, a pesar del anti sionismo paterno. Kibutz y bombas son el pan cotidiano de la pareja y de su pequeña hija Gaby, bajo la preocupada mirada del viejo Isaac a quien consume la imposibilidad de ayudarles. Y no por falta de dinero. Clara y Nico, más obstinados que el hambre en vencer aquella espesura de aprietos que es su nueva vida pionera, conocen, entre las raras diversiones, otra pareja con una hija.
Lidya y Gaby se hermanan con alegría tribal y con la misma familiaridad con la que los respectivos padres se tratan.La cercanía de las dos parejas es tan próxima que en algún momento desértico, perdido en el tiempo de una guerra infinita, cruza los límites de la amistad para conjugar el marido de una con la mujer del otro, sin que a la pareja restante le quede otro remedio que emprender también el camino del amor.
— ¿Cómo es eso?—Normal, —sonríe Gaby, mi prima ya señorita y muy guapa, ojeando con benevolente tolerancia mis inocencias infantiles que deben reflejar mi también diminuta capacidad de comprensi��n, por mi diversidad occidental y consumista, claro —la diferencia es que mi papá vive con la mamá de Lidya y mi mamá con el papá de ella, pero todos nos queremos y estaremos juntos para siempre.El para siempre y el nunca jamás, que son lo mismo pero a un abismo de distancia, con lo que se bendicen o maldicen amores, amistades, vidas concluidas, separaciones y cosas sombrías, siempre me sobrecogen y suenan a precipicio.
Para desterrar la soledad de sus ojos, el papá de Lidya, con su rostro agrietado de mil arrugas que surcan los océanos y una comunicación entorpecida por un italiano masticado con húngaro, alemán y hebraico, enciende la pasión de los hombres de mar y desierto, que encaran el viento de levante de las costas árabes y de los mares de Galilea. 
Tortuga milenaria, enamorado del instante más que de extensas y profundas conversaciones, que para eso tiene los largos días de mar, nunca pone Laci, descendiente de madre centenaria, muerta aspirando el aroma de una tarta recién horneada, una mala cara. La suya, esculpida en la arena.Faltan sus pelos de alambre blanco con reminiscencias rubias disparando al cielo como todos sus años ventosos y despavoridos de marina mercante. Y como los de Lidya. Un afro rubi-blanco que le vale un matrimonio con un conde alemán. Ironías ideológicas. 
Gaby se ha retirado a una colina de Jerusalén, se dedica a espantar temores seniles que siempre aguardan detrás de un ciprés demasiado marcial.No nos ha dado la vida el tiempo para flotar juntas en el mar Muerto o pasear por Getsemaní y conversar, con nostalgia de momentos nunca vividos, de cuanta distancia han puesto entre las dos los mares, las viejas heridas familiares, el ardor de quien cree que una única forma de vida es posible.
De todo esto iba a hablar cuando me estalló en el oído una música de libertad y un soplo de unión. Y conmoción. Miles de miles, llegados de cerca y de muy lejos cargados de fe y piel de gallina, se han congregado para borrar las fronteras, levantar su voz con la fuerza que tumba camiones y usurpaciones demasiado largas del hombre gordo que se rodea de cosas enormes para atenuar su gordura, palacios, tanques, ejércitos.Muchos de los que han renacido extranjeros solo esperan la llamada, vidas cuajadas de nostalgia que hablan desde sus huesos del suelo patrio.No podrán volver a una tierra colmada de ausencias los fugados del mundo, las almas que se tornan tan ligeras que olvidan regresar a ese lugar donde no están pero permanecen.Que amaine la pena, ya la vida ha sido convocada a su renacimiento.Si la mar se secaSeguir leyendo
* Foto de V. Tomaselli
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leilatomaselli · 5 years
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Si la mar se seca
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Bitácora 24
Bahía de Vizcaya. Miami.
Tenemos el conocimiento innato.
Nuestra alma ha viajado tanto que todo lo ha visto y por eso todo lo reconoce. Anamnesis, reminiscencia, le llama Platón. Una astilla, un chispazo, un pellizco, un barco que pasa lento, dice, es suficiente para que se active la memoria de otro barco, otras bahías, otros cielos que llevamos dentro. Por fortuna la reminiscencia brota como recuerdo que resbala rápido, con un esbozo de vuelo/Como la hoja que acaba de parir la rotativa/Y se acomoda quieto/Debajo de las imágenes que siguen cayendo. (Juan Carlos Onetti).
Rápido y cambiante. Porque únicamente para reconfirmar certezas no valdría la pena escribir -ni siquiera existir-, seríamos una mala novela que se repite al infinito hasta agotarse a sí misma.
Una nueva bahía, espejo de la bahía mediterránea que nos ha albergado por años, es mi nueva casa.
Vive frente al agua. Se ha bautizado a si misma casa de la playa cuando decidió que viviríamos en ella. Imposible resistirse a tanta insistencia. Se había instalado en nuestra cabeza como monólogo musical. Nació  un dialogo con un tronco de madera de tamarindo que había caído de viejo por las Filipinas –me informo para apaciguar mi sentido de culpa- que también quería mirar al mar. Y así los muebles, los amigos, la familia.
Todos con aquella nostalgia anamnésica de querer mirar a este mar.
Y descubrir un lugar escondido en el que empezar historias, dejar que la memoria errática navegue por las ciénagas, vaya y venga como las luces de la bahía. Lentas y silenciosas en el cielo que espera la noche, palpitantes unas, detenidas otras,  con el secreto propósito de alguna meta oculta.
Aviones de agua, botes de cielo, noches de vientos perdidos que equivocan la memoria.
Hay días en que la luminosidad se empaña, de pronto borra el nacimiento del puente y su muerte al otro extremo y deja adivinar solo la grupa.
Y en esa humedad fermenta la apología de la lentitud para recuperar la reflexión, explorar el silencio, sincronizar mi tiempo con el tiempo de la bahía. Hundirse en la vida, esperar a que aclare sola, aguardando en la sala de espera. Sin prisa. Llega con la sucesión de lluvia y sol.
Oler la fragancia de la vida contemplativa, demorarse en la mecedora lagunar, en el misterio de la sombra y la luz cambiante en lugar de correr de una sensación a la siguiente.
Recuperar el hilo de la narrativa, los viejos amigos y amigos viejos que han gastado otros zapatos, refugiados de todo el mundo, escuchar nuevas historias de exilios, de mareas humanas desplazadas de sus raíces, de llegadas y partidas, nuevas vidas y viejas muertes. Esta vez no son de Cuba.
Que la bahía de Vizcaya, la bahía de la convivencia étnica, de perspectivas tramposas, no nos engañe con la sumisión de sus aguas mansas. Más al sur se libran batallas urgentes, se alumbran días de libertad.
Botellas con mensajes inquietantes no vienen a morir a esta bahía porque la playa con arena como tal está lejos de aquí. Pero vino a nacer hace 100 años el sueño de construir una mansión de invierno que preservara el ecosistema de los manglares  que le hospedaban La quiso en la mitad de la selva, (en lo que hoy es Coconut Grove), lejos de las heladas Paris, Chicago, New York, donde Mr. Deering tenía sus negocios. A la bahía, la casa y los jardines italianos anexos les impuso el nombre de Biscaya. De los primeros early birds, tal vez, Mr. Deering.
Aconsejado por Mary Brickell, propietaria de aquellos humedales, encargó los asuntos de la construcción a un diseñador neoyorquino con quien partió hacia Europa para conocer los mejores ejemplos de la arquitectura clásica.
Pero la entrega del proyecto, inspirado finalmente en la veneciana Ca’ Rezzonico, que preveía la llegada por mar con sus embarcaderos de estilo serenissimo y sus enormes góndolas en piedra coralina, tardó más de lo debido, aunque el arquitecto Paul Chalfin había empleado más de mil trabajadores en la obra. La culpa de los retrasos la tuvieron los acabados que venían directamente de los países europeos que atravesaban en ese entonces los disturbios de la primera guerra mundial. Las demoras le alargaron la vida a Mr. Deering, a quien la impunidad de la muerte alcanzó poco después de haber estrenado su nueva casa en 1925. (Tour, Pedro Medina León).
Los sucesivos huracanes desquiciaron lo elaborado con cuidado renacentista para convertirlo en museo. Que también es un buen final.
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leilatomaselli · 5 years
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Boda en el granero
Alumbrar la belleza al mundo. Es lo que hace Italia cada amanecer y cada atardecer sin fallar ni cuando un cielo opaco podría ofrecerle una tregua. Incansable. Sin saber de qué remoto sueño se acuerda cuando pone magnolias en los magnolios y uvas en los viñedos, nieve sobre los Alpes. Aquí la vida no transcurre, la descarga algún dios a granel, a bultos de hijos en las casas, de manjares en las mesas, de palabras en las gargantas, de hélices en las manos.
De tantas otras vidas y lugares posibles, ellos, los novios, eligieron juntar las suyas aquí, en el norte de Italia, entre las colinas de la ladera sur del rio Po.
Esperaba que no fuera una boda tan rosa sino más verde, como los pistachos de Sicilia, donde alguna vez, quedó en punta una historia vivida quien sabe en qué sutiles fantasías.
Han venido parientes y amigos de parientes de todos los rincones de Sicilia para celebrar el matrimonio entre Lucia y Alfio, apenas unos chicos. Bajo un cielo intenso sin manchas grises, más alla de las encinas centenarias, se presencia el derroche de juventud y felicidad de los muchachos que se han criado juntos y se quieren desde siempre.
Alfio espera Lucia a pocos pasos de un altar arreglado en el jardín.
La confianza abunda y los ganas también.
Con la urgencia de los adolescentes, Lucia abraza con su sonrisa el gran grupo de invitados, luego clava sus ojos de gitana en los ojos líquidos de Alfio porque sólo ellos importan.
De pronto los árboles aquietan su murmullo, los presentes enmudecen expectantes.
Cuando el cabello de Lucia adquiere su matiz más azulado y su vestido el más blanco, por la hora del día o por el brillo que la dicha otorga a las cosas, un disparo desgarra el silencio. A plena luz. La sorprende de perfil, con los hombros en movimiento vueltos hacia Alfio y el rostro hacia el futuro.
El tiempo se desliza hacia otro tiempo. Alfio baja sobre el vestido de la novia una expresión cuajada de terror. Lucia sigue la mirada de Alfio hasta el encaje. No duele, la sangre aun no brota, el agujero acaba de hacerse. Si ese instante fuera eterno, la fuga del mundo quedaría suspendida entre aquí y allá, pero se va tiñendo de rojo la candidez de la tela por donde se derrama la vida.
Las ondas expansivas de antiguas heridas, de las que nadie está a salvo, atraviesan el tiempo y el espacio y reparan el tejido. Y hacen que de pronto valga mucho la pena haber venido desde Mallorca a celebrar.
Nadie llora porque no hay progenitores presentes aunque talvez una presencia sí la hubo, vino en un mensaje encriptado. Por boca de un empleado, nuestro padre le recuerda al novio que, para casarse con su hija, vista, además de chaleco, calcetines de hilo de escocia hasta la rodilla (de los que él ha llevado siempre). Por pura elegancia.
Nervios por fuera, sonrisa por dentro, se prometen restaurar las cicatrices, ya no heridas, que celebran la supervivencia de lo que han dejado en sus pieles y sus almas los años vividos.
Se prometen ser capaces de ver al otro con los ojos cerrados.
Se prometen aprender a acariciar sus arrugas, murales de sus vidas.
Se prometen respetar el puño de arena que cada uno ha traído de su tierra generosa de costumbres y tradiciones para mezclarlo con la arena del otro y formar espesores de las dos arenas (no una fusión de los dos, como teñida con pimentón de la Vera).
No sabe dónde me hará sentar en la enorme mesa en forma de herradura, dice mi hermana. ¿Really? Pues a tu izquierda, como la hermana mayor que soy aquí, en Sicilia y en Venezuela.
 El granero que hospeda la celebración es propiedad de Celeste (un nombre nostálgico que revive la voz endulzada, por una vez, de Zucchero Fornaciari y esa Italia de los ‘90). Celeste rige el granero y el restaurant anexo, o al revés, ha sido cantante de una banda jazz, fundada por ella, que tocaba en cruceros y en comunidades de rehabilitación. Conoció en una de ellas al hombre que le esperaba desde siempre y que rehabilitaba chicos ofreciéndoles trabajo en su propio restaurant. Habladora, artista, independiente, de pisada firme, Celeste viene de colinas cercanas con aromas propios y anuncia bandejas de gnocchi rosados, carnes, notas dulces que cubren la mesa como cuerno de la abundancia (que a algunos de la diáspora ha revuelto la conciencia).
Y de pronto se posa sobre las paredes del granero, oscuro y antiguo depósito de trigo y heno, un haz de luz que el antiguo propietario ha sorprendido por azar una tarde de fin de verano y la ha reproducido, sin ayuda de arquitectos, con aberturas cruzadas para que se pose en la pared opuesta el mismo día de todos los años.
El haz de luz y a las elecciones de los novios han originado un encuentro extraterritorial de extensas geografías que hace pensar no ya en la unicidad territorial de nuestras identidades, sino en una nueva identidad hecha de muchas otras, que pasan por Venezuela, por España, por EE. UU., por amistades, por divorcios, por amor, por familia y sufren de una belleza que es algo más urgente que la belleza, una luz que se desliza por las paredes.
¿Adónde habrán ido a parar las infancias de los que aquí somos solo sombras de un oscuro granero?
Si la idea de familia es el asalto de los hijos a la cocina antes de la comida, mientras la madre observa extasiada la devastación, este banquete es un asalto familiar.
Y no hago uso del derecho a la exageración.
Encontrarse en familia por el mero hecho de compartir memorias, lengua, país, es también dar espacio a la parte soñante. Y descubrir que todos somos supervivientes de algo. Historias heroicas, patéticas, rurales y urbanas, flotantes y vagas, silenciosas como la soledad, historias de patrias intermitentes.
De los invitados-personajes no se alcanza a hacer retratos ni siquiera bocetos, sino un simple trazo de la huella que dejan en el cristal de las copas. Resulta muy difícil captar historias mínimas en el ruido general de laberintos verbales en el reverso del vino, conversaciones balbuceadas en la semioscuridad, ladridos de un can en transición de perro a humano. Una babel de personajes de papel, de hogaza de pan, de recientes vendimias, de risas de agua ligera, de voces intermitentes de violenta dulzura, de extranjeros de su propia raíz como yo, recordando quienes somos, quienes podríamos haber sido.
Por eso amamos las historias, dicen, porque al no ser inmortales, no disponemos del tiempo suficiente para vivir muchas otras vidas, por lo que las inventamos y las vivimos como personajes ficticios, renacidos en el extranjero.
Los personajes locales, gente de colinas orgullosas de sus árboles, agrandan los ojos en el intento de superar las fronteras lingüísticas, que es como escuchar historias de otros mundos, más que lejanos. Les divierte dar oídos al hispano-ibérico, entremezclado con palabras en inglés mientras disfrutan del maná que aquel dios derramó aquí a granel.
En la quietud de las fotos que retratan este día, se aprecia más la vibración de la vida.
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leilatomaselli · 6 years
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Mi madre murió un 29 de febrero. Mi amiga Iris, a quien obligaban a nombrar sisaracha a la cucaracha para no incurrir en cacofonías, nació un 29 de febrero. La otra noche esperé despierta la vuelta a contar desde las 2 de la madrugada (dos veces marcó el reloj digital las 2:33) para saber adónde van a parar las horas muertas, las no contabilizadas, las ignoradas, los 29 de febrero, los cruceros, los viajes en tren, los horarios de invierno. Días comprimidos, horas, minutos que son una vida pequeña en la que podemos escurrirnos del mundo e inventarnos otra vida, una muerte y un nacimiento y entre medio un largo tren que borra el tiempo según avanza.
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leilatomaselli · 6 years
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Si la mar se seca
Bitácora 21
 Los lugares que habito
Y yo reposo aquí, en un lugar protegido, donde elijo las horas que pasaré
entre el letargo y el sueño profundo
Kafka
 ¿Qué sería la vida sin el misterio de las algas que ondulan en el fondo del mar?
¿Sin la gota de belleza que habita el vacío silencioso, sin la materia ausente e ingrávida que dialoga con el alma y el tiempo inexistente que se disuelve en un continuo futuro?
Debería ser poeta para descender a recuperar las memorias incubadas en el vientre materno, cuando no sabes  si vas hacia la vida o vienes de la vida, piscina grande como una península al principio, todo lo que existe, laguna ajustada, el mundo finito más tarde, solo las aguas rotas fracturan el misterio de aquella transparencia ahí afuera. Tras la incubación arquetípica, puedes sentir el mundo placenteramente protegido por la placenta que has fraguado como casa.
Y sigo haciéndome un ovillo cuando hago la siesta.
He calzado zapatos ajenos para imaginar cómo es la vida dentro de otras botas, habitado un laberinto llamado Latinoamérica, mi propio laberinto, fundido con las arrugas del lugar, del desasosiego, de la metáfora. Cada laberinto es distinto, de piedra, de túneles, de arcos, de jardines con pájaros, de aguas estancadas (el mio clásico, de boj que no crece muy alto), somos habitantes del laberinto  que construimos a nuestra medida para perdernos en él, cuestionarnos y encontrarnos. Postergarnos. Me pierdo en mi misma porque yo soy el laberinto. Quien no encuentra la única salida sigue los destellos que el engaño duplica en el agua, en los espejos, en las nubes.
Misterios inabarcables.
Como el olor a posibilidad que asombra Marco (Polo) al entrar en una ciudad y notar que alguien vive en una plaza una vida o un instante que podrían haber sido suyos. En el lugar de aquel hombre ahora hubiera podido estar él si se hubiese detenido en el tiempo, mucho antes, o si talvez, en lugar de tomar una calle de una encrucijada hubiese tomado la opuesta y después de una larga vuelta hubiese ido a encontrarse en el lugar de aquel hombre que está en aquella plaza. En adelante, de aquel pasado suyo verdadero e hipotético, él está excluido, por lo que no puede detenerse, debe continuar hasta otra ciudad donde lo espera otro pasado suyo, o algo que quizá ha sido un posible futuro y ahora es el presente de alguien más. Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado, solo ramas secas (I. Calvino).
Me dicen que gotas de poesía se encuentran en las ondulaciones del amor, aquello que nadie sabe de qué está hecho, que naufraga en labios donde siempre es verano, que pone una caricia sobre la piel y ondea como las algas del mar.
Habitar los árboles que crecen dentro de mí, chorreantes de lluvia, atormentados por su soledad ventosa y desnuda, mientras sus frutos seducen en los mercados. Habitar las montañas, el mar, para bailar la canción de la lluvia y de la luz que llueve a través de los cipreses y las escamas del agua, habitar el sol, que tiñe de oro el cabello y calienta las cúpulas de las iglesias, sin quemarse y la penumbra sin temerle.
Habitar las calles que se tantean con torpeza como recién nacidas, anegadas de otoño, bañadas de primavera. Y dentro de ellas, habitar una casa que no es tu casa, algo te lo dice. Algún día encuentras la casa, la que te esperaba, la que te abraza con su polvo, su silencio, su sombra, sus maderas. Esta es la casa que te habita, la que has pintado del color del cielo para que se funda con el azul universal, se vuelva invisible y solo tú sepas como encontrarla.
Y la ciudad, me han hablado mal de ella ¿laberinto de Escher, un no lugar?
Es solo el sueño de un hombre taciturno de pie en el metro, la entraña de acero que recorre el alma de la ciudad. Arriba, en la superficie, una liturgia de pequeñas costumbres llena una plaza con jubilados, con voces atrevidas de niños y pájaros que, al no tener futuro, son huéspedes del mismo instante que precipita las tardes, desobedece al tiempo, entra y sale de su niebla antigua.
La efervescencia de la ciudad, sus formas asimétricas, expuestas a la intemperie, se vuelven sonidos, escandalo azul de guacamayas, ojos llenos de anuncios, muchos desdentados, con letras caídas.
Si la identidad humana se relaciona con los lugares y sus arquitecturas secretas, cuanta extrañeza, me pregunto, habrá causado habitar el paraíso terrenal a los primeros y únicos habitantes. Adán haría notar que no está acostumbrado a tener compañía, preferiría que Eva se quedase con el resto de animales, se asombraría de que derramase agua por los orificios por los que mira y la enjugase con el dorso de las patas, llamaría a su vástago nueva criatura con cola, habitaría los árboles y buscaría algún placentario cobijo recién inventado, mientras Eva se alegraría de que, tras varias noches de ausencia, devolvieran la luna.
Habitar la voz milenaria del inmenso rio circulando dentro de mi memoria por aquellas tierras anchas que atraviesa el padre de las aguas, el Mississippi. El rio más extenso del mundo, de pecho ancho, infinito y oscuro hermano del Amazonas y, como el Orinoco, rio de aguas mulatas. Toneladas de fango insultan el golfo de México, descargadas por él. Tanta basura venerable y antigua ha construido un delta donde los gigantes cipreses de los pantanos crecen de los despojos de un continente en perpetua disolución. Más arriba, se alargan tierras bajas también. Las habita una estirpe amarillenta de hombres… (J.L. Borges)
 Por la tierra que habito con su cielo, siempre han pasado de largo los tornados, pero hoy viene uno de frente a toda prisa. No da tiempo a escapar. ¿Hacia dónde? Pertenezco a este lugar de extensiones infinitas que aun guardan el eco de canciones canturreadas por hombres con miedos africanos mientras trabajan en hileras. Aquí está mi casa. Es la única sin sótano. El tornado podría levantarla, desparramar mis frágiles rincones, volar el techo, que es mi mayor temor.
Pero una vez dentro del ojo (o eso creo), los miedos desaparecen, la casa da vueltas vertiginosas, el cielo y la tierra se invierten. Lo sé porque siento la sangre fluir hacia la cabeza. Busco el horizonte que aparta su mirada. Hay una luz de limbo en este mundo borrado.
Escucho una canción, se repite una y otra vez.
Si saliera vivo de aquí (y no veo razón por la que no), sería ésta la mejor de las aventuras que podría contar a mis nietos.
El aire zarandea la casa, dibuja remolinos y garabatos, como dándole la bienvenida, un juguete dentro del ojo del tornado, aunque aquí se está como en un ovillo, es como viajar en globo, la m��sica debe ser  el espíritu de aquellos hombres amarillentos que bailan y susurran.
Y de pronto la casa deja de mecerse, la música calla. Una leve sacudida, creo que he vuelto. El cielo está en su lugar.
La gente ha venido a verme, aunque esta no es la tierra que solía habitar antes. Parece que el tornado me ha depositado unas pocas millas más lejos para estar más cerca del pueblo. Mejor así, antes estaba atormentado por mi soledad ventosa.
Les he contado que he escuchado la música del tornado. ¿Por qué no la he grabado? ¿Cómo es? preguntan con el estupor en la garganta. La he tarareado pero no le han pillado el ritmo. He notado que ahora me miran con ojos grandes de respeto.
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leilatomaselli · 6 years
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Si la mar se seca
Bitácora 20
La Catedral del Mar
Me parecían costumbres medievales las de obligarme a hacerle reverencias a las visitas. Algo tendría el medioevo que me hacía ruido en el alma. Una premonición, talvez.
El torrente del tiempo me trajo hasta estos muros de piedra y vuelvo a cuestionarme la edad media desde el futuro.
 A los muros baleáricos de piedra de marés, anchos y arenosos le han biselado los cantos, donde aristas y prominencias encuentran los cruces de callejuelas, para agilizar el paso de caballos y carrozas. Pruebas del paso de miles de almas de tres religiones por los carrers adoquinados, el calco de una mano, figuras de moros, vírgenes, nombres de bocacalle cocidos en mayólica. El casco antiguo, guarida de ángeles baratos e irredentos en otras épocas, ha recuperado su dignidad urbana, ha sido declarado patrimonio de nuestra historia y es protegido por leyes de conservación.
Si extendiera la mano casi podría alcanzar una estantería abandonada en el ático de un edificio medieval (gemelo de este desde donde observo, pero sin rehabilitar), áspero, crudo, adicto al polvo como el set olvidado de algún film, atraparía algún libro antiguo y desecado, el que quisiera, que hablara de historias de mujeres que escriben con seudónimos de hombre, de relatos siniestros y grotescos, deshojados por el viento y salpicados de excremento de paloma despectiva.  Una enorme prensa de madera puesta de pie, rueda de la tortura talvez, con su complejo sistema de poleas y sogas deshilachadas, trae imágenes de algún cristiano atirantado cabeza abajo. No hay ventanas que filtren o contengan los secretos ahí guardados. De noche me resguardo detrás de cortinas de algodón y neblina que borran el mundo, para que los misterios no puedan alcanzarme.
 En el histórico silencio, una pesadumbre zigzaguea como anguila, ¿No colisiona el valor de los muros antiguos que rehabilitamos con la memoria de antiguos agravios? No siempre son testigo de nuestra mejor parte, aunque siempre hubo buenos hombres y buenas mujeres y siempre habrá.
 Si el año 2.000 fue de angustias para algunos, el año 1.000 lo fue aún más, agravadas por la falta de experiencia de nuestra joven civilización. Y es que 1.000 años (se dice pronto) dan para muchas intrigas, hambrunas, revueltas y creencias, desde la caída del imperio romano, cuando se juraba que la tierra era llana y repleta de monstruos marinos, hasta el descubrimiento de América, cuando se reveló su redondez, sin monstruos ni cataratas infinitas.
En aquel universo de violencia y desesperado intento de control de las masas (¿qué mejor que el miedo?), cuando las noches reducían el mundo a la luz anémica de una vela y cada amanecer era una nueva guerra contra la jauría llamada prójimo para frenar los abusos de reyes y nobles de quienes los campesinos eran siervos, no le quedó más remedio al alma que construir catedrales para mirar al cielo y dialogar con Dios. Y con la Virgen María por cuyo amor, no del clero ni de los reyes, sino del pueblo, se levantó la Catedral del Mar. Y así luce.
No fueron distintos los señores feudales de la sociedad medieval barcelonesa.
Siglo XIV. Bajo la Corona de Aragón, llega a la Ciudad Condal, con su hijo Arnau en brazos, Bernat Estanyol, escapando de los abusos de un señor feudal. La próspera Barcelona se ha extendido hacia la Ribera, un humilde barrio de pescadores, en el que el pueblo ha iniciado, con donaciones de las cofradías, la construcción de la iglesia de Santa María del Mar.
De la sufrida vida de palafrenero, estibador y soldado, testigo de maltrato hacia las mujeres, objeto de servidumbre sexual y derecho de pernada (ius primae noctis), vendidas, prostituidas, obligadas a cauterizar sus heridas para seguir viviendo, hasta la vida holgada como cambista, Arnau no sería el personaje que es sin haber aprendido del padre la dignidad de los hombres buenos.
Y sí, se enfrentará a la cara más  insondable e irrecordable de la Inquisición
Una serie merecedora de aplausos por haber echado un poco más de luz sobre la periferia de nuestra historia, por mostrar la cruz de una sociedad en la que la vida y la muerte mezclaban sus sombras, la acechanza de la desgracia siempre presente, cuando la lluvia era diluvio bíblico, el sol una hoguera, el silencio un vacío universal, el control religioso una inquisición, los apestados ramas secas para tirar a la carreta. Y la introspección desterrada. Demasiado había que prodigarse para sobrevivir.
Una serie “sucia”, de explicita brutalidad, instintos en libertad de animales de bellota, humanos y no. “El que no quiera mirar, que no mire” advierte la Producción, que solo se ampara en el retrato veraz de una España y un mundo lleno de brutalidad y crudeza descrito por  Falcones, del que se ha adaptado esta superproducción.
En el trasfondo histórico, la peste bubónica, que asoló todo el Mediterráneo reduciendo la población a la mitad y el feudalismo, que perdió fuerza tras malas cosechas (y porque la historia avanza y tiende al equilibrio), desembocaron en la migración del mundo rural hacia las ciudades, para inaugurar la nueva clase social de la burguesía, hecha de artesanos y mercaderes. El paso áspero y brusco del campesino, como su vestimenta gris tordo, se transformó en el paso más pulido del artesano y las calles de Barcelona olieron a pan, a hierro forjado, a madera aserrada.
 Las paredes baleáricas también me regalaron sorpresas. Venía no sé si del pasado o del futuro. Había perdido la capacidad de asombro, confesaba Francisco, con su nombre de Asís, le había atormentado una sensación de culpabilidad, una conciencia de débito. Y creyó verse inquisidor. En lágrimas confesaba que él no lo había hecho por placer sino por obedecer órdenes. Dijo que ese llanto liberador le ayudaría a vivir mejor ahora que quería ser un buen hombre.
Me pregunto si yo también vengo del futuro o del pasado porque me da carraspera pronunciar la palabra edad media, el periodo más largo de la historia, en el que cabe la mejor y la peor cara de nuestra civilización. Mientras los campesinos se transformaban en artesanos, nobleza y clero levantaba ciudades amuralladas torreones, bastiones, fosos, barbacanas, la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba.
Ya fue. Ahora a recoger los guijarros y guardarlos como patrimonio de nuestra historia.
  Si la mar se seca
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leilatomaselli · 6 years
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Si la mar se seca
Bitácora 19
Gemelos
                                                                                      Foto de Isidora Bailly
                                                                                Foto de Frieke Janssens
El mundo hace tic tac y no es el dictador que se va ni el tiempo que se acaba, es la luz y la oscuridad, la duplicidad de los gemelos, lo real y lo fantástico, la fortuna y la desventura, el ir y venir, los normales y los raros. Aunque lo extraño y lo anómalo solo sea una categoría conveniente para dejar a alguien al otro lado, sospecho. De la presencia de estos personajes que buscan refugio en una encrucijada, de los músicos y los poetas, de los que viven al margen, de los heridos y esquinados, a los que me gusta ofrecer un guión para convertirlos en una celebración de belleza, nace la ficción.
                        No tengo afición por la oscuridad, el horror y el terror, ni por los monstruos y sus monstruosidades, los vampiros y sus aficiones, los dueños de circo y sus animales, la sangre inútil (ni siquiera la útil), solo tengo los ojos dispuestos para la chispa que ilumina el secreto, el instante de alumbramiento, el rayo de luz que atraviesa el cristal de la realidad y crea la maravilla.
Y la realidad es alucinación suficiente como para extraer cualquier guión de vida.
Tomar las vivencias propias como combustible, las anécdotas familiares, el rumor del pueblo, lo que nos han contado, las palabras robadas en la calle que echan luz sobre un cacho de vida, lo que no se vivió ni se contó pero sucedió, lo que se contó y no sucedió, las reflexiones, las circunvalaciones concéntricas que desdibujan las barreras entre realidad y ficción y rociarlas de lo fantástico. A eso le llaman autoficción.
La autobiografía es otra de las tantas posibilidades de ficción, con su ritmo distinto, su propia musicalidad, su desnudez y su intimidad hecha de fragmentos de vida, expuestos en carne viva.
Fellini dejó dicho que todo es autobiográfico, también la ficción, ya que todo sale de la experiencia personal. Y Picasso reinventó el mundo aplicando unas leyes distintas, sus propias leyes de geometría pura.
Y cruzaron el cristal como rayos de luz.
La mayoría de nuestras certezas, casi todo lo que sabemos del mundo se lo debemos a ojos y orejas prestados, finalmente tanta literatura sólo sirve para darnos cuenta de que no tenemos idea de nada. Pero podemos confiar en las emociones que nos produce. Con suerte.
Talvez sea un poco géminis porque los ojos con los que miro el mundo buscan la pareja, su doble, el gemelo, el tic tac del mundo, el alter ego, la réplica, el espejo en el que ser dos (un gemelo hasta podría vivir dentro de uno, así dicen).
No todos los gemelos.
Víctor toca el sax tenor, tiene barba blanca y tez morena. Su voz tiene el tono lento y pegajoso de un entusiasmo demacrado, de haber sido sorprendido por una larga lluvia de renuncias. Su hermano gemelo no, Paul, hasta el nombre lo dice, es blanco.
Los gemelos nacieron con el cordón umbilical de uno enrollado en el cuello del otro. Tras unos días de tribulación por la confusión de colores, el padre lloró un poco, la madre los exhibió con orgullo. Por algún don innato, podía vislumbrar relámpagos de futuro en los ojos de sus hijos, pero su amor materno la preservó del dolor de ver como Víctor quedaría rezagado.
Les vistió idénticos y con sacrificio extremo le entregó un sax a cada uno para resaltar la sinonimia. Pero Paul era el que sonreía en las fotos, Víctor tenía siempre la mirada como si volviera de una pesadilla. Además, tenía una herida que Paul no tenía, una bala perdida le rasgó el muslo y le cortó de cuajo la mitad de su hombría y es abstemio, un voto que prometió y no supo mantener desde que la bala perdida le perdonara la vida dejándole estéril.
Tras unos primeros estudios en la escuela de música, Víctor y Paul (Pol, insistía la madre, se pronuncia Pol) han sido autodidactas.
Crecieron simétricos y disciplinados, llegaron a tocar en algunos bares de la ciudad, hasta que Paul desgarró la geometría al irse de casa en busca de un destino mayor. Ahora vive lejos, hace vida holgada, su sax suena por la radio. Antes de que la bisectriz partiera en dos el grumo bicolor que eran los gemelos, murió la madre con su sueño de gloria musical intacto.
Víctor prodiga su música jazz por las calles, devorado por lo absurdo de su vida. A la mujer y a su hija, aunque es como si fuera propia, no les alcanzó el ánimo para acompañarle en su vida realenga. Una mujer a la que había querido mucho pero el eco de los te quiero había durado solo unas 4 primaveras.
Víctor ha soñado con ser algún día tan bueno como Coleman Hawkins, (uno espera tener una vida prodigiosa para darle sentido trascendente), pero le han faltado ocasiones, dice, en sus notas asordinadas y pudorosas esta la tristeza por no haber sabido coger la vida por los cachos, atrapar las puntas del sueño. Talvez sea porque su hermano se ha asegurado todo el cupo de la suerte familiar.
Al llegar una madrugada como perro mojado de una noche de lluvia fina y mucho vagabundeo en el reverso del alcohol y de la música (¿pero no era abstemio? Para Víctor la sobriedad solo incluye el vino, el resto de alcoholes está altamente permitido), con un cansancio antiguo que lo obliga a andar encorvado y engullido por espejos nocturnos y ángeles baratos, su ex mujer está esperándole en la puerta de casa y le pide que por favor cuide a la hija que acaba de salir de terapia porque sufre de bulimia o anorexia, algo así.
Ante tan extrema delgadez y palidez, la piel nacarada y llena de dudas y vacíos, Víctor se baja las mangas de la camisa para esconder sus propias muñecas vendadas.
Mientras se dirigen a la playa con un coche prestado y el sax enfundado, la radio difunde las notas de Paul. La chica pregunta entonces por el tío y Víctor se hunde en su catástrofe emotiva adjudicándose toda la mala suerte por haber sido, de los dos, Víctor y no Paul.
De pie en la orilla de la playa, imaginando cuantas cosas trascendentes podían estar ocurriendo en ese preciso instante en cualquier rincón del mundo que se estaba perdiendo, seguro de que podría haber sido más feliz viviendo otra vida, bendice tener por lo menos un destino en el que naufragar.
Sentada a sus pies al lado de la funda del sax, la mirada de la chica cae sobre las muñecas heridas, pregunta con los ojos. Víctor elude la respuesta arrojándose al mar.
Aburrida, la chica abre la funda, el sax brilla tanto como la vida de Víctor es opaca. Al acariciar el metal y sentir el espeso caudal de la música, asoma en la comisura de los labios anémicos el inicio de una sonrisa. Víctor ha desparecido bajo el agua hace minutos ya, entra la chica al mar vestida y asustada cuando finalmente sube a flote.
Sonríe la niña de nácar.
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leilatomaselli · 6 years
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Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 18
 La música es tiempo más un pájaro
Mi madre era pianista. Llegaba a Siena con un único deseo en el pecho, abrazar la música en su propio santuario.
                        En el centro de la Toscana, como una isla en un mar de ondulaciones y lejanos cipreses, se funde Siena con las colinas del Chianti. En el arcilloso centro de Siena, se funde con los palacios medievales la Accademia Chigiana, catedral de luz y sonido, rehabilitada por su mecenas para educar generaciones musicales de la mano de Manuel de Falla, Andrés Segovia, Pau Casals, entre muchos. En la Accademia impartía cursos de perfeccionamiento el maestro Sergio Lorenzi, amigo de mi madre y quién sabe si más.
 El verano más bochornoso jamás conocido, en la época en que la carcoma cruje sin descanso el alma de las antiguas maderas urbanas, regando por superficies y angostos callejones el histórico polvillo, asistimos mi madre y yo a las performances de músicos venidos de lejos.
Cuando el crujido irritante de vigas masticadas se vuelve escándalo e interrumpe su concentración, Sergio a su piano, de pronto nevado de limaduras, las notas salidas de su magia a medio hacer, retiene la respiración con resignación hasta que los viejos muros del palacio tiemblan bajo la risa compacta, sacudiendo la carcoma.
Tras la sonora carcajada, músicos y oyentes hacen ahora la ola inclinando la cabeza hacia el mismo lado para escuchar con un gesto que parece el de un ave.
Un hervidero de talentos macera el ritmo, las variaciones, las repeticiones y tras la suspensión de hace unos instantes, se potencian las armonías.
La violinista argentina toca descalza con los pies en garra, aferrándose a la tierra para no volar con su arco a otros mundos. Cada nuevo ataque es un asalto.
La flautista toda rizos y liviandad asilvestrada, antorcha de juventud, está a punto de descubrir el misterio del mundo.
De las manos de un pianista japonés, esterilizado y sin parpadeo, las cejas rectas e inexpresivas, los labios sin ondulaciones, sale una ráfaga de notas que rompe la membrana del tiempo.
Nadie tiene apellidos aquí.
Unos son músicos del sufrimiento, otros son claros como Debussy, lleno de escamas que brillan en el agua, marcan pasajes y cambios cromáticos, mientras el maestro espía la línea del codo que se dobla sobre la partitura, los pies sueltan la garra y la mano vuelve a su arco con el lápiz entre los dientes, desnuda sin saberlo. Únicos legítimos intercambios de pública intimidad entre maestro y alumna.
Mi madre, con su oído absoluto, despacha músicos de alto calibre con un bravo. Pero si le erizan la piel, queda clavada a la tierra con el alma en carne viva.
En las tardes aún más calurosas que los días, cuando un enorme caldero arroja su vaporón irrespirable desde la Piazza del Palio, Sergio sigue dando la batuta dentro y fuera de la estrechez de los salones barrocos. Sus estudiantes le rodean sudorosos y encaramados sobre un solo pie, de rodillas, con los ojos poblados de todo lo que han visto, deseosos de más, mucho más, pendientes de no perder ni un suspiro del maestro. Congestionados de partituras, ven hasta lo no visible, encarnan la realidad. Y el maestro, tan atrevido como su pajarita de seda azul y pepitas blancas que le hace niño malcriado, se nutre de ese émbolo de vida que le respira en la nuca, pide que le cuenten chistes picantes, sacude la papada y estira la tirilla de goma que mantiene la pajarita en posición prefabricada.
Porque el cuerpo y sus sentidos son el instrumento musical originario, anuncia, por si no lo sabían, las notas se dispersan algunas, muchas, sobre la piel, otras por canales internos que no necesitan de toque físico. Y una vez descubierta la música, la memoria del cuerpo no olvida un idioma que la mente quizá sí. Por ese lenguaje muy de ellos, hecho de miradas y manos y leves contactos, observo que mi madre y Sergio, estos dos amigos que no necesitan hablar, reviven con escalofrío este momento de desorden sensorial, memoria de amores compartidos, talvez. Mi madre niega y extiende la vista sobre murallas y contrafuertes iluminados por una luna incipiente y sin contornos.
 ¡Qué difícil es ser un asceta de la música! Técnica, precisión, interpretación, códigos armónicos, cromatismos sonoros, partituras bajo los parpados, horas, meses, años de estudio rumiado. Eso solo es la prosa, la poesía se adquiere destripando el mundo como un niño, tomando posesión de la vida con el paso leve que la tierra recibe como si le esperase desde siempre. Agarrar los días por el cuello para estirar su luz, apresar el agua por la garganta, atomizar el tiempo para adivinar el misterio, enseñaba Sergio, rasgarse el corazón, tocar el instrumento con desnudez, para que brote la pulsión humana.
¡Que las fuerzas de la vida pasen a través de vuestro cuerpo! —tronaba Sergio, con Wagner en el pecho.
Un día, dejó que el pájaro que habitaba el árbol de su patio veneciano cantara por él.
La música es tiempo más un pájaro en tus dedos. De pájaros me hablaba también mi madre el día en que decidió darme clases de piano, como no. Si podía enseñar a otros niños, ¿porque no a su propia hija?
           En las pausas, dejaba que me asomara a observar el milagro. Siempre en las pausas.          
Iban llegando, entre los cipreses de las orillas del lago, pequeñas bandadas de patos zambullidores, con sus vientres blancos, un aletear que no se sabían atareado y un reflejo de horizontes norteños en las plumas pardas. (Baricco)
Rozaban la superficie barriendo con sus vientres blancos la piel del agua en el silencio de aquella campiña aturdida de calor. Un aleteo que duraba un instante. Luego los pájaros pechugones que venían de lejos para tocar el agua como un instrumento, aterrizaban con gracia atolondrada. Sin la complicidad de la naturaleza que se ofrece para plasmar el espectáculo, aquel prodigio no hubiera podido ocurrir.
— ¡Hija! —perforaba la voz de mi madre la perfección de la creación. Y la campiña volvía obvia, el laguito sigiloso como siempre.
La vida envía un mensaje oculto en las palabras con alas, en los versos finos como hilos de cristal, en el canto de los árboles, en el cascabeleo del agua, en la frondosidad de las notas, en su poesía: son el resultado de la misma misteriosa fecundación musical. Como en la palabra LOVE, sonora en extremo, con la que nombran los japoneses modernos el amor. Nunca le han puesto nombre, milenio tras milenio, al sentimiento de amor japonés. Hay palabras para nombrar el afecto por un hijo, un amigo, un perro, pero el amor de pareja nunca contó con una palabra suya porque todas las relaciones han sido tradicionalmente arregladas.
¿Adónde van las palabras perdidas, las que nunca existieron, como amor en japonés, las notas a medio hacer, las pausas? Talvez al mismo lugar donde van a parar los calcetines que se pierden en la lavadora.
 Si la mar se seca
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