Tumgik
hisaemoon · 11 months
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Los vampiros de la media noche
Crecer sabiendo que tu unico proposito es morir, probablemnte no es tan malo a comparacion de los estragos de haber crecido en un culto.
I.
Se mira una vez más en el espejo, ni una sola lagrima brota de sus ojos. Ella sabe, sabe que no hay otra opción, nunca la hubo. Mira su muñeca, y viendo el pequeño tatuaje de quien le regalo su muerte, sonríe al recordar el último beso que Sofía dejó en él.
Tocan a la puerta y no se sobre salta. Es hora. Piensa en lanzarse ahora mismo de la ventana y robarles el placer de presenciar su destino, en su lugar levanta con ambas manos su pesado vestido y abre la puerta. Camina lentamente por el interminable pasillo, enormes cuadros que siempre pensó eran totalmente siniestros decoran las paredes del castillo. Ahora quiere llorar, su imagen formará parte de él pronto, no quiere que nadie la recuerde, ni si quiera Sofía. Su existencia siempre estuvo destinada a ser lo suficientemente breve para ser olvidada.
Sabe que llega al salón principal cuando melodías clásicas y pretenciosas envuelven sus oídos. Entra y a su alrededor se muestran solo sonrisas afiladas, personas en éxtasis saboreando la próxima calidez de su sangre.
Toma su mano un hombre bajo para comenzar a bailar, no dice nada, solo se deja guiar. Otra mano la toma sin dejarla descansar, la hace girar una y otra vez. Una mano más, un hombre que se decide aprovechar del momento, siente sus labios deslizarse a su cuello a plena vista del resto, nadie dice nada.
Gira. Gira. Gira creyendo que jamás se detendrá, gira una vez más y se detiene junto a la gran ventana que apunta al jardín. Ventana decorada con flores. Un altar para una viva. Sube el pequeño escalón y se para en el borde sintiendo el aire respirar en su cara. La música no se detiene, como si el mundo ignorara el último minuto de su existencia. No voltea hacia atrás, no piensa en nada, ni siquiera en ella. Salta por la ventana.
II.
Como si nacer en un mundo donde los recursos se están acabando, las injusticias incrementan a diario y el saldo de muertes por países en guerra aumenta considerablemente, no fuera suficiente, por supuesto tenía que además haber nacido en un culto. 
Por mas que quisiera hacerlo sonar profundo, bizarro y oscuro, algo digno de Guillermo del toro, lamento inmensamente por mi propia existencia haber sido criada con los vampiros de media noche; probablemente el culto más cursi y fanático que existe, formado por un montón de gente lo suficientemente extraña como para no encajar con la gente de un culto, quiero decir, real.  Atuendos góticos medievales, banquetes temáticos mensuales, clubs de lectura sobre oscurísimo y pequeñas ceremonias de sacrificio ocasionales, todo por mantener la apariencia de un sueño retorcido o tal vez una especie de fetiche frustrado.
Mi madre, en un intento de llegar a la eterna salvación prometió al culto la vida de su primogénita.
Hoy cumplí 16, una edad asquerosamente cursi para ser sacrificada. Cuando el antiguo reloj, probablemente  comprado en etsy, dé sus tres campanadas anunciando la media noche, será mi fin y como si se tratara de una especie de privilegio se me fue permitido elegir el método de mi muerte. Un tema que me tuvo pensando por meses. Que tal cortar mi garganta o tal vez ahogarme en una tina con agua de rosas para darle dramatismo a la situación. Finalmente me incline por algo simple. Saltare por la ventana. Rápido y concreto, la muerte adecuada para una vida tan corta e insignificante como la mía.
Desayunar cada uno de mis postres favoritos no pareció ser lo suficientemente distinto o digno para un ultimo día de vida. Necesitaba más, necesitaba peligro, algo que valiera la pena y me hiciera sentir como alguien a quien pudieran recordar por lo menos un par de años.
Tomé mis cosas y salí hacia el bosque. Hace unos años encontré una pequeña cascada y me prometí volver ahí, jamás lo hice. La cascada era más clara y brillante de lo que recordaba, me incitaba a ahogarme en ella y terminar en soledad mi vida. La cascada no estaba sola, en la cima se encontraba una mujer totalmente desnuda, piernas largas y delgadas, cabello corto, tan rojo como una lata de coca cola y una piel dulcemente bronceada probablemente por su larga estadía en aquella cima.
Como si de un imán se tratara, mi cuerpo avanzó hacia ella con autonomia. Sofia. Yo no le dí mi nombre, era mejor mantener la secrecia.
Preguntó por mi tatuaje, un recuerdo de negligencia. Entintado en mi muñeca, el simbolo de los vampiros de media noche, el constante recordatorio de mi insignificancia en el planeta. Tal vez fue la adrenalina de sentir el reloj junto a mi nuca, pero el verborreo no paró. Conté todo, sin detalles superficiales, nada mas que mi verdadero sentir por cada uno de los sucesos que habia presenciado, mis constantes fantasias sobre una muerte solitaria y finalmente la sensacion cosquillosa que habia causado ella en mi.
sin mas, me besó.
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