virginia woolf, al faro
“dado que a los seis años pertenecía ya a la gran familia de quienes son incapaces de separar un sentimiento de otro, y están obligados a permitir que las esperanzas futuras, con sus alegrías y sus penas, oscurezcan la realidad presente, y dado que para tales personas, incluso cuando no son más que niños, cualquier giro de la rueda de las sensaciones tiene poder para cristalizar y fijar el momento sobre el que descansa su sombra y su luz, james ramsay, sentado en el suelo mientras recortaba las ilustraciones del catálogo de los almacenes del ejército y de la marina, dotó, mientras su madre hablaba, de una felicidad supraterrena a la imagen de un refrigerador. era un aparato aureolado de alegría. la carretilla, la segadora de césped, el ruido de los álamos, la palidez de las hojas antes de la lluvia, los graznidos de los grajos, el raspar de las escobas, el frufrú de los vestidos: cada una de aquellas sensaciones tenía en su mente un colorido tan nítido que constituían ya un código privado, un lenguaje secreto”
“tenían que encontrar algún modo de escapar a todo aquello. tenía que haber alguna manera más sencilla, menos laboriosa, suspiró”
“y todo ello mientras la luz del sol inundaba los cuartos del ático —separados entre sí por tabiques muy delgados, de manera que se oía con nitidez cualquier ruido, incluidos los sollozos de la doncella suiza, que lloraba porque su padre se estaba muriendo de cáncer en un valle del cantón de los grisones — e iluminaba bates de críquet, pantalones de franela, sombreros de paja, tinteros, botes de pintura, escarabajos y cráneos de pájaros, al mismo tiempo que hacía brotar de las largas tiras onduladas de algas colgadas de la pared un olor a sal y a maleza que también despedían las toallas, rasposas por la arena adherida durante el baño”
“y, con la cesta y la sombrilla, reapareció diez minutos más tarde, dando la sensación de estar preparada, de haberse equipado para una breve excursión, que, sin embargo, tuvo que interrumpir por un instante, cuando pasaron junto a la pista de tenis, para preguntar al señor carmichael —que estaba tomando el sol con sus amarillos ojos de gato entreabiertos, de manera que, al igual que los de un gato, parecían reflejar la agitación de las ramas o el movimiento de las nubes, pero sin dar el menor indicio de actividad mental o de emoción de ningún tipo— si quería alguna cosa”
“pero ¿qué era lo que miraba la señora ramsay? un hombre pegando un cartel. la enorme hoja restallante se iba alisando, y cada nuevo brochazo revelaba nuevas piernas, aros, caballos, unos rojos y azules resplandecientes que ningún pliegue venía a perturbar, hasta que medio muro quedó cubierto con el anuncio de un circo”
“de hecho, a muy pocos pasos, se encontraba uno de ellos, con jipijapa y botas amarillas, de rostro redondo y colorado, serio, meticuloso y absorto, que, pese a los diez niñitos que le observaban atentamente, examinaba el paisaje con aire de honda satisfacción y luego, una vez que había mirado, mojaba el pincel hundiendo la punta en algún suave montículo verde o rosa. desde que el señor pauceforte había estado allí, tres años antes, todos los cuadros eran así, explicó la señora ramsay, verdes y grises, con embarcaciones a vela de color amarillo limón en el mar y en la playa mujeres de color rosa”
“bajo la influencia de la extraordinaria emoción que había ido creciendo durante todo el paseo, de la emoción que había empezado en el jardín, cuando quiso llevarle la bolsa, y que había aumentado en el pueblo cuando le contó su vida y milagros, estaba llegando a tener una visión ligeramente deformada de sí mismo y de todo lo que había conocido. era sumamente extraño.
se quedó a esperarla en la sala de la casita a donde la señora ramsay lo había conducido, mientras ella subía un momento al piso alto para ver a una enferma. oyó arriba sus pasos rápidos y luego su voz, alegre primero, reposada después; contempló los tapetes, los tarros para el té, los fanales; esperó con creciente impaciencia; anticipó con vivo placer el paseo de vuelta, decidido esta vez a llevar la bolsa de su anfitriona; luego la oyó salir, cerrando una puerta; y estaba diciéndole a alguien que tenían que mantener las ventanas abiertas y las puertas cerradas y que acudiera a su casa para pedir cualquier cosa que necesitaran (debía tratarse de una niña), cuando se presentó ante sus ojos de repente, se detuvo sin hablar unos momentos (como si hubiera estado representando un papel en el piso de arriba y ahora se permitiera un poco ser ella misma), y aún se inmovilizó más delante de un cuadro de la reina victoria con la cinta azul de la orden de la jarretera; entonces, de pronto, e dio cuenta de lo que le estaba pasando, lo entendió con toda claridad: la señora ramsay era la criatura más hermosa que había visto nunca.
con estrellas en los ojos y velos en los cabellos, adornada con ciclamen y violetas silvestres... ¿qué tonterías estaba pensando? tenía por lo menos cincuenta años y ocho hijos. atravesando campos florecidos y llevándose al pecho capullos tronchados y corderos caídos; con estrellas en los ojos y el viento en los cabellos... le cogió la bolsa”
“pero allí, de repente, al volver la hoja, su búsqueda de la imagen de un rastrillo o de una segadora se interrumpió. el ronco murmullo, que cesaba de manera irregular cuando las pipas salían de las bocas y luego volvían a entrar, pero cuya continuidad le había hecho tener la seguridad, aun sin oír lo que se decía (estaba sentada en el hueco de la ventana), de que los hombres hablaban animadamente; el sonido que se había prolongado ya por espacio de media hora y que había ocupado su sitio, como una influencia sedante, dentro del conjunto de sonidos que se acumulaba sobre ella —tal como los golpes de las pelotas contra los bates, los repentinos y agudos gritos: «¿qué tal ha estado eso? ¿qué te ha parecido?», que lanzaban periódicamente sus hijos cuando jugaban al críquet—, había cesado, de manera que el monótono golpear de las olas sobre la playa (que en su mayor parte ponía un ritmo mesurado y sedante a sus pensamientos y parecía repetir consoladoramente, una y otra vez, cuando estaba sentada con sus hijos, las palabras de alguna antigua canción de cuna, susurrada por la naturaleza, «te estoy protegiendo, te sirvo de apoyo», aunque en otros momentos, de repente y de manera inesperada, sobre todo cuando su mente se elevaba ligeramente sobre la tarea que tenía entre manos en aquel momento, dejaba de tener aquel significado amable y se transformaba en un fantasmal tamborileo que imitaba inexorable el ritmo de la vida, y que le había pensar en la destrucción de la isla y su desaparición bajo el mar, previniéndola, a la vista de cómo cada uno de sus días se esfumaba en una rápida sucesión de actividades, de que todo era tan efímero como un arco iris), que había quedado oscurecido y oculto bajo los otros ruidos, tronó de repente en sus oídos con su gruñido cavernoso y le hizo alzar la vista con un repentino sentimiento de terror”
“las clemátides eran de color violeta brillante; el muro, de un blanco llamativo. lily hubiera considerado deshonesto modificar el violeta brillante y el blanco llamativo, puesto que los veía así, aunque desde la visita del señor paunceforte estuvieran de moda la palidez, la elegancia, la semitransparencia. además, debajo del color estaba la forma. lily lo venía todo con gran claridad, lo dominaba con la vista, pero las cosas cambiaban cuando empuñaba el pincel. en el momento en que comprobaba la inevitable divergencia entre imagen y lienzo, se apoderaban de ella los demonios que con frecuencia la llevaban al borde de las lágrimas y que hacían tan temeroso como pueda ser para un niño recorrer un pasillo oscuro el paso de la idea a la pincelada. con frecuencia era eso lo que sentía: que luchaba contra obstáculos terribles para no perder por completo el valor; para decir «pero lo que veo es eso; precisamente eso», y poder estrechar así contra el pecho algún miserable resto de su visión, que mil fuerzas contrarias se esforzaban con ahínco por arrebatarle. y era entonces también, mientras empezaba a pintar, cuando, de manera fría y ventosa, le imponían su presencia otras cosas, su propia insuficiencia, su insignificancia, el hecho de administrar la casa de su padre en una calle que daba a brompton road, por todo lo cual le costaba mucho controlar el impulso (gracias a dios, siempre superado hasta el momento) de arrojarse a los pies de la señora ramsay y decirle..., pero ¿qué era lo que le podía decir? «¿estoy enamorada de todo esto», al tiempo que movía la mano para señalar el seto, la casa, sus hijos? era absurdo, imposible”
“de manera que se alejaron jardín abajo en la dirección acostumbrada, más allá de la pista de tenis, más allá de las cortaderas argentinas, hasta la abertura en el espeso seto, custodiada por tritomas de color escarlata, semejantes a braseros de carbones encendidos, entre los que las aguas azules de la bahía parecían más azules que nunca.
todas las tardes llegaban hasta allí, empujados por alguna oscura necesidad. era como si el agua pusiera a flote y lanzase a navegar pensamientos que habían quedado paralizados en tierra firme e incluso aliviara de algún modo sus cuerpos. en primer lugar, el latido del color inundaba la bahía de azul, y el corazón se expandía con ello y el cuerpo nadaba, aunque un momento después se viera detenido y helado por la negrura espinosa de las olas contrariadas. luego, casi todas las tardes, el mar estallaba irregularmente, alzándose por detrás de la gran roca negra, de manera que había que estar vigilante y era una delicia cuando se producía, una fuente de agua blanca; después, mientras se esperaba el estallido, seguían contemplándose, en la pálida playa semicircular, las olas que derramaban sucesivamente, con gran suavidad, su capa nacarada.
los dos se quedaron allí, sonrientes. compartían el mismo júbilo, excitados por el movimiento de las olas y la rápida carrera cortante de un barquito velero que, después de haber seccionado una curva en el mar, se detuvo, estremecido, y arrió la vela; luego, con un instinto natural para completar el cuadro, después de aquel rápido movimiento los dos contemplaron las dunas lejanas y, en lugar de sentir alegría, les invadió la tristeza: en parte porque se trataba de algo ya terminado y en parte porque los paisajes distantes (pensaba lily) parecían sobrevivir en un millón de años a quienes los contemplaban y comunicarse con un cielo cuya mirada caía sobre una tierra enteramente entregada al reposo”
“siempre que lily «pensaba en el trabajo del señor ramsay», aparecía con toda claridad ante sus ojos una gran mesa de cocina. andrew era el culpable. lily le había preguntado cuál era el tema de los libros de su padre. «el sujeto, el objeto y la naturaleza de la realidad», había respondido andrew. y cuando ella comentó que no tenía ni idea de lo que quería decir: «piense entonces en una mesa de cocina», fue la contestación de andrew, «cuando usted no esté presente».
de manera que, cuando pensaba en el trabajo del señor ramsay, siempre vía una mesa de cocina muy bien fregada, que, en aquel momento, estaba situada en la horcadura de un peral, porque ya habían llegado al huerto. y con un penoso esfuerzo de voluntad lily se concentró, no en la corteza del árbol, como repujada en plata, ni en sus hojas con forma de pez, sino en una fantasmal mesa de cocina, una de esas mesas de madera sin pulir muy requetefregadas, con vetas y nudos, cuya cualidad esencial parece haber quedado al descubierto como consecuencia de años y años de trabajo ímprobo, que estaba allí suspendida, con las cuatro patas al aire. como era lógico, si los días de alguien transcurrían en aquella contemplación de esencias angulares, renunciando a maravillosos atardeceres, con azules y platas y nubes de color naranja rojizo, a cambio de una simple mesa de madera con sus cuatro patas (siendo como era una característica de las mentes más preclaras obrar así), no se podía juzgar a ese alguien como si fuera una persona corriente”
“si shakespeare no hubiese existido, se preguntó, ¿sería hoy muy diferente el mundo? el progreso de la civilización, ¿depende de los grandes hombres? la suerte de un ser humano corriente, ¿es ahora mejor que en tiempos de los faraones? aunque, se preguntó, la suerte de un ser humano corriente, ¿es el criterio adecuado para juzgar una civilización? posiblemente no. posiblemente el bien supremo requiera la existencia de una clase de esclavos. el ascensorista del metro es una necesidad eterna. la idea le pareció muy desagradable y agitó la cabeza. para evitarla encontraría alguna manera de rechazar la supremacía de las artes. defendería que el mundo existe para el ser humano corriente; que las artes no pasan de ser una decoración colocada sobre la cumbre de la vida, pero sin darle expresión. tampoco shakespeare es necesario para la vida. sin saber con exactitud por qué quería desacreditar a shakespeare y rescatar al hombre que permanece eternamente junto a la puerta del ascensor, arrancó una hoja del seto”
“y, lo más emocionante, incluso, en su opinión, mientras veía al señor ramsay acercarse y retroceder y a la señora ramsay sentada con james junto a la ventana y las nubes en movimiento y los árboles inclinándose, era cómo la vida, aunque estuviera hecha de pequeños incidentes aislados que se vivían uno a uno, acababa por rizarse y unirse en una ola que nos arrastra y nos tira, arrojándonos violentamente sobre la playa”
“sin duda era amor destilado y filtrado, pensó lily, fingiendo mover el lienzo; amor que no trataba de apoderarse de su objeto; pero, como el amor que los matemáticos sienten por sus símbolos, o los poetas por sus frases, estaba destinado a extenderse por el mundo y convertirse en parte del patrimonio de la humanidad. así debía ser, en efecto”
“no era nada importante, algo sobre la señora ramsay que palidecía al lado de aquel «éxtasis», de aquella mirada silenciosa por la que sintió una intensa gratitud, porque nada la consolaba tanto, ni suavizaba tanto su perplejidad ante la vida, ni reducía de manera tan milagrosa el peso de sus cargas como aquella fuerza sublime, aquel don celestial y, mientras duraba, se atrevería tan poco a perturbarlo como a interrumpir un rayo de sol que iluminara el suelo”
“sin embargo, a medida que la noche transcurría, y las luces blancas se abrían paso entre las cortinas e incluso, de cuando en cuando, algún pájaro gorjeaba en el jardín, haciendo acopio del valor de la desesperación, solicitaba que se la eximiera de aquella ley universal; lo suplicaba; le gustaba estar sola; le gustaba ser ella; no estaba hecha para el matrimonio; por lo que tenía que vérselas con una seria mirada de unos ojos de una hondura incomparable y enfrentarse con la tranquila certeza de la señora ramsay (aquí su anfitriona se infantilizaba nuevamente) de que su querida lily, de que su pequeña brisk, era una tonta de capirote”
“al pensar en la vida aparecía ante sus ojos una estrecha franja de tiempo, sus cincuenta años. allí estaba, delante de ella, la vida. la vida: se puso a pensar, pero el pensamiento quedó sin conclusión. contempló la vida, porque tenía una clara sensación de presencia, de una cosa real, privada, que no compartía ni con sus hijos ni con su marido. entre la vida y ella se producía algo semejante a una transacción: ella estaba de un lado y la vida de otro, y ella siempre procuraba sacar lo mejor de la vida, como la vida lo sacaba de ella; y en ocasiones parlamentaban (cuando ella se quedaba sola); se producían, lo recordaba, grandes escenas de reconciliación; pero, durante la mayor parte del tiempo, extrañamente, tenía que admitir que aquella cosa a la que llamaba vida le parecía terrible, hostil, dispuesta a saltarle a uno encima si se le daba la menor oportunidad"
“se estaba haciendo tarde: se lo indicó la luz del jardín; y la palidez de las flores y un algo gris en las hojas se unieron para despertar en ella un sentimiento de ansiedad”
“porque ahora ya no necesitaba pensar en nadie. podía ser ella misma y estar sola. y eso era lo que, con frecuencia ya, sentía que necesitaba: tiempo para pensar; en realidad, ni siquiera para pensar: más bien para estar callada, para estar sola. todo el existir y el hacer, y lo que había en ello de expansivo, de brillante, de ruidoso, se evaporaba; y había que limitarse, con un sentimiento de solemnidad, a ser uno mismo, un núcleo de oscuridad con forma de cuña, algo invisible a los demás. siguió tejiendo y erguida en la silla, porque era así como sentía que era ella; y aquel yo, libre de cualquier vínculo, podía emprender las más extrañas aventuras. cuando la vida se sumergía por un momento, el abanico de la experiencia parecía carecer de límites. y la señora ramsay suponía que todo el mundo tenía siempre aquella sensación de recursos ilimitados; todos, uno tras otro, ella misma, lily, augustus carmichael, tenían que comprender que nuestra apariencia, las cosas por las que se nos conoce, son simples chiquilladas. por debajo, todo está oscuro, todo se extiende, todo es insondablemente profundo; pero de cuando en cuando salimos a la superficie y por eso se nos conoce. a la señora ramsay su horizonte le parecía no tener límites. estaban todos los lugares que no había visto; las llanuras de la india; también se veía apartando la gruesa cortina de cuero de una iglesia romana. el núcleo de oscuridad podía ir a cualquier sitio, porque nadie lo veía. nadie podía detenerlo, pensó, exultante. allí estaba la libertad, allí estaba la paz, allí estaba —bien más precioso que ningún otro— la posibilidad e recogerse, de descansar sobre una plataforma de estabilidad. de acuerdo con su experiencia, nunca se encontraba descanso en tanto que uno mismo (aquí realizó una maniobra muy ágil con las agujas), pero sí como cuña de oscuridad”
“¿qué era lo que le había llevado a decir «estamos en las manos del señor»?, se preguntó. la insinceridad deslizándose entre las verdades la preocupó y la irritó. reanudó su labor de punto. ¿cómo podía ningún señor haber creado un mundo como aquel?, se preguntó. con la cabeza había sabido desde siempre que no existen razón, orden ni justicia, tan sólo sufrimiento, muerte, pobreza. no había traición lo bastante vil para que el mundo no la cometiera; lo sabía perfectamente. no existía felicidad duradera; también lo sabía"
“consideró la luz que plateaba con intensidad creciente las ásperas olas a medida que la luz de la tarde se esfumaba y el azul desaparecía del mar, ondulando ya en olas de color limón intenso que se curvaban e hinchaban y rompían sobre la playa, y el éxtasis le estalló en los ojos y las olas de puro deleite se precipitaron por el suelo de su mente, y pensó ¡ya basta! ¡ya basta!”
“eran muchísimos los cuadros que no había visto; sin embargo, a veces se hacía la reflexión de que quizá fuese mejor no verlos: sólo servían para que uno se sintiera desesperanzadamente descontento de su propio trabajo. el señor bankes opinó que quizá se podía llevar demasiado lejos aquel punto de vista. no todos podemos ser tiziano, ni tampoco darwin, dijo; al mismo tiempo, dudaba de que darwin y tiziano hubieran existido de no ser por personas modestas como ellos”
“de manera que eso es el matrimonio, pensó lily, un hobre y una mujer contemplando a una muchachita que lanza una pelota. eso fue lo que la señora ramsay trató de decirme la otra noche, pensó. porque la dueña de la casa llevaba un chal verde y los dos estaban muy juntos viendo cómo prue y jasper lanzaban y recogían una pelota. y, de repente, el significado que, sin razón alguna, quizá cuando salen del metro o llaman al timbre, desciende sobre las personas, haciéndolas simbólicas, representativas, descendió sobre ellos, haciéndolos, inmóviles en el crepúsculo, mirando, el símbolo del matrimonio, marido y mujer”
“a la luz del crepúsculo todos parecían nítidamente recortados y etéreos y separados por grandes distancias”
“había algo, por supuesto, que la gente quería, porque, cuando minta le cogió la mano y la retuvo, nancy, a regañadientes, vio extenderse el mundo entero bajo ella, como si fuera constantinopla visto a través de la niebla y, en ese caso, por pocos deseos que se tenga de mirar, se acaba preguntando inevitablemente: «¿es eso santa sofía?». «¿es eso el cuerno de oro?»”
“y luego, al permitir que su mirada se deslizase imperceptiblemente por encima de la charca y descansara sobre la línea ondulante de mar y cielo, sobre los troncos de los árboles que el humo de los barcos de vapor hacía ondular en el horizonte, quedó hipnotizada por aquella enorme fuerza que lo barría todo de manera tan salvaje y que luego inevitablemente, se retiraba; y las sensaciones simultáneas de inmensidad y de vecina pequeñez (la charca se había reducido de tamaño) que florecían en su interior, le hicieron sentir que estaba atada de pies y manos y que era incapaz de moverse, debido a la intensidad de los sentimientos que, para siempre, reducían su cuerpo, su vida, y las vidas de todos los habitantes del mundo, a la nada”
“y estaba rogando al cielo que no fuese así, cuando el gran estruendo metálico del gong anunció solemnemente, con autoridad, que todas aquellas personas que estaban repartidas por la casa, en áticos, en dormitorios, en sus pequeños refugios personales, leyendo, escribiendo, dándose el toque final en el pelo o abrochándose el vestido, debían dejar todo aquello, y cualquier otro instrumento que estuvieran manejando, en la repisa del lavabo o en el tocador, y abandonar la novela en la mesilla o interrumpir la redacción del diario para reunirse en el comedor y disponerse a cenar”
“sólo quería estar solo y volver a tener entre las manos aquel libro. se sentía incómodo; se sentía reo de traición por estar junto a su anfitriona y no sentir nada. la verdad era que no disfrutaba con la vida de familia. al sentirse dominado por aquel estado de ánimo, uno se preguntaba: ¿para qué vivimos? ¿para qué hacemos tantos esfuerzos a fin de que la raza humana siga adelante? ¿es de verdad tan deseable? ¿resultamos atractivos como especie?”
“existe un código de comportamiento, conocido por lily, cuyo artículo séptimo dice (probablemente) que en una ocasión así corresponde a la mujer, cualquiera que sea su ocupación, salir en ayuda del joven que tiene delante de manera que éste pueda exhibir el esqueleto de su vanidad y satisfacer su urgente deseo de afirmación personal; de la misma manera, se hizo la reflexión con ecuanimidad de solterona, esos jóvenes están obligados a ayudarnos en el caso hipotético de un incendio en el metro”
“no había sido sincera. había utilizado su estratagema habitual: mostrarse amable. nunca conocería a charles tansley. y él nunca la conocería. las relaciones humanas eran así, pensó, y ninguna peor (de no haber sido por el señor bankes) que las relaciones, extraordinariamente insinceras, inevitablemente, entre hombres y mujeres”
“era como leer de nuevo un buen libro, porque ya sabía el final de la historia: todo había sucedido veinte años antes, y la vida, que se derramaba en cascadas incluso desde aquella mesa de comedor, sólo dios sabía hacia dónde, allí estaba contenida, y permanecía en reposo, como un lago dentro de sus orillas”
“todos ellos, adelantando el cuerpo para escuchar, pensaban: ´«quiera dios que no se trasluzca lo que tengo en la cabeza»”
“había ya ocho velas sobre la mesa y, después de las primeras vacilaciones, las llamas se irguieron, haciendo visible la totalidad de la larga mesa y, en el centro, una bandeja de fruta amarilla y morada. cómo lo habría conseguido rose, se preguntó la señora ramsay, porque la distribución de las uvas y. delas peras, de la concha marina erizada de cuernos y delicadamente rosa en su interior, de los plátanos, le hicieron pensar en un trofeo sacado del fondo del mar, en el banquete de neptuno, en el racimo que cuelga, rodeado de hojas de parra, sobre el hombro de baco (en algún cuadro), entre las pieles de leopardo y el resplandor rojo y dorado de las antorchas.. aquella fuente, al adquirir corporeidad bajo la luz, dio la impresión de poseer gran tamaño e ilimitada profundidad; era como un mundo ante el que existía la posibilidad de coger un bastón e iniciar la ascensión por sus colinas, pensó la señora ramsay, descendiendo luego hasta sus valles”
“ya estaban encendidas todas las velas y la luz acercaba los rostros situados a ambos lados de la mesa, creando, como no había sido posible durante el crepúsculo, un grupo unido; y es que ahora los cristales dejaban fuera la noche, porque lejos de dar una visión exacta del mundo exterior, lo ondulaban de una manera tan extraña que el interior del comedor parecía el reino del orden y de la tierra firme, mientras que del otro lado sólo existía un reflejo en el que las cosas temblaban y desaparecían como en un mundo acuático”
“y lily briscoe, al tratar. de analizar la causa de aquella repentina alegría, la comparó con el momento en la pista de tenis cuando. la solidez desaparece repentinamente y se extienden entre los jugadores los mismos espacios inconmensurables; y ahora se conseguía el mismo efecto con la abundancia de velas en el comedor escasamente amueblado, las ventanas sin cortinas y el resplandor, como de máscaras, de los rostros vistos a la luz de las velas”
“tal era la complejidad de las cosas. porque lo que le sucedía, e manera especial cuando pasaba una temporada con los ramsay, era que se le hacia sentir con violencia dos cosas opuestas al mismo tiempo; una era lo que ustedes sienten; la otra lo que siento yo; luego las dos peleaban en su interior, como en aquel momento. es tan hermoso, tan estimulante, este amor, que tiemblo al inclinarme sobre él, por lo que me ofrezco, saliéndome por completo de mis costumbres, a buscar un broche en una playa; también es al mismo tiempo la más bárbara y la más estúpida de las pasiones humanas, capaz de transformar a un agradable joven con un perfil de camafeo (el de paul era exquisito) en un matón que empuña una barra de hierro (contoneándose, insolente) como un barriobajero londinense. sin embargo, se dijo, desde la aurora del tiempo se cantan odas al amor y se acumulan guirnaldas y rosas; y si se pregunta a la gente, nueve de cada diez personas responderán que no quieren otra cosa; mientras que las mujeres, a juzgar por su propia experiencia, pensarían todo el tiempo: «no es esto lo que queremos; no hay nada más tedioso, pueril e inhumano que el amor, sin embargo también es tedioso y necesario»”
“no era necesario decir nada; no se podía decir nada. allí estaba, rodeándolos a todos. participaba, le pareció, mientras servía con esmero al señor bankes una tajada especialmente jugosa, de la eternidad, como ya le había parecido que sucedía con algo completamente diferente en otro momento, aquella misma tarde; hay una coherencia en las cosas, una estabilidad; quería decir que había algo inmune al cambio, algo que brillaba (contempló la ventana con su ondulación de luces reflejadas), frente a lo transitorio, lo pasajero, lo espectral, como un rubí; de manera que de nuevo aquella noche tenía el sentimiento de paz, de descanso, que ta había experimentado anteriormente durante el día. con momentos así, pensó, se construye la realidad que permanece para siempre. esto permanecerá”
“en cualquier caso, la conversación estaba otra vez en marcha. ya no necesitaba escuchar. sabía que no duraría, pero de momento sus ojos alcanzaban tal penetración que parecían recorrer la mesa descubriendo a cada una de aquellas personas, así como sus pensamientos y sentimientos sin el menor esfuerzo, como una luz que se deslizara bajo el agua, de manera que sus ondulaciones y los juncos que la poblaban y los pececillos en equilibrio y la silenciosa trucha repentina, quedasen todos iluminados, suspendidos, temblorosos”
“su mirada había estado recorriendo las curvas y sombras. dela fruta, los lustrosos morados de las uvas, la erizada cordillera de la concha marina, comparando un amarillo con un morado, una forma curva con otra redonda, sin saber por qué lo hacía ni por qué, cada vez que lo hacía, se sentía más serena; hasta que alguien, ¡una verdadera lástima! se apoderó de una pera y estropeó el conjunto”
“ahora era necesario que todo diera un paso más. todavía en el umbral, se detuvo un momento más en una escena que se desvanecía mientras ella la contemplaba, y que a continuación, cuando avanzó para coger a minta del brazo, cambió, adquirió una forma muy diferente: ya se había convertido, lo sabía muy bien, dedicándole una última mirada por encima del hombro, en el pasado”
pasa el tiempo
“de manera que con todas las luces apagadas, la luna desaparecida y una lluvia ligera tamborileando en el tejado, empezó a abatirse sobre la casa un diluvio de oscuridad. se diría que nada podría sobrevivir a la inundación, a la profusión de negrura que se insinuaba por ojos de cerraduras y grietas, que daba la vuelta alrededor de las persianas, que entraba en los dormitorios, que devoraba primero una palangana con su jarra, luego un cuenco con dalias rojas y amarillas y más allá los bordes agudos y la masa sólida de una cómoda. no sólo se confundían los muebles; tampoco quedaba apenas ningún resto de cuerpo o alma que permitiera decir «eso es él» o «eso es ella». a veces se alzaba una mano como para agarrar algo o para apartarlo, o alguien gemía o reía en voz alta, como si compartiera un chiste con la nada.
nada se movía ni en el salón, ni en el comedor, ni en la escalera. tan sólo a través de goznes oxidados y de revestimientos de madera, hinchados por la humedad del mar, ciertos aires, separados de la masa central del viento (no hay que olvidar que la casa estaba desvencijada), se deslizaron por los rincones, aventurándose en el interior. casi era posible imaginárselos, al penetrar en el salón, curiosos, asombrados, preguntándose, al jugar con un jirón colgante de empapelado, ¿resistiría mucho más tiempo, cuando caería? luego, rozando suavemente las paredes, seguir adelante, meditabundos, como preguntando a las rosas rojas y amarillas del empapelado si se desvanecerían, e interrogando (con calma, porque tenían mucho tiempo a su disposición) a los fragmentos de cartas en la papelera, a las flores, a los libros, abiertos todos para ellos, deseosos de saber si eran aliados o enemigos y cuánto tiempo resistirían.
luego, al dirigirlos, con su pálida huella sobre escalones y esteras, alguna luz fortuita, procedente de una estrella insomne, o de un navío errante, o incluso del mismo faro, los airecillos subieron las escaleras y se asomaron por las puertas de los dormitorios. pero aquí, sin duda, tuvieron que detenerse. aunque todo lo demás muriera y desapareciese, lo que allí yacía era permanente. allí se les podía decir a aquellas luces que se deslizaban, a aquellos aires que avanzaban a tientas, que respiraban y se inclinaban sobre la cama misma, que no estaba en su mano ni tocar ni destruir. con lo cual, cansados y tan espectrales como si tuvieran dedos ligerísimos y la suave perseverancia de las plumas, contemplaron una sola vez los ojos cerrados y los dedos apenas entrecruzados, y luego, recogiendo los pliegues de su vestido con aire fatigado, se marcharon. y así, curiosos, rozándolo todo, llegaron a la ventana de la escalera, a los dormitorios de los criados, a los baúles y cajas del desván; y al descender blanquearon las manzanas colocadas sobre la mesa del comedor, hurgaron entre los pétalos de las rosas, movieron el óleo colocado sobre el caballete, barrieron la estera y arrastraron un poco de arena por el suelo. a la larga, perdido el ímpetu, cesaron todos, se congregaron y suspiraron al unísono; todos juntos dejaron escapar una ráfaga quejumbrosa a la que respondió una puerta de la cocina abriéndose desmedidamente, aunque sin dejar que entrase nada, y cerrándose luego de un portazo.
[al llegar aquí, el señor carmichael, que leía a virgilio, apagó la vela. era más de medianoche.]”
“era como si, conmovida por la penitencia humana y por todos sus esfuerzos, la bondad divina hubiera descorrido la cortina para presentar tras ella, únicas, inconfundibles, la liebre erguida, la ola al romperse, la embarcación balanceante, realidades todas que, si las mereciéramos, serían nuestras para siempre. pero, desgraciadamente, la bondad divina, tirando de la cuerda, cierra la cortina; la divinidad no está contenta, cubre sus tesoros con una lluvia de granizo, con lo que los destroza y los confunde hasta que parece imposible que puedan nunca recuperar su calma ni que podamos recomponer un todo perfecto ni leer en los fragmentos desperdigados las claras palabras de la verdad. porque nuestra penitencia sólo merece una visión momentánea; nuestros esfuerzos tan sólo una tregua”
“también el mar se agita y rompe y, en el caso de que algún durmiente, con la esperanza de encontrar en la playa respuesta para sus dudas, o un compañero para su soledad, aparte la ropa de la cama y descienda solo para pasear por la arena, ninguna imagen con apariencia de servicio ni de divina presteza acudirá de inmediato para poner orden en la noche ni para hacer que el mundo refleje los puntos cardinales del alma”
“que en otro tiempo hubo manos que abrocharon corchetes y botones; que el espejo albergó un rostro y un mundo hueco en el que giraba una figura, una mano lanzaba destellos, la puerta se abría y entraban niños que corrían y tropezaban, para luego volver a marcharse. ahora, día tras día, la luz hacía girar, como una flor reflejada en el agua, su clara imagen en la pared opuesta. tan sólo las sombras de los árboles, agitadas por el viento, hacían reverencias sobre la pared, oscureciendo, por un instante, el estanque en el que la luz se reflejaba; o los pájaros, al volar, hacían que una suave mancha palpitara lentamente sobre el suelo del dormitorio.
así reinaban la belleza y la quietud, y su unión creaba la forma misma de la belleza, una forma de la que la vida había desaparecido; solitaria como un estanque al anochecer, muy lejano, divisado desde la ventanilla de un tren, pero que, en su palidez nocturna, desaparece tan deprisa que esa mirada apenas le arrebata su soledad”
“tenía que haber habido alguna grieta en la oscuridad, algún canal en las profundidades de la noche por el que se filtraba luz suficiente para torcer, esbozando una sonrisa, el rostro ante el espejo y que le permitiera, al regresar de nuevo a su tarea, canturrear la antigua tonada de un espectáculo de variedades”
“al acercarse el verano, al alargarse los días, se ofrecieron a los vigilantes, a los esperanzados, cuando paseaban por la playa, cuando agitaban la superficie de los charcos, las imágenes más extrañas: de carne convertida en átomos empujados por el viento, de estrellas que lanzaban destellos en su corazón, de acantilado, mar, nube y cielo reunidos a propósito para ensamblar en el exterior los trozos desperdigados de la visión interior. en aquellos espejos —las mentes de los hombres—, en aquellos charcos de agua inquieta, en los que eternamente se reflejaban las nubes cambiantes, en los que se formaban sombras y persistían los sueños, incapaces de resistir el extraño convencimiento —que gaviota, flor, árbol, hombre y mujer y la tierra misma parecían respaldar (aunque para desdecirse al instante si se les preguntaba)— de que el bien triunfa, la felicidad prevalece, el orden gobierna; o de resistir el poderoso estímulo que empuja a ir de aquí para allá en busca de algún bien absoluto, de una intensidad cristalina, sin relación con los placeres conocidos ni con las virtudes familiares, algo ajeno a los procesos de la vida doméstica, único, duro, resplandeciente, como un diamante en la arena, que dé seguridad a quien lo posea”
“a mediodía, cuando las rosas brillaban y la luz dibujaba claramente su silueta en la pared, se tenía la impresión de que, en medio de aquel silencio, aquella indiferencia, aquella integridad, se oía el ruido sordo de algo que caía”
“en aquella estación, quienes habían bajado a pasear por la playa y a preguntar al mar y al cielo qué mensaje tenían que anunciar o qué visión revelar, advirtieron sin duda, entre los signos habituales de la generosidad divina —el atardecer sobre el mar, la palidez de la aurora, la aparición de la luna en el horizonte, los barcos de pesca recortados sobre la luna y los niños bombardeándose con puñados de hierba—, una nota desafinada en medio de aquella alegría, de aquella serenidad”
“noche tras noche, en verano y en invierno, la agitación de las tempestades y la quietud del buen tiempo reinaron sin interferencia. al detenerse a escuchar (si hubiese habido alguien para hacerlo) desde las habitaciones altas de la casa vacía, sólo se hubieran oído las sacudidas y los derrumbamientos de un caos gigantesco iluminado por los relámpagos, mientras vientos y olas se divertían como si fueran monstruos amorfos cuya frente no se deja atravesar por la luz de la razón, encaramándose unos encima de otros, atacando y zambulléndose en la oscuridad o con luz (porque la noche y el día, los meses y los años se confundían en una masa informe) en juegos sin sentido, hasta que se tenía la impresión de que el universo entero se peleaba consigo mismo en brutal confusión, en un estallido de apetitos incoherentes”
el faro
“pero ahora el señor ramsay no tenía a nadie con quien hablar de la mesa, ni de sus botas, ni de sus nudos; y era como un león buscando alguien a quién devorar, y había en su rostro un toque de desesperación, de exageración, que la llenaba de alarma y le hacía recogerse la falda"
“recordaba algo (entornó sus ojillos achinados y contrajo la cara) en las relaciones de aquellas líneas que atravesaban el espacio, que lo dividían, y en la masa del seto con su cavidad verde, hecha de azules y marrones, que se le había quedado en la cabeza, que le había hecho un nudo en la mente, por lo que, en momentos perdidos, de forma involuntaria, mientras recorría brompton road o se cepillaba el pelo, se descubría pintando el cuadro, recorriéndolo con la mirada y desatando el nudo de su imaginación. pero existía una diferencia abismal entre hacer planes alegremente sin tener el lienzo delante y empuñar de verdad el pincel y dar la primera pincelada”
“porque, ¿qué podía ser más formidable que aquel espacio? allí estaba de nuevo, pensó, retrocediendo para mirarlo, apartada de las conversaciones intrascendentes, apartada de la vida, separada de la gente y en presencia de su antiguo y formidable enemigo personal: aquella otra cosa, aquella verdad, aquella realidad, que de repente se apoderaba de ella, que surgía desnuda por detrás de las apariencias y exigía su atención”
“y al mismo tiempo que perdía conciencia de las cosas exteriores, así como de su nombre, su personalidad y su aspecto, y de si el señor carmichael estaba o no allí, su mente seguía arrojando a la superficie, desde lo más profundo, escenas, nombres, frases, recuerdos e ideas, como una fuente arroja líquido, sobre aquel resplandeciente espacio blanco, espantosamente difícil, mientras ella lo moldeaba con verdes y azules”
“necesitaba descansar un momento. y, mientras descansaba, al mirar distraídamente ambas cosas, la antigua pregunta que cruza por el cielo del alma perpetuamente, la pregunta amplia y general, con tendencia a hacerse más precisa en momentos como aquel, en los que lily dejaba que sus facultades descansaran, se detenía sobre ella, hacía una pausa, se oscurecía sobre su cabeza. ¿cuál es el significado de la vida? eso era todo: una simple pregunta que tendía a hacerse más apremiante con el paso de los años. la gran revelación no se había producido. quizá no se produjera nunca. había, en cambio, iluminaciones, cerillas repentinamente encendidas en la oscuridad, pequeños milagros cotidianos; acababa de tropezarse con uno”
“empezó a buscar entre la serie infinita de impresiones que el tiempo había depositado, hoja sobre hoja, pliegue sobre pliegue, suave, incesantemente, en su cerebro; entre aromas y sonidos; entre voces, ásperas, cavernosas, dulces; entre luces cambiantes y frotar de escobas; y recordó, entre le ruido y el silencio del mar, cómo un hombre había caminado arriba y abajo hasta detenerse de golpe, muy erguido, encima de ellos”
“¿por qué, después de tantos años había sobrevivido aquello, como si estuviera subrayado, iluminado, visible hasta el último detalle, mientras que, durante kilómetros y kilómetros por delante y por detrás, no quedaba nada?”
“en otra ocasión paul dijo que «jugaba al ajedrez en los cafés», y lily construyó toda una estructura imaginaria sobre aquella frase. recordaba cómo, al decirlo él, se lo había imaginado llamando a la criada, que le decía «la señorita ha salido», y su decisión de no quedarse en casa. lo vio, sentado en un rincón de un sitio muy lúgubre, donde el humo se pegaba a los asientos de felpa roja, y donde las camareras llegaban a conocer a los clientes, jugando al ajedrez con un hombrecillo del que sólo sabía que trabajaba en el comercio del té y que vivía en surbiton”
“pero la belleza no lo era todo. la belleza tenía un inconveniente: aparecía con demasiada facilidad, de manera demasiado definitiva. detenía la vida, la congelaba. se olvidaba la leve agitación, el sonrojo, la palidez, alguna deformación curiosa, alguna luz o sombra que hacía el rostro, irreconocible por un instante, pero que añadía una cualidad que después se seguía viendo siempre. era más sencillo igualarlo todo con la cobertura de la belleza”
“¿qué era entonces lo que le sucedía? ¿qué significaba? ¿era posible que las cosas alzaran la mano y nos agarraran? ¿podía la hoja de la espada cortar y podía el puño apoderarse de su objeto? ¿no se estaba nunca a salvo? ¿no era posible aprenderse de corrido todos los usos del mundo? ¿no había guía ni refugio, sino únicamente milagros, y siempre se saltaba desde lo más alto de una torre? ¿podía ser que fuera aquello la vida, incluso para personas de edad avanzada? ¿la sorpresa, lo inesperado, lo desconocido?”
“volviendo entre las muchas hojas que el pasado había plegado en él, escrutando el corazón del bosque donde luz y sombra se entrecruzan tanto que todas las formas se confunden y uno se equivoca, ya sea porque tiene el sol en los ojos, o porque entra en una zona oscura, james buscó una imagen para serenar y separar y rematar sus sentimientos dándoles una forma concreta”
“por eso, cuando se regresaba de un viaje, o después de una enfermedad, antes de que los hábitos volvieran a abrirse camino hacia la superficie, se sentía esa misma irrealidad, que resultaba tan desconcertante; se intuía la aparición de algo”
“Allí, sentada sobre el mundo, pensó, porque no lograba quitarse la sensación de que aquella mañana todo sucedía por primera vez, quizá por última vez, de la manera en que un viajero, incluso aunque esté medio dormido, sabe, al mirar por la ventanilla, que tiene que mirar en ese momento, porque de lo contrario nunca verá ya esa ciudad, o ese carro de mulas, o esa mujer que trabaja en el campo”
“lily advirtió un repentino blancor en la ventana que estaba mirando, provocado por un tejido ligero tras los cristales. alguien había entrado por fin en la sala; alguien se había sentado en la silla. pidió, por el amor del cielo, que se estuvieran quietos allí dentro y no salieran a trompicones para hablar con ella. afortunadamente, quienquiera que fuese, aún seguía dentro y, por suerte, se había colocado de manera que arrojaba una curiosa sombra triangular sobre el escalón, lo que alteraba ligeramente la composición del cuadro. interesante. podía ser útil. volvía la inspiración. hay que seguir mirando sin perder por un segundo la intensidad de la emoción, decididos a no hastiarse, a no dejarse engañar. hay que retener la escena en el torno —así—, y no permitir que nada venga a estropearla. mientras mojaba el pincel con aplicación, lily pensaba en que era necesario estar a la altura de las experiencias ordinarias, sentir, sencillamente, que una silla es una silla, que una mesa es una mesa y que, al mismo tiempo, son un milagro, un éxtasis. quizá se pudiera resolver el problema después de todo. ah. ¿qué era aquello? una ola de blancor había cubierto el cristal de la ventana. el aire debía de haber agitado algún volante en la habitación”
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