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Entre sombras y cartas
Escribir es una parte de mi corazón.
La más importante, tal vez.
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Sabe Hogwarts? Então, não é lá.
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Clave de futuro.
Hay un niño que juega en la sala. Ríe alto mientras los muñecos van de un lado al otro entre sus manos, los rizos le cuelgan sobre la punta de las orejas y su cuerpo entero se mueve al ritmo de las historias que inventa para sus juguetes.
Tiene una mente como la suya, que va demasiado deprisa y rellena con detalles extravagantes los vacíos de la cotidianidad. Ha sido y hecho de todo desde que empezó a soñar y aún le falta, sabe ella, un universo entero por imaginar.
Es, sin embargo, mucho más calmo de lo que ella esperaría y encuentra en sus momentos de quietud el reflejo de su padre, que parece haberle heredado la paciencia que ella no pudo dale. Eso, de pronto, se le hace maravilloso porque es la mente de un soñador con la paciencia de un constructor.
Un poco de los dos, mucho de sí mismo. Mucho más grande de lo que alguna vez pensó que sería, incluso con el nombre que decidieron que tendría.
No esperan que llene las expectativas, esas pertenecen al día antes de que existiera, antes de sus rizos, sus labios con forma de corazón y sus manos inquietas por alcanzar el mundo. La hoja quedó en blanco entonces, pintada del amor y la seguridad absoluta de poder colmarlo en cada momento de él.
Así que él juega, se ríe alto en la sala, pero también se acurruca en la cama y reparte besos y abrazos en los momentos más inesperados. Disfruta de sus voces cuando hablan de los mucho que lo aman y camina de sus manos mientras descubre el mundo, mientras ellos lo redescubren con él y aprenden a quererlo mejor de lo que han sido ellos queridos.
Y entonces, está bien.
Está bien porque el amor no lo es todo ni lo salva todo, pero les da sentido, los sostiene juntos y es con él que ella siempre dibujara castillos y escribirá historias para mantenerlo a salvo mientras su papá construye caminos y desarma obstáculos para ayudarlo a crecer.
Y lo querrán mejor, mucho mejor de lo que a ellos alguna vez los quisieron.
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A él. (Clave del pasado).
Su rostro se cuela justo antes de dormir, ¿o es su sonrisa lo último que veo antes del sueño? A lo mejor no es ninguno de ellos, ni su rostro ni su sonrisa, sino la seguridad que me trae su recuerdo difuminado.
La seguridad de que un día, en algún lado y en alguna vida, los dos nos amamos, él voló aviones y yo llené bibliotecas enteras con mis letras. Un día fui madre y él padre y juntos tuvimos un “felices para siempre”.
Él existió, dice mi mente antes de dormir y con eso borra la idea aplastante de que con su muerte también murieron mis sueños.
Él existió y en alguna vida, existimos juntos.
Con eso basta para seguir viviendo, incluso si un día de forma definitiva, su rostro y su sonrisa dejan de colarse en mis sueños, en mis huesos y en la tinta que escurre de mis dedos.
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Tratado sobre mí.
Creo que olvidé cómo escribir, se me olvidaron las historias y se me escaparon las palabras. Ya no sé qué decir y el silencio carcome poco a poco mis ganas.
Creo que se me olvidó que escribir es primero sentir y, ahora, siento la necesidad de robarme las palabras de otros para ponerlas en mi pecho y así, tan siquiera, tener un poco de sentido.
Creo que olvidé qué de mí había en las páginas, olvidé cómo preguntarme sobre quién yo en ellas. Solía colarme entre los párrafos, sin nombre ni rostro, pero yo al fin.
Creo que se me olvidó que eso era lo más importante: ponerme allí, dejarme vagar entre las risas, las lágrimas y el amor. Empezó así, ¿no? Empezó conmigo queriendo ser amada.
Creo que olvidé esas tardes en casa, pensando que lo más difícil era elegir el color del lapicero y que lo más importante era vivir la vida mil y una veces en mis palabras porque era yo quien elegía.
Creo que se me olvidó que también era morir.
Morir después de vivir mil y una vidas distintas. Morir después de amar y haber sido amada. Morir después de llorar y dejar que las lágrimas se secaran. Morir por elección mil y una veces más.
Creo que olvidé cómo morir en mis palabras y, entonces, se me olvidó también cómo vivir en ellas. Olvidé cómo construir castillos, cómo pintar casas de ensueño y cómo cambiarme el nombre y el largo del cabello.
Sé que olvidé cómo ser porque siempre fui antes en las letras.
Existí en ellas, mil y una veces.
¿Existo ahora? ¿Existo sin ellas?
Creo que se me olvidó que mi nombre no suena a mí y que intentar ponerlo en el papel me lleva a responderme que existo a medias, que existo porque estoy aquí, con un nombre sin gracia y sin poder...
Sin poder inventarme posibilidades, éxitos, caídas, amores, corazones rotos, dolores y cicatrices.
Creo que olvidé que escribir era inventarme. Desde cero y desde retazos ya existentes. Creo que olvidé cómo escribir y, con ello, me olvidé de matarme, llorarme y revivirme.
Cómo existir sin ello. Sin la posibilidad de empezar de nuevo en una página, tras un tachón o con una coma en la mitad de la nada misma.
Remuevo entonces las cajas, las historias donde he vivido desde los 11 años. Son mis fotos donde no está mi rostro, donde mi nombre no es mío y donde soy todo lo que siempre y nunca he querido ser. Tan paradójico como sea posible.
Me leo morir, me leo vivir.
Quiero existir.
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Nunca antes me había sentido sola a su lado. Comprendí entonces que algo se había roto entre nosotros.
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Cuando cierro los ojos y pienso en él, sólo puedo recordar su sonrisa. No sus ojos, ni su rostro, ni lo grande de sus manos, sólo su sonrisa. No es, tampoco, cualquiera de ellas: es aquella que me dedicó una tarde de hace 13 años, cuando ambos éramos sólo dos adolescentes sentados lado a lado porque nuestro apellido era el mismo. Su sonrisa, que suena como el canto de los pájaros en el amanecer de un domingo y que habla de cómo el amor nunca muere, pero sí cambia. Cambió con el tiempo y cambió con su muerte, pero permanece. Permanece con el recuerdo del sol de las tres entrando por la ventana, el sonido de las risas del recreo de fondo y su sonrisa. Siempre esa sonrisa.
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Temblor.
Nadie sabe de las pastillas escondidas y mis manos tiemblan.
Tiemblan tanto como cuando acariciaron su mejilla y sentí la dolorosa necesidad de decirle “adiós”, de despedirme de su amor esta noche y dejarlo libre.
Dejarme libre para morir.
Pero no dije nada, tan sólo dejé que mis manos temblaran.
Justo como ahora, que me niego a darme la vuelta y buscar las pastillas escondidas. Dejo que tiemblen, dejo que me retengan una vez más a esta vida injusta y estúpida.
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No quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño, no quiero hacerme daño.
Por favor, no quiero hacerme daño.
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No puedo imaginarme qué se debe sentir al despertarse el día en que se ha decidido llevar a cabo una resolución tan terrible. Cuando lo imagino, me veo dando vueltas con la cabeza en la almohada y murmurando: Pensándolo mejor, no puedo hacerlo. O, como mínimo: Bueno, lo dejaré para mañana. Y así sucesivamente… Te aseguro que los horrores que nos gusta calificar de impensables pueden ser pensados, y que hay infinidad de muchachos que fantasean sobre la posibilidad de vengarse de las mil vejaciones de que les han hecho objeto sus condiscípulos de los cursos superiores. Nuestro hijo no se diferencia de ellos ni por las visiones que tuvo ni por los planes mejor o peor hilvanados que hizo, sino por su asombrosa capacidad para pasar del plan a la acción.
Lionel Shriver, Tenemos que hablar de Kevin (via msclait)
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Escucha, sólo hay algo a lo que le temo: A que puedas amarlo más que a mí.
Danny.
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“Love?” Michael smiled down at his hands. “Love, real love, is being seen. Being known. Knowing the ugliest part of someone, and loving them anyway. And … I guess I think two people in love become something else, something more than the sum of their parts, you know? That it must be like you’re creating a new world that exists just for the two of you. You’re gods of your own pocket universe.” He laughed a little then, as if he felt foolish. “That must sound ridiculous.”
“No,” Robert said, the truth dawning over him. Michael didn’t talk like someone who was guessing—he talked like someone who knew.
Was it possible that his parabatai’s entire world had changed, and Robert hadn’t even noticed? “It sounds … nice.”
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“Parabatai, Kit thought, suddenly. In the slump of the young man’s shoulders, in his outstretched hands, in the longing stamped on his face, he saw Emma and Julian, he saw Alec as he spoke about Jace; he knew he was looking at the ghost of Robert Lightwood’s parabatai.”
This is simultaneously the best and the worst thing I’ve ever read, thanks.
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Me still crying over this Waywood scene? It’s more likely than you think
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We broke up in the end of October of 2014, a few weeks before he sent me this text. We were together on and off for 15 years, ever since we were 13 years old. I never loved him as much as he loved me and it created a lot of tension. I didn’t know how to love him which eventually led to the official demise of our relationship and he moved out.
When he sent me that text, I never responded. I didn’t know how to. I didn’t know what to say. It didn’t feel real to me yet that it was really over between us. And now, over a year later, he’s married to somebody else. He’s not in love with me anymore and all I do, every second of every day, is love him from afar.
So, since it’s too late to tell him this now, I will say it here instead… I miss you and it’s really fucked up that you’re just gone.
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Te amé como sólo puede hacerlo una niña. Y te amaré como sólo puede hacerlo una mujer con el amor de su vida.
Una carta para ti.
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