Tumgik
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Un paso
El viento en el rostro me trae de vuelta de mi abstracción. El frío que acaricia mi piel casi lastima. Había estado recordando una conversación lejana, bueno, recordar la conversación sería un prodigio. Recordaba fragmentos. Esos fragmentos que incluso en contra de la propia voluntad parecen instalarse definitivamente en la memoria.
Recuerdos que terminan convirtiéndose en arrendatarios reacios a ser desalojados. Inquilinos indeseados que sin importar con cuanta violencia griten en medio de la noche, sin importar los daños físicos que causan a su vivienda cuando explotan en odio, siguen aferrándose a los vestigios de lo que alguna vez fue un lugar en paz.
Al menos, en este momento solo queda el viento acariciando mi piel. En este momento estoy a tan solo un paso de sentir cómo la gravedad me hala al vacío. Solo un paso para que mi cuerpo atraviese pisos interminables de aire. Un paso para por fin desalojar a los arrendatarios indeseables.
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Una tarde dorada
Cerré los ojos mientras imaginaba que no eran mis manos las que recorrían mi piel sino las tuyas. Busqué en mi recuerdo el tacto de tus dedos, quise sentir tu piel deslizándose sobre la mía. Sentí tus labios en los míos, sentí el calor de tu cuerpo e intenté enterrar mis uñas en tu espalda. Recordé que no estabas conmigo.
Abrí los ojos y noté que había dejado de llover. Vi un cielo dorado claro llenar la ventana. Distante, el sol pintaba el cielo nublado de dorado. Como en un cuadro, podía disfrutar de la belleza, pero no de su calor. Ansié su calor como ansié tu tacto. Deseé más de lo que podía tener.
Traté de reencontrarme con el recuerdo de tu cuerpo. Quise volver a sentirte en mí, qué insuficiente es la memoria. Aún sin poder hacerte justicia, llegué al clímax usando los vestigios del recuerdo. Gemí tu nombre queriendo materializarte por medio de la palabra. Seguías sin estar conmigo. Lo intenté una vez más, pero sentí la pesadez en mi cuerpo y en mis párpados. Quise quedarme así, aunque no era lo mismo sin ti.
Mira, te soy sincera, yo sé que llevamos meses sin vernos. Probablemente cualquiera diría que no es sano aferrarme al recuerdo de tu cuerpo como lo hago. No me malentiendas, no es que no haya habido otros cuerpos entre el tuyo y el mío. No es que tu cuerpo sea el último que recuerde y que a esto se deba mi necesidad de llamarte telepáticamente en la soledad. Es peor. Es que eres tú. Lo dije. Eres tú y no otra persona. No importa cuantas camas recorra. Al final, eres tú. Ni la terapia pudo desprender mi deseo de ti. Mi deseo eres tú y tú eres mi deseo, ya no hay diferencia. Me frustra, me cansa, me agobia, te extraño. Como en una tortura cíclica, podría llamarte de nuevo. Sí, yo te alejé, pero tal vez me equivoqué. ¿Esto es amor? Al menos tengo seguro que es deseo. ¿Cómo amándonos tanto nos hicimos tanto daño? Todavía me cuestiono si tomé la decisión correcta. Iba enloqueciendo, lloraba constantemente, dolía todo el cuerpo y aun así, meses, años después, vuelvo a tu recuerdo. Es mi propia tortura. Desear un cuento perfecto en donde ninguno de los personajes iba a estar a la altura de la expectativa.
Tenía que llamarte. El impulso fue tan impetuoso como el deseo que tenía de verte. Nada importó, sentí mi corazón latir más fuerte de lo que había latido solo unos minutos atrás. Solo podía pensar en que volvería a escucharía tu voz, casi me arranco el labio de un mordisco cuando escuché “sistema correo de voz”. Una vez más, si no contestabas dejaría de intentarlo. Solo una vez más. Ojalá hubiera escuchado tu voz.
¿Aló?
¿Migue?
Hola.
¿Está todo bien? ¿Dónde está tu hermano? ¿Por qué no contesta su celular? ¿Tu hermano está bien?... ¿Migue? ¿Qué pasó? ¿Migue? ¿Por qué lloras? Migue, ¿dónde estás?
No vengas. Ya no importa.
Migue, ¿qué le pasó a tu hermano? Por favor.
Mi hermano ya no está.
El resto no lo recuerdo con tanta claridad. Hubo explicaciones cortas y concisas de por medio. No hubo mucho detalle, tampoco quise preguntar más. No sé ni qué sentí. Lo hiciste. No sé más. No importa nada más, lo hiciste. No hay más. No hay nada más. No eres más.
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Entre el consentimiento y la agresión
Escribir esto ha resultado mucho más complicado de lo que esperaba. Han sido muchas las veces que he empezado y he tenido que borrarlo todo. No pretendo encontrar la razón de esto, probablemente tenga que ver con lo que alguien más pueda decir al respecto que un temor interno de exteriorizar ciertos aspectos personales de mi vida. Sin embargo la necesidad de expresarlo es más grande y por eso no cuidaré lo que diga.
Mi construcción como mujer, pero sobre todo, como una mujer con una sexualidad y una mujer dispuesta a disfrutar de su sexualidad ha sido un camino muy interesante que, claramente, no ha terminado. Desde muy joven entendí que la sexualidad, para mí, era un tema de poder, de desahogo, de explorar cómo me relacionaba con los otros y qué tanto estaba dispuesta a dejar entrar a alguien a mi vida y con qué pretensiones. El sexo para mí siempre fue un tema diferente al amor; el sexo es un acto instintivo que ha pasado por los filtros de la moralidad y que han querido unir al amor para que sea mejor visto. El caso, para mí el sexo es goce, es disfrute de los cuerpos y un proceso para conocerme a mí misma.
De manera que en este proceso de auto descubrimiento empecé por explorar mis gustos, lo que deseaba, los límites a los que estaba dispuesta a llegar con las personas con las que me encontraba. Lo más difícil de esto fue entender uno de los temas más importantes para vivir la sexualidad de manera segura: El consentimiento. Entender que como mujer no le debo sexo a un hombre sólo porque me invitó a salir, que no tengo que estar dispuesta a decir que sí únicamente porque es mi pareja y entender que si deseo detenerme esta decisión debía ser respetada, fueron cosas que tardé mucho en aprender y que lamentablemente hoy, 9 años después de haber iniciado mi vida sexual, sigo sin llevar a total cabalidad.
En medio de mis experimentos me encontré con que sentía placer en los encuentros que se daban con cierta agresividad, todo bajo ciertos límites completamente personales de dolor vs. placer. En la mayoría de encuentros en los que quise que existieran tintes de violencia hablaba con mis parejas, decidíamos hasta donde llegar y ambos disfrutábamos o nos deteníamos si era necesario. Sin embargo, desde muy joven creí que a veces era válido darles ciertos permisos. De modo que en varias ocasiones les permití cruzar límites (a los que les quite casi toda la importancia), a veces aunque no quisiera les permitía estar conmigo y sólo esperar a que terminaran rápido para estar tranquila, a veces no medían su fuerza (nada grave) y yo simplemente lo dejaba pasar excusando en el calor del momento, en otras ocasiones fingía que simplemente me sentía bien sin pensar en que yo también tenía el derecho de disfrutar, en fin. Hoy pienso que permití eso no por tener un hombre al lado, creo que el problema más grande es que aun hoy no entiendo el valor que tengo y cómo debería verme a mí misma.
Todo cambió en mi última relación. Dejando de lado la persona con la que estuve y las muchas alarmas que existieron de que era una persona muy complicada para llevar una relación sana en el sexo nos entendíamos bien (al menos eso pensaba). Disfrutaba de estar con él y en cuanto le pedí que fuera ligeramente agresivo no lo dudó y las cosas fueron estables, en términos generales. Sin embargo, conscientemente comencé a ignorar y a dejar pasar pequeñas agresiones. A veces si no decía “no” más de tres veces no era entendido como un no, aunque claramente no sé qué tenga de complicado entender una palabra tan corta y contundente. A veces él actuaba sin preguntarme antes, lo divertido era que yo lo excusaba y simplemente pensaba que, claro, como en otras ocasiones le había permitido actuar de cierta manera sería contradictorio de mi parte. Admito que no sé en qué estaba pensando, aun no comprendo esa mala costumbre de ignorar lo que pienso y quiero, dejando que cualquiera pase sobre mí.
El problema más grande vino al terminar la relación. Nuestra relación fue corta y tormentosa, esos meses que estuvimos juntos me parecían años y hoy siento que fueron largos años en los que llevé unas cadenas muy pesadas, a pesar de que no llegó a durar ni medio año. En el momento en el que terminamos, mientras recogía mis pedazos e intentaba buscar la versión de mí que había perdido creyendo que la relación valía lo suficiente como para modificar mi forma de ser, pensé que no iba a ser mala idea seguirme acostando con él. Seguía convencida de que nos entendíamos bien y las pequeñas agresiones nunca pasaron a mayores. Lo que no tuve en consideración fue su ser. Él siendo una persona tan dependiente, insegura, celosa y una persona en una constante búsqueda de aceptación y cariño, vio que el sexo era, de alguna manera, una prueba de que lo seguía amando y que lo nuestro iba a ser eterno. Para mí solo era sexo, sexo vacío, sexo sin sentimiento, sexo fácil, sexo conocido, sexo rutinario, sexo para despejarme la cabeza cuando lo necesitaba, solo una necesidad instintiva. Cada vez era más complicado manejar estos encuentros, él buscaba cariño en mí, un cariño que existía para cubrir la lástima que sentía por él, pero que no era realmente profundo. Después del acto comenzaba a tocar temas agudos a los que yo nunca quería llegar porque sabía que no estábamos en la misma sintonía. De todas maneras me comí el cuento de que todo estaba bajo control por mi lado y que en el momento en el que me aburriera me iría y ya. La última vez que nos vimos, me di cuenta de que en realidad nunca tuve el control, solo me convencí de que era capaz de manejarlo todo para estar en paz conmigo misma. Llegué a su habitación (en ese momento vivía en un cupo universitario), el ritual inició como siempre, lo besé más por costumbre más que por un deseo real de sentir sus labios, como siempre, él se apresuró a desvestirnos y me penetró, yo no si quiera estaba lo suficientemente lubricada para que fuera sencillo, a él le afectó y me pregunto si es que ya no le gustaba. Debí ser sincera, no lo fui. Le permití seguir, me dejé llevar, me obligué a disfrutarlo, necesitaba la explosión hormonal. Llegó más bien rápido y se echó a mi lado diciendo lo mucho que me amaba, lo mucho que extrañaba el calor de mi cuerpo en las noches, que yo era lo único que lo mantenía a flote porque sin mí no era nadie y la vida no le valía nada. Lo dejé hablar, se frustró porque no recibía lo mismo de mi parte, entonces decidió decirme que igual ya no quería pelear, que no quería seguirme celando, que él sabía que íbamos a estar juntos por siempre, de todas maneras. Aun así al minuto comenzó a recordar la única vez que le había mentido y decidió decir que igual me perdonaba. En ese momento no lo pude evitar y exploté. Saqué sus mentiras, sus ataques de celos, le recordé que si habíamos terminado era porque el andaba buscando más cosas por fuera de la relación. Me cansé le dije que era una estupidez seguir así que me había equivocado por darle alas y decidí irme. Comencé a vestirme, pero él fue más grande, me lanzó sobre la cama sencilla, sobre las cobijas, me inmovilizó, me buscó, me embistió, me dolió, grité que no, mi fuerza no valió, le pedí que se detuviera, que ya me quería ir, lloré, no le importó en el último momento pude moverme hacia el frente, me separé de él y se vino en mi espalda. A lo que mencionó: “Quién lo diría, me vine más rápido.” Se acostó, me levanté, me vestí, le pedí que me abriera, no quiso levantarse, casi le rogué que lo hiciera, me dijo que le habría gustado venirse adentro y con lágrimas en los ojos le dije que lo que menos quería era un hijo de él, me dijo con una sonrisa: “me gusta pensar en la idea de que tengas hijos míos.” Se vistió, me abrió, pedí un taxi y me fui.
Lo peor de todo esto, es que en el momento no logré entender qué había pasado, él estaba bravo porque me había ido y ahora me reprochaba que no quisiera estar con él. Decía que todo era mi culpa por no darle una segunda oportunidad y al rato me decía que me amaba y me escribía melosamente, escribiendo como un niño que habla a media lengua repitiéndome que yo era todo para él. Finalmente un día tuve la fuerza de decirle que me dejara de buscar, que no quería saber más de él, que no podía ni quería seguir así. Dejamos de hablar. Comencé a repasar los eventos de los últimos meses y ahí entendí que nunca había tenido el control, que me había entregado ciegamente a algo que nunca entendí completamente, que había negado quien yo era por complacerlo, que me había negado la posibilidad de ser genuinamente feliz compartiendo mi intimidad con alguien que no me hiciera daño. Me creí reina de mi mundo cuando en realidad lo había entregado y había permitido que hicieran con él lo que quisieran. En este punto sólo recojo los pedazos de quien fui y aun busco quién quiero ser.
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Para la noche de insomnio
Cinco horas de sueño. Debería bastar ¿no?, apagar la luz, recostarme sobre la almohada, inhalar en cuatro segundos, contener la respiración durante siete y exhalar en ocho, sencillo. Uno, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… ¿apagué la estufa? ¡Carajo!
Estoy cómoda, sería una pérdida levantarme. Uno, dos, tres… ¿y si el gas está abierto? Hay ventilación, sería poco probable una muerte así, aunque, por otro lado, solo me quedaría dormida, nadie encontraría mi cuerpo, tal vez ni notarían mi ausencia. Carajo, si me muero ¿quién le va a dar de comer a la gata? ¡Qué se alimente de mí! Al fin y al cabo sería de mayor beneficio para el ambiente. Si me muero intoxicada por el gas natural ¿no moriría también la gata? Carajo, carajo, mejor reviso que todo esté cerrado.
Ok, de nuevo, la estufa está bien, no hay goteo de ninguna tubería, la gata tiene comida, agua. Cuatro horas y veinte minutos. Uno, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro… ¿es en serio? Ignóralo, se va a ir, no está ahí, la mente es poderosa, si te convences de que no existe, entonces no existe. Sencillo, no existe, eso no es un mosquito, ese sonido, no lo estoy escuchando. Carajo, mejor lo mato.
¿Dónde estás maldito? Claro, qué oportuno esconderse justo cuando prendo la luz. No importa, yo espero, tengo paciencia (no mucha en realidad), pero usted se está metiendo con mi sueño y eso no se lo puedo perdonar. Usted tiene hambre, espera algo de mí, salga y arreglamos esto de frente.
Está bien, si no va a salir, al menos no venga a joder cuando apague la luz. Ni quiero saber cuántas horas de sueño me quedan. La madre, a la verga la respiración, cerraré los ojos y ya, no pasa nada pasa, yo puedo dormir.
Otra vez, ahí está, lo escucho, no puedo estarme inventando esto. De todas las cosas que imagino al día, ésta es real, ésta la siento. Ahí está. No puedo negar que escucho, escucho sus ansías, escucho su necesidad, escucho su movimiento, existe. Podría ponerle un nombre y eso lo haría aún más personal, le daría una personalidad, características como que tiene tatuajes, le gusta el merengón, tal vez toca en una banda; el sonido de sus alas tiene cierto ritmo. No, no puedo darle una personalidad. ¿Qué pienso? ¿Un nombre? Que absurdo, no es más que un mosquito, prendo la luz, lo encuentro, lo mato, fin. Dormiré las horas que me quedan.
No está, tal vez huye cuando las cosas se ponen difíciles, tal vez decidió que me odia, tal vez solo quiere evitar que duerma y quiere arruinarme la noche. No se lo voy a permitir, esperaré, de nuevo. No sería la primera vez que espero algo de quien solo me desea a su antojo, no sería la primera vez que espero a quien podría entregar mucho de mí sin darme cuenta. No sería la primera vez que espero, y no sé si es por mi o por este otro que esta noche no me deja dormir. Soy capaz de esperar, me acostumbré a esperar a que aparezcan porque buscarlo sería un acto desesperado. Esta mal estar desesperado, de pronto se da cuenta que no hago más que pensar en él. Aparentaré que tengo una vida… música, pondré música. Hasta de pronto se le antoja salir a bailar conmigo. Podemos fingir que disfrutamos de nuestra compañía hasta que alguno de los dos de la estocada final. Su piquete no me matará. Dolerá, incomodará, pero si yo le gano, si yo utilizo mi palma para zamparlo contra la pared, si siento su cuerpo romperse bajo mi mano mientras sale sangre de su pequeñísimo cuerpo, no habrá vuelta atrás. Es solo un mosquito, no es más. Si lo mato, dormiré y seguiré mi vida ¿por qué darle tanta importancia? Como él hay millones y millones más en el mundo. No debo darle tanto poder a un solo individuo, no debería. No debería permitirle seguir sabiendo que me va a hacer daño, tengo el poder. No puedo ser tan ingenua, hay señales, casi siempre sé qué va a pasar, no es difícil, solo hay que saber ver. Está la distancia, está el desinterés, está el cambio, está todo a la vista, ¿por qué a veces me arriesgo a ignorar aquello que es tan aparente?
Yo sabía que no iba a funcionar, sabía que huiría en cuanto pudiera, sabía que me dejaría conmigo misma y los planes montados en la cabeza, sabía que no le pesaría, sabía que su egoísmo era más grande, sabía que no había esperanza. Aun así, esperé, fui paciente, lo intenté y deseé más de él.
¿Y el mosquito? No lo escucho, debe haber huido, también. A duras penas debe tener ganas de solucionar su hambre, no se quedará a acompañarme en estas horas de desvarío. Voy a dormir. Tres horas, ya qué.  Mañana debería fingir que estoy enferma. Aprender algo de él y huir de vez en cuando. Él no le huiría a esto. Solo es un deseo, no puedo fingir que estoy enferma, perdería más tiempo en urgencias que el que perdería madrugando. Dormir, dormir, dormir. Sigue ahí, lo escucho ¿Lo escucho? Las cobijas no son suficiente escudo. Una vez más. Una vez más. No puedo prender la luz. La linterna del celular, tal vez eso lo sorprenda y entorpezca su intento de esconderse. Una vez más, paciencia, tal vez sí haya aprendido algo, tal vez ahora seré más paciente, tal vez ahora me sea más fácil ponerme en los zapatos del otro, las alas en este caso. Debería agradecerle porque algo tuve que aprender. Ahí está. No puedo perder la oportunidad. ¡JA!
Lo siento. Eras tu o yo, por fin me puse primero. Carajo, tengo la mano untada, no lo pensé bien. Levantarme una vez más, caminar al lavamanos,… pero es lo último, podré dormir. No volverá ni esta, ni otra noche.
Carta a quien una vez conocí:
Anoche te encontré paseando por mi habitación. Le puse tu nombre a un mosquito. Lo maté, no me dejaba dormir. Ahora, tu nombre se ha ido con su cadáver por el sifón del lavamanos. No podrán volver a quitarme el sueño.
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Gina
Debo admitir que no sabía si venir a saludarte, nunca hablamos mucho, sin embargo lo considero necesario. ¿Te molesta el humo del cigarrillo? ¿Quieres uno?... Supongo que no esperabas que fumara. Es una lástima pensar en las muchas cosas que no te he contado. Creo que el gusto te lo heredé. Tú también fumabas ¿Sabes que nunca supe qué cigarrillos preferías? Tal vez tendría once años cuando por casualidad encontré una cajetilla azul en tu guantera. Ese fue el primer día en el que toqué un cigarrillo. De ahí en adelante fumar se convirtió en una actividad necesaria para mí. De hecho, estaba fumando cuando recibí la llamada de esta desconocida que, luego de certificarse de que yo era tu hija, me dijo que habías tenido un grave accidente y que yo era la última persona que aparecía en el registro de llamadas.
Yo. La última llamada, yo. Qué ironía, llevábamos varios meses sin hablar, me llamas un día para preguntar si yo aún tenía una gorra tuya y me convierto en la última llamada, el último recurso del hombre que es atropellado un día soleado a las dos de la tarde en pleno centro de la ciudad.  Bueno, me alegra haber estado cerca y que hoy también haga sol. Me recuerda a los días en los que  viajábamos a tierra caliente y jugábamos cerca a la piscina, cómo, bajo el ardiente sol del mediodía, me perseguías por el borde de la piscina y me atrapabas para que no resbalara. Recuerdo cómo reíamos cuando, en el agua, yo pataleaba rogando no ser atrapada por “el monstruo de la laguna”. El sol de hoy es así como el sol de esos días, lamento que ya no estemos al lado de una piscina y lamento que los juegos se hayan quedado allá, en esa infancia que hoy veo muy lejana.
Si hubiera sabido que un día te irías de casa, tal vez me habría preparado desde antes. Yo sé que ese tipo de cosas no se avisan, un día decides que tu vida no va hacia ningún lado y simplemente te vas buscando la “libertad”. Aun así, me hubiera gustado un aviso. El día en el que te fuiste descubrí lo mucho que odio los cambios drásticos, por eso, probablemente, sigo viviendo en nuestra casa. La casa que compartimos durante los primeros diez años de mi vida. Con algo de vergüenza admito que para el momento en el que yo debía partir de ahí fue mi madre quien decidió irse. Se fue diciendo que aprovecharía la oportunidad de irse de viaje. Tiempo después me admitió que había utilizado el viaje como excusa y que aunque le había funcionado, la verdadera razón por la que se había ido era que no aguantaba un segundo más en la casa, me confesó que era mucha la carga emocional y que lo mejor para ella fue liberarse de ella. Como sabes terminó viviendo en Italia y volvió para morir en “la tierra que la vio nacer”.
La casa sigue en pie, aunque últimamente he tenido que pagar más arreglos de los que deseo, tu estudio sigue allí y casi no he tocado nada. Con el tiempo boté o regalé la ropa que dejaste olvidada, pero tus libretas, tus lociones, tus discos, tus fotos, tu colección de autos en miniatura, permanecen intactos. Tu estudio, se ha convertido en una pequeña máquina del tiempo al pasado. Desde que mi madre se fue me apropié del cuarto principal y puse en arriendo mi cuarto y el cuarto de huéspedes. Necesitaba ayuda para mantener la casa y acepté a varios inquilinos, entre ellos una señora mayor que había venido desde lejos buscando a su hijo, un viudo que se terminó obsesionando con las prostitutas, un ex convicto que lo que mejor sabía hacer era inventar historias que demostraban su inocencia, otras personas con historias menos interesantes, pero siempre con historias. Sin embargo de todos ellos, Gina, mi última inquilina, es a quien mejor recuerdo.
Había llegado de España buscando su historia familiar. Luego de un tiempo, me explicó que era adoptada y que sus verdaderos padres eran colombianos. Al tenerla como inquilina y al verla casi todos los días, me sentí impulsada a ayudarle en su búsqueda y cada que podíamos salíamos esperando conseguir nuevas referencias sobre su pasado. Luego las búsquedas se convirtieron en excusas para salir de la casa, tomarnos algo  y hablar. Con el tiempo nos fuimos acercando más y la vida se me hizo más placentera. Fuimos inseparables y el tiempo que no compartía con ella lo utilizaba para trabajar.
En algún punto, después de haber conocido a Gina y de compartir con ella una gran parte de mi tiempo, conocí a Santiago. Pasaron casi dos años de noviazgo y Santiago se mudó con nosotras. Gina seguía en la búsqueda de su pasado aunque, de nuevo, luego de varios intentos, estaba llegando a un callejón sin salida. La dinámica de los tres era bastante agradable y todo parecía ir bien.
Solíamos cenar juntos y luego de que Santiago se quejara de las exigencias de su trabajo, me quedaba hablando con Gina. Le preguntaba sobre nuevos hallazgos y mientras hablaba yo era capaz de leer en sus labios cada letra que pronunciaba, veía, hipnotizada, el movimiento de sus manos y la manera en la que llenaba sus pulmones de aire para suspirar. Con el tiempo me fui haciendo experta en sus ademanes y sus gestos. Sabía cómo movía la nariz cuando un olor le desagradaba, sabía cómo jugaba con sus dedos mientras estaba distraída y conocía su mirada cuando algo la había decepcionado. Esos días yo me dedicaba a hacerla feliz entonces, éramos capaces de pasar horas sentadas en los cojines de la sala, generalmente con una copa de vino en la mano, mientras ella me dibujaba en su cuaderno o mientras nos contábamos alguna historia. Comencé a apreciar su compañía más que la de Santiago, a pesar de que no tengo queja alguna de él, él no era Gina. No sé si el notó un cambio en mí, personalmente, me dejó de interesar qué tanto sufría en la oficina o qué tanto odiaba el tráfico de la ciudad. En cuanto él terminaba de desahogarse y luego de algunos comentarios para subirle el ánimo yo necesitaba centrar mi atención en qué hacía Gina.
Finalmente un día, mientras Santiago había salido a comprar las cosas para la cena, miré a Gina mientras veía distraída la televisión, sentí un impulso incontrolable de besarla. Cuando me di cuenta de esto sentí que un escalofrío me recorrió la espalda, me quedé inmóvil mientras mi mente recorría la posibilidad. Imaginé varias maneras de acercarme sin asustarla y en el momento en el que por fin sentí la fuerza necesaria para levantarme hacia ella, me di cuenta que no podía salir de la parálisis en la que se encontraba mi cuerpo. Ella me miró, tal vez porque sintió el peso de mi mirada sobre ella y lo único que dijo fue: “Estás pálida”. No pude responderle, mi cuerpo sólo pudo levantarse, tomar la cajetilla de cigarrillos que se encontraba en el marco de la ventana y salir a fumar.
Luego de eso, supe que la necesitaba, más que a nada, yo debía saber qué hacía, qué sentía, qué pensaba y qué soñaba. Me convertí en su sombra, aunque ella tal vez nunca se dio cuenta. Cuando miraba a Santiago, sólo podía pensar en cómo sería si tuviera los labios de Gina, si caminara como ella, si riera como ella. Me obsesioné con ella y nadie lo sabía. Mis días pasaban en medio de mi confusión mientras deseaba una cosa y aparentaba otra. Me costaba dormir pensando en cómo hubiera sido dejar a Santiago y escaparme con ella; ¿me aceptaría? ¿Pensaría que estaba loca? Según supe, tuvo un amorío con una chica alguna vez en su vida, eso quería decir que yo tal vez tendría una posibilidad de estar con ella. Recuerdo que en esa época sentía los días extenuantemente largos y eso se estaba viendo en mi cuerpo. Había adelgazado, me veía pálida, me resfriaba con facilidad, en fin, estaba llegando al colapso.
Habían pasado unos quince meses desde que empecé a detallar cada movimiento de Gina, cuando luego de una llamada que recibió, nos dijo que a pesar de que hacía mucho había dejado de buscar a sus padres, un investigador al que había contratado le dijo que los había encontrado en un pueblo a unas siete horas de la capital. Nunca había visto a nadie empacar tan rápido una maleta, en su cuarto sólo quedaron la cama, la mesa de noche y el armario de la ropa. Se despidió y salió por la puerta un sábado a las nueve de la mañana. Ese mismo día Santiago aprovechó la soledad para pedirme que me casara con él. Confundida, viendo que Gina probablemente se iría para siempre tras la promesa de encontrar la historia de su pasado, acepté. Traté de comunicarme con ella, pero no me fue posible. No pudimos hablar en todo ese fin de semana, de manera que lo tomé como una señal. Me excusé en que así debía ser, que mi destino era Santiago y que debía dejar que se fuera, así como se habían ido otros tantos inquilinos.
A pesar de que esto pasó hace algunos años, aún hay días en los que me encuentro lamentándome o en los que siento que ella no se ha ido de la casa y espero verla sentada en el sofá, con una sonrisa en su rostro. Me gusta imaginármela así, feliz, tranquila, espontánea, pensativa, como era cuando tenía la oportunidad de espiarla en su soledad. Quisiera saber qué hubiera pasado si me hubiera marchado con ella, si ella me hubiera aceptado. ¿Dónde estaríamos en este momento?, ¿Sería más feliz que con mi esposo, con quien soy feliz? Tal vez. Ella fue el amor de mi vida  Por eso vengo a ti, tu viviste la historia que yo no. Tú fuiste lo suficientemente ¿valiente? ¿Cobarde? Tu hiciste lo que yo no y ahora pregunto ¿Valió la pena?...
¿Un último cigarrillo antes de que me vaya? Lo dejaré aquí por si algún día lo aceptas. Por ahora, aunque las flores saben embellecer el paisaje, es hora de que me vaya. Disculpa que haya tardado en venir a verte, espero que sí estés descansando en paz.
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Mosaico
- Pensé que para este momento ya te habrías ido.
Él rodó sobre la cama, la tomó por la espalda y la apretó contra sí.
- ¿No es tarde para eso? Inquirió él.
- No sé, nunca es tarde, supongo. Siempre que despierto asumo que no estás. Luego me tomas en tus brazos y no puedo creer que sigas ahí.
- No veo la razón, pensaría que después de todo este tiempo te harías a la idea de que amanezca a tu lado.
- Probablemente. Mira, lo siento. Intentaré no pensar en eso.
Él la volvió a abrazar y se fue quedando dormido. Al fin y al cabo era domingo, podían quedarse en cama todo el día si así lo querían.
Ella se mantuvo despierta, probablemente eran las 7 de la mañana, pero una idea seguía rondando su mente.  Ella recordó tiempo atrás una conversación en un parque. Ella le había advertido a él que se aburriría y que se iría buscando algo mejor. Recordó las conversaciones producto de sus inseguridades. Estaba segura que sería él quien se iría primero. ¿Por qué no se iba aun? ¿A qué jugaba? ¿Se había propuesto quedarse sólo para probar que ella estaba equivocada?
Bajó la mirada y vio el brazo que la rodeaba, sintió el calor, se estremeció, detalló los poros, los vellos y las partes de un tatuaje que asomaban irregularmente. Recordó acompañarlo en esa tortura. Recordó cuidarlo los días siguientes, realmente no fue gran cosa, pero se sentía bien.
Acarició ese brazo ajeno y lo amó por esos instantes. Casi sintió que ese brazo era lo único que impedía que su cuerpo estallara en millones de pedazos. Recordó la primera vez que durmieron juntos, así como estaban, tal vez otra persona se habría sentido incómoda de dormir tan cerca a alguien, a ellos les funcionaba.
Volvió a mirar la pared, debían pintarla, los rayones del trasteo seguían allí. El trasteo había sido un año atrás. Nunca pensó que entre los dos pudieran poseer tantos objetos. Acomodarse les tomó semanas e incluso vendieron y regalaron algunas cosas para que todo tuviera su espacio. Al final lograron acomodarse, todo quedó ordenado como le gustaba a ella y todo tenía el toque personal de los dos. Todo tenía su energía impregnada. A ella le gustaba imaginar los objetos con halos de luces de colores que se creaban después de que alguien tocaba un objeto, como si algo de esa persona hubiera quedado allí por un tiempo. Así era todo en su apartamento, lleno nebulosas de colores.
De repente una idea volvió a pasar por su mente, una idea irrespetuosa e imprudente que tendría que dejar salir tarde o temprano. Ahora no, pensó. Intentó volver a pensar en el brazo, pero de repente la tonalidad era diferente, la piel era unos tres tonos más oscura, habían menos vellos y era más delgado. Quedó sin aliento, cerró los ojos, los volvió a abrir y volvió a ver el brazo blanco. Respiró. Intentó dejar la mente en blanco, pero su celular sonó. Era un mensaje. Quiso ignorarlo, ¿Quién escribe un domingo en la mañana? Pero ella sabía quien comete esas imprudencias. La misma persona que llega después de la medianoche, la misma persona que desaparece un tiempo sin avisar para volver un día cualquiera con una botella de vino en la mano.
La botella se desocupó en poco tiempo, en cuanto cesó el vino cesaron las palabras. Todo sucedió de repente, sin ella darse cuenta estaba entre un par de brazos más delgados, más oscuros y con menos vellos. No hizo nada para detenerlos. Estaban ávidos por acariciarla, se movían rápidamente quitándole la ropa. Sintió las manos en las que finalizaban los brazos acariciándola con la ansiedad de un niño que destapa un juguete. De pronto se calmaron y cuando ambos cuerpos estuvieron desnudos el jugueteo y la ansiedad  se convirtieron en caricias firmes y pasión. Al finalizar hablaron un rato como si nada hubiera interrumpido la conversación inicial. Él preguntó si se podía quedar y ella respondió con evasivas sugiriendo que tendría que madrugar. Él pidió un taxi, la besó y se fue, prometiendo que tendrían que repetirlo.
Eso pasó varios meses atrás y después de eso los encuentros en sus respectivos apartamentos se habían repetido en más ocasiones de las que a ella le gustaba admitir.
Era hora de confesarlo. Pensó en los lugares en los que habían estado. Pensó en la energía que habían derramado sobre la alfombra, la mesa, la cocina, el sofá. Pensó en los colores que él habría dejado sobre los libros que pertenecían al hombre que ahora compartía su lecho. Pensó en ella misma, se vio desnuda. Se vio con distintos colores, vio los que pertenecían a uno y a otro, vio como se combinaban sobre ella. Se vio a si misma como la escena de un crimen que ella había perpetuado. Sintió lágrimas corriendo por sus mejillas, sería hipócrita pensar que eran de dolor. En este punto eran de cobardía. Las seco.
- Despierta. Tenemos que hablar.
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Emily Carroll
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Hay miradas
Lo malo es que ella tenía de esas miradas que apuñalan, esas miradas que lastiman, no más porque uno se atrevió a mirarla. Sus ojos parecían andar solos, seguros y desconfiados, como todos los ojos que se ven ahora. Yo tuve el descaro de querer escudriñarlos. Luego de su frío golpe, supe que tenía que volverlo a intentar.  Ella, sabiamente, se sentó en el asiento de adelante, inalcanzable a mis ojos. Pensé que tal vez levantarme y sentarme a su lado sería considerado por ella como acoso, tal vez tendría razón. Pensé en esperar a que alguien de la tercera edad o a una mujer embarazada llegara para cederle la silla, esta última era más viable teniendo en cuenta que ante cualquier mirada yo estaría clasificado en el primer grupo. Seguía siendo inútil y ya habían pasado varios minutos. Me resigné a mirar por la ventana, a buscar nuevos ojos, a dejar que mis ojos recordaran lo que era saltar y sentir la necesidad de llegar a cada escondite que se les presentara. Sin darme cuenta esos mismos ojos, antes esquivos, ahora estaban a mi lado observándome; admito que me sentí intimidado, sus ojos  ahora eran mucho más grandes que cuando los vi por primera vez, me hice pequeño. Tome valor y respondí su mirada, aunque fue difícil porque a esta edad los ojos pierden la concentración con facilidad. Vi que sus ojos sonrieron y miraron por la ventana, buscando ocultar que mi respuesta había sido la causante de esa casi imperceptible muestra de satisfacción.
Me miró de nuevo, yo no noté que no había tenido la cortesía de desviar la mirada de vez en cuando. Se sorprendió sonriendo de nuevo, se levantó y detuvo el bus. Mis ojos como pudieron la siguieron, por primera vez se fijaron en su cabello corto, en su vestido, sus manos que parecía no poder controlar. Mis ojos la siguieron, la vieron caminar y detenerse en un café, la vieron entrar y entraron con ella. Mis ojos se atrevieron a preguntarle, a invitarla, mis ojos se sentaron frente a ella y la retaron a bajar la guardia. Mis ojos tomaron un café con ella y detallaron hasta el más pequeño detalle de su rostro. Ellos tomaron el control y aprendieron sus movimientos, visualizaron sus palabras, vieron el aire salir y entrar entre sus labios. Mis ojos finalmente la despidieron.
Mis ojos ya no aguantan tanta travesía, prefiero cerrarlos y darles la libertad de ir a donde quieran, rara vez se ponen de acuerdo y termino aturdido por los colores y las formas. Llegará el día en el que esos momentos sean lo único y entonces el aturdimiento se una con la placidez del recuerdo, mientras tanto simplemente los abro para darme cuenta de que falta poco para llegar. Es oportuno que el paradero esté cerca a la entrada, camino, siempre parece un poco más lejos. La última vez me detuve donde no debía, mis ojos fallan. Llegué, me senté, miré alrededor para darme cuenta de que no estaba solo. Sin sorpresa miré aquellos ojos que hace un buen tiempo me habían cambiado, vi esos ojos fríos sentados a mi lado. Miraron la tierra, antes de mirarme a mí. Cuando me vieron, los vi como los había visto la primera vez, luego se transformaron, se fueron haciendo cálidos como aquel café, se fueron haciendo amorosos, dulces y tiernos. Los vi envejecer a mi lado hasta que de nuevo, los vi fallecer. Mis ojos desearon, otra vez, cerrarse y retener cada detalle. Me levanté y me fui. Al día siguiente tomé un taxi.
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El silencio y la oscuridad fueron los unicos testigos. En medio de nuestros labios, en el tacto de nuestras manos o en la unión de los cuerpos, no sé bien, se inició el incendio. No podía ver, pero con mis dedos leí en tu piel el secreto para vivir, nuestra respiración se acompasó y escuchamos la sangre correr bajo la piel. El fuego se alzó y nos consumimos. Las cenizas vuelan y en medio del silencio se escuchan sus gritos, sólo quedamos tu y yo para escucharlos, pero ya no importa. Algún dios castigó mi romance con la luna.
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Oyendo música recuerdo de todo un poco, un poco de hoy y de ayer, tal vez cosas de la semana pasada, en fin de todo un poco y de pronto cierro los ojos y pienso en un pantano y cocodrilos, en notas que llegan y un cigarrillo de pronto. Entre más tiempo llevo con los ojos cerrados me doy cuenta de que los animales no son salvajes, salvaje el humano por no entender su sabiduría. Salvaje aquel que un día vi y que en su memoria sólo queda lo vulgar de un encuentro, acaso ¿no lo ven? no ven la belleza entre lo vano del ser y los detalles del mismo, la simpleza de los movimientos, la sencillez del timbre de voz, la forma de los nudillos o las líneas de su mano y no es que sea quiromantica, pero hallo una especial atracción por estas ultimas. Y es que alguien, alguna vez, ¿ha disfrutado de las líneas de los labios? y si no se tiene suficiente visión de estas, alguien ha mirado la forma en que una barbilla cierra un rostro y delimita lo que vulgarmente se conoce como cabeza aunque por hoy propongo llamarle Oscar, nombre romántico o de un romántico. Los artículos hacen una notable diferencia. Alguna vez mencione que los cocodrilos, que repito no son salvajes, bailan vestidos de traje de gala? que se ensucian un poco sus ropas, porque están en un pantano, pero eso no les importa lo importante es bailar y sentir la música y dejarse llevar y baila tangos y valls y jazz y algo de blues y uno canta y los otros tocan, las personas no los ven y dicen que lloran porque están llenos de haber comida, pero lloran porque son niños, son criaturas, son almas que se unen en una y son una comunidad y disfrutan y no paran hasta que es la hora de comer para volver a  su naturaleza animal. Entonces me voy.  
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Hoy es buen día para confesar
1. He de admitir, que hoy me siento un poco yo, un poco alguien más, un poco extraterrestre. Es como si viviera a través de unos ojos que no son los míos, pero que me dicen que sienten el calor de la sangre que recorre millones y millones de vasos. 
2. Pensar en cada cosa, es como si cada vez que la recordara dejara de ser mía y empezará a ser la perspectiva de otra persona. Lo mejor es que veo mejor, pero a la vez me siento tan ajena a mí misma que no encuentro lo que me rodea como mío. No pertenezco y no me pertenece. Estoy flotando entre el viento y gotas de lluvia que caen contra el tejado, estoy nadando entre el fuego y mis ojos quieren callar lo que oyen. Todos me hablan y las palabras que salen de mi boca salen desde lo profundo de mi estomago, no entiendo nada, mi cabeza esta sobre mis hombros? o sobre mis pies?. Todo me suena a ruido y hace que me duela la cabeza. Si miro mal, no se asusten, es que no me agrada ver ojos que miran expectantes a que? a un milagro o a una respuesta. Prefiero fijarme en cabellos? en ropa? en detalles, eso es los detalles, como el cabello que no está en su lugar, como la mueca que inconscientemente  responde a una palabra, el movimiento ocular o el movimiento de una mano que cansada se posa sobre el regazo de los espectadores la mancha ocasionada por un desayuno rápido y descuidado o lo impecable de una prenda blanca, empresa difícil de conseguir.
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Miedo
Tengo miedo, un miedo inducido por generaciones y generaciones de mujeres que a duras penas viven para contarlo. Un miedo que no conoce edad ni estrato social. Es un miedo hacía la violencia, hacía un camino desconocido que tal vez nunca entendamos, un miedo que se esconde bajo la piel y que está ahí latente esperando a liberarse para detener nuestro ser, para detener quienes somos y cualquier proceso mental que nos pueda sacar de aquel doloroso letargo. Así vive junto a mí bajo mi almohada, bajo mi cabello, bajo mis parpados, entre mi ropa y me molesta haciendo hasta lo imposible para que no olvide que está allí esperando a hacerse realidad y que aquella odiosa y venenosa voz diga y repita en mi cabeza "te lo dije" como mi sentencia de muerte. ¿Por qué no simplemente olvidarme de eso?, ¿Por qué no simplemente hago de cuenta como que nada paso y que nada pasará?. Lo hago, pero en cualquier momento cuando mas desprevenida esté volverán los recuerdos del pasado, de un pasado que no es mío y que nunca querré como mío, pero que siento tan mío como mi piel un pasado tan gris que no conoce luz y no conocerá. Mi única solución es simplemente dejarlo pasar, sufrirlo, y luego seguir mi vida, intentando olvidar todo y simplemente me sumerjo en las banalidades que me presenta el día a día esperando a que todo pase. Pero mi conciencia es inteligente y sabe que cuando todo parece ir bien, necesito una dosis de realidad que me despierte que me haga recordar lo ocurrido y que reviva mi miedo, una dosis que me haga recapacitar y volver a ser yo, pero de que sirve si mañana estaré de nuevo pensando en que todo va a salir bien y que las precauciones son suficientes acallando esa voz que grita desde lo más profundo que despierte y que vea todo lo que sucede, esa voz que intenta sacarme del dulce sueño y que intenta hacerme una persona objetiva. Tan fácil fuera, bien conocido es la facilidad con la que mi ser objetivo abandona mi cuerpo y me permite actuar, cayendo y volviendo a levantarme, como en un  sube y baja que no conoce limite y que muchas veces no sé detener. Al final, mi miedo me perseguirá hasta morir, o hasta encontrar la manera de refutarlo definitivamente, pues me es sencillo re afirmarlo con cada hombre que veo en la calle, haciendo de esta maldita agonía un ciclo con el cual aprenderé a vivir.
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Un día como hoy...
Hoy tengo ganas de joder a todo el mundo, tengo ganas de dejar de pensar simplemente irme entre una nube y viajar entre un rayo de sol hasta alejarme mas del sol y llegar a lo oscuro de la noche unirme a la luna y perderme con ella en un viaje en el que me maree y deje de distinguir si sigo viva, si sueño o si por fin mi alma se desprendio de mi cuerpo y por fin puede hacer lo que le de en gana. Así volando junto a ella dejo que le de la vuelta al mundo para volver a donde empezamos y finalmente despedirnos de manera un poco tragica un poco feliz. Vuelvo a la realidad y sigo en el mismo lugar. Personalmente me cuesta describir recuerdos con olores, me encantaria, los pocos olores que recuerdo son unos cuantos perfumes, de resto mi vida y los olores no son los mejores amigos nunca supe diferenciar uno de otro, solo cuando importaban. En verdad soy una persona de sensaciones, el frio en mi piel, un rayo tibio de sol, un a pequeña gota de agua que cae en mi mejilla anunciando una dulce lluvia que me permita ahogar un tanto mis pensamientos mientras el frio sigue apoderandose  de cada celula de mi cuerpo hasta llegar a los huesos  hacerme estremecer, no importa me gusta ese dulce dolor, me gusta. Bueno volviendo de mi viaje con la luna estoy en la mitad de una calle, es de noche y aunque la noche esta clara por la luz de la luna la veo mas oscura luego de la despedida pues debo volver a la vida y debo volver a aquellos pensamientos y sentimientos que me hielan un poco mas cada vez pero que dulcemente me adormecen y me permiten seguir dia a dia sin la luz de la luna que me permite perderme y ser un tanto yo un tanto otra pero me da un poco de paz esa paz que solo encuentro en esos momentos que solo yo vivo un dia como hoy.
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Inspiration just flows, the thing is sometimes is too fast for us to catch it, thats why i love dreamcatchers, they help me, catching all that ideas and puting them in some kind of box
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La vida no es un juego pero es divertido no tomarla enserio
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