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eivadeveraux · 3 years
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re-start.
Veintiséis de marzo de dos mil veintiuno.
 Resplandecía. El sol lograba alumbrar hasta el mas recóndito escondite de aquel patio que había sido parte de su hogar durante los últimos tres meses. Su parte más osada pedía a gritos salir ahí, pero su lado más sensato estaba rezando por quedarse ahí unas horas más. Eiva revisó el armario para asegurarse de que no le quedaba nada por recoger; que era un desastre olvidadizo no era un secreto que pretendiese esconder. En el baño todo estaba correcto. Era hora de volver a casa.
Al hacer el check-out, la mujer rubia de bata blanca que la había estado cuidado se acercó a ella.
—Srta Deveraux, ¿ya se marcha?
La de los tatuajes asintió. Era hora de continuar, y pese a que le daba cierto pánico, sabía que no podía quedarse ahí eternamente. Debía volver a casa junto con Otis y Molly, seguir trabajando en la que era su pasión y, de una vez por todas, vivir. Por suerte muchos de los factores que antes se lo impedían, habían empezado a remitir. Se sentía extrañamente bien, y aquello era su gran oportunidad, la cual no iba a desaprovechar.
—Pues ya sabes donde encontrarnos si necesitas cualquier cosa. Aunque me alegraría no volver a verte.
—Gracias doctora, ha sido de gran ayuda. Y… lo mismo digo.
(…)
Una brisa fresca rodeó el cuerpo de la morena, su pelo se revolvió tapándole el rostro. No pudo evitar girarse para peinarse con los dedos, y también para despedirse del lugar. Aquel gran edificio tenía un enorme letrero que dictaba “Hospital Psiquiátrico Arganzuela”. Asintió unos segundos, a la par que se reconocía el mérito que tenía salir de ahí, y empezó a andar hacia casa.
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eivadeveraux · 3 years
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1r CONCIERTO (parte 1)
Aquel era el gran día. Después de meses trabajando apenas sin descanso, por fin podría dar su primer concierto importante. El sitio elegido, cómo no, era su bella Madrid; concretamente en la Sala La Riviera. Las dos mil quinientas entradas se habían agotado y pese a que ella llegó al lugar siete horas antes del inicio del evento, ya se había formado una enorme cola en la entrada del lugar. Eiva le pidió expresamente al taxista que condujese por delante de la cola para poder asomarse por la ventanilla a saludar a todas las personas que estaban ahí por ella. Sacó la cabeza por la ventanilla y tras llamar la atención de sus seguidores, lanzó besos al aire. Al fin y al cabo, si ella había llegado ahí, era gracias a ellos.
El taxista avanzó hasta la entrada trasera del edificio, una que solo podían utilizar trabajadores e invitados. Una vez allí, pagó al conductor y unos trabajadores descargaron el maletero. Eiva hizo un par de respiraciones, intentando prepararse mentalmente para lo que venía. Entró en el edificio y cruzó todos los pasillos que la conducirían hasta el enorme escenario, pero no, no se dirigía ahí; ella buscaba la caseta donde estaría la persona encargada del espectáculo de luces.
—¡Hola! Soy Eiva, sé que llego muy temprano, pero tengo unas cuantas propuestas y quiero hacer unas cuantas pruebas, ensayos, aún tengo que comer, repasar las letras ¡para nada estoy nerviosa, eh! Qué va…
[…]
La conversación con los técnicos de luces se alargó dos horas en las que, además, estuvieron haciendo pruebas y jugando con sus infinitas posibilidades para crear un buen espectáculo de luces. La suiza no iba a conformarse con algo simplemente bueno, quería que su primer concierto fuese especial, mágico; necesitaba transmitir al público el sentimiento que tenía respecto a cada canción, y qué mejor que utilizar cada recurso a su alcance. Luces, máquinas de humo, sus propios videoclips, bafles conectados en puntos y momentos estratégicos…
Y, no, por supuesto que aquello no fue lo único que necesitaba arreglar. Tenía una larga lista de cosas por hacer antes del concierto. A sabiendas que la prueba de sonido se realizaría una hora antes de que empezase el evento, quiso comprobar que todo lo que iba a necesitar estaba ahí: sus guitarras, el piano, su micrófono ajustado a su altura, su taburete, los micrófonos junto a cada instrumento de la banda…
Poco después se acercó a la zona donde se encontraba la tienda que se encargaría de vender su merchandising. Los dos modelos de camisetas que estaban a la venta, se encontraban disponibles en todos los tallajes, para hombre, mujer o las clásicas unisex. Allí también se vendían pulseras de gomas con frases de sus canciones, postales, fotos firmadas, bolsas de tela con los diseños florales que eran la imagen del disco, tazas, chapas… y cómo no, centenares de discos y varias decenas de vinilos firmados.
También debía pensar en su bienestar: ya tenía previsto comer algo pesado unas cuatro horas antes. Bajó hasta su camerino donde tenía ya en su nevera un bol lleno de comida: arroz, atún, salmón, edamame, tomates cherry, zanahoria, maíz, sésamo… Comió lentamente, uno de sus miedos era que le sentase algo mal horas antes del concierto, así que no quería arriesgarse a engullir llevada por los nervios. Tras recogerlo lo que había ensuciado sacó su libreta, donde solía escribir todas las letras de las canciones que tocaba, fuesen propias o de otros artistas, para dar un repaso mental y canturrear un poco sus ritmos.
Se dio una ducha poco después. Usó un jabón a base de eucalipto y menta, pues quería sentir frescura en su cuerpo para tener esa falsa sensación de estar más activa. Secó su pelo y lo alisó a conciencia, sabiendo que con el paso de las horas éste podría encrespársele un poco por culpa del sudor. Se maquilló enfatizando sus ojos con delineador y máscara de pestañas, también aplicó rubor sobre sus mejillas y un pintalabios rojo tirando a granate. Se visitó con uno de sus outfits más icónicos, unos vaqueros y una camiseta negra de hombros al aire.
 El momento de la prueba de sonido había llegado. Eiva se dirigió al escenario, donde se reunió con la banda que ese día la acompañaría. Les saludó a todos y agradeció como mil veces que estuviesen ahí. Varias canciones requerían únicamente de su guitarra, o de ella misma tocando el piano, pero en otras necesitaría el apoyo de otros instrumentos e incluso de mezcladores de sonido. La suiza empezó a afinar sus guitarras, una de ellas la acompañaría en prácticamente todo el concierto, pero la otra la utilizaría solo en las dos últimas canciones, aunque la tendría siempre expuesta y visible sobre el escenario… pues era como un amuleto para ella. Su Astrid.
Tras cerciorarse de que todos los instrumentos sonaban correctamente, se encargó de conectar cada cable en su lugar pertinente. Esto lo hizo con ayuda de los técnicos de sonido y los músicos de la banda, pues todo debía funcionar a la perfección, pero si algo era importante también, era que todos tuviesen la comodidad que necesitasen sobre el escenario y fuera de él. Tras media hora de preparativos, la cantante empezó a cantar, tararear, hablar, probar sus guitarras, su piano, igual que los otros músicos sus respectivos instrumentos. Todo funcionaba a la perfección. Todo estaba listo.
Últimos momentos para prepararse. Ya no había vuelta atrás, y es que cuando todos abandonaron el escenario, las puertas empezaron a abrirse para los espectadores. Eiva aprovechó para ir al baño y entre otras cosas, refrescarse la nuca y beber un poco de agua. Después volvió a la parte trasera del escenario y con toda la discreción que pudo reunir, asomó su cabeza al escenario. El público estaba listo y en cuestión de pocos segundos las luces se apagarían y se reproduciría un vídeo que la misma cantante había decidido poner al inicio de cada concierto a modo de apertura.
Se hizo el silencio y empezaron las luces azules, un suave sonido de lluvia… y expectantes gritos. A los segundos, la voz de Eiva empezó a reproducirse:
«Tengo la sensación de estar viviendo los mejores años de mi vida. El Universo está en constante expansión, y con ello sus dimensiones. En nuestra realidad conocemos la altura, la anchura y la longitud: las tres dimensiones del Espacio, que con el Tiempo dan un total de cuatro dimensiones observables. No podemos viajar en el tiempo, ya que en nuestro planeta es siempre lineal y hacia delante, no lo conocemos de otra forma. Hubo un hombre hace ya unas décadas, que tomando medidas con su telescopio demostró que la expansión del universo ahora es más lenta que hace mil millones de años. Esto lleva a la teoría de que la expansión no es infinita. Imagina que estiras una goma elástica y cuando no puedes tirar más la sueltas. Ésta se contrae, se comprime de nuevo. Esta es la teoría del Big Crunch, según la cual la expansión en algún momento revertirá la marcha hasta que todos los elementos que conforman el universo y toda la materia se compriman en una singularidad espacio-temporal. Lo que quiero decir con esto, amor, es que el Tiempo como lo conocemos ocurrirá justo al revés. Y volveremos a vivirnos, de fin a principio, de la última caricia de despedida a la tímida primera, de la amarga soledad a la agridulce ignorancia de tu existencia, de la luz en el túnel a la oscuridad en nuestro cuarto. De tantas cosas que aún no hemos vivido, a los que ahora llamo los mejores años de mi vida. Hay quien ofrece la teoría del Universo oscilante, que dice que después del Big Crunch tendrá lugar un nuevo Big Bang. Y no sé cuántas posibilidades nos presenta la física cuántica de que todo vuelva a ocurrir según está pasando, pero de verdad espero que todas las mariposas den entonces todos los aleteos que han hecho falta para que estemos aquí y ahora.»
https://www.youtube.com/watch?v=6oAVs3i1gOo
 Los gritos ansiosos de los fanáticos empezaron a sonar al unísono llamando a la artista, quién no les hizo esperar y salió al escenario para complacerles. Todo estaba a oscuras, pero a ella le seguía un haz de luz. Se presentó delante del micrófono, el cual estaba adornado con varias rosas blancas y alguna orquídea rosa. Apretó los labios unos instantes antes de hablar.
 —¡Hola! ¿Qué tal la noche, Madrid?
 Eiva sonrió ampliamente durante unos instantes mientras el público la ovacionaba. Lo tenía todo planeado al milímetro, pero por unos instantes recordó que nunca había pensado en cómo tratar con todo aquel gentío que había acudido a verla. Eso logró que se pusiese nerviosa; pero siguiendo sus propios consejos, por una vez, usó la ley de los tres segundos. Ésta básicamente decía que no hay que permitir que la duda intervenga durante esa cantidad de tiempo.
—Quinientos mil seguidores en YouTube. Se dice pronto. En definitiva, es lo que me ha llevado a estar esta noche aquí con vosotros. Gracias por hacer que este sueño mío, algo alocado y siempre incierto, se cumpla. Así que, como agradecimiento, he pensado en traer de vuelta aquellos covers que más me siguen calando. Por favor, cantad conmigo, bailar, gritar, divertíos. ¡Haced ruido!
 https://www.youtube.com/watch?v=EOaQha3CRqM
 «Yo no quiero hacer lo correcto, pa’ esa mierda ya no tengo tiempo. No vas a escucharme un lamento, pa’ esa puta mierda ya no tengo tiempo. Antes de morir quiero el cielo, el ciento por ciento. Antes de morir quiero el cielo, el ciento por ciento, por cierto. Antes de que muera yo pienso quererte hasta borrar el límite entre los dos. Antes de que muera yo, pienso jugar con mi vida hasta haberle perdío’ el valor. […]»
El videoclip que Eiva subió a Yb se veía en una gran pantalla justo detrás de ella; y así sería a lo largo de todo el concierto con las demás canciones también. Unas suaves luces doradas apenas visibles bailaban entre el público, haciendo así un espectáculo sencillo. El piano sonaba a un lado del escenario, a mano de uno de sus músicos.
Al terminar, la suiza sonrió y ante el micro solo dijo el nombre del artista del que realmente era la canción, “C. Tangana”, en este caso.
Después agarró su guitarra y mientras punteaba observaba al público que todavía aplaudía.
—¿Nunca habéis estado en una situación en la que lo queríais… absolutamente Todo?
Los punteos de su guitarra derivaron en la siguiente canción:
https://www.youtube.com/watch?v=ENJwWsTnLYs
«Vuela, vuela, vuela conmigo. Cuélate dentro, dime chico. Dame calor, sácame brillo. Hazme el amor en nuestro nido… No quiero nada, ni nada más; me sobra respirar. Sube, sube, sube conmigo, déjalo todo yo te cuido. Ven a Madrid, ten un descuido… Haz cosas mientras yo te miro. No tengo miedos, no tengo dudas, lo tengo muy claro ya. Todo es tan de verdad que me acojono cuando pienso en tus pequeñas dudas y eso. Que si no te tengo reviento… Quiero hacértelo muy lento. Todo, todo, todo, todo… Yo quiero contigo todo. Un poco, muy poco a poco, poco, que venga la magia y estemos solos, solos, solos, solos. Yo quiero contigo solo… solos, rozándonos todo, sudando, cachondos, volviéndonos locos, teniendo cachorros, clavarnos los ojos, bebernos a morro…[…]»
—Esta canción es de Pereza. ¿Cómo lo lleváis? ¿Seguimos? ¿Cantamos una de Love of Lesbian?
El público gritó. A decir verdad, quizá no había dejado de hacerlo pero en aquel momento aquello sonó incluso más fuerte. Eiva soltó una suave carcajada al micrófono, estaba entusiasmada con tanto ánimo y sintiéndose tan apoyada. Procedió.
https://www.youtube.com/watch?v=MExuqppVbXU
«¿A qué no sabes dónde he vuelto hoy…? Donde solíamos gritar. Diez años antes de éste ahora sin edad, aún vive el monstruo, ya no hay paz. Y en los bancos que escribimos medio oscuras sin pensar todos los versos de The Heros con las faltas de un chaval… Aún están. Y aún hoy se escapa mi control, problema y solución y es que el grito siempre acecha es la respuesta… Y aún hoy solo el grito y la ficción consiguen apagar las luces de mi negra alerta. Tengo un cuchillo y es de plástico, donde solía haber metal. […]»
El público rompió en aplausos y por unos instantes la suiza se sintió parte de aquel todo que se estaba generando. Un rápido pensamiento cruzó su mente, casi se pierde aquello. Negó con la cabeza unos instantes para sí misma y tras hacer una seña con una mano, los músicos que la acompañaron empezaron a tocar el piano, las guitarras eléctricas y también a hacer uso de los mezcladores. El público aplaudió, pues reconoció la melodía.
—Vamos con Heathens, de Twenty One Pilots.
La suiza agarró el micro, su versión era muy calmada, así que se puso en cuclillas en el borde del escenario y empezó a agarrar las manos de sus fans.
https://www.youtube.com/watch?v=x0C5kdXDqHQ
«All my friends are heathens, take it slow. Wait for them to ask you who you know. Please don't make any sudden moves, you don't know the half of the abuse. All my friends are heathens, take it slow. Wait for them to ask you who you know. Please don't make any sudden moves, you don't know the half of the abuse. Welcome to the room of people who have rooms of people that they loved one day stocked away. Just because we check the guns at the door doesn't mean our brains will change from hand grenades. You're lovin' on the psychopath sitting next to you. You're lovin' on the murderer sitting next to you. You'll think, "How'd I get here, sitting next to you?" But after all I've said, please don't forget.[…]»
 —Y creo que el próximo cover será el último; si no, no me va a dar tiempo, aunque me encantaría quedarme mucho más con vosotros. La siguiente canción se la escuché cantar varias veces a alguien, y de esa forma descubrió a John Mayer. Vamos con Free Fallin’.
Su guitarra favorita, Ingrid, sería la encargada de hacer sonar ésa canción.
https://www.youtube.com/watch?v=ujrxP6tUxM0
«I’m a good girl, love my mama, love Jesus and America, too, I’m a good girl, crazy 'bout Elvis. Love horses and my boyfriend, too. I’ts a long day livin' in Reseda. There's a freeway runnin' through the yard. You’re a bad boy, 'cause I don't even miss me. You’re a bad boy for breakin' my heart. And I'm free, free fallin'. Yeah I'm free, free fallin'. All the vampires walkin' through the valley. Move west down Ventura Boulevard. And all the bad boys are standing in the shadows. And the good girls are home with broken hearts. And I'm free, free fallin'. Yeah I'm free, free fallin'. Free fallin', now I'm free fallin'. Now I'm. Free fallin', now I'm free fallin'[…]»
Cuando la última nota se perdió en el aire, la suiza apoyó durante unos segundos su frente sobre el mástil de su guitarra, mostrando respeto tanto al instrumento como a las notas que había conseguido gracias al mismo. Después de dejar la guitarra en el mismo lugar que estaba antes, volvió dando saltos al micro.
 —Ahora, si me disculpáis… ¡Necesito tomarme un pequeño descanso! Diez minutos, lo prometo. Y no voy a volver sola…
  La suiza saludó al aire, mirando al público que tenía delante, quién gritaba, aplaudía y se emocionaba. Después, y queriendo retener en su interior la emoción que había sentido, salió del escenario para ir a tomar su descanso.
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eivadeveraux · 3 years
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i give up.
En aquel plató todo parecía estar medido, calculado, planeado. Como debía ser, en realidad. Por ese motivo Eiva había elegido aquel programa; pues representaba su forma de trabajar además de otras muchas cosas que defendía. No sabía que era pura fachada y se había equivocado con ellos. Por una vez, Eiva se dio cuenta de que no podía calcularse absolutamente todo; llevaba días sin dormir, y hacía casi veinticuatro horas que no comía. Sus rasgos físicos hablaban por ella, pero el director del programa no quería fallos y ella debía salir a cantar de todas formas, aunque incluso toda la banda había dado la cara por ella y pedido cancelar la actuación.
La suiza estaba sentada en la butaca de su camerino, escuchando a la maquilladora que se quejaba de su mal aspecto, y aseguraba que el maquillaje no podía ocultarlo todo, pero la suiza estaba demasiado abstraída. Todo le parecía distante, todo le dejó de importar. Porque ya no podía seguir disimulando. Porque el pitido en su cabeza y la sensación de no poder conectar con sí misma lo engullía todo.
Simplemente se dejó llevar.
Cogió la guitarra que el programa le había obligado a usar y siguió a una persona del stuff que era la encargada de llevarla hasta el plató, los demás ya estarían ahí. La luz de los focos la sacó de ese trance por unos instantes. El presentador la miraba como esperando una respuesta, pero ella no había logrado entender la pregunta.
—Eh… si. Voy a cantar una versión acústica. De mi disco. En cinco días doy el concierto en la Sala Riviera. Bueno, el tema se llama Espiral.
El presentador alzó las cejas, pues solo le había preguntado a Eiva cómo estaba. Cuando quiso volver a preguntarle algo, la suiza ya se había posicionado en el escenario. Solo quería cantar y largarse de ahí… y de todas partes. Meterse en casa y desaparecer. Y dormir durante días.
El piano empezó a sonar y ella se centró en cómo se perdían las notas en el aire hasta perderse. Pero, en realidad, era ella quién perdía la entrada. Rodri, su músico y persona de más confianza en el ámbito laboral, volvió a tocar las primeras notas de la canción hasta tres veces. A la suiza no le salía voz. Rodri bajó un par de tonos. Eiva iba perdiendo la voz mientras analizaba cada palabra de su misma canción, y empezó a encontrarle un nuevo sentido a su misma letra.
—“Si decidí salir de aquí, no fue por ti. Descomprimir el aire…”
—“Cuídate, las flores ya fueron cortadas. Y en mi pecho hay algo que me apaga”
—“Yo subido en la espiral que me tienta. Que te aleja.”
A mitad de canción la suiza se quedó en silencio. No lo aguantaba ni un poco más, no podía. Ya no. Y sin mediar palabra, salió de plató y recorrió cada pasillo del lugar hasta encontrar la calle. Se echó el pelo hacia atrás con ambas manos. Aquello afectaría seriamente su carrera, probablemente el programa la denunciaría por incumplir el contrato y los fans se echasen sobre ella. La prensa se crecería con el amarillismo y ella estaría perdida. Y tanto esfuerzo, tanto trabajo… a la mierda por pura debilidad. Por no saber gestionarse. Rodri se vería perjudicado, también Darío.
[…]
Al llegar a casa se dio cuenta de que ahí no encontraría tampoco la paz que necesitaba. Solo una persona en la faz de la tierra lograba hacerle sentir paz. Una persona a la que llevaba más de año y medio sin ver. Annie. Su Annie. Su pequeña Annie. Quizá Xúan podía acogerla unos días allá en Vietnam. Solo tenía que dar el concierto, aguantar ese día del tirón y largarse con los que años atrás la acogieron.
Tras varias llamadas, no halló respuesta. ¿Qué hora debía ser allí? ¿Acaso había diferencia horaria? ¿Acaso aquella presión en su pecho y su cabeza desaparecería mágicamente visitando a Annie? No. No, claro que no. Aquello solo era una forma de huir. Y al darse cuenta de ello, rompió a llorar. No quería seguir huyendo, quería que terminase. Todo.
Su madre la había vendido. Su padre quería matarla. Su carrera se iba al traste. Andy no estaba. Ni Bran, ni Xúan. Ni Annie. Intentó esforzarse y pensar en una solución, en algo que hiciese que se sintiese mejor. En sus planes a corto y largo plazo.
Esa misma tarde había quedado con Leo para entrenar defensa personal. Así aprendería a defenderse. Pero el recordar cómo le conoció y el motivo por el que hacían aquello hizo que su pecho se encogiese aún más.
Samantha. Samantha era alegría, era aire fresco. Ambas habían pasado por lo mismo en varios sentidos, por eso habían conectado tan rápidamente. Por eso la sentía como una buena amiga, cosa que en la suiza era complicado debido a su dificultad en depositar su confianza. Aún así, hacia días que no sabía nada de ella. La galería estaba totalmente vacía, y ella no contestaba al teléfono. Quizá había algo que creaba un abismo entre ellas: pues Eiva no podía vestirse con la fortaleza que tenía la americana.
Empezó a creer, lejos de la realidad, que estaba sola. Si incluso su madre la había traicionado, ¿quién iba a quedarse por ella? Todos se iban. Todo se esfumaba. Y ya no quería seguir viéndolo. Entonces pensó que como todos se iban, la siguiente en irse sería ella. No tenía sentido seguir alargando esa condena. 
Cogió la mejor botella de vino que había en el apartamento. La descorchó y dejó respirar mientras iba a la cocina a por una de las copas de cristal. Pero regresó al salón no solo con eso, si no con un bote de antidepresivos también. Diez pastillas que mezcladas con el alcohol le harían dormir por fin, y esta vez, para siempre.
Mientras se llenaba la copa sintió una intensa punzada de miedo y culpa. Tomó un sorbo. Supo que aún tenía un par de cosas por hacer. Lo primero era rápido: un ingreso de una importante cantidad de dinero para Xúan. En Vietnam todo era difícil, pero con dinero tenías muchas más posibilidades. Y con aquella suma, Annie podía tener asegurados los estudios que soñaba.
Otra copa, pero ésta acompañada de las primeras cuatro pastillas.
La suiza fue al dormitorio principal y centró su mirada en la vitrina de cristal que guardaba a Astrid. Había decidido, tiempo atrás, que aquella guitarra merecía reposar en un lugar especial cuando no fuese a ser usada. Qué mejor que junto al armario aún lleno de ropa del que una vez fue su propietario.
Se acercó a la vitrina y cogió la guitarra. Tocó unos acordes mientras miraba una de las fotos que había en un marco sobre el escritorio, una foto de Andy. Eiva sintió su pecho en un puño, pequeño y dolorido. Cogió su teléfono y marcó de memoria su número. Un día decidió respetar su decisión y desde entonces no había vuelto a marcar su número, aún así, aquellos nueve dígitos no desaparecían de su mente. Como esperaba, saltó el buzón. Quiso hablar, explicarle lo mal que iba todo, suplicarle que volviese, pedirle ayuda, confesarle que las noches eran más largas desde que él no dormía en la habitación de al lado. Pero en lugar de eso, quiso despedirse de otra forma; al fin y al cabo, ambos hablaban el mismo idioma: el de la música. Y Astrid daría fuerza a aquella pequeña actuación. Pues seguro que él distinguiría sus notas.
Empezó a tocar.
—“Y aunque enciendan las luces, tú no vas a venir. Me convenzo cada noche de Diciembre: suficiente vodka sabe a ti. No nos queda ya nada en común, quemé los recuerdos del baúl. Porque si no te tengo, ¿para qué los quiero? Al menos así dan calor.”
—“Me permito la debilidad de confesar que quizá es verdad, que cuánto más perdida me encuentro a mí misma… helada porque ya no estás”
—“No nos queda ya nada en común, quemaré hasta el maldito baúl. Porque si no te tengo tampoco lo quiero, hace tiempo tú eras mi calor… y ya no”
Su voz se entrecortaba varias veces. Ojalá otra canción diferente. Ojalá Roma, pues sabía que de tenerle delante no podría cantarle otra. Pero si le cantaba aquella era precisamente por eso, porque ya no estaba delante. Tras soltar un suspiro roto que intentaba evitar un llanto, colgó. No hacía falta decir más, pues tras guardar a Astrid de nuevo en la vitrina, Eiva dejó entre sus cuerdas la carta que ambos se escribieron tiempo atrás. Era suficiente.
[…]
El bote de pastillas quedó vacío, igual que la botella de vino. Eiva se abandonó ante el efecto de la droga mezclada con el alcohol y cayó en un sueño profundo mientras se abrazaba a una de las dos almohadas de aquella gran cama.
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eivadeveraux · 4 years
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you’ve betrayed me.
Un suave murmullo la despertó en mitad de la noche. ¿Se había dejado la tele encendida? No sería la primera vez. O quizá Emma seguía despierta y era ella quién estaba viendo algún programa. La suiza se acercó al salón, iba descalza y hacía frío, así que quiso apresurar su paso. La intermitente luz del televisor alumbraba el salón, pero no era eso lo que la había despertado. Su madre,  Emma, estaba en la terraza, hablando por teléfono. 
—¿Tenemos un trato? Estoy cansada de huir. 
Eiva se apoyó contra la pared, escondiéndose de su madre. Emma era siempre la persona más alegre del mundo y sabía que los últimos meses todo lo acontecido la había afectado tanto como a sí misma; pero su progenitora, con tal de cuidarla, jamás se mostraría débil ante ella. Escuchar a hurtadillas una conversación telefónica era la única forma que tenía para saber, por una vez, cómo se sentía realmente su madre. 
—Estoy en su casa. Ella no puede enterarse de esto, Elías. Suficiente hemos tenido ya. Si te la entrego... tienes que darme tu palabra de que me dejarás en paz. Tenemos el mundo entero, no hace falta que volvamos a vernos las caras nunca más.
El corazón de la suiza empezó a latir con fuerza al escuchar la conversación. Emma hablaba con Elías, no había duda. Se había rendido. Iba a entregarla y Elías, aquel ser tan despiadado, volvería a torturarla como meses antes. Pero aquello no le importaba. Emma. ¿Cómo podía ser que su propia madre se propusiese traicionarla de aquella forma?
Algo en el pecho de Eiva, como si de un interruptor se tratase, se apagó. La suiza regresó de nuevo a su habitación sin decir nada.
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eivadeveraux · 4 years
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YOU NEED TO BREATHE.
Aquella jornada laboral había sido terriblemente larga y aburrida: todo había consistido en papeleo y más papeleo. Pero por fin, había podido reservar la sala de conciertos que quería, para la noche que quería. Y conseguir aquello le había llevado horas. También había entrevistado personalmente a cada trabajador del stuff, pues necesitaba saber quién estaría ayudándola en la sombra.
Al salir de la sala donde daría su espectáculo, Eiva pensó que era una buena ocasión para cenar fuera. Así celebraba que ya solo le quedaba trabajo únicamente artístico por realizar. Y se daría el capricho de comer alguno de sus platos favoritos. Un restaurante italiano sería la opción ideal.
La cena fue una exquisitez: gnocchi a la parmesana, una copa de vino blanco, y un postre cargado de azúcar y calorías. Se lo había ganado, pero no pudo disfrutarlo lo suficiente: en la mesa de al lado había una pareja que no dejaba de discutir. Eiva no era una persona cotilla en absoluto, pero tras escuchar un par de quejidos de la mujer de la mesa de al lado, quiso asegurarse de que aquello iba todo bien.
No. No iba bien. El hombre la toqueteaba por debajo de la mesa. Era un borracho, mucho menos de lo que cualquier mujer merecía. Ella intentaba apartarse un poco, pero él se negaba usando por momentos un vocabulario más soez. Eiva terminaba su postre cuando escuchó de la voz masculina aquella horrible palabra. Puta.
Elías se le vino a la cabeza. Justo con esa palabra solía referirse a Emma.
Eiva se levantó tras limpiar sus mismos labios y se dirigió hacia la mesa de al lado. Se obligo a sí misma a no mirar al hombre, no quería otro rostro de un abusador grabado en sus recuerdos. Simplemente se dirigió a la chica, que buscaba desesperadamente la mirada de alguien para pedir ayuda.
—Hola. Pensaba en ir a tomar una copa. ¿Vienes?
La chica asintió rápidamente y se dio prisa a separarse del hombre. La suiza dejó un billete sobre la barra y salió del local junto a ella. Ambas caminaron en silencio. Eiva sentía una ardiente rabia cruzando por su pecho. Sin darse cuenta apretaba sus puños demasiado fuerte, pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta de que esta a punto de hacerse heridas con sus propias uñas.
Caminaron varias calles, y por fin, la chica habló.
—Gracias por sacarme de ahí. Mi marido bebe a veces y…
—Tranquila. No debes agradecerme nada; pero quizá deberías buscar alguien mejor. Créeme. No va a cambiar nunca.
La chica asintió, era consciente de aquello. Pero tampoco añadió nada más. De repente, unos pasos empezaron a perseguirlas. Eiva cogió aire al darse cuenta de que era aquel mismo hombre quienes la perseguía. Cuando volvió a decir aquella palabra horrible, Eiva se detuvo y miró a la chica.
—Vete de aquí y llama a la policía.
No dijo más y se dio la vuelta para dirigirse hacia esa escoria humana. Le bloqueó el paso y él, se dirigió a la suiza.
—Tú no te metas, morenita.
Eiva apretó los labios unos instantes. La rabia la inundó por completo y simplemente soltó una risotada.
—¿Morenita? Demasiado original hasta para un pedazo de mierda infecta como tú. Quizá deberías pirarte a una barra de bar, que me han contado que se te da de lujo.
El tío miró a Eiva sin decir nada y la escupió en la cara. La suiza cogió aire y tras limpiarse la saliva ajena con el dorso de la mano, le dio un fuerte bofetón. Todo lo fuerte que podía proporcionarlo, claro. Pues la suiza no tenía nada de fuerza.
El hombre ni se inmutó.
—Quizá contigo también me sirva.
Aquella sentencia fueron las únicas palabras que procesó el hombre justo antes de coger a la suiza por el cuello y estamparla contra la pared más cercana. El hombre empezó a sobar la cintura de la suiza, quién empezó a sobarle la cintura a la de los tatuajes. Ella reaccionaba con rodillazos, y golpes que no eran suficiente.
El hombre apretó con fuerza su garganta, impidiéndole así respirar. Y al saberse totalmente incapaz de defenderse, se quedó inmóvil. Quizá así pudiese aguantar hasta que llegase la policía sin perder el oxígeno que le quedaba.
Pero los segundos avanzaban y no se oía ningún tipo de sirena en la lejanía. A Eiva le cosquilleaban las mejillas debido a la falta de aire, y también le ardían los ojos. El hombre ajeno a todo, seguía toqueteando a Eiva, en zonas ya demasiado íntimas.
¿Así era como Emma debía sentirse? ¿Tan sucia? ¿Con tanta rabia?
De repente apareció alguien, un hombre nuevo que había aparecido de la nada. Éste hombre apartó al abusador de Eiva dándole un fuerte empujón. La suiza cayó al suelo mientras intentaba que todo el aire que necesitaba entrase en sus pulmones. Los otros dos se enzarzaban en una violenta pelea.
Cuando el abusador parecía tener un poco de ventaja, la suiza de algún modo, logró propiciarle un golpe en la nuez y un posterior puñetazo. Pero nuevamente sus fuerzas eran escasas, y pareció no servir de nada. El otro hombre, pudo inmovilizarle para el mismo momento en el que llegó la policía.
[…]
 —Eh. ¿Estás bien? Soy Leo. No deberías meterte en peleas si no sabes cómo defenderte. Yo podría enseñarte.
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eivadeveraux · 4 years
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S c a r s.
| + @eivadeveraux​ |                                      1 de Noviembre 9:00 a.m Esas cuatro paredes no dejaban de cerrarse, disminuyendo así el tamaño de la habitación de manera considerable. La casa era grande, no porque Samantha precisase de un espacio tan amplio para vivir. Era grande por todas las mascotas y porque era consciente de que la francesa necesitaba su “espacio” para ser y sentir las cosas de esa manera en la que sólo ella podía hacerlo. Y aquel espacio nunca había resultado tan enorme ni tan vacío, no hasta aquel día. El problema no había sido despertarse, el problema había sido descubrir que ahora que Brey no estaba todo había vuelto, todo eso de lo que llevaba semanas huyendo.   Londres, los gritos de desesperación, Bethlem, aquellos escenarios tan tétricos, la voz chillona de Helena, las pesadillas, las descargas eléctricas y el dolor que recorría todos sus brazos y sus piernas por la cantidad de veces que la psiquiatra había clavado las aguja de la jeringuilla en su piel; el agua y el hielo de la bañera. Vivir a oscuras, sin agua, ni comida. La soledad y la desesperación estaban ahí de vuelta para abofetearle la cara. Entonces observarse en el espejo fue como perder de golpe todas esas batallas que había creído ganar durante días. La inseguridad, el miedo y el rechazo recorrieron todo el cuerpo de la artista. Su cabeza seguía silenciada pero no dejaba de viajar rápido, no había tregua alguna, seguía atacándola. Y seguiría atacándola durante los próximos días. Rebuscó en los cajones del baño, como si de verdad fuese a encontrar algo útil ahí. Algo que disipase su ansiedad de un plumazo. Pero no encontró nada, hacía años que había dejado de esconder medicación en los cajones que estuviesen dentro de su alcance. Eso nunca era bueno, menos cuando se mezclaba con el sabor del vino en su boca. Las lágrimas seguían escondidas en sus ojos, aún le quedaban fuerzas para hacerle frente a ese autorechazo. Aunque éstas terminaron por atravesar sus mejillas cuando recordó la conversación que había tenido con Monel no hacía más de media hora. La francesa estaba pasando por lo mismo que había pasado ella semanas atrás y eso era insoportable de asumir. Más aún cuando no tenía la oportunidad de hacer nada al respecto. La sensación de ahogo se habría extendido por todo el cuarto de baño de no ser porque su reloj de pulsera vibró para indicarle que era la hora, que debía salir de casa, ir a la galería y seguir con su vida. Y si algo había aprendido durante los últimos años era que debía aferrarse a como dé lugar a la realidad. Necesitaba mantenerse anclada o no habría vuelta atrás.                                     1 de Noviembre 10:30 a.m Esconder las marcas de su cuerpo no era complicado, no había sido difícil usar todo ese maquillaje. Ni dejar de lado todos los vestidos para usar americanas y pantalones que pudiesen cubrir al completo toda la longitud de sus piernas y sus brazos. — Samantha, Eiva ha venido a verte — aclaró Erika a través del altavoz del teléfono. Fue lo único que consiguió sacar a la americana del ensimismamiento de autodestrucción en el que se había sumido. En aquella ocasión no encontraría la paz necesaria para enfrentarse al mundo real con la misma tenacidad. Samantha había estado rota siempre, sí. Y aún así, siempre había hecho lo posible por cruzar la puerta de la galería con una sonrisa en la cara. ¿Aquel día? Nada. No tenía un lugar al que ir ni algo que buscar. Ni siquiera el arte le había dado un merecido descanso para dejar escapar todas esas emociones. Mantenía la compostura casi a diario y estaba cansada de cargar con todo ese peso y no permitirse flaquear ni una sola vez. Se levantó de la silla, recibiría a la suiza de pie, por supuesto. Tragó saliva, ya que el nudo de su garganta oprimía por completo su estómago. No podía fingir que todo iba bien. Pero ahí estaba, fingiendo que todo iba bien. No le mostró la sonrisa de siempre pero asintió con la cabeza a modo de saludo. Su decadencia fue recibir aquella pregunta: “¿Como estás?”  Samantha no era del tipo de personas que adornaban las conversaciones con mentiras. Saltaba a la vista que no estaba bien, no por las ojeras, ni por los ojos hinchados de tanto sumirse en el mismo llanto. Más bien porque su pregunta hizo que soltase un sollozo. — Eiva yo…Sé que habíamos quedado en que te echaría una mano…Sé que te había citado hoy aquí…Y lo estoy intentando, he venido para intentar trabajar, para mantener mi cabeza en blanco pero no soy capaz de hacerlo…. No estoy bien. No estoy bien, no creo que sea una buena idea que te quedes, y te pido disculpas de antemano. Espero que pronto podamos planificar un nuevo día. Pero hoy… — su respiración se había acelerado de golpe — Hoy solo quiero meterme en la cama y no salir durante días… Necesito ahogarme en un vaso de agua. Las lágrimas volvieron a fluir. Después la falta de aire dejó de por medio a un Samantha más inestable, es que escasas veces se permitía flaquear delante de alguien. Eiva estaba ahí y asumir la vergüenza de verse derrotada no estaba en sus planes pero le importaba más bien poco. Su pecho pedía a gritos descargarse, sacar de dentro todo aquello que apretaba hasta ahorcar. Y así lo hizo porque con aquel llanto se mostró mucho más nerviosa e incapaz de moverse con la misma libertad de siempre. Sus manos temblaban, las escondió en los bolsillos. Caminaba de un sitio a otro, ojalá hubiese podido agujerear el suelo. Intentaba coger bocanadas de aire pero era imposible llenar sus pulmones. Eiva siempre había tenido ese halo de positividad y era innegable que existía un  intercambio de energía positiva entre ambas. No supo si fue eso o la desesperación pero terminó abriéndose de par en par delante de la suiza. — Necesito escuchar a mi cabeza o no… Necesito deshacerme de todo esto Eiva, no podré… Me he dado cuenta de que no podré, no soy yo misma…Me han quitado todo, he tardado en darme cuenta de que…Me han quitado todo. De que llevan toda la vida marcándome una y otra, y otra vez.  Y esta vez no podré con esto…. — alzó las mangas de la americana. Poco necesitó para mostrar la cicatriz que recorría su brazo desde la muñeca hasta la mitad del mismo. Ahí ya se pudo observar como el resto de su antebrazo estaba lleno de pequeñas marcas que había dejado la aguja en su piel. — Me he dado cuenta de que me consume…Y de que no he sido capaz de verlo hasta hoy. De que trataba de ignorarlo y no puedo… — con la mano opuesta frotó su brazo, con fuerza, como si así  pudiese borrar cada marcha de su piel —  Perdona, perdona, no era algo que debías presenciar, llamaré a Erika para que te acompañe y para que planifique una nueva cita. — Quiero que te grabes esto a fuego en la cabeza, Samantha: estas marcas no te definen. Entiendo que puedan traerte recuerdos que prefieras dejar en el más profundo de los olvidos; todos tenemos algo así. Eiva alzó su brazo izquierdo y le cogió a Samantha de la mano para que la tocase justo donde estaban sus tatuajes. La tinta cubría de forma perfecta el relieve de unas cicatrices que llevaban ahí algo más de una década; cicatrices verticales, suicidas. Buscó la mirada de la opuesta con la propia y se hundió de hombros. Luego se sintió culpable por haber hecho eso, pues su mensaje de “esto no te define” perdía fuerza cuando ella le mostraba sus cicatrices cubiertas por la tinta. Hizo una mueca al darse cuenta de ello, y se prometió a sí misma hallar el modo de ayudarla. Aunque aquello significase hacer lo que se suponía que no debía hacer. Pues Samantha era demasiado… ¿pura? como para merecer ese tipo de sufrimiento y jamás podría perdonarse a sí misma no ayudarla. Soltó a la artista antes de ponerse a rebuscar en su propia mochila en busca de algo. De ahí sacó un libro viejo que a ojos de los demás estaba totalmente en blanco. — No te preocupes por la clase. Ahora solo voy a pedirte un café ¿te importa?—Rodó los ojos durante unos instantes e hizo una suave mueca.— Tú… solo confía en mí. Distraigámonos un poco. Creo que ambas nos lo merecemos. Podemos tomarlo arriba, en la azotea, pondré algo de música. Podemos tirarnos al suelo y simplemente… mirar el cielo. Podemos hablar si quieres, o estar en silencio. Pero no me hagas irme ahora, Samantha. Te juro que merecerá la pena. La suiza la miró suplicante durante unos instantes. Cuando la convenció, al menos para el café, se puso a ojear el libro. Pasó rápidamente las páginas. Ella observaba extrañas letras antiguas, de extraño idioma y caligrafía, y aún así, podía entenderlo todo a la perfección. Cuando encontró la página que buscaba se dispuso a memorizar cada palabra. Ya había realizado aquel hechizo sobre sí misma, para borrar la cicatriz de su nuca; y solo por eso daba por hecho que podría eliminar las marcas de su amiga. Pero la realidad era que ejecutar aquel tipo de magia en otra persona era más difícil, pues la ponía a prueba mentalmente, requería más concentración, más tiempo e implicaba perder mucha energía. Eiva leyó aquella advertencia y decidió arriesgarse. Por suerte no necesitaba hablar, hacer cánticos o ningún tipo de gestos. Al menos, no para eso. Solo necesitaba repetir en su mente una vez tras otra el hechizo, visualizarlo, y mantener una concentración extrema. Guardó el libro en su mochila y empezó a visualizar en su mente las heridas de la chica. Mientras pensaba en ello, se dirigió despacio hacia la azotea para tener un poco más de margen de tiempo, unos minutos más hasta que Samantha la encontrase. Subió las escaleras despacio concentrándose en cada palabra de aquel extraño idioma. Cerró los ojos cuando puso un pie en la azotea; el aire fresco siempre la ayudaba a despejarse así que se quitó la chaqueta y la dejó caer en el suelo. El frío viento logró que Eiva encontrase aquella conexión entre su mente, su magia, y las cicatrices de Samantha. Ahora solo debía visualizarla sin ellas, imaginar que la conversación de antes había sido diferente, quizá en otra época donde ambas llevasen tirantes y ella estuviese contenta con su cuerpo. Entonces, cuando parecía estar todo hecho su propia oscuridad se le presentó como barrera. De golpe sintió la rabia que últimamente la estaba llevando a meterse en problemas. Escuchó en su mente las palabras de las personas a las que había sentido la necesidad de callar usando sus mismos puños. Sintió las palabras de Elías en su mente, y pudo visualizar de nuevo aquel horrible videoclip. La despedida escueta que tuvo con su madre antes de perder la memoria. La culpa por ello y el posterior vacío. Incluso se recordó a sí misma tocando el piano en aquel bar de suiza sabiéndose consciente de que la mirada de los ojos que más añoraba no volvería a cruzarse con la propia ni que removiese el mundo. Ira. Rabia. Vacío. Pérdida. Todo de golpe. Y a pesar de todo eso, se obligó a sí misma a seguir pensando en aquel hechizo. Y de repente, el golpe de la puerta de la azotea que indicaba que Samantha estaba ahí. (…) La americana subió las escaleras, una por una, como si las estuviera contando, con un ritmo bastante más lento que de costumbre. Ya desconocía si el malestar que recorría su cuerpo era producto de su imaginación. Sólo sabía que mover sus articulaciones era casi como romperse desde dentro. Su hombro derecho fue el protagonista en mitad de aquella tragedia. La marca apuñaló su hombro, lo atravesó y el dolor hizo que flaqueara antes de llegar al último escalón. Donde su cuerpo se precipitó contra la puerta de la azotea. Se apoyó en la misma al liberar sus manos tras haber lanzado la taza de café al suelo. El ruido de la porcelana sólo le impulsó a emitir un quejido ronco. De no ser porque tocó la marca de su hombro, ahí donde ya yacía un tatuaje, y sintió su piel arder hubiese creído que había perdido aquel brazo. El aspecto de Eiva para entonces era terrible. Su cuerpo prácticamente era viscoso de lo empapada en sudor que estaba de golpe. De su nariz brotaban dos goterones de sangre que ya le llegaban por el cuello. El perder la concentración de golpe hizo que incluso se desequilibrase y diese un paso en falso. Se apoyó en una de las paredes, y sin decir nada, se acercó a la artista. Cogió el brazo que antes le había mostrado y simplemente, al ver el resultado efectivo de su hechizo, lo dejó caer, sonrió y se mantuvo en silencio unos instantes antes de murmurar con una voz totalmente rota. — Guárdame el secreto… Samantha. Por favor.
— Eiva…  — murmuró en un hilo de voz, con una expresión de confusión. No entendía qué estaba pasando ni por qué algo parecía haber empezado a consumirla. Las cicatrices de sus brazos y sus piernas desaparecieron sí, no entendía cómo o porqué pero aquello arrasó también su piel. Sentir el contacto ajeno de nuevo cuando sujetó su brazo hizo que emitiera un grito de dolor que terminó por consumir la poca consciencia que le quedaba. — ¿Se…Secreto…? Tenía muchas preguntas que hacerle. Quería entender porque su piel había vuelto a su estado natural aún después de haber cruzado semejante infierno. Y por qué parecía haber estar sufriendo otro. Por qué su cabeza daba vueltas y por qué el aire de la azotea la golpeaba tan fuerte. No entendía por qué no podía vocalizar con claridad ni por qué aquel dolor agujereaba cada centímetro de su piel obligándola a caer de rodillas para después desvanecerse en el suelo y perder la consciencia. Si aquel momento había debilitado a Eiva…A Samantha incluso más. Tardaría tiempo en entender que su cuerpo no estaba preparado para ese tipo de cosas. Acumular toda aquella oscuridad en su interior era totalmente incompatible con la luz que pudiese transmitir la suiza. (…) —Erika, Samantha se ha desmayado. 
Sí, lo soltó sin más. Tal cual. Porque ya no podía más. Sin esperar las palabras de Erika, ambas se dirigieron de nuevo a la azotea. Eiva volvió a comprobar que la americana respirase correctamente y su latido fuese acompasado.  Incluso la buena noticia de que las constantes de Samantha fuesen correctas, a Eiva ya no le volvía su característico brillo en los ojos. Su mente intentaba procesar todo, de nuevo, desde el principio, y con una rapidez que su cuerpo no podía permitirse. Y así sería siempre a partir de ese momento, todo se le atragantaría. Todo se le atropellaría. Todo le daría rabia, asco. Y todo lo volcaría contra sí misma. Ya no había remedio. Aún así, ayudó a Erika a bajar el cuerpo inerte de Samantha por las escaleras. Erika se ocupaba de una forma demasiado fluida, como si aquello hubiese pasado en otras ocasiones. ¿Quizá tenía Samantha algún problema de salud? Lo preguntó en voz alta, pero Erika no respondió. No estaba autorizada para hablar de ella y eso Eiva lo entendió con el mismo silencio que le procesó la mujer.  Apretó los labios, no podía hacer nada. Y… como no podía hacer nada, simplemente cogió un folio y escribió una corta nota que simplemente rezaba un “lo siento”. Cogió la libreta de Samantha, y sin mirar en el contenido escrito de sus páginas, abrió la tapa y dejó la nota ahí. Después de aquello, cogió su mismo bolso y salió huyendo.   
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eivadeveraux · 4 years
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HIDDEN TRUTH.
La suiza llevaba semanas teniendo la misma pesadilla cada noche: se observaba a sí misma en un espejo que le devolvía una imagen que no era la propia. Al principio el cambio era imperceptible, pero con el paso de los minutos su reflejo iba adoptando un semblante cada vez más distante y frío. La suiza se giró en repetidas ocasiones para ver si quizá era un efecto óptico por alguna mala luz, incluso inspeccionó el espejo, pero su reflejo seguía intacto… persiguiéndola con la mirada.
—¿Quién eres? —Se atrevió a decir. Pero no halló respuesta. —¿Qué quieres de mí?
Su reflejo sonrió de forma amenazante.
—Yo… soy tu. Vengo a cuidar de ti.
Eiva parpadeó un par de veces, pero cuando volvió a abrir los ojos, su reflejo vestía con diferente ropa. Esta vez iba únicamente en albornoz lleno de suciedad y barro. La suiza recordó de golpe aquel extraño suceso que vivió meses antes en el que, literalmente, salió de la ducha y apareció horas más tarde tirada en un bosque con aquella misma vestimenta.
Despertó sintiendo la angustia casi palpable. Entonces las palabras que Elías le dedicó durante su cautiverio, empezaron a tomar un extraño sentido.
“Veo que aún no sabes controlarlo. A mí también me costó. Quizá algún día te enseñe. Pero no te preocupes, mientras esté cerca “eso” no va a poder controlarte.”
Solo había un lugar en el que buscar pistas, pues tampoco sabía de ningún otro sitio en el que poder buscar información sobre su padre… que la casa en Lausana donde Eiva vivó su atormentada infancia. La idea no le atraía lo mínimo, y una parte de ella se alarmaba solo con la idea de volver a poner un pie bajo aquel techo. Pero debía hacerlo, debía descubrir la verdad de una vez por todas.
Cuatro horas más tarde, tras haber tomado un vuelo en avión y un taxi, se encontraba en su pueblo natal, ubicado en una pequeña localidad de Suiza. Allí las casitas eran de cuento, y los Alpes se encontraban a tirar de piedra. Los campos, las montañas, y la increíble vegetación siempre de colores verde, blanco o marrón, lograron hacerle sentir una nostalgia que golpeaba su pecho. Añoraba aquel lugar, pero también sabía que jamás sería feliz viviendo allí.
Llegó a la pequeña casa donde residió en su infancia y todos sus sentidos se pusieron en alerta. Cogió una piedra y rompió el cristal de una de las ventanas para poder meterse en el interior del lugar. Una vez dentro adoptó una actitud de lo más observadora, pues con el paso de los años había olvidado muchos de los detalles que ahora la rodeaban. Sobre los muebles había marcos con fotos, en algunas aparecía ella de niña, en otras Emma… e incluso Elías. Sintió que se le revolvía el estómago por unos segundos, no quería estar ahí y quizá no había sido buena idea. El marco de la puerta de la habitación de matrimonio principal, la de sus padres, estaba llena de marcas que indicaban su propio crecimiento en centímetros durante sus primeros cuatro años de vida.  
La primera impresión que daba el interior de aquella casa era buena: se podía ver que una familia vivía ahí y no había ningún tipo de señal que indicase que no eran felices. Y a pesar de saber cual era la verdad, las apariencias casi lograron engañarla.
Eiva recordó el motivo por el que se encontraba ahí, y empezó una rigurosa búsqueda de cualquier cosa que le explicase algo sobre su padre. No creía en cosas sobrenaturales, pero ya no había otra explicación posible para todo lo que le había sucedido y al parecer, su padre sabía de ello también. Por eso empezó a revolver entre las cosas de su dormitorio. Pero no encontró absolutamente nada ni en el armario, ni en los cajones, ni bajo de la cama. No había maderas sueltas en el parqué ni nada extraño que llamase su atención. Hizo una búsqueda exhaustiva de toda la casa, incluido el baño. Y tampoco encontró nada. Cuando casi había abandonado la idea de encontrar algo allí, observó la estantería que se encontraba en el comedor. Empezó a ojear los libros uno a uno, tirándolos al suelo cuando se aseguraba de que no había nada en ellos. Cuando desnudó de libros la estantería, pudo ver que había un agujero cuadrado en la pared, a la altura de su cabeza. No dudó en ponerse de puntillas para poder meter la mano en aquel agujero y de ahí sacó un libro viejo de lo más extraño.
Cuando lo abrió descubrió que sus páginas estaban escritas con pluma y tinta:
“Año 1690, Salem, aquí empieza todo. Me llamo Tituba. Y si estás leyendo esto es porque compartimos un vínculo sanguíneo. Soy tu familia y quiero protegerte, pues corres grave peligro y nuestra estirpe debe sobrevivir. Si alguien te descubre querrán acabar con tu vida. Por eso, este libro contiene todo lo que debes saber, y por razones lógicas las personas que no compartan el mismo vínculo sanguíneo no podrán leer estas páginas. Pues nada en este grimorio verán.”
Eiva frunció el ceño. Sacó su teléfono y fotografió aquella introducción del libro. La fotografía solo mostraba una página en blanco. Supo que era aquello lo que había ido a buscar, y sin esperar un segundo más, decidió salir corriendo de allí y volver a casa.
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eivadeveraux · 4 years
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i don’t f*cking care.
—¿Otra vez, Eiva? ¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿De lo grave que es tu situación? Acabarás arruinando tu carrera.
—Joder, Darío. Tú también no. Ya tengo a mi madre dándome la chapa.
—¿La chapa? ¿En serio? ¿Cuáles eran tus motivos esta vez? ¿No te das cuenta de que como toda esta basura se filtre te vas a pegar una hostia mediática? ¡Eres el ejemplo a seguir de muchos adolescentes! Deja de comportarte como una más de ellos.
—¿Pero de qué coño vas? Eres mi puto abogado; no te consiento que intentes darme clases de moral o de ética. Si me estampo será cosa mía, a ti que te la sude mientras siga pagándote. ¿Estamos?
—…
—Ya, lo suponía. No finjas que te importa algo más que mi dinero. No eres diferente a nadie. Cierra al salir y arregla el tema de la indemnización, que para algo te pago.
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eivadeveraux · 4 years
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we stole each other.
                                                                —Finales de Octubre de 2020.
Eiva estaba viendo un concurso en la tele, tapada con una manta, y rodeada de sus gatos. Para ella la felicidad era eso y no sentía necesitar más. Entonces, y con la velocidad de un relámpago, todo regresó.
Fue como apagar una luz.
Un instante.
Un parpadeo.
Su dura infancia en la que tanto ella como su madre recibían abusos por parte de Elías. Su niñez, en la que la situación no mejoraba, pero podía evadirse con el colegio. Su adolescencia y el hallazgo de la libertad que jamás antes había tenido; aquellas primeras inquietudes abriéndose paso, sus primeras veces, y toda una etapa llena de confusión y rebeldía. Los estudios. Aquel viaje a Vietnam donde conoció a Annie, la niñita de sus ojos a la que llevaba año y medio sin visitar. Su paso a la adultez, donde por fin encontró un trabajo que se ajustaba un poco más a su necesidad. El mejor amigo que jamás pudo encontrar. Sus primeras relaciones serias que terminaron casi en tragedia. Su primer trabajo en Berlín, que resultó ser efímero, pero tremendamente enriquecedor. Andrew. Ash. DVICIO. Ser su mánager. La primera vez que fue secuestrada. El recuperarse de ello y encontrar el trabajo que la llevaría a cumplir sus sueños. Barcelona. La sensación de no dar abasto. Sus ��pocas vacías. Enamorarse, no atreverse y perder, y nunca deshacerse de esos dos sentimientos. La discoteca. Su acosador. El miedo incesante. Madrid. Aquella extraña borrachera que la ayudó a atreverse. Su secuestro. Elías. Y Andrew sacándola de ahí.
El dolor de cabeza logró abrumarla, era demasiada información de golpe. Tras ir a la cocina se tomó un analgésico deseando que todo aquello, sus recuerdos, se quedasen con ella para siempre aún siendo consciente de que muchas cosas prefería no haberlas vivido ni sentido nunca. Se dio cuenta de que, de alguna forma, había cambiado.
Tras salir de la cocina decidió darse un paseo por aquel apartamento. Recordar que se había instalado en casa de Andrew semanas antes de su secuestro, y que después del mismo, seguía viviendo ahí… la hizo sentir extraña. Sobre todo, porque sentía aquel apartamento como propio. Reconoció a casi cada persona de las fotografías que adornaban el salón y no se había atrevido a tocar. La prima de Andrew, a quien conoció en una trágica ocasión. Su hermana Dalarna, quién era un ser de luz. Fotos de los chicos de DVICIO, los que una vez fueron sus representados; sus chicos, siempre lo serían. Y varias fotos de un enorme Braco de Weimar, Ash, la alegría y el rey de la casa.
Y aunque ahora en ese apartamento hubiera dos gatos, empezó a sentir que estaba vacío. Faltaba Ash. Y, sobre todo, faltaba su dueño… A decir verdad, no sabía nada de Andy desde aquella vez en la que le hizo una visita al hospital y por culpa de las drogas, no pudo ni llegar a decirle que había perdido la memoria. ¿Estaría en alguna gira? No recordaba haber visto ningún póster promocional. La alternativa era peor; también recordó a qué solía dedicarse en sus horas libres… Y que Elías hizo mención de la mujer que era algo así como la jefa en sus negocios turbios.
Ya había intentado llamarle varias veces antes. Para que le hablase de sí misma, y le contase como se conocieron y qué tipo de relación llevaban. Según Emma, él era un tipo “especial”. Pero a sus llamadas nunca hubo una respuesta. Así que, y esperándose ya un mal pronóstico, volvió a intentar contactar con él. Pero una vez más, saltó su buzón de voz. La diferencia esta vez fue que sabía qué hacer, y a quién llamar. Así que marcó el número de Nacho. Tras dos tonos, por fin hubo una respuesta. Pero no fue la esperada.
—“¿Ha aparecido Andy ya?”
Aquellas palabras hicieron que a la suiza se le helase la sangre. Si Andy no estaba ni con los chicos, era que algo le había pasado. Leire o Elías. Quizá incluso ambos. ¿Podría salvarle esta vez? Devolverle un poco de todo lo que él había hecho por ella. Logró no entrar en pánico, si la cosa fuese realmente mala… alguien ya hubiese encontrado algún tipo de pista.
También sabía que debía llamar a Emma. Explicarle que había recuperado la memoria. Decirle que la quería con locura, y que haría todo lo posible por conseguir que pudiese volver a vivir donde ella quería, en Lausana. Y que después de eso, pasaría un mes entero con ella. ¿Qué más daba el trabajo? El amor de su madre siempre sería lo primero para ella. Y más después de todo lo que había tenido que pasar por protegerla en su infancia, ¿cómo era posible que antes fuese tan egoísta con ella y la visitase únicamente en navidad? ¿Por qué nunca se permitió salir del pozo? ¿O tan siquiera intentarlo?
Cogió el teléfono y marcó el número de Emma. Ella, como siempre, respondió rápido. Como al segundo tono.
—…Mamá.
La voz de Eiva se quebró al decir aquella palabra. Y no hizo falta más. Emma notó el sentimiento de su hija, incluso el tono de voz que había empleado era diferente al que había tenido semanas antes. Volvía a ser ella. Emma rompió a llorar, pero sus lagrimas eran de alegría, pues a pesar de todo lo malo… su hija había “regresado”.
—Ya hablaremos, Eiva. Imagino que debes estar abrumada. Escucha, debo decirte algo. Ese chico, Andrew. Tu amigo… o lo que fuese. Él te dejó una serie de cosas en el hospital. Pensé que lo mejor era que lo tuvieses cuando recuperases la memoria. Lo guardé todo en una caja alargada, debajo de su cama. Deberías ir a verlo.
—Luego hablamos, mamá. Gracias. Ya sabes, por todo.
Eiva colgó. Cogió aire y empezó a ver cómo las piezas del puzzle se juntaban. Ella siempre había sabido una cosa, y es que Andy siempre luchaba contra sí mismo por eso de no querer ponerla en peligro. A medida que avanzaba por el salón, la idea de que estuviese en peligro iba desvaneciéndose, pero se sustituía por otra: se había ido.
Al entrar en la habitación del chico, apretó sus labios con nerviosismo. Allí se encontraba la respuesta a la pregunta que llevaba semanas formulándose “¿Dónde se ha metido este hombre?”. Se arrodilló y sacó una enorme caja de plástico que simulaba cuero, y se sentó justo al lado. Tras varios segundos pensando en si quería saber lo que había en el interior de ésta, decidió abrirla.
Y ahí encontró lo siguiente:
Un ramo de rosas blancas ya secas. Entre ellas una tarjeta de cumpleaños dirigida a ella.
Un ejemplar de “Impulso”, el que había sido el último CD de DVICIO. Pero éste venía sin plastificar, en el interior del mismo se encontraban las firmas de todos los integrantes del grupo, una foto de ambos que Eiva observó durante varios segundos y una lista a modo de guía de las canciones que se encontraban en el CD. Eran sus canciones, y ella lo sabía. Amor, desamor. De eso trataban las canciones… El final de la lista, lo coronaba “Valeria”, la canción favorita de la suiza que había llegado a obsesionarle, quizá, porque siempre había soñado en ser ésa tal Valeria de la que habla la canción.
Astrid en su funda. La guitarra más especial de Andrew. Guitarra que llevaba el nombre de su madre; además tenía la firma de ambos junto a un sugerente espacio vacío. Conocía lo suficiente a Andy como para saber que, de algún modo, le estaba pidiendo su misma firma ahí. La suiza alargó un brazo y cogió un rotulador indeleble de uno de los lapiceros que reposaban en la estantería. Y sin darle muchas más vueltas dejó impresa su firma junto a la de ellos dos. Después suspiró y acarició con cariño la firma de Astrid. Apoyó su frente unos instantes sobre el mástil de la guitarra, con los ojos cerrados.
Había un papel doblado en la caja, era lo único que seguía reposando ahí dentro. Era la verificación de que él, finalmente, había decidido apartarse de ella. Sabía que cada palabra iba a dolerle, así que no se demoró mucho más en coger aquel papel y levantarse. Dejó la guitarra sobre su cama y se sentó a los pies de la misma, justo antes de empezar a leer aquella carta escrita a mano.
“Es posible que me odies el resto de tu vida por esto, y es totalmente comprensible. Yo también lo haría. Te diría que tengo una buena excusa para marcharme, pero lo cierto es que no la tengo. Ya me conoces, Eiva. Soy de los que llegan, arrasan con todo y se marchan cuando ya no hay nada más por arrasar.
Me voy. Pero no me voy a medias. No me mudo a otro sitio y te contesto los mensajes y las llamadas. No me mudo y muevo medio mundo para sacarte del pozo en el que te he metido. Me voy. De verdad. Sin un teléfono en la mano con tu número guardado. Voy a mentirte, y a decirte que estoy de retiro espiritual en algún lugar del mundo, incomunicado y hallando mi paz interior a través de la meditación. Suena gilipollas, pero tú piensa que es la verdad. Será lo mejor.
No voy a prometerte que volveré dentro un mes, o de dos, o de tres. De hecho, ni siquiera voy a prometerte que nos volvamos a ver. El tiempo me ha demostrado que somos ese tipo de personas que se encuentran en el momento menos oportuno. Porque no Haba, no era nuestro momento. Ojalá hubiésemos sido capaces de atraparnos al mismo tiempo. Ojalá yo hubiese ido más despacio y tú más deprisa. Ojalá hubiese sido capaz de haberte dejado marchar nada más conocerte. Y no ahora, casi tres años después. Hubiese sido menos complicado.
Voy a ser directo, y a dejarme de chorradas. Eres una mujer increíble. Fuerte. Con un gran talento. Así que explótalo tanto como puedas. Nunca dejaré de escucharte, ni de buscar Roma antes de irme a dormir. Porque como dijiste una vez, todos los caminos me llevan a ti.
Así que libérate, sé quién siempre has querido ser; esa que no necesita de nada ni de nadie para salir a flote. Sigue bailando y demostrándome que soy un imbécil por no llevarte conmigo esta vez.
PD: Me he encargado de subir “Nada” a todas las plataformas digitales. Incluido el videoclip que grabamos. Somos número uno en gran parte de Latinoamérica y somos tendencia aquí en España. Ojalá sea lo primero que escuches nada más despertarte.
                                                                        Te quiero, Haba.”
 La suiza sintió un nudo en su garganta. Volvió a leer la carta, una vez tras otra, y cada vez sentía algo distinto. Tristeza, dolor, cierto rencor, incluso soledad. Quizá en el fondo de su corazón sabía que Andrew acabaría desapareciendo alguna vez, puesto que él siempre intentaba luchar contra sí mismo por apartarla o no de su lado. Pero no podía permitir que eso sucediese de esa forma. Por una vez en su vida decidió que lo mejor era respetar la decisión del argentino… Aún así, quería verle una última vez. Despedirse mirándole a la cara, darle un abrazo y dejarle ir. Quizá solo así él encontrase la paz que necesitaba.
Quizá solo así ambos podrían seguir avanzando.
Así que se dio una ducha con el agua más fría que permitía el grifo, y tras vestirse con sus vaqueros, su camiseta más gastada y su eterna chupa… Decidió partir. ¿Destino? Berlín.
Durante el vuelo escuchó por orden y en bucle las canciones que Andrew le había dedicado, analizándolas, pensándolas y trasladándose mentalmente al lugar y al momento donde estaba convencida que habían nacido esas letras. El sentimiento de pérdida estaba latente en su pecho, prácticamente la ahogaba. No pudo evitar echarse a llorar en silencio en mitad del vuelo; sabía que él se llevaba una parte de sí misma, y prefirió pensar que una parte de él se quedaba en ella.
Si bien es verdad, también sentía cierta rabia por la situación. Desde luego, no era el mejor momento para que él decidiese desaparecer de su vida. Pero su necesidad por ayudarle, aunque significase dejarle ir, era cada vez mayor. Se lo debía, al fin y al cabo. Y si era lo que necesitaba… ella se lo concedería. No podía hacerlo de otra forma. Pero no sin más, claro.
Cuando el avión aterrizó en Berlín, la suiza tuvo claro que dirección pedirle al taxista. La misma en la que Andy residía. Le pidió al conductor que se esperase ahí, pues la verdad es que no creía que fuese a tardar. Solo necesitaba mirarle, sonreírle una última vez, prometerle que todo iría bien y decirle adiós. Eso no podía llevarle más de cinco minutos. Mientras el taxi recorría las calles alemanas, Eiva observaba los cristales de las ventanillas, éstos estaban totalmente empañados. Recordó lo difícil que le resultó adaptarse al clima la primera vez que fue a Berlín. Ahora aquella temperatura le resultaba confortable.
Al llegar al edificio, Eiva bajó del taxi y abrió la puerta con una copia de las llaves que Andrew guardaba en el apartamento de Madrid. Que Ash no fuese a darle la bienvenida, le indicó que no estaba ahí tampoco, aún así quiso comprobarlo e inspeccionar el piso. Por supuesto, estaba totalmente vacío.
Solo le quedaba un lugar más al que ir.
Subió al taxi de nuevo y dio una nueva dirección. Aquella sin duda, fue una idea arriesgada y más después de todo lo que había vivido en las últimas semanas. Pero la ocasión lo merecía; y prefería lidiar con un enfado de Andrew, que con la ausencia de una despedida en la que pudiesen mirarse a los ojos.
Entró en aquel bar. Sí. El bar donde el trabajaba años antes tocando y cantando antes de saltar a la fama. El mismo bar en el que Eiva se dispuso a dejarle atrás en una ocasión. Y es que entonces, quién la buscó, fue él. Pasó la vista por la barra buscando a aquella mujer rubia a quién esperaba no encontrarse, pero al sentir su ausencia comprendió que las cosas realmente habían cambiado en aquel local. Lo único que se mantenía de la misma forma e igual de bien mantenido, era el pequeño escenario.
La suiza se dirigió a la barra y se pido una jarra de cerveza. Aprovechó para preguntarle al camarero si Leire seguía trabajando ahí, pero al parecer, no sabía nada de una mujer con tal nombre. El bar había sido comprado meses antes y ahora ella no tenía nada que ver. Eiva entonces lo comprendió: no habría una despedida como la que esperaba. Si Leire no estaba ahí, Andrew tampoco.
La cantante cogió la jarra de cerveza y se sentó en una de las mesas libres. Una vez ahí observó las diferentes actuaciones que se daban en el escenario. Sonreía de tanto en tanto al recordar una en específico de la que público años atrás. Bebió tragos de aquella cerveza despacio, y se decidió a sacarse del bolsillo la carta que Andrew le había escrito. Entonces volvió a leerla. Tras pensarlo unos largos instantes, decidió que escribiría ella una en la otra cara de aquel folio tan doblado. Sería casi como responderle, al menos podría expresarse de alguna forma, pero antes de volcar su alma sobre aquel papel tenía que hacer otra cosa.
Al subirse a aquel escenario, se sentó una vez más delante de aquel piano. Necesitaba desahogarse. Acarició las teclas con suavidad y empezó a tocar el que sería el primero de los dos interludios de su disco, y después de aquellos casi dos minutos, seguir con la canción que procedía, pero a modo de acústico improvisado.  “Me va a doler”. A mano de una guitarra que ofrecía el mismo local.
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“Llevo toda la mañana viéndote no estar aquí”
“Con tu ausencia no quepo en el sillón, el silencio es ensordecedor”
“Me va a doler el corazón, porque en una sala llena de almas busco tu olor”
“Me va a doler y con razón si un lunes cualquiera escuchas mi canción y no me buscas”
“Ahora no se donde estás, no se si me buscarás. Si mis gritos dan igual.”
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  Su voz fue suave en casi todo momento, menos al final, en los que se le rompía un poco. Pero cantar aquella canción, en ese lugar, y en aquellas circunstancias, logró hacerle sonreír unos instantes. Ya le había cantado una parte de aquella canción en una ocasión, pero en ésta el significado era otro… y quizá incluso más acertado. Al menos, esa es la sensación que le había transmitido su misma actuación.
Al bajar del escenario, colmada de aplausos, volvió a su mesa. Volvió a beber de su cerveza y suspiró unos instantes justo antes de buscar un bolígrafo entre los bolsillos de su chaqueta. Una vez más, estiró aquel folio tan doblado, y se puso a escribir.
“Imanes. Así es como hemos sido siempre; cuando yo intenté alejarme, tú viniste a por mí. Y ahora estoy sentada de nuevo en éste horrible bar, con la esperanza de que escribir estas líneas me hagan sentir que esta vez he vuelto yo a por ti. No te voy a engañar, casi lo consiguen.
Sí, has arrasado con todo. Pero si retrocediésemos en el tiempo, sería feliz con la idea de volverte a conocer. Y con revivirlo todo, lo bueno, e incluso lo que no fue tan bueno pero fue nuestro. Has arrasado conmigo y con mi vida, cariño, pues mirando atrás solo puedo ver un cambio positivo en mi persona. Un cambio que empezó a darse cuando te conocí. Quizá sigo (y siga) pecando de intensa pero tampoco puedo hacer milagros. Soy quién soy y ya no voy a avergonzarme más por ello; mi siquiera a disculparme.
Si pudiese cambiar algo solo cambiaría nuestros miedos. Entonces nos atraparíamos a tiempo, nos agarraríamos y, quién sabe, quizá no nos soltaríamos. Estaríamos sincronizados. No desaparecerías. Y cada mañana discutiríamos quién se levanta primero para preparar el café, pero acabarías dándote cuenta de que, si no lo preparas tú, a mí se me pegan las sábanas.
Pero la realidad está lejos de ser esa. Y por un motivo u otro, siempre has sentido la necesidad de alejarme. Si no fuese porque llevas conmigo tres años supondría que no te importo; pero sé que no es así. Sé que allá donde estés, seguirás guardando nuestra fotografía. Como yo seguiré guardando tu carta y llevándote siempre conmigo. Seremos imanes que se han alejado el uno del otro.
Aunque lo intente ambos sabemos que no podré odiarte. Quizá de poder hacerlo me duela menos el que te hayas ido. Pero soy incapaz de sentir eso, no por ti. Después de todo, ni marchándote te lo mereces. Nos debemos la vida.
Allá donde vayas, allá donde estés de “retiro” espero que puedas encontrar la paz que no has hallado todavía. Felicidad y amor. Serenidad y por fin, una vida tranquila. Rezo por que algún día busques a los chicos y vuelva a escucharte por la radio cuando menos lo espere. Ojalá nunca dejes de cantar y encuentres tu propio Paraíso. Ojalá vuelvas algún día y sin decir nada me abraces.
Ojalá no vuelva a darte miedo montar unos muebles.
Ojalá tu siguiente Capítulo sea Roma.
 Pd: Por cierto. Me quedo con tu apartamento de Madrid.
                                                                                        Siempre te querré, Valerio.”
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eivadeveraux · 4 years
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You almost kill me.
Nueve días. Aquel era el tiempo que hacía desde que le habían dado el alta. También era el mismo tiempo que llevaba viviendo con su madre, en un apartamento que ni siquiera era de alguna de las dos. Eiva solo recordaba que días antes de que todo ocurriese, ella residía ahí. Y aunque fuese tan solo un recuerdo borroso, era todo lo que tenía. Su recuperación había sido lenta, pero tras un mes de hospital, aquellos nueve días fueron coser y cantar. Su cuerpo ya no estaba magullado, sus moratones habían desaparecido y salvo alguna costra, su piel volvía a estar intacta. Lo único con lo que todavía debía seguir teniendo cuidado, era con la herida de su cabeza, pues ésta era demasiado profunda y tardaría más en curar. Aún así, Eiva se había propuesto dejar los analgésicos, y tomárselos solo cuando el dolor realmente le molestase.
Emma había estado durmiendo en la habitación de abajo, la que parecía ser del dueño de la casa. A ella se le hacía extraño, pero Eiva se sentía… como en casa. Y puesto que estaba esperando una explicación del propietario de aquel apartamento, no tenía intenciones de marcharse. Pero sabía que Emma estaba asfixiándose, ya no solo ahí, si no en esa ciudad. No era su vida.
—Mamá. Vete. Vuelve a Lausana, todo volverá a estar bien. Yo ya me encuentro bien. Tú tienes un trabajo, una vida allí en Suiza. Yo volveré a trabajar en unos días, y apenas estaré en casa.
Eiva estaba sentada en el sofá, vestida con uno de sus pijamas a base de ropa vieja, y tapada con una fina manta mientras tomaba un descafeinado. Dedicarle aquellas palabras a la persona que había estado con ella cada hora durante las últimas semanas, le hacía sentir la persona más egoísta. Pero era consciente de que había detenido la vida de Emma, y aquello era algo que no podía seguir aguantando.
Para su sorpresa, Emma sonrió. A pesar de que ella quisiese lo mejor para su hija, como lo había querido siempre, sabía que ella ya era mayorcita como para saber cuidarse… y que, a esas alturas –y ya casi recuperada del todo-, ya no necesitaba tanto su ayuda. Además, Eiva tenía razón, y si quería seguir teniendo dinero, debería volver a Suiza a trabajar. Aquel mismo día aceptó que debía irse, y empezó a hacerse las maletas.
Emma tuvo que pedirle explícitamente a su hija que no la acompañase al aeropuerto; las despedidas entre ellas nunca habían sido fáciles, pero esta vez, añadiendo el factor amnesia, sería demasiado duro. Simplemente quería salir de ese apartamento y evitar abrazos y lágrimas en el aeropuerto. Por una vez, necesitaba hacerlo fácil. Por ambas.
Horas más tarde, Eiva estaba sola.
Tras un buen rato de estar trasteando con su guitarra, punteando y tarareando melodías que tenía en la cabeza, decidió ver una película desde su portátil. Se puso a ver un trhiller policíaco que llegó a distraerla, y las dos horas de film se le pasaron de lo más ameno. Entonces, una notificación saltó. Un correo, un mensaje. Ella no recordaba la contraseña de su email, pero nunca pensó en que quizá se había dejado sesiones iniciadas en el ordenador. Abrió la bandeja de entrada y se dispuso a mirar todo lo que se había perdido durante las últimas semanas. Publicidad, anuncios de eventos, trabajo, más trabajo… Y, de tres días antes, un mensaje de un desconocido con un vídeo adjunto.
Lo abrió.
Y ojalá no lo hubiese visto nunca.
En la pantalla se vio a sí misma, maniatada en una silla. En Time-Lapse. Con la boca tapada con cinta americana y recibiendo una paliza tras otra. Su cuerpo parecía una goma que se movía de un lugar a otro, llevado por la inercia de los golpes. Las palizas seguían aún cuando había perdido el conocimiento. Y, de vez en cuando, un hombre elegante la visitaba. Le reconocía, era Elías, su madre le había hablado auténticas joyitas. Era su padre. Su puto padre. Hacia el final, el vídeo se reproducía a velocidad normal; Elías la visitaba y la amenazaba con hacerle una visita a su madre. En Lausana. En su preciosa casa. Las lágrimas acumuladas en los ojos de Eiva, empezaron a brotar mientras se llevaba una mano a la boca. Después volvió el Time-Lapse; y alguien entraba y la sacaba de ahí. Le reconocía por fotos. Era Andrew. Y estaba prácticamente segura de estar viviendo en su casa. El vídeo, a pesar de estar en cámara rápida, duraba cerca de media hora. Eiva se quedó inmóvil viendo aquella atrocidad. Le dieron náuseas. Al terminar el vídeo tuvo que ir corriendo al baño a vomitar. Sentía cómo su cabeza bombeaba con fuerza, cómo el miedo invadía cada célula de su cuerpo… Y por encima de todo, se sentía extraña por ver algo de ese calibre sin ni siquiera poder recordarlo.
Sus manos, temblorosas, agarraron su teléfono. Llamó a su madre, quien no respondió por estar en el avión camino a Suiza. Entonces intentó mandarle varios mensajes, uno tras otro, tras otro. La culpabilidad afloró en el pecho de la cantante, había mandado a su madre de vuelta al matadero. ¿Y si había alguien esperándola? En el aeropuerto. En su trabajo. En su casa. En cualquier parte, Emma estaba en peligro.
La suiza no salió del baño. Las náuseas iban y volvían cada vez que recordaba el vídeo, o revisaba su teléfono con la esperanza de que Emma hubiese dado una señal de vida. Pasaron dos horas, hasta que finalmente, entró la llamada que esperaba con tanta ansia.
—¿Eiva qué está pasando?
—Mamá. Tienes que salir de ahí. Sal. Ya. No puedo ayudarte, pero tienes que desaparecer. ¿Me oyes? Es Elías. Siempre ha sido Elías. Va a por ti, sabe donde vives. Sabe donde trabajas. Tienes que salir de ahí. Te mandaré dinero. Coge otro vuelo a donde sea, pero bien lejos. No me digas dónde, no quiero saberlo. Por las dos, por seguridad. 
[…]
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eivadeveraux · 4 years
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flashback; algún momento de hace 23 años.
Aquella tarde después de volver del cole, Eiva jugaba con sus muñecas en el suelo del salón bajo la atenta mirada de su madre, quién fingía estar leyendo una novela. Él volvió de trabajar, una vez más, tambaleándose. El hombre se apoyo en el marco de la puerta y miró a su hija mientras terminaba de saborear el sabor del tabaco que había apagado justo antes de entrar en casa. Se acercó a la niña y cogió una de las muñecas para observarla.
—¿Acaso no tienes que estudiar? Jugar con estas muñecas no te hará ser nadie en la vida, Evangeline.
La mujer cerró el libro y carraspeó, era una señal de advertencia.  El hombre mostró una egocéntrica sonrisa, mientras se quitaba su chaqueta y la dejaba en el respaldo de la silla. Se acercó después a la mujer y la cogió del cuello, con fuerza, para poder besarla y que ella no mostrase ningún tipo de resistencia.
—Hola a ti también, mi amor. —Dijo él, mostrando una sonrisa de lo más socarrona.
Emma asintió suavemente, con los ojos empañados en ira y rabia. Deseaba salir de ahí, pero no tenía los medios necesarios para ello.
—Papi, ¿quieres jugar conmigo? Mi muñeca Lisa quiere tomar el té.
El hombre miró con desprecio los juguetes de su hija, sonrió y acto seguido se sentó a su lado de una forma tan torpe que hizo reír a su hija. Aquello no le gustó, pues si algo siempre había intentado inculcarle, era respeto.  Elías cogió a Lisa y la miró unos instantes.
—Evangeline, querida. Las muñecas no beben. Son de tela.
Aquellas palabras salieron de una forma demasiado fría, casi amenazadora, aunque manteniendo una calma intimidante. Elías tiró de la cabeza de la muñeca Lisa, hasta que ésta se separó del cuerpo. Después vació el algodón del cuerpo de la muñeca y se lo tiró a la cara a Eiva.  La niña, a esas alturas, ya no estaba sorprendida de aquello pues no era la primera vez que su padre rompía sus juguetes, y mucho temía que no fuese la última.
—Ya basta. —Dijo Emma, cerrando el libro que estaba leyendo, y acercándose a los otros dos. Se arrodilló delante de su hija, y tras acariciar su rostro, volvió a hablar. — Mi amor, mami y papi tienen que hablar. ¿Subes a tu cuarto y terminas de hacer los deberes?
La niña miró a Elías con angustia y luego a su madre, quien no paraba de sonreírle. Finalmente asintió y se fue corriendo a su habitación. Emma y ella tenían un juego: cada vez que tuviese que irse a su habitación por orden de su madre, debía cerrar y echar el pestillo, meterse bajo las sábanas, taparse la cabeza con la almohada y contar hasta cien. Después, podría quitar el pestillo y comerse una gominola de las que tenía guardadas en una cajita de metal en el segundo cajón del mueble.
De mientras, el salón se inundaba de golpes y gritos.
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eivadeveraux · 4 years
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i want to try again.
Todo se sentía como estar viviendo un terremoto o cualquier otro desastre natural. Todo era oscuro, lleno de ruido, lleno de golpes y gritos. Y aún así, la suiza tenía la sensación de estar desconectada de su cuerpo. A medida que pasaban las horas, también se extinguían sus esperanzas. “¿Estoy muerta?” Se preguntó por unos instantes.  De golpe todo se detuvo y el tiempo pareció detenerse con ella.
 Un pitido constante -que apenas era audible para ella- llamó su atención, y a medida que se concentraba en éste, parecía sonar más fuerte. A pesar de tener los ojos cerrados poco a poco fue percibiendo la luz que la rodeaba, y finalmente hizo un esfuerzo para abrirlos. Estaba postrada en una cama tan blanca como las paredes que la rodeaban. A su lado, sentada en una butaca, se encontraba una mujer guapísima. Su negra melena hacía que su tez fuese más pálida de lo que era. Y para Eiva, aquella mujer era familiar. Se trataba de su madre. Emma.
 Emma, al percibir que su hija había abierto los ojos, pulsó el botón de ayuda a la espera de la llegada de un sanitario.
 —Eiva, cariño. ¿Cómo te encuentras?
 Pero la suiza no contestó. Estaba demasiado confusa y los sonidos aún eran demasiado embotados. Miraba con curiosidad a la mujer que la acompañaba, quizá por el sentimiento de familiaridad que le despertaba. Sentía la boca reseca, como si no hubiese bebido en semanas. Emma se dio cuenta de ello, y le llenó un vaso de agua.
 —Bebe despacio.
 La cantante cogió el vaso y al llevárselo a la boca pudo ver sus brazos, llenos de moratones. Se quedó horrorizada. Siguió con la mirada todo el largo de su brazo hasta el hombro y luego se miró el otro. Apenas había espacio que no estuviese dañado. La respiración empezó a acelerársele. Una imagen le cruzó la mente: ella misma, maniatada en una silla y siendo golpeada con un objeto duro y frío. El pitido que sonaba al compás de sus pulsaciones empezó a acelerarse. Eiva sufrió un ataque de ansiedad en lo que un doctor entraba en la habitación.
 Todo volvió a acelerarse. Pero siguiendo las indicaciones del médico, Eiva logró estabilizar su respiración y la angustia que sentía en su pecho empezó a disiparse. Aún así, sentía que le faltaba algo. No recordaba cómo había llegado a esa situación. A decir verdad, no recordaba ni su propio nombre.
 —Eiva, soy el Doctor Fernández, soy psiquiatra. Sé que debes estar muy confundida, pero necesito que intentes prestarme atención. Escúchame. Estás en el Hospital Universitario Gregorio Marañón.  ¿Sabes el motivo?
 La suiza intentaba darle sentido a cada palabra que le dedicaba el doctor. Pero por algún motivo no terminaba de entender las cosas. Se limitó a negar con la cabeza, pero luego torció los labios durante unos breves instantes.
 —Creo… Creo que me han pegado. Pero no recuerdo, yo no… Yo…
 El médico la detuvo.
 —No te preocupes. Verás, alguien te retuvo en contra de tu voluntad durante catorce días. Tienes razón, te pegaron. Según los informes llegaste al hospital con hematomas por todo el cuerpo y un alto nivel de deshidratación. Lo que más nos preocupó fue el traumatismo en la cabeza. Pero te hemos hecho las pruebas pertinentes y no parece que el golpe haya afectado ninguna función nerviosa. Pero parece que sí se han visto afectadas tus funciones cognitivas, concretamente, tu memoria. Esto es algo que no podemos saber si va a ser permanente o va a revertirse, tendremos que ver cómo avanzas a lo largo de los días. ¿Recuerdas a Emma?
 La suiza parecía estar saturada de información, y le costaba asimilar todo aquello de golpe. Pero tras escuchar al médico, miró a la mujer que estaba con ella. Torció un poco el rostro y empezó a sentirse mal. Al final negó con la cabeza.
 —N-No. Bueno, a ver. Me suena, me es familiar. Pero… yo no… Lo siento.
 Emma negó con la cabeza. Los ojos se le llenaron de lágrimas durante unos instantes, pero fue capaz de sonreírle de todos modos.
 —Soy… tu madre. No te preocupes. Ahora solo tienes que recuperarte y seguro que poco a poco vas recordando cosas. Si no, yo te explicaré todo lo que haga falta. No tienes que preocuparte por nada. Solo necesitas descansar. Y beber agua. Y comer. Te traeré algo de comer.
 La suiza asintió y sonrió un poco para intentar tranquilizar a su madre. Después, tanto el psiquiatra como Emma abandonaron la habitación. Al estar sola, empezó a inspeccionar la habitación y todo lo que la rodeaba. Sobre una mesa encontró su teléfono móvil, al parecer alguien lo había estado cargando porque la batería estaba al máximo. Por suerte el terminal se desbloqueaba con la huella dactilar, por lo que Eiva pudo empezar a ver todo lo que guardaba. Tenía muchas llamadas perdidas y muchos mensajes por leer. La mayoría eran mensajes llenos de preocupación, pero también los había de felicitación por su cumpleaños. Todo aquello la descolocaba. Miró la galería de imágenes y se dio cuenta de que el sentimiento de familiaridad lo sentía con todas las personas que estaban en las fotografías, aunque no recordaba nombres ni nada en particular. También vio vídeos, en unos estaba con su madre riendo mientras andaban por unas calles grisáceas. “Mi niña me ha venido a ver a Lausana”, decía Emma. Parecían estar unidas. Eso la hizo sonreír. También vio otros vídeos en los que estaba con un chico, a decir verdad, ese rostro salía mucho en su galería, y había todo tipo de vídeos con él. En unos cantaba, en otros estaba con un perro, en otros le enfocaba mientras ella hablaba con voz de documental… A pesar de no recordar nada, aquellos vídeos hicieron que Eiva pasase un rato ameno. Incluso se dio cuenta de que era cantante.
 Tiempo después, Eiva quiso levantarse. Al ponerse en pie se dio cuenta de lo magullada que estaba, tanto que dudó en si echar a andar. Pero tras unos segundos, decidió ir al baño. Quería mirarse la cara. A pesar de haberse visto en fotos, sabía que su rostro ahora sería uno muy diferente. Entró en el baño, acompañada del gotero que le proporcionaba analgésicos y suero, y tras encender la luz cogió fuerzas para fijar su vista en el espejo y descubrirse a sí misma.
 Su rostro denotaba cansancio, pero lo que más llamaba la atención, era el moratón que le bajaba por la frente y le cubría casi toda la zona derecha del rostro. Su ojo, el derecho, tenía un derrame que resultaba demasiado llamativo, y su labio inferior estaba hinchado. “Joder”, pensó. Quizá incluso lo dijo en voz alta. Suspiró con pesar y decidió no volverse a mirar al espejo en varios días, quizá para olvidar cómo estaba.
 Volvió a la cama con el firme pensamiento de que querer volver a ser la chica de las fotos, alegre, risueña, cantante y seguramente amante de los animales.
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eivadeveraux · 4 years
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| Andrew Miller | @cigarrillosytinta |
If you're trying to lose, you'll never win.
Las cosas en su cabeza últimamente iban más despacio. Su cuerpo se movía siguiendo órdenes de a saber qué o quién. Pero todo ahí arriba resultaba hueco. Sus pensamientos rebotaban unos contra otros, golpeándose y derrumbándose para dejar paso a un Andrew más esquivo y confuso. Menos coherente y sensato. Si es que alguna vez había poseído algún tipo de sensatez. Si ya era impulsivo, indeciso y destructivo por naturaleza ahora incluso más. Todo se había intensificado, porque las cosas habían cambiado. Porque habían jugado con él incluso cuando se había prometido a sí mismo que nunca dejaría que aquel mundo le consumiese de aquel modo. Pero ese mundo ya no era un mundo sin más, por alguna razón se había convertido en su mundo. Y nadie podía escapar de su propio mundo, ni con una bala en mitad de la nuca.  Por eso la noticia cayó como un cubo de agua fría. Y una vez más su cuerpo se movía de un lado a otro, mucho más rápido que sus ideas. Sus manos descargaban la frustración en su pelo y su pecho se sobrecargó de la necesidad de perjudicarse con humo hasta quedarse inconsciente. No dejaba de retroceder una y otra vez al pasado; dos años atrás. Donde una situación similar había cruzado su pecho al enterarse de que la suiza había sido secuestrada por su culpa. Por su puñetera culpa. Porque mantenerla cerca siempre había sido mucho  fuerte que alejarla de un mundo que sabía que tarde o temprano terminaría destruyéndoles a los dos. Porque era así de egoísta. Y ahí estaban, en la misma tesitura. Otra vez. Otra vez perdiendo el culo por recuperarla con vida de dónde cojones estuviese. Porque no, nunca hacía las cosas al medias, porque necesitaba joderlo todo otra vez, salir de su guarida, dar la cara. Porque no escatimaría en medios. Si tenía que llamar la atención de medio planeta iba a hacerlo. “A la mierda la música.” pensó. Y se dio cuenta de lo iluso que había sido al pensar que precisamente la música conseguiría sacarle del pozo. Pero es que nadie podía sacarle del pozo ya. Tenía el agua hasta el cuello y que se ahogase era cuestión de tiempo. De él dependía que arrastrase o no a las personas que le rodeaban.  Tuvo que revolver medio apartamento para conseguir dar con el dichoso teléfono. Ese que estaba hecho únicamente para enviar y recibir mensajes. No se podía rastrear, era único. Benditas tecnologías. 
“Solicito acceso a la red. Apoyo. Medios. Clave: Alfa IV.” “Clave correcta. Punto de encuentro Normandú. Alfa I espera.”
Y salió cagando leches. Sí, tendría que vérselas con Leire. Disculparse incluso. Aceptar cualquier estúpida condición y sólo para volver a disponer de la libertad de moverse a su antojo; usando todo aquello cuanto quería para rastrear la localización de Eiva.  (…) Había sido una semana intensa, tan intensa que había perdido la cuenta de las escasas horas que había dormido. No le había resultado nada complicado volver. No porque ahora más que nunca sabía que Leire tenía un punto débil. Y que paradójico era saber que ese punto débil era él mismo. Lo cual le resultó repulsivo los dos primeros días. Al tercero su cordura le hizo caer en la cuenta de que era como el vaso que nunca dejaba de gotear. Que tenía la capacidad de hundirse y hundir aquel mundo de una vez por todas mientras le calentaba la oreja a una mujer que podría ser su madre. 
Con un chasqueo de dedos Andy había movilizado a medio mundo. Todos rastreaban los últimos pasos de Eiva y las cámaras de vigilancia de su propia urbanización; de donde ya había podido sacar alguna pista. Tenía a un equipo barriendo cada zona conocida y aunque para él había sido una eternidad consiguió dar con ella. No lo pensó, ni lo meditó. No lo consultaría con la almohada. No tenía un plan pero es que el argentino nunca tenía planes para eso. Actuar era lo importante.  La pistola en su espalda, entre la cinturilla de su pantalón y su propia piel. Y su cabeza girando en todas direcciones mientras se enfrentaba a la idea de tener que apretar el gatillo una vez más.  No iba solo, lideraba los pasos de siete hombres más. La cuestión era, ¿para quién sería su última noche?  Se desplazaron en coche hasta la localización. Era la única manera de no hacer demasiado ruido al llegar. Y al bajar del coche y ver aquel edificio prácticamente en ruinar todos se preguntaron lo mismo. ¿Cuál era el puto plan?  — Haced lo que queráis. Coged lo que queráis. No me interesa nadie, salvo Eiva. Si tenéis que volarles la cabeza adelante. Es entrar, coger a Eiva y salir. Tenemos media hora. Sobra decir que la chica tiene que estar con vida, o el que os vuela la cabeza soy yo. Quien la encuentre primero tiene premio. Va, va, va.   — ordenó el argentino.  Estaban entrenados para eso, sin miedo, con coraje, sin dejar que les temblase ni un solo dedo. Todos sabían lo que tenían que hacer. Así que Andrew sólo esperó a que todos despareciesen de su vista para ocupar sitios estratégicos a lo largo y ancho del edificio. No necesitaba cantidad, necesitaba calidad. Y por suerte, o por desgracia, aquellos hombres estaban preparados para dar un golpe como ese sin llegar a salir ilesos. O prácticamente ilesos.  La adrenalina le recorrió prácticamente todo el cuerpo y se quedó en su pecho. Ahí estaba el subidón de siempre. Ese que le decía que quizás sí que estaba hecho para eso; y para nada más. Sacó la pistola y la retuvo en la diestra mientras se desplazaba al interior del edificio. Justo entonces el primer disparo hizo eco. Ya no había vuelta atrás.  Andrew era un peón importante. Se había ganado ese lugar con el paso de los años, comiendo mucha mierda sí, pero ahí estaba. Casi nunca tenía que mancharse las manos, casi nunca tenía que enfrentarse a nadie. Los demás le despejaban el camino, hacían el trabajo sucio y él se limitaba a rastrear la zona para conseguir dar con la morena.  Era simple, y hubiese sido así de simple de no ser porque alguien en el juego terminó desplomándose. Perdieron una vida y eso les descolocó. Incluso a él. Quien había dejado atrás las reglas para encabezar algo para lo que no estaba preparado.  Hizo lo posible por no usar la pistola, así que tuvo que repartir y recibir más golpes de los que se podía permitir.  Y terminó disparando sí, porque o moría siendo un cobarde o vivía para contarle batallitas a la guitarra.  — ¡Alfa, aquí!  — gritó una voz amiga. 
Y disparó una vez más, justo entre ceja y ceja para deshacerse de aquel estorbo. Se desplazó con esperanza aunque pronto tuvo que tragársela. Un hombre herido ya estaba arrodillado en el suelo. Tenía que ser el cabecilla porque su aspecto era diferente al de los demás y tenía ese aire de superioridad; el de haber conquistado algo podrido.  — ¿Y Eiva?
—  Llegas un poco tarde, me temo.  — y su sonrisa sarcástica provocó al argentino. Quien no dudó en darle con la culata de la pistola justo en la cabeza.
— Para volarte la cabeza no tanto. —  colocó el cañón del arma justo en su frente, entre ceja y ceja. Su dedo índice ya hacía amago de apretar el gatillo. No, en aquella ocasión no le iba a temblar la mano. 
— ¡Alfa, la tenemos!   Chasqueó los labios, aquel hombre se salvó por el sonido de la campana, como quien decía. Un golpe más fuerte con la pistola le dejó inconsciente. De momento eso le valía, sus prioridades eran otras. 
La pistola volvió a su escondite de siempre mientras corría en dirección al cuarto donde el cuerpo de la suiza parecía yacer sobre el suelo.  En aquella ocasión no le llevó tanto tiempo reaccionar. Se tiró de rodillas justo a su lado y sus manos buscaron su pulso. Tenía pulso así que el aire volvió a sus pulmones. Era consciente de que mover su cuerpo de ahí no era una buena idea, pero tampoco lo era esperar a que se desangrara mientras esperaban por un médico.  La alzó en brazos y tuvo que salir de aquel edificio con ganas de quemar todo cuanto le rodeaba. El argentino carecía ya de expresión y un clic en su cabeza apagó la luz, la poca luz que le quedaba.  — ¡Todo el mundo fuera! ¡Quiero un puto médico esperando allí! 
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eivadeveraux · 4 years
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my weak point.
“—Pues ya lo tienes, Eiva. “El camino que no me llevó a Roma” está terminado. Te mandaremos los CDs que nos pediste sacar antes para tus seres queridos.
—Genial. Jamás pensé que sacaría un disco. Muchas gracias, Rodri. Estoy deseando tenerlo en las manos.
—Cuídate, Eiva.
—Adiós, ¡y gracias de nuevo!”
Eiva colgó el teléfono y pegó un salto. Gritó un poco de la emoción e hizo gestos de victoria. Era un gran día para ella y su carrera musical. Por fin, después de tanto esfuerzo, tendría entre sus manos su primer disco. Cogió su teléfono y les mandó un mensaje a sus seres más queridos para contarles la buena nueva. El resto de la mañana sucedió entre llamadas telefónicas. Por la tarde, la suiza empezó a trabajar en las propuestas de merchandisng. Tenia claro que quería sacar varios modelos diferentes de camisetas y también de pulseras. ¿Sería suficiente? Mientras pensaba en ello el timbre de la puerta la distrajo. ¿Quién podía ser? Estaba instalada en casa de Andrew y casi nadie sabía de ello. ¿Quizá un vecino?
Al abrir, el hombre que esperaba tras la puerta se apoyó en ésta para que la suiza no pudiese cerrar. La seriedad en su rostro y el pañuelo que sujetaba entre sus manos alarmaron a Eiva, quién echó a correr por el apartamento en busca de un escondite. Pero no tuvo tiempo suficiente, el hombre la agarró del pelo y le estampó el pañuelo humedecido con alguna droga en el rostro. Él era un armario y aunque ella forcejease no podía hacer nada. En cuestión de segundos la suiza quedó inconsciente.
[…]
Horas más tarde despertó en una habitación que daba asco. Las paredes eran de azulejo blanco, aunque la mayoría estaban rotos o llenos de mugre. La tenue luz de una bombilla alumbraba la estancia. Eiva estaba maniatada a una silla, todavía bajo los efectos de la droga que le habían obligado a inhalar. Intentó mantenerse despierta, pero volvió a caer una vez más vencida por el químico.
[…]
—Eh, tú. Bella durmiente.
Un golpe en su espinilla la sobresaltó. Delante tenía al hombre que la había secuestrado, pero esta vez su expresión no era seria, ni llevaba consigo ningún pañuelo. La morena intentó deshacerse de sus ataduras, pero era en vano. Así que miró fijamente a su secuestrador.
—Dime, ¿fuiste tú quién se coló en mi apartamento de Barcelona?
—Así es. Podría decirse que ya nos conocemos.
—Ah, ya. Eres el que salió corriendo… Dime, ¿deberías asustarme ahora?
El hombre suspiró unos instantes, quizá aguantando las ganas de querer abofetear a la chica. Pero se hundió de hombros, en su mirada desapareció cualquier tipo de expresión justo antes de darle el primer puñetazo. El labio herido de la chica en seguida empezó a sangrar e inflamarse. Pero, al contrario de lo que él esperaba, Eiva empezó a reír.
—Venga, hombre. Tú solo eres el mensajero. Mira, estuve en una situación semejante hace unos años… además, he visto muchas películas. Tú solo eres el matón de turno. A quién debo temer es a tu jefe… Así que venga, dile que aquí estoy y aquí le espero. Quiero saber de qué va esto.
Volvió a pegarla. Pero esta vez más fuerte y no solo una vez. La sensación que envolvió a la suiza, empezó a abrumarla, y no se trataba de dolor. Era otra cosa que ya conocía y a la que temía más, pero algo le decía que, si se dejaba llevar, esa misma sensación la acabaría liberando.
—Detente. —Ordenó una voz de hombre distinta. Una voz que Eiva tenía clavada en el fondo de su memoria. El hombre se arrodilló junto a la chica y posó la palma de su mano sobre la de ella. Y en ese instante la sensación que abrumaba a la suiza, desapareció sin dejar rastro. — Veo que aún no sabes controlarlo. A mí también me costó. Quizá algún día te enseñe. Pero no te preocupes, mientras esté cerca “eso” no va a poder controlarte.
—Elías.
—Mi querida Evangeline. Deberías llamarme “papá”.
La suiza sonrió de forma sarcástica. La sangre le brotaba por ambos orificios nasales y por la herida del labio. Además, tenía parte del rostro y los hombros llenas de moratones por los golpes.
—Dejaste de ser mi padre cuando te importó más la botella que yo. ¿Qué tal la resaca?
—No entraré al trapo, hija. A mi no vas a alterarme. Y te recomiendo que no alteres mucho a mi compañero, él no tiene tanta paciencia y tu vas a quedarte aquí hasta que colabores o encontremos una forma de obligarte a ello.
—¿Qué quieres?
[…]
Eiva perdió la percepción del tiempo. El matón se esforzaba en intentar sacarle a la suiza la información que querían, pero ella nunca hablaba. No quedaba rincón en su cuerpo que no hubiese sido golpeado o herido. No le daban de comer y apenas la dejaban dormir. Los días avanzaban y Elías le preguntaba una y otra vez.
En uno de los violentos interrogatorios, el matón decidió que podía ser buena idea usar una tubería para golpear a Eiva. Los gritos se escucharon a varios metros a la redonda en medio de aquella inmensa nada en la que se encontraba el zulo en el que estaban. Como siempre, después de cada paliza, Elías volvía a aparecer.
—Evangeline, ¿Por qué te resistes tanto? Al final me vas a obligar a hacer algo que realmente no quiero hacer. Tendré que preguntarle a tu amiguito. Quizá incluso le pregunte a Emma. Unos colegas han ido a espiarla en su casita de Lausana. Está preciosa… Quizá incluso les mandemos una copia de la cámara de seguridad que lleva días grabándote. Así, al menos, sabrán que callaste durante mucho tiempo antes de que nos contases donde encontrar a Leire.
Elías tiró al suelo unas cuantas fotos en las que salían Emma saliendo de casa, y otras de Andrew con Dalarna y Ash caminando por la calle. Eiva alzó la vista y por un segundo dejó ver que eran aquellos, precisamente, sus puntos débiles. Entonces le miro y le habló con la voz rota:
—Voy a darte un consejo… Cuando te canses de no sacarme la información que quieres, mátame. Porque si por casualidad sobrevivo… Voy a ir a por ti, te voy a encontrar, y te voy a matar. ¡Ya te he dicho que no sé donde está Leire! Joder, si ni siquiera me importa.
Elías sonrió ante las declaraciones de su hija. Entonces sacó un teléfono e hizo una llamada. Sonó un tono… dos… y al tercero alguien contestó. Una mujer. Emma.
—¿Si, dígame? ¿Hola?
La respiración de Eiva se escuchaba demasiado entrecortada, demasiado débil. Pero lo suficiente como para que una madre pudiese reconocer el sonido de la respiración de su hija. Emma empezó a gritar al otro lado del teléfono.
—¡Eiva! ¿Dónde estás cariño?
Elías cortó la llamada. La amenaza era real, pero hasta escuchar la voz de su madre, por algún motivo, no terminaba de creerlo. De un movimiento brusco, Eiva logró deshacerse de las ataduras de sus muñecas, las que con el paso de los días se habían ido aflojando. Todo pasó muy deprisa. La suiza se tiró encima de su padre y gritando, logró arañarle con fuerza la mejilla. El matón entró en escena para separarles.
Eiva, totalmente poseída por su instinto de supervivencia, encarnaba la más pura de las iras. En ese fiero estado hubiese podido aguantar todo su dolor físico con tal de pegarle una paliza a su padre. Para eliminar la amenaza que ahora Eiva les suponía a ambos, el matón volvió a armarse con el trozo de tubería y le pegó un fuerte golpe en la cabeza. Aquel golpe fue certero, quizá incluso demasiado. Un charco de sangre empezó a crecer debajo de la cabeza de la morena.
Poco después, fuera de aquella sala, empezaron a escucharse golpes y gritos. Eiva luchaba por resistir unos segundos más. Parecía que alguien iba a entrar e iba a sacarla de ahí. Alzó la mano en dirección a la puerta e intentó gritar “aquí, estoy aquí”, pero no le salió la voz. Su cuerpo empezó a convulsionar, fruto del fuerte golpe y pérdida de sangre,  y después… total y absoluta oscuridad.
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eivadeveraux · 4 years
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Flashback (principios de mayo de 2020).
El último día de grabación para un videoclip siempre es agotador cuando eres quien debe además supervisarlo todo. Eiva quería la máxima coordinación posible con las bailarinas y parecía que todas ellas estaban muy nerviosas por el lanzamiento de aquella coreografía. Entre pruebas de vestuario, luces y maquillaje, quizá llevó el doble de tiempo previsto. Pero sin duda mereció la pena: al final la cantante invitó a cervezas a todas las personas que habían colaborado como agradecimiento y declaración de intenciones de futuro laboral junto a ellos. Hacían buen equipo. Pero no tenía mucho tiempo, debía ir a trabajar a la discoteca aquella noche y obviamente tampoco podía ir perjudicada por el alcohol. Así que, tras dejar todas las cañas pagadas, fue la primera en abandonar el bar. Como tenía poco tiempo corrió por las calles hasta llegar a su destino: la discoteca Vértigo. Un lugar donde, además de una enorme sala, había espacios privados donde las bailarinas ofrecían espectáculos más privados e íntimos; era el lugar ideal para despedidas de soltero.
Entró en el local por la puerta del personal, una que estaba más cerca de los vestuarios. Allí se dio una ducha rápida. Se puso la ropa interior, el albornoz, y empezó a enderezar su pelo: primero le quitó la humedad y luego marcó sus ondas. Se vistió con un body que no hacía más que marcar su trabajada figura y se calzó unos tacones de aguja. Terminó de maquillarse resaltando sus ojos y sus labios. En ese momento entró Ana, una de sus compañeras.
—Hoy está llenísimo. La jefa dice que te des prisa, hay que afinar el piano antes de que actúes. Además, creo que hay una reunión de negocios hoy: hay un montón de hombres guapos con corbata, creo que tienes que tocar y bailar para ellos en la sala VIP. Ya te han preparado la barra.
Ana era demasiado joven para ese ambiente. Empezó trabajando ilegalmente siendo menor de edad, pero estaba desesperada por conseguir dinero para conseguir lo que el padre de su hijo, también adolescente, se negaba a pagar. Era demasiado buena, demasiado pura, demasiado inocente como para hacer los numeritos que ella hacía: striptease. Y lamentablemente, no siempre recibía el mejor trato por parte de los clientes, muchos le proponían todo tipo de indecencias, otros iban a más. Aunque en ese ambiente, el escuchar ese tipo de cosas era algo que las trabajadoras debían tener normalizado, y debían estar preparadas para todo tipo de situaciones. Por suerte, había dos seguratas en cada sala privada, y varios en la sala de discoteca.
—Ana, sé que necesitas el dinero. Pero no tienes ni veinte años, ¿qué haces aquí? Estás llena de oportunidades. Yo misma podría ofrecerte un trabajo como bailarina.
La joven miró a la morena y suspiró unos instantes mientras negaba con la cabeza.
—Pero no puedo aceptarlo. Lo que me ofreces no va a darme dinero cada noche. No siempre vas a estar grabando videoclips ni necesitando mi ayuda, Eiva. Además, mi madre se queda con Darío por las noches, éste trabajo me da dinero y tiempo con mi niño. Pero te lo agradezco.
Eiva asintió, sentía cierta lástima porque sabía que Ana era la que más se exponía y la que peor lo llevaba. Pero no era cosa suya. Quizá de haberla conocido siendo menor de edad hubiese podido hacer algo… pero en ese momento ya era libre legalmente para trabajar en lo que le diese la gana. Quizá con el tiempo cambiase de opinión. Eso esperaba.
Cuando terminó de vestirse se dirigió al almacén donde Estefanía, la jefa, guardaba el piano que se usaba para las chicas que tocaban el piano. Se sentó frente al instrumento y empezó a tocar una suave melodía, había notas que no sonaban bien, pero sabía solucionar eso con unas herramientas especiales. Siempre fallaban las mismas cuerdas, por lo que ya había cogido práctica en eso. En menos de diez minutos el problema estaba solucionado, así que Eiva llamó al segurata de su sala para que llevase el piano allí y se dirigió a realizar su primer trabajo.
En aquella sala privada la luz era azul, morada y verde. Las butacas de cuero estaban repartidas rodeando la barra de pole dance, y había una mesa llena de botellas de alcohol. Aquel día se trataba de una reunión de negocios, pero lo más común eran despedidas de soltero. Como Ana había dicho, la mayoría de hombres iban con traje y corbata. Parecía la típica reunión en la que habían llegado a un importante acuerdo y ahora estaban de celebración. Iban bebidos, pero no borrachos. Parecían simpáticos, aunque si algo había aprendido trabajando allí… es que con una botella de licor cerca, todos eran simpáticos. Eiva intentó no entablar más conversación de la estrictamente necesaria, y se sentó de nuevo frente al piano para empezar a tocar una suave melodía que luego derivaría en la canción Faded de Alan Walker. Cuando parecía que la canción iba a terminar, empezó a sonar la misma por los altavoces, pero en versión remix. Eiva se levantó y se acercó a la barra. La cogió y enroscando una pierna a la misma empezó a hacer acrobacias. Subía y bajaba de la barra mientras hacía el efecto de andar en el aire, y se dejaba caer dando vueltas. Los empresarios la aplaudían, querían más. Se puso boca abajo y bailó. Al dejarse caer acabó tumbada en el suelo, donde siguió moviéndose al ritmo de la música, hasta que ésta terminó.
[…]
Tras recoger su sobre con la retribución conseguida, Eiva abandonó el local. Eran las cuatro de la mañana y las calles estaban desiertas. Mientras se dirigía a su casa no podía parar de pensar en el videoclip que había grabado durante el día, estaba emocionada con ello y sabía que era un buen lanzamiento en su carrera musical.
De repente algo la sobresaltó: el sonido de un cristal romperse, quizá de una botella. Se giró para cerciorarse de si había alguien detrás de ella. No había nadie. Pero aún así se empezó a sentir observada, y mientras avanzaba por la calle creía estar segura de escuchar unos pasos a sus espaldas, pero cada vez que se giraba, la calle estaba vacía. La noche lo envolvía todo, pero las luces de las farolas alumbraban un poco las calles; lo suficiente para no ir a ciegas, pero no lo bastante como para provocarle una sensación de seguridad. Aceleró el paso cuando escuchó con claridad a alguien silbar. Por suerte no estaba lejos de casa. El corazón empezó a bombearle con fuerza y tenía dificultades para llenar sus pulmones de aire… Pero finalmente llegó a la portería de su edificio. Sacó la llave, y sus manos temblaban tanto que tuvo dificultades para poder introducirla en el cerrojo. Cuando lo logró se sintió a salvo.Aquella noche no pudo dormir. Sentía que algo no iba bien, tenía un mal presentimiento y la sensación de sentirse observada no desapareció.
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eivadeveraux · 4 years
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ficha.
● Nombre y apellidos: Eiva Deveraux.
● Edad y fecha de nacimiento: 11 de septiembre, 26 años en la actualidad.
● Lugar de nacimiento: Lausana, Suiza.
● Lugar de actual residencia: Barcelona, España.
● Idiomas: Español, francés, inglés y alemán.
● Actual ocupación: Cantante y bailarina/coreógrafa.
● Es bruja.
  ● Biografía/Historia: Nacida en una familia humilde. Por lo general tuvo una buena infancia, pero al crecer se dio cuenta de que las cosas no iban tan bien como creía. Su progenitor bebía de más y aquello provocó el divorcio de sus padres. Cuando éstos se separaron, Eiva se fue a vivir a Barcelona con su madre.
A la edad de dieciocho empezó a trabajar como secretaria en una escuela de artes escénicas. Poco después descubriría que quería pertenecer a aquel mundo y acabó apuntándose como alumna, llegando a compaginar las clases con el horario laboral. En ese momento pudo independizarse. Tras un par de años, le ofrecieron trabajo como profesora en la misma academia y ella aceptó ocupando el puesto de coreógrafa y coach de voz. Fueron cinco años maravillosos que culminaron en la oferta laboral que cambiaría su vida: una discográfica le propuso sacar algo totalmente suyo, que dirigiese enteramente ella sin ninguna privación por su parte. Aquello significaba crear en definitiva un contenido totalmente suyo. Pero el coste era elevado: antes debía pagar una importantísima suma de dinero que por sí misma no podía costearse.
Para conseguir ese dinero, Eiva trabajó a jornada completa recuperando su anterior puesto como secretaria en horario de mañanas y como profesora y coach en horario de tardes. Además, encontró un tercer trabajo: bailarina de pole dance y cantante en una de las discotecas más lujosas de Barcelona. Con el dinero que ganaba, un crédito y ayuda de su madre, Eiva pudo costearse el trato con la discográfica.
Actualmente se encuentra trabajando de lunes a viernes en su carrera artística y las noches de los fines de semana continúa actuando en la discoteca.
  ● Familia: Sus únicos parientes son sus padres. Solo tiene buena relación con su madre, Emma. Pero debido a la distancia y la incompatibilidad horaria por los trabajos de ambas solo pueden verse en Navidad. En cambio, con Elías, no tiene ningún tipo de contacto desde que aconteció el divorcio. Eiva rechazó todo tipo de contacto con su padre puesto que le guarda rencor por todos los malos momentos que vivieron por su culpa cuando bebía. Si sabe que este sigue con vida, es gracias a su madre.
  ● Historia de su brujería: En 1690 en la población de Salem (Massachussets) apareció una extraña enfermedad que provocaba convulsiones y extraños comportamientos en las personas. Los primeros casos de esta enfermedad se dieron en Abigail Williams y Betty Parrish, hija y sobrina del reverendo de la localidad. En casa del reverendo había una esclava de procedencia india: Tituba. Tituba solía contarles leyendas sobre brujería, sobre Satán y seres extraños. Y Abigail y Betty acabaron acusándola de brujería, alegando que era ella quien les causaba la enfermedad. Al ser la primera persona a la que se acusó, fue enviada a la cárcel, donde tuvo una hija. Durante el tiempo en que estuvo encarcelada, más casos de esa extraña enfermedad se dieron en el pueblo y Salem entró en estado de pánico, de tal forma que se decidió que no podían encarcelar a las supuestas brujas, que debían purificar sus almas y para ello quemarlas en hogueras. Como Tituba había sido acusada de bruja, le arrebataron a su hija. Para colmo, al salir de la cárcel vio que habían quemado en hogueras a todas sus amigas, y muy probablemente, también a su bebé. Tituba entró en cólera, empezó a lanzar maldiciones y la gente del pueblo acabó quemándola en una hoguera también. Pero Abigail, quien sentía un profundo arrepentimiento, logró salvar a la hija de Tituba sin que nadie lo supiese.  
Muchas generaciones y años después, del mismo linaje, nació Eiva. No se han documentado casos de brujería desde Tituba en el mismo árbol genealógico. Quizá por pura supervivencia o porque no ha habido ninguna otra bruja, eso no lo sabe nadie.
  ● Sobre su brujería: No es como las brujas que vemos en las películas, Eiva no va en escoba ni mata con una mirada. Ella no acude a su magia, si no a la inversa: es la magia quién acude a ella. Cuando esto sucede suele ser en casos excepcionales, como en situaciones de máximo estrés o peligro inminente; pero al no saber controlarla no causa un efecto positivo en ella, todo lo contrario, la posee. Cuando esto ocurre Eiva cambia de personalidad, se vuelve fría, distante, violenta y sin ningún tipo de empatía… totalmente letal e incapaz de reconocer a amigos de enemigos. Este efecto solo se revierte de dos formas: con el paso de las horas, normalmente hasta la siguiente luna. O encontrando la forma de estimular su verdadera personalidad y que ésta despierte y quiera luchar. Lo que acontezca mientras está poseída no podrá controlarlo de ningún modo, además, será olvidado una vez regrese a su verdadera personalidad.
El uso de la brujería causa un efecto peligroso en su persona: la debilita. La magia consume su energía, si se propasa se cansa y eso puede llegar a matarla. Por supuesto, hay otras vías de hacer magia para Eiva, incluso formas de usar muchos otros poderes y hechizos de forma controlada y sin necesidad de estar poseída. Pero las desconoce.
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eivadeveraux · 4 years
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priorities.
«Las puertas del embarque del vuelo destino a Madrid cerrarán en veinte minutos.»
Ella estaba ahí desde hacía media hora y a pesar de que llevaba ya un rato sentada a la espera, seguía acalorada. Sus manos temblorosas agarraban el teléfono móvil cómo si fuese el objeto más preciado de todas sus posesiones. Y en ese momento, así era. Todavía notaba en su cuello el bombear de su corazón, como si éste fuese a salírsele por la boca. Y cuanto más intentaba calmar sus pulsaciones más le invadía el pánico.  Su tez normalmente morena, había perdido considerablemente el color y sus ojos enrojecidos le daban un aspecto bastante enfermizo. Estaba asustada.
Decidió comprar una botellita de agua en una de las máquinas expendedoras, solo para notar el frío envase contra su frente que, con un poco de suerte, la calmaría un poco. Llevaba una indumentaria de lo más inadecuada para estar en un aeropuerto: llevaba puestos unos leggins, un sujetador deportivo, y una chaqueta de chándal atada a la cintura. Para colmo, llevaba unas gafas con cristales verdes reflectantes, pero por lo menos éstas le cubrían los ojos. La gente la miraba y algunos se reían, otros se quejaban. Pero en ese momento a ella no le importaba lo más mínimo. Y ya había dado las pertinentes explicaciones a los guardias de seguridad, necesitaba viajar con urgencia y no había tiempo para cambiarse de ropa antes de tomar el avión.
La espera se hizo eterna, pero por fin pudo subir al avión. Llevaba su billete en la mano, el cual tuvo que comprobar varias veces para recordar qué asiento le había sido asignado. Por suerte en ese vuelo no había mucha gente, no hubiese soportado aguantar un gentío en ese momento. En condiciones normales ya le era difícil aguantar cualquier viaje en avión debido a la claustrofobia que sufría. Pero le daba igual, en coche o autobús hubiese tardado más en llegar… Y los AVE no salían hasta el mediodía. El avión era lo más rápido.
Al llegar a su asiento apoyó la sien sobre el cristal de la ventanilla. Intentó descansar la vista cerrando los ojos. Pero entonces se reproducían en su mente los acontecimientos que la habían llevado a coger el avión.
Su teléfono sonaba. Era la llamada de un número desconocido.
—¿Eiva? Soy Candy. No sé como decir esto… Mi primo Andy está en coma. Le dispararon y tuvieron que operarle varias veces. No sé nada de su evolución, hay que esperar a ver cómo reacciona…
[…]
Los ojos de Eiva volvían a enrojecerse amenazando con echarse a llorar de un momento a otro. Y ahora que nadie se volvería a fijar en ella durante unas buenas tres horas, dejó que las lágrimas cayesen mientras se mantenía en total silencio.
…Andrew. Andy. Joder, tienes que vivir…
Cuando el avión llego al aeropuerto de Barajas, la muchacha empezó a andar a toda prisa. Al salir del aeropuerto paró a un taxi y le pidió al conductor que la dejase en el hotel más cercano al hospital donde Andrew estaba ingresado. Eran las cuatro de la mañana, y era consciente de que a esas horas no le permitirían hacer visitas… Y necesitaba urgentemente darse una ducha.  Al llegar al hotel pagó para hospedarse una semana, con derecho a prórroga. Subió a su habitación y se encerró en el baño. Tras desprenderse de toda la ropa, se metió bajo el chorro frío de agua. Le invadían las ganas de echarse a llorar, pero por otro lado también empezaba a aflorar ira en su pecho. Si supiese quién… o porqué… haría cualquier cosa para vengarse, para devolvérsela... Solo podía pensar eso. Todos aquellos pensamientos llenos de rencor la llevaron a dar un fuerte puñetazo en la pared, sus nudillos se abrieron como quién parte un trozo de papel. Pero ella simplemente puso la mano bajo el chorro de agua hasta que ésta dejó de sangrar. Ni se inmutó por el dolor, a decir verdad, quizá había logrado calmarla un poco.
Al salir del baño, se tumbó en la cama. Cerró los ojos. Pero no pudo dormir.
Dos horas más tarde salió de nuevo con su curiosa indumentaria, en busca de una tienda de ropa. No iba a presentarse de esa forma en el hospital, y aún le quedaban un par de horas antes de que empezase el horario de visita. Entró en la primera tienda que encontró y se compró una camiseta negra ancha, y unos vaqueros. Salió vestida con lo nuevo, y se desprendió de lo antiguo en el primer contenedor, pero conservó las gafas para seguir ocultando sus moradas ojeras y sus rojizos ojos. Después fue a una cafetería y se tomó un café largo cargado.
[…]
Al entrar en el hospital, tuvo la sensación de que el pánico aflojaba. Quizá porque sabía que ahora se encontraba cerca de la persona a la que quería auxiliar. Todavía no era hora para realizar visitas, pero preguntó de todas formas a una administrativa por la habitación. Al parecer Andy se encontraba en la quinta planta. Decidió subir y esperar en la sala de espera, que casualmente se encontraba junto a la habitación. Se cruzó de piernas y apoyó el codo en su rodilla para poder masajear su frente un poco. Cerró los ojos, intentando averiguar qué se encontraría, y preguntándose a sí misma si estaba preparada para lo que podría pasar. ¿Pero quién estaba preparado para eso? Intentó ser positiva, y aunque le costó, recordó la fuerza de su amigo, recordó que ya había pasado por algo similar -aunque no tan grave- antes. Y un atisbo de esperanza la sorprendió.
Por fin podía entrar. Se armó de valor y tras unos segundos parada delante de la puerta de la habitación, entró. Y ahí estaba él. Con una máscara de oxígeno, con vías en el brazo derecho, y muy pálido. Eiva se encogió al verle de esa forma, pero se acercó a su cama. Había escuchado en la tele que a veces las personas en coma escuchaban lo que les rodeaba, así que se había prometido a si misma intentar hacer todo lo posible para hacerle sentir bien.
—Estás hecho un cuadro, Valerio. Anda que… menudo susto nos has dado. Pero ya está, ahora solo debes descansar y recuperarte a tu ritmo. Aquí estaremos todas esperándote, y cuidando de ti, y cuidándonos entre nosotras. ¿Te parece? Hasta que puedas volver a cuidarnos tú, claro.
Eiva suspiró un poco. Por mucho que se lo hubiese prometido a sí misma, era incapaz de no verse rodeada por un oleaje de sentimientos. Cogió la mano de Andrew, al principio lo hizo con muchísimo cuidado, recordando que no se sentía cómodo… No le apretó, solo poso su palma sobre el dorso de él.
—Esto ya lo has pasado antes. Y si sobreviviste a la carnicería que te hice yo al sacarte aquella bala…
Sonrió, y fue una sonrisa de esas que pueden escucharse… que se hacen llegar aún cuando no puedes verla. Pero en un momento dado, Eiva perdió el control. Una lágrima silenciosa cruzó su mejilla, y ella se la secó con el dorso de su mano libre. Pero no emitió ningún sonido, simplemente le dedicaba alguna caricia con el pulgar. Luego decidió sentarse en su cama y retirarle suavemente el pelo que tenía pegado en la frente. Sonrió al verle, al menos parecía que no sentía dolor… Se inclinó hacia él y dejó un beso sobre su frente. Luego empezó a tararear una melodía, susurrándosela cerca del oído, como si fuese un secreto. Para luego seguir murmurándole la letra que tiempo atrás, en algún momento habían compuesto juntos…
—Quizá sea la distancia la que me obliga hoy a pensar en ti. O el tiempo que no pasa…o el que debí pasar más cerca de ti. Y cada noche a oscuras quiero sentir tu respiración. Yo quiero que me digas que esto que yo siento no se terminó. Y que me quema, y me envenena. Y está matando… está matándome.
Su voz temblaba. Suspiró largamente y se incorporó. Sentía una mezcla extraña entre alivio y preocupación. Porque le tenía ahí, y sabía que se encontraba cerca… y eso era todo lo que le importaba.
—Te quiero, Andy. Te quiero muchísimo. Pronto nos reiremos de esto… Pronto iremos a celebrarlo. A celebrar la vida. Tu vida. Así que no nos decepciones, ¿vale? No puedes dejarnos sin esa celebración, es la que más nos importa a todas. A Candy, a Dal… A todas las personas a las que le importas. Y a mí.
Se sentó de nuevo en la butaca, sin soltar su mano. Entonces cerró los ojos y rememoró algunos de los momentos vividos con él. Como el primer paseo por el parque de Berlín, con Ash. El momento en que ella misma tocó el piano en aquel bar. Cuando bailó en la calle en su compañía. Cada cerveza. Cada abrazo. Las noches que pasaron juntos. Recordaba su sonrisa, y cómo le gustaba a ella arrebatársela.
Eso le causó un sentimiento agridulce y tuvo que volver a secar sus mejillas con el dorso de la mano disponible. Entonces llegó a la conclusión de que los mejores momentos de su vida en los últimos años, fueron en su presencia. Y empezó a pensar en lo importante que se había convertido para su persona. Y lo mucho que odiaría que le ocurriese algo, y en si podría recuperarse si eso sucediese. Volvió a suspirar unos instantes. Así que empezó a hablarle para distraer su propia mente.
—¿Te lo puedes creer? Recibí la llamada de Candy en plena grabación y me presenté en el aeropuerto en sujetador deportivo. ¡Casi me multan! He cogido una habitación del hotel de al lado por si alguien necesita tomarse un descanso, o quizá una ducha. Es lo mínimo que podía ofrecer… Necesito sentirme útil, y ayudar a quienes te ayudan. Ya me conoces….
Soltó su mano unos instantes y empezó a escucharse el sonido que emite el teléfono al escribir en el teclado. Y, de repente, empezaron a escucharse varias voces masculinas:
«—Eh, tú, Andreeeew. Más te vale recuperarte. Te necesitamos bien fuerte para todo lo que se viene, y ya sabes que no somos nada sin ti. DVICIO te necesita. Así que recupérate rápido y vuelve cagando hostias que hay mucho que grabar, hermano. Hemos estado toda la noche juntos hablando y pensándote. Y nos hemos puesto a tocar nuestra primera canción, aunque sin ti nunca será igual, espero que esto te anime. Pronto iremos a verte.»
Empezaron a sonar los acordes de Paraíso. Cada integrante del grupo cantaba una parte y transmitía buen rollo, aunque claramente no sonaban igual que sin Andy. Pero ahí estaban también, haciendo lo posible para animarle. Incluso Eiva canturreó con ellos. Al rato picaron a la puerta, y la voz de una enfermera le indicó que se acababa la hora, y que debía irse. Ella asintió y se levantó, acomodó la mano de Andy en la cama y volvió a acercarse a su oreja para susurrarle:
—Me voy a la sala de espera porque no pienso irme de aquí ¿vale? Estaré al otro lado de la pared. Cerca, como siempre. Ahora descansa, Valerio.
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