Bajé para la cena y estaban todos.

Bajé para la cena y estaban todos. La única lamparilla que colgaba de un cable desnudo los iluminaba de a momentos. El viento la hacía balancear violentamente por las ráfagas que atravesaban las ventanas sin vidrios, y la luz se entrecortaba a cada rato.

 Los vi tal cual eran, por sobre el vapor de la sopa. Mis cuatro hermanos aguardaban con los platos entre sus manos. Huesudas, igual que sus calaveras arropadas con sábanas viejas donde asomaban esos cráneos de ojos agujereados y dentaduras cerradas en sonrisas menos muertas que sarcásticas, pues continuaban riendo por entre el vapor de la sopa.

 Bajo la luz parpadeante los saludé intentando sonreírles. Llamé a mi madre repetidas veces, pero no obtuve respuestas. Decidí servir la cena.

Vidocq Wino Stein.

letras en sangre