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labandarojasangre · 6 years
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Lo que llevamos dentro
                                                                                  "Todos somos Maradona"
                                                                                                 (dicho popular)
                                                       "Tengo dos problemas para jugar al fútbol:
                                 uno es la pierna izquierda. El otro es la pierna derecha"
                                                                                 (Norberto Fontanarrosa)
  Recibe la pelota Maradona. La baja de pecho y la pisa con la pierna derecha. Se sabe rodeado, por lo que amaga avanzar hacia un costado pero se detiene a ver la reacción de sus rivales. Siente un tirón en el muslo derecho y deja que la pelota se vaya al lateral. A continuación se apoya en el alambrado del costado y se toma la zona afectada. Mueve un poco la pierna y el dolor parece aflojar. Diego sabe que son ecos de antiguos golpes y de viejas batallas que regresan cada tanto a reclamar sus penas. Mira la cancha, donde el partido sigue. Dos a cero abajo, piensa Maradona mientras hace una mueca de fastidio. "Si son todos unos muertos", parece pensar con desazón. Pero el partido continúa. Diego pide la pelota. No se la dan. Se fastidia pero acompaña la jugada con la vista. Luego, se acerca al número nueve mientras éste se acerca al área rival, y se la pide a gritos. Pero su compañero, en vez de darle el pase, prefiere clavar un puntinazo y que la pelota se vaya desviada. Saque de arco.
-¿Qué querés inventar, papá? ¿No me ves que estoy solo? -reclamó malhumorado. El otro levanta los hombros y no dice nada.
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El arquero rival saca fuerte a la mitad de la cancha. La pelota es recuperada por el líbero que, con un pase largo, la hace llegar al volante central, que se la pasa a Maradona. Diego cubre la pelota y la mueve hacia un costado para esperar a que lleguen sus compañeros. Siempre rodeado de rivales, el genio divisa a uno de los suyos, e intenta hacerle llegar el balón con un pase mágico, picándola sobre la defensa. Sin embargo, una pierna mal intencionada se encarga de interrumpirlo con foul. Maradona toma la pelota con ambas manos y la acomoda en el suelo con cara de mortificación: “No protegen a los habilidosos”. Aprovechando el desconcierto de los rivales y, sin dar tiempo a que el arquero acomode la barrera, Diego le da un fuerte zurdazo a la bola, que se pierde un par de metros por encima del travesaño. Los compañeros parecen recriminarle pero él levanta la palma de su mano para pedir perdón. Como si él tuviera que pedir disculpas por algo...
A continuación, Maradona sale a presionar al número cinco rival pero éste, rápidamente, se saca la pelota de encima. Diego se queda jadeando y se toma la cintura. Está bien pero sin aire. Lamentablemente, las condiciones meteorológicas no son las mejores y menos para que juegue el mejor del mundo. El calor y la humedad lo están matando. Maradona se recupera a tiempo para recibir una pelota que le viene al pie. La devuelve a un toque y fabrica una pared con el número siete, antes de tirársela larga para que pique. Lamentablemente, el remate, aunque bien direccionado y con potencia, da en un poste y se pierde afuera. Diego aplaude la jugada y hace señas para que el balón se juegue a un toque.
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El encuentro no da para respiros. Hay lateral para su equipo. Aprovechando una distracción, Maradona hace un pique corto y sorprende al equipo rival, pidiendo la pelota en tres cuartos de cancha. Por una vez desmarcado, recibe el esférico y lo pisa, haciéndolo pasar por debajo de sus piernas. Luego del giro, Diego comienza su avance con pasos cortos, moviendo las piernas intentando desconcertar a su marca. Finalmente, el defensor intenta sacarle la pelota de la zurda pero Diego engancha hacia la derecha. Frente a él aparece un nuevo rival que parece listo para derribarlo con falta. Pero Maradona es Maradona: adivinando el movimiento de su contrincante, mete un cambio de ritmo y deja atrás a un delantero que retrocedía para ayudar con la marca. Habiendo esquivado a tres jugadores, entra al área con pelota dominada. Le sale al encuentro un nuevo defensor y, luego, el arquero. Aprovechando el envión, pisa la pelota y el desconcertado zaguero hace un movimiento en la dirección equivocada. Ya está Diego frente al portero. Alcanza a ver a dos compañeros suyos solos en el área chica: si hace el centro atrás, es gol seguro. Pero el egoísmo de los goleadores lo ciega frente al arco, lo decide a abrirse hacia la derecha cuando le sale el uno y, cuando se está quedando ya sin ángulo, ensaya una rabona. Diego, sin embargo, erra al balón, tropieza consigo mismo y cae aparatosamente contra la defensa de alambre de la canchita de Parque Norte.
-¡Dale, gorrrdo! -gritó Luis, de 38 años, que vestía una camiseta de Racing.
-¡Despertate, matambre! ¿Quién te crees que sos Maradona? Largá la pelota morfón… -agregó Juan, con la camiseta de Croacia.
-Callate, muerto y dejame tranquilo. ¿A quién se le ocurrió reservar la canchita para el mediodía en pleno verano? ¡Hay mil grados a la sombra! –contestó Felipe, ya entrado en los cuarenta y con una descolorida camiseta de la selección argentina, mientras se levantaba trabajosamente.
-El boludo de Cacho, ¿quién va a ser? ¡Dale, sigamos! -dijo de nuevo Juan, mientras se pasaba la manga de la remera por la frente para secarse la transpiración.
-Pasála -gritó Felipe a uno de sus compañeros de equipo- ¡Acá, acá…!
Maradona pide la pelota nuevamente y se acerca a recibirla hasta detrás de la mitad de la cancha…
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labandarojasangre · 10 years
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Editorial 11/10/2014: sobre Napoleón, los Caballeros de la Angustia y la Gallardeta
¿Qué semejanza existe entre Napoleón y Gallardo?        
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                        Caricatura de Luis Armas representando al francés Napoléon Bonaparte (http://meloussa.wordpress.com/2012/05/01/napoleon-bonaparte/)
Sobre Napoleón
            A partir de 1796, mientras llevaba adelante la campaña italiana en el Piamonte, Napoleón Bonaparte sintetizó y perfeccionó el concepto de la levée en masse o guerra total. Esta consistió, por un lado, en que todos los hombres entre 18 y 45 años podían ser enrolados por la fierza al ejército para luchar por Francia (hasta ese momento regía el concepto de la guerra aristocrática, en la que soldados voluntarios combatían dirigidos por oficiales de la nobleza). Y, por otro lado, en la superación de las reglas de la guerra: se dejó de lado el “orden de disparo” y las posiciones estáticas para, en su lugar, enviar a la soldadesca hacia adelante en forma masiva (aunque no desordenada). El objetivo: imponer por la fuerza la voluntad de Francia sobre el adversario. Esto sólo se podía lograr (en la mentalidad de Napoleón) mediante la destrucción total del enemigo, su aniquilación absoluta, su exterminio final. No había lugar, en este razonamiento, para la neutralidad, la negociación o la tregua. Sólo existía la victoria categórica o la derrota terminante. Napoleón logró forjar un imperio que duró casi veinte años y puso en vilo a Europa luchando de la forma en que vivió: a todo o nada. Cinco coaliciones de distintas naciones fueron necesarias para controlar a una Francia revolucionaria y sedienta de gloria militar.
            Sobre los Caballeros de la Angustia
            Durante la década de 1940, el equipo de River Plate recibió el apodo de "La Máquina" y se hizo mundialmente famoso por tener una delantera mortífera que, a semejanza de los ejércitos napoleónicos, sometía a los rivales y los ponía de rodillas a fuerza de goles y contundencia. Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Lousteau eran nombres que eran pronunciados con orgullo por la hinchada millonaria y con temor por sus rivales. Nadie permaneció incólumne ante esta formación, que incluyó también los nombres de Vaghi, Yácono y Rodolfi, entre otros. Si bien los integrantes originales de "La Máquina" jugaron juntos “sólo” entre 1941 y 1947, el equipo liderado por Labruna, Loustau y Muñoz, con la participación de Distéfano, Amadeo Carrizo y Pipo Rossi, adaptó (tal vez sin saberlo) la filosofía de ataque sin cuartel y "victoria o muerte" (de aquí la angustia de los espectadores en cada contraataque), y esta napoleónica ideología se conservó (con menor efectividad, es cierto) hasta 1957. Este equipo, originalmente dirigido por Renato Cesarini y liderado por Carlos Peucelle, se mantuvo en los primeros lugares del fútbol argentino durante más de quince años. Durante ese período logró nueve títulos oficiales, cuatro subcampeonatos y otros nueve primeros puestos en torneos internacionales y copas organizadas por la AFA. Pero, tanto o más importante para el hincha de River que estos torneos obtenidos, es que se logró pulir una idea, implementar una filosofía, construir una lógica de juego que creó el "paladar negro" que cada riverplatense se enorgulleció de tener durante décadas: el toque y el ataque, el estilo y los goles.
            Luego vinieron épocas que alternaron períodos gloriosos a nivel nacional e internacional (que lo convirtieron en el club más ganador de la Argentina) y pasajes de oscuridad (que incluyeron 18 años de sequía y la puñalada del descenso). Durante ese tiempo, aquella forma de concebir el fútbol no se abandonó pero, por momentos, fue dejada de lado ante la necesidad de conseguir campeonatos o la angustia de arañar puntos vitales "a toda costa". River siguió siendo el mismo sin lograr ser el mismo, y la tradición del toque y el buen fútbol poco a poco se fueron olvidando y quedó en los libros de historia en pos de una filosofía más triunfalista y utilitarista, urgida de sumar por sobre gustar.
  Sobre Gallardo
            Doscientos años después de Napoleón y sesenta después de La Máquina, llegamos al River modelo 2014, dirigido por Marcelo Gallardo. El Muñeco, hijo entrañable de las inferiores riverplatenses, mamó desde pequeño la rica historia y la pesada herencia que implican la obligación de mantenerse en el primer lugar, con el agravante de no hacerlo de cualquier manera sino con un estilo definido y distinguido. Es posible que Gallardo no haya leído nunca acerca de las campañas napoleónicas y de su revolucionario estilo, pero no quedan dudas de que sabe de guerras totales. El equipo de Gallardo intenta llevar adelante aquella filosofía del toque y el buen juego de La Máquina y, a semejanza del Emperador Bonaparte, ha obligado a sus jugadores, sin importar su posición, a volcarse al ataque. Cada partido es una batalla en el que se apuesta a la ofensiva de forma absoluta. El equipo sale a ganar, a buscar el gol, y lo hace en todo momento, con el resultado empatado o con el marcador desfavorable. Ni siquiera cuando está ganando, los napoleónicos jugadores del River de Gallardo dejan de buscar el gol, arriesgando la victoria cada vez que cruzan la mitad de la cancha. Desconociendo de posiciones fijas, todos ellos marcan la salida del rival, lo muerden, lo ahogan, sin esperarlo para salir de contragolpe. La idea del General Gallardo de no dar cuartel, de arrasar al rival sin especular con el resultado, de no perdonar al adversario sin importar la cancha o el nombre del equipo contrario, hace que se juegue al borde del abismo y que cada pelota perdida amenace con transformarse en gol ante una defensa riverplatense en minoría numérica. Y, como con Napoleón, la ofensiva, si bien es total, no es alocada: los jugadores marcan hasta que recuperan la pelota y, a partir de allí se busca aniquilar al adversario a fuerza de goles y de toques cortos y de primera.
            Eso es lo que la gente de River extrañaba. En los últimos años, River era como una adicción: uno no podía dejar de verlo a pesar de que cada partido era un sufrimiento constante, una angustia que generaba adrenalina durante 90 minutos y secuelas toda la semana. Hoy, River está dispuesto a olvidarse del resultado y su gente espera con ansiedad el fin de semana para disfrutar con este River arrollador. En tiempos de mediocridad y amarretismo, el River de Gallardo parece olvidarse de la posibilidad de perder para enfocarse en la certidumbre de ganar. Y la derrota, que tarde o temprano llegará, no importa tanto, si ocurre por buscar la victoria. Cuando esto suceda, seguramente el pueblo riverplatense despedirá a sus héroes con aplausos, con el gusto de saber que River jugó bien y murió por respetar sus tradiciones. Porque de River se es cuando se gana pero también cuando se pierde. 
              Y volviendo a la pregunta original, ¿en qué se parece Gallardo a Napoleón? Tal vez no en su excepcional genialidad, pero sí en su ambición, en su desesperación por lograr la victoria, en su deseo de querer entrar en la historia.
              A sentarse y disfrutar. Volvieron los Caballeros de la Angustia.
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