Un año sin fuegos artificiales es como un libro sin climax

Duele un poquito que este año nuevo no habrá el clásico espectáculo de fuegos artificiales que iluminaba los ojos de mi familia, quienes hemos caminado por el costado del río para reunirnos con vecinos de todas partes en esa parte estratégica donde se ve perfectamente el show. Mi papá siempre va horas antes a estacionar el auto y vuelve a casa caminando a preparar la cena. Cuando comemos la habitación se llena de historias, sueños, metas, juramentos y agradecimientos. Si tenemos suerte no habra momentos de tensión. A las 23:30 nos abrigamos un poquito porque a pesar de el calor del día corre una brisa helada. Caminamos hasta ver el Jeep verde de papá, entonces mi hermanas y yo subimos al techo y miramos la ciudad derritiendose en el Rio Bio Bio mientras mis padres se abrazan y conversan. Me encanta esa sensación, porque hay risas y toda la gente se tratan como familiares. Entonces son las 23:59 y empieza la cuenta atrás, donde mi hermana me toma la mano mientras me pasa una pipa, y todos nos unimos al coro.

Diez...

Nueve...

Ocho...

Siete...

Seis...

Cinco...

Cuatro...

Tres...

Dos...

Uno...

Y veo como una estrella que proviene de el puente Llacolen se eleva hasta que explota y nos sumergimos en abrazos y gritos. Todos es alegría y nuevas oportunidades. Y yo me quedo atónita al todos los colores que estallan y me inundan los ojos. Me siento protegida, contenta, amada. Quiero congelar el momento y quedarme ahí por siempre, donde mis flores desaparecen. No hay ninguna.

Keep them away from me